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Indice

1. Introducción
2. Inmigrantes
3. Exiliados
4. El Hotel de Inmigrantes
5. Destinos
6. En testimonios
7. En memorias
8. En biografías
9. En periodismo
10. En costumbrismo
11. En historietas
12. En novelas
13. En novelas infantiles y juveniles
14. En cuentos
15. En cuentos infantiles y juveniles
16. En poemas
17. En letras de tangos y canciones
18. En teatro
19. En cine
20. En video
21. En televisión
22. En fotografía


Introducción

Alberto Sarramone, quien ha escrito varios libros sobre la historia de la inmigración en nuestro país, afirma que “La noción exacta y actual de emigración, en general, tiene dos referentes direccionales: emigración en un sentido estricto, cuando se busca significar la salida de personas o grupos de un país o región. Inmigración, noción relacionada con la recepción de población externa en un país o región determinado”, y señala que “ambas tienen su origen en el régimen de libertad instaurado a partir de la revolución francesa, con el reconocimiento de los derechos del hombre y del ciudadano y entre ellos el de emigrar, consagrados en la constitución del 31 de octubre de 1791. Con anterioridad, no se podía hablar de las formas modernas de emigración, que requieren como notas definitorias para la existencia plena del fenómeno, estar en un marco aunque sea imperfecto de libertad” (1).
Marcelo Bazán Lascano señala que la Ley Avellaneda, de 1876, proporciona la definición de inmigrante. Distingue “entre los inmigrantes ‘sensu stricto’, o sea los que venían con pasaje de segunda o tercera clase por cuenta del gobierno u otras entidades, y los que entre el 25 de mayo de 1810 y el presente han arribado a nuestro territorio a su costa, como polizones o en cualquier otra forma clandestina o ilegal. Podría sostenerse, pues, que los segundos son, prima facie, definibles como inmigrantes ‘lato sensu’, aunque hubieran venido en primera clase y aunque lo hubiesen hecho con bienes de fortuna y hasta con títulos nobiliarios” (2).
“Desde la época de Rosas se anota una constante pero limitada inmigración española, procedente del País Vasco, Galicia y las Islas Canarias –afirman Marcelo Alvarez y Luisa Pinotti. Recién la última década del siglo será testigo de un desembarco masivo, especialmente de gallegos, vascos, asturianos y catalanes” (3). Diversas causas contribuyeron al aumento de la emigración. Andrés Solla las enumera: la introducción de la navegación a vapor, las políticas de las repúblicas americanas que favorecen la entrada de emigrantes, la irrupción de fuertes compañías navieras inglesas, francesas y alemanas en el negocio, y la comunicación epistolar con los que ya emigraron (4).
“A lo largo de la historia de la humanidad –escribe Solla- hubo múltiples causas ‘próximas’ (guerras, persecuciones religiosas o políticas, huidas de los reclutamientos militares, pestes, etc.) que dieron lugar a las migraciones humanas, pero detrás de todas ellas subyace siempre el factor económico. (...) los gallegos emigraron forzados por la situación económica y porque no se conformaban con seguir siempre lo mismo; querían mejorar y les sobraba voluntad para hacerlo” (5).
Gran parte de los gallegos establecidos en nuestro país, sólo pensó en hacerlo por un tiempo. “Galicia es casi sinónimo de inmigración –agrega Solla-, porque de Galicia, por emigrar, emigraron: trabajadores, intelectuales, energía eléctrica y capitales. El gallego emigraba bajo dos signos: uno, que lo empujaba fuera de su tierra en procura de una mejor situación económica y otro que lo hacía volver. Así tenemos que, siendo el país que da mayor porcentaje de emigración, también somos, curiosamente, el que mayor índice de retornados tiene por número de emigrantes. En el fenómeno migratorio puede establecerse una correlación: padres y mujer quedaban en Galicia, hijos y marido en la emigración. Esta constante quizás sea el factor más importante que favoreció tan elevado número de retornados, además del apego que los gallegos tenemos a nuestra tierra” (6).
Otros jamás podrán regresar, y morirán añorando el retorno.
Aurora Alonso de Rocha destaca que “La voz del pueblo –voz del cielo- llamó gallegos a todos los españoles inmigrantes y gringos a los otros extranjeros. De ese modo dejaba dos mensajes para el futuro: primero, que los españoles no eran extranjeros comunes; eran, sí, los ‘otros’, pero los otros del idioma común y la tradición que ya formaba parte y sustento de lo criollo, y segundo, que los gallegos habían sido, entre los españoles, los más en número y los más conspicuos. ¿Qué nos mueve a hacer el esfuerzo de reconstruir pueblo por pueblo, grupo por grupo, el fenómeno inmigratorio? Porque fue el más significativo del siglo pasado y determinante del presente siglo, porque vivimos en comunidades migratorias, porque nos reconocemos en nuestras singularidades nacionales y en la amalgama irrepetible que somos los argentinos. También porque buscamos, racionalmente, las raíces que sentimos en el corazón” (7).

Notas
1 Sarramone, Alberto: Historia y sociología de la inmigración.
2 Bazán Lazcano, Marcelo: “Carta de Lectores”, en La Nación, Buenos Aires, 19 de diciembre de 1999.
3 Alvarez, Marcelo y Pinotti, Luisa: A la mesa. Ritos y retos de la alimentación argentina. Buenos Aires, Grijalbo, 2000.
4 Solla, Andrés: “A emigración galega a América”, en Internet. Trad. de MGR.
5 ibídem
6 ibídem
7 Alonso de Rocha, Aurora: “Los gallegos en Olavarría”, en El Tiempo, Azul, 30 de octubre de 1994.

Inmigrantes

Para los gallegos de mi familia había dos destinos: Buenos Aires y Cuba. Una novela del cubano Barnet se titula precisamente Gallego (1). Los inmigrantes, entre los que se contaban los gallegos, “Venían a sobrevivir –escribe Jorge Riestra-, a intentar vivir una vida mejor, a hacer fortuna, por qué no, algo les habían contado de la generosidad de estas tierras, de la abundancia que desbordaba en las manos de quienes la trabajaban. Cuando se les hablaba del Nuevo Mundo, ellos pensaban en un mundo nuevo. Lo que les esperaba era el Hotel de Inmigrantes y luego la ciudad, las ciudades, y en las ciudades la dispersión, el enigma de las calles y de la gente, qué comerían y dónde dormirían” (2).
A ellos, “de alguna manera, los acompañaba la esperanza, aún teñida del dolor de dejar atrás pasado, historia, familia, amigos, afectos y recuerdos -escribe Silvia Fesquet. El dolor no era poco pero el equipaje que cargaban –liviano, muy liviano- estaba amarrado con sueños, ilusiones y mucha esperanza: la de encontrar amparo o un destino mejor, la de volver y devolverse a esa tierra que, por razones distintas, ahora los expulsaba” (3).
En sus Memorias, Lucio V. Mansilla describe las condiciones en las que los gallegos realizaban el viaje hacia América (4). El viaje era insalubre y riesgoso. Sin una madre que lo proteja, solo, viaja a los diez años, el padre del poeta González Carbalho; de su profunda pena dará testimonio el hijo en su lírica (5).
Muchos traían el manual que les ayudaría a manejarse en América: “los gobiernos preparaban manuales escritos por ‘doctores en viajes’ y no necesariamente basados en experiencias. Eran redactados para orientar a los futuros colonos y contenían precisas instrucciones acerca de lo que sería el viaje, la llegada y la posterior vida en un país extraño. Cómo sacar un boleto, cómo conseguir empleo, cómo cuidarse de los estafadores. Aconsejaban no quedarse en Buenos Aires, ya que más lejos de los centros urbanos, tendrían mayores probabilidades de hacer fortuna” (6).
Los gallegos –afirma Solla- “se dedicaban preferentemente al sector servicios, comercio y profesiones liberales, recibiendo el sector agrario un porcentaje muy bajo” (7). “Hacia la época del Centenario –destacan Alvarez y Pinotti- cuando la ola española supera a la italiana, los ‘gallegos’ (y especialmente los auténticos hijos de Galicia), asomarán tras los mostradores de almacenes, hoteles, restaurantes, bares y confiterías” (8).
Teresita Fritzsche afirma que el gentilicio “gallego” es un argentinismo o americanismo utilizado con el significado de español (9). “A los españoles se los llamará unánimemente ‘gallegos’ –afirman Alvarez y Pinotti- (...). Este uso de rótulo sirve para homogeneizar la diversidad apabullante y de paso descalificar al ‘Otro’ “ (10).
Hablaban su idioma. Gladys Onega escribe que “los que habían venido de allá” “hablaban esa fala melosa, que a nosotros no nos enseñaron por vergüenza de aldeanos” (11). Casi todos aprendían el idioma por las suyas, ayudándose algunos con el diccionario, el cual “También es parte de la cultura inmigrante. El diccionario les solucionaba las crisis que podían tener con su segunda lengua. Está muy conectado con los autodidactas” (12).
Tenían su religión y sus tradiciones. Emilio González López analiza la figura de Santiago relacionada con los gemelos Castor y Pólux y con la diosa Venus. También se refiere a la Virgen de la Barca y a la inmensa fe que los gallegos tienen a esa ‘barca’, piedra movediza que se mueve el día de la fiesta del Santo (13). Santiago tuvo gran importancia en la historia de España. Américo Castro considera que “Sin tal fermento de vida, la Península hubiera seguido el destino del Norte de Africa o hubiera sido ocupada por Europeos del Norte” (14). Santiago Apóstol es la fiesta de todos los gallegos: “Este mes –dice el editorial de julio de 1996- Viajero Celta hace un alto en el camino. El descanso de este peregrino lo hace en Galicia. Porque julio es el mes del Apóstol de España y duerme su sueño eterno en Santiago de Compostela. Desde estas páginas rendimos nuestro homenaje a todos los gallegos celtas” (15).
Junto al culto de Santiago, perviven en Galicia creencias anteriores al catolicismo, como la que niega la separación de la vida terrena y el más allá. El muerto descansa en el cementerio durante el día y de noche vuelve a visitar su casa, su tierra, vela el sueño de los suyos, pero esta posibilidad le es dada sólo si muere en su lugar de origen: “Sólo los que mueren en su tierra gallega alcanzan el privilegio de no dejar este mundo, de seguir viviendo en él cerca de los suyos, de su casa y de su tierra. El que tiene la dicha de morir en Galicia se queda entre deudos y amigos a los que puede ver todas las noches a su voluntad” (16).
Trajeron su tradición culinaria: “Los nuevos inmigrantes reforzaron el ‘aire de familia’ de la cocina argentina, pero con las pautas alimentarias de la época, que si bien marcan una continuación del patrón tradicional no eran simples cristalizaciones del tiempo de Garay ni de fines del siglo XVIII, cuando arribara la penúltima oleada: los guisos, los pucheros y cocidos, la cebolla y el ajo, el azafrán y el pimentón, chorizos y morcillas están de regreso en su versión original. El puchero a la española, presente en el menú de pensiones y restaurantes de la colectividad, recupera la carne de gallina y los garbanzos que la iconoclasia criolla había reemplazado por carne de vaca, porotos y maíz. Los gallegos aportan sus potajes, empanadas, tortillas y la perdiz en pepitoria” (17).
Fundaron sus escuelas, sus centros de reunión, sus periódicos. Ejecutaron y enseñaron su música y sus danzas.

Notas
1 Barnet; Miguel: Gallego. Alfaguara, 1986.
2 Riestra, Jorge: “Las voces de la ciudad”.htm.
3 Fesquet, Silvia: “La tierra de uno”, en Clarín Viva, Buenos Aires 8 de julio de 2001.
4 Mansilla, Lucio V.: Mis memorias
5 González Carbalho, José: “Cuando mi padre habló de su infancia”, en Requeni, Antonio: Un poeta arxentino en Galicia: González Carbalho. Separata del Boletín Galego de Literatura.
6 S/F: en La Voz del Interior on line, 24 de julio de 2002.
7 Solla, Andrés: op. cit.
8 Alvarez, Marcelo y Pinotti, Luisa: op. cit.
9 Fritzsche, Teresita: Prólogo a Cambaceres, Eugenio: En la sangre. Buenos Aires, Plus Ultra, 1968.
10 Alvarez, Marcelo y Pinotti, Luisa: op. cit.
11 Onega, Gladys: Cuando el tiempo era otro. Una historia de infancia en la pampa gringa. Buenos Aires, Grijalbo-Mondadori, 1999.
12 S/F: “De generación en generación”, en Clarín, Buenos Aires, 19 de marzo de 2000.
13 González López, Emilio: Galicia, su alma y su cultura. Ediciones Galicia. Centro Gallego de Buenos Aires, Instituto Argentino de Cultura Gallega, 1978.
14 Castro, Américo: citado por González López.
15 S/F: “Editorial”, en Viajero Celta. Año I, N° 9. Buenos Aires, julio de 1996.
16 González López, Emilio: op. cit.
17 Alvarez, Marcelo y Pinotti, Luisa: op. cit.

Exiliados

A América llegaron asimismo los exiliados gallegos. Escribe Rodolfo Alonso: “si Buenos Aires –y con ella la Argentina- hacía ya mucho tiempo que estaba recibiendo a cientos de miles de inmigrantes (obligados a abandonar una Galicia feudal y sin futuro, que no podía mantenerlos ni educarlos), a partir de la injusta derrota republicana en 1939 vería llegar otra clase de viajeros: los exiliados. Eran poetas, artistas, políticos, periodistas, científicos, universitarios, sindicalistas, editores. Que, firmemente afianzados en su colectividad, entonces mayoritariamente republicana, y reunidos alrededor de una figura ejemplar: Alfonso R. Castelao, no sólo líder político sino en realidad un humanista, durante décadas convirtieron a Buenos Aires en la auténtica capital de la cultura gallega enmudecida en su tierra por el franquismo” (1).
Viajaron sacrificadamente los intelectuales españoles -entre los que se contaba el gallego Moure- que llegaron a bordo del Massilia, el 5 de noviembre de 1939. Esta noticia apareció al día siguiente en el diario Noticias Gráficas: “Las medidas adoptadas contra el grupo de intelectuales y artistas españoles son de un rigorismo que sólo tratándose de peligrosos confinados se hubieran aceptado.... Un marinero nos informó que los españoles refugiados tenían orden de que nadie se aproximara a ellos y menos que se asomaran por los ojos de buey. Es lamentable lo que ha ocurrido. No sabemos ni nos interesa saber quién ha dado la orden terminante de que ese grupo de gente que representa de modos distintos a la cultura y el cerebro de España permanezca en la sombría situación de los delincuentes incomunicados” (2).
“En 1936, cuando en España comenzaba la Guerra Civil –relata Miguel Schapire-, mi padre creó la Editorial Schapire, (...) Mi padre solía decir que los exiliados eran hombres que habían perdido el barco, y ese barco era la República, es decir, la patria, sus ideales y esperanzas, y que él trataba de ayudarlos como podía, editando sus obras. Con casi todos ellos nos encontrábamos los veranos, en un hotelucho de la vieja Punta del Este, en la Punta punta, donde al anochecer se cantaba, se recitaba, se dibujaba, se interpretaban fragmentos de piezas teatrales a medida que se iban escribiendo. Era una especie de taller fabuloso. Yo era muy chico, pero todo eso me marcó” (3).
Sobre su padre, exiliado gallego, escribe María Rosa Lojo: “El auto exiliado abandona un mundo donde cree que ya no podrà crecer humanamente, donde la violencia ha cambiado todas las reglas del juego para instalar un nuevo orden al que se siente ajeno. No lo sabe aùn, pero de todas formas quedarà cautivo de la tierra que deja. Antonio Lojo Ventoso, mi padre, era uno de esos exiliados. Para èl ya habìa pasado lo peor: el riesgo de fusilamiento, la càrcel, la ‘redenciòn de penas por el trabajo’. Sin embargo, se despidiò de los castañares centenarios y los caminos de piedra. Cediò a un hermano sus derechos sobre las fincas que le tocaban –magras por cierto, como miembro de una familia numerosa-, hizo las valijas y cruzò el ocèano. Dejaba irremediablemente truncos los estudios que habìa iniciado cuando el mundo era otro, el sueño de convertirse en oficial de la Marina de la Repùblica. Dejaba negocios equivocados y proyectos irrealizables. Dejaba tambièn (aunque de eso me enterè despuès de su muerte: era un hombre pudoroso) una cierta reputaciòn juvenil de ‘mala cabeza’, y de playboy coruñès, que fascinaba a las muchachitas y escandalizaba a sus madres. Dejaba una España que para sus ojos habìa retrocedido siglos en el tiempo, donde no cabìa la dimensiòn de su deseo. El futuro estaba afuera. Habìa resuelto que en las nuevas tierras harìa otra cosa, y serìa, casi, otra persona” (4).
Se ha señalado la diferencia entre inmigrantes y refugiados: “El inmigrante toma una decisión y asume el riesgo, aunque tenga que poner en peligro su vida. El exiliado no tiene capacidad u oportunidad para decidir. Otra de las diferencias fundamentales es la experiencia vivida antes de la partida. Muchos llegan heridos, con mutilaciones, han sido testigos de la muerte de personas conocidas y familiares. Sufrieron violaciones sexuales, (...). Luego está el trauma del desarraigo, la pérdida del punto de referencia, la destrucción de todos los bienes”.
Cuando se trata de un refugiado, por más que se esfuerce por sobreponerse, “El desarraigo golpea la salud hoy y para el resto de la vida. (...) En muchas ocasiones, el desplazado debe adaptarse a países con otro idioma, otra cultura, separado de sus seres queridos. No resulta extraño que sean frecuentes los intentos de suicidio, los conflictos conyugales, el retraimiento social, la sensación de peligro constante, la pérdida de creencias, las conductas agresivas... Un caso donde el desarraigo es especialmente doloroso es el de los ancianos, que desarrollan más cuadros depresivos que el resto. La falta de esperanza sirve para adelantar la muerte” (5).

Notas
1 Alonso, Rodolfo: “La Galicia del Plata”, en El Tiempo, Azul, 1° de diciembre de 2002.
2 Schwarzstein, Dora: “La llegada de los republicanos españoles a la Argentina”, en Estudios Migratorios Latinoamericanos, 37. CEMLA. Buenos Aires, 1997.
3 Aubele, Luis: “A boca de jarro Miguel Schapire ‘Los porteños nos parecemos a los griegos’ “, en La Nación, Buenos Aires, 31 de julio de 2005.
4 Lojo, María Rosa: “Mínima autobiografía de una ‘exiliada hija’ “, en Sitio Al Margen Revista Digital. Noviembre de 2002.
5 ABC: “El desarraigo golpea la salud hoy y para el resto de la vida”, en La Prensa, Buenos Aires, 9 de mayo de 1999.

El Hotel de Inmigrantes

La travesía ha llegado a su fin. Los pasajeros, con su documentación argentina, se encuentran con sus familiares, amigos, o empleadores. Los que no tienen conocidos en la nueva tierra, sufren “las penurias del desembarco en Buenos Aires, Hotel de Inmigrantes y frustrada espera de un destino” (1). Días después, desde allí unos se trasladarán a un conventillo; otros, a una vivienda más digna, y pocos viajarán hacia las colonias.
Quienes llegaban al Puerto podían alojarse en el Hotel, sólo si observaban el reglamento de la institución. El mismo establecía, por ejemplo que “Después de cada comida, a la hora indicada por el reglamento, se deberán limpiar los utensilios que se le hayan entregado antes, sin lo cual no podrá ausentarse del Hotel. Por turnos, como se indicará, tendrán que limpiar las instalaciones y ocuparse del transporte de víveres. La parte destinada a los hombres, está separada de la de las mujeres; al igual que en el barco, está prohibida la promiscuidad. Con todo, se respetará el sagrado derecho de ayudar a su mujer y a sus niños. Una vez escuchado el timbre del silencio nocturno, está prohibido cualquier tipo de alboroto. Quien se sienta mal debe avisar a la dirección del establecimiento. Está permitido salir a determinadas horas, pero quien no haya regresado en el horario previamente fijado no podrá pasar la noche en el Hotel” (2).
“La aglomeración de gente presentaba un cuadro poco edificante. En ‘La Nación’ (N° 2355), denunciaba el mal estado del hospedaje a los extranjeros. A un pedido de aclaración del ministro Laspiur, el Comisario de Inmigración informó que: ‘el Asilo de Inmigrantes está muy distante de ser lo corresponde al objeto que se destina. V:E: lo ha reconocido así y mandó levantar planos y presupuestos de la obra que debe construirse en el terreno que al efecto fue cedido por la Municipalidad en el bajo del Retiro...’ y agrega que nunca habían tenido enfermedades infecto-contagiosas, y que en un nuevo edificio, del fondo, se destinaba a los enfermos que eran visitados dos veces por día por el médico. Luego informa el señor Dillon: ‘Los inmigrantes permanecen poco tiempo en el Asilo y cuando llegan se envían al Río que está inmediato, lavan la ropa y se asean. Cuando no están en esa operación, la pasan en la Plaza, de manera que sólo en los días de lluvia se siente algún inconveniente, cuando existe mucha aglomeración, pero basta uno o dos días buenos para que todo esté seco, pues el aire y la luz penetran por todas partes” (3)
En el Hotel de Inmigrantes, los recién llegados se agrupaban de acuerdo a su procedencia. Comenta el profesor Jorge Ochoa de Eguileor: “Aquí había inmigrantes de diferentes países, con diferentes idiomas, que hacían sus grupúsculos ya entre sí, se juntaban e iban al mismo lugar del comedor, habían logrado estar en el mismo dormitorio y salían en conjunto a la calle, porque tenían libertad de salir del hotel hasta las siete de la tarde. Las señoras también se juntaban de acuerdo a la nacionalidad en los jardines con los chicos, esperando a sus maridos, se pasaban la mañana en el jardín, en los grandes jardines” (4).
Gloria Pampillo recuerda la voluntad de unión de los emigrantes gallegos: “Lo que van a hacer ahora es lo mismo que hizo mi abuelo cuando llegó a la Argentina en 1870. Van a agruparse en cofradías. Que esas cofradías formen un ejército o una Sociedad de Socorros Mutuos, poco importa. Lo que tienen en común es que lejos de la tierra, ‘da mía terra’, como dijo una mujer en el seminario con un dolor que me volvió de barro el corazón, van a buscarse entre ellos” (5)
Esa unión de los primeros tiempos dio origen a asociaciones importantes, a muchas de las cuales se refiere Rosa Majián en su guía (6). Surgieron los medios de las colectividades, estudiados por la antropóloga Viviane Oteiza Gruss (7). Una publicación tuvo que ver con el origen del Centro Gallego: “El Eco de Galicia fue fundado por José María Cao Luaces el 7 de febrero de 1892. Este fue el órgano de los residentes gallegos en la Argentina desde ese momento y uno de los antecedentes de la fundación del Centro Gallego de Buenos Aires” (8).
“La llegada del migrante siempre está cargada de esperanzas e incertidumbres. Y la asociación con sus connacionales es una de sus estrategias para cubrir sus necesidades culturales y recreativas –opina Lelio Mármora, director de la Organización Internacional para las Migraciones. Así surgieron entidades que dieron a los recién llegados espacios solidarios en un medio extraño, y varias resultaron centro de excelencia para los argentinos” (9).

Notas
1 Vernaz, Celia: La Colonia San José. Santa Fe, Colmegna, 1991.
2 Armus, Diego: Manual del emigrante italiano. Colección Historia testimonial argentina. Documentos vivos de nuestro pasado. Buenos Aires, CEAL, 1983.
3 Cracogna, Manuel I.: Primera fundación de Avellaneda.htm
4 Markic, Mario: “En el camino: Hotel de sueños”, en TN, 12 de septiembre de 2002.
5 Pampillo, Gloria: Los gallegos. Novela inédita.
6 Majián, Rosa: Guía de las colectividades extranjeras en la República Argentina. Buenos Aires, Ediciones Culturales Buenos Aires, 1988.
7 Iglesias, Jorge: “Una Babel de tinta”, en La Nación, Buenos Aires, 24 de noviembre de 2002.
8 S/F: “José María Cao Luaces: el padre de la caricatura argentina”, en GaliciaOXE, www.galiciaoxe.org, 2002.
9 S/F: “Un pedacito de la tierra natal”, en Clarín Viva, Buenos Aires, 27 de febrero de 2000.

Destinos

“Los gallegos (...) se radicaron, en general, en la ciudad” (1). Algunos vivieron en conventillos. Los conventillos más famosos fueron Las Catorce Provincias, El Universo y el Conventillo de la Paloma. En ellos “se compartían los baños, los lavatorios, las letrinas, la cocina y los lavaderos. En las piezas vivían familias enteras, a veces con seis o siete hijos, lo que provocaba hacinamiento y promiscuidad. (...) Para dormir, los más pobres tenían dos opciones: el sistema de “cama caliente”, en el que se alquilaba un lecho por turnos rotativos para descansar un par de horas, o la maroma, que eran sogas amuradas a la pared a la altura de los hombros. Quien optaba por ese método debía pasase las sogas por debajo de las axilas, dejar caer el peso del cuerpo y dormir parado” (2). Esto nos da una idea del enorme sacrificio que debieron hacer muchos de los que venían en busca de un futuro mejor.
El aluvión inmigratorio tuvo que ver con las nuevas ideas sobre edificación. Lo afirma Andrés Carretero: “‘En 1887 la población total era de 404.173 habitantes, con una densidad de 89 habitantes por hectárea’, computó Carretero, pero ya el cambio comenzaba a operarse con la afluencia de la inmigración, ‘que modificó los amplios patios de las casas porteñas, que se dividieron para facilitar dos o tres pisos a las casas de bajo y aprovechar así mejor los terrenos’” (3).
Otros gallegos se dirigieron hacia el interior: Entre Ríos, Santa Fe, Tierra del Fuego, fueron algunas de las provincias en las que se establecieron.

Notas
1 S/F: “Para todos los hombres del mundo que quieran habitar suelo argentino”. Buenos Aires, Clarín.
2 S/F: “Todo comenzó en los conventillos”, en La Nación, Buenos Aires, 14 de mayo de 2000.
3 S/F: “De la Gran Aldea a la aldea global”, en La Prensa, 3 de diciembre de 2000.

Testimonios

Inmigrantes

A Entre Ríos se traslada el gallego Francisco Izquierdo, quien escribe en 1882: “Los primeros días que pisamos la playa de Colón formado en ese entonces por un verdadero bosque salvaje, sin más habitantes que los nativos de semejantes sitios, sin entrar en los detalles de las especies porque creemos que el lector se dará cuenta de la clase de habitantes, y puede imaginarse cuál sería la primera impresión después de un viaje terrible en el mar, y los trasbordos cuando se navegaba puramente en buques de vela, teniendo para calmar nuestra primera mala impresión que recurrir al librito o contrato lleno de ofertas por el General Urquiza, en vista de los cuales nos resignábamos en parte pues el tiempo pasaba y nos encontrábamos como tribus salvajes, apiñados bajo los árboles, con nuestros hijos, sin más techo que el de la naturaleza, y ni una visión de simples ranchos en una estancia de algunas leguas a nuestro alrededor, teniendo de voz solo cuando la visita de uno que otro poblador de los alejados contornos” (1).

Arturo Cuadrado Moure evoca su exilio: “En el año 1936 sube Franco, aquella tremenda traición en donde los hombres tuvieron que matar a los hombres. Surge la famosa guerra civil que duró tres años y donde han muerto casi dos millones de españoles. Nosotros, el ejército republicano, que dominábamos Madrid, Valencia y Barcelona, no teníamos fuerzas, teníamos la canción y teníamos a América. Era nuestro guía espiritual, nuestro árbol intocable, profundo y alto, don Antonio Machado. (...) desde México a Buenos Aires realizamos todos nuestros sueños, todas nuestras esperanzas, todas nuestras ilusiones, con el convencimiento de que habíamos triunfado... Ortega y Gasset nos había enseñado el camino de amar más que luchar” (2).

En la presentación de su último libro, en abril de 2008, Alberto Portas Gómez recordó a Francisco Galán, militar español exiliado en la Argentina, con quien conversaba en la librería que Galán tenía en la calle Marcelo T. de Alvear al 400. "Francisco Galán Rodríguez, nacido en 1902 y fallecido en 1971, fue un militar español, que destacó por su actividad durante la Guerra Civil Española, en la que participó en las filas del Gobierno de la Segunda República Española. (...) A principios de marzo del 1939 es nombrado Jefe de la base de Cartagena; a su llegada el 4 de marzo se produce una revuelta pronacional, no pudiendo controlarla y huyendo con la Flota republicana a Argelia. Se exilia posteriormente a Argentina, permaneciendo al margen de toda actividad política" (3).

Daniel Artola entrevista a Salvador de la Calle, periodista del diario Crítica: “Es diciembre de 1923. Estefanía es una pasajera más del vapor Alba que viene de Vigo, España, rumbo a la Argentina. El barco está cargado de inmigrantes con sus esperanzas a cuestas. Ella sabe que el destino está cerca y le habla a su bebé, Salvador, que extiende las manos debajo de la manta que lo cubre. Tiene la convicción de que ésta será una gran tierra, donde el trabajo y la felicidad no serán una utopía. A su esposo Rafael lo espera el campo. Después de unos días en el Hotel de Inmigrantes marchan a El Socorro, un lugar intermedio entre San Nicolás y Pergamino. Allí necesitan brazos fuertes para sembrar la tierra: el futuro para ellos se cosechará recogiendo bolsas de maíz. (...) Salvador se ha dado el gusto de volver a la tierra que lo vio nacer. En 1989 visitó a una tía en su pueblo natal: ‘Estaba en la campña y me la pasaba comiendo sardina, quesos de cabra y trozos de jamón crudo, porque allí no lo cortan en fetas como acá’ “ (3).

Darío Lamazares, representante legal del Instituto Santiago Apóstol, llegó a la Argentina a los catorce años: “Fui un autodidacta –dijo-, me formé en la calle, y como la mayoría de mis compatriotas sufrí la falta de instrucción. Este país nos dio todo, los mismos derechos que sus hijos, y la escuela es una forma de pagar esa deuda” (4).

Francisco Lores, presidente de la Federación de las Asociaciones Gallegas de la República Argentina, recuerda: “Llegué en 1952 desde O Grove. Trabajé como mecánico, pasé los desarraigos al igual que muchos. Fui mecánico y ahora estoy jubilado, dedicado a esta pasión que es conservar nuestro patrimonio” (5).

Jesús Amorín Varela relata: “Mis padres eran gallegos y fueron a Cuba. Ahí nací yo. A los dos años me llevaron a Galicia y me dejaron al cuidado de mis abuelos maternos. Estuve con ellos hasta los diecisiete y en 1929 me vine para la Argentina” (6).

Francisco Coira nació en 1906 en Catoira. “Me vine en 1925 –cuenta-, como vienen todos los inmigrantes, para buscar algo mejor... y en realidad, escapando del servicio militar, que se hacía en Africa...(...) lo que significaba, con las pestes, la guerra y todo, casi ir a morirse... a gatas tenía el sexto grado, así llegué, y aquí logré todo lo que soy, un trabajo, una familia, una vida” (7).

No puede regresar Fermín Alvarez, mozo de la confitería La Ideal. “Su rancia estirpe gallega se ablanda un poco cuando confiesa que le gustaría volver a España, después de tantos años sin pisar la tierra que lo vio nacer. ‘Pero no hay plata: acá se gana muy poquito, apenas las propinas. Y la jubilación, para qué hablar’, cuenta. Su hija le está gestionando una jubilación en España para que su vida sea menos empinada” (8).

María Mercedes Arias “se recuerda a sí misma como una campesina de Porto, una aldea de la comarca gallega de Valdeorras donde todavía se ve a lo lejos el río Sil y el Castillo del Conde de Rivadavia, construido en el siglo XV. ‘Araba el campo con mis dos hijos porque mi marido se había ido a la Guerra Civil que estalló en 1936. Llenábamos un carro con las castañas que había en el bosque, las comíamos asadas y con un vaso de leche. Yo tenía 38 años y como la posguerra era muy dura, nos vinimos a la Argentina’, cuenta” (9).

Manuel Corral Vide llamó Morriña a su restorán, nombre que nos habla sin duda del sentimiento que aúna a chef y comensales: “A través de Morriña (palabra entrañable para nosotros) el nombre de Galicia llega a miles de personas que, sin ser gallegas, se interiorizaron de las características de nuestra cocina, lo peculiar de nuestras tradiciones y nuestra milenaria cultura. En cuanto a los paisanos, me consta que se enorgullecen de tanta difusión” (10). El publica sus recetas en Galicia en el mundo; en una de las entregas de “Cocina gallega”, leemos: “En Buenos Aires, siempre que se podía en casa, nos agasajábamos con una buena paella en la que difícilmente faltaba el conejo (mi abuela los criaba en nuestros primeros años en la Argentina” (11).

José Cameán Parcero recuerda: “Yo también fui gallego de m... y también colorado’, porque así es mi color de cabello. Y más de una vez tuve que escuchar a mis compañeros decir que me habían cambiado por un cuero. Pero no me molestaba, quizás porque yo al venir a los cuatro años me sentía uno más. No sabía mi conciencia la diferencia de ser gallego o argentino”. Cuenta que su padre ”como buen gallego, era músico, tocaba la gaita y le enseñó a él a tocar la caja. Como esto resultó ser de su gusto tocó con Los Celtas de Vigo y con Los Chavales de España. En estos conjuntos tocaba la tumbadora. Estos instrumentos todavía los conserva en su taller de autos antiguos” (12).

