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La religión fue muy importante para los inmigrantes. Constituía una fuente de fortaleza frente a la adversidad, al tiempo que significaba un vínculo con sus tierras de origen. 

Católicos

En la Colonia San José, donde arribó en 1857, el valesano Juan Bautista Blatter escribe que “para la Santa Religión nada había en común el primer año más que el deseo de tener un sacerdote. Al presente tenemos la dicha de tener uno quien nos hace todos los domingos hermosos sermones; la misa se dice hacia las diez y media a fin de que toda la gente de los alrededores puedan llegar a tiempo” (1).
Los volguenses celebran con una misa la llegada a la nueva tierra. “Era el año 1878, en una calurosa tarde del 18 de febrero, cuando ancló en el puerto de Buenos Aires el trasatlántico ‘Hohenstab’, transportando a su bordo a las diecinueve familias alemanas, que llegaban después de una larga y penosa travesía, desde las lejanas tierras del Volga. (...) Se los alojó en el Hotel de Inmigrantes y allí, en la Santa Misa con que celebraron la llegada al País de la Esperanza, comieron el Pan de la Vida en la Santa Eucaristía y probaron el blanco pan de trigo argentino” (2).
El sentimiento religioso estaba presente en la casa del gallego Onega. Para que su hija enferma aceptara comer, él recurría a lo que su imaginación le sugería, incluido el ángel de la guarda: “Después de haberme ofrecido el néctar, la leche y la miel, mi padre me alzaba y tomaba la posta en la continuación del rito nutricio; con él las acciones eran lentas y alentadoras, él no estaba agotado de cocinas y de chicos, venía de estar horas con hombres resolviendo problemas de hombres y con su hija menor le cundía la paciencia, que con el correr de las horas a mi madre se le había ido al diablo. Inflexible era sin embargo en darme de comer una cucharadita de sopa por los abuelos de España, otra por los abuelos de Melincué, otra por los huérfanos de la Guerra Civil, otra por el ángel de la guarda dulce compañía y por todos los personajes queridos y sagrados que se le ocurrían” (3).
El padre de María Rosa Lojo, en cambio, le dio este consejo: “Veo a mi abuela materna pasar una a una las cuentas del rosario, mientras augura la condenación eterna de papá, ese ateo que osa desafiar la Voluntad Divina, sin cuya anuencia no se movería ni la hoja de un árbol. El ateo pierde una batalla cuando mamá logra enviarme al Sagrado Corazón (el Sacre Coeur de Magdalena Barat, las monjas con las que ella había estudiado). Sin embargo, no se desalienta. Unos días antes del ingreso escolar, me llama secretamente: ‘Tu madre y tu abuela se han empeñado en que vayas a ese colegio. Pero tú no seas tonta hija mía. No creas en lo que te dicen las monjas’ ” (4).
Una inmigrante gallega sufre una desgracia relacionada con la religión. Cuenta Guillermo Saccomanno: “A mi abuela le gustaba mucho escuchar y contar historias, y me hablaba de una parienta de ella, que entonces vivía enfrente de mi casa. En su aldea en España, esa mujer había tenido un hijo con el cura, y el chico se le había ahorcado a los treinta y tres años. Cuando yo tenía siete u ocho años, a la tardecita me cruzaba a la casa de esta otra gallega, que me contaba la historia de San Jorge y el dragón mientras me daba pan mojado en vino con azúcar” (5).
En una novela de Gabriel Báñez, el catolicismo es una fuerza activa que intenta paliar las necesidades de los inmigrantes, aunque el sacerdote se excede en sus atribuciones: “Hacía poco más de quince años que el padre Bernardo Benzano estaba al frente de la parroquia Nuestra Señora de la Merced, pero desde los últimos cuatro sus tareas se habían multiplicado por la enorme cantidad de inmigrantes que llegaban a las costas. Procuraba chapas, documentación y hasta changas y empleos golondrinas a los recién llegados. (...) no sólo daba una mano a los más necesitados, sino que por su cuenta y obra cedía tierras fiscales y fundaba barrios y asentamientos que los funcionarios de la comuna calificaban de ilegales. A las villas las bautizaba con nombres de santos y ante cualquier amenaza argüía que la fe no podía ser expulsada” (6).
Un sacerdote ayudó a los Ranni a salir de Trieste. Cuenta Rodolfo: “viví muchos años con el recuerdo del rincón donde había dejado mis juguetes, cuando nos escapamos. Fue una fuga como en el cine: mi hermano y yo escondidos en el altillo de la casa de mi padrino, que era el cura del pueblo; mi mamá, en un carro tirado por caballos de un padrino de mi papá. Y como estaba por dar a luz a mi hermano, en la frontera inglesa la dejaron pasar...” (7).
Y un obispo facilita la salida de Hungría del judío Lajos Fehér. El emigrante “consiguió un pasaporte falso a nombre de Alejandro Gross con una expresa mención del obispo de la zona que la religión profesada por el portador era la católica” (8).
Nora Ayala destaca que después del ciclón de la ciudad paraguaya de Encarnación, en 1926, “la primera noticia de la magnitud del ciclón, que en Posadas no había sido más que una tormenta un poco más fuerte que las habituales, fue la llegada de dos alemanes: el sacerdote Kreusser, párroco de Encarnación, y el mecánico Memel, que cruzaron el Paraná a remo para pedir ayuda” (9).

Notas
1 Vernaz, Celia E.: La Colonia San José. Santa Fe, Colmegna, 1991.
3. Chiérico, Edgardo Ariel: “Colonia San Miguel, un nuevo museo”, en La Capital, Mar del Plata, 9 de abril de 2000.
4. Onega, Gladys: Cuando el tiempo era otro. Una historia de infancia en la pampa gringa. Buenos Aires, Grijalbo Mondadori, 1999.
5. Lojo, María Rosa: “Mínima autobiografía de una ‘exiliada hija’ “, en Sitio al margen. Buenos Aires, noviembre de 2002.
6. Chiaravalli, Verónica: “Un corazón tomado por la memoria”, en La Nación, Buenos Aires, 15 de agosto de 1999.
7. Báñez, Gabriel: Vírgen. Buenos Aires, Sudamericana, 1998.
8. Gaffoglio, Loreley: “El teatro me contuvo”, en La Nación, Buenos Aires, 20 de diciembre de 1998.
9. Weisz, José Martín: ...mientras los violines tocaban csárdás. Un viaje a Hungría. Buenos Aires, Milá, 2002.
10. Ayala, Nora: Mis dos abuelas. 100 años de historias. Buenos Aires, Vinciguerra, 1997.


Onomásticos

Los inmigrantes consideraban más importantes sus onomásticos que sus cumpleaños.


Primera Comunión

Gladys Onega, hija de un gallego y una criolla, recuerda la semana previa y el día de su Primera Comunión, en Acebal, provincia de Santa Fe:
“De esa semana recuerdo vivamente el cuidado en no pecar para evitar el bochorno de confesarme una y otra vez como les sucedía a los varones que decían malas palabras, pegaban trompadas, no perdonaban a sus enemigos y llegaban tarde a la doctrina. Ser buena era bastante fácil porque estaba convencida de que Jesús estaba ansioso de que yo lo comiera y mi ansiedad no era menor por comérmelo; la única preocupación que tenía a ese respecto es que debía tener cuidado de no morderlo. Probarme el vestido una y otra vez para alforzarlo unos centímetros más dada mi menguada estatura, que me armaran la capota en la cabeza y se les escapara algún alfilerazo y ensayar gestos piadosos con la cabeza inclinada, las manos unidas sosteniendo el libro de misa nacarado, calzar los Carlitos y pasarles un trapito si se les veía una mota eran actividades más difíciles pero, en aquellos tiempos, esos ajetreos eran más placenteros que pecar”.
“Del 8 de diciembre recuerdo vagamente la entrada a la iglesia impregnada de incienso, las voces del coro, el sonido del latín del padre, las campanadas, los murmullos de los fieles. No puedo traer a la memoria el momento mismo de la comunión ni nada más de lo que pasó esa mañana. Sólo recuerdo que el vestido de Maruja era de piqué y que yo me volqué el chocolate sobre el mío” (1).
Roberto Raschella es el autor de Si hubiéramos vivido aquí, obra distinguida con el Segundo Premio Nacional de Novela. El protagonista de ese libro viaja a Calabria, la tierra de sus padres; allí, las primas de la madre le dicen que sería bueno que se bautizara. La mención del Bautismo le recuerda unas “comuniones”: “Y la idea del bautismo me llevó al verano. Un verano. Los chicos corrían por las calles mostrando las comuniones. Eran mi envidia. Uno se me acercó. Creía ver en mí a un hombre, porque yo tenía las espaldas anchas y la cabeza plantada y gruesa. Extendió la mano con la imagen: era un niño bello y antiguo, era un niño espantado. Algunas monedas tenía y se las di. No esperé que me agradeciera, y él se alejó como había llegado” (2).

Notas:
1. Onega, Gladys: Cuando el tiempo era otro Una historia de infancia en la pampa gringa. Buenos Aires, Grijalbo, 1999.
2. Raschella, Roberto: Si hubiéramos vivido aquí. Buenos Aires, Losada, 1998.


Festividades católicas

La Navidad es una ocasión muy especial, que se recuerda, por lo general, vinculada a la infancia de quienes debieron dejar su país.
En El angel del capitán, de Chuny Anzorreguy, el croata Miro Kovacic expresa: “Recuerdo también las Navidades. Blancas, desde ya, con frío y nieve. Pero con una luna grande brillando en el cielo obscuro. Nosotros, los hijos, ayudábamos a preparar el árbol, que por una tradición y como garantía de felices futuras Navidades, debía tener una punta que tocara el techo de la casa. Esa era condición sine qua non. Debajo de él se ubicaban prolijamente los regalos” (1).
En Sobre héroes y tumbas, novela de Ernesto Sábato, el viejo D’Arcángelo recuerda la Navidad en Italia: “-(...) Le notte di Natale. I fussili tocábano la zambuña. -¿Y qué cantaban lo fusilli, viejo? –Cantábano La notte di Natale/ e una feta principale/ que nascio nostro Signore/ a una povera mangiatura” (2).
Ennio Carota recuerda la Navidad italiana, en relación con la figura protectora de la nona: “Sólo esas abuelas de ayer daban a las fiestas un toque tan especial. Un mes antes ya estaba haciendo sus galletitas y yo, junto a ella, pelando uvas para il vino cotto, un típico dulce de su Apulia natal. Eramos pobres, pero había alegría, había amor y todo ello nos hacía olvidar la pobreza” (3).
Canela evoca esa festividad en el mismo país, durante la guerra: “Nací en 1942, fui la última de once hermanos y mis recuerdos son de finales de la Segunda Guerra Mundial. Hacía muchísimo frío y al regreso de la Misa de Gallo había un tentempié –algo de nueces, almendras-, porque lo importante llegaba en el mediodía del 25, alrededor de la mesa familiar. (...) Mi madre amasaba fideos y los servía en caldo bien colado” (4).
Agata, la inmigrante creada por Dal Masetto, describe sus sentimientos en esos días: “La llegada de la Navidad me colmaba de un manso entusiasmo. La sentía acercarse en el correr de los días y era como si estuviese a punto de acceder a un descubrimiento. Pensándolo bien, jamás ocurría nada nuevo, pero el acontecimiento tal vez estuviese justamente en esa expectativa, en la posibilidad no concretada de un cambio casi milagroso, en esa fiebre que me ponía en el corazón y en las venas una impaciencia feliz. Así había sido siempre. La noche anterior a Navidad solía haber gran movimiento en la casa: se preparaba el almuerzo del día siguiente. Carlo y yo disfrutábamos de aquel clima febril, ayudábamos en lo que podíamos y antes de acostarnos colocábamos un plato vacío en la ventana. Por la mañana encontrábamos un turrón, dos o tres naranjas, algunas mandarinas, castañas, maníes (en una oportunidad en mi plato hubo también un par de zuecos). Juguetes, jamás. Pero incluso con tan poco nos sentíamos contentos y festejábamos como si nos hubiésemos topado con un tesoro. El resto de la jornada se deslizaba en aquel clima apacible y era como si se hubiese establecido una tregua en las inquietudes o en las confusiones del resto del año” (5).
Carmen Brey Moure -personaje de Las libres del Sur, de María Rosa Lojo- compara la Navidad gallega y la argentina: “La Navidad en Buenos Aires no era Navidad –se entristeció Carmen-. No extrañaba la nieve (en la tierras siempre húmedas y verdes de su infancia rara vez nevaba). Pero sí el aire frío que resonaba como una campana con las exclamaciones y los cánticos y era sensible como una piel retráctil cuando se lo rozaba con el aliento. En Buenos Aires la atmósfera se coagulaba en una nube sofocante que sólo se despejaba de a ratos, con el viento del río. No había castañas que se asaran al amor de la lareira, no había mar, no había ánimas que llegaran a buscar el calor de los vivos en la noche de Nadal, a pedir el perdón de las ofensas que contra ellos habían cometido, o al contrario, a perdonar a los deudos por los viejos pecados o las malas pasiones que aún los atormentaban y que antaño los habían enemistado” (6).
“Los vascos viven intensamente la Navidad –afirma María Magdalena Castro Marina. La familia entera se reúne alrededor de la mesa para compartir la cena y se cantan tradicionales villancicos, transmitidos de generación en generación. De este modo se rechaza el estilo consumista que estamos acostumbrados a ver en otras partes del mundo para esta celebración. El árbol de Navidad es una de las referencias clave de este tiempo en Euskadi. Muchos ancianos recuerdan haber juntado y guardado madera en el otoño, madera en la que luego es arrastrado el pino entero, desde el monte hasta la casa. Sin embargo, la tradición más arraigada en Euzkadi es el ‘Olentzero’ o el hombre de carbón. En la víspera de Navidad, la figura de un pastor o de un hombre de carbón es levantada, sentado en una canasta, sobre los hombros de gente que lo lleva de casa en casa a través de toda la ciudad o villa, y en todas las casas por las que pasa los jóvenes que lo acompañan se detienen para cantar villancicos. En Navarra, el Olentzero es un hombre de carbón que baja de los montes para repartir castañas, vino y regalos para los niños. Este personaje mítico vasco, es un mensajero, un pstor quien anuncia que la Navidad ha llegado y recorre los rincones más recónditos de Euzkadi, no sólo es un carbonero, o un pastor; sino que también puede ser un granjero. Todos comparten la misión de ser el mensajero que trae la buena noticia de la Navidad. Este mítico personaje tiene cabeza grande, y es también mago de acuerdo con las tradiciones locales. Es capaz de tomar diez arrobas de vino. En Hondarribia (Fuenterrabía), aparete de traer una pipa, una capa, algunos huesos, y un bote de vino, usualmente tiene una cola hecha de bacalao, y si un Olentzero permanece erigido en el pueblo, se coloca junto a él una parrilla donde se asan las sardinas, que son repartidas a los espectadores gratuitamente. Las familias vascas conservan aún hoy la tradición de cantar villancicos, que representan un saludo alegre el cual es llevado de casa en casa, donde un verso es dedicado a una familia entera o a un miembro en particular” (7).

