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JUVENILIA, por Miguel Cané. Buenos Aires, CEAL, 1980.

El historiador Exequiel César Ortega sostiene que “La inmigración jugó importante papel ya a mediados de esta etapa del ’80 al ’30. En ciudad y campaña, en oficios diversos que abarcaron la agricultura y la naciente industria; e incluso se dieron lugares como ejemplos de cuánto podía una colonización bien planeada...”. Comenta qué sucedió con los inmigrantes llegados a nuestra tierra: “El medio nuestro los asimiló bien pronto y sus descendientes inmediatos se sintieron integrantes ‘de la tierra’. A menudo ascendieron de Status, integraron profesiones, comercio e industria; impulsaron los nuevos partidos políticos mayoritarios”.
El gobierno de esa época “En lo social favorecería cada vez más la inmigración, sobre todo la europea en general, perdidas bastante las esperanzas de la anglosajona y francesa en particular. Inmigración que cubriese las necesidades crecientes de mano de obra ciudadana y sobre todo rural, mediante la colonización y la ocupación de dependencia o el arrendamiento y la mediería (1)”.
En noviembre de 1898 –señala Susana Zanetti-, Canè “regresa a Buenos Aires pues ha sido elegido senador nacional. Desde su banca presenta al año siguiente dos proyectos: el de erigir el monumento a Sarmiento en el Parque Tres de Febrero y el de extradiciòn de extranjeros. Este proyecto de Ley de Residencia, contrario a los principios de nuestra Constituciòn, es violentamente atacado. Evidentemente, el miedo al futuro, a la màquina que empequeñece, a las masas populares que amenazan invadir y destruir la sociedad distinguida que amò en Europa, o la paternalista de la gran aldea perdida, golpeada de muerte por la inmigraciòn revoltosa y huelguista, ha endurecido y deteriorado el liberalismo progresista de antaño. Basta leer buena parte de los artìculos coleccionados en Notas e impresiones (1901) y Prosa ligera (1903) para comprobar su espìritu reaccionario. (...) La ley de expulsiòn de extranjeros, en fin, es piedra de toque para entender còmo ha variado el muchacho liberal progresista de la època de Avellaneda. Canè no acierta a comprender la importante transformaciòn del paìs que queda reducida en su espìritu a una verdadera dèbacle. (...) En el paìs los problemas sociales se agravan, las huelgas se suceden; es entonces cuando el presidente Roca echa mano del proyecto presentado por Canè. La ley de residencia es un hecho y los perturbadores extranjeros podràn ser arrojados del paìs” (2).
Escribe Gladys Onega: “La significaciòn que tiene para nosotros la actitud de Canè hacia los inmigrantes, no proviene de la extensiòn o profundidad con que la haya expresado literariamente, sino porque conciencializò (como lo hizo màs tarde Joaquìn V. Gonzàlez) la situaciòn en que vivìa su clase y que la inmigraciòn ponìa en evidencia, aunque lo hiciera de manera bastante superficial. Canè era, como dijimos, un liberal a ultranza que arremetìa contra el clericalismo, la ignorancia y el estancamiento, pero era sobre todo un miembro de la clase de la que dice Mc Gann, en uno de los màs dinàmicos y comprensivos estudios sobre la situaciòn històrica y la visiòn del mundo del 80: “Una definiciòn adecuada para la aristocracia argentina de esa època puede surgir del comentario de que ‘ùnicamente el liberal del siglo diecinueve podìa combinar el desprecio por el hombre comùn con la fe en la democracia’ “.