Un inmigrante tiene un bar en la Isla Maciel: “ ‘Esto era la calle Florida, entre el frigorífico, las areneras, los astilleros –dice el Gallego-. Y ahora... ya ni comidas damos. Es una pocilga. Me dan ganas de largar todo pero no puedo’. Su bar quedó varado en algún cierre mpreciso, ese día último en que la heladera despachó la porción final para uno de crudo y queso. Y pensar que el bar del Gallego hasta tenía un reservado, con manteles y todo. Al Gallego le dan ganas de llorar. La enorme mesa de billar tapada con una tela parece meterle más luto al que ya tiene. Sólo el comensal de siempre va por su vasito de vermú, antes del almuerzo. Pero ya no se dicen nada” (13).

En un bar de Gaona y Concordia, en Buenos Aires, transcurre probablemente el cuento “Hombre de la esquina rosada”, de Jorge Luis Borges. En ese bar trabaja un mozo gallego: “Pepe ‘Galleguito’ Castro (62 años, vecino desde hace 34), único mozo del Gaona, acredita: ‘Se inauguró en 1908’. Y otra cosa más. Casualidad de la vida o no, hoy está pintado de rosa, dato que no aparece en el texto pero que sí remite al título del cuento. ‘Borges sabe que, en aquella época, los almacenes eran de ese color, lo cuenta en Fundación mítica de Buenos Aires’, apunta Sorrentino. Ajeno a los análisis literarios, Pepe pone cara de circunstancia al nombrarle a Borges. ‘Me dolió cuando dijo que no quería morir en la Argentina’, apunta el hombre que nació en Santiago de Compostela y por nada del mundo quiso salir en las fotos” (14).

Julio Méndez Iglesias se presenta: “A mí me dicen el otro Julio Iglesias. Porque además de vender flores, toco música gallega, celta, religiosa y folklore de todo el mundo con mi guitarra y mi armónica. Pero ni Dios me dio el don de hacer lo que hace él, ni a él le dio el don de hacer lo que hago yo. (...) También soy poeta, tengo como 500 hermosos poemas para editar. (...) Otro amor que tengo son las palomas. (...) Nací en España, en Santiago de Compostela, por eso firmo mis poemas como El Compostelano. Tengo 63 años. Me casé en 1985 con una argentina y tengo dos hijos, un nene y una nena. Hace 35 que vine a la Argentina, tenía 25 años. A los pocos meses me puse esta florería. Me gusta mi vida, mi trabajo. Lo hago con agrado, a pear de que es muy ingrato, porque en la calle se sufre mucho, se sufre la intemperie, la gente” (15).

“Pedro Fernández, español, y de Orense, como corresponde a un afilador que se precie de tal, dado que esta ciudad gallega se conoce como la tierra de los afiladores por excelencia, con ochenta años de edad, recuerda cuando recorría más de cien cuadras por día: ‘Si uno se sacrificaba podía ganar un pesito más. Después, todo cambió, con la industrialización el trabajo desapareció’. Don Pedro cuenta que aprender el oficio no es fácil, y que hasta puede ser riesgoso. Como certificando sus palabras muestra el dedo índice de su mano derecha con la impronta de una herida producto de la inexperiencia inicial. Con su bicicleta roja y sus piedras anduvo por muchos rincones del país, pregonando su máxima fundamental: ‘La comida sabe mejor cuando el cuchillo corta bien’ (16)".

“A partir del año 1918 don José Loureiro, un simpático gallego, trabajó en la Costanera Sur, con la fuente de Lola Mora como fondo. ‘Los domingos con buen tiempo hacía hasta cincuenta fotos a cuarenta centavos, las tres postales con la misma pose, las coloreadas a mano, cincuenta’ ” (17).

Leila Guerriero reúne, en su nota “Cuentos de gallegos”, diversos testimonios:
El de Susana Rodríguez: “-los gallegos éramos lo más despreciado de España –dice Susi-. Estaba prohibido hablar en gallego. A las aulas había que entrar saludando ‘viva España’ y ‘viva Franco’, y las maestras te castigaban si no usabas el castellano” (18).

Aucario Pérez Cartoy afirma: “-Vine por la desesperación. Mi padre era herrero y mi madre agricultora, y la verdad es que no había comida. Las papas las sacábamos antes de que maduraran, por el hambre” (19).

José Campos Barral manifiesta: “-Yo me siento gallego, y luego, si me queda un rato libre, soy español. Pero en el ’49, en España, se pasaba mucha miseria. Yo he llevado bofetadas del maestro por hablar gallego. Me decía: ‘Hable cristiano’. Mi padre era republicano, y tenía la libertad condicional. Estaba harto. Primero vino mi hermano mayor, luego mi padre, mi madre, la abuela. Y luego yo” (20).

José Manuel Castelao Bragaña, abogado y presidente del Consejo General de la Emigración relata: “Vi la multitud en el puerto y busqué, entre todos esos rostros, el de mi padre. El me había dejado niño y se encontró frente a un hombre. Pasada la primera alegría del encuentro, yo lloraba todos los días. Pero mi padre dijo algo que por entonces tenía sentido: ‘Les dejo más futuro a mis hijos en la Argentina sin nada que en España con todo’. Si me dijeran ahora para siempre España o para siempre Argentina, yo digo para siempre Argentina. Aquí nadie me preguntó dónde había nacido, no pagué un peso por mi título universitario de abogado. En Buenos Aires soy un gallego morriñoso y en Galicia soy un porteño nostálgico” (22).

Manuel Fajardo, dueño de la pizzería La Continental, brinda su testimonio: “-Lo que más orgullo me da es que les he dado trabajo a más de 700 argentinos –dice Manuel, que vive en una casona de Parque Centenario seis meses al año y los otros seis meses los pasa en España-. El secreto es trabajo, trabajo y más trabajo” (23).

Jesusa Pérez Iglesias se refiere a la falta de comida: “Yo me vine a los 18, para tratar de mandar dinero. Allá se pasaba hambre. Ibamos al matadero a buscar la sangre de la vaca. La hervíamos, la cortábamos en pedazos, si había aceite se freía y si no se comía hervida” (24).

Antonio Pérez Prado, hijo de gallegos, afirma: “Yo, si he tenido una impronta... ha sido la de mi madre. Si mi galleguidad tiene un sello, ha sido el de ella. Puedo cantar horas de canciones gallegas. Todas me las cantaba mi mamá, y contaban la misma historia. Que el cura embarazaba a la criada y nacían los niños con cara de cura” (25).

“Acabo de leer las historias contadas en la nota Cuentos de gallegos –afirma Ana Varela-. Historias casi iguales a la mía y a las de tantos de mis conocidos. Pero hay un punto que quiero aclarar. En Galicia no estaba prohibido hablar gallego. Todos lo hablábamos libremente, pero, con muy buen criterio, en las escuelas de toda España se obligaba a los alumnos a hablar y escribir castellano. Era el lugar adecuado para aprenderlo y practicarlo. Yo aprendí mis primeras palabras en castellano a los 5 años. Aún agradezco a quien me enseñó, sabiendo que al llegar a Buenos Aires iba a necesitarlo” (26).

Escribe a La Nación, María Dolores Bermúdez: “Gracias por habernos hecho tener esos momentos llenos de emoción en la nota que dedicó a nosotros, los tantísimos gallegos que vinimos a hacer la América, allá por la primera parte del siglo pasado. ¡Cómo nos identificamos, cuántas historias similares! Primero, el papá; luego, algún hermano mayor, y finalmente mamá con el resto de la familia: éramos seis con mamá; aquí ya estaba papá con sus dos hijos mayores y, para afianzar nuestro amor por esta querida Argentina, nació el noveno hijo” (27).

Escribe Franco Varise: "Cuando la calle Sarmiento todavía se llamaba Cuyo y los sombreros aún lucían entre los caballeros de Buenos Aires, la casa The Brighton era el lugar predilecto de aquella estirpe "angloporteña" para elegir sus prendas de vestir.
El local donde estaba ubicada la sastrería resistió como pudo el paso del tiempo. Por fortuna los biselados y esmerilados permanecieron casi intactos, incluso después de que la renombrada marca surgida en 1908 desapareció definitivamente en 1976.
Ahora, Fermín González, un empresario gastronómico del microcentro, decidió recuperar The Brighton en la dirección original (Sarmiento 645), aunque en lugar de zurcir finos trajes y sombreros abrió un restaurante con la intención de devolverle su brillo tradicional a este rincón porteño. Las tareas de restauración ocuparon nueve meses y tuvieron especial atención en recuperar los detalles de la época.
"Fue un amor a primera vista; siento veneración por ese estilo en el trabajo de la madera y lo veo como algo viviente que regresa a la ciudad", señaló González, un ciudadano español que llegó al país a principios de la década del setenta. "El gallego", como él mismo se define, tuvo mucho éxito con un local de venta de sandwiches (los mejores de Buenos Aires, dicen), llamado Café Paulin, a pocos pasos de The Brighton. "El destino me llevó a esperarlo", comentó González, pues, entre 1978 y 2002 funcionó allí otro clásico, Clark s II. "Estoy satisfecho por restaurarlo y ponerlo de nuevo a funcionar; algunas personas me acercaron viejas prendas de The Brighton y me agradecen por haberlo recuperado", explicó el empresario" (28).

Notas
1. Izquierdo, Francisco: en Vernaz, Celia: La Colonia San José. Santa Fe, Colmegna, 1991.
2. S/F: “Esa magnífica legión de viejos”, en Revista Mayores, Año II, N° 11, 1994.
3. Obtenido de http://es.wikipedia.org/wiki/Francisco_Gal%C3%A1n
Artola, Daniel: “Salvador de la Calle lleva tres cuartos de siglo residiendo en Saavedra ‘En 1929 el barrio estaba lleno de quintas’ “, en El Barrio Periódico de Noticias, Buenos Aires, Año 6, N° 67, Octubre de 2004.
4. Beltrán, Mónica: “La primera escuela gallega que enseña a chicos argentinos”, en Clarín, Buenos Aires, 25 de abril de 1999.
5. Urfeig, Vivian: “Un nuevo museo rescata la historia de inmigrantes gallegos”, en Clarín, Buenos Aires, 13 de diciembre de 2005.
6. S/F: “Pérez Millán”, en Revista Mayores, Año II, N° 11, 1994.
7. Ceratto, Virginia: “Gris de ausencia. Volver a empezar en un mundo nuevo”, en La Capital, Mar del Plata, 26 de noviembre de 2000.
8. Commisso, Sandra: “Un marinero que eligió ser mozo y quedarse en tierra”, en Clarín, 16 de julio de 1998.
9. Pogoriles, Eduardo: “Volver a las raíces”, en Clarín, Buenos Aires, 13 de agosto de 2001.
10. Corral Vide, Manuel: “Cocina gallega”, en Galicia en el mundo, Edición Mercosur. Buenos Aires, 3-9 de septiembre de 2001.
11. Corral Vide, Manuel: “Cocina gallega”, en Galicia en el mundo, Edición Mercosur. Buenos Aires, 14-20 de febrero de 2000.
12. S/F: “José Cameán Parcero. Un vecino de Bembibre, Parroquia de Buxán”, en El mensajero gallego, N° 2, Abril de 1998.
13. Piotto, Alba: “La Isla Maciel por dentro”. Fotos: Rubén Digilio, en Clarín Viva, Buenos Aires, 27 de junio de 2004.
14. Tagtachian, Magdalena: “Entre la Avenida Gaona y Juan B. Justo. Borges dejó su huella en el barrio”, en Clarín, Buenos Aires, 11 de diciembre de 2002.
15. S/F: “Click. El otro Julio Iglesias”, en Clarín Viva, Buenos Aires, 12 de octubre de 2003.
16. Spinetto, Horacio: “Los Oficios - Entre el Olvido y el Rescate - El Afilador”, en www.dgpatrimonio.buienosaires. gov.ar.
17. Spinetto, Horacio: “Los Oficios - Entre el Olvido y el Rescate - El fotógrafo de plaza”, en www.dgpatrimonio.buienosaires. gov.ar.
18. Guerriero, Leila (texto) y Lucesole, Martín (fotos): “Cuentos de gallegos”, en La Nación Revista, 17 de abril de 2005.
19. ibídem
20. ibídem
22. ibídem
23. ibídem
24. ibídem
25. ibídem
26. Varela, Ana: “Gallegos”, en La Nación Revista, 30 de abril de 2005.
27. Bermúdez, María Dolores: “Gallegos (II)”, en La Nación Revista, Buenos Aires, 8 de mayo de 2005.
28. Varise, Franco: "La ciudad recupera el encanto de Brighton De sastrería inglesa a fino restaurante", en La Nación, 28 de enero de 2007.

Hijos

En una entrevista realizada por Ana Da Costa en 2000, Juan Flloy evoca a su padre: “Mi madre fue una francesa que vino en una de las promociones de inmigración del siglo pasado, en una inmigración de labriegos franceses que se afincaron en Pigüé, en la provincia de Buenos Aires. (...) se casó aquí, en la Argentina, con un español nativo de Galicia y formaron un hogar en el cual fuimos cuatro hermanos. Pero mi madre había tenido primero relaciones matrimoniales con un belga que la abandonó con tres hijos, los cuales fueron acogidos por mi padre. Los siete crecimos y fuimos educados aquí, en la ciudad de Córdoba. Papá y mamá se conocieron en Tandil, cerca de la Piedra Movediza, que es una figura que se hizo sumamente popular en casa, porque mi padre tuvo dos hijos en las proximidades de la Piedra Movediza” (1).

En La Coruña murió en 1979, el pintor Luis Seoane, quien, nacido en Buenos Aires en el seno de una familia gallega, vivió muchos años en España. El escribió: “Soy y seré siempre un desarraigado permanente. Lo seré aunque decida volver a mi país. Es el destino del exiliado” (2).

"Hija de Gaudencio, un uruguayo descendiente de franceses, y Josefa, una española viuda y con siete hijos de su previo matrimonio, Libertad Lamarque fue la cuarta de una seguidilla de hijos que sus padres habían concebido y que no sobrevivieron. (...) Su infancia se desarrolló en un hogar humilde en el que sonaban las coplas y nostálgicas canciones gallegas entonadas por su madre y las palabras de su padre anarquista" (3).

Antonio Pérez-Prado expresó: “Yo también soy gallego, nacido en Buenos Aires –en Monserrat- porque Galicia es una nación histórica (las otras dos son Euzkadi y Cataluña, que también tienen idioma propio y son mucho más antiguas que la España consolidada en un Estado)” (3).

Adolfo Pérez Esquivel “parte para Galicia en breve a dejar él también su huella escultórica. ‘Voy a hacer un monumento a la memoria en Combarro, el pueblo donde nació mi padre, en un parque al que le van a poner mi nombre”, comentó” (4).

Rodolfo Alonso dice que nunca olvidará el “legítimo entusiasmo” con que su padre gallego les relataba “anécdotas para él imborrables de su infancia. Anécdotas que no eran sólo de hombres y de hechos, como las inefables ocurrencias de Novás, el cantero de su pueblo, cachaciento y mordaz, sino también el reiterado recuerdo de ese ruiseñor cantando en lo alto de un pino o la nutria cazada a escondidas, de noche, sobre el lomo del río” (5).

Gladys Onega habla sobre los distintos idiomas que escuchó en su infancia: “A mí lo que más me atrajo, y me metí en un trabajo muy arduo y gratificante, fue el de la escritura adulta que tiene que crear un narrador niño pero con una escritura adulta. Esta fue una gran tensión que se produjo en mí con el lenguaje; y además tratar de encontrar las voces que me rodeaban en aquel momento, ya que tenía la de mi padre que hablaba en gallego con sus parientes, pero no en mi casa porque mi madre era criolla, y también la de todos los italianos que en ese tiempo hablaban realmente el italiano. Para mí era maravilloso tener todos estos sonidos. Eran todas palabras misteriosas. Los chicos que iban al colegio en el 35 y provenían del campo hablaban en italiano, y en la escuela era donde verdaderamente se nacionalizaban. Ese fue el gran factor unificador de la escuela pública” (6).

En una entrevista, manifestó Horacio Vázquez-Rial: “Yo vengo de una familia absolutamente definida históricamente, como una familia gallega con por lo menos ocho generaciones de permanencia registrada en Galicia. Es decir donde no entraron ni siquiera asturianos en la historia. Ni nadie de Zamora ni de ningún país limítrofe ni de León. Por lo tanto no hay cruce en el sentido étnico del mestizaje. Yo soy tan mestizo como cualquier habitante de grandes ciudades en el orden cultural. El mestizaje de Buenos Aires, el mestizaje de Barcelona, ahora el mestizaje de Madrid es el mío pero es el mío en la medida en que es mestizaje de gran ciudad. Lo mismo sería en Madrid, lo mismo sería en Nueva York. Es decir está uno en medio de una serie de corrientes, de lenguas, de libros, de periódicos, no es muy distinto el funcionamiento de un intelectual en una gran ciudad o en otra. Yo no creo que mi producción hubiera sido muy diferente en Londres de lo que es en Barcelona, salvo por lo que hace al oído, al idioma en mi oído. Yo acepto esto porque además me da igual, realmente me da igual” (7).

Acerca de sus padres, dice María Rosa Lojo: “Mis padres me legaron el amor por su tierra, pero yo también aprendí a amarla a través de sus grandes escritores. Soy la primera generación argentina nacida de una pareja de exiliados durante la guerra civil; en casa se hablaba de España como del ‘paraíso perdido’, al que mis padres siempre quisieron regresar” (8).

Manuel Castro, descendiente de gallegos. ‘Soy un coleccionista de gaitas’, dice Castro y cuenta orgulloso que tiene siete de esos instrumentos. ‘La primera gaita me la compré en un viaje que hice a Londres. Aprendí a tocar con parientes y gaiteros escoceses. La cultura celta me fascina” (9).

Gabriel Deus – hijo de un gaitero inmigrante, y gaitero él mismo de la Agrupación Folklórica Baixo Miño- se refiere a “los grandes maestros gaiteros inmigrantes, (...) en sus dedos, al ejecutar la gaita, demuestran en cada nota el sentimiento de un inmigrante” (10).

María Nieves, bailarina de tango, “proviene de una familia humilde –ella reafirma- ‘más que pobre’-. Fue criada en el barrio de Saavedra. Sus padres eran de Lugo, España y aquí tuvieron cinco hijos. A los 8 ó 9 años María comenzó a ir a las milongas con su hermana mayor y de tanto ir a ver bailar tango, un día la invitaron a la pista y bailó. De chica la humildad familiar no la marcó. Asegura que eran muy felices y que eso es imborrable. (...) A veces me dicen, ‘sos demasiado humilde, sos una tonta’. Así me hizo mi mamá, eso me legó. Me enseñó a andar derecha por la vida y no hacerle daño a nadie’. Esa misma mamá –‘la gallega’- cuando era niña le cantaba tangos y valsecitos en vez de una canción de cuna” (11).

Victor Hugo Ghitta evoca el carnaval de la colectividad gallega: Victor Hugo Ghitta evoca el baile en el carnaval de la colectividad gallega. Recuerda “las largas mesas familiares del Centro Lucense, en una Buenos Aires cuyos esplendores y apego por las fiestas populares irían menguando con los años, en bulliciosas noches de carnaval en las que nos peleábamos por una falda con fervor e inocencia mientras nuestros padres batían palmas y meneaban caderas al ritmo del pasodoble o la muñeira, después de haberse atragantado con las sardinas españolas y las morcillas vascas y las batatas asadas al carbón y los jamones tan perfumados como las señoras que atiborraban la pista, atraídas por una estridencia de trompetas y por las toreras de luces y las fabulosas charreteras y los zapatos y los pantalones blancos de los Gavilanes de España, que era el conjunto musical que animaba las tertulias y las verbenas” (12).

En una conferencia dictada en 1994, afirma Aurora Alonso de Rocha que un recuerdo de 1978 le da “a la tarea de investigar, una cuota mayor de entusiasmo”. Se refiere a su viaje a Galicia: “de pronto, estuvimos en la mítica tierra. A terra, la de los cuentos mil veces recreados. (...) ¿Cómo pudieron irse? –preguntó mi hija de quince años. ¿Cómo, de un lugar mágico? Era el lugar del encantamiento, recibido en los relatos y los silencios dolidos, el lugar donde el mar era la mar y había puertos de tierra” (13).

Los Goris, inmigrantes gallegos, regresaron a su tierra. “De chica –afirma la hija, Esther-, escuché tanto a mis padres añorar su tierra gallega, que, a fuerza de ser tan nombrada, Galicia se convirtió para mí en una región mítica. (...) Recién al disfrutar de cerca de esa belleza incomparable entendí por qué a mi padre lo ponía triste la inmensa llanura de la Argentina. (...) Ahora hace unos meses que mis padres volvieron a radicarse en Galicia. Sólo falta que vuelva yo, para estar los tres juntos, en ese suelo soñado” (14).

“El origen de los negocios de Alfredo Coto –escribe Alfredo Sainz- está ligado a la carne, que aún continúa siendo una de sus principales fuentes de ingresos, ya que cuenta con tres frigoríficos propios que abastecen a sus supermercados y también exportan parte de su producción. Joaquín Coto, el papá de Alfredo, era un inmigrante gallego que tenía una pequeña carnicería en un mercado municipal que funcionaba en Retiro y desde chico Coto acompañaba a su padre en sus recorridas por el Mercado de Liniers. Con su esposa, Gloria, en 1970 fundó la primera carnicería, aunque desde antes estaban en el negocio de la compra de hacienda y el reparto de carne en pequeños comercios” (15).

Graciela González, hija de un gallego emigrante, relata que en los años en que llegó a la Argentina su padre, “Los sueños eran pocos, pero duraban toda la vida: comprar una casita, educar a los hijos y, quién sabe, volver a la patria algún día. Papá nunca lo hizo”. La entrevistada recuerda que en una valija, que las hijas pequeñas no podían abrir, el hombre guardaba “cartas, cuadros, que todos los emigrantes traían porque no sabían si podrían volver a ver a sus familiares. Había de todo. Era su historia” (16).

Beatriz Pérez Leiro, marplatense que en 1999 viajó a España, dijo: “Desde pequeña escuchaba a mi madre hablar de un extraño camino, que siempre se llamó ‘francés’, senda única y concreta hacia un sepulcro milagroso. Su voz se apagó y puse su sueño en mi mente y en mi corazón” (17).

Antonio D’Argenio testimonia la nostalgia de su madre: “Cuando era yo un chiquillo de ocho o nueve años, mi madre, que había llegado a nuestro país en 1920 desde su Lugo natal, en Santiago de Compostela, escuchaba todas las tardes por la desaparecida Radio Prieto, una audición llamada ‘Por los caminos de España’. En esos momentos yo no entendía cómo el rostro de mi madre se cubría de lágrimas cada vez que sintonizaba aquel programa y escuchaba, por ejemplo, el sonido de una gaita” (18).

Ruben Servia recuerda el viaje a la tierra de sus mayores: “en 10 minutos llegamos a A Coruña... Noia... Lousame... baje del auto... y lo que camine desde ese auto hasta los brazos de mi tía... no puedo explicarte, no podré expresarte, que me pasaba, era como caminar volando... liviano... sin nada adentro... ahogado... alegría... La abrace, llore como hacia mucho no lo había hecho recordé a mi papa a mis abuelos estaban ahí, en medio de nosotros dos...” (19).

José Luis Noya escribe: “”En las aldeas de Berdía y Vilar do Rey, en Galicia, nacieron mis viejos que, como muchos gallegos, vinieron a radicarse a nuestro país. Este año tuve la suerte de conocerlas y fue una experiencia única. El momento del encuentro familiar es difícil de describir. Comprobé que esa familia, desconocida para mí, tenía gestos similares a la que se encuentra del otro lado del Atlántico” (20).

Daniel Míguez recuerda: “Viví en la casa de San Lázaro donde nació mi padre, enfrente de la iglesia donde él, como monaguillo, enloquecía con travesuras al cura y dormí en la cama de mi abuela, Gloria, que murió sin conocer a sus nietos argentinos. También caminé a orillas del río donde lavaba la ropa y soñaba mi abuela Concepción, que me crió en Buenos Aires, y besé al viejito de 97 años que fue el hermano que ella más quiso. Y toqué las herramientas de zapatero que mi abuelo Manuel dejó en un taller en la casa de Labacolla en 1912, para venirse a la Patagonia, a los 16 años, con aires de anarquista. Fue mucho más que cumplir un deseo profundo. Fue como saldar una deuda metafísica” (21).

Fabián Tarrío recuerda a su padre, hijo de inmigrantes gallegos: “Mi viejo sabía vivir y hacer de cada momento con los demás, un tiempo grato. Lo que me viene a la cabeza es el espíritu que tenía de buena vida. Divertido, atrevido; era de disfrazarse para los carnavales o para fin de año, y viajar disfrazado en un colectivo a los corsos de la Boca. A nosotros nos daba un poco de vergüenza, pero hoy reconozco que lo hacía porque tenía un espíritu muy lindo” (22).

Un sombrerero es hijo de españoles: “En Gaona al 1200, se encuentra la tradicional sombrerería "Winter", que funciona allí desde hace 63 años bajo la batuta de don José "Pepe" Ferro, porteño de casi "90 pirulines", hijo de padre gallego, de Lugo, y de madre leonesa. Eduardo, su hijo se da una vuelta todos los días para ayudar en todo lo que haga falta. "Aquí de los 40 hasta el 60, había un trabajo bárbaro, los sábados la gente hacía cola en la puerta del local, es que los muchachos tenían que ir a bailar al vecino Club Buenos Aires (y sin sombrero era una vergüenza). También tenía una importante clientela de la colectividad israelita. Pero hoy la actividad está muerta, a lo sumo se vende alguna que otra gorra". En las vitrinas los elegantes orión lucen junto a los chambergos de fieltro "de primera calidad", negros, marrones y grises, "los negros siempre con forro, los de otro color no". Junto a ellos vemos la horma, con la que se tomaban las medidas de la cabeza del cliente y así poder hacerle su sombrero. "En verano se usaba panamá, y también ranchos", recuerda don José, y agrega: "Muchas veces los muchachos que iban al hipódromo, a las carreras, y acertaban una fija, revoleaban su sombrero por el aire". Esto situación de euforia, le venía muy bien al negocio, porque los apostadores volvían a comprar nuevos sombreros. Ferro conoció el oficio siendo joven, desde los 18 años hasta los 23 trabajó en la fábrica de sombreros "Dominoni", que quedaba en Monroe 1683/ 87, entre Montañeses y Arribeños, con salida también por Blanco Encalada. "Recuerdo una casa que continúa, como yo en esta lucha tan despareja, "Maidana", en Rivadavia al 1900. En fin, cosas de la vida, -murmura mientras acaricia a su perro Colita-. Pasa todo tan rápido..." (23).

Horacio Spinetto se refiere a un paragüero inmigrante: “En Independencia y Colombres funciona desde hace más de cuarenta años la paragüería "Víctor", propiedad de don Elías Fernández Pato, un español que llegó a los 18 años desde su tierra gallega y se dedicó a vender y arreglar paraguas por las calles porteñas. En 1957 abrió su local, al que puso el nombre de su hijo recién nacido” (24).

“Felicitaciones por la nota Cuentos de gallegos –escribe Marta Eijo a La Nación-. Las historias de los entrevistados bien pueden coincidir con la de mis padres. Algunos participantes en ella han dejado sus huellas de esfuerzo e idoneidad en el Centro Gallego de Buenos Aires, mutualidad de la que soy socia y que, sorteando as dificultades de la economía pendular en estos últimos años, sigue cobijando a esos inmigrantes, a sus hijos y nietos mediante la prestación médica y el acceso al Instituto Argentino de Cultura Gallega” (25).

En el Museo de la Inmigración, sito en el ex Hotel de Inmigrantes de Buenos Aires, se relata en un panel la historia del matrimonio Mosquera López-Alvarez Marante, emigrados desde Orense.

En otro panel, en ese mismo museo, se relata la historia del pontevedrés Martínez Padín.

En agosto de 2006, al crear esta página web, recibí este mail:
"Estimada María, pasear por sus textos tan placenteramente, no sólo agiganta la morriña que acompañó siempre a mis mayores, sino también, evoca el dulce, maravilloso e inolvidable recuerdo, de su sencillez, su don de gente, ese inconfundible y contagioso amor por la música y la alegría de su espíritu, dones heredados, que me acompañarán toda mi vida.
María, su obra, refresca almas y devuelve lozanía a los recuerdos. Que Dios la bendiga por lograr algo tan maravilloso y tan simple como la vida misma. Vaya a través de su hermosa obra, el más cariñoso recuerdo a mi querida madre, Angelita Valcárcel de Britti, y mis abuelos.
Cuánto me alegra que tamaña obra suya, haya sido publicada en ese sitio WEB. Es un hermoso acontecimiento. La felicito de corazón. Cuánto me alegro por usted y por el homenaje que representa a todos nuestros queridos recuerdos, pero también me alegro por todos aquellos gallegos y demás españoles, los cuales podrán acceder a tan provechosa y amena lectura.
Antonio Britti Valcárcel

En un e-mail, Mabel Rifon me escribe sobre su padre "Jose Luis Rifon Seijo, gallego, nacido en Betanzos, quien llego a la Argentina a sus 11 años en el año 1944, junto a su madre Consuelo Seijo Garrido, gallega y su padre, Jose Rifon Vales, argentino. Mi padre fue Presidente del Centro Betanzos de Buenos Aires entre los años 1968 a 1976, cuando dicho Centro era realmente un lugar de resistencia y acogia a intelectuales y distintas personalidades de las letras y las artes. En este concurso (el certamen convocado por el Centro Cultural Rosalía de Castro en homenaje a los 85 años del A. B. C. de Corcubión) va a recibir una mención por su poesía
"Dos Luceros", escrita el 27 de Octubre de 1956, cuando estaba de novio con mi madre, Maria Marta Diana Stimolo, argentina, nieta de italianos, y asi comenzó esta historia mezcla de morriña y tarantela, en un barrio bien porteño, (Versailles)".

Notas
1 Da Costa, Ana: “Entrevista a Juan Filloy”, en www.bibnal.edu.ar, 2 de marzo de 2000.
2 Seoane, Luis, en el video de la muestra “Luis Seoane. Pinturas, dibujos y grabados”, en el Museo de Arte Moderno, junio 2000.
3 S/F: "BIOGRAFIAS. Libertad Lamarque (1908-2000)", en Miradas, Multicanal, septiembre de 2007.
Pérez-Prado, Antonio: “Recuerdos de la América pródiga”, en Clarín, 19 de noviembre de 2000.
4 Zacharias, María Paula (texto); Roll, Mauro (fotos): “La vidriera cultural”, en La Nación Revista, 22 de agosto de 2004.
5 Alonso, Rodolfo: Entrevista en Historia de la Literatura Argentina. Buenos Aires, CEAL, 1980. (Capítulo).
6 Duche, Walter: “Todos tenemos derecho a escribir nuestra historia”, en La Prensa Buenos Aires, 18 de julio de 1999.
7 Espinosa Viale, Sara: “Señoras y Señores, con Todos Ustedes... Horacio Vázquez Rial”.
8 González Rouco, María: “María Rosa Lojo: la inmigración gallega”, en El Tiempo, Azul, 17 de marzo de 1991.
9 S/F: “Un periodista loco por la gaita”, en Clarín, 26 de septiembre de 1997.
10 Deus, Gabriel: e-mail enviado a MGR
11 Pacheco, Carlos: “María Nieves: la princesa del Plata baila hoy”, en La Nación, Buenos Aires, 7 de marzo de 2004.
12 Ghitta, Víctor Hugo: “Elegía a Paco Rabal dormido en Aguilas”, en La Nación, Buenos Aires, 2 de septiembre de 2001.
13 Alonso de Rocha, Aurora: “Los gallegos en Olavarría”, en El Tiempo, Azul, 30 de octubre de 1994.
14 Goris, Esther: “Galicia, tierra añorada”, en Clarín, Buenos Aires, 5 de diciembre de 1999.
15 Sainz, Alfredo: “PERFILES Un imperio tras las góndolas”, en La Nación, Buenos Aires, 30 de octubre de 2005.
16 Savoia, Claudio: “El equipaje de los sueños”, en Clarín, Buenos Aires, 14 de enero de 2000.
17 S/F: “Gozo y sacrificio en el camino de Santiago”, en La Capital, Mar del Plata, 30 de julio de 2000.
18 D’Argenio, Antonio: en “El regreso a la tierra de uno”, en Clarín, Buenos Aires, 17 de octubre de 1999.
19 Servia, Rubén: e-mail enviado a M. G. R.
20 Noya, José Luis: “Aldeas de Galicia”, en “La vuelta al origen”, en Clarín, Buenos Aires, 27 de septiembre de 1998.
21 Míguez, Daniel: “El tío Pedro”, en “Testimonios”, en Clarín, Buenos Aires, 27 de septiembre de 1998.
22 Piotto, Alba (Texto y producción); Rosito, Enrique y Digilio, Rubén (fotos): “Mi papá”, en Clarín Viva, Buenos Aires, 20 de junio de 2004.
23 Spinetto, Horacio: “El sombrerero”, en “Los oficios. Entre el olvido y el rescate”, en www.dgpatrimonio.buenosaires.gov.ar.
24 Spinetto, Horacio: “El Paragüero y el Bastonero”, en “Los oficios. Entre el olvido y el rescate”, en www.dgpatrimonio.buenosaires.gov.ar.
25 Eijo, Marta: “Gallegos”, en La Nación Revista, Buenos Aires, 8 de mayo de 2005.