La Navidad en la nueva tierra es evocada por los inmigrantes, a veces comparada con la de sus países de origen. La italiana María Cuda escribe: “Desde que vivo en la Argentina, mi Navidad es distinta, porque a pesar de ser gran parte de la población de Capital y Gran Buenos Aires de origen europeo, mantiene sus costumbres en forma muy variada. Tal vez por eso y más allá del respeto a los preceptos religiosos que la gente continúa observando, me resulta contradictorio encontrar el clásico pavo, las frutas secas y el pan dulce, en un clima netamente veraniego. Encuentro la justificación en la nostalgia, la tradición y el amor que el inmigrante siente por su tierra lejana, pero tan cercana aquí en el corazón. Por eso, las Fiestas mantienen, también en este país, el espíritu de unidad familiar y son motivo de intercambio de presentes. Algunas expresiones cambian y, en vez de ser la ‘Befana’ y medias, son los zapatos, el pasto, el agua para los camellos de los tres Reyes Magos. Finalizando, diría que el espíritu común es el deseo de buenos augurios y el sentimiento compartido de la creencia en Dios, Nuestro Señor” (8).
Alcides J. Bianchi, hijo del empresario fasanés Valentín Bianchi, escribe: “Pienso que uno de los recuerdos más gratos de nuestra infancia fue la época de los Reyes Magos. Cuando al aproximarse la finalización del año, mamá nos hablaba de la Navidad recordándonos su significado, predisponiendo nuestro ánimo, para que toda la familia participara de la cotidiana celebración. Hacíanos recomendaciones sobre nuestro buen comportamiento a fin de que se fuese superando cada día, para que la ‘Befana’ (leyenda italiana que ella recordaba de la época de su niñez) o cuando la llegada de los Reyes Magos, pudiésemos recibir un hermoso juguete, en mérito a nuestra buena conducta. Esto nos preocupaba sobremanera, haciéndonos obedientes y diligentes en todo lo que se nos indicaba, para así merecer la bondad de la ‘Befana’, o de Melchor, Gaspar y Baltazar. Ya próximos a la fecha tan ansiosamente esperada, mi madre nos preguntaba de quién habíamos decidido recibir el regalo. La elección era obligatoria pues Jesús entregaba tan sólo uno para cada destinatario” (9).
Daniel Yarmolinski y Graciela Pesce relatan una anécdota navideña que tiene como personajes a Discépolo, Tania y un gallego: “Nos cuenta Francisco García Giménez que alguna vez escuchó junto con otras oersonas, el siguiente relato de boca de don Enrique Santos Discépolo (Discepolín): En los días que nos llegaban mal barajados por la suerte contraria, un 24 de diciembre estábamos en casa solos, secos y amargados. De repente, llamaron a la puerta. Tania, mi mujer, fue a abrir... ¡Era el gallego del almacén de enfrente con una canasta repleta!... Desde la avellana al turrón, desde las pasas de uva a la sidra: ‘como ustedes no me hicieron ningún pedido, me atreví a traerles esto. No se preocupen me lo pagarán cuando puedan’. ¡Lo machuqué de un abrazo! Tania, emocionada se puso a llorar” (10).
En Frontera sur, la Navidad de los gallegos es descripta así: “Nadie hacía caso al belén armado en la primera sala, junto al zaguán, con un gordo Jesús tallado que dejaba pequeñas a todas las demás figuras, y cuya tosquedad ratificaba el carácter laico de la celebración de aquel día” (11).
En La pradera de los asfódelos, Rubén Benítez evoca una Navidad de las de antes: “En Navidad la gente parecía distinta. No como ahora. Todos estaban alegres, salían a la calle y saludaban contentos. Había que pararse en todas las puertas. Hasta los turcos que vivían en la esquina festejaban la Navidad. Don José, el que hizo el aparador, abría una sidra... ‘No es como la de Asturias, pero tampoco está mal’ decía siempre después de probarla” (12).
Una escena semejante narra Miriam Becker, quien recuerda cómo sus padres, judíos rumanos, agasajaban a sus vecinos de otras nacionalidades y creencias (13).
Zulmira, venida de Portugal, manifiesta: "‘Como no recordar la noche de Navidad con mucho frío cerca del hogar, hace 60 años se cocinaba con leña mientras los abuelos le contaban cuentos a los nietos al lado del calorcito, mientras los más grandes ayudaban a armar la mesa. Con ocho años esas cosas se viven intensamente’. Es posible que sean las fiestas la época en que más se extraña el pueblo natal, y quizás esta sea la causa por la que se mantienen vivas las costumbres. Tal vez sea la gastronomía la costumbre que mejor represente esto, si no como explicar que en medio del calor del verano se consuman platos típicos del invierno. ‘Las primeras Navidades en Argentina fueron muy difíciles, pero siempre respetábamos la comida y platos tradicionales que nos traía nostalgia y nos reconfortaba al mismo tiempo‘. Zulmira nos contaba sus recuerdos de los preparativos para la cena de Navidad: ‘se cocinaba bacalao con papas cebolla y cabezas de nabo con ese gustito tan rico tirando a picante. Aparte se hervían el brócoli y las coles a fuego fuerte se condimentaba con aceite de oliva, aceitunas y huevos duros. Se tomaba mucho vino blanco, dorado y verde, y luego antes de las doce se comían los felloses que son unos buñuelos de zapallo dulces y amarillos tirando a naranjas que se acompañan con café, agua ardiente y vino de Oporto. Para el día de Navidad era infaltable el cabrito hecho a leña en el horno de barro acompañado de arroz blanco, y de entrada generalmente, unas almejas y una copita de Cinzano Rosso. Los postres de Navidad son hechos con variedades de dulzuras, nueces almendras, higos secos blancos del sur de Portugal, etc. Con los postres es infaltable el vino de Oporto, o también es infaltable el vino roses. Otra cosa que no puede faltar es el arroz doce (arroz con leche) que se distribuye en platos de postre y con canela se pone las iniciales de cada familiar en el plato y se dibujan las flores de la zona, ¡¡¡qué hermoso recordar estas cosas!!!’. Para Zulmira la Navidad representa siempre una manera de reunir a la familia y de recordar a través de las charlas y de las comidas como fue su pasado, su tierra querida y sus tradiciones que tratan de seguir haciendo en este país a tantos kilómetros de sus raíces” (14).
Entre los alemanes del Volga, “en la Nochebuena, además del Pesebre y el Niño Dios, cobraba importancia el Pelznikell, notable personaje malévolo con el que se asustaba a los más pequeños, pero que terminaba repartiéndoles dulces y regalos” (15).
El padre Benzano “detestaba a Papá Noel, le parecía un gordo infame, tan infame como los anuncios de la revista El Hogar cuando lo mostraba de compras navideñas en Gath y Chaves o en la capitalina Avenida Alvear. Decía que era un cerdo explotador de renos, un obeso y presuntuoso oligarca, muy distinto de los desvencijados Reyes Magos que sí podían, con camellos y todo, pasar por el ojo de una aguja” (16).
Gladys Onega recuerda el Día de Reyes de su infancia: “Todo estaba preparado para el goce y todo el dolor nos esperaba. En los zapatos encontrábamos treinta, cuarenta y hasta cincuenta pesos. Eran cantidades que no hubiéramos soñado tener en aquella patria pastoril. Pero nos esperaba algo peor: tampoco podíamos gastarlas, correr a comprar la bicicleta ni la Marilú. Ese mismo día mi padre depositaba el dinero en la libreta de ahorros que había abierto para cada uno de nosotros en su propia caja fuerte y no lo volvíamos a ver jamás” (17).
Máximo Yagupsky se refiere al Día de Reyes en su familia: “mi padre me llevaba personalmente a una juguetería para que no me faltase un regalo, pero marcándome, al mismo tiempo, que no había misterio en el hecho de que los juguetes aparecieron por la mañana en los zapatos, porque los judíos no creíamos en eso" (18).
Relata la protagonista de Hija del silencio, de Manuela Fingueret: “pienso en las Navidades de mis primeros años, los vecinos festejando con regalos, arbolitos, rompeportones y cohetes, y yo armando a escondidas un pesebre –con niño Jesús y todo- con cajas vacías de hilos Tomasito, pasto que había juntado de la plaza Los Andes y unos soldaditos de plomo haciendo de Reyes Magos. La cara que pusieron mis padres cuando descubrieron lo que había hecho me causa gracia todavía. No sabían si retarme o reírse, así que volvieron a explicar otra vez lo de judío y católico; pero algo les pasó, porque a partir de ese episodio empecé a recibir cada 6 de enero un regalo de Reyes. Intenté convencerlos con los años de las bondades de festejar lo que nos gustara de ambas religiones, pero nunca logré discutirlo sin que se enojaran. Vivir en un país de católicos es una cosa –decía mi padre-, asimilarse a sus costumbres es otra. Te estás convirtiendo en una shikse, una conversa, por esas amistades que te llenan la cabeza –se enojaba mi madre” (19).
“Llegaron los reyes” se titula el cuento en el que Luis León relata cómo una pareja de ancianos sefaradíes recibió como regalo de Reyes cochones para reponer los que la lluvia les había mojado, al levantar el techo de chapas del conventillo: “Masaltó con un despliegue propio de una actriz dramática, se retiró unos pasos para observarlos al mismo tiempo, y les dijo: alevanten, alevanten que no ´staré akí hasta fikumí. Los conminó a dejar atrás el orgullo mojado por la tormenta, se colocó entre ellos tomándolos de los brazos, más que ayudarlos, buscaba impedirles echarse atrás. Los llevó al local del colchonero junto al Bazar Dos Mundos, allí les sugirió el color del colchón y luego casi les impuso el intenso floreado de las colchas. Al terminar la compra, con la promesa del colchonero de entregarlos antes de cerrar, Masaltó les preguntó burlonamente, si deseaban recibirlos directamente en su casa, o preferían que se los desharan los reies dentro de las zapatetas” (20).