“En Prosa ligera (1903) està incluido el relato La Tucumana donde el autor revela su ìntima convicciòn aristocratizante”. Gladys Onega asevera, a partir de la lectura de un pàrrafo del mismo, que “Canè añora un pasado desaparecido en una de las formas de explotaciòn del hombre por el hombre màs degradantes, la esclavitud, transformada en resignada y voluntaria enajenaciòn de los criados por amor al generoso patriarca. El pàrrafo de Canè explicita la nostalgia con palabras que son un verdadero sumario de la reacciòn ante el nuevo estado de cosas: La expresiòn de respeto constante, la veneraciòn de los subalternos como a seres superiores colocados por una ley divina e inmutable en una escala màs elevada –la consagraciòn sacramental, carismàtica del privilegio, la negaciòn del proceso històrico, solidificado y remitido a los designios de Dios; una vida de paz y tranquilidad- el lema de ‘orden y progreso’ y ‘orden y administraciòn’ de los gobiernos oligàrquicos sudamericanos; el viejo y manso feudalismo –deformaciòn idealizada de un sistema que habìa retrasado en cincuenta años la evoluciòn del paìs y habìa engendrado a Rosas, bajo cuyo gobierno habìa emigrado el padre del que escribe esta vaga elegìa; la influencia de las ciudades- la urbanizaciòn tenìa el grave inconveniente de agrupar a los hombres y permitir que tomaran conciencia de clase-; la fluctuaciòn de las fortunas –la introducciòn de formas capitalistas, màs dinàmicas que la feudal; la desapariciòn de los viejos y sòlidos hogares- los advenedizos ingresaban a las familias aristocràticas, o, màs simplemente, las nuevas clases alta y media urbanas contraìan matrimonio en lugar de unirse en concubinato espontàneo como se habìa reprochado a las clases populares, primero a los gauchos y luego a los proletarios, los sirvientes inmigrantes son ladrones, se visten como ‘nosotros mismos’ (aunque sea bastante difìcil suponer que la ropa de los caballeros porteños confeccionada por sastres londinense se confundiera con la de los criados); y recuerdan su condiciòn de hombres libres- es decir, que de acuerdo con el artìculo 14 de la Constituciòn, pretendìan que su libertad era un derecho y no una graciosa dàdiva de los amos; las campañas del interior refugian la viejas pautas patriarcales deseables en el presente- el interior no invadido se valoriza por su resistencia al cambio” (3).
En el 80, la autobiografìa surge como el “lugar donde se expresa lo particular, lo curioso, lo diferenciador, lo propio de un sector social” (4); este sector es el de la clase dirigente, grupo que se caracteriza por haber sido educado con una gran influencia de la cultura europea, particularmente francesa (5). Cobra gran importancia la evocaciòn de la vida “vulgar”, calificativo que abarca tanto la vida cotidiana, real, como los comportamientos censurados por la moral corriente (6).
La autobiografìa se caracteriza, en este perìodo, por asumir el aspecto de la charla social (causserie), de la anècdota, y por la frecuente utilizaciòn de citas que remiten a lecturas extranjeras. En las obras autobiogràficas de los hombres del 80 aparece como modelo el “hombre de mundo”, que conjuga en sì mismo muy diversas facetas. Como consecuencia del impacto de la inmigraciòn, aparecen “evocaciones nostàlgicas de tiempos màs austeros” y “descripciones costumbristas con toques moralizantes”.
Susana Zanetti destaca que “la actitud de nostalgia, de reminiscencia, de regreso al pasado, es una constante del 80”; Juvenilia presenta -a su criterio- “un melancòlico contrapunto entre la adolescencia despreocupada de ayer y el hombre maduro de hoy. Aùn asì, la evocaciòn tiende generalmente a las anècdotas festivas, alegres”. En la obra advierte ciertas semejanzas con David Copperfield, de Charles Dickens, pero la diferencia de la obra inglesa el hecho de no entrañar denuncia ni afàn testimonial.
El tema del fracaso generacional està encarnado en la suerte corrida por los condiscìpulos; algunos han muerto, otros se encuentran empleados con sueldos de hambre, sòlo unos pocos se destacan. Esta actitud surge de lo que la ensayista denomina “doble melancolìa” frente al pasado y frente al povenir (7).
Miguel Canè nos ha dejado en Juvenilia (8) testimonio de su visiòn de los inmigrantes. A las figuras del grotesco enfermero italiano y los temibles quinteros vascos, contrapone la grandiosidad del profesor Amadeo Jacques, sìmbolo de la inmigraciòn anhelada por los hombres del 80.