Nietos

Ernesto Schoo recuerda a su abuelo gallego: “En la estancia de mi abuela materna, en Pergamino, hay una vasta biblioteca, en parte heredada de su marido, mi abuelo gallego, y en parte formada por sus hijos. Allí está todavía la famosa Biblioteca de La Nación, con mis lecturas favoritas, Julio Verne y Conan Doyle (las aventuras de Sherlock Holmes, que me llenaban de terror y a las que intentaba exorcizar dibujándolas como historietas) y Alejandro Dumas y H. G. Wells. En otros estantes relucían los lomos dorados de colecciones enteras de revistas españolas, que le mandaban a mi abuelo y que él hacía encuadernar: La Ilustración Artística, el Album Salón, Blanco y Negro. De 1896, 1898 (el año de la pérdida de las últimas colonias españolas, Cuba y las Filipinas), 1900, 1902...Yo leía ávidamente esos mamotretos, enterándome de las alternativas de la guerra de Cuba, o la de los boers en Sudáfrica. No había disciplina o rubro que no me interesara: los comienzos del cinematógrafo, el estreno de La Boheme de Puccini en el Liceo de Barcelona (casi todas esas revistas se editaban, lujosamente, en la capital de Cataluña), la evocación de los bailes de carnaval en el Madrid de 1850. En otra habitación, en un enorme mueble con puertas vidriadas estaba la inabarcable, interminable Enciclopedia Espasa. Por ahí descubrí también los Artículos de costumbres de Mariano José de Larra (Fígaro), modelo para todo aspirante a cronista, aún hoy” (1).

Lolita Torres manifestó: “No puedo explicar el por qué del acento español. No sé, me viene de adentro, y eso que mis padres eran argentinos. Mis abuelos paternos eran navarros y los de mamá eran gallegos. Por un tiempo, todos creyeron que yo era española y eso provocó el estallido en la comunidad hispana. Cuando se enteraron de que era argentina no tuvieron el menor prejuicio y me siguieron apoyando” (2).

Alberto Cortez es el autor de la letra y música de la canción “El abuelo”. El cuenta la historia de ese tema: "De alguna manera esta canción que viene es una historia de ida y vuelta. ¿Por qué?, pues simplemente porque mi abuelo se fue de emigrante y después de casi una vida yo, su nieto mayor recorrí el camino de regreso, ese camino que él no pudo realizar a lo largo de su larga vida, a pesar de su inmensa nostalgia. Murió a los ochenta y algunos años. (...) La Argentina en aquellos años de principio de siglo era una esperanza que ofrecía amplios horizontes para los jóvenes con ganas de trabajar y hacer fortuna. Los hermanos García habían dejado España y especialmente Galicia ya que esta “sua terriña” natal no podía ofrecerles más que una vida azarosa bastante cercana a la miseria. Germán, Eladio y David, los tres hermanos García, se embarcaron en Vigo, como todos los gallegos emigrantes con destino a Buenos Aires (...)” (3).

En “Al contrario de lo que dicen El abuelo de Cortez”, escribe Julio César Barros: “Mi abuelo era un gaita nacido en Monforte de Lemos y llegado a estas comarcas cuando tenía un poco más de 18 años. Como otros tantos millones de españoles, se abrió camino aprovechando honestamente las oportunidades que ofrecía el país, en aquellos mejores días. Se casó con una argentina, aumentó cuanto pudo la prole, compró su chalecito y se jubiló despues de haber cinchado no sé cuantos años en el Roca. Una vida tan modesta, que mal hubiera podido despertar la curiosidad de nadie” (4).

Me escribe Stella Maris Latorre: "mi abuelo, que nació en 1881, se llamaba Juan Latorre y era el papá de mi padre Manuel Angel Latorre. Mi abuelo nació en Soria, pero no se sabe la aldea. No pudimos averiguar; buscaron por las parroquias pero no, sólo que él siempre dijo que nació en Soria. Era comerciante de cueros. Tengo un pariente que vive en Aragón -es Miguel Angel Latorre, el de las galerías fotográficas-; él está permanentemente haciendo trabajos importantes para el Reino de Aragón y muchas galerías muy famosas. El me dijo que no se sabía lo de la aldea y averiguamos mucho por los sacerdotes y en Santiago por el archivo también; además, él pertenecería a Castilla La Vieja, no? Yo, en realidad, la nacionalidad la tendré en breve por ser viuda de español (gallego de Lugo), pero hacía las averiguaciones de mi abuelo por conocer más de mis raíces. Mi abuelo inmigró en el año 1914; él había enviudado, así que al venir aquí se casó nuevamente con mi abuela, Paula Luján de Villa Garcia de Arousa y en 1920 nació aquí mi padre".

Guillermo Saccomanno relató en un reportaje: “Mi abuela era una presencia muy fuerte. Trabajó de sirvienta y de lavandera de familias bien de la época. Con todo, acá la pasaba mucho mejor que en su aldea, donde estaban muy sometidos” (5).

Guadalupe Henestrosa afirmó: “Desde hacía años venía pensando en el tema del desarraigo. Me interesaba especialmente el caso de las mujeres jóvenes, el testimonio personal, los sentimientos que se tejen en un apuesta vital tan fuerte. En parte se vincula con la experiencia de mis propias abuelas, ambas inmigrantes españolas. Una de ellas, Carmen Oliveros, cuyo nombre usé como seudónimo para el Premio, llegó a los 19 años, sola, en el año 20. Hoy suena sencillo pero en esa época cruzar el mar implicaba casi irse a otro planeta, no volver a ver a la familia, vivir a una carta por año, en un contexto de gente prácticamente analfabeta. Y tener que cargar además con la gran pregunta: irse para qué. Al sentarme a escribir, todo eso estaba sobre la mesa. (...) María Cruz, mi otra abuela, llegó a la Argentina con sus hermanas. Ese recuerdo fue el puntapié inicial.” (6).

“En Internet, decenas de páginas promueven la búsqueda y el encuentro con familiares de antaño, (...). Casi todos los que buscan, más que los hijos, son los nietos. –Es normal –dice Pablo Cirio, musicólogo, investigador de la música tradicional gallega en prácticas espontáneas y profesionales en la Argentina-. La capa de gallegos nativos está jubilada. Los hijos hoy tienen entre 40 y 50 años , y son los que se llevaron la peor parte. Pagaron el resentimiento de sus padres, que querían insertarse como argentinos y no les interesaba mantener sus raíces. Como muchos eran analfabetos, querían posicionar a su descendencia en mejor lugar. Entonces no les enseñaron el idioma. ¿Para qué va a hablar gallego? Que hable inglés, que sea abogado. Ahora los nietos son los que están interesados en la vida de sus abuelos, el idioma, la música. Y, claro, en el pasaporte” (7).

Acerca de su abuela, nacida en Piteira, Orense, escribió el periodista Vicente Muleiro: “Como decía Gila, mi abuela era una solterona... Tan solterona era doña Francisca Muleiro que a sus hijos les puso su apellido.(...) Murió cuando yo era un adolescente y se llevó el secreto de su infancia gallega y la íntima épica de su inmigración” (8).

En un reportaje, Martín Seefeld evoca a su abuela inmigrante: “Aprendí todo de mi abuela Lala. Era gallega y me enseñó a disfrutar de todo, desde un plato de lentejas hasta bailar” (9).

Cecilia Figaredo “Habla con voz fuerte y remite a sus orígenes: ‘Figaredo es español; mi abuelo era de Oviedo y mi abuela, de Galicia. Por parte de mamá son italianos, así que en mi casa cada vez que nos reunimos es hablar a los gritos, todos juntos. Es un bardo y nadie se escucha’ ” (10).

“En 1886 –escribe Claudio Savoia-, mucho antes de convertirse en el apellido de un polémico dirigente del fútbol, Lalín era sólo un pequeño pueblo de Pontevedra, en la provincia española de Galicia. Desde allí, al igual que otros miles de esperanzados con dejar atrás su desesperanza –como los antepasados del polémico dirigente- Nieves Barcala partió hacia Buenos Aires. El mismo año, desde el mismo pueblo, zarpó el barco que sacaba de España al niño Manuel Miranda, alejado de su patria por su abuela para protegerlo –a él y a su madre- de la vergüenza de ser hijo natural. En La Boca, en un conventillo, Nieves se empleó como doméstica. Su dueña, Paca, era tía de Manuel, a quien Nieves conoció... en una reunión de inmigrantes de la sociedad Hijos del Partido de Lalín. Se casaron. Compraron el conventillo” (11). Esta es la historia que Daniel Miranda, uno de los nietos, relata al periodista.

“Las historias de mis abuelos eran, en mi infancia, un ‘cuento’ interesante para mí –dije en una entrevista-. Ese tipo de narración familiar sin duda me marcó. Cada vez que se juntaban, mis parientes tenían dos temas de conversación, a saber: cómo cambió su vida al llegar a América y cuándo iban a ir de visita a su tierra” (12).

Cuando mira una foto, Elsa Carballeda imagina el viaje de su abuela “con sus tres primeros hijos en la bodega del barco (tres meses viajando en condiciones precarias y los sueños intactos)” (13).

Aún hoy perviven las recetas de la abuela. En su restorán, los hermanos Morales hacen la empanada gallega tal como la hacía Manuela Eiras en Padrón, según la receta que trajeron de La Coruña hace cuarenta y tres años (14).

“¿Quién puede decir con seguridad que su receta de empanada gallega es la auténtica? –pregunta Alicia Delgado. Hay tantas empanadas como abuelas gallegas, y todas son válidas mientras no transgredan ingredientes y técnicas básicas (que no a todos les importan si el resultado es rico). La empanada gallega de Doña Tere, un restaurante con pocos meses de vida y antecedentes en Cariló, lleva una masa de pan crocante, la que preparaba la abuela de Héctor Rodríguez, muy apropiada para contener el relleno, en este caso una mezcla de diversos pescados desmenuzados más cebolla, ajíes y otros aromas; por cierto sabrosa, bien presentada con hojas frescas aderezadas” (15).

Silvia Puente recuerda a sus mayores y la herencia espitirual que le dejaron:
"Mi abuelo paterno era carpintero; mi abuelo materno editaba un periódico titulado Galicia. Por suerte para mí, vivían con nosotros. El domingo era el día más bello de la semana. En primer lugar, porque era el único en el que nos permitían dormir hasta tarde. En segundo lugar, porque era el más inquietante: ese día aprendíamos más que en la escuela.
Para cuando mi hermana y yo estábamos bañadas y bien vestidas, ya se había armado la ronda de hombres presidida por mis abuelos, en el patio, bajo la sombra del naranjo. Allí estaban sus amigos, y los hombres más jóvenes: mi padre y mis tíos.
¿Qué edad tendría yo entonces, si sentada en un sillón de jardín mis pies no llegaban a tocar el piso?
¿Qué decían esos hombres?, ¿qué hacían? Leían los diarios y los comentaban en voz alta. A veces discutían acaloradamente, y ya sabíamos que entonces aparecerían mi madre o mis tías para decir que bajaran la voz. La orden se cumplía, pero la discusión seguía. Era apasionante, y aunque mi hermana y yo aparentemente no entendiéramos nada, entendimos todo.
Era una época en la que las mujeres estaban en la cocina y sólo los hombres leían el diario. Le agradezco a mi madre el habernos permitido elegir entre la cocina y el patio. Le agradezco esa libertad cuidadosa, la misma que mi hija me agradece hoy a mí.
Elegido nuestro camino, y aun cuando pasaron muchos años antes de que pudiéramos usar medias de seda, seguimos los domingos, junto a esos hombres, la Guerra de Vietnam, la Guerra Fría, las primeras aventuras espaciales, los golpes de Estado, el peronismo y el antiperonismo. Compartimos también las etapas en que a algunos de ellos les tocó la cárcel por elegir que iban a seguir leyendo y opinando según sus propias convicciones" (16).

"Con estas obras Néstor Goyanes, artista gráfico argentino, cierra una etapa que empezó hace algunos años con la serie del "Arbol de la Identidad".
Todo comenzó en un viaje a Galicia, esa tierra de los abuelos que lleva en el alma, con las cartas que su madre celosamente guardaba de "los parientes" que vivían allá, con las estampillas, con los sobres, con esas piedras que formaban el "Puente de la Abuela Petra", su primera litografía de gran tamaño. De allí en más siguieron unas series de obras sobre el "Arbol de la Identidad", donde la figura de la madre y el abuelo se repetían constantemente en una especie de danza profunda y sentimental, enlazados por cartas de torpes caligrafías y de errores gramaticales, pero llenas de algo que jamás se encontrará en un diccionario o enciclopedia: el amor y el sentimiento".
Notas
1 Schoo, Ernesto: “Mis aprendizajes Memorias”, en La Nación, Buenos Aires, 13 de noviembre de 2005.
2 Freire, Susana: “Lolita Torres. Una voz que le cantó a los corazones”, en La Nación, Buenos Aires, 15 de septiembre de 2002.
3 Cortez, Alberto: “El abuelo”, en www.albertocortez.com.ar. Reproducido en www.galespa.com.
4 Barros, Julio César: “AL CONTRARIO DE LO QUE DICEN El abuelo de Cortez”, en La Unión digital, Edición Número 2572, Lunes 1 de Marzo de 2004, www.launion.com.ar.
5 Chiaravalli, Verónica: “Un corazón tomado por la memoria”, en La Nación, Buenos Aires, 15 de agosto de 1999.
6 Garzón, Raquel: “ENTREVISTA CON MARIA G. HENESTROSA Bajo el signo del folletín”. (Foto: David Fernández), en Clarín, Buenos Aires, 19 de noviembre de 2002.
7 Guerriero, Leila (texto) y Lucesole, Martín (fotos): “Cuentos de gallegos”, en La Nación Revista, 17 de abril de 2005.
8 Muleiro, Vicente: “El mirador”, en Clarín, Buenos Aires, 27 de septiembre de 1998.
9 Madrazo, Cecilia: “Martín Seefeld: 10 cosas que sé”, en La Nación Revista, Buenos Aires, 29 de diciembre de 2002.
10 Demare, Silvina: “Cecilia Figaredo METIDA EN EL BAILE”, Fotos: Alejandra López, en Clarín Viva, Buenos Aires, 18 de diciembre de 2005.
11 Savoia, Claudio: “El equipaje de los sueños”, en Clarín, Buenos Aires, 14 de enero de 2000.
12 Ferrer de Carrau, Margarita: “CONVERSACIONES EN EL FILO DEL MILENIO, Entrevista a María González Rouco”, en El Tiempo, Azul, 3 de septiembre de 2000.
13 Carballeda, Elsa: “El altillo de Elsa”, en Floresta y su mundo. Año 9, N° 106. Febrero de 1999.
14 En La Capital de Mar del Plata.
15 Delgado, Alicia: “Otra cocina española en Palermo”, en La Nación Revista, Buenos Aires, 30 de abril de 2005.
16 Puente, Silvia: "En domingo aprendí a pensar", en La Nación Revista, Buenos Aires, 25 de marzo de 2007.
17 Gil, Rafael: en "de Cartas, Barcos y Trenes", catálogo de la muestra de Néstor Goyanes en Ática Galería de Arte, mayo de 2008.

Argentinos

Según lo que comían, Santiago de Estrada podía reconocer la procedencia de los habitantes de los conventillos: “Encienden carbón en la puerta de sus celdillas los que comen pucheros: esos son americanos. Algunos comen legumbres crudas, queso y pan: esos son los piamonteses y genoveses. Otros comen tocino y pan: esos son los asturianos y gallegos. El conventillo es el reino de la ensalada cruda” (1).

La historia de un café tiene que ver con un inmigrante: “Tan cheto, tan cheto, pero La Biela empezó siendo, en 1850, una pulpería de un gallego que le quiso poner La Veredita, pero le salía ‘viridita’ “ (2).

García Meróu destaca la importancia de los Juegos Florales del Centro Gallego: “Los Juegos Florales, en que obtuvieron premios Andrade, Oyuela, Castellanos, García Velloso, etc., produjeron un pequeño movimiento literario que debe ser estudiado y apreciado por todo el que quiera reflejar, aunque sea de una manera superficial, las manifestaciones del intelecto argentino en la época contemporánea” (3).

José Navarro y Humberto Sánchez fundaron la conocida tienda marplatense “Los gallegos”. “Con poca mercadería y muchas ganas de ganar dinero, los dos gallegos dormirían muchas noches sobre los dos únicos mostradores de la tienda vencidos por el cansancio de largas horas de trabajo y temerosos que un desborde del arroyo se llevara rápidamente las ganancias del mes”. A ellos se sumaron más tarde los empleados Enrique Martínez y José Vicario. “Recuerda doña ‘Conce’, la esposa de José Vicario que ‘cuando ellos (Vicario, Martínez y Navarro) iban al campo a hacer propaganda y vender, nosotras las mujeres, preparábamos las viandas. Es que estaban afuera varios días y debían llevar la comida. Sí, claro que con la señora de Martínez tratábamos de ayudar. Hubo épocas muy malas, como aquella de la crisis del 30... bueno, nosotras confeccionábamos ropa interior, camisetas y todas esas prendas para ser vendidas en la tienda...” (4).

Cerca de Médanos abrieron la Proveeduría “El Progreso” los hermanos Martínez y la esposa de uno de ellos. “Tanto Paco como Pepe –relata Isaías Leo Kremer- eran medio duros de entendederas, pro nunca dejaron de pagar sus cuentas, ni de tener preparados los billetes para los proveedores, cuando estos presentaban sus facturas. (...) Los gallegos, no sólo eran muy trabajadores, sino que hacían todo solos, no contrataban personal alguno; esto, unido a una vida austera, hizo que pronto cimentaran su posición” (5).

Otros gallegos viajaban a Ushuaia. “ ’El Gallego Penitenciario’ ocupó un rol tan destacado en la historia de los primeros penales que fue honrado días atrás con una estatua recordatoria, ubicada en un lugar central del Museo del S.P.F. ‘A principios de siglo los primeros guardias eran gallegos o yugoslavos, traídos a la Argentina para trabajar en las cárceles. Muchos llegaban al puerto de Buenos Aires y seguían viaje al penal de Ushuaia; otros paraban en el Hotel de Inmigrantes y eran destinados a unidades de acá’, recuerda el alcaide mayor retirado Horacio Benegas, asesor del museo y jefe de visitas de la Unidad 16 en los 60” (6).

Daniel Yarmolinski y Graciela Pesce relatan una anécdota que tiene como personajes a Discépolo, Tania y un gallego: “Nos cuenta Francisco García Giménez que alguna vez escuchó junto con otras oersonas, el siguiente relato de boca de don Enrique Santos Discépolo (Discepolín): En los días que nos llegaban mal barajados por la suerte contraria, un 24 de diciembre estábamos en casa solos, secos y amargados. De repente, llamaron a la puerta. Tania, mi mujer, fue a abrir... ¡Era el gallego del almacén de enfrente con una canasta repleta!... Desde la avellana al turrón, desde las pasas de uva a la sidra: ‘como ustedes no me hicieron ningún pedido, me atreví a traerles esto. No se preocupen me lo pagarán cuando puedan’. ¡Lo machuqué de un abrazo! Tania, emocionada se puso a llorar” (7).

Francisco Gil nació en Vilar, Pontevedra, en 1915 y llegó a la Argentina a los cinco años. Fue “un gallego que se sintió argentino y organizó durante décadas encuentros entre autores y lectores, que son el antecedente más cercano a la Feria del Libro”. “En 1960, Don Francisco sintió nostalgias de su tierra natal y quiso visitarla. Sus amigos se ocuparon de cumplir su deseo. Agustín Pérez Pardella, escritor y capitán de navío, lo llevó en su barco hasta Pontevedra. El dinero para la estada provino de una rifa de una obra que donó Berni” (8).

En Mar del Plata, en noviembre de 2000, el diario La Capital publicó una nota de Esteban Turcatti titulada “El gaucho que conquistó el mundo”. En ella leemos: “Bernaldo Souto, poeta gallego, había traducido el Martín Fierro a ese idioma en el año 1980. Establecido en la Argentina desde hace muchos años, regresó recientemente de su tierra natal, Galicia, donde es muy conocido por su obra literaria y periodística. Allá brindó una serie de conferencias y presentó tres libros de poesías bajo el título ‘Luz y sombras’. Pero su mayor satisfacción fue enterarse que en fecha próxima, su traducción gallega del Martín Fierro será publicada por la Xunta de Galicia, en una edición bilingüe de lujo” (9).

“Hacia la época del Centenario –destacan Marcelo Alvarez y Luisa Pinotti- cuando la ola española supera a la italiana, los ‘gallegos’ (y especialmente los auténticos hijos de Galicia), asomarán tras los mostradores de almacenes, hoteles, restaurantes, bares y confiterías. La política de la ‘amalgama’ triunfará en el lugar menos previsto por sus ideólogos: la cocina (en todo caso, la cocina del conventillo se presenta como primer espacio de reconocimiento, negociación e integración). La gastronomía italiana será adoptada, resignificada y servida por cocineras y cocineros españoles en lugares públicos y en casas particulares. Se estaba produciendo, en todo caso, el fin de las ‘islas culinarias’ de los grandes contingentes migratorios: la revolución ‘que acaba estructurando las características esenciales del menú porteño. El menú porteño se define: no es otra cosa que los platos más emblemáticos de la gastronomía italiana junto con la carne criolla y algunos manjares españoles (tortilla de papas) y franceses (omelettes), cocinados y servidos por hijos de la península... ibérica. Las salsas tendrán una condimentación distinta (la ‘pomarola’ se olvidará del aceite de oliva), los tiempos de cocción serán otros, los ingredientes serán alterados, subvertidos u omitidos. (...)” (10).

Arturo Lezcano me escribe que la madre de José María Martín trajo desde Galicia un cuadro titulado “La abuela y el niño”, de Fernando Alvarez de Sotomayor. Pensaba procurarse con su venta algún dinero para establecerse en América.

En España, un gallego que retornó sin haber podido “hacer la América” encontró en los manjares argentinos un medio de vida. Lo cuenta Norma Morandini: “como la patria es la infancia, el tiempo se evoca con los sabores que se perdieron. En una pastelería de la calle Menéndez y Pelayo, cerca de la plaza Cavia, se forma una fila para comprar. Un pequeño negocio donde se pueden conseguir medialunas, tarta de acelga, yerba, vinos argentinos y esa delicia que se arma como exclusividad nuestra, los sandwiches de miga. (...) lejos de lo que podría pensarse, el negocio no pertenece a ningún argentino. Su dueño, un gallego que vivió veinte años en la Argentina, al regresar encontró la prosperidad que le fue esquiva como inmigrante. Gracias a los sabores que se trajo del Río de la Plata, su negocio crece cada día” (11).

Algunos descendientes de inmigrantes se dedicaron al tango. No es muy amable la impresión que tenía Carlos Gardel sobre el tango ejecutado por españoles, ya que le dijo a Astor Piazzolla: “Mirá pibe, el ‘fueye’ lo tocás fenómeno, pero al tango lo tocás como un gallego” (12).

En casa de los Villafañe trabajó “una señora española”, de la que dice Javier, el titiritero: “tenía una memoria extraordinaria y decía romances antiguos españoles –aprendí de ella el Romance del cebollero-. Pablo Medina destaca: “La insistencia con que Javier Villafañe vuelve de tanto en tanto en sus conversaciones sobre la figura de aquella gallega Rosa, la cuentacuentos, poemas, romances y otros decires, es significativa no sólo por su evocación sino también porque la califica como imagen formadora” (13).

“ ‘Si cantan, es ti que cantas; si choran, es ti que choras; i es marmurio de rio, i es a noite, i es a aurora’. Estos versos de Rosalía de Castro, así como muchos otros de tantos poetas gallegos pudieron oírse durante décadas en los labios de Lita Soriano (...) la actriz del decir gallego por excelencia y aquella intérprete de carácter que supo descollar en teatro, TV y radio, principalmente. (...) ‘Lita fue una trabajadora total de la actuación. Sufría mucho cuando no estaba activa. Su vida eran el teatro y sus sobrinos’, cuenta Roberto Trespando, que fue su esposo durante 40 años” (14).

Refiriéndose a quienes debían actuar como inmigrantes, dijo la actriz María Rosa Fugazot, en un reportaje: “Me crié entre actores capaces de hacer un italiano perfecto, un gallego, un turco, un judío perfecto. Actores que no imitaban un acento; sabían penetrar una psicología. Los personajes del sainete eran simples en apariencia, pero con nostalgia por su tierra y un gran amor al lugar que los había acogido. Eran seres complejos, que había que saber observar” (15).

La actriz Rita Cortese recuerda la presencia inmigrante en la sociedad: “Cuando yo era chica, los inmigrantes europeos eran algo vivo y cercano. Tanos y gallegos, como decíamos, estaban allí, al lado nuestro, en la calle, en el barrio. Pesaba su manera de ser y de hablar, sus costumbres, comidas, espectáculos. Formaban parte de nuestra vida cotidiana” (16).

Carlos Gorriarena evoca su infancia cosmopolita: “Mis primeros recuerdos son los de un barrio de casas bajas, espaciadas, deplorables; frescas en el verano por las enredaderas, los vastos espacios de las quintas que entonces, donde ahora también se levantan deplorables edificios altos, proveían de verduras a la pueblerina capital. Calles de tierra, con puentecitos que las separaban de las zanjas de las aguas servidas; también de las aguas de lluvias torrenciales, de las veredas también meadas por los perros y cubiertas por tramos de pastizales cortos. (...) Una población poco indígena, compuesta de inmigrantes armenios que por las noches se reunían en manadas para rememorar los asesinatos cometidos por los turcos... Polacos, italianos y gallegos” (17).

La confluencia de inmigrantes de distinta procedencia y de criollos permite que confraternicen y que conozcan sus cocinas típicas. En una calle porteña vivió doña Catalina, la madre de Miriam Becker. En una sentida evocación que escribe poco después de la muerte de la rumana, comenta que la anciana “De sus vecinos -españoles, italianos, argentinos del interior-, había descubierto que el mejor arroz con pollo lo hacía doña María, la gallega, pero sin panceta; lo rico que eran el grelo, la nabiza y la achicoria como los preparaban los Brunetta –los italianos saben comer verduras-, y que las empanadas con la carne cortada a cuchillo de doña Pepa eran mejores que con la picada común” (18).

Maximiliano Matayoshi es el autor de Gaijin, novela que ganó en 2002 el premio Primera Novela Alfaguara - UNAM.
El expresó: "Me fascina la cultura celta, los irlandeses y los escoceses. La primera atracción que tuve fue su rebeldía, su estar en contra del Imperio. Después hay un montón de miradas que tienen los celtas que son tan poco occidentales y tan ricas de por sí. Estudié inglés en Edimburgo y en Dublín. Me encantan. Son una cultura que se quiso acallar pero que peleó para salir a la superficie. Los irlandeses pelearon hasta el final, los escoceses pelearon hasta el final, los gallegos la pelearon yéndose, emigrando. Porque no siempre irse es escapar. Lo celta quedó como símbolo de la rebeldía" (19).

En “A Coruña, con sugestivos semblantes”, escribe Horacio de Dios: “don Amancio Ortega, que nació y sigue viviendo aquí, lanza los modelos que se extienden en todo el planeta al compás de sus tiendas Zara y marcas anexas que lo han convertido en uno de los diez hombres más ricos del mundo, según la revista Forbes. (...) Lo que ocurre es que su historia de éxito espectacular tiene mucho más que ver con la actualidad que el antiguo sueño de hacerse la América y volver a la patria chica para construir una mansión que demostrara a los vecinos qué bien les había ido. Los gallegos dejaron de emigrar y hoy son un ejemplo para seguir sin salir de su casa” (20).

John Argerich se refiere a algunos inmigrantes: “recordé una copla que cantaban los mozos gallegos del Munich que hay frente al Rosedal: ‘De Cádiz a Vigo/ de un salto llegué.../ Tan sólo por verte/ La punta del pie’ ” (21).


En “El gueto de Villa Crespo”, Alberto Benchouam escribe: “También se cuenta la graciosa historia de una gallega, encargada de un inquilinato que al ver aparecer a un niño llorando por un insulto, exclamó extrañada: pobre niño... qué culpa tiene de ser judío y se dice que en ese mismo mes increpó a un compadrito: Mire usted hace tres meses que me debe el alquiler de la pieza... sepa que aquí hay muchos que aunque son judíos y no los saca usted de esa por perdidos que estén... pagan puntualmente” (22).

En 2006 se vio en la Argentina la miniserie Vientos de agua, una coproducción del canal Telecinco de España, Pol-Ka y Cien bares (la sociedad de Campanella y el autor Eduardo Blanco. La dirigen Juan José Campanella, Sebastián Pivotto, Paula Hernández y Bruno Stagnaro (23).
Entrevistado por Sandra Russo, manifestó Campanella: “La coproducción argentino-española, una historia de exilios cruzados entre inmigrantes de las primeras décadas del siglo XX y los argentinos que huyeron en el 2001 admite, según Campanella, una clara connotación: “Tenemos la fantasía de ser ‘apolíticos’, pero hacemos política permanentemente, hasta cuando miramos televisión”.(...) Cuenta Campanella que para los trece capítulos de Vientos de agua trabajaron dos años y medio. “Escribimos los dos primeros guiones cuatro autores juntos: Aída (Bortnik), Juan Pablo (Domenech), Aurea (Martínez) y yo. Fueron ocho meses. No sólo había que recrear la génesis de los personajes, sino el modelo de estructura sobre el que descansaría la historia. Mucho ida y vuelta, mucha reescritura. El resto de los guiones se llevó adelante desde marzo de 2004.” La idea de entrecruzar a un inmigrante asturiano analfabeto que abandona su tierra natal perseguido por la Guardia Civil con la de su propio hijo, un arquitecto que en 2001 cruza el Atlántico hacia España buscando cómo rearmar su vida y mantener a su familia, se le ocurrió al director mientras vivía en EE.UU., donde residió 18 años. “Un día, en Nueva York, me desperté a las cinco de la mañana para leer todos los diarios argentinos antes de ir a filmar, y pensé ‘pobre el abuelo, que no podía hacer esto’, pero después, destruido por la realidad argentina, me dije: ‘bueno, qué suerte que el abuelo pudo olvidarse de todo y empezar de cero’. O sea, el desarraigo, antes y ahora, es tremendo.” Y sobre el desarraigo cabalga Vientos de agua, porque tanto en el barco “Aquitaine”, que trae al asturiano Andrés Olalla a la Argentina, como en el piso madrileño en el que se hospeda muchas décadas más tarde su hijo, hay cubanos, húngaros, franceses, italianos, gente que por un motivo u otro tuvo que dejar su tierra y se hace mutuamente una compañía precaria pero al mismo tiempo férrea: la compañía que se hacen los desesperados. Allí nacen esas amistades que se mantendrán de por vida y los roces inevitables de los que intentan permanentemente mantener algún tipo de equilibrio”.
“¿Por qué Andrés es asturiano y no gallego? De las corrientes inmigratorias, la más identificable para los argentinos es la gallega. Quienes trabajaban en la miniserie dudaban. Hubo un par de elementos que inclinaron la balanza hacia Asturias. “La idea siempre fue serles fiel a todos los idiomas y dialectos. Se habla italiano, pero también genovés o comasco, por ejemplo. Y el bable, que es el dialecto asturiano, es menos cerrado y más parecido al castellano”, cuenta Campanella. “Pero además, Asturias es España, el resto es tierra reconquistada. Y hubo revueltas mineras en el ’34, que fueron la mecha que encendió la Guerra Civil. Así que tomamos el mundo minero de Asturias” (24).

En noviembre de 2006, me escribió Nisa Forti Glori, italiana radicada en la Argentina: "Yo estuve en Vigo-Nigrán-Bayona en abril-mayo y volví embelesada por la belleza de las rías y por la serenidad y 'honestidad' de los lugareños. Con decirte que cuando llegué, creo que a Santiago de Compostela, un empleado o funcionario en el aeropuerto me saludó así: 'Bienvenida a esta ciudad. Aquí no debe preocuparse por nada. Nadie la va a asaltar, ni a robar,ni hacerle daño. Dediquese a disfrutar su estadía. Queremos que vuelva'. Me sonaron a palabras celestiales".

El tenor Darío Volonté recuerda una anécdota que tuvo como personaje a un inmigrante:
“Trabajó para varias agencias de fletes y algunas empresas. ‘Cargué heladeras, bolsas de cemento, pianos, lo que fuera”, cuenta. Y empezó a tomar clases de canto con José Crea, su ‘único maestro’. Quien le hizo comprender que contaba con una voz de tenor que podía ser su instrumento. Una tarde, cuando se estaba yendo a su clase, otro fletero lo paró:
- ¿A dónde vas?
- A Temperley, a estudiar canto.
- ¿Se come de eso?
- Si a uno le va bien, sí.
El Gallego lo despidió con un mensaje ‘bien de inmigrante que se rompió el traste’, que Volonté no olvidaría jamás: ‘Entonces, estudiá’ “ (25).