El 13 de octubre se realiza la Procesión náutica de los molfettenses en La Boca, en honor a la Virgen de los Mártires.
El 10 de diciembre, la comunidad italiana se congrega en una procesión por las calles de Floresta en honor a San Sebastián. En esa oportunidad, la orquesta ambulante La Píccola Italia ejecuta piezas frente a las casas de los paisanos.
Los sicilianos marplatenses son devotos de María Santísima della Scala, cuya imagen hicieron entronizar en 2001 en esa ciudad (21). Mi familia materna veneraba a San Alfonso, en Lombardía; esa devoción llegó a América.
De la Virgen de Covadonga es devoto un asturiano, que hizo pintar en uno de sus restaurantes un mural en el que aparece un barco con el nombre de la Virgen de su tierra (22).
Una hija de asturianos nacida en la Argentina es “devota salesiana de María Auxiliadora” (23).
Los portugueses son devotos de la Virgen de Fátima. Zulmira es una inmigrante afincada en Villa Elisa acerca de la que leemos: "Otra forma que Zulmira se encontró para reforzar sus raíces es la de organizar viajes de peregrinación hasta Tandil donde se encuentra el santuario de la virgen de Fátima. Ella misma se encarga de conseguir los micros, organizar las visitas, buscar la gente para viajar, juntar el dinero, etc. Y todo lo hace sin obligación y con mucho gusto como si de esta forma encontrara una felicidad que sería muy difícil de explicar y entender con palabras” (24).
En una plazoleta frente al Hotel de Inmigrantes, se honra a la Virgen de Medugorje, traida de Bosnia Herzegovina.
Hace años, se festejaba el día de San Pedro y San Juan haciendo una fogata. Cuenta Goldberg: “Otro de los que llevaban la voz cantante levantó una rama de la cual pendía zangoloteándose un monigote que recordaba la forma humana gracias al par de pantalones viejos conseguidos. Lo sostuvo sobre el fuego hasta que empezó a arder. Su caída fue celebrada con gritos y saltos por quienes rodeaban acalorados el montón de troncos pronto convertidos en brasas”. Se acostumbraba asar papas en ese fuego: “El Polaco le arrebató las papas a un compinche de pelo crespo y las esparció sin cuidarse de dónde caían” (25)
El protagonista de Si hubiéramos vivido aquí recuerda “otro día, todavía no pasado, cuando encendíamos los fuegos de San Juan, y era el último fuego de paz que recuerdo en la ciudad olvidada de sí misma, como otro sueño de sangre, y el primo Clemar, enflaquecido brutalmente en la prisión, saltaba de un lado a otro” (26).
Los valencianos y sus descendientes honraban con su “falla” a San José, en Buenos Aires. Escribe Jorge Bucay que en Valencia, “A la medianoche del 19 de marzo, festejando el último día del invierno y según me cuentan en honor a San José, patrono de todos los artesanos carpinteros, las obras de arte callejeras se encienden al unísono en cada rincón de la aldea. La gente, por miles, valencianos y visitantes, festejan y aplauden lo que en minutos pasa a pertenecer al pasado. La tradición popular nos invita a arrojar a la falla papelitos que contienen palabras o dibujos que representan a aquello que quisiéramos dejar atrás, purificado por la pira de la quema. (...) Yo, en medio de unas 100 mil personas, ensordecido por el estruendo de los fuegos artificiales, lloré emocionado. Seguramente lloraba muchas cosas de mi pasado, pero también recordando con nostalgia que en pleno centro de Buenos Aires, cuando yo era pequeño, también había fallas valencianas. Los inmigrantes recordaban sus tradiciones y las compartían con nosotros, que disfrutábamos sin comprender del todo (27).
En Mar del Plata, este festejo se sigue realizando. Una noticia publicada en el diario La Capital en marzo de 2004 informa: “Desde ayer y hasta el sábado próximo se desarrolla en la ciudad de Mar del Plata la 50º edición de la Semana Fallera. La celebración es organizada por la Unión Regional Valenciana y se realiza en la céntrica plaza Colón. Todas las noches se ofrecen delicias gastronómicas y suben al escenario agrupaciones de música y baile de distintos puntos del país. (...) La celebración, con epicentro en la ciudad española de Valencia, alcanzará el máximo esplendor el sábado próximo cuando a partir de las 21 se realice un espectáculo de fuegos artificiales y luego, desde las 22, se proceda a la crema del monumento principal de la Falla 2004. La asistencia se estima entre 80 y 100 mil personas. (...) Este año la estructura del monumento principal instalado en la plaza Colón consiste en enormes castillos que simbolizan al Fondo Monetario Internacional y un galeón, que representa a nuestro país, que intenta alejarse del lugar. Entre los muñecos que forman parte de la escena se destaca la réplica del presidente Néstor Kirchner. La instalación tiene una altura de 31 metros y está confeccionada con madera y cartón. Precisamente el ritual de la "crema" consiste en prender fuego la obra de arte, que por lo general está inspirada en algún hecho saliente de la escena nacional o internacional. Los valencianos atribuyen el origen de esta fiesta a los carpinteros. Ellos trabajaban durante todo el invierno e iluminaban sus talleres con grandes candiles de aceite, utilizando un artefacto de madera llamado parot. En la víspera de San José, su patrono, los aprendices se encargaban de hacer limpieza general y en la puerta de sus talleres formaban montañas con virutas, restos de madera y el tradicional parot, que convertían en monigote, con caretas sobrantes del carnaval, sombreros y guantes. Luego quemaban los desperdicios y así nacieron las fallas” (28).
En mayo de 2000, la colectividad italiana de Mar del Plata honró las reliquias de San Antonio de Padua (29).
Santa Francisca Javier Cabrini es venerada por quienes dejaron su tierra. La religiosa “recorrió Europa y las tres Américas, fundando colegios, orfanatos, hospitales, asistiendo a los presos, mineros, y en particular a los inmigrantes más indigentes, por eso el Papa Pío XII la proclama ‘Patrona de los Emigrantes’ el 8 de septiembre de 1950” (30).
San Patricio “fue obispo y apóstol de Holanda. Nació en Escocia en 385. Por orden del Papa Celestino evangelizó Irlanda, conocida como la ´’Isla de los Santos’. Murió en 493” (31). Su día es la “fiesta de todos los celtas”. “El 17 de marzo, como todos los años, los irlandeses festejan su santo patrono. Pero desde hace tres años se unen a esta celebración, celtas de varias nacionalidades. Sólo bastó dar una recorrida por todos los pubs que se aglutinan, curiosamente, cerca de Retiro –y de la Torre de los Ingleses- para encontrarse con parejas formadas por individuos de diferentes comunidades celtas y una sola idea: beberse toda la cerveza Guiness y todo el whisky irlandés que hallaron durmiendo desde hace justo un año” (32).
Santiago Apóstol, es la fiesta de todos los gallegos. “Este mes –dice el editorial de julio de 1996- Viajero Celta hace un alto en el camino. El descanso de este peregrino lo hace en Galicia. Porque julio es el mes del Apóstol de España y duerme su sueño eterno en Santiago de Compostela. Desde estas páginas rendimos nuestro homenaje a todos los gallegos celtas” (33). En esa misma publicación, se anuncian los festejos que se llevarán a cabo el 25 de ese año, día de Santiago Apóstol: “Donación de obras de arte al patrimonio del Centro Gallego por artístas plásticos argentinos, gallegos y sus descendientes. Colocación de ofrendas florales a Castelao y Rosalía de Castro en el hall principal del Centro Gallego de Bs. As., Misa a celebrarse en la Basílica Santa Rosa de Lima” (34).
Los vascos festejan el día de San Fermín también en América, aunque sin el encierro taurino. Silvia Iceta y Fernanda Erasún explican que “este tradicional festejo navarro ‘combina lo oficial con lo popular, lo religioso con lo profano, lo local con lo foráneo, lo viejo con lo nuevo y el orden con el desorden’. San Fermín se celebra en Pamplona, Navarra, del 6 al 14 de julio y surgió de la conjunción de tres fiestas: las de carácter religioso en honor al santo, las ferias comerciales organizadas a partir del siglo XIV y las taurinas que se sumaban a la celebración de corridas de toros. (...) Explicaron que uno de los distintivos de esta fiesta es el traje blanco, ya que según una teoría los corredores del encierro de principios de siglo eran panaderos, albañiles, carniceros, pintores y otros trabajadores que usaban traje blanco para hacer sus labores. Otro sello del San Fermín es el conocido chupinazo o cohete anunciador de las fiestas que se dispara el día del inicio de la celebración al mediodía. En ese momento los presentes se anudan el pañuelo rojo al cuello y comienzan los cánticos, bailes, músicas y gritos de alegría que señalan el comienzo” (35).
La portuguesa Zulmira recuerda otras festividades de su tierra: ‘Ya con poca memoria por los años y los avatares de la vida no puedo sin embargo olvidarme de la pascua, junto con las tradicionales ceremonias de semana santa, Pues en esos días la mayoría come mucho pescado que se elabora de diferentes formas, solo el bacalao tiene 365 recetas, una para cada día, y además se comen también muchas sardinas asadas que solamente se consiguen en Portugal y algunas partes de España. También en el día de todos los santos recuerdo lo lindo que era ver a todos los niños que iban a visitar a todos sus padrinos y madrinas, esperando toda clase de cosas ricas sin que falten hasta el día de hoy las merenduinhas dulces que son como un pancito francés hecho con canela, anís hierba dulce, etc. Además de los piñones torrados y los higos secos picados, almendras y nueces. Bueno basta por que lloro mucho al recordar estos sabores. Se me viene a la mente las siete colinas sobre las cuales se edifica Lisboa con los palacios y jardines que en parte funcionan como posadas o restoranes, ver el mar verde, la desembocadura del río Tajo, la torre de Belén y muchas cosas más’ " (36).
La Kerb “constituye una de las fiestas máximas de los pueblos alemanes de Coronel Suárez, en su doble dimensión: social (reuniones con música de acordeones y ritmo de polca) y religiosa (por el sentido trascendente de la festividad litúrgica). Su origen, al igual que el nombre, proviene del centro-oeste de Alemania, lugar de donde, hace más de 200 años, emigraron a Rusia los antepasados de los alemanes del Volga que actualmente viven en Coronel Suárez” (37).
Relacionada con el catolicismo, encontramos una festividad celta, que también llega a la nueva tierra. La fiesta de Halloween, “que parece un carnaval norteamericano es nada menos que una importante celebración celta. El calendario ritual irlandés comienza con el gran festival de SAMAIN, que se celebra el 1° de noviembre. Era una fiesta en la que se realizaban ofrendas a los antepasados para compartir la buena suerte. Hoy los irlandeses en esta fecha hacen una gran limpieza de sus casas, y dejan alimentos para sus antepasados la Víspera de Todos los Santos. Por otra parte, cada 31 de octubre, último día del año según el calendario celta, bajan a la tierra los espíritus de las frutas, los vegetales y los muertos para perseguir y atormentar a los humanos. El término HALLOWEEN surge de la corrupción de la frase “All Hallows Eve” que significa Víspera de Todos los Santos” (38).

Notas
1 Anzorreguy, Chuny: El angel del capitán. Biografía del capitán croata Miro Kovacic. Buenos Aires, Corregidor, 1996.
2 Sábato, Ernesto: Sobre héroes y tumbas. Edición definitiva. Buenos Aires, Seix Barral, 1998.
3 Becker, Miriam: “Casera e italiana”, en La Nación, Buenos Aires, 23 de diciembre de 2001.
4 Becker, Miriam: op. cit.
5 Dal Masetto, Antonio: Oscuramente fuerte es la vida. Buenos Aires, Sudamericana, 2003.
6 Lojo, María Rosa: Las libres del Sur. Buenos Aires, Sudamericana, 2004.
7 Castro Marina, María Magdalena: “La Navidad en el País Vasco”, en El Tiempo, Azul, 28 de diciembre de 2003.
8 Cuda, María: “En Argentina”, en DANTE Noticias, N° 68/ Octubre-Noviembre 1998.
9 Bianchi, Alcides J.: Aquellos tiempos... Buenos Aires, Marymar, 1989.
10 Yarmolinski, Daniel y Pesce, Graciela: Bulebú con soda: tangos para chicos. Con prólogo de Horacio Ferrer. Buenos Aires, Corregidor, 2005. 256 pp.
11 Vázquez-Rial, Horacio: Frontera sur. Barcelona, Ediciones B, 1998.
12 Benítez, Rubén: La pradera de los asfódelos. Bahía Blanca, Siringa, 1988.
13 Becker, Miriam: “La última idische mame”, en La Nación, Buenos Aires, 23 de marzo de 1997.
14 Da Conceiçao, Mauro; Euguaras, Mariano; Flibert; Francisco; Marino, Roberto; Sánchez, Julián: “Sabores de una historia”, en www.ciet.org.ar.
15 Weyne, Olga: El último puerto. Del Rhin al Volga y del Volga al Plata. Buenos Aires, Editorial Tesis, 1986.
16 Báñez, Gabriel: op. cit.
17 Onega, Gladys: op. cit.
18 Diament, Mario: op. cit.
19 Fingueret, Manuela: Hija del silencio. Buenos Aires, Planeta, 1999.
20 León, Luis: “Llegaron los reyes”, en SEFARaires, N° 23, 2004.
21 En La Capital, Mar del Plata, 2001.
22 Mural pintado por Carlos Salatino y Beatriz Sevilla, en Belgrano, en 2001.
23 Fernández Díaz, Jorge: Mamá. Buenos Aires, Sudamericana, 2002.
24 Da Conceiçao, Mauro; Euguaras, Mariano; Flibert; Francisco; Marino, Roberto; Sánchez, Julián: “Sabores de una historia”, en www.ciet.org.ar.
25 Goldberg, Mauricio: op. cit.
26 Raschella, Roberto: Si hubiéramos vivido aquí. Buenos Aires, Losada, 1998.
27 Bucay, Jorge: “El encanto de empezar de nuevo”, en Clarín Viva, Buenos Aires, 4 de abril de 2004.
28 S/F: “Mar del Plata: Fallas criollas”, en La Capital, Mar del Plata, 21 de marzo de 2004, www.lacapital.com.ar.
29 S/F: “Peregrinación antoniana. Llegan hoy las reliquias de San Antonio de Padua”, en La Capital, Mar del Plata, 14 de mayo de 2000.
30 Folleto entregado en 2002 en el Hotel de Inmigrantes.
31 S/F: “Irlandeses de festejo”, en El Barrio. Periódico de Noticias. Año 5, N° 49, Abril de 2003.
32 S/F: “San Patricio Fiesta de todos los celtas”, en Viajero Celta. Año III, N° 26. Buenos Aires, Marzo de 1998.
33 S/F: “Editorial”, en Viajero Celta. Año I, N° 9. Buenos Aires, julio de 1996.
34 S/F: “Jornadas Patrióticas Gallegas”, en Viajero Celta. Año I, N° 9. Buenos Aires, Julio de 1996.
35 S/F: “El Centro Basko promueve un nuevo programa para jóvenes”, en El Tiempo, Azul, 6 de julio de 2003.
36 Da Conceiçao, Mauro; Euguaras, Mariano; Flibert; Francisco; Marino, Roberto; Sánchez, Julián: op. cit.
37 Hartmann, Carlos E.: “De Alemania a América pasando por el Volga”, en La Prensa, Buenos Aires, 7 de junio de 1998.
38 S/F: “Erin’s cakes”, en Viajero Celta. Año I, N° 12. Buenos Aires, Noviembre de 1996.

