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Como al principio
A mi abuela gallega,
que murió sin poder volver a su tierra
Yace su silencio, despojado,
al pie de ominosas,
inconmensurables lejanías.
Su silencio, entre nosotras,
es el fruto fatal
que el tiempo deja.
Si antes las palabras eran todo,
hoy son el eco desvalido
de su implacable ausencia.
Le hablo, y al evocarla,
hallo solamente
el fantasma de su esencia.
Se fue hace muchos años.
Yo era niña aún.
No pude comprender
ese silencio suyo
de añoranzas y recuerdos
de su Galicia natal, bruma eterna.
Me dejó, por fortuna,
las historias de familia
que testimonian su lucha.
Esas historias de desdicha,
de amargura, que trajo
al llegar a la nueva tierra.
Se fue, Dios quiera, a su aldea,
sus rías y su falar galego.
Su herencia pervive en los momentos
en que las miradas se ensombrecen
y el destino, esquivo, nos une otra vez,
como al principio.
Peregrinos
Hoy, conmovida, bendigo mi sangre,
que vivió la guerra, que supo del hambre.
ancianos me hablan de tiempos ya idos;
historias me cuentan de años perdidos.
Tan solos vinieron, en lentos navíos.
Traían sus sueños, quizás desvaríos.
Tan tristes sus pasos, sombrío el semblante,
llegan a esta tierra, humildes, errantes.
Dejaron su aldea, en pos de un camino.
Son muchos, son miles, estos peregrinos.
El puerto los llama, lejano, ajeno,
les hace promesas, les abre su seno.
Recuerdo su gesta, pasado ya un siglo:
fueron inmigrantes, criaron sus hijos.
En la tierra nueva, con llanto regada,
descansa su alma, por siempre expatriada.
En ellos admiro, la fuerza, el tesón,
que los animaron con tanta pasión,
a buscar un cielo, más allá del mar,
cuando, agobiados, debieron emigrar.
Sus nietos honramos las glorias cotidianas
con que ellos despertaron cada mañana.
Somos su legado, somos su triunfo,
por eso es que así rendimos tributo
a su dolor, a su proeza, a la maravilla
que hicieron sembrando aquí la semilla.
En el Día del Inmigrante
Es éste su día, inmigrantes,
un día de homenaje,
porque los acompaña la esperanza,
porque conocen el dolor,
porque ustedes nos transmiten
su cultura y su tradición.
Homenaje para el que vino hace cien años,
y desembarcó en un puerto babélico,
con el temor de quien se sabe ajeno.
Homenaje al que llegó ayer, en avión,
o luego de horas y horas en un micro,
y buscó una sonrisa amiga.
Sus tierras lejanas, sus cielos esquivos,
se vuelven tenaz añoranza.
Las lágrimas nacen, furtivas,
en los ojos cansados del destierro,
en esos ojos sin tiempo
en los que yo me reflejo.
Airiños
Que te quedes, hijo,
aquí, yo te pido.
Muy lejos están
los que ya han partido.
No pidas, nai, eso.
No pidas, te ruego;
soy joven, tú sabes,
me quema ese fuego.
Eres joven y fuerte,
mas yo moriré
un día, muy sola,
sin volverte a ver.
Airiños, airiños,
me verán volver,
muy rico y casado
con buena mujer.
Mi abuelo
“quizá más lo primero
que lo segundo
y también
viceversa”
Mario Benedetti
Dos patrias
tuvo mi abuelo.
Una,
la de la cuna.
Otra,
la de la tumba.
Una,
la de la infancia y la mocedad,
la de los sueños y la esperanza.
Otra,
la de la madurez y la enfermedad,
la del desengaño y la añoranza.
Allá,
fue joven y valiente.
Aquí,
fue mayor y resignado.
Fue gallego y argentino.
Y -como dice el poeta*-
“quizá más lo primero
que lo segundo
y también
viceversa”
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