Rolando Hanglin evoca a una mucama gallega: “Mi cuñada María José Ordóñez tiene una mucama de 80 años llamada Ricarda. Llevan juntas algo más de 50 años. No son muchas las tareas que Ricarda cumple hoy: es una señora mayor. Pero nunca será despedida. Jamás será sancionada. No piensa entablar litigio laboral. Porque María José y Ricarda pertenecen a la vieja alianza. Patrona y mucama, dos mujeres unidas en la riqueza y en la precariedad, la salud y la enfermedad, la suerte y la desgracia. Para siempre. La patrona (en este caso) paga la jubilación, algunos pesos para gastos y el plan médico privado. Uno de los buenos. Y la mucama vive en su casa de siempre, la casa de la patrona. Allí tiene su habitación, sus cuadros, sus fotos, su ropa, sus recuerdos. Así será, hasta que llegue la hora final para alguna de las dos. Naturalmente, Ricarda tiene sus hijos y sus nietos.Y los visita regularmente. Pero ya se sabe: es ley de vida, los hijos tienen, cada uno, su propia historia. Hoy por hoy, cada uno tiene que contar –para la vejez– con un puñado de seres queridos que ha elegido uno mismo. Su pareja, tal vez un hermano, algún amigo entrañable... ¡Y eso es todo! Así era antes. Mi tía Cándida Braga tuvo durante 50 años a doña Carmen García, oriunda de La Coruña. Y mi abuela Matilde contó con la morenísima Lucía, a quien poco y nada pudo pagar en los últimos años. Hasta que las dos murieron de viejas. En esa íntima alianza incondicional, cada una tenía su papel. La mucama era mucama. La patrona era señora. "La señora." Había códigos de respeto sacrosanto. Una daba las órdenes (nunca como una tirana caprichosa; eso no es de señora), la otra obedecía ligerito, pero sin servilismo. Cocinando y barriendo con un nivel profesional que ya no existe. Había jerarquías diferentes, pero al mismo tiempo solidaridad, ternura, afecto, compañía, decencia” (26).

Desde Madrid, escribe Silvia Pisani: "A los alcaldes españoles les ha dado por cuestionarse. No por chanchullos inmobiliarios -¿qué es eso?- sino por banalidades tales como las últimas causas aristotélicas. Ahí va un ejemplo: "Madrid, ¿qué pasaría si nunca pasara nada?", interroga -campaña publicitaria mediante- el ascendente regidor madrileño, Alberto Ruiz Gallardón.
Por pasar, pasa de todo. Incluso que la población rota, cambia, hace la valija, viene y se va a ritmo de vértigo. Hoy, según datos oficiales y a caballo de la fuerte corriente migratoria, uno de cada seis habitantes de la capital española es extranjero. Vienen de todos lados, de todas las lenguas y con una fuerte posibilidad de empezar su nueva vida como camarero.
Ellos llegaron y otros se van, desaparecen, se transforman o, como corresponde a la época, se reciclan. Y el cambio ahora se devora al mozo gallego, convertido en especie en extinción, en beneficio de la nueva camada de camareros que llegan sobre todo de América latina, y que, en vez del áspero "¿qué le pongo?" cuando uno se acerca a la barra, ofrecen, con voz temerosa, un "agüita" después de comer.
Se acaban los mozos gallegos. Y es posible que los últimos se encuentren en Buenos Aires, como una especie para proteger. Una estirpe que desciende de aquellos otros inmigrantes que llegaron cuando la ciudad no era una "actitud" sino una poderosa esperanza. Una mano servicial y entrañable que, como casi todo, un día crece. Y se va" (27).

"En febrero de 2008, comenta José Enrique:
"No soy gallego ni descendiente de ellos, quizá el hecho de haber nacido en la Quinta Provincia Gallega, Buenos Aires, me otorgue algun derecho sobre el tema, era apenas un hablante y estudioso del habla de nuestros vecinos brasileños hasta encontrame con una nasa cuya carnada era un escrito en Gallego Reintegracionista, entré en la nasa. Los gallegos saben que esas nasas de Normas Gramaticales tienen muchos agujeros y centolla o rodaballo que en ella entre sólo se queda adentro si le alcanza algun hechizo. Pues al diablo con las normas, Dónde están las palabras genuinas de los hombres de la tierra? Así este argentino que había navegado de la Bahía de San Salvador hasta las costas portuguesas, seguido el viaje hasta Angola, Timor y siempre más allá, acabó en las Villas de Corme y Laxe y raspando las piedras de la costa arrancando los frutos del mar con los perceberos de El Roncudo. Vivo en Australia y más allá del Tango y el Mate, aprender buen Gallego es la manera de dejaros bien claro que sois mucho mucho más que el blanco de nuestros "Chistes de Gallegos". Sólo una cosa, estos gallegos de Galicia no son ni la sombra de los gallegos de ultramar, no tienen el aliento ni el arrojo de los gallegos de Buenos Aires. Le cabe a Ustedes cuidar el idioma y enfrentar a la Xunta en la obstinada defensa de lo que les corresponde y gallego que se atreva a la pedante intención de negaros tal derecho, también se llevará una hostia de este neofalante. Mis tangos australianos en el URL http://www.unsigned.com/tangobarquartet, mi regalo y homenaje final. Apertas" (28).

Notas
1. Estrada, Santiago: Viajes y otras páginas literarias. 1889. Citado por Jorge Páez en El conventillo, Buenos Aires, CEAL, 1970.
2. S/F: “Programa de Domingo”, en Clarín Viva, Buens Aires, 9 de noviembre de 2003.
3. García Merou, Martín: Recuerdos literarios. Prólogo y notas de Julia Elena Sagaseta. Buenos Aires, Rudeba, 1973.
4. S/F: “El baratillo”, en La Capital, Mar del Plata, 25 de mayo de 2000.
5. Kremer, Isaías Leo: “Proveeduría ‘El Progreso’ “, en Mundo Israelita. Buenos Aires, 8 de agosto de 2003.
6. Messi, Virginia: “Los últimos días de la vieja cárcel de Caseros”, en Clarín, Buenos Aires, 8 de noviembre de 2000.
7. Yarmolinski, Daniel y Pesce, Graciela: Bulebú con soda: tangos para chicos. Con prólogo de Horacio Ferrer. Buenos Aires, Corregidor, 2005. 256 pp.
8. Marabotto, Eva: “La esquina del librero, barro y pampa”, en Clarín, 5 de noviembre de 2000.
9. Turcatti, Esteban “El gaucho que conquistó el mundo”, en La Capital, Mar del Plata, 5 de noviembre de 2000.
10. Alvarez, Marcelo y Pinotti, Luisa: op. cit.
11. Morandini, Norma:
12. S/F: “Astor Piazzolla. Alma de bandoneón”, en La Capital, Mar del Plata, 25 de mayo de 2000.
13. Medina, Pablo: “Historias de ida y vuelta”, en Villafañe, Javier: Antología. Obra y recopilaciones. Buenos Aires, Sudamericana, 1990.
14. Gorlero, Pablo: “Lita Soriano: una actriz de carácter”, en La Nación, Buenos Aires, 28 de marzo de 2004.
15. Cosentino, Olga: “Cosecharás tu siembra”, en Clarín, Buenos Aires, 18 de octubre de 2000.
16. Gaffoglio, Loreley: “Me acordé de un viejo amor”, en La Nación, Buenos Aires, 21 de julio de 2002.
17. Gorriarena, Carlos: “gorriarena por gorriarena ‘Un cuadro tiene que romper la pared’ “, en www.pagina12.com.ar, 26 de Junio de 2005.
18. Becker, Miriam: “La última idische mame”, en La Nación Revista, 23 de marzo de 1997.
19. Giuffré, Mercedes: “En busca de la identidad argentina”, en Sitio al margen, Diciembre de 2003, www.almargen.com.ar.
20. Dios, Horacio de: “A Coruña, con sugestivos semblantes”, en La Nación, Buenos Aires, 12 de septiembre de 2004.
21. Argerich, John: “El amasijo ARRIBA Y ABAJO (Donde se habla de lo que dijo el finado Pestolini en cierta oportunidad), en Argentina Universal, Wahington D. C., Septiembre de 2005.
22. Benchouam, Alberto: “El gueto de Villa Crespo”, en Feierstein, Ricardo y Sadow, Stephen (comp.): Crecer en el gueto Crecer en el mundo. Buenos Aires, Milá, 2005.
23. Lamazares, Silvina: “DETRÁS DE ESCENA DE LA GRABACION DE ‘VIENTOS DE AGUA’ Una historia de inmigrantes en dos tiempos”, en Clarín, Buenos Aires, 2 de setiembre de 2005.
24. Russo, Sandra: “Vientos de agua”, la miniserie dirigida por Juan Jose Campanella “Antes y ahora, el desarraigo es tremendo”, en www.pagina12.com.ar, 11 de Junio de 2006.
25. Slusarczuk, Eduardo (texto) y Rosito, Enrique (fotos): “La voz del barrio”, en Clarín Viva, Buenos Aires, 26 de noviembre de 2006.
26. Hanglin, Rolando: “PENSAMIENTOS INCORRECTOS Las mucamas”, en La Nación Revista, Buenos Aires, Domingo 31 de diciembre de 2006.
27. Pisani, Silvia: "El mozo gallego, en extinción", en La Nación, 18 de marzo de 2007.
28. http://inmigracionyliteratura.blog.arnet.com.ar/archive/2008/01/19/noticias-argentinas-en-anosacosta.html

Inmigrantes de otras colectividades

En 1944, escribe Constancio C. Vigil en EL MAIZ, fabuloso tesoro (1):
"Pero una vez más les ocurrió a los españoles, y luego a los restantes europeos, lo mismo que le ocurre a cada hombre en particular: lo de mirar y no ver, lo de tener y no saber lo que se tiene, lo de menospreciar lo ya alcanzado para desear otra cosa.
Sólo hubo una excepción y correspondió a los de Galicia, porque poseen mucho de aquello que se llama 'sentido común'. Los gallegos advirtieron que el maíz superaba al oro, puesto que era oro comestible, lo valoraron en todos sus quilates, lo sembraron con amor, lo cosecharon con entusiasmo y lo aderezaron a la manera de los indios. Aún hoy se come en Galicia un pan de maíz que es manjar difícilmente superable. La planta del maíz o su mazorca están allí siempre presentes, como si estas provincias fueran una prolongación de América. Más aún lo parecen porque su gente vive con el pensamiento allá y aquí a la vez, y físicamente viene y regresa de contínuo, y no cree cambiar de patria cuando llega al Nuevo Mundo".

Buenos Aires, Atlántida, 2007. 120 pp.

Gallegos no inmigrantes

José Luis Baltar Pumar, presidente de la diputación de Orense, se refirió en 1998 al sentimiento de los gallegos emigrantes: “Los gallegos han colaborado en la realización de la Argentina, pero nunca se han olvidado de su madre patria, cuando podría existir un sentimiento de rencor por no haberles dado la posibilidad de progresar en su lugar de nacimiento. Ellos saben que si Galicia no les ha dado oportunidades es porque no ha podido” (1).

En una entrevista, afirma Carlos Rodríguez Brandeiro, Coordinador del Area de Lengua Gallega del Colegio Santiago Apóstol, de Buenos Aires: “muchos de los padres de los niños, aunque son gallegos o descendientes de gallegos no tienen conciencia de ello e incluso a veces lo niegan. Tengo la sensación de que dejan lo gallego un poco de lado. Creo que el ambiente global de Buenos Aires, aunque por la cantidad de gallegos y descendientes que hay aquí le decimos la quinta provincia gallega, no es de galleguidad” (2).

Entre los gallegos emigrantes, la gaita era un instrumento muy difundido. El gaitero Carlos Núñez, de paso por nuestro país, dijo en un reportaje que “los mejores gaiteros no permanecieron en Galicia sino que la mayoría vino a Buenos Aires, muchas veces exiliada”. En la Argentina y en Cuba, entraron en contacto con otros ritmos, al punto que “La música gallega se benefició de estas influencias, de estas tradiciones más abiertas” (3).

Notas
1 Estévez, Paula: “Buenos Aires es nuestra 5° provincia de ultramar”, en La Prensa, 7 de noviembre de 1998.
2 Ruiz, Mariana: “Carlos Rodríguez Brandeiro, Coordinador del Area de Lengua Gallega del Colegio Santiago Apóstol ‘Con nuestro trabajo queremos conseguir que el Colegio irradie galleguidad en Buenos Aires’ “, en Galicia en el mundo. Buenos Aires, 5-11 de julio de 2004.
3 Monjeau, Federico: “Carlos Núñez. En la cresta de la ola celta”, en Clarín, Buenos Aires, 11 de mayo de 1998. 

Españoles inmigrantes

Sergio Pujol cita el testimonio de un inmigrante asturiano famoso: “en los ambientes copados por inmigrantes, quien desee tutearse de vez en cuando con el tango deberá aceptar el espectáculo de otras danzas; la jota hace furor en el Velódromo y en el Pabellón se bailan todos los ritmos, según ordene el maestro de turno. Escribirá años más tarde el dibujante Alejandro Sirio en su libro De Palermo a Montparnasse: ‘Bajo hileras de banderitas españolas, en medio de una babélica algarabía de baladros ‘iujujús’ y ‘aturuxos’ y al son de la jeremíaca gaita, la gimiente chirimía, la zumbona guitarra, del insistente bombo, el redoblante tambor y la intermitente pandereta, brincan y saltan estos romeros sus jotas, zortzicos, sardanas, muñeiras y seguidillas, hasta quedar extenuados. Bailan para descansar del agobiador trabajo cotidiano” (1).

Notas
1. Pujol, Sergio: Historia del baile. Buenos Aires, Emecé, 1999. 440 pp.

Españoles no inmigrantes

En febrero de 2005, el Presidente de España, Don José Luis Rodríguez Zapatero, escribió al Centro Gallego de Azul. En esa misiva expresó: “ (...) Estuve encantado de visitar el país hermano que ha acogido a tantos ciudadanos españoles, que en muchas ocasiones y por las dolorosas circunstancias que todos conocemos, no tuvieron más remedio que dejar España para refugiarse en otros países, de entre los que cabe destacar muy especialmente la República Argentina, en donde fueron recibidos con tanta solidaridad y cariño. (...) “ (1).

Entrevistado por Marina Aizen, dijo Julio Iglesias, madrileño hijo de un orensano: "Argentina es un país que no puedo entender. ¿Cómo un país hecho por inmigrantes se convierte en un país de emigrantes en el mismo siglo? Un país donde llegaron los bisabuelos con tanta visión, con tanto cariño, tantas fuerzas, se montaban en aquellos barcos, si vieran que después de 80 años esos bisnietos, nietos, tuvieran la necesidad de irse" (2).

Notas
1 S/F: “El Centro Gallego de Azul recibió el agradecimiento del Presidente de España”, en El Tiempo, Azul, 27 de febrero de 2005.
2 Aizen Marina (texto), Canero, Jesús (fotos): "Si me dejas no vale", en Clarín, Viva, 8 de abril de 2007.

Memorias

En Juvenilia, Miguel Cané se refiere a inmigrantes de ese origen:
“Recuerdo una revolución que pretendimos hacer contra don José M. Torres, vicerrector entonces y de quien más adelante hablaré, porque le debo mucho. La encabezábamos un joven Adolfo Calle, de Mendoza, y yo. Al salir de la mesa lanzamos gritos sediciosos contra la mala comida y la tiranía da Torres (!las escapadas habían concluido!) y otros motivos de queja análogos. Torres me hizo ordenar que me le presentara, y como el tribuno francés, a quien plagiaba inconscientemente, contesté que sólo cedería a la fuerza de las bayonetas. Un celador y dos robustos gallegos de la cocina se presentaron a prenderme, pero hubieron de retirarse con pérdida, porque mis compañeros, excitados, me cubrieron con sus cuerpos, haciendo descender sobre aquellos infelices una espesa nube de trompadas. El celador, que, como Jerjes, había presenciado el combate de lo alto de un banco, corrió a comunicar a Torres, plagiando el a su vez a Lafayette en su respuesta al conde de Artois, que aquello no era ni un motín vulgar, ni una sedición, sino pura y simplemente una revolución” (1).

En sus Memorias, Lucio V. Mansilla describe las condiciones en las que los gallegos realizaban el viaje hacia América: “El italiano no había comenzado aún su éxodo de inmigrante. De España, en general del Ferrol, de La Coruña, de Vigo sobre todo, sí llegaban muchos barcos de vela, rebosando de trabajadores, aprensados como sardinas (...) En cierto sentido eran como cargamento de esclavos” (2).

En 1992, el diario Crónica editó la colección Nuestro Siglo - Historia de la Argentina, dirigida por Félix Luna. En uno de esos volúmenes, titulado "El vigor de las colectividades 1914-1930", se incluyen fragmentos del Diario, inédito hasta entonces, de un gallego. El inmigrante escribe:
"De los cinco hermanos yo era el más chico, y allá en aquellas aldeas cuando se tienen tres años y pico ya hay que salir a llevar los chanchos al campo, cuando uno es más grande debe salir con las ovejas, luego sale con las vacas. El monte quedaba bastante retirado del pueblo; me acuerdo que cuando salía con las ovejas o los chanchos volvía a casa cuando ya era de noche. Pasaba todo el día con un pedazo de pan y otro de panceta, cuando llegaba la cosecha de castañas éstas se asaban y se comían con papas y maíz. Era por eso que en las cosechas no se pasaba hambre.
Con los 19 años de edad arribé a la Argentina; a esa edad en que los mozos gallegos se ven obligados a elegir un destino: por un lado la emigración, la gran aventura donde uno juega sus posibilidades y da rienda suelta a sus ansias; por el otro, la entrega de la propia vida a un poder central servil y omnipotente, como auténticos desheredados, muchas veces obligados a defender con las armas el bienestar o el acrecentamiento de los bienes materiales de los señoritos. Elegí la aventura, la misma aventura que habíamos sido obligados a acometer tantos paisanos y mis propios hermanos mayores. Emigré entonces a la Argentina. Algún tiempo después tambien vino mamá.
El barco que me trajo no era de lujo ni ofrecía mucha seguridad. Finalmente, y luego de un sin fin de peripecias, llegó al lugar de destino que fue la ciudad de Bahia Blanca. Desde esa ciudad al sur de Buenos Aires, y junto con los cinco primos que hicieron el viaje conmigo, viajamos en un tren que nos trajo a Constitución, en la Capital Federal. Llegamos allí sin un centavo, asombrados pero llenos de ilusiones. Era el dia 3 de junio del año 1911, a las diez de la mañana exactamente .
Si bien en esa época el trabajo no sobraba, no faltaba tampoco para un gallego dispuesto y voluntarioso. Luego de encontrar a los hermanos, volver a ver a los paisanos que habían venido anteriormente y comenzar a relacionarme con tantos otros que se hallaban en Buenos Aires, ciudad a la que Castelar llamó "la quinta provincia gallega", comenzó mi primer tarea. Mi hermano Antonio trabajaba con don Marcelino Gayol vaciando pozos negros con baldes y a esa tarea me agregué yo. Tenían un carro con tanque.
En el año 1914 fui a hacer una temporada en la cosecha, trasladándome con otros amigos y mi primo Pedro al pueblo de Baradero en la provincia de Buenos Aires. Ese era un trabajo que se realizaba por contrato y por temporada en el interior del pais, y una actividad que desarrollaban muchos paisanos aun no independizados económicamente.
En el año 1920 trabajé en el frigorífico La Negra, pero yo andaba en los movimientos de reivindicaciones obreras y quedé afuera tras la primera huelga, que por aquellos tiempos eran muy violentas e intervenia un organismo policíaco de represión, especializado y de a caballo, al que Ilamaban "Ios cosacos" que más que vigilantes nuestros eran como la guardia civil española.
Prácticamente había completado la formación que me acompañaría toda la vida. Agradecí siempre mucho a los hombres que fueron solidarios conmigo en aquella época y que tanto influyeron en mi vida, como don Benigno Vilanova, la primera mano tibia que encontré en eI pais, eI citado Rouco (dirigente socialista), que ennobleció mi vida, y don Gabriel López, tan generoso que, si algo de estudio tengo, confieso que se lo debo a él" (3).

Luis Varela, octavo de catorce hijos, recuerda en De Galicia a Buenos Aires: “En aquella época las familias gallegas eran casi todas así de numerosas, y como nuestros padres sólo nos enseñaban a labrar las tierras y luego, de mayores, no alcanzaban las tierras para todos, era habitual mandar a algunos para el convento, otros para curas, uno se quedaba en la casa con los padres y los demás veníamos para América. Muchas veces yo le reproché a mi padre por tener tantos hijos, porque habiendo nacido en la casa de un gran labrador, nos dejó a todos en la ruina. Y él me contestaba que si tuviera tres o cuatro, yo no hubiera nacido y la mejor riqueza sería no tener que luchar con un truhán como yo”.
“A la Argentina –señala en otro pasaje- no se podía emigrar sin un contrato de trabajo, pero se hacía responsable de nosotros mi tío José, hermano de mi madre, que nos estaba esperando en el puerto, acompañado de la hija, mi prima Norma, que lucía un gorrito de punto muy blanco, y con una sonrisa y un beso nos levantó un poco el ánimo, sintiéndonos ya amparados en casa de nuestra familia americana, mis tíos habían emigrado hacía ya 30 años y, por supuesto, los hijos eran criollos. (...) La habitación también estaba lista para los dos huéspedes. Dos camitas plegables entre la pila de cajones de cerveza en la cocina del bar, que era además depósito de mercadería. Desfilaban las cucarachas de 5 ó 6 en fondo, pero yo ya desfilare varias veces con otros bichos, y si bien estaba familiarizado con las pulgas, había que acostumbrarse a convivir con todo bicho viviente” (3).

Gladys Onega escribió Cuando el tiempo era otro. Una historia de infancia en la pampa gringa (4), convencida de que “todos tenemos derecho a escribir nuestra historia” (5).
Su historia se inicia en Acebal, provincia de Santa Fe, donde nace en 1930, y continúa en Rosario, ciudad a la que se mudan en 1939. Sus primeros años transcurren en el seno de una familia integrada por un gallego tan esforzado y ahorrativo como autoritario; una criolla apasionada por la hija mayor, la lectura y la costura; y dos hermanos, que acaparan la atención que la pequeña reclamará para sí. Junto a ellos encontramos la familia de la casa da pena –los gallegos que quedaron en su tierra-, los parientes gallegos que emigraron y los parientes criollos de la madre, y los inmigrantes –en su mayoría italianos- que viven en el pueblo.
“Todo parte de un hecho real –dijo en un reportaje-, pero hay ficción en cuanto hay una creación lingüística muy grande. Nunca junté papeles ni documentos, pero en mi casa todo el tiempo se estaban contando cosas. No había otra manera de conectarse con la gente de España; no los conocíamos. Sì hablè mucho con mi hermana y con mis primas, quienes me ayudaron a reconstruir todo. Todas estas cosas, igualmente, siempre estuvieron presentes en mì. Incluso digo, con muy poca caridad, que en la familia de mi madre eran ‘faltos’, porque no era que repetìan historias interesantes, sino que repetìan siempre las mismas. Y èstas, de cualquier modo, aunque no eran interesantes, se fueron fijando. Y del lado de los gallegos siempre contaban historias diferentes y muy amenas, y completamente extrañas sobre el viento, el frío, la nieve, y las contaban en todo el pueblo”.
El padre de Gladys Onega “Llegó solito, y cuando fue a la casa de su tío Agapito Vega, hermano menor de mi terrible abuela Carmen, esa noche lo pusieron a dormir en la cochera y no en la cama más blanda, como aquella que le reservaban siempre al tío Agapito en la casa da pena de Galicia”. La escritora se pregunta: “¿El tío que lo encandiló en Galicia con la ilusión de América fue el primero que empezó la destrucción de la ilusión?”.
Acerca de la abuela gallega de Gladys Onega, “contaban que cuando servía el caldo, los cachelos y las coles, al levantar el brazo en ademán inminente de servir la segunda vuelta, las más de las veces se detenía arrepentida y devolvía ese segundo cucharón intacto al pote; ella sabía que cada bocado de más que hartaba a su prole era un día que restaba para comprar o muiño velho e o prado d’arriba y escriturar la tierra que faltaba para unir los pequeños retazos del minifundio en una propiedad mayor”.
El inmigrante echaba de menos a su familia: “Ignoraba y lo ignoré por mucho tiempo cuánto había llorado desde aquel día en que se fue de junto al señor Manuel y la señora Carmen, sus padres, mis abuelos. (...) mi padre choraba por él y por sus padres que sí eran de Galicia, se habían quedado allí sin moverse, clavados en un cruceiro, secándose las lágrimas con un desmesurado pañuelo a cuadros orlado de negro quién sabe por qué luto de una muerte ya ocurrida o por el duelo de ellos mismos que morían viendo la partenza de sus hijos, debajo de un enorme paraguas también negro que los protegía de la chuvia que nunca había escampado desde el día en que mi padre dejó de ser de allá y se convirtió en extranjero aquí, en un mundo que no había visto”.
Una promesa hace viajar a su aldea al gallego Onega. Cuenta Gladys, su hija: “Cuando mi hermana tenía dos años mi padre decidió ir a Galicia en un viaje que él había prometido a sus padres en aquel día de la partenza y que ahora cumplía, para mostrarles que había hecho la América, en la medida en que América se lo había permitido y él la había podido. Mi madre no lo acompañó porque tenía miedo de enterrarse en una aldea que para ella estaba tan llena de peligros y de misterios como para mis abuelos aldeanos el lugar remoto donde ella había nacido y adonde había ido a parar su hijo. Y más miedo le daba vivir en la casa de su suegra, mi terrible abuela Carmen. Ya conocía historias de la señora da pena que, con justicia, no la alentaban a emprender ese viaje. Allá se fue papá a hacer las mejoras en su casa natal y allá se quedó dos años que mi madre aprovechó para pasar a su hija de la cuna a la cama matrimonial. Cuando volvió, José era un desconocido que sacó a la hijita de cuatro años de esa cama para acostarse él y para engendrar otra hija. A los nueve meses nací yo”.
Ya adulta, la escritora viaja a la tierra de sus mayores, y advierte que la Galicia de la añoranza de su padre era muy distinta de la real: “Cuando finalmente llegué a Galicia –escribe Gladys Onega- sólo reconocí y sólo recuerdo el olor ácido a estiércol y la moscas ennegreciendo los cuencos, de lo que nunca me había hablado. Los trabajos eran más aliviados, las penurias menos pesadas, y las nieblas tan vagorosas y pobladas de brujas temibles como las inventadas por los hermanos Grimm, que allí se llamaban as meigas”.
Los días de la infancia son descriptos con nostalgia y visión crítica. Las peleas entre los padres, los accesos de tos convulsa, las comidas inmigrantes y nativas, el aprendizaje de las primeras letras, los internados católicos para varones y mujeres, la tolerancia ante la conducta infantil y los castigos que imponía cada uno de los progenitores, son recordados por esta hija dècadas despuès.
Haberse casado con alguien con una historia distinta, puede volver difícil la convivencia: “otro dolor eran las peleas entre mis padres, y que además los chicos magnificábamos. Estaba el choque de culturas entre un gallego y una criolla que nunca pudo entender la cultura gallega”. No entendìa la cultura, pero la obligaron a cocinar comidas tìpicas: “Mi madre no sabía nada de la cocina gallega pero, ante nuestra insistencia, había aprendido a hacer fillohas, delgadísimos discos de harina y huevo cocinados en la sartén con una cucharadita de manteca, que comíamos espolvoreados con azúcar”.
Muchos inmigrantes no sabìan castellano, o querìan perfeccionarlo. Casi todos aprendían el idioma por las suyas, ayudándose algunos con el diccionario.
De uno de sus tíos dice Gladys Onega: “Claro es que Eliseo poca escuela tenía, era un autodidacta de aldea y de pueblo como todos los gallegos de mi familia, siempre tratando de pulirse con la lectura del diccionario y de los buenos diarios que a sus manos llegaban, sin desdeñar los más sensacionalistas, por eso de su afición a la grandilocuencia. (...) El Quijote y el diccionario educaron a ese autodidacta, quien los citaba con exactitud pero con exceso pues no había adquirido los moldes que impone la educación formal, por eso no calibraba el uso y abuso de los epítetos ni percibía la risa que provocaban en oyentes que no los habían leído o que ni siquiera tenían referencia de su existencia”.
Los avatares de la vida en la Argentina son el marco de la evocaciòn de esta familia integrante de la comunidad acebalense. El fraude político en Santa Fe es un episodio evocado con detenimiento, asì como la reacciòn de los inmigrantes italianos ante el fascismo, y la poca fortuna de quienes no habìan cumplido su sueño de “hacer la Amèrica”.
La finalización de los contratos ocasionaba que familias enteras se trasladaran en busca de otro campo para trabajar. En un viaje por Santa Fe, Gladys Onega y su padre ven a “los expulsados de la tierra”: “vimos un carrito del que tiraban una mujer y un hombre, cada uno de su vara; en ese carrito pequeño y angosto llevaban su casa. Allí habían cargado los muebles, los hierros de labranza, un baúl, atados de ropa y todavía cabía una cama donde unos chicos y la nona se amontonaban y se tapaban del sol con la colcha blanca de algodón ahora ennegrecido, que había formado parte del ajuar europeo y que tantas veces había visto en las casa de chacareros, atada por sus cuatro puntas al respaldo y a la piesera de hierro de la cama. Debajo de ese toldo trataban de salvarse del terrible castigo del sol y del bochorno de la tarde con el aire que debía soplar por los costados libres. Detrás del carrito venían unos muchachos que empujaban aliviando el esfuerzo de sus padres”.
Un conflicto bèlico es recordado en estas pàginas, relacionado con la vida cotidiana de los inmigrantes y sus hijos: “nunca he dudado de que la Guerra Civil también se libró en mi casa. El día del cumpleaños de mi hermana Chichita, el 17 de julio de 1936, Franco declaró el estado de guerra en las Canarias y ésa fue la señal para que el 18 se extendiera a toda España. El 1° de abril de 1939, a los veinte días de mudarnos a Rosario, terminó. En esos tres años, mientras yo estaba viva en Acebal, la mitad de España moría, muerta por la otra mitad. No sabíamos que había comenzado la matanza y ese día, como siempre, mis hermanos, mis primos y los chicos tomamos chocolate. Cuando hubo pasado tres años, Bebo, Chichita y yo supimos el día final porque entró Justo Vega y llorando lo dijo, ya no en mi casa natal sino en el departamento alquilado de Rosario donde vivíamos y yo, la niña que era entonces y hoy evoco, sé que sentí dolor por las lágrimas de Justo, por el silencio de mi padre y porque no pude aliviarlo con juegos en las calles del pueblo, que ya no estaban, y todavía yo no tenía con quién jugar”.
Desde la Argentina, durante la Guerra Civil, se enviaban encomiendas. Los Onega, como tantos otros inmigrantes “respondían con la acción: armaban, envolvían en lienzo, rotulaban con grueso tinta espesa, ataban con cuerdas, lacraban con sellos y aseguraban con sunchos los paquetes de ropas de abrigo y de alimentos que cruzaban el mar y quién sabe cuándo llegarían y si llegarían hasta a pena. La familia esperaba, y para protegerla acudían a Dios y al diablo”. Los niños participaban en los envíos: “Los chicos también éramos leales y creíamos que ayudábamos juntando papel plateado de cigarrillos, chocolate y chocolatines, que despegábamos del papel blanco que lleva adherido y con el que íbamos haciendo bolas de papel de plomo que mandábamos a Negrín para que hiciera las balas para la República”.
Hasta en los hechos mìnimos estaba presente el sufrimiento de los españoles en su tierra: “Después de haberme ofrecido el néctar, la leche y la miel, mi padre me alzaba y tomaba la posta en la continuación del rito nutricio; con él las acciones eran lentas y alentadoras, él no estaba agotado de cocinas y de chicos, venía de estar horas con hombres resolviendo problemas de hombres y con su hija menor le cundía la paciencia, que con el correr de las horas a mi madre se le había ido al diablo. Inflexible era sin embargo en darme de comer una cucharadita de sopa por los abuelos de España, otra por los abuelos de Melincué, otra por los huérfanos de la Guerra Civil, otra por el ángel de la guarda dulce compañía y por todos los personajes queridos y sagrados que se le ocurrían”.
Asì ha contribuido Gladys Onega a la vertiente de la autobiografìa en la Argentina, con este libro creado con la emoción de lo vivido, y la pluma de los escritores talentosos.