Funerales católicos

En su novela En la sangre, Eugenio Cambaceres describe con desprecio el funeral del tachero italiano. Dice que los amigos del finado “habiéndose pasado la voz para el velatorio, poco a poco fueron llegando de a uno, de a dos, en completos de paño negro, con sombreros de panza de burro y botas negras recién lustradas”. El comportamiento de los paisanos, afligidos, le merece un comentario despiadado: “Zurdamente caminaban, iban y se acomodaban en fila a lo largo de la pared, en derredor del catafalco elevado en la trastienda. Uno que otro, cabizbajo, en puntas de pie, aproximábase al muerto y durante un breve instante lo contemplaba. Algunos daban contra el umbral al entrar, levantaban la pierna y volvían la cara” (1).
Hugo Nario evoca el funeral de los hijos de los picapedreros que trabajaban en Tandil, provincia de Buenos Aires: “Frecuentemente morían niños. No pasaba día en que el fúnebre blanco no entrase en el Cerro Leones: diarrea estival, viruela, difteria, pulmonía, escarlatina. Como el pueblo quedaba tan lejos, esperaban a ver si el chico mejoraba. Luego, ya era tarde... En un principio los recursos eran escasos, y en los tiempos de suma pobreza velaban a los muertos sobre la mesa de la cocina, cubierta con una sábana. Si el muerto era demasiado corpulento y no entraba sobre la mesa, unían dos bancos largos. Velas plantadas en botellas vacías, el crucifijo que alguien prestaba (los anarquistas lo rechazaban) y flores y helechos de los jardines domésticos y de las piedras, acompañaban el duelo. Con el fúnebre venía el ataúd de pino teñido o pintado de blanco”(2).
María Teresa Andruetto evoca un funeral de la colectividad piamontesa en Córdoba: “Alguien nos alzó/ hacia el tufo de la muerta/ (se llamaba Elizabeta),/ para que viéramos” (3).
Tardío es el funeral de una japonesa. Oshiro Tana, personaje de Báñez, “se hizo célebre en una tarde cuando la policía descubrió que convivía con el cadáver de su legítima esposa desde hacía por lo menos dos años. Era tanto el amor del japonés por su mujer que a la hora de su muerte la vació, la limpió con acaroína y formol y la rellenó con estopa para conservarla a su lado. El bonsai conyugal pareció funcionar mejor que el matrimonio mismo, pues durante esos dos años Oshiro Tana no sólo continuó compartiendo el progreso de las flores junto a su esposa sino que además empezó a prepararle sus platos favoritos y a festejarle los aniversarios. El día en que lo descubrieron ella estaba tomando el café con leche en la cama, y parecía tan verídica y lozana en su desayuno que apenas si sospecharon cuando vieron que no mojaba la medialuna. Lo que más le impresionó al padre Bernardo fue la dulzura tranquila de la mujer; tanto, que no supo si rezarle un responso o concederle la extremaunción” (4).
En “Buenos Aires 1910 – Memoria del Porvenir”, vimos una foto de un funeral que nos llamó la atención. En medio de una familia, sentado en una silla está ¡el muerto!. Se sacaban así la foto para mandarla a la tierra natal, para que vieran que efectivamente el fallecido ya no pertenecía al mundo de los vivos (5).
Cecilia Caramallo, protagonista de Los dones del tiempo, biografía de Rubén Benítez, habla con su marido fallecido mientras lustra el bronce de la tumba (6).
En “Madge los viernes”, de Juan José Delaney, una inmigrante irlandesa va al cementerio. Al trasponer el umbral del mismo “pasaba a ser otra, porque iniciaba la vivencia cuya ejecución la mantenía ansiosa el resto de la semana. Mantenía la severa memoria el exacto lugar que yacían cada uno de sus seres queridos. Delante de esas tumbas alternaba oraciones con monólogos y supuestos diálogos en los que no faltaban las bromas. A veces se hacía la idea de que llevaba de un punto a otro secretos mensajes. Llegado el mediodía, hacía un alto para almorzar, y entonces desplegaba los útiles pertinentes como si se tratara del más divertido pic-nic. No se cansaba. Hablaba y reía y solamente disimulaba cuando algún otro visitante –que no estaba en condiciones de entender- pasaba cerca de ella; superada la interrupción, retomaba la actividad. A las 17:00 en punto se llegaba a la tumba de sus hermanas, al lado de la cual daba cuenta de una tacita de té” (7).

Notas
Cambaceres, Eugenio: En la sangre. Buenos Aires, Plus Ultra, 1968.
Nario, Hugo: “Cortando piedra”, en Todo es Historia, N° 178. Marzo de 1982.
Andruetto, María Teresa: Kodak. Córdoba, Ediciones Argos, 2001.
Báñez, Gabriel: op. cit..
En ”Buenos Aires 1910, Memoria del Porvenir”, en Shopping Abasto, 1999.
Benítez, Rubén: Los dones del tiempo. Buenos Aires, GEL.
Delaney, Juan José: Madge los viernes”, en The Southern Cross, Buenos Aires, 30 de setiembre de 1988.

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Evangelistas

Pedro Orgambide describe, en “La señorita Wilson”, a una inglesa evangelista, acerca de la que manifiesta uno de los personajes: “Yo he visto a la señorita Wilson en la terraza, escuchando una sinfonía de Mozart que se empinaba por las paredes grises y subía hasta los cables tendidos y las antenas de televisión y las nubes de un atardecer en Buenos Aires. Y me pareció que la señorita Wilson sonreía. No con la sonrisa de sus sesenta años, sino -¿cómo decirlo?- con una sonrisa joven, la que tendría cuando estudiaba, cuando leía a Marlowe sin entenderlo o cuando veía cruzar, por la pradera inglesa, a uno de esos jinetes como los que tiene en los cuadritos”. De ella se dice que “ ‘tiene costumbres raras. Es espiritista o algo parecido. Y hay días en que viene gente muy rara a visitarla, gente que canta salmos o cosas por el estilo; en fin, gente que no es como nosotros’. Le explico que la señorita Wilson es evangelista. Y que la oí predicar en una plaza. Los vecinos callan, divertidos. ¡Eso sí que no lo sabían! La inglesa predicando en una plaza. Nunca lo hubieran imaginado. Sí: un grupo de hombres y mujeres canta, y de pronto uno de ellos dice que la hermana Wilson (no sé si la llaman por su apellido o le dicen simplemente hermana) hablará para todos” (1).

Notas
1 Orgambide, Pedro: “La señorita Wilson”, en La buena gente. Buenos Aires, Sudamericana. Incluido en A. Castillo, D. Sáenz, H. Conti y otros: El cuento argentino 1959-1970 antología. Buenos Aires, CEAL, 1981. (Capítulo, vol. 107).


Pentecostales

Ricardo Papadopulos, “hijo de griegos y nieto de nómadas” nacido en Rosario y afincado en la ciudad de Buenos Aires, “Es el pastor pentecostal de la iglesia que convoca a 300 gitanos. Los domingos a la tarde, la vereda es un festín de polleras de colores, ojos preciosos, cabellos recién lavados y bebés regordetes. El pastor Ricardo tiene programa de televisión y de radio, y cada año hace dos viajes internacionales predicando en romaní. ‘Somos un pueblo decente. No van a ver una gitana prostituta. Nuestras costumbres son bíblicas. Un estudio dice que descendemos de Abraham y su tercera mujer, Cetura. La raza gitana es de origen israelita’, asegura el pastor” (1).

“Cuando un gitano está enfermo o fallece, todos se acercan para dar consuelo a la familia. El respeto a los muertos es una ley gitana sagrada, como su solidaridad” (2).

Notas
1 Ludueña, María Eugenia: “Ser gitano”, Fotos: Martín Lucesole, en La Nación Revista, Buenos Aires, 25 de enero de 2004.
2 ibídem

 

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Judíos

Oraron los inmigrantes judíos a bordo del Galatz, buque de carga de bandera francesa alquilado por el Barón Hirsch, en 1891. El cuarto día “empezó la tormenta con lluvia huracanada. El buque se hamacaba cada vez más fuerte. En la bodega el pasaje empezó a rodar mezclándose con los bultos y fardos. Se levantaban olas de casi ocho metros de alto que barrían la cubierta y se metían en la bodega, cubriendo con agua salada a los niños y mayores. (...) De repente llegó una orden urgiendo a todos los barones a subir a cubierta para rezar. Rezaron los Teilim (salmos) de memoria, con tanto fervor como nunca más he visto en mi vida. Entre nosotros venían tres hermanos Kaplán. El menor de ellos estaba entre los mástiles, seguramente agarrado para no caerse, y al romperse un palo le pegó en la cabeza y lo mató. Después de tres días cesó la tormenta y amaneció un día de sol. Salimos a cubierta a secar las ropas, mientras los marineros barrían y limpiaban los objetos destrozados”.
Luego de un viaje en tren, prosiguen la travesía en el vapor Pampa, el cual “llevaba unas 5 o 6 vacas en cubierta para ser faenadas por el Shoijet y tener carne kosher cada tanto, pero muchos no la comían pues las ollas eran treif (impuras)"” En el Hotel de Inmigrantes se suscita otro inconveniente: "No sé de dónde surgió la versión que los cocineros y el personal eran judíos españoles y por consiguiente todo era kosher. Y ¡ah! Por primera vez durante todo el viaje, todo el pasaje disfrutó de una buena cena. Al día siguiente una comisión de mujeres fue a investigar a la cocina para ver si salaban la carne y se encontraron con una cabeza de cerdo sobre la mesa. Volvieron amargadas y tratando de vomitar lo que habían comido la noche anterior” (1).
Vinculado a la religión recuerda Máximo Yagupsky, judío de Entre Ríos, a su abuelo: “Muchos aldeanos plantaban junto a sus casas parrales o higueras. Y cierta vez, siendo yo muy niño aún, pregunté a mi abuelo por qué había plantado una higuera y por qué en el huerto de los Kaplan había una parra. Mi abuelo se sonrió y acariciándome, me dijo: ‘Cuando seas grande y estudies la Biblia, lo comprenderás. En el Libro de Reyes, está dicho que durante el reinado del más sabio de los hombres, el rey Salomón, los judíos gozaban de paz y seguridad y cada cual se solazaba a la sombra de una higuera o de su viña’. No lo entendí cabalmente. Mi abuelo era parco en el hablar. Pero más luego, toda vez que pasaba junto a la chacra del rabí don Israel Halperín, lo encontraba sentado al pie de su higuera, envuelto en su taled, el manto ritual, estudiando Talmud o leyendo los Salmos. Comprendí que don Israel gozaba en la campiña entrerriana del solaz esperado en Sion” (2).
Otro abuelo, el de la cantante Julia Zenko, cantaba en los templos judíos (3).
Había discriminación hacia quienes no eran judíos. Mauricio Goldberg relata que un judío no quería que su hijo se juntara con católicos: “Mario conocía bien las palabras de condena que pronunciaba su padre al observar una cruz, había algo peligroso en ella pero Ernesto del segundo ‘D’ y Fito del primero ’B’ también tenían, ¡y deseaba tanto jugar con ellos!” (4).

Notas
Chajchir, Mauricio: “Viaje al país de la esperanza: Relato de un viajero del Pampa”, en La Opinión, Buenos Aires, 8 de agosto de 1976. Reproducido en Asociación de Genealogía Judía de Argentina, Toldot # 8. Noviembre de 1998.
Diament, Mario: Conversaciones con un judío. Buenos Aires, Fraterna, 1986.
Kiron: “El canto es magia”, en La Nación Revista, Buenos Aires, 27 de octubre de 2002.
Goldberg, Mauricio: Donde sopla la nostalgia. Buenos Aires, Grupo Editor Latinoamericano, 1985.


Celebración de la Vida

“Celebrando la vida Preparamos el ajuar del bebé (Az el Diara)” (1), se titula el texto en el que María Ch. de Azar describe una tradición relacionada con la llegada del primer hijo. Ella relata: “La celebración es en este caso característica de los judíos de Aleppo que coincide casi exactamente como la festejan los sefardíes de los Balcanes y de Turquía.
Testigo privilegiado de la comunidad alepina me gustaría compartir algunos recuerdos de este festejo que conocemos en árabe como Az el Diara y que los sefardíes conocen con el nombre en judesmo de Kortadura de Fashadura
Después de anunciar el primer embarazo de la hija, con la alegría que merece y que despierta en la familia (alejando así la fantasía de esterilidad) y pasado ya los cinco meses del mismo, la futura abuela participa a una reunión a las mujeres de la familia para iniciar la preparación del ajuar del bebé, especialmente dedicado a cortar los pañales y las fajas. Están invitadas las hermanas, tías, primas, hasta suegras y cuñadas, vecinas y amigas que conocen a la embarazada, donde además de festejar trabajaban en la confección de las prendas del ajuar.

Notas
1 Ch. de Azar, María: “Celebrando la vida Preparamos el ajuar del bebé (Az el Diara)”, en SEFARAires Nº38, Junio de 2005 (sefaraisres@fibertel.com.ar).


Pidión haben

El “Pidión Haben” -señala María Ch. de Azar- es “una obligación que deben cumplir los padres de los primogénitos que pertenecen a la tribu Israel, quedando excluidos de la misma los padres que pertenecen a las tribus Cohen y Levi. (...) Una de las razones por las que se hace esta ceremonia es para cumplir el precepto positivo de preservar la vida del niño ya que desde tiempos anteriores al Éxodo, los paganos sacrificaban a sus hijos primogénitos, porque los consideraban seres divinos y de esta forma le rendían tributo al ídolo Moloj. (...) La ceremonia se puede realizar en la sinagoga o en la casa ante la presencia de un rabino, familiares y amigos; se desarrolla de la siguiente forma: primero los padres llevan a su hijo ante el rabino invitado, quien les consulta ante los presentes si este niño es fruto del primer embarazo, si no hubo aborto previo y si el parto ha sido natural, no con cesárea. El rabino toma al niño en sus brazos y le pregunta al padre: “¿qué prefieres, entregarme a tu hijo o rescatarlo?” El padre responde: rescatarlo! entonces el padre sostiene los cinco selaim equivalente a 96 gramos de plata pura (monedas de plata que los rabinos suelen tener reservadas para esta ceremonia) y pronuncia las bendiciones por el rescate de su hijo, tomando las monedas las pasa sobre la cabeza del niño mientras el rabino enuncia “recibí estas cinco monedas por tu rescate, según la fe de Moisés y de Israel. Se realiza un aduz (bendición del vino) con la copa de vino prueban el rabino, los padres y abuelos junto al cohen que es testigo del acto. (...)”.

Notas
1 Ch. de Azar, María: “HISTORIA Y TRADICIONES SEFARADÍES CELEBRANDO LA VIDA III Pidión Haben”, en SEFARAires Nº 40, Agosto de 2005.


Siete Candelas

“La ceremonia Zeved Habat, más conocida entre los sefardíes como de las Siete Candelas se celebra a veces unos días después del nacimiento de la niña, o cuando esta cumple un año. Generalmente se organiza en la sinagoga, eventualmente en la casa con la presencia de un rabino, invitando a sus abuelos y otros familiares, organizando la fiesta y se prepara de la siguiente forma: la madre lleva en sus brazos a la beba y la entrega a la madrina, quien la acuesta sobre un fino almohadón de seda bordado o de encajes y puntillas, y en lento recorrido hacia el lugar de la ceremonia, donde está el rabino, los invitados expresan sus buenos deseos, mientras entregan sus alhajas, anillos y pulseras, aros y gargantillas además de confites y mogadós, como símbolo de abundancia, salud y felicidad. Se dispone una bandeja con siete velas, (en concordancia con el candelabro de 7 brazos) invitando a encenderlas a abuelos y a otras personas presentes. El rabino la bendice y coloca su mano sobre la niña, en brazos de sus padrinos. El sábado siguiente, el padre concurre a la sinagoga y es invitado a leer la Torah, pronuncia el nombre de su hija y el rabino reza el zeved habat, forma poética de referirse a la criatura. (...) Y se festeja con una excelente comida y exquisitos dulces en un brindis de color, aroma y sabor sefardí” (1).