En su autobiografìa, Canè evoca este personaje con rasgos despectivos. “La enfermerìa era, como es natural, econòmicamente regida por el enfermero. Acabo de dejar la pluma para meditar y traer su nombre a la memoria sin conseguirlo; pero tengo presente su aspecto, su modo, su fisonomìa, como si hubiera cruzado hoy ante mis ojos. Habìa sido primero sirviente de la despensa; luego, segundo portero, y, en fin, por una de esas aberraciones que jamàs alcanzarè a explicarme, enfermero. ‘Para esa plaza se necesitaba un calculador, dice Beaumarchais; la obtuvo un bailarìn’ “.
Se refiere al aspecto fìsico del inmigrante: “Era italiano y su aspecto hacìa imposible un càlculo aproximativo de su edad. Podìa tener treinta años, pero nada impedìa elevar la cifra a veinte unidades màs. Fue siempre para nosotros una grave cuestiòn decir si era gordo o flaco. (...) Empezaba su individuo por una mata de pelo formidable que nos traìa a la idea la confusa y entremezclada vegetaciòn de los bosques primitivos del Paraguay, de que habla Azara; veìamos su frente, estrecha y deprimida, en raras ocasiones y a largos intervalos, como suele entreverse el vago fondo del mar, cuando una ola violenta absorbe en un instante un enorme caudal de agua para levantarlo en espacio. Las cejas formaban un cuerpo unido y compacto con las pestañas ralas y gruesas como si hubieran sido afeitadas desde la infancia. La palabra mejilla era un ser de razòn para el infeliz, que estoy seguro jamàs conociò aquella secciòn de su cara, oculta bajo una barba, cuyo tupido, florescencia y frutos nos traìa a la memoria un ombù frondoso”.
“El cuerpo, como he dicho, era enjuto; pero un vientre enorme despertaba compasiòn hacia las dèbiles piernas por las que se hacìa conducir sin piedad. El equilibrio se conservaba gracias a la previsiòn materna que lo habìa dotado de dos andenes de ferrocarril, a guisa de pies, cuyo envoltorio, a no dudarlo, consumìa un cuero de baqueta entero. Un dìa, nos confiò en un momento de abandono, que nunca encontraba alpargatas hechas y que las que obtenìa, fabricadas a medida, excedìan siempre los precios corrientes”.
Recuerda el personal castellano del enfermero: “Debìa haber servido en la legiòn italiana durante el sitio de Montevideo o haber vivido en comunidad con algùn soldado de Garibaldi en aquellos tiempos, porque en la època en que fue portero, cuando le tocaba despertar a domicilio, por algùn corte inesperado de la cuerda de la campana, entraba siempre en nuestros cuartos cantando a voz en cuello, con el aire de una diana militar, este verso (!) que tengo grabado en la memoria de una manera inseparable a su pronunciaciòn especial: Levàntasi, muchachi,/ que la cuatro sun/ e lo federali/ sun venì a Cordun. Perdiò el gorjeo matinal a consecuencia de un reto del señor Torres que, hacièndole parar el pelo, le puso a una pulgada de la puerta de calle”.
Sobre sus aptitudes para el trabajo, afirma: “Como prototipo de torpeza, nunca he encontrado un spècimen màs completo que nuestro enfermero. Su escasa cantidad de sesos se petrificaba con la presencia del doctor, a quien habìa tomado un miedo feroz y de cuya conciencia mèdica hablaba pestes en sus ratos de confidencia”.
Los estudiantes encontraban diversas distracciones en la quinta de Colegiales; una dellas, vinculada a otros inmigrantes. “En la Chacarita estudiàbamos poco, como era natural; podìamos leer novelas libremente, dormir la siesta, salir en busca de camuatìs y sobre todo, organizar con una estrategia cientìfica, las expediciones contra los ‘vascos’ “.