En “Mínima autobiografía de la exiliada hija”, María Rosa Lojo se refiere a su vida como hija de un gallego y una madrileña exiliados en la Argentina. Sobre su padre, exiliado gallego, escribe: “El auto exiliado abandona un mundo donde cree que ya no podrà crecer humanamente, donde la violencia ha cambiado todas las reglas del juego para instalar un nuevo orden al que se siente ajeno. No lo sabe aùn, pero de todas formas quedarà cautivo de la tierra que deja. Antonio Lojo Ventoso, mi padre, era uno de esos exiliados. Para èl ya habìa pasado lo peor: el riesgo de fusilamiento, la càrcel, la ‘redenciòn de penas por el trabajo’. Sin embargo, se despidiò de los castañares centenarios y los caminos de piedra. Cediò a un hermano sus derechos sobre las fincas que le tocaban –magras por cierto, como miembro de una familia numerosa-, hizo las valijas y cruzò el ocèano. Dejaba negocios equivocados y proyectos irrealizables. Dejaba también (aunque de eso me enteré después de su muerte: era un hombre pudoroso) una cierta reputación juvenil de ‘mala cabeza’, y de playboy coruñés, que fascinaba a las muchachitas y escandalizaba a sus madres. Dejaba una España que para sus ojos había retrocedido siglos en el tiempo, donde no cabía la dimensión de su deseo. El futuro estaba afuera. Había resuelto que en las nuevas tierras haría otra cosa, y sería, casi, otra persona” (6).

Mito Sela evoca, en Babilonia chica, a un inmigrante pintoresco: “Creo que su nombre era Fermín o Félix o Fernández. O algo parecido. No queda ya nadie que pueda proporcionarme la información. Era gallego, viudo, con una hija fea y petisa como el padre, cuya función principal era servirle mate mientras él cortaba el pelo a un cliente. Recuerdo al peluquero no sólo porque era muy feo y su cara arrugada que daba miedo, sino por el hedor del cigarro que siempre, siempre estaba en su boca y las bocanadas de humo que despedía y yo recibía en plena cara. Mis recuerdos, la verdad sea dicha, se basan más en el olfato que en la persona” (7).

Notas
1. Cané, Miguel: Juvenilia. Buenos Aires, CEAL, 1980. (Capítulo).
2. Mansilla, Lucio V.: Mis memorias. París, Casa Editorial Garnier Hermanos, 1904.
3.
4. Varela, Luis: De Galicia a Buenos Aires –Así es el cuento-. Buenos Aires, el autor, 1996.
4. Onega, Gladys: Cuando el tiempo era otro. Una historia de infancia en la pampa gringa. Buenos Aires, Grijalbo-Mondadori, 1999.
5. Duche, Walter: “Todos tenemos derecho a escribir nuestra historia”, en La Prensa, Buenos Aires, 18 de julio de 1999.
6. Lojo, María Rosa: “Mínima autobiografía de una ‘exiliada hija’ “, en Sitio Al Margen Revista Digital. Noviembre de 2002.
7. Sela, Mito: Babilonia chica. Buenos Aires, Milá, 2006. 112 pp. (Imaginaria).

Biografías

Félix Luna evoca, en Soy Roca, a Gumersindo García, mayordomo del presidente. En esa obra, afirma el protagonista: “Si pienso bien la cosa, hablando de amigos tendría que decir que el mejor que tengo hoy es Gumersindo García. Varias veces lo he mencionado y conviene ahora que aclare quién es. Gumersindo es gallego y entró a trabajar en mi casa de la calle San Martín cuando recién me instalé allí, en los finales de mi primera presidencia. Tenía entonces 28 años. A fuerza de honradez y fidelidad, fue ocupando una posición muy diferente a la de su original oficio de mucamo; hoy es mi hombre de confianza, el que manda y resuelve, el que se ocupa de mi dinero y mi bienestar. (...) Cuando los alborotos por la unificación de la deuda, después que yo me acostaba tiraba un jergón en la puerta de mi dormitorio para pasar la noche allí, armado con un revólver. Yo me he dejado ganar poco a poco por este hombre que es el arquetipo de la lealtad y el servicio prestado con cariño y devoción. Hace unos días me mostró su tesoro más preciado: un puñado de cartas que le he ido escribiendo a través de los años. Noté que son bastantes: creo que es la persona a la que me he dirigido epistolarmente con más asiduidad. (...) Es curiosa esta parábola que ha dado Gumersindo y lo ha convertido en mi confidente. La vida política me acostumbró a no entregarme demasiado, cuidar mis palabras y administrar mis sentimientos. (...) Con Gumersindo es distinto: está dotado de inteligencia natural, después de un cuarto de siglo de convivencia conoce mis cosas mejor que yo, y no tiene ningún interés que no esté asociado a mi persona. Sé que algunos de los que me rodean –incluso mis hijas- critican esta confianza que brindo a quien, después de todo, es un servidor. Sin embargo, yo encuentro en Gumersindo todas las cualidades que permiten hacerlo depositario de lo más escondido y reservado, en la seguridad que jamás traicionará la fe que he puesto en él. Y no dudo que Margarita y él serán los que me lloren con más sinceridad cuando abandone este mundo” (1).

María Esther Vázquez se refiere, en Victoria Ocampo (2), al remoto origen gallego de la directora de Sur: "Legendariamente, se supone que los Ocampo descienden de un paje de Isabel la Católica, nacido en Galicia, que fue uno de los primeros habitantes de la isla de Santo Domingo. En realidad, don Manuel José de Ocampo, tatarabuelo de Victoria, llegó del Perú en los últimos años del siglo XVIII".

Manuel Castro es el autor de la biografía de Manuel Dopazo (3), de la que transcribo un fragmento: “La llegada de una compañía de zarzuela a Buenos aires que ofreciera Maruxa, requería la presencia de un gaitero. Manuel Dopazo era el elegido. Su actividad artística lo hizo llevar la gaita al Teatro Colón que es a lo máximo a lo que se puede aspirar. Fue la noche del 12 de octubre de 1930 estando presente en esa ocasión el Presidente de la República Argentina, don Hipólito Yrigoyen. Dopazo y sus músicos también recorrieron Brasil y Uruguay. Participó en la película ‘Cándida’ con la famosísima Niní Marshall y en ‘La calle junto a la luna’ con Marisa Ibáñez Menta y Juan Carlos Thorry. Además de ser un eximio ejecutante, Dopazo fabricaba gaitas, generalmente para vender y fue aquí en Buenos Aires donde aprendió a tornear. Manuel Dopazo vivió de la gaita y mantuvo una familia de once hijos. Fue el único que pudo hacer eso, otros gaiteros tenían otros trabajos. Soldaba las gaitas con plata, soplando y eso lo llevó a la tumba”.

Graciela Mochkofsky es la autora de Tío Borís: un héroe olvidado de la Guerra Civil Española. En esa obra, ella relata: “Mira se convirtió en mi contacto con el PC, por decisión suya o -sospechaba- del partido. Me alegraba escuchar su voz disfónica del otro lado del telefono, siempre entusiasta, de buen humor, servicial. Hizo un habito de llamarme para averiguar cómo iba mi investigación y a quienes habia entrevistado, para proponerme encuentros con compañeros que habían conocido a mi tío abuelo o sabían de alguien que lo habia conocido (...) un dirigente sindical galleqo, Luis Pérez Leira, que había pasado la mayor parte de su vida en Buenos Aires. Habia escrito unos libritos sobre personalidades de la izquierda gallega vinculadas con la Argentina, su hermano hacia documentales históricos. De paso por la ciudad, me citó un sabado al anochecer en un pequeño hotel sindical cerca del Congreso. Sabia sobre Ortiz por el periódico Nueva Galicia, del que guardaba una colección completa. Durante la Guerra Civil, habian publicado un perfil suyo y su retrato, dibujado por un conocido ilustrador local. Dos o tres años atras -me dijo-, habia planteado al partido que habia que escribir un libro sobre el Comandante Ortiz. Me aseguró que él no queria hacerlo, pero tenia muchas preguntas para hacerme, especialmente sobre la posibilidad de conseguir fotos del comandante. A los pocos dias, le escribi para que me enviara desde Vigo, como habia prometido, una copia de aquel artículo de Nueva Galicia. Contestó que se habia equivocado; el artículo era sobre el Comandante Carlos. Antes de partir, me habia arreglado un encuentro con Cesar Ollero, padre de su novia de la juventud, que habia estado preso con Ortiz en la isla Martin García. Mira me llamó al dia siguiente para asegurarse de que lo viera. Era cierto, me confirmó Ollero en un gran salón del Centro de Asociaciones Gallegas: habian convivido dos años en el campo de concentración montado en la isla a mediados de los cuarenta, Era una fria tarde de invierno. Nos sentamos junto a una estufa electrica camuflada con leños de plastico. Ollero se arropó en su bufanda y su saco de lana y, muy morosamente, relató la historia de su militancia comunista, que habia abandonado a los treinta anos para hacer dinero. Al comunismo, se justificó, ya Ie habia dado sus mejores años. Cuando insistió en darme detalles sobre la primera heladera que fabricó (tan grande que no salía por la puerta), Ie rogué que me hablara de mi tio abuelo. Costó un buen rato, porque al revivir la prisión de ambos en Martin Garcia, recordó que habia logrado enviar una carta clandestina a su madre, Rosita, y rompió a llorar. ¿Y qué recordaba del Comandante Ortiz? Que era pelirrojo, que fumaba en pipa, que lo había cuidado cuando estuvo enfermo, que habían seguido viéndose una vez en libertad. Sabía que habían hablado largamente pero no podía precisar de qué; que lo había ayudado, pero no cómo. Era incapaz de decirme, sin mentir, qué ideas tenía Boris sobre los temas de la época, de qué se ocupaba exactamente en el partido, cómo o por qué había caído preso”·(4).

Notas
1. Luna, Félix: Soy Roca. Buenos Aires, Sudamericana, 1991. Pp. 446-447.
2. VICTORIA OCAMPO, por María Esther Vázquez. Buenos Aires, Planeta, 1991. 239 páginas.(Colección Mujeres Argentinas, dirigida por Félix Luna). Foto de tapa: Man Ray, 1930. Investigación y edición fotográfica: Marisel Flores, Graciela García Romero Felicitas Luna. Reproducciones: Filiberto Mugnani.
3. Castro, Manuel: “Manuel Dopazo”, en Viajero Celta, 1996.
4. Mochkofsky, Graciela: Tío Borís: un héroe olvidado de la Guerra Civil Española. Buenos Aires, Sudamericana, 2006. 272 pp.
5. Gabin, María José: Pérez Celis, mi padre. Buenos Aires, Galerna, 2007.

Periodismo

Roberto Arlt viajó a Europa en 1935, enviado por el diario El Mundo, y remitió desde allí sus “Aguafuertes gallegas”, serie de notas sobre los gallegos y su relación con América, en las que tiene gran importancia el tema de la inmigración a la Argentina (1).
¿Por qué aguafuertes? Sobre el título elegido para las crónicas, nos dice Rodolfo Alonso: “Como en esa técnica de las artes plásticas a la que alude su denominación, el ácido despiadado pero en el fondo siempre compasivo y tierno de su visión desprejuiciada y crítica los convertía en auténticos trozos de vida, retratos de costumbres en la gran tradición de Fray Mocho y Roberto J. Payró, por supuesto, nada complacientes” (2). Alvaro Abós, por su parte, considera que “El aguafuerte literario, en la intransferible manera en que Arlt lo practicó, imprimiéndole su sello, identificándolo con la urbe porteña, destaca unos pocos rasgos que, al ficcionalizar el tema o los tipos descriptos, aboceta para sintetizar y sacudir al lector” (3).
Las “Aguafuertes gallegas” aparecieron en 1997, por primera vez quizás, reunidas en un libro. La edición, prólogo y notas estuvieron a cargo de Rodolfo Alonso, quien tuvo un destacado papel en la publicación de estos artículos en un volumen: “por gentil mediación de Jorge Raúl Pérez –relata Alonso en el prólogo-, pudimos enterarnos de que durante ese mismo viaje, Roberto Arlt había visitado Galicia y enviado desde allí una nueva serie de crónicas: nada menos que sus Aguafuertes gallegas. Cuidadosamente recortadas y pegadas, sin duda por el fervor de algún paisano, esas páginas de hace más de medio siglo me llegaron ahora fraternalmente fotocopiadas, salvadas del olvido”.
La difusión de estas crónicas tiene gran importancia. Primeramente –comenta el prologuista-, “Estas Aguafuertes gallegas no son solamente un nuevo ángulo de enfoque para enriquecer nuestra visión, cada vez felizmente más compleja y fecunda, de uno de los más originales escritores de nuestro tiempo”. Esta posibilidad, de por sí, justificaría sobradamente la lectura de las crónicas, pero –continúa- “También nos sirven, además, como auténtico lazo de ligazón entre ambas orillas, entre ambos mundos, no sólo para conocer mejor a esa realidad porteña y argentina donde lo gallego se halla tan profundamente entremezclado, como una sutilísima levadura, sino también para recordar cómo era aquella Galicia de hace más de sesenta años, que quizá no sabía que estaba a punto de anegarse (como toda España) en la tragedia heroica de la guerra civil”.
Otro de los motivos de interés de los textos –agrega Alonso- tiene que ver con la condición social de Arlt. (Lo recordamos muy lejano de aquel Mujica Láinez que por esos años escribió sus “crónicas andariegas” para La Nación). “Era hijo de inmigrantes (prusiano, su padre; italiana, su madre) –señala Roldán-, apenas llegó a cursar quinto grado y de su padre recibió poco más que golpes, por lo que se fue de la casa paterna a los dieciséis años” (4). Omar Borré, biógrafo del Arlt entrevistado por Roldán, considera que él necesitaba “cambiar su propia imagen, que desde chico había estado signada por el hambre, la miseria y el fracaso”.
La relación entre el pasado personal y creación fue uno de los temas que abordó Beatriz Sarlo, en ”Un extremista de la literatura”, trabajo publicado en el número especial de Clarín, donde expresa: “La hipérbole es una señal de clase en la literatura de Arlt. Es la marca del escritor pobre. Por la exageración y la radicalidad, Arlt busca llenar esa falta original de la cual habló tantas veces: no tener ni capital en dinero ni capital cultural. Su marginalidad no fue institucional, ya que desde muy joven fue un periodista estrella y un escritor de éxito. Pero, pese a los reconocimientos, Arlt se sentía un recién llegado de apellido impronunciable” (5).
Alonso se refiere a la condición social del escritor en relación con sus artículos: “siendo el mismísimo Roberto Arlt, como ya dije, también hijo de inmigrantes, estaba en inmejorables condiciones de comprender, fraternizar y valorar a este otro pueblo al que sólo las más difíciles circunstancias económicas y sociales –como él mismo bien señala- habían obligado a la emigración. Y que, sin embargo, sabía amar tan profundamente y como propia a su patria de adopción”.
En estos artículos de Arlt son frecuentes las comparaciones: entre dos localidades gallegas, entre los gallegos y los andaluces, entre los gallegos y los argentinos. De esta última, no salimos bien parados, ya que el periodista advierte que nuestra inferioridad en cuanto a capacidad de sacrificio y laboriosidad es la que hace que un sector de nuestro pueblo desestime al gallego. El cronista nos habla de las duras condiciones en que se desenvuelve la vida en el noroeste español y le resulta lógico que para el gallego inmigrante todo sea sencillo en las Américas: “No se siembra sobre piedras. La tierra es tan tierna que en verano se la cruza en ferrocarril entre grandes nubes de polvo. Aquí, en España –agrega-, la tierra es tan dura, que en pleno verano, cruzando la llanura de la Mancha, que no es llanura sino una sucesión de suaves colinas, después de seiscientos kilómetros de travesía, conservamos la ropa limpia. (...) ¿Qué significa el esfuerzo en la gran llanura –se pregunta-, comparado con la lucha en la mar traidora o en la montaña empinadísima?”
Al respecto, son particularmente interesantes los artículos en los que se refiere a la pesca del pulpo y al trabajo de las campesinas gallegas. De estas últimas comenta que se han quedado solas, pues los maridos están en América o en el mar. Los que están en América, faltan de sus hogares desde hace años, y sólo envían cartas y ‘escasas pesetiñas’. Arlt transcribe un poema de Rosalía de Castro, incluido en Follas Novas (que el lector podrá apreciar en la versión original y en la traducción de Rodolfo Alonso); es aquel que comienza: “Se va éste y se va aquel:/ y todos, todos se van, / Galicia, sin hombres quedas/ que te puedan trabajar".
Sobre aquellos que emigraron reflexiona Arlt en tierra gallega: “-Cómo se les ha de encoger el corazón cuando, en un momento de soledad, se acuerdan de estas aldeas tan bonitas, tan envueltas en cortinados verdes, y cuando se acuerdan de la caída de la tarde, del sol en el río, y de las voces de las gaitas, y de los bailes en los calveros, y de las vacas que atadas con una cuerda llevaban a beber a un río, y de los viñedos tan tupidos, y de sus casonas suspendidas sobre los abismos...” Comprende cabalmente la morriña que agobia a estos hombres de dos continentes, y la comprensión hace que se vuelvan para él más dignos de encomio.
El cronista destaca, asimismo, la seriedad de los gallegos, y la explica en una de sus notas: “he insistido en que me llamaba la atención la seriedad del gallego, pero la seriedad a que me refiero, no es la del ceño fruncido, sino a esa gravedad reflexiva, disuelta en la expresión del semblante, por el hábito de la meditación”.
En la crónica dedicada a la ciudad de Vigo, transmite sus impresiones acerca de la urbe moderna, muy limpia, con mujeres bonitas y una atmósfera “naturalmente contenida y mesurada”. Elogia en estas páginas la honradez de los gallegos, que adquirirá fama proverbial en América: “La gente es ferozmente honrada” –asevera. Como prueba de ello, comenta que “Las casas de pensión dejan la puerta abierta, de modo que por la noche, uno puede entrar a la hora que llega sin necesidad de cuestionar con el sereno”.
La relación entre España y América se evidencia, asimismo, en las donaciones que filántropos del nuevo continente hacen a su madre patria, como “la llamada Biblioteca América, obra de un patriota gallego residente en Buenos Aires, don Gumersindo Busto, quien tuvo la feliz idea de fundar la Universidad Libre Hispano Americana” y la obra de los hermanos Juan y Jesús García Naveira, dos comerciantes ya fallecidos en el año en que se escriben las crónicas, enriquecidos en la República Argentina, cuyas donaciones “son asombrosas por la cifra en metálico que representan”.
Pero, más allá del aporte económico de los emigrantes, los vínculos entre las dos patrias se patentizan una vez más para Arlt en Betanzos, donde observa que “Si se conversa con la gente os sorprende de hallaros en una de las ciudades más argentinizadas de Galicia. Se habla aquí de Buenos Aires como si fuera el pueblo de enfrente –afirma. Circulan modismos argentinos: ‘no seas globero’, ‘macaneador’, ‘ché’. El tango para sorpresa mía, además de bailarse se canta con la letra. No en balde, cerca de tres mil habitantes de Betanzos trabajan en la República Argentina”
Daniel Molina escribió: “Entre la crónica de viajes y la pintura de costumbres, entre la admiración por un pueblo y el análisis de sus virtudes y defectos, estos textos (...) demuestran que para Arlt su pasión por la escritura no diferenciaba entre los grandes relatos literarios y los géneros ‘menores’, como la crónica periodística” (6). Un crítico afirmó, por su parte: “Lúcida visión de una Galicia que ya no es, a través de unos ojos llegados de una Argentina que todavía era, las crónicas de Arlt reflejan la admiración por un pueblo honrado y trabajador, el dolor de los emigrantes y la lucha de las mujeres que se quedan y se contagian del hechizo de la tierra celta donde el campesino convive, con poética naturalidad, con hadas y espíritus que pueblan veigas, soutos y piñeiros” (7).

Aunque José González Carbalho fue un escritor notable, es muy difícil encontrar información sobre su vida y sobre su obra. La que transcribimos nos la ha proporcionado Antonio Requeni, autor de “Un poeta arxentino en Galicia: González Carbalho” (8). Leyendo este interesante trabajo nos enteramos de que el poeta, hijo de emigrantes gallegos, nació en Buenos Aires en 1899 y falleció en la misma ciudad en 1958. Dos experiencias lo marcarían en sus primeros años: la lectura de las Follas novas de Rosalía de Castro que le dio su padre, y las reuniones del emigrante con sus amigos recién llegados de Galicia..
Fue periodista en diarios y revistas. En varios artículos se refirió al viaje a la tierra de sus padres que realizara en abril de 1955. Escribe Antonio Requeni a propósito de los mismos: “González Carbalho fue poeta y periodista. Esa doble actividad lo ayudó a comprender mejor la realidad gallega. En muchas de las páginas que dejó escritas resalta la observación sutil, el registro de detalles que contribuyen a una captación más profunda. Esa capacidad para detenerse a inventariar los elementos de la realidad suele ser don o virtud de periodista. Y González Carbalho lo fue, ininterrumpidamente, durante muchos años. Pero además era poeta y sus antenas sensibles estaban siempre prontas para sintonizar el alma de las cosas y trasegar ese mensaje en palabras. Mallarmé dijo que todas las luchas del hombre, las victorias o las derrotas de la humanidad, terminan convertidas en palabras, existen para las palabras, son el pretexto y la justificación, tal vez, de un hermoso libro o de una página imperecedera. González Carbalho, periodista y poeta, acertó a ver y sentir Galicia. Y aquella realidad geográfica y humana justifica hoy unas palabras que, como las de todo poeta verdadero, nacidas del asombro o del fervor y acuñadas al calor de la ternura, se inscriben para siempre en el Tiempo”.
En “Temas de la patria anterior” (9), el viajero escribe: “Quienes fueron antes que yo en mi sangre, partieron por donde yo entré en España. Recuerdo que en algún coloquio de lembranzas, hablóme mi padre de cuando se echaba a nadar en la radiante bahía de Vigo. Eran intentos para irse. Estaba haciendo la práctica para la gran travesía. El alma navegante se estaba familiarizando con la onda, el yodo, la brisa que blanquea de sal la cara. Así partió siendo niño. Y yo vo lví por donde él partió, siendo ya varias veces hombre. Es decir: hombre y experiencia, hombre y afán de indagar en la raíz, de sentirme en la fuente de la savia. Hombre que necesita respirar los aires de su patria anterior”.
“La emoción de su primera caminata por Santiago quedó documentada en otro artículo” (10): “Dejo mis maletas en el hotel y salgo, ansioso de caminar por Santiago de Compostela. La Rúa Nova me acoge con el monacal señorío de sus recias casas. Piedra, Severidad. Noble arquitectura neoclásica y barroca. Rúa donde el rumor de los pasos sobre las antiguas losas se apaga oscuramente y el paseante piensa que transcurre hacia dentro del tiempo. Ya estoy andando bajo soportales. Había hablado de ellos sin verlos. Son los mismos. Como también la lluvia es la misma que soñara. La capital religiosa de España –la ciudad que reza, como suele llamársela- es ciudad de lluvias. ¿Puede uno imaginarse a Santiago sin ese ámbito de recogimiento? ¿Quién no ha sentido, en algún instante, esa caricia menuda y tenaz que llaman calabobos? Esta lluvia no moja, bautiza. Es la bienvenida. Tiendo a ella las manos y la llevo a mi cuarto. Huele a aire, a nube. En mi interior, como una blanda hierbecita del campo, crece la sonrisa”.
En un artículo publicado en la revista El Hogar (11), manifiesta su impresión al visitar Padrón: “La primera evidencia de Rosalía la tuve al acercarme a la iglesia de Santa María la Mayor de Iria Flavia. A la vista de su aguja hubiera querida apaciguar la marcha del coche. Descendí despacio y fui andando hacia el templo, cuyo pórtico data del siglo XII, de modo que la presencia de la alondra fue tan real como cuando ella acudía a rezar por sus deudos y servidores. En el atrio, como es tradicional en toda Galicia, el cementerio. El de Adina tiene un valor emocional distinto: en él recibieron sepultura, por espacio de cinco años, los restos de la escritora. Al desenterrarlos para su traslado a la iglesia de Santo Domingo de Bonaval, en Santiago de Compostela, hallóse el cuerpo y las violetas que tenía en su pecho, como si la muerte no hubiera pasado para ellos”.

Notas
(1) Gonzàlez Rouco, Marìa: “Roberto Arlt, cronista de la inmigraciòn gallega”, en www.monografias.com.
(2) Arlt, Roberto: Aguafuertes gallegas. Santa Fe, Ameghino, 1997. Selecciòn, pròlogo y notas por Rodolfo Alonso.
(3) Abòs, Alvaro: “El amigo uruguayo”, en Clarìn, 2 de abril de 2000.
(4) Roldán, Juan Martìn: “Arlt frente al espejo” , en Magazine Semanal, Buenos Aires, 2 al 8 de julio de 2000.
(5) Sarlo, Beatriz: ”Un extremista de la literatura”, en Clarín, Buenos Aires, 2 de abril de 2000.
(6) Molina, Daniel: en Clarín, Buenos Aires,
(7) L.C.: “No son chistes de gallegos”, en La Nación Revista, Buenos Aires,
(8) Requeni, Antonio: “Un poeta arxentino en Galicia: González Carbalho”. Separata del Boletín Galego de Literatura (Traducción al gallego de Blanca-Ana Roig Rechou. Traducción del gallego de M.G.R.).
(9) González Carbalho, José: “Temas de la patria anterior”, en La Prensa, Buenos Aires, 21 de abril de 1957 (Citado por Antonio Requeni).
(10) González Carbalho, José: en La Prensa, Buenos Aires, 13 de mayo de 1956 (Citado por Antonio Requeni).
(11) González Carbalho, José: en El Hogar, Buenos Aires (Citado por Antonio Requeni).

Costumbrismo

En “Carnavalesca”, Fray Mocho desliza la crítica social, al afirmar que a la doméstica gallega, la patrona la explota. De la abusadora señora dice el personaje: “se aprovecha de que sos d’España para sacarte el jugo por unos cuantos centavos”. El retrato que hace del temible gallego hermano de la joven, es despectivo, ya que pone en boca de la doméstica este concepto: “Yo lo conozco a mi hermano y sé que a bruto y terco no le han de ganar muy fácil...” (1).

Félix Lima es el autor de “Otra vez en la milonga, trágico doblete”, artículo en el que incluye su “Carta pra alá” (2), la cual manifiesta una actitud negativa hacia los gallegos:

“ ‘Señora Guesusa Pérez de Jarcía y Jrejores.
‘Viju.
‘Querida prima:
‘Por aquí con a jerra, nos ponemus jordus, pues o que no suben os mayoristas, os subimus nosotros, por más que el jobiernu aprieta el torniquete a los especuladores y el hornu no está para janancias desmesuradas, pero tú sabés que aquí como en Lojroñu, en Londón como en Juacintón, en Hamburju comu en Ríu de Ganeiro, echa a ley, echa a trampa.
‘Te comunico una noticia que te llenará de gubilu: primu Jabriel ya sentó plaza de rentadu en el ayuntamiento, pues el concegale Iñiju, pariente leganu de tíu Jaspare, le consijió esa canonjía, 160 pesiñus mensuales, con gubilación y otros previleguius, con a única condición de votar siempre por los amijotes del susodichu Iñiju.
‘Primo Jabriel Sánchez Jerra ya maneja el escobillón edilicio con jarbu y empuga a carretilla con donaire, y en cuantu al uniforme, llévalo con elejancia que se la envidiaría Eduardu de Juinsur, ese tipo yoni que para mí tein guente en a azotea.
‘Deseamus que a jerra sea larja para convertir nuestra actual despensiña en almacén por mayore, con siete camiones de repartu.
‘Cariñus pra ti y para todos de tu prima que gamás te olvida-
Benita Fuentes de Sanjrador”

Un galleguito aparece en un texto costumbrista (3) de Ricardo Lorenzo (Borocotó), sosteniendo este diálogo:
“-Uno debe cantar bajo y otro alto –aconsejó El Galleguito”.
“-¿Alto como las montañas de tu aldea? -¿Te juego a quién las tiene más altas?... El día que vengas a mi provincia te vas a agarrar un empacho de montañas... –interrumpió Rompehuesos, que jamás transaba en que hubiera montañas más altas que las de sus pagos. Hasta decía que las de la geografía estaban mal medidas”.

Notas
1 Alvarez, Sixto A. (Fray Mocho) Cuentos. Buenos Aires, Huemul, 1966.
2 Lima, Félix: “Otra vez en la milonga, trágico doblete”, en Caras y Caretas, Año XLII, N° 2137, Buenos Aires, 23 de septiembre de 1939.
3 Lorenzo, Ricardo (Borocotó): “El Diario de Comeuñas”, en R. Arlt, R. Gache, Borocotó y otros: El costumbrismo (1910-1955). Buenos Aires, CEAL, 1980. Pág. 37. (Capítulo, vol. 68).

En historietas

En “La historia del comic en la Argentina”, trabajo “realizado por Néstor G. Giunta, en el año 2004, basándose en un texto original del profesor Oscar De Majo, quien autorizó las modificaciones y agregados efectuados aquí sobre el artículo aparecido en ‘Signos Universitarios’ (Bs. As., Universidad del Salvador, Año XV N° 29, en el año 1996)”, el autor se refiere a una inmigrante: “La historieta pasa a la prensa diaria recién en 1920, cuando el diario La Nación empieza a publicar tiras, con gran enojo de muchos de sus lectores, que pensaban que con estas "frivolidades" se desmerecía la "seriedad" de la publicación. (...) debuta con sus personajes, en los periódicos, Lino Palacio, que crea a "Ramona" (...), en 1930, para ‘La Opinión’ " (1).
“Cuenta la anécdota que Palacio se inspiró en una mucama gallega que trabajaba en la casa de su abuelo para crear a Ramona. Observador como todo humorista, el autor crea un personaje que es un estereotipo derivado de la inmigración poco instruida que llegó a Argentina a principios de siglo. Como tantos otros inmigrantes, Ramona es empleada doméstica. Ignorante y algo bruta, inocente y demasiado sincera, tales las características que detonan la comicidad de este personaje. Ramona es el primero de los grandes personajes de Lino Palacio, al que seguirían Don Fulgencio, Avivato y Cicuta, entre otros. Estos personajes, como los de otros autores de la época, se caracterizan por basar su humor en una cualidad que produce el efecto cómico, recurso que se repite de tira en tira. En el caso de Ramona, su ignorancia produce todo tipo de malentendidos. La interpretación literal de lo que le dicen, su incapacidad para el doble sentido, provocan las situaciones que sufren sobre todo sus patrones. Su inocencia y simpleza la llevan a una sinceridad extrema, que desemboca en algo parecido a la insolencia. Pero Ramona no tiene malicia, todo lo que hace es sólo consecuencia de lo bruta que es. Ramona fue el primer gran personaje argentino que apareció en los diarios. Comenzó a publicarse en 1930, en La Opinión, diario oficialista que salió apenas por un año. A partir de 1938 se publica en el diario La Razón, donde se hace exitosa. Varios autores se hicieron cargo de la tira: Toño Gallo, Guillermo Guerrero, Dobal y Faruk (hijo de Lino Palacio). A partir de 1958 Ramona es continuada por Cecilia, hija de Lino Palacio” (2).

En Locuras de Isidoro, historieta de Dante Quinterno, aparece un mayordomo gallego. “Quién no disfrutó alguna vez –pregunta Marcelo Benini- de los enredos protagonizados por Isidoro, ese porteño de vida disipada que rehuía a cualquier esfuerzo físico, incluido el trabajo, y pasaba sus horas en casinos, hipódromos y boites? Imposible olvidarlo: casi siempre vestía saco cruzado, polera, mocasines y tomaba whisky importado. Vivía disgustando a su pobre tío, el coronel Urbano Cañones, quien sólo confiaba en él cuando estaba acompañado por Cachorra Bazuka, una hermosa rubia de aparente compostura que en realidad era su compañera de juergas. Su otro aliado era Manuel, el mayordomo gallego, que lo apañaba ante el severo militar cuando Isidoro metía la pata. Autos deportivos, ruletas, cartas de póker, cigarrillos y noche componían la iconografía de Locuras de Isidoro, la popular revista que el inolvidable Dante Quinterno (1919-2003) publicó entre 1968 y 1976, año en que empezó a reeditarse” (3).

Quino creó al almacenero don Manolo y su hijo Manolito, personajes de Mafalda. Escribe Sylvina Walger: “Al cabo de dos semanas de publicar en ‘El Mundo’ advierte que necesita más personajes para enriquecer la tira, y el 29 de marzo de 1965 aparece Manolito –Manuel Goreiro- inspirado en el padre de Julián Delgado, propietario en Buenos Aires de una panadería situada en Cochabamba y Defensa, en el histórico barrio de San Telmo” (4).
En “La vida es un dibujo Cómo les fue de grandes a los verdaderos Felipe, Guille y Manolito”, Andrea Rodríguez relata la historia del inmigrante español que inspiró el personaje: “Sólo tres de los personajes de Mafalda estuvieron inspirados en la vida real. Guille es hoy flautista de la Orquesta Sinfónica de Chile. Felipe adhirió a la revolución cubana y es funcionario del gobierno de Fidel. Manolito vendió la panadería poco antes de morir. Su hijo es uno de los 82 periodistas desaparecidos durante la dictadura. Por primera vez hablan los verdaderos personajes que Quino inmortalizó en la tira más célebre que dio la Argentina. A Manolito, lo cuentan sus familiares” (5).