Notas
1 Ch. de Azar, María: “HISTORIA Y TRADICIONES SEFARADÍES CELEBRANDO LA VIDA lV Zeved Habad o Las Siete Candelas”, en SEFARAires, Nº41, septiembre de 2005. 

Bris

En Villa Mantero, Entre Ríos, nació Abraham Chajchir: “El bris (circunscisión) fue realizado con gran pompa, había mohel y el administrador fue el padrino. Por eso lo llamaron también Mendel por un antepasado del administrador” (1).
En su cuento “Mate amargo”, Samuel Glusberg evoca el bris del hijo del inmigrante llegado a la Argentina en 1905: “Sabido es que: de cien judíos que llegan a juntar algunos miles de pesos, noventa y nueve gustan instalarse como verdaderos ricos. De ahí que el tío Petacovsky, que no era de la excepción, amueblara regiamente su casa, comprara piano a la pequeña Elisa, y con motivo del nacimiento de un hijo argentino, celebrara la circuncisión en una digna fiesta a la manera clásica. Era justo. Desde el asesinato del primogénito, en Rusia, el tío Petacovsky esperaba tamaño acontecimiento. Igual que Jane Guitel, él había soñado siempre un hijo varón que a su muerte dijera en su recuerdo esa oración del huérfano judío, que el mismo Heine recordaba en su tumba de lana: Nadie ha de cantarme misa,/ Nadie ‘cádish’ me dirá,/ Sin cantos y sin plegarias/ Mi aniversario fatal...” (2).

Notas
1 Chajchir, Mauricio: op. cit.
2 Espinoza, Enrique (Samuel Glusberg): “Mate amargo”, en La levita gris. Cuentos judíos de ambiente porteño. Buenos Aires, BABEL.


Abra

“La primera salida que hacían con el bebé –señala María Ch. de Azar- generalmente era para visitar a los abuelos. No se acostumbraba llevar el bebé a la calle o salir así como así a tomar un colectivo o al parque, no, sus padres armaban la primera salida, y la familia que la recibía cumplía con el ritual de hacer obsequios especiales. Los padres se engalanaban, el papá guardaba en su bolsillo una pedazo de shebe (piedra de alumbre usada para alejar miradas fuertes), la mamá adornada con sus nuevas joyas, el niño con sus ropitas primorosamente tejidas, sin olvidar de prenderle una manito de oro en el babero y una prenda celeste que podría ser la mantilla, color especialmente usado para evitar el mal de ojo. Esta visita se denomina Abra y los regalos para el varón, consisten en dos huevos duros, unos trozos de algodón y una canasta con dulces, que simbolizan larga vida, el algodón representa las barbas de rabino que esperan él se consagre, y para la niña, los regalos consisten también en dos huevos duros, un costurero y dulces, con lo cual el significado es claro, se desea para ella larga vida y buena ama de casa” (1).

Notas
Ch. de Azar, María: “CELEBRANDO LA VIDA (V) Slia, abra y otras costumbres”, en SEFARAires Nº43, Noviembre de 2005.


Slia

“Otra celebración muy importante es el Slia, celebración que se cumple cuando al bebé le sale el primer diente inferior. Invitan a familiares y amigos, se prepara un postre a base de trigo cocido, endulzado con almíbar, aromatizado con coco, canela y agua de azahar, adornado con confites de colores, monedas de chocolate, y se coloca una velita en el centro. Los invitados que participan del festejo dejan algunas joyas en la fuente del Slia incitando al bebé que tome algunas con su manito, como augurio de larga vida y en abundancia. La abuela “reza” unas bendiciones, al tiempo que esparce algunos granos de trigo sobre la cabecita del niño mientras los demás le dedican coplas con buenos deseos que terminan con el típico zagluta de las mujeres presentes (ulular de sonidos que se emite golpeteando la lengua en el paladar, para alejar los malos espíritus) expresando también la alegría y el entusiasmo que sienten por participar en dicho festejo. Si primero le sale un diente superior, es mala señal, la madre debe comprar el equivalente del peso del niño en pan y sal, para luego repartirlo entre la familia” (1).

Notas
Ch. de Azar, María: “CELEBRANDO LA VIDA (V) Slia, abra y otras costumbres”, en SEFARAires Nº43, Noviembre de 2005.


Ceremonias relacionadas con la lentitud en el desarrollo

“Cuando demoran en hablar, sin entrar en detalles de los motivos de esos atrasos, se consulta al rabino, o bien a una curandera. Esta elección, tal vez entre una prole numerosa, significa en el niño un trato especial que expresa un poco más de afecto con lo cual, a veces, le ayuda a resolver dicho atraso. Incluyo el testimonio de un informante de Aydin (1), que relata una costumbre del lugar: sobre un niño de más de un año y medio de edad, que aún no caminaba, su madre lo metió en un canasto y ambos hermanitos lo llevaban uno a cada lado, lo pasearon por las calles, echando gritos “Dale piezes, dale manos, dale piezes para kaminar” las mujeres del barrio ya sabían de qué se trataba y qué hacer, echaban trozos de pan, algunas frutas y roscas dulce. Casi siempre la comida es una forma de expresión de buenos deseos, más allá de las palabras en bendiciones, dichos y por sobre todo de la fe religiosa, Los alimentos tienen un significado y un efecto simbólico y mágico que aparece en la mayoría de las celebraciones. Algunos contienen en la raíz de su palabra equivalente en hebreo, el sentido que se le otorga, otras desconozco, pero vemos que la comida además de saciar el hambre y alimentar, contiene ese valor simbólico que acompaña a expresar los buenos augurios o alejar posibles males. En todo caso, con la sabiduría popular de los sefardíes dedicada a celebrar cada uno de los momentos evolutivos del recién nacido realza su lugar en la familia y en el grupo y mantiene atentos a los familiares que ayudan a controlar su crecimiento. (1)(H. Gutkowski , Erase una vez Sefarad, pág.266)” (1).

Notas
Ch. de Azar, María: “CELEBRANDO LA VIDA (V) Slia, abra y otras costumbres”, en SEFARAires Nº43, Noviembre de 2005.


Bar-Mitzvá

Mauricio Goldberg se refiere al Bar-Mitzvá, en su novela: “Mario pensó en la ceremonia con que David había festejado los trece años. A su memoria acudieron los recuerdos del día en que había visto a varios amigos del padre sacando los muebles, colocando largos tablones sobre caballetes y descargando sillas en un camión. Mario permaneció en un rincón, observándolo todo, maravillado de tanto alboroto poco inteligible para sus escasos años. La madre, ayudada por una pariente, se había encargado de llenar la cocina con un humo apetitoso que empañaba los vidrios de la puerta. Y luego el tumulto de la noche con la algarabía de las botellas al ser descorchadas, su padre llevando bandejas y brindando con cada uno a la salud de su primogénito, la madre colorada de emoción y trajín aceptando las felicitaciones, Alberto paseando en brazos de una vecina y el palabrerío que estallaba chisporroteante contra las paredes dejando caer términos polacos, rusos, idish y argentinos en una alegre confusión” (1).

Notas
1 Goldberg, Mauricio: Donde sopla la nostalgia. Buenos Aires, GEL, 1985.


Mezuza y Capara

En “MEZUZÁ y CAPARÁ, Costumbres para la inauguración de una casa”, María Ch. de Azar afirma: “La costumbre de hacer la ceremonia de inauguración de una casa se inspira en lo que dice la Torá (Deut.XX:5) “Que el hombre que edificó una casa nueva y no la estrenó, camine y vuelva hacia ella” Es una antigua tradición, antes de mudarse a una nueva casa, llevar gallos y gallinas para que moren en ella y colocar cerca de la ventana una botella de aceite y un paquete de harina; algunas familias agregaban un libro de rezos y un cuchillo. Pasado unos días, el shojet(1) degüella las aves en presencia de los nuevos moradores y luego, los animales junto al aceite y la harina son donados a los pobres. Esta costumbre de hacer caparot (2) fue inspirada en la recomendación del rabino Yehuda Hejasid que decía “la persona no debe morar en una casa nueva por primera vez”.
Por esta razón se llevan por lo menos un gallo y gallinas para que sean las aves los primeros moradores de la casa, que serán sacrificados por capará (expiación) de la familia que vendrá a habitarla. El aceite y la harina colocados en la casa son por siman berajá señal de abundancia, el libro de rezos para anticipar la presencia de la Ley judía que respetarán sus moradores y el cuchillo entra en la superstición, contra la envidia y los malos espíritus. (...) “ (1).

Notas
1. Ch. de Azar, María: “MEZUZÁ y CAPARÁ Costumbres para la inauguración de una casa”, en SEFARaires (www.sefaraires.com.ar), noviembre de 2006.


Festividades judías

En 1891, Mauricio Chajchir, de diez años de edad, llega a la Argentina con su familia. El relató lo siguiente: “Nos acomodamos en la casa del inmigrante. Eran los días de Janucah. Uno que otro probó encender velitas, pero venía el sereno y las hacía apagar. Se le trató de explicar que era un asunto religioso, no lo entendía hasta que al final dio su aprobación” (1).
María Arcuschín evoca el Pésaj de su infancia entrerriana: “Para dicha festividad, nuestracasa se pintaba íntegramente y se cambiaba la vajilla. Todo tenía que ser renovado. Simbólicamente puro. Al despertarnos por la mañana, y ver todo distinto, nos daba la sensación de vivir en una casa nueva. Por la noche empezaba la festividad. Nuestros padres regresaban de la sinagoga, vestidos con sus mejores ropas (...) La mesa estaba puesta con sus mejores galas, iluminada por dos candelabros ubicados en el centro.. Un botellón de grueso cristal dejaba ver el vino que papá había preparado meses antes, haciendo fermentar la uva cultivada en el huerto casero. Esta era depositada en damajuanas colocadas en la galería, y así con el calor del sol fermentaban y se convertían en zumo exquisito. Mamá llenaba las copitas destinadas a cada uno de nosotros y para los invitados que rodeaban nuestra mesa, sobrinos cuyos padres habían muerto. Compartían nuestra cena y disfrutaban el significado de los festejos. A la cabecera, en medio de las copas de papá y mamá, se destacaba muy especialmente una copita de plata, cuya trayectoria fue muy larga. Viajó desde Ucrania traída celosamente y guardada en una caja, como una preciosa carga destinada a continuar la tradición” (2).
Máximo Yagupsky evoca –en diálogo con Mario Diament- festividades judías: “recuerdo la cena de Pesaj en mi casa con la presencia de don David Garovetzky. (...) Estábamos pues celebrando la Pascua, y don David propuso un aditamento al himno Daieinu, que se canta en esa celebración. Daieinu es el estribillo con el que se cierra cadenciosamente cada uno de los versos que mencionan los portentos que Dios ha hecho a favor de Israel. Don David, levantando la voz y girando su rostro de derecha a izquierda, dijo: ‘Habría que agregar otro verso en el que dijéramos: ‘Si el Señor, a más de habernos dado la libertad de Egipto, la Santa Ley, el día sábado, etcétera, no nos hubiera hecho venir a esta tierra ubérrima, ¿nos habría, acaso, dejado satisfechos?’. Y la concurrencia meneó la cabeza y respondió daieinu, daieinu” (3).
Natalia Kohen evoca, en “El gran sueño” (4), la festividad de Pesaj. Relata la narradora, refiriéndose a su abuela llegada desde Ucrania: “Me pide que la ayude ‘aunque sea un poquito’: estamos en Pesaj (1) y me transformo en su ayudante de cocina. Colaboro con el guefilte fish (2), con los farfalaj (3) para la goldene iuj (4), y con los kneidlaj (5). Con qué fruición hundo mis manitas en la harina de matze (6) húmeda, para moldear los bocadillos. Qué trabajo me da pronunciar esas palabras en idisch, la abuela me ayuda, y también a percibir los aromas apetitosos con que se va saturando nuestro entorno”. (1) conmemoración de la salida triunfal del pueblo judío de su cautiverio en Egipto / (2) pescado relleno / (3) masa cortada en trocitos para acompañar sopas y guisos / (4) caldo de gallina / (5) bocadillos de harina de matze / (6) pan ácimo.
En “La mesa de mis abuelos”, Carlos Szwarcer evoca el Pésaj de los judìos inmigrantes: “Vivíamos en el corazón de Villa Crespo, un barrio del centro geográfico de la ciudad de Buenos Aires. (...) de todas las fiestas celebradas en ese espacioso comedor espejado, fue Pesaj la que dejó en mí la huella más profunda. Desde chico, algo simple y contundente me marcó en cada conmemoración: el significado de libertad que emanaba de su historia. Trascendió más allá de lo religioso, de la tradición o de lo simbólico, y cada año fue adquiriendo mayor dimensión. Me aferro frecuentemente a la imagen de una familia que se encuentra en algún lugar de la memoria que hoy me parece paradisíaco, eran grandes momentos iluminados por la felicidad. (...)Tal vez una de las más bellas consecuencias de Pesaj sea que a través de sus festejos comencé a entender algo sobre el sentido de la vida. Después me dedicaría a la solitaria indagación sobre mis orígenes y a consolidar una profunda vocación por la historia. Pesaj, al fin, me dejó la libertad como principio y la responsabilidad como modo de vida. Sirva este recuerdo en honor a las familias y sus encuentros, y a ciertas festividades que ayudan a vislumbrar las complejidades de la vida y a modificar los caminos de nuestra existencia” (5).
Luis León señala que la costumbre de celebrar la fiesta de Purim “llegó al Río de la Plata con la inmigración. Los sefaradíes en esas ocasiones se juntaban con otras comunidades para elegir a la reina Esther en grandes bailes, que por la proximidad con el carnaval comenzaron a llamar los ‘carnavales de Purim’ Uno de los sitios más concurridos en esas ocasiones durante muchos años, era el salón Les Ambassadeurs y sus memorables ‘purim balls’. S.M., nos envía un recuerdo de los años 30’ y 40’. ‘Cuando en la sinagoga sefaradí de Villa Crespo, se nombraba a Amán, los más jóvenes repudiábamos su nombre con signos de rebeldía consistentes en producir fuertes ruidos haciendo caer las tapas de los guardalibros posteriores a nuestros asientos” (6).
Juan Jorge Nudel relata que una familia de judíos argentinos observaba tres festividades: “Los Goldman eran una familia judía creyente si bien no practicante, que se reunían todos en las fiestas tradicionales que a estas alturas sólo consistían en tres: Pascua judía (una noche), Año nuevo judío y el día del Perdón” (7).
Yagupsky evoca asimismo el Iom Kippur, asociado a un acontecimiento desgraciado: “Recuerdo cuando en el pueblo de Domínguez, en la noche de Iom Kippur, la más sagrada para el judaísmo, unos vándalos antisemitas penetraron en la sinagoga a altas horas y profanaron los rollos de la Torá, los hombres realmente cultos e ilustrados de la catolicidad de la provincia se hermanaron con nosotros en la indignación”.
Relata que en una oportunidad, un criollo hizo una bendición en hebreo: “don Manuel del Pozo, que era el criollo que estaba con su rancho junto a nuestra casa, venía todos los viernes a escuchar kiddush. Y cuando cierta vez mi padre se había ausentado a Paraguay, llamado por menesteres religiosos, vinieron don Manuel y su esposa, doña Polonia. Yo le dije: ‘Don Manuel, esta noche no hay kiddush porque papá no está’. Me replicó: Cómo no hay kiddush? Déme una copa’. Le servimos una copa y se hizo toda la bendición consagratoria del sábado en hebreo, de memoria. Y cuando se retiró dijo todavía ‘gut shabes’ “ (8).
Luis León escribe sobre Rosh Hashaná, el año nuevo hebreo, el cual “no obstante el desfasaje del primer día con el del calendario gregoriano, es para toda la gente un momento de esperanza y alegría, donde se concentran expectativas y se busca celebrar con el resto de la familia” (9).
Nissin Mayo recuerda las vísperas de Roshana en su casa paterna: “Hacíamos selijot en casa, a la madrugada, cansados y con sueño, para exaltar a Dios y solicitarle perdón (selijot) por los pecados cometidos en el año que terminaba. Nos reuníamos mis padres (Marcos y Cadén) y nuestros hermanos, tíos, primos y amigos (los valientes de la madrugada). En los cantos que entonábamos se destacaban algunas voces sonoras y afinadas. Llegaba luego el ansiado desayuno con boios, borrecas, roscas y otras exquisiteces preparadas por mamá, que había aprendido el delicioso arte culinario sefaradí con su madre en Urlá, su pueblo natal de pescadores, en Turquía a orillas del mar Egeo, pegado a Esmirna. Después del selijot, ya estábamos espiritualmente preparados para recibir el nuevo año. Entonces nos deseábamos todos: una añada nueva que tengamos, con salud, alegría, hechos buenos, escritos en libros de vida.........Amén” (10).
Acerca de “Janucá, fiesta de la luz”, escribe María Ch. de Azar: “Entre las mujeres judías de Alepo, es una costumbre más, cuando se aproxima una fiesta, preocuparse por saber qué se debe hacer, por qué se celebra, cuál es la comida simbólica que la representa, cómo son los rituales que se cumplen, quiénes serán los protagonistas de la celebración. Y llega Janucá, los recuerdos aparecen y se acomodan. Era verano, la familia reunida en el patio, papá con su libro de rezos, mis hermanos más pequeños sentados en el umbral de la puerta, cerca de la banqueta donde estaban las velitas, que, humildes apoyábamos sobre una fuente. Ubicada como indica el precepto, sobre el lado opuesto a la mezuzá (1). Comenzaba la ceremonia cuando papá decía la bendición, preparado el shamas (2), encendía la primera vela y cada noche, cada uno tenía la oportunidad de encender la suya, que diferenciábamos por los colores elegidos. Mientras buscábamos un abrigo (las noches eran más frescas); mirábamos derretir las velas y las inquietantes sombras que en la penumbra se formaban. Nos ardían los ojos de sueño y de mirar fijo a las llamas; para irnos a dormir, sólo cuando el hilo de la última velita se ahogaba dentro del colorido aceite. (...)” (11).
El sábado es festejado por un inmigrante en la “Oda a los ganados y las mieses”, de Leopoldo Lugones: “Pasa por el camino el ruso Elías/ Con su gabán eslavo y con sus botas,/ En la yegua cebruna que ha vendido/ Al cartero rural de la colonia,/ Manso vecino que fielmente guarda/ Su sábado y sus raras ceremonias,/ Con sencillez sumisa que respetan/ Porque es trabajador y a nadie estorba” (12).
Tambièn lo festeja un personaje de Ana María Shua: “El tío Sansón llegaba jadeando, los sábados a la tarde, agotado a causa de los esfuerzos que debía hacer para no trabajar. Caminar, primero, cuadras y cuadras, para festejar el sábado en casa de su hermana porque viajar está prohibido. Golpear después con el mango del paraguas en la puerta de hierro hasta que alguien de la casa, desde el primer piso, lo escuchara, porque tocar el timbre está prohibido” (13).