Notas
1. Giunta, Néstor G.: “La historia del comic en la Argentina”, en www.todohistorietas.com.ar
2. S/F: “Ramona”, en www.historieteca.com.ar.
3. Benini, Marcelo: “Isidoro Cañones era de Villa Pueyrredón”, en El barrio. Periódico de noticias, Agosto de 2003.
4. Walger, Sylvina: “Explicación”, en Quino: Mafalda Inédita. Buenos Aires, Ediciones de la Flor, 1988.
5. Rodríguez, Andrea: “La vida es un dibujo Cómo les fue de grandes a los verdaderos Felipe, Guille y Manolito”. Veintidós, Año 2, N° 71; Buenos Aires, 18 de noviembre de 1999.

Novelas

En la novela En la sangre (1), de Eugenio Cambaceres, el protagonista y su madre “se detuvieron frente a la Universidad en cuya puerta, mostrando un grueso manojo de llaves colgado de la cintura, estaba de pie el portero, un gallego ñato de nariz y cuadrado de cabeza”.

En La gran aldea, Lucio V. López presenta gallegos trabajando junto a los criollos: “daban las cuatro y, no bien había entrado el gallego cotidiano con las viandas, don Narciso se engolfaba en los antros profundos de la trastienda”. Lucio V. López menciona otro gallego relacionado con la tienda: “Caparrosa, el cadete de Bringas, un galleguito ladino y vivaracho” (2).

A criterio de Delfín Garasa, “Una de las más cumplidas descripciones de un heterogéneo desembarco es la que ofrece Luis Pascarella en su novela-alegato documental, El conventillo. Llega el Christoforo Colombo y primero bajan los hombres de negocio con su apoplética cerviz, con el paso resuelto de los acostumbrados a dar órdenes y ser obedecidos, los turistas ingleses con sus máquinas fotográficas y algunas señoras un tanto perplejas por no ver en el muelle indios con plumas y taparrabos. Por ese entonces, el viaje a Europa empezaba a otorgar prestigio social, y los argentinos que regresan cambian opiniones en alta voz sobre los modelos de París, el mobiliario inglés o la sinfonía escuchada en la Opera de Viena. Y, finalmente, aparecen los inmigrantes, tan fustigados en los azares de las proclamas políticas, un ‘enorme hormiguero’ que había viajado en el mayor hacinamiento. Rostros curtidos, exhaustos, azorados. En todos se presiente la pregunta: ¿Qué les deparará esta nueva tierra? De pronto, una mirada se ilumina o un brazo se agita en alto porque se ha reconocido a alguien en la muchedumbre que espera. Van bajando los hebreos de desgreñadas barbas y gastados levitones, los ‘turcos’ con sus espaldas combadas, los nórdicos enjutos, los napolitanos pequeños y retorcidos como raíces, los andaluces gárrulos, los gallegos pacientes, los holandeses esponjosos, los genoveses de músculo recio e insaciable voracidad. Una mujer besa la tierra que los acoge y tras su actitud ritual se adivina un pasado de penurias y recelos. Y agrega Pascarella: ‘La gran ciudad de calles dirigidas hacia el Oeste recibe en su seno aquella semilla que purificada en un ambiente de libertad (...) se reproducirá en su inmensidad desierta” (3).

Escribe Manuel Gálvez, en Nacha Regules (1919): “Monsalvat imaginó que sus palabras engendrarían entusiasmo y agradecimiento. Pero no fue así. Unos torcieron el rostro, otros cuchichearon. Una vieja se puso a hacer pucheros, y un gallego protestó contra el abuso de querer echarles de la casa para después subir los alquileres”. El gallego decía que “Si ellos se encontraban bien, ¿por qué obligarles a aceptar lo que no pedían? ¿Qué vivían como los cuerpos? ¡Bah! Acaso vivieron antes de otra manera? Eso que decía el patrón: la higiene y el aire, era bueno para los ricos. ¡Los pobres estaban tan conformes sin aire! Y respecto de la higiene, maldita la falta que les hacía. Además, si la vida de los pobres era dura, no correspondía a los ricos pretender mejorarla. Y que no les dijeran que sus ofrecimientos eran desinteresados, porque no lo creerían. Ya conocían demasiado a los ricos. Todos iguales. Si a veces cedían por un lado, era para reventarlos por otro. Podía, pues, el patrón marcharse con sus rebajas de alquiler y la reforma del conventillo. No aceptaban la rebaja, no. ¡Ellos no se moverían de allí!” (4).

En La pampa gringa (1936), de Alcides Greca, un gallego llega a la Argentina: "No salía de su asombro. Había creído que la América era un país maravilloso, de comarcas cubiertas por selvas de árboles gigantes, entoldadas con lianas, en las que se abrían flores prodigiosas y se guarecían pájaros de vivos plumajes. Se había imaginado que sus pobladores habitaban en palacetes muy blancos, rodeados de jardines, situados en los claros del bosque o a orillas de ríos anchurosos. La indumentaria de los europeos debía ser, necesariamente, un impecable traje de caza, casco inglés y voluminoso revólver en la cintura; los indígenas irían cubiertos con calzones a rayas, de colores chillones. Antoñico había presentido la América a través de alguna historieta de plantaciones antillanas o de las tapas policromas de una novela de Salgari" (5).

En un conventillo reúne a sus discípulos José Luna, personaje de Megafón, novela de Leopoldo Marechal publicada póstumamente en 1970: “En la sala única del púgil se juntaban sin armonizar el comedor, el dormitorio y una cocina de leña, cuyo tiraje pésimo fue un manantial de humo que, sin embargo, nunca molestó en adelante ni a José Luna ni a sus tres discípulos, en las discusiones que mantuvieron sobre las metáforas del Apocalipsis. Los tres discípulos eran Juan Souto, llamado ‘el gaita’, Vicente Leone, o ‘el tano’, y Antenor Funes, conocido por ‘el salteño’ “ (6).

En Una sombra donde sueña Camila O'Gorman (1973), escribe Enrique Molina: "Berón de Astrada pierde la vida en la batalla de Pago Largo, y Echagüe, su vencedor, hombre de aristocrática cuna, ordena, con una delicadeza de tiburón, que se le extraiga al cadáver una lonja de piel de la espalda, para hacer con ella una manea que envía al general Urquiza como presente. Esos obsequios, tan caros entre compadres, exaltan la cortesía de la época y el vals de los murciélagos. El mismo Urquiza, en carta a su hermano, después de una batalla, le anuncia: 'El gallego Navarro cayó prisionero y lo degollamos: te mando sus orejas' " (7).

En Hacer la América (8), Pedro Orgambide evoca, entre otros inmigrantes, a una familia gallega.
Manuel Londeiro junta trabajosamente el dinero para traer de Galicia a su familia. En la fonda “pide pan y tocino. Después, una sopa con carne, porotos y papas. Se promete ir al almacén de su primo, y firmar una letra, un documento, lo que sea a cambio del dinero para los pasajes. Si comes tanto no podrás ahorrar, dice su primo, si sólo piensas en comer, si El pan de Manuel Londeiro no llega a la boca. Lo coloca en un pañuelo y lo anuda. Ya tiene su cena”.
Al gallego, “El albanés lo desafía a una pulseada. Uno es fuerte como un caballo, piensa Manuel, pero uno no tiene ganas de pulsear. El albanés ha puesto su dinero sobre la mesa. No, yo no juego por plata. No me importa que mis amigos piensen que el albanés es más fuerte que yo. Yo no me juego el jornal”. Sin embargo, lo hace: “Manuel Londeiro le dobla el brazo contra la mesa y caen las monedas en el suelo entre el jolgorio y el griterío de los estibadores".
Al fin, reúne el dinero que posibilita tan ansiado encuentro. Su mujer, Carmen, viajando con los hijos, piensa: “Es como si nunca hubiera tenido una casa, Manuel. Como si nunca más pudiera pisar la tierra firme y Dios nos condenara a vagar por el mundo en este barco. No pienses que estoy loca, Manuel. A otras mujeres que viajan aquí les ocurre lo mismo. Extrañan el olor de sus cocinas y el calor de sus camas. Una vieja me contó que todas las noches soñaba con su corral y sus puercos; otra, con un jardín de Andalucía. En América ¿tú sueñas con la casa, Manuel? Los hombres se ríen de esos sueños, son cosas de hembras, dicen, haremos otras casas allí, sembraremos el trigo, cuidaremos las viñas, vamos a trabajar en los aserraderos, en los muelles... Es que los hombres son más parecidos al mar, les gusta andar de un lado a otro. Algunos, sin embargo, se asoman al océano como si trataran de ver o que dejaron. Una les ve las caras de viudos de la tierra, caras de hombres como tú, Manuel, trabajadas por el sol y el granizo, por los días de labranza ¿no se extraña la tierra, Manuel? ¿el olor de la tierra?”
Llegan Carmen y los hijos, Paco y María. En el patio del conventillo, la niña juega a las estatuas con las hijas del árabe: “se quedaba inmóvil con un pie en el aire. (...) -¡Míralas! Se creen unas reinas... pero tarde o temprano van a parir como nosotras –vaticina la Carmen y apoya su mano en el hombro de Magdalena”.
Paco, que no quiso sufrir lo que su padre sufrió por motivos políticos, se dedicó a la música. María, en cambio, inspirada en el espíritu paterno, fue líder en el movimiento de las costureras.

En La crisálida, de Nisa Forti Glori, dice uno de los personajes: "No es cierto que las clases humildes son las más sanas. ¿Acaso los pobres son más bondadosos entre ellos? ¡Qué esperanza! Observen a las personas de servicio. Deberían mostrarse solidarias. Todas son trabajadores, ¿no? Una mano lava la otra, ¿no? Y no. Se mueven el piso. Se odian. Son capaces de correrse con el cuchillo. ¿No vimos en nuestra propia casa, cómo Rita corría a María la gallega? La corrupción está siempre en los extremos. Con la diferencia que a los muy ricos se les perdona todo y a los muy pobres, nada. Sobre mojado, llovido. Cuando no posees nada, hasta los amigos se evaporan" (9).

La piedra madre (10), por Néstor Tirri, "narra los desvelos de un grupo de vecinos de Tandil, empeñados en una empresa descomunal: restaurar la fabulosa Piedra Movediza, un prodigio de la naturaleza que en el siglo XIX atrajo a viajeros de todo el mundo, y cuya ausencia (después de su caída en 1912) sumió a la ciudad en la nostalgia por la perdida gloria. En una narración ágil, en clave irónica y naïve, la novela recorre cuarenta años de aventuras y represiones sexuales y políticas. Y, con humor hiperbólico, registra la presencia de figuras reales, personajes notables que en verdad transitaron por Tandil.
A principios de los años ochenta La piedra madre resultó finalista del Premio Internacional de Novela Plaza & Janés (cuyo jurado fue presidido por Ángel J. Battistessa) y fue publicada poco después. Hoy se erige en una “novela de anticipación” (o profética) a raíz del emprendimiento turístico que 25 años después plasmó, en la realidad, una variante del proyecto de ficción de la delirante 'Comisión Vecinal Pro Restauración de la Movediza' " (11).

María Rosa Lojo define a Canción perdida en Buenos Aires al oeste -novela premiada por el Fondo Nacional de las Artes en 1986-, como “la historia de una familia narrada a través de siete personajes, de siete voces: la voz central es la de Irene, que en sus treinta años rescata ese nudo de vidas que conforma sus propios orígenes, como quien canta una canción. Una canción perdida porque es la de la infancia y la adolescencia, la de la vida tramada por el amor, la dicha, la desdicha, la enfermedad, la muerte, los extravíos y las recuperaciones que constituyen el tiempo irrestañable e incorruptible, como el agua fluyente, que la palabra, por un momento, crea la ilusión de retener” (12).
Después de muchos años de exiliados, los padres de Irene sufrían el mismo desarraigo que los acompañaría hasta el final de sus días. En su hogar del oeste, “era el sol de la casa nativa que iluminaba sus rostros. Los rasgos de mi madre, silenciosos y bellos, como una estampa antigua; los ojos de mi padre, tristes de mar, empañados de tiempo recorrido. La mesa del domingo, cuando comíamos callados y mi padre, sólo mi padre recitaba, tácitamente, como para sí: ‘Donde yo me he criado...’ Y ya no escuchábamos; lo demás se perdía en la bruma nebulosa de un mito siempre repetido, desesperado y patético como una plegaria inútil. La única plegaria que papá se permitía decir” (13).

Mempo Giardinelli escribió Santo oficio de la memoria, obra galardonada con el VIII Premio Internacional "Rómulo Gallegos" en 1993. En esa obra -a la que Carlos Fuentes se refiere como a una “saga migratoria tan hermosa, tan conmovedora, tan importante para estos tiempos de odio, racismo y xenofobia”-, habla de un oficio que desempeñaban algunos españoles. En 1886, “Había muchos policías, allí. Casi todos asturianos, gallegos. No sé por qué. También usaban bigote de manubrio y llevaban pistolas al cinto, capote invernal, quepís duro y alzado y linterna en mano. Cuando se hizo la noche, los policías se movían como luciérnagas nerviosas” (14).

Horacio Vázquez-Rial es el autor de Frontera Sur. “Prostitutas, fantasmas, jugadores, gallos de riña, socialistas primitivos, héroes del trabajo, anarcosindicalistas o músicos que se cruzan en la vida de tres generaciones de emigrantes gallegos, van tejiendo la trama de Frontera Sur y la historia de Buenos Aires, entre 1880 y 1935. Roque Díaz Ouro, que llega viudo y con un hijo a la capital argentina, que se enamora de una prostituta de alto vuelo y que recibe en su carrera ascendente la ayuda del espectro de un compadrito degollado, es protagonista de este relato épico, junto al alemán Hermann Frisch, portador de un bandoneón y de los principios de la organización obrera. Pero también aparecen en él figuras legendarias como Yrigoyen, Durruti o el propio Gardel, que definieron el espíritu de una época y de una ciudad apasionantes” (15)
El narrador describe, en esa obra, uno de los tantos desembarcos de inmigrantes, en la década del 80: “Los buques anclaban muy lejos de la costa, y viajeros, equipajes y mercancías pasaban, o eran arrojados, a una gabarra o a varios botes pequeños, que lo llevaban todo a los carros en que, finalmente, salía del agua. Si el calado no resistía una quilla, por escasa que fuese, las irregularidades del fondo lo hacían en algunos puntos excesivo par alguna de las ruedas de los vehículos, que encallaban o volcaban, arrastrando su carga al desastre. Padre e hijo presenciaron un desembarco, pendientes del bamboleo y los sobresaltos de los carros, del griterío de los que temían ahogarse en aquel tramo de su odisea, que imaginaban último, y de las voces de quienes, de pie en los pescantes, guiaban a las bestias. Ramón abandonó la contemplación de las inmundicias que las llantas arrancaban del limo y sacaban a la superficie cuando su padre fue a reunirse con un mayoral de mirada torcida” (16).

Graciela Cabal, en Secretos de familia (17), recuerda su aprendizaje de muñeira: “A mi amiga Rodríguez tampoco la dejan estudiar baile, pero ella igual sabe bailar la muñeira, porque la muñeira se la enseñó la madre. (La madre de Rodríguez es de un lugar donde todos saben bailar la muñeira desde que nacen, sin que nadie se la enseñe). Me da mucha vergüenza, pero igual voy y le digo a la mamá de Rodríguez si por favor, por favor, me enseña a mí a bailar la muñeira. La mamá de Rodríguez dice que ella con mucho gusto me enseñaría, pero hace tanto tiempo que no baila... ’Sea buena, mamita’, le dice Rodríguez a la madre, y la arrastra al patio. Y entonces la madre empieza a cantar bajito mmmmm mmmmm mmmmm y a dar unos pasos. Y después se ve que se anima porque se pone a cantar fuerte y se mueve rápido y hasta se saca las chancletas y el delantal, y sigue, sigue, sigue. Y justo llega el papá del trabajo y primero se asusta y pregunta qué es lo que está pasando en esa casa, y después se ríe y se pone a bailar enfrente de la madre. Y yo ya no aguanto y le digo a Rodríguez si quiere bailar, porque algo aprendí, de mirar. Y todos bailamos, cantamos y nos reímos, hasta la mamá de Rodríguez, que nunca se ríe. A la mamá de Rodríguez, cuando baila la muñeira ni se le notan los bigotes”.

En Agua de nadie –novela distinguida con el Premio “Dr. Alfredo A. Roggiano” de la Municipalidad de Chivilcoy, 1993-, Mabel Pagano evoca a dos sastres gallegos: “Porque era muy chico y recién se iniciaba en el oficio junto a los gallegos López y García, propietarios de un gran taller, no tuvo ocasión de conocer a don Hipólito, aunque quizás Yrigoyen no hubiera gastado en un traje lo que él llegó a cobrar, decían que era tan raro el Peludo... (...) La tarde anterior, los gallegos habían insistido en su intento de llevarlo a Mar del Plata para la inauguración de la tan soñada sucursal y nuevamente él rechazó la invitación, hablando de compromisos impostergables, aunque sin aclarar sobre la naturaleza de los mismos y tratando de que no se ofendieran, ya que era forzoso que lo reconociera, él les debía mucho a los dos. Esa noche, cuando estaba a punto de retirarse del taller, los patrones lo invitaron a comer en un restaurante de Sarandí, donde había ido varias veces acompañándolos. Quiso negarse diciendo que estaba muy cansado de la tarea de toda la semana, cosa que era rigurosamente cierta, pero López insistió, vamos hombre, nos comemos la paella y regresamos temprano, al mismo tiempo que García lo palmeaba empujándolo hacia la puerta” (18).

En Latas de cerveza en el Río de la Plata –novela de Jorge Stamadianos distinguida con el Premio Emecé 1994/95- aparece un padre gallego que oculta a su hijo, desertor en la Guerra de las Malvinas. Relata el protagonista: “Aunque no podía verle la cara al gallego porque me había quedado esperando en la planta baja, oía su voz retumbando a través de la escalera y me imaginaba la vena saltándole en la frente como una lombriz que no quiere subirse al anzuelo” (19).

En Virgen (20), novela de Gabriel Báñez que resultó finalista en el premio Planeta, aparece un titiritero gallego: “Sara lo había encontrado deambulando medio muerto de hambre a los costados de la aduana, sin documentación y con unas pocas pesetas en el bolsillo que guardaba como rezago de un viaje de cuarenta días desde su Pontevedra natal hasta Santos, donde desembarcó. En Brasil se había dedicado al incipiente negocio de refinar aceite de coco, pero por muy poco tiempo, ya que en apenas tres meses tuvo la fulminante certeza de que su arte jamás se adaptaría al portugués. No por él, sino por sus títeres, que extrañaban horrores el castellano y no se adaptaban a ese idioma pegajoso y transpirado. Filadelfio Pérez era un trotamundos infatigable, aunque en su juventud se había dedicado al deporte de los guantes sin mayor fortuna, (...) Durante las representaciones se hacía llamar Maese Pérez, y se valía de su arte para desbocar argumentos y acomodarlos a su pasión republicana con ogros franquistas y brujas de la Falange. Pero las mejores obras las escribía él, y resultaban de una belleza conmovedora, lo mismo que sus muñecos, enormes y con ojos siempre idénticos: de foca o de mujer intensa y húmeda, tristísmos, los más hermosos del mundo”.

En “Noticias secretas de América”, Eduardo Belgrano Rawson evoca a los inmigrantes gallegos: “Cantabas un himno más light, como regía desde principios de siglo. Lo habían lijado un poco. ¿Qué otra cosa podían hacer? Necesitaban cortarla con los insultos, como explicó en su momento un operador del Ministro. ‘Tigres sedientos de sangre’ y todo eso. Culpa del himno el embajador no pisaba la presidencia, sobre todo los 9 de julio. A decir verdad, tampoco mostraban mucho aspecto de tigres los vascos y los gallegos que desembarcaban todos los días frente al Hotel de Inmigrantes, pero ésta era otra cuestión” (21).

Guillermo Saccomanno es el autor de El buen dolor –novela distinguida con el Premio Nacional de Literatura en 2002-, obra en la que escribe sobre su abuela gallega, la que le contaba cuentos de su tierra: “Aunque la abuela era madrugadora y de acostarse temprano, sufría de insomnio. Por la noche ella y vos, acostados en su pieza, en la oscuridad, escuchaban Radio Porteña, que transmitía desde los teatros. La obra predilecta de la abuela era La Malquerida, interpretada por Lola Membrives. Ay, esa madre, se desgarraba la Membrives en la oscuridad de la pieza. Ay, repetía la abuela. Apenas terminaba la obra, la abuela apagaba la radio. Y como no podía dormir, te contaba un cuento” (22).

En La fuga, distinguida con el Premio Emecé 1998/99, Eduardo Mignogna presenta a Adela y Angel Villalba, una pareja de carboneros que tiene un sobrino en Mendoza: “En la esquina de Coronel Díaz y la avenida Las Heras había un bar y al lado un corralón y después una ferretería. El barrio se llamaba, o le decían, Tierra del Fuego, y en el sitio donde estaba la ferretería había en 1928 una casa de venta de carbón y leña atendida por un matrimonio mayor de españoles petisitos y reservados, oriundos del pueblo gallego de Betanzos. El comercio era angosto y con piso de tierra, y en el aire flotaba eternamente un polvillo oscuro que emanaba de las bolsas de arpillera” (23).

En Moira Sullivan, de Juan José Delaney, la protagonista escribe una carta fechada en 1932, en la que expresa:
“Debo decir que pese a que los hijos de Erín se jactan de haberse integrado con el resto de la población, la verdad no es exactamente así. Tienen sus propios colegios, sus propios templos y clubes, y quien comete la osadía de casarse con un “nap” (¿napolitano y por extensión italiano?) o con un “gushing” (derivado, probablemente, del verbo inglés to gush, que significa hablar con excesivo entusiasmo y que es un neologismo para aludir a los gallegos y también por extensión a los españoles), se aíslan o son lenta pero inexorablemente segregados. En verdad esto ocurre con casi todas las comunidades extranjeras que se han radicado acá: árabes, armenios, ucranios y, muy especialmente, judíos. Para no hablar de los británicos que a su injustificado desdén agregan cierto cinismo ancestral” (24).

Ochoa, uno de los personajes de Hotel Edén, de Luis Gusmán, “recuerda entonces la iglesia de San Nicolás de Bari. La historia de su familia materna está escrita en esa iglesia. Su abuelos, inmigrantes, primos hermanos casados con primos hermanos, provienen de Galicia. Ochoa dispone de poca información, y por lo tanto ignora por qué terminaron viviendo en la calle Carlos Pellegrini. Su abuelo administraba una casa, que nunca quedó claro si era de inquilinato, a la que llamaba ‘las oficinas’ “ (25).

En Agatha Galiffi La Flor de la Mafia, novela de Esther Goris, los municipales quieren llevar el carro de un piamontés, por tener verdura en mal estado: "Un hombre de traje oscuro y bombín, con papeles en la mano, daba instrucciones a otros dos, mientras un tercero sostenía el caballo por las bridas que, intranquilo ante la muchedumbre que lo rodeaba, golpeaba los cascos contra el suelo embarrado. Saremba era de los que habían dominado la tierra pero no la lengua, de modo que trataba de dar explicaciones al del bombín utilizando una jerigonza extraña". Lo que quería explicar era que "La verdura podrida no era para la gente, era verdura para los chanchos del gallego" (26).

Jorge Torres Zavaleta, en La noche que me quieras, presenta a un gallego. Este es evocado como un trabajador, en su clásica ocupación de dueño de bar, desconfiado ante los pedidos de sus clientes sin dinero: “era como si todos nosotros fuéramos miembros de una barra y los mayores solamente aquellos a los que teníamos que engañar. Como el gallego que nos dará un whisky o un café a cuenta, mirándonos de reojo por debajo de las cejas pobladas mientras se ocupa de asuntos serios” (27).

En La logia del umbral, Ricardo Feierstein recuerda a algunos de los gallegos que vivían en Villa Pueyrredón, a mediados del siglo pasado: “Cruzando la avenida Mosconi estaba la farmacia (...) Luego el negocio de medias del gallego Alvarez, cuya hija sería directora de televisión; (...) Después del bar, ya en esta vereda, venía mi casa y, siguiendo el recorrido, el almacenero González (gallego de ley), (...) Por las mañanas, en la escuela pública donde todos concurríamos, conviví (...) con el galleguito Pérez” (28).

La casa de Myra (29), de Aurora Alonso de Rocha, fue distinguida en 2001 con el Segundo Premio para Autores Inéditos, en el “Concurso organizado por la Fundación El Libro, en el marco de la 27ª Exposición Feria Internacional de Buenos Aires ‘El libro del Autor al Lector’ ”. En esa obra, protagonizada por una gallega tomada cautiva por los indígenas, narra un personaje: “En unos meses se le puso la piel del color del cuero sobado, se le hicieron unos manchones del solazo debajo de los ojos y como no los tiene oscuros como las otras se ven como gemas transparentes. En lo que se ve del descote es pura mancha y peca y tiene el pelo cerdoso, enrulado y reseco de tanta agua e intemperie. Igual que las chinas va mexclada de cristiana y de india: le cuelgan unas ajorcas pesadas, se ata las clinas con seda trenzada y las botas son las de media caña, de pata de potro pero finísima, muy retobada (¡Que las quisiera para mí!), con lazos de colorines y bordados. Por arriba usa un vestidito de percal que ha de ser el que traía cuando la encontré en el puerto, según recuerdo, así que va medio disfrazada pero tan cargada de lazos y joyas como una princesa”.

En Los gallegos, una novela inédita, Gloria Pampillo evoca la inmigración de sus mayores. El abuelo de Gloria Pampillo era comerciante, y había elegido el mismo nombre para todos sus negocios: “Celta, como el nombre que mi abuelo le ponía a cada uno de los bienes que acá se iba ganando, desde su barco hasta los toros. Un toro negro, morrudo, que ahora le dibujo en su escudo de comerciante, como tantos otros dibujaron una espiga en el almacén o en la panadería: La flor de Galicia”. Gloria Pampillo recuerda la voluntad de unión de los emigrantes gallegos: “Lo que van a hacer ahora es lo mismo que hizo mi abuelo cuando llegó a la Argentina en 1870. Van a agruparse en cofradías. Que esas cofradías formen un ejército o una Sociedad de Socorros Mutuos, poco importa. Lo que tienen en común es que lejos de la tierra, ‘da mía terra’, como dijo una mujer en el seminario con un dolor que me volvió de barro el corazón, van a buscarse entre ellos”.

Guadalupe Henestrosa ganó en 2002 el V Premio Clarín de novela, con Las ingratas (30), novela en la que evoca la inmigración de cinco hermanas españolas y la hija de una de ellas. Seis gallegas, recién bajadas del barco, llegan a una pensión en la que la mayor se empleará como cocinera. Allí las asalta la nostalgia: “Esa noche entre esas paredes húmedas, escuchando las palabrotas que venían desde el patio, las chicas extrañaron la casa de piedra en las montañas. Por primera vez desde aquella madrugada cuando dejaron a su padre, Vicente, solito junto al fogón, se sintieron lejos de todo, perdidas, a merced de unas gentes desconocidas, con quién sabe qué costumbres. ¿Cómo encontrar el alma en una tierra donde todas las cosas tenían otro olor?”.

En Un recuerdo para Raquel... o cómo tus padres llegaron a América, Walter Duer relata la insólita anécdota de la gallega que hizo el papel de madre de la novia en un casamiento civil entre sirios (31).

En Los jardines del Carmelo, escribe Ana María Guerra: “El campo se subdividió; la casa y unas parcelas quedaron en manos de los Ruiz, tres hermanos venidos de Galicia, que aconsejados por Marga, establecieron un burdel. Las dificultades de los primeros tiempos fueron incontables; los carros se empantanaban, los jinetes entraban con barro hasta en las fajas, y apenas caían unas gotas la gente se acobardaba, quedando el prostíbulo vacío. Finalmente, los Ruiz decidieron deshacerse de él” (31).

En Amor migrante, de Stella Maris Latorre, un empleado del Hotel de Inmigrantes agrede a un gallego. Le dice: “-Ya te oí, crees que soy sordo gallego sucio, muerto de hambre. Avelino, Manuel y todos cruzaron sus miradas: ‘Este era el recibimiento que le hacían los habitantes de ese país que prometía tanto, todos apretaron los labios y endurecieron sus puños, todos... para no responder a esa provocación; pero a todos también se les partió el corazón y quisieron estar en Galicia aunque no encontraran el oro tan prometedor, pero ya era tarde, ahora había que ser fuerte, apechugar ya estaban en el tablao, había que zapatear. Avelino tomó su pequeña valija, un bolsito pequeño también Manuel hizo lo propio, juntos lentamente recorrieron ese largo pasillo, jurando no voltear la cabeza para no ver a sus paisanos, que realmente si estaban mal presentados; pero eran honrados, y venían a trabajar, a poner la espalda para que este país al cual recién llegaban floreciera a fuerza del sacrificio de ellos, que en ese momento necesitaban; la guerra, la mala situación de su país los llevó a cruzar el mar en busca de un futuro mejor, pero en el interior de esos hombres, de esas mujeres de rostros sufridos, existía un rubí en bruto, sí, en bruto, como lo siguieron llamando y muchas veces se mofaron de ellos, haciendo bromas de mal gusto, chistes donde siempre, el tonto, el bruto era el gallego; pero si de algo no podían mofarse era de su honradez, de su fortaleza para el trabajo y la voluntad a pesar de a veces tragarse las lágrimas que estaban prestas a salir de sus pupilas, pero las sujetaban, no fueran a pensar que eran débiles, no, no lo eran, eran más fuertes que un roble” (32).

En 2004 se editó Las libres del Sur, Una novela sobre Victoria Ocampo (33), de María Rosa Lojo. En esa obra, aparecen varios gallegos. Los principales son Carmen Brey Moure y su hermano Francisco. Acerca de Carmen, escribe: “El casquito de fieltro con un capullo de gasa, las mejillas redondas, el tailleur liso y el talle bajo acentuaban su aspecto cándido de colegiala en vacaciones. Un toque de rouge y de polvo Arlette sobre la nariz no la cambiaron mucho. Se encontró ligeramente similar (aunque más delgada, y más joven) a una poetisa de moda: Alfonsina Storni”. Francisco era “un hombre robusto y curtido, en quien Carmen fue reconociendo, a medida que se acortaba la distancia, y como quien despeja las capas superficiales de un palimpsesto, los rasgos de su hermano”.

En Lunas eléctricas para las noches sin luna, escribe Belén Gache: “Bordeando el convento, la calle Viamonte se extiende alternando fondas llenas de marineros con casas de remates, regenteadas por catalanes, gallegos o andaluces que venden objetos dorados por oro fino y piedras transparentes por diamantes” (34).

En 2005 apareció Finisterre, también de María Rosa Lojo. Rosalind Kildaire Neira, nacida en Galicia, llega a la Argentina en 1832. Ella recuerda: “Buenos Aires era entonces una ciudad blanca y baja, quizá sólo atractiva desde la lejanía. Ilusionaba los ojos a la distancia pero a medida que los barcos iban acercándose a la entrada del río ancho y playo, donde resultaba imposible fondear, cedía el encantamiento. (...) Las calles eran irregulares y sucias, pantanosas de a trechos. Animales muertos y montones de desperdicios se acumulaban en algunas esquinas” (35).
En El infierno prometido, de Elsa Drucaroff, el Loco va a la pensión en que vivía Vittorio. “La desconfianza de la dueña se esfumó cuando el Loco le contó que era periodista de Crítica. Le convidó con mate, bizcochitos de grasa, y contó con marcado acento gallego que el señor Comencini no vivía más en esa pensión”. La gallega se entusiasma: “¡Ayudar a la prensa! (...) anote mi nombre y apellido: María Dolores Pontevedra, con ve corta. Pensión Pontevedra. ¿Va a venir un fotógrafo?” (36).

Cristina Bajo es la autora de La trama del pasado (37). "1840, Vigo, Galicia. Una joven aristócrata, Ignacia Arias de Ulloa, abandona a su marido y huye con una criada llevándose muy poco: su estuche de esgrima, y el halcón preferido de aquél. Al llegar a la casa solariega de su madre se encuentra con que ésta ha decidido regresar a las provincias del Río de la Plata, su tierra de nacimiento, para ajustar viejas cuentas. Sin pensarlo, Ignacia se embarca con ella. Mientras el país se desangra en la guerra civil, don Fernando Osorio y Luna, descendiente de un antiguo linaje, emprende con sus hombres un viaje a caballo desde la Córdoba americana hacia Buenos Aires con un mensaje secreto para don Juan Manuel de Rosas, jefe de los federales. A mitad de camino, y en una de las batallas más cruentas de la historia argentina, Ignacia y Fernando se encontrarán, sin saber que sus lazos provienen del pasado, de trágicos misterios familiares que, desde los orígenes de su estirpe, parecen alcanzarlos como una maldición. Acechado por enemigos desconocidos que atacan salvajemente a su mujer y a su hijo, involucrado en venganzas y reencuentros, amenazado con la expropiación de sus tierras, Fernando encontrará que la mayoría de los privilegios que los suyos mantuvieron por siglos han desaparecido; que los Osorio han caído en desgracia, y que aquella joven del halcón, Ignacia, pertenece al círculo de los enemigos de su familia. ¿Podrá un hombre de acción como él, valiente, fiel a sus ideas y a su gente, permanecer indiferente ante la matanza y las injusticias a que todos los días se ve sometida su ciudad, por aquellos que se decían sus aliados? En esta nueva entrega de la saga de los Osorio, no será una mujer de la familia la protagonista, sino un hombre: Fernando, el Payo, hermano de Luz y primo de Laura. Junto a él, personajes históricos y ficcionales desentrañarán una trama urdida con sangre, secretos y ausencias: La trama del pasado, una novela vibrante, estremecedora, que confirma una vez más el talento narrativo y la pluma avezada y mágica de Cristina Bajo" (38).