Notas
1 Chajchir, Mauricio: op. cit.
2 Arcuschín, María: De Ucrania a Basavilbaso. Buenos Aires, Marymar, 1986.
3 Diament, Mario: op. cit
4 Kohen, Natalia: “El gran sueño”, en Todas las máscaras. Buenos Aires, Temas Grupo Editorial, 1997.
5 Szwarcer, Carlos: “La mesa de mis abuelos”, en SEFARaires N° 12. Abril de 2003.
6 León, Luis: “Recuerdos de la fiesta de Purim”, en SEFARaires n° 12. Abril de 2003.
7 Nudel, Juan Jorge: Pensión “La Rosales”. Buenos Aires, MILA, 2002.
8 Diament, Mario: op. cit.
9 León, Luis: “El año nuevo”, en SEFARaires, N° 9. 2003.
10 Mayo, Nissin: “Vísperas de Roshana en mi casa paterna”, en SEFARaires, N° 5, 2002.
11 Ch. de Azar, María: “Januca, fiesta de la luz”, en SEFARaires (www.sefaraires.com.ar), diciembre de 2006.
12 Lugones, Leopoldo: “Oda a los ganados y las mieses”, en Antología poética. Buenos Aires, Espasa, 1965.
13 Shua, Ana María: El libro de los recuerdos. Buenos Aires, Sudamericana, 1992.

Funerales judíos

El 21 de abril de 1896, en Europa, murió el Barón Hirsch. En la Argentina, “Durante largos meses fue llorado aquel inesperado desenlace y reinó luto en las colonias. Uno de los funerales más impresionantes se llevó a cabo en una escuela próxima al pueblo de La Capilla. Crespones negros ponían una muda manifestación de dolor en sus ventanas y en sus puertas; las grandes velas que ardían en su interior arrojaban su luz mortecina sobre el retrato del Barón, cubierto de velos negros –describe también José Liebermann-. Jinetes en briosos caballos, judíos y criollos, avanzaban en medio de un silencio rara vez interrumpido por alguna exclamación de protesta o de pena. (...) El cortejo fúnebre se fue renovando día y noche durante una semana. Eran colonos judíos que llegaban de las más lejanas aldeas para rendir el último homenaje a su redentor y cuyas voces temblaban al decir el kadisch mientras otros musitaban los salmos de David” (1).
El funeral judío es evocado por Horacio Vázquez-Rial. El viudo, gallego, “maravillado al ver que el cuerpo de Raquel, que él recordaría siempre en otra forma, era entregado a la tierra sin caja, juzgó que su retorno a lo elemental sería rápido y perfecto. Allí, en el cementerio, oyó a un anciano judío decir una frase que le acompañaría en lo que le quedase de vida; ‘Que el espíritu que el Señor le concedió regrese junto a él’ “.
En esa misma novela se afirma que los judíos tratantes de blancas no podían ser enterrados junto a sus hermanos de fe. La comunidad judía creó una organización para protegerse de la Zwi Migdal, que atraía la censura de la sociedad hacia quienes profesaban esa religión, aunque la mayoría fueran inocentes. Cuenta un tratante arrepentido: “Los judíos siempre se preocuparon mucho por la moral. Y por las apariencias. Había un comité de protección de las mujeres y los niños judíos. Hablaron con el rabino. (...) Y el rabino nos prohibió entrar al templo. Y después prohibió que nos enterraran como Dios manda” (2).
María Inés Krimer es la autora de La hija de Singer, obra en la que –escribe Damián Tabarovsky- “cuenta una historia sencilla pero potente: la muerte del padre y el duelo de treinta días que según la tradición judía deben transcurrir hasta la despedida” (3). La novela fue distinguida con el Premio del Fondo Nacional de las Artes.
“Mi duelo, lo que estoy viendo/ es el Gran Buenos Aires desde un cementerio judío./ -escribe Tamara Kamenszain- Con cara de cansado pasa arrugando un rabino/ la página de kaddish en el bolsillo./ En mangas de camisa lejos de esta pira de piedras/ asará los restos del domingo sobre otro mausoleo” (4).
Matilde Bensignor se refiere al duelo por su padre, judío sefaradí: “Cuando volvieron del cementerio, nos hicieron la Keriá. Desgarraron nuestra ropa y nos sentamos en Shivá, en el suelo, por siete días. Y comimos huevos jaminados, pasas de uva, queso. Y dijimos Kadish: (...) Sirvieron el café, sin adulzar. Y atendieron a los pobres. El que da sedacá, abalda la guizdrá. El Dio no ajarva con dos manos. Bendicho sea. Las mujeres sufús daban consuelo. Los hombres meldaban. Alababan a Dios. El duelo judío, sefaradí. Dar de comer al deudo. Acompañarlo en la Shivá. Siete días no trabajará y once meses, dirá Kadish. Al año, colocará la Matzevá. Y cantaron Salmos de Teilim... Los cánticos de David” (5).
Mauricio Goldberg es el autor del Kadish para el hombre de la valija (6), obra en la que “Samuel Glezer, un pequeño comerciante casado y con dos hijos adolescentes, es el responsable de exhumar el recuerdo de su padre, súbitamente fallecido. Su hermano es una figura ausente y su madre oscila entre la sobreprotección y la melancolía; ambos parecen desentenderse a su modo del duelo que toda pérdida conlleva. A instancias de su madre, Samuel escribe a los amigos de su padre, como él emigrantes forzados y sobrevivientes del exterminio nazi. A medida que recibe sus respuestas, Samuel se ve involuntariamente impulsado a un viaje en la memoria, que lo llevará a recordar su adolescencia en Colonia Doctor Levin y a rescatar situaciones y voces que resuenan en la identidad del pueblo judío. A través de una voz narradora pródiga en emoción contenida, Mauricio Goldberg ofrece en esta novela una reconstrucción de la figura paterna, al tiempo que reflexiona sobre los ciclos implícitos en toda vida” (7).
En “Villa Crespo de mi infancia”, José Mantel recuerda un midrash, “encuentro para homenajear a un difunto” que se organiza al cumplirse un aniversario de la muerte de un judío. En esa oportunidad “el ‘arrecibido que le sea’ era la infaltable frase para que le llegasen al difunto las oraciones, al terminar. Y ‘cafés alegres’, el deseo de despedida” (8).

Notas
1. “Shalom Argentina. Historia de la inmigración judía. Primera parte: manos para labrar la tierra”, en www.lavaca.org.
2. Vázquez-Rial, Horacio: op. cit.
3. Tabarovsky, Damián: “La hija de Singer, por María Inés Krimer”, en Clarín, Buenos Aires, 29 de junio de 2002.
4. Kamenszain, Tamara: “El ghetto de La Tablada”, en Clarín, Buenos Aires, 5 de abril de 2003.
5. Bensignor, Matilde: De miel y milagros (Evocaciones sefardíes). Buenos Aires, Editorial Milá, 2004.
6. Goldberg, Mauricio: Kadish para el hombre de la valija. Buenos Aires, Galerna, 2004.
7. S/F: “ ‘Kadish para el hombre de la valija’. Mauricio Goldberg, Galerna, 2005”, en El Día, La Plata, 23 de abril de 2005.
8. Mantel, José: “Villa Crespo de mi infancia”, en SEFARaires, N° 3, julio de 2002.

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Musulmanes

Festividades musulmanas

“La religión impone a los musulmanes dos celebraciones importantes. Una es la ‘fiesta del sacrificio’, en la que se recuerda el día en que Abraham estuvo a punto de sacrificar a su hijo Isaac para probar su fe en Dios, y que finalmente fue reemplazado por el sacrificio de un cordero. Isaac se considera un antepasado de la raza. La otra fiesta celebra el fin del ayuno del mes de Ramadán. Durante ese mes no se debe comer ni tomar nada durante las horas diurnas. Eso purifica el espíritu y el cuerpo, al tiempo que lleva al fiel a comprender la extrema pobreza y en cierta forma participar de ella” (1).
Escribe Muhammad A.R. Ciarla: “en medio de una sociedad católica de un país que reconocía la libertad de cultos, pero con una iglesia poderosa y conservadora, los musulmanes de Argentina se reunían discretamente, casi en secreto, en residencias privadas para celebrar las oraciones de las fiestas, y para continuar preservando su identidad islámica. Fue hacia finales de la década de los veinte cuando se fundaron las primeras entidades islámicas registradas legalmente, y en 1928 aparece en Córdoba la Sociedad Árabe Musulmana de Socorros Mutuos, y surgen otras en Buenos Aires, Mendoza y Rosario, hasta fundarse, en 1957, el Centro Islámico de la República Argentina, que era la asociación que representaba a todos los musulmanes del país. Tenía en su sede un gran salón que fue la primera mezquita del país, con un imam enviado por el Ministerio de Culto de Egipto. Veinte años más tarde, se construye en Buenos Aires la primera mezquita, en estilo arquitectónico sirioegipcio, y poco después, la Mezquita de Córdoba, en el centro del país, y luego la mezquita de Mendoza. En 2001 se inaugura en Buenos Aires, a pesar de una fuerte oposición por parte de ciertos sectores, el Centro Cultural Islámico y Mezquita, un monumental complejo en Palermo, una zona muy importante de la capital. El vocablo árabe da'wah, significa invitación, y en el contexto islámico es la prédica o propaganda religiosa. Lanzarse a tal actividad en Argentina algunas décadas atrás, era cosa insólita. En 1970, en la ciudad de Córdoba, un grupo de jóvenes musulmanes incursionó en esa experiencia, y es entonces cuando se producen las primeras conversiones. Los conversos eran jóvenes que provenían en su mayor parte de grupos hippies o de la izquierda. Diez años más tarde se organizan en un grupo, Yama'at ash Shabab al Muslim, la primera organización en Argentina cuyo fin es la da'wah, y por cuyo intermedio se islamizó gran cantidad de personas, en su mayoría jóvenes y de buen nivel intelectual. Otra entidad de Buenos Aires, El Centro de Estudios Islámicos desarrolló también actividades de da'wah con resultados bastante exitosos. Comenzaron también a surgir grupos sufíes, formados en general por personas lectoras de Gurdjief, René Guenon o Idrís Shah, deseosas de tener experiencias internas. La mayor parte de dichos grupos están dirigidos por personas con un conocimiento muy limitado del Islam” (2).
“El día 9 de diciembre de 1999 al aparecer en el cielo la luna creciente, la Comunidad Musulmana da comienzo a una de las más importantes festividades del Islam: el Ramadán. Esta festividad que transcurre a través de todo un mes, corresponde al año 2000 Cristiano. Al ser el calendario Musulmán puramente lunar, no tiene más de 354 o 355 días, siendo 11 días más corto que el Cristiano; con lo cual puede existir una diferencia de un día en la fecha dada y la aparición del creciente en el horizonte de alguna localidad. El mes Santo de Ramadán, se recibe con gran fervor religioso en el mundo islámico. Las tradiciones religiosas y sociales durante Ramadán han permanecido inalteradas y han unido a los musulmanes de hoy con sus antepasados. Es esta celebración, la más rigurosa disciplina espiritual impuesta: ayuno anual durante todo el mes de Ramadán, el noveno mes del calendario islámico; ayuno que llegó a ser obligatorio para todos los musulmanes adultos, hombres y mujeres” (3).
“El mes de ramadán” (4), nos informa acerca de “Los actos preferibles en la noche del decreto”: “Las noches del 19, 21 y 23: Según numerosas narraciones una de ellas sería la Noche del Decreto. Esta es una noche única en todo el año, ninguna otra tiene tal bendición ni mérito. La adoración en ésta supera a la adoración de mil meses. En esta noche se decreta el destino del ser humano para el año venidero, descienden los ángeles y el espíritu (un ser superior a los ángeles), con la anuencia de Dios y visitan a la “Prueba de la época” (Imam Mahdi P.) y le presentan lo decretado para los seres humanos. Las prácticas de estas noches se dividen en dos partes, una común a las tres noches y la otra específica a cada una de estas noches”. A continuación se detallan las prácticas y se incluyen oraciones en árabe y castellano.

Notas
1 Wolf, Ema y Patriarca, Cristina: La gran inmigración. Buenos Aires, Sudamericana, 1991.
2 Ciarla, Muhammad A.R.:”Argentinos al islam LOS MUSULMANES EN ARGENTINA”, en La Nacion 4 de mayo del 2003.
3 Mezquita At-Tauhid: “Ramadán”, en www.organizacionislam.org.ar.
4 Sai Baba: “Ramadán”, en www.saiweb.org/festividades.


Funerales islámicos

Habla el Arq. Mohamed Hallar, lo hace en idioma árabe y luego lo traduce: "(...) Comenzamos analizando la necesidad de difundir el Islam en nuestra propia lengua española, y nos encontramos con que había una falencia muy grande en material en español, no solamente para la Argentina, sino para toda Latinoamérica, una idéntica situación. Entonces nos planteamos objetivos y metas a trazar. Hace 4 o 5 años el auge de la computación era de rigurosa actualidad, entonces ideamos una página de Internet que Alhandullillah ya han visitado más de 10 000 personas. En ella volcamos los conceptos y principios del Islam para los musulmanes que no tienen un buen conocimiento de nuestra doctrina y prácticas, para los que lo tienen y quieren reforzarlo y para las personas que quieren conocer nuestra religión, la religión de Allah Subhana Hua Tahala. Comenzamos con un gran esfuerzo y un gran sacrificio esa Página de Internet, pero lamentablemente caímos en la cuenta que a América Latina todavía le falta un tiempo determinado para que la comunidad pueda acceder a Internet en forma generalizada. Por ese entonces y paralelamente habíamos comenzado a editar algunos libros islámicos: 'Los Funerales en el Islam', porque nos tocó muy de cerca las vicisitudes y la falta de información que teníamos cuando murió Carlitos Menem (h), que como todos recuerdan se veló y se realizaron las prácticas islámicas en su funeral. Entonces dijimos que era necesario que en cada casa de Argentina y América Latina tenga el Libro de los Funerales en el Islam” (3).

Notas
1 S/F: “Acto islámico”, en www.revistaarabe.com.ar.


Fuera de la religión

El pintor Georg Miciu Nicolaevici “nació en 1946 en Bludenz, Austria, y llegó al país a los cuatro años, junto con su familia”. Entrevistado por Héctor M. Guyot, él afirmó: “Huyo de las religiones. Mi padre fue educado como ortodoxo griego y después pasó al protestantismo, pero yo me he salido de cualquier religión. Trato de ser cristiano, pero eso es una vivencia, no una doctrina” (1).

Notas
1 Guyot, Héctor M.: “GEORG MICIU El pintor de la Patagonia”, en La Nación Revista, Buenos Aires, 4 de septiembre de 2005. Fotos: Daniel Pessah.

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Casamientos

El casamiento es una de las formas en las que el inmigrante se integra a la nueva sociedad. En un texto de Fray Mocho vemos a dos argentinas intentando una alianza matrimonial con un inmigrante, mas la misma no se da porque el italiano declara estar casado ya en su país. Ante esta situación, la tía de la joven lo increpa: “-¿Y que más quedrá este condenao?... ¡Se necesita ser un gringo afilador, pa crer que una muchacha como mi sobrina sea capaz de fijarse en él si no es para casarse!... ¿Pa qué estarán los criollos?... ¡Aura mismo le habi’avisar al escribiento que no habías sido lo que parecés... condenao!... ¡Si hasta facha e’criminal en tu tierra t’estoy encontrando... verás con quién te has metido a tirar tiros al aire!...” (1).
Sabemos que muchos extranjeros regresaron a sus patrias, pero otros dejaron atrás su pasado y crearon familias con mujeres de nuestra tierra. Alrededor de esta situación gira la existencia del protagonista de El mar que nos trajo, de Griselda Gambaro, quien se ve obligado a regresar a su país de origen (2), y del abuelo de la lombarda Laura Pariani, quien abandona a su familia italiana, y forma una familia nueva con una mapuche (3).
En el tango “Un gallego”, con música de H. Fréderic, escribe Armando Tagini: “Los ojazos de una criolla,/ que con frecuencia le vieron,/ en el gaita produjeron/ la llama de la pasión./ Y un puro amor/ nació con gran frenesí” (4).
Haberse casado con alguien con una historia distinta, puede volver difícil la convivencia. En Cuando el tiempo era otro, escribe Gladys Onega: “otro dolor eran las peleas entre mis padres, y que además los chicos magnificábamos. Estaba el choque de culturas entre un gallego y una criolla que nunca pudo entender la cultura gallega” (5). No sucedió lo mismo a los padres de Patricia Palmer. Dijo la actriz: “Mi padre era economista y filósofo, un catalán de ideas anarquistas que venía del horror de la guerra. Mi mamá, en cambio, era una nena bien de acá, hija única, y no había vivido nada. Pero cada uno fue el complemento perfecto del otro” (6).
Algunas mujeres recibían la “llamada” de sus novios o maridos. En Amor migrante, de Stella Maris Latorre, un gallego escribe a su novia, en 1943: “sabes Olimpia no es tan fácil la vida aquí como la pintan, todo lo que tengo me ha costado mucho sacrificio, sobretodo gran dolor el no tener donde apoyar la cabeza para derramar esas lágrimas a veces por las grandes injusticias, a las cuales no puedes hacerles frente, porque siempre eres uno de afuera y debes agachar la cabeza, ahora estoy muy bien pero pagué mi derecho de piso como le llaman aquí. Ahora soy patrón, este hotel está esperando a su patron, pienso que ya es tiempo de que vengas aquí a Buenos Aires, nos casaremos en una Iglesia que se llama De La Piedad es muy antigua y hermosa, queda cerca de nuestro hotel; ya ves lo que digo ‘nuestro Hotel’, (...) quiero que me contestes pronto, quisiera que para el mes de septiembre a más tardar te decidas a venir, en esa época aquí es primavera, es una época hermosa, donde florecen las plantas, las amarillas se llaman aquí son las xestas nuestras, así florecerá nuestro amor, deseo me contestes pronto, haremos los preparativos, para hacer una boda bonita, como tú te lo mereces, no te ates por tus hermanos, más adelante los podemos traer si ellos quieren venir, Olimpia haz de cuenta que estoy a tu lado acompañándote, pronto lo estaremos de verdad, ya verás te acostumbrarás (...) espero me contestes pronto, disculpa que insista pero necesito poner fecha de casamiento. Me despido de ti con un abrazo de tu Manuel Machado Ocampo” (7).
En La Australia argentina, relata Roberto J. Payró: “Miss Mary X venía de Londres, se había detenido en Buenos Aires sólo para aguardar la partida del transporte, y se dirigía a Río Gallegos, también en busca de una posición social. Iba a casarse. Ella misma nos hizo la confidencia: en la capital del territorio de Santa Cruz la aguardaba un prometido, un inglés, mister M., bien colocado, estanciero, a cuyo lado pensaba ser feliz. Lo conocía desde muchos años atrás, y no lo había visto hacía largo tiempo. El compromiso se contrajo por medio del correo: ‘Si usted quiere casarse...’ ‘Sí señor; quiero...’ ‘Entonces venga, que la aguardo...’ E iba. Iba sola, defendida únicamente por su valor de inglesa acostumbrada a manejarse por sí misma en el mundo, y por el natural respeto de los demás; los sajones han observado bien y prácticamente: mejor defensa es la educación que el cerrojo, y la mujer modesta y enérgica lleva una égida en que se embota, en medio de la sociedad naturalmente, la grosería y el apetito de los hombres” (8).
Algunos extranjeros se casaban por poder, práctica que Syria Poletti consideraba un anacronismo. Su novela Gente conmigo obtuvo el Premio Internacional de Novela convocado por Editorial Losada en 1961, y el Premio Municipal de Buenos Aires en 1962. En esa obra, la traductora Nora Candiani expresa: “Jamás pueden llevarse bien los que no se conocían de antemano y resuelven casarse por poder como quien resuelve entre dos males: o eso o la miseria (...) Es una escapatoria, no una elección. Todas esas muchachas que llegan aquí casadas por poder y se enfrentan con la incógnita de un marido desconocido me dan la impresión de seres arrojados por algún éxodo... No sé... Una especie de aluvión acosado por fuerzas oscuras que desborda por el mundo a tontas y a ciegas...” (9).
Aurora Fiorentini describe la ceremonia religiosa de casamiento por poder. Una inmigrante italiana “llegó a la Argentina en el año 1954, después de casarse por poder con su antiguo novio, su paisano, que había llegado algunos años antes para hacerse una posición y estaba trabajando con mi padre. Cómo se actuaba en estos casos? La novia se casaba en la iglesia de su pueblo y en el lugar del marido actuaba un representante. Por suerte Laura (llamémosla así) se casaba con su novio y en la ceremonia estaba presente su cuñado. Pero tantas muchachas llegaron a la Argentina casándose por poder y habiendo conocido a su esposo sólo por carta y por fotos, recién lo conocían en persona una vez llegadas aquí, jóvenes y solas, habiendo dejado atrás la familia y su patria” (10).
En su novela Mientras la luz se va (11), Noemí Cohen relata “la historia de Elena, una joven sefardí que viaja desde Alepo a la Argentina, a principios del siglo XX, para encontrarse con su futuro y desconocido esposo” (12).
En Moira Sullivan, de Juan José Delaney, la protagonista escribe una carta fechada en 1932, en la que expresa: “Debo decir que pese a que los hijos de Erín se jactan de haberse integrado con el resto de la población, la verdad no es exactamente así. Tienen sus propios colegios, sus propios templos y clubes, y quien comete la osadía de casarse con un “nap” (¿napolitano y por extensión italiano?) o con un “gushing” (derivado, probablemente, del verbo inglés to gush, que significa hablar con excesivo entusiasmo y que es un neologismo para aludir a los gallegos y también por extensión a los españoles), se aíslan o son lenta pero inexorablemente segregados. En verdad esto ocurre con casi todas las comunidades extranjeras que se han radicado acá: árabes, armenios, ucranios y, muy especialmente, judíos. Para no hablar de los británicos que a su injustificado desdén agregan cierto cinismo ancestral” (13).
En “Tablero desierto”, cuento de Héctor Alvarez Castillo, un alemán contrae enlace en la nueva tierra. Relata el protagonista: “La historia familiar que alcancé a conocer es sencilla. Si soy sincero debo confesar que a ella la vi más de un par de veces. Mi amigo descendía de alemanes. Su padre llegó a Buenos Aires durante el segundo gobierno de Irigoyen en un barco que lo trajo de África, de un continente que no era su país, a otro más alejado aún del mundo en el que se había criado. Provenía de una ciudad cercana a Berlín. En ella había logrado un título de ingeniero que lo conectó dentro de la comunidad germana ya instalada en el Río de la Plata y, en una de las reuniones a las que con frecuencia era invitado, la esposa del hombre con quien comenzara a trabajar le presentó a Eloisa. Una joven delgada que vio a su primer hombre en esa velada con el pudor y la ambición en tornadizo vaivén” (14).
Cuenta Sara Kinderman: ‘Soy una casamentera de la década del 30 y del 2000. Guardo las fichas de recuerdo –dice ella, que ya cumplió 66-. Casé a varias generaciones de una misma familia’. Lo suyo son los enlaces hebreos. ‘¿Viste las cosas terroríficas que nos pasaron a los judíos? La gente de la colectividad quedó destrozada. Son los que más me necesitan. Nunca discriminé a otras colectividades, pero primero quiero acomodar a mi gente’, asegura sentada frente a una mesa con mantel bordado al crochet” (15).
En Frontera sur, un gallego dice al padre de su novia judía: “Si usted lo aprueba y ella lo desea, nos casaremos. Entonces Raquel será rica, porque yo soy rico. También debo informarle que si usted no lo aprueba, pero ella lo desea, nos casaremos sin su bendición. Estamos en la Argentina, no en el sur de Polonia. Eso es todo” (16). El judío manifiesta no tener prejuicios.
Dina Dolinsky recuerda: “En el caso de mi familia la colonia piamontesa fue aquella en la que se dio con mayor énfasis el mestizaje cultural. Era corriente, cuando yo era adolescente, que miembros de aquella comunidad entendieran el idish y la nuestra el piamontés o al menos el italiano. Creo que aún con el gran número de matrimonios mixtos se mantuvo nuestra identidad sin desdibujarse” (17).
Un asturiano, personaje de uno de los relatos de Hilel Resnizky, tarda en aceptar a su yerno judío: “El viejo José Molinas era testarudo y, para decirte la verdad, tacaño. Por muchos años alejó de sí a su yerno judío, enfrentándose con el rencor de su hija. Al final se rindió y lo hizo socio. Molinas & Grun. ‘San Jacobo’. Así llamó Marcos Grun a la estancia que compró en Santa Cruz, en recuerdo de su padre” (18).
Para un personaje de Ana María Shua, el casamiento fue el origen de conflictos familiares: “Tía Judith contó que un día estaban todos sentados comiendo y el abuelo se paró y dijo que en su mesa no podía comer una hija suya que anduviera con un cristiano. Tía Judith le dijo que no pensaba levantarse y que tampoco pensaba dejar a su novio. Entonces el abuelo Gedalia, que nunca la había tocado para hacerle una caricia o darle un beso (según decía la tía Judith), se levantó de la silla y la agarró del brazo y la llevó al vestíbulo y le pegó, y la tiró al suelo (según decía la tía Judith) y la pateó hasta dejarle todo el cuerpo lleno de moretones y le dijo que ya no era su hija (según decía la tía Judith)” (19).
Sufre un judío creado por Mauricio Goldberg, al enterarse de que su hijo está enamorado de una mujer ajena a la colectividad. El hombre se pregunta: “ ‘¿Acaso no le importan su madre, la gente, los clientes? ¿Qué voy a decir? ¿Qué mi hijo se casó con una ‘goie’ de Chacarita?... ¡Qué me importa la familia!, dirá. ¿Te das cuenta de lo que nos hace? Pero yo debería habérmelo imaginado. Lo único que entienden es una cachetada. Si pudiera darle todas las que olvidé ¡Si pudiera sacarle esas ideas que tiene! Dice que la quiere y que...” (20).
Una italiana católica conoce a su futura nuera, alemana protestante: “La señora Irene era muy católica, de comunión diaria y colaboraba con el párroco en las labores sociales de Adrogué. El hecho de que Christina fuera protestante no contribuyó a facilitar las cosas” (21).
Entre los armenios, “la marcada conducta matrimonial endogámica responde a la desaprobación de los matrimonios mixtos en el seno de la comunidad por una cuestión de autodefensa del grupo” (22).
“Los gitanos también se han aggiornado en otras costumbres. Antes los casamientos o las uniones de pareja las acordaban los padres y debían hacerse entre gitanos. Ahora cada cual tiene derecho de elegir con quien va a formar pareja. Incluso puede hacerlo con alguien que no pertenezca al pueblo. Margarita nació en Catamarca, su marido la conoció en algún punto del viaje a ningún lugar y el amor no se tuvo en cuenta a la hora del casamiento. "Los padres de él me pidieron. Lo acepté porque era gente muy buena, me trataba muy bien y me enseñaron todo. Yo no lo quería, pero igual tuve que aceptarlo". Después confiesa que "la primera noche me gustó" y se quedó con él. "Nosotros somos así, respetamos mucho a nuestros padres y suegros". La madre de Margarita no quiso a su marido porque "era flojo para los negocios, pero nacimos nosotros y por vergüenza no lo dejó". Los dos están fallecidos. Ella había nacido en Roma y él en Grecia” (23).