Notas
1. Cambaceres, Eugenio: En la sangre. Buenos Aires, Plus Ultra, 1968.
2. López, Lucio V.: La gran aldea. Costumbres bonaerenses. Buenos Aires, CEAL, 1980. (Capítulo).
3. Garasa, Delfín Leocadio: La otra Buenos Aires. Paseos literarios por barrios y calles de la ciudad. Buenos Aires, Sudamericana-Planeta, 1987.
4. Gálvez, Manuel: Nacha Regules. Citado en Páez, Jorge: El conventillo. Buenos Aires, CEAL, 1970.
5. Greca, Alcides: La pampa gringa, en www.fhuc.unl.edu.ar/portalgringo
6. Marechal, Leopoldo: Megafón. Citado en Páez, Jorge: El conventillo. Buenos Aires, CEAL, 1970.
7. Molina, Enrique: Una sombra donde sueña Camila O'Gorman. Buenos Aires, Seix Barral, 1994.
8. Orgambide, Pedro: Hacer la América. Buenos Aires, Bruguera, 1984. Pág. 20.
9. Forti Glori, Nisa: La crisálida. Buenos Aires, Corregidor, 1984.
10. Tirri, Néstor: La piedra madre. Buenos Aires, Galerna, 2007. 208 páginas. (Literatura)
11. S/F: en Tirri, Néstor: La piedra madre. Buenos Aires, Galerna, 2007. 208 páginas. (Literatura)
12. González Rouco, María: “María Rosa Lojo: la inmigración gallega”, en El Tiempo, Azul 17 de marzo de 1991.
13. Lojo, María Rosa: Canción perdida en Buenos Aires al oeste. Buenos Aires, Torres Agüero Editor, 1987.
14. Giardinelli, Mempo: Santo Oficio de la Memoria. Buenos Aires, Seix Barral, 1991.
15. S/F: en Vázquez-Rial, Horacio: Frontera sur. Barcelona, Ediciones B, 1998.
16. Vázquez-Rial, Horacio: Frontera sur. Barcelona, Ediciones B, 1998.
17. Cabal, Graciela Beatriz: Secretos de familia. Buenos Aires, Sudamericana, 2003.
18. Pagano, Mabel: Agua de nadie. Buenos Aires, Editorial Almagesto, 1995.
19. Stamadianos, Jorge: Latas de cerveza en el Río de la Plata. Buenos Aires, Emecé, 1995. 229 pp.
20. Bañez, Gabriel: Virgen. Buenos Aires, Sudamericana, 1998.
21. Belgrano Rawson, Eduardo: Noticias secretas de América. Buenos Aires, Planeta, 1998.
22. Saccomano, Guillermo: El buen dolor. Buenos Aires, Planeta, 1999.
23. Mignogna, Eduardo: La fuga. Buenos Aires, Emecé, 1999.
24. Delaney, Juan José: Moira Sullivan. Buenos Aires, 1999.
25. Gusmán, Luis: Hotel Edén. Buenos Aires, Norma, 1999.
26. Goris, Esther: Agatha Galiffi La Flor de la Mafia. Buenos Aires, Sudamericana, 1999. 415 pp.
27. Torres Zavaleta, Jorge: La noche que me quieras. Buenos Aires, Emecé, 2000.
28. Feierstein, Ricardo: La logia del umbral. Buenos Aires, Galerna, 2001.
29. Alonso de Rocha, Aurora: La casa de Myra. Buenos Aires, Fundación El Libro, 2001.
30. Henestrosa, Guadalupe: Las ingratas. Novela Sentimental. Buenos Aires, Clarín-Alfaguara, 2002.
31. Duer, Walter: Un recuerdo para Raquel... o cómo tus padres llegaron a América. San Justo, Provincia de Buenos Aires, Ediciones Escritores Argentinos de Hoy, 2003.
Guerra, Ana María: Los jardines del Carmelo. Buenos Aires, Corregidor, 2003.
32. Latorre, Stella Maris: Amor migrante. Buenos Aires, De los Cuatro Vientos Editorial, 2004.
33. Lojo, María Rosa: Las libres del Sur, Una novela sobre Victoria Ocampo. Buenos Aires, Sudamericana, 2004.
34. Gache, Belén: Lunas eléctricas para las noches sin luna. Buenos Aires, Sudamericana, 2004.
35. Lojo, María Rosa: Finisterre. Buenos Aires, Sudamericana, 2005. 192 pp. (Narrativas)
36. Drucaroff, Elsa: El infierno prometido. Una prostituta de la Zwi Migdal. Buenos Aires, Sudamericana, 2006. 336 pp. (Narrativas históricas). Pág. 242.
37. Bajo, Cristina: La trama del pasado. Buenos Aires, Sudamericana, 2006.
38. S/F: información de prensa

Novelas infantiles y juveniles

En El pequeño obispo, Fernando de Querejazu recuerda al criado gallego: “El "Pajaro", esmirriado, con su nariz como un pico, cara alargada y flaca, era el ser mas noble y servicial. Comenzó como cochero de la mitica volanta, lujo de gran categoria que a principios del siglo ostentaban los esposos Gonzalez de Azpuru y Fernandez de Leceta. El, con sus bigotazos a la borgoñona, bajo los cuales esgrimia su largo "Partagas", y ella con sus amplios vestidos de seda natural, bordados con encajes, chales filipinos y sombreros de grandes alas y tules que cubrian su cara, protegiendola de la polvareda de las huellas. Paseaban orgullosamente a sus sobrinas Maria y Elena, acabadas de llegar de Bilbao, las dos encantadoras con atuendos vaporosos y a la ultima moda de Europa. El cochero, y el vehiculo, una sola cosa, testimonearon sucesos trascendentales. Maria y Jose, apadrinados por los tios, llegaron en ella a la iglesia, Irigoyen la tuvo a su disposicion en una fugaz y memorable visita a Canals, en su primera presidencia, y fue huesped en su gran hotel. La volanta de la tia Juana se convirtio con el tiempo en una atraccion turistica, buscaba a los pasajeros o los llevaba al tren. Continuamente estaba presta, con "Pajaro" y todo, para el vecino necesitado. Y su mas destacada actividad correspondia a los dias de carnaval, en los celebres corsos o en las romerias, que atraian a multitudes de todos los pueblos vecinos. Mas tarde, Fernando recogio .las historias a traves de la nostalgia de este personaje. La volanta arrumbada, con la amplia capota negra cuarteada, se resignaba a morir, llena de cicatrices bajo un tinglado. A pesar de su deterioro, el cochero la cuidaba amorosamente. Por las mafianas corria a las gallinas, que iban a poner huevos en los asientos destripados. Con igual afan se preocupaba del viejo caballo, tan viejo que apenas podia moverse. Junto al tinglado, el "Pajaro" tenia su taller. Lo mismo reparaba muebles que herraba caballos o carneaba cerdos, siendo famosos sus embutidos. Desde que el chico tenia memoria habia sido su amigo. Se pasaba las horas enteras viendolo trabajar con lentitud y amor de artesano. El, revolviendo los trastos, pidiendole maderitas para hacer casas, aprendiendo a usar las herramientas y la cola, u oyendole sus historias sobre la gente que había lIevado en su bendito carruaje. A Fernando Ie encantaban sus confidencias, que escuchaba sin quitar el ojo a los magnificos faroles, que recibian un rayo de sol, deslumbrandolo con sus quebrados juegos de luces. Mientras el "Pajaro Carpintero" encolaba una silla, se trepaba al estribo del carruaje, desprendiendo los vidrios redondos, biselados, con sus chispazos de diamantes” (1).
Stéfano, el protagonista de una de las novelas de María Teresa Andruetto, está alojado en el Hotel de Inmigrantes: “Cuando el sol baja, Pino y Stéfano salen a caminar por la ribera, hasta el muelle de los pescadores. Es la hora en que el organito pasa: lo arrastra un viejo de barba y gorra marinera que lleva un loro montado sobre el hombro. A veces, junto a las barcazas, se detienen a oír el mandolín que suena en una rueda y las canciones que cantan los hombres de mar. Pero no sólo hay italianos en el puerto. Ya el segundo día se habían hecho amigos, ni saben cómo, de unos gallegos que limpian pescado junto a la costa y van por la mañana a verlos, ayudan un poco, y regresan, los tres días siguientes, con algunas monedas” (2).

Cecilia Pisos es la autora de Como si no hubiera que cruzar el mar (3), novela con la que resultó Finalista del Premio Jaén de Narrativa Infantil y Juvenil (Alfaguara y Caja General de Ahorros de Granada), Granada, España, 2003 (4). En esa obra, “Carolina tiene doce años y viaja por primera vez sola en avión hacia Madrid, donde la espera su tío. La acompañan las cartas de María, su bisabuela, que también cruzó el mar sola, pero en barco y desde España hacia la Argentina. Aunque las épocas son muy distintas y las historias se cruzan, las vivencias se parecen mucho y esas cartas le sirven a Carolina para crecer y entender tantas cosas que le suceden en ese país tan distinto y a la vez tan similar al suyo. Cartas, relatos, canciones, chistes, charlas telefónicas, recetas de cocina y muchos otros géneros pueblan esta novela inteligente y emotiva, que atrapa página tras página” (5).
En una de las cartas, escribe la bisabuela María del Pilar, que dejó su Santa Cruz de Portas: “Buenos Aires es muy grande. Tiene ruidos y olores extraños y las voces que se escuchan son de muchas partes, así que todos hablan pero no creo que ninguno se entienda. A mí me cuesta: dos o tres veces tengo que intentar hasta que encuentro a alguien que me hable en español y a quien yo pueda preguntar por una calle o un sitio cualquiera”.

Notas
1. Querejazu, Fernando de: El pequeño obispo. Buenos Aires, Lumen, 1986.
2. Andruetto, María Teresa: Stéfano. Buenos Aires, Sudamericana, 2001.
3. Pisos, Cecilia: Como si no hubiera que cruzar el mar. Ilustraciones: Eugenia Nobati. Buenos Aires, Alfaguara, 2004. 216 pp. (Serie azul).
4. S/F: “Datos biográficos”, en Imaginaria, 28 de septiembre de 2005.
5. S/F: en Pisos, Cecilia: Como si no hubiera que cruzar el mar. Ilustraciones: Eugenia Nobati. Buenos Aires, Alfaguara, 2004. 216 pp. (Serie azul).

Cuentos

 

Relata el narrador, en “El convite de Barrientos”, texto de Santiago Estrada de 1889: “Pero todo lo que llevo referido habría sido tortas y pan pintado, si el portero de mi alojamiento, desconociéndome la voz y tomándola entre sueños por la de un pariente que acababa de morir en El Ferrol, no se hubiera negado a abrirme la puerta, conjurándome a que, ánima en pena, volviera al sitio de donde había salido, en la seguridad de que en cuanto amaneciera daría de limosna a un pobre los cuartos que me adeudaba al embarcarse para América” (1).

En “Departamento para familias”, cuento incluido en el volumen Pasos del gran bailarín, el sevillano Guillermo Guerrero Estrella presenta a Inés, una criada gallega (2).

Enrique Méndez Calzada incluye, entre los personajes de su “Cuento de Navidad”, a un ordenanza, “el leal Lavandeira”, quien “extrajo de su vieja maleta de inmigrante un haz de folletines amarillecidos ya por el tiempo y corcusidos con hilo negro en su margen izquierdo, a guisa de doméstica encuadernación. Se trataba, según pude observar, de El judío errante, pacientemente coleccionado, y recortado de las hojas de El Heraldo de Madrid, periódico que publicó en folletín esa lata inmortal hace cosa de doce o catorce años” (3).

En “La Casa Cerrada 1807”, de Manuel Mujica Láinez, el protagonista escribe una carta a un sacerdote, en la que manifiesta: “La circunstancia de haber nacido en Orense, aunque mis padres me trajeron a Buenos Aires cuando empezaba a caminar, hizo que después de la primera invasión inglesa me incorporara al Tercio de Galicia. Intervine con esas fuerzas en acontecimientos que ahora, tantos años después, su osadía torna mitológicos” (4).

“Juan José Saer, en “Verde y negro”, cuento incluido en Unidad de lugar, Saer escribe: “Eran como la una y media de la mañana, en pleno enero, y como el Gallego cierra el café a la una en punto, sea invierno o verano, yo me iba para mi casa, con las manos metidas en los bolsillos del pantalón, caminando despacio y silbando bajito bajo los árboles. Era sábado y al otro día no laburaba” (5).

En “El mundo, una vieja caja de música que tiene que cantar”, Héctor Tizón presenta un cura gallego: “El cura comienza a pasearse despaciosamente por el salón. Está pensativo, cabizbajo y dice por ahí (sólo el Capataz y el Turco pueden escucharlo, los otros no están en este momento) aludiendo quizás a su pobreza: -Me ha tocado una parroquia estéril como una mula. Y poblada de locos” (6).

En “El Antonio”, cuento incluido en La manifestación, Jorge Asís escribe: “Cómo no recordarlo, cómo olvidar los picados en las calles, y de la gallega neurótica que no daba la pelota cuando caía en su casa, o la devolvía cortada, y los piedrazos que caían de noche en su techo de chapa” (7).

A un personaje de Marta Lynch, “una rabia sorda, tan feroz como sus oscuros orígenes de india y de gallego la espantó de la prefabricada donde José dormía su mona cotidiana” (8).

Enrique Anderson Imbert es el autor de "Un bautizo en los tiempos de Justo", cuento en el que Federico Ferreira "A los pocos meses de casado recibió carta de España: los nacionalistas acababan de fusilar a su padre y a su hermano. ¿Por qué, señor, por qué? La España que él había dejado era la de Alfonso XIII. Una gran familia. Y, de pronto, la locura. ¡A asesinarse, unos a otros! Dos bandos. Al bando de Francisco Franco, su paisano del Ferrol, él, Federico Ferreira, no podía pertenecer. ¿No habían fusilado los nacionalistas a su padre y hermano? ¡Mueran, pues, los nacionalistas! Y al otro bando, el de los republicanos, ¿podía pertenecer? ¿él, que había sido feliz en la España de Alfonso XIII? La República ¿qué era eso de la República?" (9).

Cuando “Doña Conce”, la gallega del cuento de Jorge Dietsch, ve que se acerca su fin, pide sus zapatos, “e incorporándose en la cama, comenzó a bailar. Bailaba para adentro, se veía en la mirada y la sonrisa, con una gracia joven y movimientos que debían ser de tal agilidad que en la habitación entró un viento fresco de montañas, con olores de campo y de menta. Tarareaba al mismo tiempo una música tan extraña y bella que quienes escuchaban, a pesar de la gravedad de las circunstancias, no pudieron evitar acompañarla con movimientos de pies. Luego, agotada de tanta danza, apoyó la cabeza en la almohada, respiró profundo varias veces, y cerró los ojos sin dejar la sonrisa, como soñando un buen sueño” (10).

Elsa Gervasi de Pérez es la autora de “Carta a Galicia” (11), texto que mereció una Mención en el Certamen que el Rotary Club de Ramos Mejía organizó en el año 1994. Así empieza la carta: “Meus quiridos pai y miña nai Lorenzos. Y les dijo Lorenzos quirido pai prablar poco ya que usté y miña nai se llaman ijual y no es cosa dandar ripitiendo dos veces los nombres dustedes. Les escribo para dicirles que hemos llejado bien a la Arjintina. Nos acompañó la soerte a la Paca y a mí y a nuestra rapaza la Paquita”.

El protagonista de “Esperanza”, de Santiago Korovsky, “Con la gente del conventillo se había ido encariñando, había cinco polacos, una pareja de gallegos, una pareja de judíos con un hijo, tres italianos y dos alemanes. Era gente humilde, cariñosa, generosa y solidaria. Algunos habían probado suerte como él, pero, también, habían perdido” (12).

En “Los amigos”, escribe Natalia Kohen, acerca de su personaje José Manolo Pérez Ortigueiras: “También Pepe consiguió su media naranja, pero no por medio de la agencia, que le parecía onerosa. Se había propuesto no gastar una sola peseta (como diría su padre) en este trámite, ni al contado, ni en cuotas. Recordó la época en que de adolescente había sido repartidor de ‘Al pan crocante’. En una de las casas adonde llevaba diariamente pan y facturas, trabajaba Amparito, una galleguita recién llegada –de un lugar de Galicia que nadie pudo encontrar jamás en el mapa- donde ella había sido la reina de las romerías” (12).

Escribì mi cuento “Volver a Galicia”, basàndome en una anécdota familiar. Acerca de la hija de inmigrantes que lo protagoniza, digo: “Hasta que no lograra pisar esa tierra, nada tendría valor para ella, porque le faltaba su punto de partida, el origen que la había llevado a ser quien era” (13).
En “Un cielo para el gallego” (14), evoco los últimos días de mi abuelo materno. El cuento fue distinguido con una Mención Especial en el Concurso de Literatura convocado por el Consejo Profesional de Ciencias Económicas de la Capital Federal, en noviembre de 1999. Integraron el Jurado María Angélica Bosco, Eduardo Gudiño Kieffer y Jorge Masciángioli.
Antonio González, nacido en Lugo en marzo de 1890, protagoniza “El regreso del indiano” (15), cuento en el que inventé para mi abuelo paterno una vida más feliz que la que realmente tuvo. Este cuento fue distinguido con una Mención del Jurado en el Concurso de Literatura convocado por el Consejo Profesional de Ciencias Económicas de la Capital Federal, en noviembre de 1999. Integraron el Jurado María Angélica Bosco, Eduardo Gudiño Kieffer y Jorge Masciángioli.

En “El residente”, de Teresa C. Freda, aparece una gallega, “pobre y santa enfermera, medio bruta pero buenaza” (16).

En “La aventura olvidada de Sandokan”, María Rosa Lojo escribe acerca de la relación entre Sandokan y una inmigrante gallega, en Buenos Aires: “Ninguno, tampoco, sentía ni hacía sentir de tal manera el dolor de la patria distante. En nada se asemejaban las intrincadas selvas de Borneo, el húmedo árbol del pan y el gigantesco sicomoro, a las sobrias castiñeiras y los ásperos pinares de los montes gallegos. (...) Pero la nostalgia por lo amado y lo perdido era la misma” (17).

“El Orensano” protagoniza “Se abrió el cielo”, de Jorge Alberto Reale. El inmigrante “es de Orense el pueblo de la chispa y los dulces arpegios. Enjuto, desdentado, recóndito. El pobre está un poco arqueado, su cara afilada, parece disecarse. Nadie sabe si tiene familia. Cuando se lo indaga, dice con orgullo: -Soy descendiente de Rosalía de Castro-, más aún, afirma, ser de cuna noble, dijéramos de escudos y blasones, no solamente porque se lo crea buena persona. Dice de paso y por lo bajo: -Ser bueno no quiere decir ser inofensivo, la bondad sin talento no vale nada. Y así va, así viene y así pasa con su anticuada armadura, entre esmeriles y calderones. Es todo uno con algo de músico y filósofo trashumante” (18).

En “El sueño de Dyusepo”, de Luis León, se hace referencia a un inmigrante que tenía un horno en el fondo de su casa; “Un antiguo horno de ladrillos, lleno de pequeñas puertas de hierro ya oxidadas, donde un gallego muerto al llegar el siglo, hacía pan para vender” (19).

Uno de los personajes de “Un matrimonio encantador” -relato de Marcelo Moreno basado en un hecho real- es Antonio Gutiérrez:, quien “Había llegado al país siendo muy chico desde y por las desgracias de España. Y se hizo de abajo, trabajando como el Gallego que le decían. A principios de los 60 ya era un importante industrial metalúrgico. El tallercito inicial había terminado en una fábrica con casi mil asalariados. Antonio, a los cuarenta y ocho años, era millonario e iba por más” (20).
En "Encontrar a Pandolfi", Sebastián Jorgi escribe: "El trompa de un boliche que estaba por Hipólito Yrigoyen, el Cherry, lo había empleado ante la insistencia de Atilio, un compinche de copas del gallego García. Ahí Gino lavaba y acomodaba las mesas, aprendió a manejar la máquina de hacer café 'express' y de a poco se fue acomodando a una vida que jamás había pensado" (21).

En "El puente", cuento distinguido en el concurso de relato breve "Bolboreta" de la Consellería da Emigración, escribe María Rosa Iglesias:
"Para Isabel el mar habría de ser siempre, un puente roto. Lo conoció un amanecer, cuando el campo era aún todo noche y la escarcha un destello de vidrio bajo la luz de las estrellas. Dolía el frío y la humedad pero su mano, amparada por el calor de la del abuelo, se dejaba llevar blandamente rumbo al puerto de Vigo. Resonaban las botas sobre las piedras y por mucho tiempo, no habrían de oir sino el resuello de sus respiraciones.
Cuando arribaron a Buenos Aires quedaron los tres, varados sobre el puente. Habían bajado todos los pasajeros pero la madre, aferrada a sus dos hijos, se negaba a descender. La opacidad del atardecer nublado quitaba toda belleza al paisaje. A través del barandal se veía una multitud gris e irrealmente inmóvil y hacia el otro lado, la boca del río color de león que iba a dar al océano. El muelle ceniciento, los edificios manchados, el olor estanco, los desperdicios, débiles las crestillas de las olas. Y el desamparo de los que llegan a un lugar impropio" (22).

En "Encontrar a Pandolfi", Sebastián Jorgi escribe: "El trompa de un boliche que estaba por Hipólito Yrigoyen, el Cherry, lo había empleado ante la insistencia de Atilio, un compinche de copas del gallego García. Ahí Gino lavaba y acomodaba las mesas, aprendió a manejar la máquina de hacer café 'express' y de a poco se fue acomodando a una vida que jamás había pensado" (23).

En "Este es el bosque", María Rosa Lojo vuelve a evocar a su padre: "Cuando llego, jadeante, mi padre está esperándome sentado sobre un tronco. El aire se había puesto oscuro y empañado un instante atrás, pero aquí, bajo los arcos verdes, la luz tiene un espesor de miel y sólo se respira un oxígeno burbujeante y diáfano. Me siento junto a él. Está tan delgado como cuando murió, pero los ojos vivos contradicen su cuerpo. (...) Y su brazo -apenas un hueso con las venas tatuadas- agrupa en un solo gesto los robles y los castañares, los pinos y los eucaliptos, los musgos y los líquenes, las espinas del toxo" (22).

Notas
1 Estrada, Santiago: “El convite de Barrientos”, en Varios autores: 20 relatos argentinos. 1838-1887. Selección y prólogo de Antonio Pagés Larraya. Ilustraciones en colores de Horacio Butler. Buenos Aires, Eudeba, 1969.
2 Guerrero Estrella, Guillermo: “Departamento para familias”, en R. J. Payró, J. C. Dávalos, R. Mariani y otros: El cuento argentino 1900-1930 antología. Sel. y pról. de Eduardo Romano, notas de Alberto Ascione.Buenos Aires, CEAL, 1980. (Capítulo).
3 Méndez Calzada, Enrique: “Cuento de Navidad”, en R. J. Payró, J. C. Dávalos, R. Mariani y otros: El cuento argentino 1900-1930 antología. Sel. y pról. de Eduardo Romano, notas de Alberto Ascione. Buenos Aires, CEAL, 1980. (Capítulo).
4 Mujica Láinez, Manuel: “La casa cerrada 1807”, en Misteriosa Buenos Aires. Buenos Aires, Sudamericana, 1977. Séptima Edición. (Colección Piragua). Pp. 184-5.
5 Saer, Juan José: “Verde y negro”, en J. J. Hernández, H. Tizón, Isidoro Blaisten y otros: El cuento argentino 1959-1970** antología. Selección, prólogo y notas del Seminario Crítica Literaria Raúl Scalabrini Ortiz. Buenos Aires, CEAL, 1981. (Capítulo).
6 Tizón, Héctor: ““El mundo, una vieja caja de música que tiene que cantar”, en J. J. Hernández, H. Tizón, Isidoro Blaisten y otros: El cuento argentino 1959-1970** antología. Selección, prólogo y notas del Seminario Crítica Literaria Raúl Scalabrini Ortiz. Buenos Aires, CEAL, 1981. (Capítulo).
7 Asís, Jorge: “El Antonio”, en A. Castillo, D. Sáenz, H. Conti y otros: El cuento argentino 1959-1970* antología. Seminario Crítica Literaria Raúl Scalabrini Ortiz (sel., pról. y notas). Buenos Aires, CEAL, 1981. (Capítulo).
8 Lynch, Marta: “Entierro de Carnaval”, en Los cuentos tristes. Buenos Aires, CEAL, 1967. Pág. 129.
9 Anderson Imbert, Enrique:
Dietsch, Jorge: “Doña Conce o la despedida”, en El Tiempo, Azul, 14 de marzo de 1999.
10 Gervasi de Pérez, Elsa: “Carta a Galicia”, en Rotary Club de Ramos Mejía. Comité de Cultura. Buenos Aires, 1994.
11 Korovsky, Santiago: “Esperanza”, en “Bienvenidos al Concurso Literario 1997”, El Jardín de la Esquina / Aequalis.
12 Kohen, Natalia: “Los amigos”, en Todas las máscaras. Buenos Aires, Temas, 1997.
13 González Rouco, María: “Volver a Galicia”, en El Tiempo, Azul, 27 de diciembre de 1998.
14 González Rouco, María: “Un cielo para el gallego”, en Josefina en el retrato. Buenos Aires, el grillo, 1998.
15 González Rouco, María: “El regreso del indiano”, en El Tiempo, Azul, 16 de enero de 2005.
16 Freda, Teresa C.: “El residente”, en El Tiempo, Azul, 26 de junio de 2002.
17 Lojo, María Rosa: “La aventura olvidada de Sandokan”. Publicado en la revista SIBILA, 12, Revista de Arte, Música y Literatura, Sevilla, Abril 2003, pp. 43-47.
18 Reale, Jorge Alberto: “Se abrió el cielo”, en el grillo, N° 36, Noviembre-Diciembre 2003.
19 León, Luis: “El sueño de Dyusepo”, en León, Luis et al.: Rostros de una identidad. Relatos premiados del Concurso Internacional de Cuentos de Temática Judía. Buenos Aires, Editorial Milá, 2004. 96 pp.
20 Moreno, Marcelo: “Un matrimonio encantador”, en 50 Historias de amor verdaderas. Buenos Aires, Emecé, 2006.
21 Jorgi, Sebastián: "Encontrar a Pandolfi", en Rock Nena Linda. Buenos Aires, Los Robinsones, 2006.
22. Iglesias, María Rosa: "El puente" (fragmento) en Fios invisibles http://fiosinvisibles.blogspot.com/2006/02/follas-novas.html, 8 de febrero de 2006.
23 Jorgi, Sebastián: "Encontrar a Pandolfi", en Rock Nena Linda. Buenos Aires, Los Robinsones, 2006.
Lojo, María Rosa: "Este es el bosque", en La Nación, Buenos Aires, 24 de diciembre de 2006.

Cuentos infantiles y juveniles

En “No hagan olas”, escribe Elsa Bornemann: “En aquel conventillo de Buenos Aires, cercano al puerto y donde vivían hace muchos años, los inquilinos argentinos tenían la costumbre de poner apodos a los extranjeros que –también- alquilaban alguna pieza allí. No eran nada originales los motes, y errados la mayoría de las veces, ya que –para inventarlos- se basaban en el supuesto país o región de procedencia de cada uno. Tan supuesto que –así, por ejemplo- don José era llamado ‘el Ruso’, aunque hubiera nacido en Ucrania... A Sabadell, Berenguer y sus esposas les decían ‘los gallegos’, si bien habían llegado de Barcelona sin siquiera pisar Galicia... Apodaban ‘los turcos’ al matrimonio de sirilibaneses; ‘los tanos’, a la pareja de jóvenes italianos de Piamonte que jamás habían conocido Nápoles e –invariablemente- ‘el Chino’, a cualquier japonés que diera en fijar allí su transitorio domicilio. Sin embargo, podríamos deducir un poco más de conocimientos geográficos, de información y hasta cierto trabajo imaginativo por parte de aquellos pensionistas argentinos, de acuerdo con los sobrenombres que les habían adjudicado a la dueña de la casona y a su hijo. Ambos eran griegos. Por lo tanto ‘la Homera’ y ‘el Homerito’, en clara alusión al autor de La Ilíada y La Odisea, el genial Homero. Por supuesto, a todas las criaturas que habitaban esa construcción tipo ‘chorizo’ (cuartos en hilera, cocina y bañitos ídem, abiertos a ambos lados de un patio), los `rebautizaban’ con los mismos motes que sus padres, sólo que en diminutivo” (1).

Elena Guimil es la autora de “Mi búho” (2), uno de los seis relatos del Premio La Nación 1999 de Cuento Infantil. En ese relato, la escritora recuerda la oportunidad en que su padre, “un gallego fornido” le trajo un pichón. Acerca del texto premiado, afirma la autora: “Este cuento nació en un momento muy especial de mi vida, donde los recuerdos de la niñez se hacen vívidos, provocados por un hecho sutil: encontrarme de frente con los grandes ojos amarillos de un pichón de lechucita, parado en un alambre de un camino de tierra rumbo a un campo”.

Notas
1 Bornemann, Elsa Ines: "No hagan olas", en NO HAGAN OLAS (SEGUNDO PAVOTARIO ILUSTRADO. 12 CUENTOS). Ilustraciones: O´Kif. Buenos Aires, Alfaguara. 1ª edición: 1993. 4ª reimpresión: 1998.
2 Guimil, Elena: “Mi búho”, en El desafío. Buenos Aires, Sudamericana, 2000.

Poemas

Dice Vacarezza en un conocido soneto (2):

La escena representa un conventillo.
Personajes: un grébano amarrete,
un gallego que en todo se entromete,
dos guapos, una paica y un vivillo.


En “El espiante” (3), escribe Bartolomé R. Aprile:

Se junaban con bronca las viejabas
-gaitas tolas, cabreras por un cuento-
y se fajaban a lo potro biabas
al lado ‘e la pileta del convento

Una decía: -¡Se le van las tabas
a ese reo por m’hija de contento!-
Otra decía: -¡Se le caen las babas
a esa lora por m’ hijo y le da vento!-

Se fajaban de nuevo: el amasijo
para los ‘cosos’ era espiant’en fija
hacia el nido de amor que cabuliaron.

Y al gritar una: -¡M’hija nos pa su hijo
y la otra: -¡Qué más quisiera su hija!
los chingolos el vuelo levantaron.


En el poema “Cuando mi padre habló de su infancia” (4), José González Carbalho enumera las posesiones que el niño inmigrante tenía en Galicia: un río, un monte, un horizonte, su perro y sus canciones. En América, ya nada tiene de eso, y se lamenta:

Ay, el dueño de valles
y misteriosos bosques
por el que andaba yo
mi perro y mis canciones.
Mis canciones que vuelven
sólo para que llore.
Mi perro ya olvidado
de obedecer al nombre.
Yo, que perdí mis cielos,
¡y soy tan pobre!.


Francisco Luis Bernárdez llora a su madre gallega (5):

Nuestras pequeñas bicicletas iban por aquella carretera de España.
Detrás quedaba Carballino, con sus casas envueltas por la madrugada.
Dejando mi corazón mucho más a obscuras, el amanecer despuntaba.
¿Era posible que pudiera venir, como todos los días, la mañana?
El silencio de mis hermanos era el eco de la soledad de sus almas.
Yo sentía sobre mis hombros algo parecido al peso de una montaña.
El paisaje abría los ojos como si no se hubiera enterado de nada.
Nunca olvidaré que en el monte de Corzos había un ruiseñor que cantaba.
Al llegar a Dacón oímos el nombre querido en la voz de la campana.
Mamá y el mundo habían muerto para siempre y sólo aquella voz los lloraba.


Enrique Larreta canta, en “Las criadas y el niño” (6), a las domésticas españolas:

Que otros digan de escuelas y de universidades.
Yo canto el cuarto aquel de plancha y de costura
y sus buenas mujeres. ¡Galicia! ¡Extremadura!
y las que me enseñaban a palmear soledades.

España de las tierras y no de las ciudades.
También las castellanas de grave catadura.
La blanca, la trigueña; la moza, la madura.
De todas las pellejas, de todas las edades.

¡Ay, qué cuentos aquellos! Fablas de romería.
Consejas de la lumbre. ¡Y qué linda manera
de nombrar cada cosa! ¡Cuánta sabiduría!

entre aquellos refajos! Erase que se era
un juglar que les debe toda su nombradía.
Gaita sentimental y sonaja parlera.


En su poema “En el día de la recolección de los frutos” (7), Alfredo Bufano homenajea a la inmigración española:

¡Salud, nietos sin mengua de Francisco Pizarro
y de Ruy Díaz de Vivar;
hijosdalgo de Avila de los Caballeros,
sudorosos hacheros de Ontoria del Pinar,
labriegos de las rudas mesetas castellanas,
pescadores galaicos de las rías y el mar,
hortelanos de Murcia, vascos roblizos, fuertes
extremeños: ¡larga gloria tengáis
todos vosotros, hijos de las viejas Españas,
hombres de eterna y recia y heroica mocedad,
en cuyas venas corre la misma sangre nuestra
y cuyas bocas se abren con nuestro mismo hablar!.