De la colectividad italiana es el festejo que recuerda Carlos Ibarguren, en La historia que he vivido, sus memorias. Se ha casado Darío Nicodemi: “el casamiento fue celebrado con una fiesta en la modesta casa del barrio en que vivía la novia. Concurrió allí invitado el elemento gringo de la vecindad con sus respectivas familias –algunas con hijos argentinos- y varios amigos de Darío, entre los que yo me contaba. Se bailó animadamente hasta la madrugada en el patio, al compás del acordeón, ocarina y flauta; de la cocina, donde se jugaba a la morra, partían vociferaciones en italiano, mientras el moscato y el nebiolo espumante enardecían los ánimos sin distinción de edad, sexo ni nacionalidad; y aún recuerdo cómo nos atrajo a los muchachos la bella Carlota, hermana del desposado, que resultó esa noche, reina indiscutida de aquel regocijo meridional” (24).
También en los casamientos ucranios se tocaba el acordeón. Lo recuerda en una entrevista el Chango Spasiuk, quien tocó en ellos durante su infancia (25).
En Palermo, en las primeras décadas del siglo XX, Fernando Da Salerno, protagonista de un cuento de Fernando Sorrentino, se casa con una descendiente de libaneses. Relata el narrador: “En aquella época los árabes –o, al menos, los libaneses de doña Ibrahima- tenían la costumbre de que los recién casados se retirasen temprano de la fiesta para tener su primera cena en su nueva casa” (26).
Carlos Szwarcer se refiere a los casamientos sefaradíes: “El Izmir ofrecía un ámbito para la magia, el ensueño y la sensualidad a un público casi exclusivamente machista. Aquellos varones que lo frecuentaban para acortar la distancia entre la Reina del Plata y sus lejanos pueblos de mar se casaban. La ceremonia religiosa, con ritual sefaradí, se iniciaba generalmente a la vuelta, en el Gran Templo de Camargo 875 y algunos mozos del lzmir se convertían en ‘mozos de boda’ ” (27).
La alegría de los esponsales judíos en el litoral es evocada por Máximo Yagupsky, quien dice: “El casamiento judío consistía de grandes celebraciones. Se improvisaba una gran tienda hecha con las lonas que se usaban para proteger las parvas de las lluvia. Se hacía un alegre festín con todo el ritual, la jupá, es decir, el palio nupcial, la música y danzas. Y naturalmente había mucha comida y había también comida para los gauchos vecinos, los cuales se reunían afuera a saborear los manjares y dulces. Y mientras los músicos ejecutaban melodía judías o rumanas, los gauchos, afuera, tocaban el bandoneón o la guitarra y bailaban también. En algunas ocasiones se cruzaban las rondas del freilej o la tijera, con el chamamé, el tango y el pericón” (28).
Refiriéndose a las colonias judías de Entre Ríos, afirma Samuel Aizicovich: "Deseo recordar cuan intensa e interesante fue toda esa convivencia que se disfrutaba en las colonias. Cuántos matrimonios se formalizaron entre sus chicos y chicas. Y todas las familias estaban invitadas, no sólo a la fiesta de casamiento sino que -especialmente las mujeres- cumplían tareas en la preparación de las comidas para una verdadera fiesta judía, mientras los hombres colaboraban en preparar el salón de lona en los patios de las casas de las novias. A propósito, recuerdo muy vívidamente una fiesta de casamiento en nuestra familia, en una de las colonias. A la fiesta ya habían llegado un gran número de invitados y de pronto debió suspenderse todo para el día siguiente por una torrencial lluvia que hizo desbordar los arroyos, ¡y esto impidió que llegaran el novio y su familia! Por otra parte estaba la costumbre de recibir al novio a media legua de la casa de la novia, con una orquesta, y esto tampoco se pudo concretar por los caminos barrosos" (29).
En las colonias alemanas del Volga –escribe Olga Weyne- , “otra ceremonia realmente pintoresca –en la que parece haber alguna influencia rusa- era el casamiento. Antes de la boda propiamente dicha, se realizaba una teatralización grupal del pedido de mano y hasta se podía simular un rapto de la novia. Toda la aldea participaba en los festejos, todos acudían a la ceremonia religiosa y posteriormente al festín, generosamente servido, que podía durar días” (30).
En Santa Fe, Estanislao Zeballos asiste al casamiento del colono belga Wart. Acerca del festejo que sigue a la ceremonia religiosa, escribe con su particular ortografía: “Nos encaminamos al Hotel de la Amistad, buen edificio situado cerca del templo y en la plaza. El Hotel pertenecía a Wart por el día y la noche, pues debían celebrarse allí las bodas, en unión de los numerosos convidados, á los cuales acababan de agregarse las autoridades políticas y judiciales. En un vasto salón estaba preparado el banquete de ciento treinta cubiertos, con un servicio y menú que fue para mí otra sorpresa. Era digno de un restaurant metropolitano de segundo orden y los vinos estarían bien en una mesa de la Confitería del Aguila o del Café de París. (...) El baile tuvo para mí su momento de sorpresa y casi diré de angustia. Los colonos acostumbran hacer un intermedio a media fiesta para tributar homenage a la República Argentina, bailando un aire nacional: el gato. La costumbre exige que sea bailado por el argentino más distinguido que asiste a la fiesta, el cual elije su compañera. El honor correspondía al coronel Rodríguez, pero atenta su edad fui designado yo y no hubo excusas, ni remedio. Consoléme elijiendo una preciosa colona y haciendo la señal de la cruz, evoqué mis recuerdos del Carcarañá y la Candelaria y salí del paso más muerto que vivo, entre los aplausos y aclamaciones del gran círculo de espectadores” (31).

Notas
1 Alvarez, Sixto (Fray Mocho): Cuentos. Buenos Aires, Huemul, 1966.
2 Gambaro, Griselda: El mar que nos trajo. Buenos Aires, Norma, 2001.
3 Patat; Alejandro: “El país de los sueños perdidos”, en La Nación, Buenos Aires, 28 de abril de 2002.
4 Tagini, Armando: “Un gallego”, en www.todotango.com.
5 Duche, Walter: “Todos tenemos derecho a escribir nuestra historia”, en La Prensa, Buenos Aires, 18 de julio de 1999.
6 Madrazo, Cecilia: “10 cosas que sé”, en La Nación Revista, Buenos Aires, 13 de octubre de 2002.
7 Latorre, Stella Maris: Amor migrante. Buenos Aires, De los Cuatro Vientos Editorial, 2004.
8 Payró, Roberto J.: La Australia argentina, fragmento incluido en Wolf, Ema (texto) y Patriarca, Cristina (investigación): La gran inmigración. Ilustraciones de Daniel Rabanal. Buenos Aires, Sudamericana, 1997. Sexta edición. 226 páginas. (Sudamericana Joven Ensayo).
9 Poletti, Syria: Gente conmigo. Buenos Aires, Losada, 1962.
10 Fiorentini, Aurora: “Recuerdos de una emigrante italiana”, en www.italy-news.net.
11 Cohen Noemí: Mientras la luz se va. Buenos Aires, Losada, 2005. 216 pp.
12 S/F: “Novela de Noemí Cohen en Losada”, en Raíces, www.revista-raíces.com. Noviembre de 2005.
13 Delaney, Juan José: Moira Sullivan. Buenos Aires, Corregidor, 1999.
14 Alvarez Castillo, Héctor: “Tablero desierto”, del libro de cuentos inédito "En la noche".
15 Artusa, Marina: “Se ha formado una pareja”, en Clarín Viva, 30 de mayo de 2004. Fotos: Ariel Grinberg y Enrique Rosito.
16 Vázquez-Rial, Horacio: Frontera sur. Barcelona, Ediciones B, 1998.
17 Dolinsky, Dina: “Argentina, judía, provinciana, médica, narradora...”, en Feierstein, Ricardo / Sadow, Stephen (compiladores): Recreando la Cultura Judeoargentina/3 Crecer en el gueto. Crecer en el mundo Tercer Encuentro Internacional de Intelectuales Rosario 2005. Buenos Aires, AMIA, 2005.
18 Resnizky, Hilel: Puentes de papel. Buenos Aires, Milá, 2004.
19 Shua, Ana María: El libro de los recuerdos. Buenos Aires, Sudamericana, 1994.
20 Goldberg, Mauricio: Donde sopla la nostalgia. Buenos Aires, Grupo Editor Latinoamericano, 1985.
21 Ayala; Nora: Mis dos abuelas. 100 años de historias. Buenos Aires, Vinciguerra, 1997.
22 Boulgourdjian-Toufeksian: Nélida: “Los armenios en Buenos Aires”. La recosntrucción de la identidad (1900-1950). Buenos Aires, Centro Armenio, 1997.
23 S/F: “Los gitanos de Tres Arroyos conservan sólo retazos de su cultura”, en El Periodista de Tres Arroyos, Noviembre de 1999.
24 Ibarguren, Carlos: La historia que he vivido. Buenos Aires, Biblioteca Dictio, 1977.
25 Guerriero, Leila: “Chango Spasiuk. Chamamé por el mundo”, en La Nación Revista, Buenos Aires, 14 de enero de 2001.
26 Sorrentino, Fernando: “Hombre de recursos”, en La venganza del muerto y otros cuentos con astucias. Buenos Aires, Alfaguara, 1997.
27 Szwarcer, Carlos: “El café Izmir”, en Todo es historia, N° 422, Septiembre de 2002.
28 Diament, Mario: Conversaciones con un judío. Buenos Aires, Fraterna, 1986.
29 Aizicovich, Samuel: Viaje al país de la esperanza. Buenos Aires, Milá, 2006. 64 pp.
30 Weyne, Olga: El último puerto Del Rhin al Volga y del Volga al Plata. Buenos Aires, Editorial Tesis/ Instituto Torcuato Di Tella, 1986.
31 Zeballos, Estanislao: La rejión del trigo. Madrid, Hyspamérica, 1984.

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En la alegría, en la tristeza, siempre está presente la religión ancestral, la misma que enlaza el pasado con el presente, y se proyecta hacia el futuro.

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