A sus abuelas, inhumadas en tierra americana, canta Ricardo Adúriz (8):

Dulces abuelas trashumadas
desde estos cielos
a aquellos cementerios.
Que vuestros nombres, en medio del océano
de sombra, sajados vivos de la noche larga,
os devuelvan la luz de un tiempo suave
en Freas de Eiras –tierra de Galicia-y en el Madrid de fin de siglo.

Vuestras son estas últimas luciérnagas,
fragmentos puros de un espejo roto,
donde brillan los rostros del olvido.

En “Tríptico a Galicia” (9), Enrique Urbina García canta la nostalgia del inmigrante de esa región:

Y aquel que por Vigo, apabulló su sombra;
en su misterio –pompas de luna- ocultará olvido
y por las vides de Galicia como raíz sangrante
tendrá su mente endulzando retornos válidos.
(...)
Todo el que con un gallego trata, alcanza
sólo un poco lo que el corazón de ese hombre
desparrama, porque el amor, vive en su España.

Carlos Penelas es el autor del poema “Los trasterrados” (10), que dedica a sus abuelos Pedro Penelas y Tomás Abad. En él dice:

Se ocupaban de las cosas comunes:
del trabajo, del pan, de los hijos.
No expresaron fatiga ni dolor. Morían en silencio.
Llevaban en la sangre
el honor, la palabra, la brisca.
Bebían vino tinto. No reclamaron nada.
Caminaban el tiempo de otro tiempo.

Manuel Castro Cambeiro y Eliseo Mauas Pinto son los autores de Legado Celta. En el poema “Soy el llamado ancestral” (11), incluido en ese libro, expresan:

Son a voz que pradica, incansabele
antre os do meu pobo
lonxe da terra,
a qu’os exhorta
a non anuzar de si mesmos.

“De España” fue uno de los tres poemas que presenté en 1995 en el Concurso Literario convocado por el Consejo Profesional de Ciencias Económicas de Buenos Aires, Categoría Familiares de Profesionales. Esos poemas fueron distinguidos con el Segundo Premio, por el Jurado que integraron María Angélica Bosco, Nicolás Cócaro y Eduardo Gudiño Kieffer. Transcribo el fragmento referido a Galicia:

Rosalía, triste,
junto a la ventana,
escribe al amor
de la antigua llama.

Hermosa y doliente,
la tierra gallega,
crece entre sus manos,
libre, sin fronteras.


“El señor Santiago” (12) se titula uno de los poemas de tema gallego de María Rosa Lojo: “Por todos los caminos -te han dicho- se llega a Santiago. Pero las brujas siempre llegan antes, montadas en antiguas escobas de toxo y cubiertas con el sombrero redondo de las campesinas. El Apóstol las espera encaramado en el Pórtico de la Gloria y en la Quintana Dos Mortos, y sentado en el altar mayor y acostado en la urna de su sepultura, y ofrecido como una estatuita de piedra molida en las mesas de recuerdos turísticos, y pintado en las marquesinas de los restaurantes”.

En su poema “Madre gallega” (13), Ricardo Ares escribe:

Madre gallega,
Pestañas como arcos de ceniza
Sobre ojos de pájaro en vuelo,

(...)
Noche infinita
encastrada en la singer,
bajo la parra encendida de enero
viajabas a Lugo,
montada en tu infancia
y te perdías...


Manuel Conde González, pontevedrés que emigró a la Argentina en 1949, es el autor del “Poema al emigrante universal” (14), que comienza con estos versos:

Con el corazón transido
rebosante de ilusión
sale el emigrante un día
a tierras de promisión.

Deja la patria a su espalda
tal vez, su primer amor
la madre queda llorando
el padre con su dolor.


En abril de 2007, dos poemas de Héctor Pedro Rodríguez fueron distinguidos con una Mención Especial en el Concurso de Cuento y Poesía "Homenaje a la poetisa Rosalía de Castro", convocado por el Centro Cultural Rosalía de Castro. Uno de ellos, titulado "El abuelo", es el que transcribo seguidamente:

Mi abuelo en su morada,
desafiando nostalgias
realiza el inventario
de sus cosas preciadas...
La pala, el azadon,
la fragua ya apagada,
de plata aquel doblon
que fue de otras Españas,
la imagen de la abuela
tan cerca y tan lejana,
y el viejo crucifijo,
la gaita sin palabras...
Ya sabe que lo esperan,
¡del mas allá lo llaman
y una lagrima inquieta
resbala por su cara!...
Entonces el abuelo,
que sabe de esperanzas,
sentado en el Olimpo,
paciencia franciscana,
oteando el universo
con limpida mirada,
esperará por siempre
en miles de alboradas,
lo mismo que hasta hoy
mas desde otra ventana,
la vuelta de la abuela,
¡a partir de mañana!...
¡Qué lejos estas, España!

Notas
2 Vacarezza, : “Un sainete en un soneto”, en Cantos de la vida y de la tierra. 1944.
3 Aprile, Bartolomé R.: “El espiante”, citado en Páez, Jorge: El conventillo. Buenos Aires, CEAL, 1970.
4 González Carbalho, José: “Cuando mi padre habló de su infancia”, en Requeni, Antonio: Un poeta arxentino en Galicia: González Carbalho. Separata del Boletín Galego de Literatura.
5 Bernárdez, Francisco Luis: “Poema de las cuatro fechas”, en Cielo de tierra. Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1948. Ilustraciones de Horacio Butler.
6 Larreta, Enrique: “Las criadas y el niño”, en Cantan los pueblos americanos. Selección de Germán Berdiales; ilustraciones de David Cohen. Buenos Aires, Ediciones Peuser, 1957.
7 Bufano, Alfredo: “En el día de la recolección de los frutos”, en Para todos los hombres del mundo que quieran habitar el suelo argentino. Buenos Aires, Clarín.
8 Adúriz, Ricardo: Torre del homenaje. Madrid, Ediciones Cultura Hispánica del Centro Iberoamericano de Cooperación, 1979.
9 Urbina García, Eugenio: “Tríptico a Galicia”, en La Capital, Mar del Plata, 28 de febrero de 1999.
10 Penelas, Carlos: “Los trasterrados”, en El mirador de Espenuca. Buenos Aires, Torres Agüero Editor, 1995.
11 Castro, Manuel, y Mauas Pinto, Eliseo: Legado Celta. 1993.
12 Lojo, María Rosa: “El señor Santiago”, en Esperan la mañana verde. Buenos Aires, El Francotirador, 1998.
13 Ares, Ricardo: “Madre Gallega”, en El Barrio Villa Pueyrredón, Año VI, Septiembre 2004, N° 65.
14 Conde González, Manuel: “Poema al emigrante universal”, leído en “Gente de buena pasta”, Radio Cultura FM 97.9, el 17 de agosto de 2005.

En letras de tango

Alfredo Plácido Navarrine, escribió la letra de “Galleguita” (1), tango de 1925, con música de Horacio Pettorossi:

Galleguita
la divina
la que a la playa argentina
llego una tarde de abril
sin más prendas
ni tesoros
que tus bellos ojos moros
y tu cuerpo tan gentil.
Siendo buena
eras honrada
pero no te valió nada
que otras cayeron igual.
Eras linda galleguita
y tras la primera cita
fuiste a parar a Pigall.

Sola y en tierras extrañas
tu caída fue tan breve
que como bola de nieve.
tu virtud se disipó.
Tu obsesión era la idea
de juntar mucha platita
para tu pobre viejita
que en la aldea quedo.
Pero un paisano malvado
loco por no haber logrado
tus caricias y tu amor
ya perdida la esperanza
volvió a tu pueblo el traidor
y envenenando la vida
de tu viejita querida
le contó tu perdición,
y así fue que el mes pasado
te llegó un sobre enlutado
que enlutó tu corazón.

Y ahora te veo
Galleguita
sentada triste y solita
en un rincón de Pigall
y la pena que me mata
claramente se retrata
en tu palidez mortal.
Tu tristeza es infinita.
Ya no sos la Galleguita
que llegó un día de abril
‘sin más prendas
ni tesoros
que tus bellos ojos moros
y tu cuerpito gentil’ "


“Un gallego” (2), tango con música de H. Fréderic y letra de Armando Tagini, evoca al inmigrante de ese origen:

América fue la tierra qu'él
soñó conquistar con su labor...
Y un día de otoño
en Buenos Aires desembarcó.
El rubio metal, bella ilusión,
llenaba de fe todo su ser.
Lo vieron pasar, rumbo al taller,
la lluvia invernal... el día de sol.

Los ojazos de una criolla,
que con frecuencia le vieron,
en el gaita produjeron
la llama de la pasión.
Y un puro amor
nació con gran frenesí;
pero ese noble cariño
no borró nunca el recuerdo
de sus auroras de niño
y más de un día le oí,
con mucho amor,
cantar así:

Terruño que quedó
detrás del ancho mar,
ansío contemplar
tu suelo encantador.
Pero aquí soy tan feliz...
el ancla echada está,
mi vida se alza aquí...
Cuando al paso lento voy,
cruzando la ciudad,
me gusta recordar
la alborada de mi amor
y lloro de mi emoción
y de felicidad.

Farruco que ayer llegaste aquí,
buscando fortuna, sin tardar,
vos fuiste romántico
y no supiste ahorrar jamás.
A vos no te importa pobre ser,
que gran capital tenés de amor;
un hijo argentino Dios te dio
de raza viril... en criolla mujer.

Notas
1 Navarrine, A. y Petorossi, H.: “Galleguita”, citado por Gustavo Cirigliano, en El Tiempo.
2 Tagini, Armando: “Un gallego”, en www.todotango.com.

En canciones

El protagonista de una canción (1) de Alberto Cortez conoció Galicia cumpliendo la promesa que hiciera a su abuelo:

Y el abuelo un día cuando era muy viejo
allende Galicia
me tomó la mano y yo me di cuenta
que ya se moría
Y entonces me dijo, con muy pocas fuerzas
y con menos prisa:
‘Prométeme hijo que a la vieja aldea
irás algún día
Y al viento del Norte dirás que su amigo
a una nueva tierra, le entregó la vida’.

Notas
1 Cortez, Alberto: “El abuelo”, citado por Colegio Schönthal en Bajaron de los barcos, www.monografias.com.

En teatro

En Los políticos, “sainete cómico-lírico en un acto y tres cuadros, en prosa y verso”, escrito por Nemesio Trejo, con música de Antonio Reynoso, aparece un almacenero gallego que pregunta a un vasco por qué le está cobrando cinco centavos más por litro (1).

En Bohemia criolla (2), de Enrique de María, aparecen gallegos. Uno de ellos es José, que dice: “Métase uno a hacer servicius.../ Pur defender a esos pobres/ amigus de Pata Blanca,/ que para mí son unos jóvenes/ buenos... vamos... como el pan/ mi mujer me mata a golpe...”.

“¡Al campo!, de Nicolás Granada (1840-1915), se estrena en el Teatro Apolo el 26 de setiembre de 1902, tras del éxito obtenido por La piedra del escándalo, de Martín Coronado. La animación de ¡Al campo! está a cargo de Lea Conti (Gilberta), Herminia Mancini (Dolores), María C. De Muez (doña Fortunata), Pablo Podestá (quien con 27 años interpreta a don Indalecio, de 58), José J. Podestá (Gabriel), Ubaldo Torterolo (don Timoteo), Antonio Podestá (Fernández), Pepito Petray (Palemón), etc” (3).
En esa pieza aparece Santiago, un criado gallego. El autor lo hace hablar en esta forma: “Este señor prejunta por las señoras. (...) –Usted dispense; un lu sabía. Que no estaban en casa, esu sí; pero que estuvieran en el monte... Si usted quiere que se lu dija...” (4).

En ¡Jettatore!, de Gregorio de Laferrere, aparece Benito, un criado gallego, de Pontevedra. El inmigrante tiene muy pocas luces, y vive en una “pocilga de conventillo” (5).

Escrita por Florencio Sánchez, “En familia sube por primera vez al escenario del Teatro Apolo, el 6 de octubre de 1905, animada por la Compañía Podestá Hermanos” (6).
Uno de los personajes de esa pieza confiesa: “Todavía no me doy cuenta de cómo he podido amoldarme a semejante vida. Con decirte que yo, tu madre, que fue siempre una mujer de orden y delicada, ha llegado hasta robarle a una pobre gallega sirvienta... (...) Hasta robarle, sí señor; hasta robarle a una pobre mujer los ahorros que me había confiado” (7).

“En Mustafá, sainete que Armando Discépolo y Rafael José De Rosa escriben en colaboración, y estrenan en 1921, don Gaetano (tano típico del género) se entusiasma ante la fusión, la ‘mescolanza’, que se logra en las bulliciosas casas de vecindad porteñas” (8).
Conversando con el turco que da título a la obra, acerca del casamiento del hijo del primero con la hija del segundo,destaca el clima amistoso del conventillo: “E lo lindo ese que en medio de esto batifondo nel conventillo todo ese armonía, todo se entiéndano: ruso co japonese; francese con tedesco; italiano co africano; gallego co marrueco. ¿A qué parte del mondo se entiéndono como acá: catalane co españole, andaluce co madrileño, napoletano co genovese, romañolo co calabrese? A nenguna parte. Este e no paraíso. Ese ne jauja. ¡Ne queremo todo! (Abrazándolo.) ¿Verdá, otomano?... Eso que dicen que turco e taliano so como perro e gato, maccanéano. (Teniéndolo estrechamente.) Mira un poco. (El turco sigue triste, frío, no se levanta de su silla.) Ne tenemo afecto, cariño puro, sincero amore. (Parece que se va a fotografiar.)” (9) .

En Los primeros fríos, de Alberto Novión, uno de los actores expresa: “-Ahora me voy a conversar con una mucamita que trabaja en la Legación de España, es galleguita y sin primo, ¿se da cuenta?” (10).

En La comparsa se despide, escribe Vacarezza: “Un patio de conventillo,/ un italiano encargao/, un yoyega retobao,/ una percanta, un vivillo,/ un chamuyo, una pasión,/ choque, celos, discusión,/ desafío, puñalada,/ aspamento, disparada,/ auxilio, cana... telón” (11).

Una noticia publicada en 2003 anunciaba: "La Compañía "María de Marco" del Teatro Colonial, dirigida por Adrián Di Stefano, se presentará este verano en el "Patio Moreno" de la Manzana de las Luces (Perú 272/294), al aire libre con el "Sainete" de Alberto Vaccarezza: "El Conventillo de la Paloma", (...). Vuelve de esta manera a la Cartelera Teatral de Buenos Aires, la clásica historia del pintoresco Conventillo de Villa Crespo en donde se dan cita los personajes típicos y característicos de la oleada inmigratoria de principios del siglo pasado, que fueron poblando los barrios porteños sumándose a los personajes netamente locales, para dar lugar a un paisaje por demás atractivo, pintado con singular maestría por uno de los autores más significativos del género. Así conviven y se entremezclan, un italiano encargado del Patio del Conventillo, gallegos, turcos, una percanta, malevos, curiosos y entrometidos y por encima de todos la humanidad, la emoción, la alegría y el sabor de Buenos Aires guardado en un rincón del corazón. Integran el elenco: Aurora Floris, Déborah Fideleff, Jorge Vizioli, Jorgelina Jasso, Julián Márquez, Leonardo Floris, Manoli Ozores Muñoz, Andrés Montorfano, Nicolás Heredia, Omar Sellaro, Pablo Vaievurd, Mariano Durá, Federico Ventosa Fernández; Vestuario de Olga Coronel, Producción Ejecutiva de Daniel Rodríguez Viera; Puesta en Escena y Participación Actoral de Adrián Di Stefano" (12).

En Volvió una noche, de Eduardo Rovner, “Fanny hará todos los cambios posibles en su personalidad y sus convicciones, de modo que su transformación interior la lleve al amor y unión con su hijo, quien se casará con una ‘gallega’ “ (13).

Un personaje de Lejos de aquí, de Roberto Cossa y Mauricio Kartun, de vuelta en España, dice a un argentino: “¿Cómo te creés que la pasé yo en tu tierra? Trabajaba en un bar dieciocho horas por día... ¡Dos turnos! Sirviendo a tus argentinos... soberbios... maleducados, ¡coño! ¡Dieciocho horas por día! Sin sueldo. Sólo por las propinas y la comida. Dormía en el sótano con una escoba en la mano para espantar las ratas... Treinta años juntando plata... ¡plata y odio! ¿Entendés lo que es eso? ¡Treinta años juntando plata y odio! ¿De qué solidaridad me hablás?” (14).

En 2002, se estrena Temperley. “Con una crítica excelente por parte de varios medios, la obra de Luciano Suardi y Alejandro Tantanian, denominada Temperley, está por estos días en cartel en el Teatro Sarmiento. La pieza se basa en las experiencias de Amparo, una gallega que encuentra en nuestra ciudad un sitio ideal para sus sueños, aunque las penurias lleguen de todas maneras. Destacan el clima general de la obra, con un logro especial en materia de escenografía y sonido” (15).
“Anónima y en apariencia tan impersonal como una estación en la que los trenes descargan pasajeros, cambian de vías y vuelven a salir siempre rumbo al sur. Así es T. C., una mujer de casi 90 años que llegó de España a los 17, pasó por el Hotel de los Inmigrantes, se casó con un muchacho bueno y trabajador y armó su casita con un jardín que serviría de cobijo a su descendencia. Allí, en Temperley, por supuesto. Ahora, su vida es una obra de teatro. Un espectáculo en el que T.C. –ahora rebautizada como Amparo– resulta un paradigma de su generación, la de los inmigrantes que llegaron en busca de sus sueños de progreso. Aquellos que dos generaciones más tarde ven a sus nietos escapar de estas tierras que fueron cobijo y que ahora resultan demasiado ásperas.” (16).

"El Equipo Teatral Osvaldo Dragún y el Grupo de Teatro Almas Fuertes, inician a partir del sábado 7 de abril de 2007 su labor en la temporada, con la obra teatral "Agua, Piedras y Escobazos", estrenada en Setiembre/06, basada en el hecho histórico ocurrido en nuestro país en 1907, conocido como La Huelga de los Inquilinos o La Revolución de las Escobas, del autor Germán Cáceres, bajo la dirección general de Jorge Macchi, con el siguiente elenco por orden de aparición: Edgardo Jesús Diaz, Claudio Germán Godoy, Jorge Suarez Soria, Diego Adotti, Analía Mariel Rivero, Hernán Adotti, Leonel Borroni, Soledad Tortoriello, Edgardo Moccia, Cristina Barreiro, Natalia Romero, Alejandro Casal, Cristina Noemí Carcabal, Romina Cacchione, María Fernada Correa y Denise Chabín. Dieciseis actores en escena. Las funciones se realizarán todos los sábados de abril y mayo a las 21:30 hs en el Centro Cultural Teatro "Fray Mocho" sito en Tte. Gral. Perón Nº 3644 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, tel. 4865-9835.
La obra se compone de un prólogo, dos actos y un epilogo. Al transcurrir en un conventillo, retoma la tradición del sainete respecto a ciertos personajes clásicos como el Tano, el Turco y el Gallego, y aprovecha el tono humorístico del género para celebrar el éxito de una huelga justa con una fiesta que ofrece al público tangos antiguos, practicamente desconocidos. La dramática represión policial del final obtiene, así, contundencia y se da primacía a la faceta testimonial. Este espectáculo cuenta con el apoyo de Proteatro" (17).

Megafón o la Guerra, la versión de Adrián Blanco, Hugo Dezillo y Germán Romero sobre la novela de Leopoldo Marechal, dirigida por Adrián Blanco, se estrenó en el Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini. “En un país con olor a bronca, sucederá la epopeya de Megafón, tan desproporcionada como conmovedora, buscará un fin y un destino, no importará la derrota porque su gesta abrirá el curso de las conquistas morales instalando el germen de los valores e ideales megafónicos para que otros los continúen” (16).

Notas
1 Trejo, Nemesio: Los políticos en Sánchez, Trejo, Pacheco, Discépolo, Dragún: Canillita y otras obras. Selección, prólogo y notas por Jorge Lafforgue. Buenos Aires, CEAL, 1980. (Capítulo).
2 María, Enrique de: Bohemia criolla, en Varios autores: El teatro argentino. 6.El sainete. Prólogo de Abel Posadas; selección y notas por Marta Speroni y Griselda Vignolo. Buenos Aires, CEAL, 1980. (Capítulo).
3 Ordaz, Luis: en Granada, Nicolás: ¡Al campo!, en Varios autores: El teatro argentino 3.Afirmación de la escena nativa. Selección, prólogo y notas por Luis Ordaz. Buenos Aires, CEAL, 1980. (Capítulo).
4 Granada, Nicolás: ¡Al campo!, en Varios autores: El teatro argentino 3.Afirmación de la escena nativa. Selección, prólogo y notas por Luis Ordaz. Buenos Aires, CEAL, 1980. (Capítulo).
5 Laferrere, Gregorio de : ¡Jettatore!. Buenos Aires, CEAL, 1968.
6 Ordaz, Luis: en Sánchez, Florencio: En familia, en El teatro argentino 4.Florencio Sánchez. Selección, prólogo y notas por Luis Ordaz. Buenos Aires, CEAL, 1980. (Capítulo).
7 Sánchez, Florencio: En familia, en El teatro argentino 4.Florencio Sánchez. Selección, prólogo y notas por Luis Ordaz. Buenos Aires, CEAL, 1980. (Capítulo).
8 Ordaz, Luis: “Armando Discépolo o el ‘grotesco criollo’ “, en Historia de la Literatura Argentina. Buenos Aires, CEAL, 1980.
9 Discépolo, Armando y De Rosa, Rafael: Mustafá. Citado por Páez, Jorge en El conventillo. Buenos Aires, CEAL, 1970.
10 Novión, Alberto: Los primeros fríos, en Varios autores: El teatro argentino. 6.El sainete. Prólogo de Abel Posadas; selección y notas por Marta Speroni y Griselda Vignolo. Buenos Aires, CEAL, 1980.
11 Vacarezza: La comparsa se despide. Citado en Páez, Jorge: El conventillo. Buenos Aires, CEAL, 1970.
12 S/F: SE PRESENTA "EL CONVENTILLO DE LA PALOMA" DURANTE EL VERANO EN LA MANZANA DE LAS LUCES, en www.ensantelmo.com.ar, Buenos Aires, 2003.
13 Holte, Matilde Raquel: Teatro Contemporáneo Judeoargentino Una perspectiva feminista bíblica. Buenos Aires, Milá, 2004. (Ensayos).
14 Cossa, Roberto y Kartun, Mauricio: Lejos de aquí, en Teatro 5. Buenos Aires, Ediciones de la Flor, 1999.
15 S/F: “Artes y espectáculos”, en www.temperleyweb.com.ar, agosto de 2002. Foto: http://andamio.freeservers.com/dida/doce/nota-der.htm
16 S/F: “Para entendidos”, en www.gcba.gov.ar.
17 Equipo Teatral Osvaldo Dragún y Grupo Teatral Almas Fuertes: información de prensa
18. http://www.centrocultural.coop/modules/piCal/index.php?smode=Daily&action=View&event_id=0000038177&caldate=2007-11-3.

En cine

Algunos cineastas evocaron la inmigración gallega que llegó a tierra argentina, en filmes en los que se presenta esa etapa de nuestro pasado y se pone al alcance del público testimonios de quienes protagonizaron un fenómeno social que dejó indelebles huellas.

Así es la vida, realizada por Francisco Mugica en 1939, proviene de una obra teatral de Nicolás de las Llanderas. Claudio España señala que en ese film, “con Enrique Muiño y Elías Alippi, el sainete pervive sólo en dos amigos de la familia, un gallego y el italiano –los de afuera; los de casa son porteños. Por su peso, gana forma la comedia familiar, apoyada en el sentido aglutinador de la mesa del comedor, blanca en extremo por la luz simbólica que le arrojan los directores de fotografía. Temporalmente, esta comedia se inicia en el patio y prosigue en la sala con piano y con una mesa amplia donde caben todos. Los inmigrantes mantienen el decir cocoliche; los otros son porteños y los novios, en sus encuentros, se hablan de tú” (1).

Niní Marshall creó, entre otros inolvidables personajes, a Cándida Loureiro Ramallada, su primera caracterización en Radio Municipal, en 1934. “En el film Cándida (1939, Bayón Herrera), sobre un barco y con sus ropas de campesina recién llegada, la gallega hace su jocosa presentación: ‘Vengo a este país a ganar cuarenta pesos, casa y comida. Salida, los domingos’. (...) La voz de Niní es testigo del movimiento de los estratos sociales medios argentinos y de los desplazamientos culturales y de la flexibilidad de los grupos y colectividades, en el paso de los años treinta a cuarenta” (2).

“En La Patagonia rebelde (1974), Héctor Olivera dramatiza las huelgas de los trabajadores anarquistas, en el sur de la Argentina, durante 1920 y 1921, según la investigación realizada por Osvaldo Bayer en Los vengadores de la Patagonia trágica” (3).

Carmiña (Su historia de amor), dirigida por Julio Saraceni, con guión de Abel Santa Cruz, se estrenó el 27 de marzo de 1975 (4).

En abril de 1998, anuncia una noticia de la agencia Télam: “La novela de Horacio Vázquez Rial, ‘Frontera sur’, finalmente fue elegida –después de cantidad de lecturas- por el cineasta español Gerardo Herrero para dar vida a una historia de inmigrantes. ‘La filmación se hará enteramente en la Argentina; hay muchas locaciones en Luján, donde el 27 de este mes empieza el rodaje, que durará ocho semanas’, confirmó el autor de ‘El soldado de porcelana’ a Télam. Entre los actores contratados figuran Federico Luppi, el alemán Peter Lomaier (conocido por su trabajo en ‘El enigma de Kaspar Hauser’, de Werner Herzog) y Maribel Verdú en los papeles principales” (4).

La Fuga (Argentina-España, 2000) fue dirigida por Eduardo Mignogna, con Ricardo Darín, Miguel Angel Solá, Gerardo Romano, Patricio Contreras, Inés Estévez, Facundo Arana, Arturo Maly, Norma Aleandro. En ese film, basado en la novela que él mismo escribió- aparecen, entre otros inmigrantes, dos carboneros, gallegos de Betanzos.

En “Luna de Avellaneda” -película dirigida por Juan José Campanella, a partir del guión escrito por Campanella, Fernando Castets y Juan Pablo Domenech-, tres gallegos fundan el club que da nombre al film. Uno de ellos, moribundo, recuerda su llegada a la Argentina.

Notas
1. España, Claudio: “Así es la vida”, en Cien años de cine. Buenos Aires, La Nación Revista, Tomo I.
2. España, Claudio: “Llega Niní Marshall”, en Cien años de cine. Buenos Aires, La Nación Revista, Tomo I. Imagen: www.cinenacional.com.
3. Kriger, Clara: “La Patagonia rebelde”, en Cien años de cine. Buenos Aires, La Nación Revista, Tomo II.
4. S/F: “ ‘Frontera sur’ llega a la pantalla grande”, en El Tiempo, Azul, 12 de abril de 1998.

Videos

LUIS SEOANE. PINTURAS, DIBUJOS Y GRABADOS. Museo de Arte Moderno. Buenos Aires, 2000.

En la muestra se exhibió un video que brindó al espectador la oportunidad de entrar en contacto con este espíritu y su singular obra.
Con música de Milladoiro y Xeito Novo, y la interpretación de Walter Santana, quien lee fragmentos de ensayos y obras de teatro de Seoane, se muestra al artista como un peregrino que vive un doble extrañamiento: el del tiempo y el del espacio.
Con estas palabras lo dice: “Soy un peregrino de la Edad Media, pero estoy varado en el siglo XX” y también “ir rumbo a Santiago de Compostela, mas estar varado en Buenos Aires”.
La resignación que lo invade es resumida en la frase que afirma: “Soy y seré para siempre un desarraigado permanente. Lo seré aunque decida volver a mi país. Es el destino del exiliado”.
En dicho video se recuerda que el artista nació en 1910 en Buenos Aires, en el seno de una familia de inmigrantes. A los seis años volvió a España, de donde debió partir en los tiempos de la guerra. Veintisiete años tardó en regresar a la Madre Patria y, desde 1967, escindió su vida entre Galicia y la Argentina. Murió en La Coruña en 1979.
Ana María Battistozzi lo define como “una de las figuras más destacadas de la comunidad gallega argentina y acaso la más interesada en promover y estrechar los vínculos culturales, en un momento en que esto implicaba un fuerte compromiso político”.


ESOS MISMOS HOMBRES Voluntarios Argentinos en la Guerra Civil Española

Integrando el Ciclo de conferencias 2006 organizado por el Centro de Betanzos, el 20 de octubre, en el Salón Geno Díaz, se exhibe, “A 70 años de la creación de las Brigadas Internacionales”, “ESOS MISMOS HOMBRES Voluntarios Argentinos en la Guerra Civil Española”, video documental realizado por el grupo de historia marplatense ‘HISTORIA DESDE ABAJO’ ".
Dicho video “Se basa en una investigación de varios años donde se entrevistaron voluntarios argentinos que viajaron a España a luchar junto al pueblo español contra los militares sublevados al mando del Gral Franco. Ellos fueron a defender a la República Española y a luchar contra el fascismo que avanzaba en toda Europa. Junto a testimonios de los protagonistas, más de 700 fotografías y con los relatos de poemas de Victor H. Morales , el Grupo de Historia desde Abajo, realizó este documental, el primero sobre el tema en la Argentina. Así mismo se deja reflejada la participación solidaria en esta causa de la ciudad de Mar del Plata, con testimonios y grandes aportes fotográficos”. Como conferencista invitado, se presenta Jerónimo Boragina, Licenciado en Historia y miembro del grupo Historia desde Abajo” (1).

Notas
1. S/F: en www.centrobetanzos.com.ar/ cultura@centrobetanzos.com.ar.

En televisión

Niní Marshall creó, entre otros personajes, a Cándida, protagonista del libreto (1) que transcribo parcialmente:

ANIMADOR: ¡Candidiña! ¡Como esta usted!
CANDIDA: Bien, jracias. Fuimos a pescar, porque con lo cara que esta la carne ...
ANIMADOR: Y rebuscarsela con el pescado.
CANDIDA: Hay que olvidarse de las vacas ... Mi marido lo ha tomado tan a pecho, que dia por medio, hace vegilia. ¡Y que vegilia!. .. No solo come puro pescado, sino que lo acompaña con una botella de aceite de hijado de bacalao.
ANIMADOR: ¡Que exageracion!
CANDIDA: Y ese dia, se viste de vegilia tambien. Con un traje de piel de tiburon y una camisa salmon, con cuello de ballena y se peina con una raya ... y no escribe con tinta de calamar ...
ANIMADOR?: ¿Por que?
CANDlDA: Porque es analfabestia.
ANIMADOR: ¡Pero que locura tiene Jesus por el pescado!
CANDlDA: En cambio, yo, nunca he podido comerme una sardina yo sola.
ANIMADOR: Ah, no?
CANDlDA: No. Siempre hemos sido dos: yo y la sardina ... L'unico que paso es el bacalao y no porque me juste, sino porque me devierte, como es tan salado ... jJa! ¡Ja! ¡Ja!...

En 1973, “Abel Santa Cruz tiene siete obras en tevé. Una de ellas es Carmiña, con María de los Angeles Medrano y Arturo Puig, y Raúl Rossi en el rol de Hipólito Yrigoyen. En radio se conoció como Tu nombre es María Sombra; en tevé en1969 como Nuestra galleguita. En el exterior se emitió como Natasha” (2).

Notas
1 En la laguna y de pesca (fragmento), en LAS TRAVESURAS DE NINÍ Los mejores libretos de Catita, Cándida y otras criaturas, por Niní Marshall. Buenos Aires, Planeta, 1994. (La Mandíbula Mecánica). 206 pp. Fotos de interior y tapa: Annemarie Heinrich.
2 Itkin, Silvia: “El Estado llega a la televisión”, en Ulanovsky, Carlos, Itkin, Silvia y Sirvèn, Pablo: Estamos en el aire. Buenos Aires, Planeta, 1999.

En radio

Radio del Pueblo. AM 750 "Un canto a Galicia". Conduce Pepe Cobas.

Radio del Pueblo AM 750 "Galicia Hoxe"*

Radio Cultura FM 97.9 "Con Vos". Conduce Ramón Suárez O Muxo. Se emite los domingos de 12.30 a 14 horas. Página web: www.galiciaconvos.com.ar.

Radio Cultura FM 97.9 "Gente de buena pasta". Programa de la familia coruñesa Bermúdez. Conduce Patricia Magariños. Colaboran Fabián Contigli, Diego Valdecantos y Consuelo Bermúdez. Operador: Claudio Pérez. Teléfonos: Susi Caliyuri.

Notas
* CONSEJERÍA DE TRABAJO Y ASUNTOS SOCIALES ARGENTINA PRENSA DE ARGENTINA, URUGUAY Y PARAGUAY Programas de radio españoles

 

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