Describe el escenario y las virtudes de la fruta de esos quinteros: “Los ‘vascos’ eran nuestros vecinos hacia el norte, precisamente en la direcciòn en que los dominios colegiales eran màs limitados. Separaba las jurisdicciones respectivas un ancho foso, siempre lleno de agua, y de bordes cubiertos de una espesa planta baja y bravìa. Pasada la zanja, se extendìa un alfalfar de una media cuadra de ancho, pintorescamente manchado por dos o tres pequeñas parvas de pasto seco. Màs allà (...) en pasmosa abundancia, crecìan las sandìas, robustas, enormes, (...) allì doraba el sol esos melones de origen exòtico (...) No tenìan rivales en la comarca, y es de esperar que nuestra autoridad sea reconocida en esa materia. Las excursiones a otras chacras nos habìan siempre producido desengaños, la nostalgia de la fruta de los ’vascos nos perseguìa a todo momento, y jamàs vibrò en oìdo humano en sentido menos figurado, el famoso verso de Garcilaso de la Vega”.
Se refiere a la disposiciòn anìmica de esos inmigrantes: “Pero debo confesar que los ‘vascos’ no eran lo que en el lenguaje del mundo se llama personajes de trato agradable. Robustos los tres, àgiles, vigorosos y de una musculatura capaz de ablandar el coraje màs probado, eternamente armados con sus horquillas de lucientes puntas, levantando una tonelada de pasto en cada movimiento de sus brazos ciclòpeos, aquellos hombres, como todos los mortales, tenìan una debilidad suprema: ¡amaban sus sandìas, adoraban sus melones!”
Dos veces hurtaron fruta los adolescentes sin ser vistos. La tercera, “detràs de una parva, un vasco horrible, inflamado, sale en mi direcciòn, mientras otro pone la proa sobre mi compañero, armados ambos del pastoril instrumento cuyo solo aspecto comunica la ingrata impresiòn de encontrarse en los aires, sentado incòmodamente sobre dos puntas aceradas que penetran... (...) ¡cuàn veloz me parecìa aquel vasco, cuyo respirar de fuelle de herrerìa creìa sentir rozarme los cabellos! (...) aquel hombre terrible meyado en su tridente, empezò a injuriarme de una manera que revelaba su educaciòn sumamente descuidada. (...) Me tendì en la cama y, mientras el cuerpo reposaba con delicia, reflexionè profundamente en la velocidad inicial que se adquiere cuando se tiene un vasco irritado a retaguardia, armado de una horquilla”.
En otro pasaje se refiere a Amadeo Jacques -quien naciò en 1813 y muriò en 1865-, destacando su loable acciòn dentro del Colegio: “El estado de los estudios en el Colegio era deplorable, hasta que tomò su direcciòn el hombre màs sabio que hasta el dìa haya pisado tierra argentina. Sin documentos a la vista para rehacer su biografìa de una manera exacta me veo forzado a acudir simplemente a mis recuerdos que, por otra parte, bastan a mi objeto”.
“Amedèe Jacques pertenecìa a la generaciòn que al llegar a la juventud encontrò a la Francia en plena reacciòn filosòfica, cientìfica y literaria”. (...) habìa crecido bajo esa atmòsfera intelectual, y la curiosidad de su espìritu lo llevaba al enciclopedismo. A los treinta y cinco años era profesor de filosofìa en la Escuela Normal, y habìa escrito, bajo el molde eclèctico, la psicologìa màs admirable que se haya publicado en Europa. El estilo es claro, vigoroso, de una marcha viva y elegante; el pensamiento sereno, la lògica inflexible y el mètodo perfecto. Hay en ese manual, que corre en todas las manos de los estudiantes, pàginas de una belleza literaria de primer orden y aùn hoy, quince años despuès de haberlo leìdo, recuerdo con emociòn los capìtulos sobre el mètodo y la asociaciòn de ideas. Al mismo tiempo, el joven profesor se ocupaba en las ediciones de las obras filosòficas de Fenelòn, Clarke, etc., ùnicas que hoy tienen curso en elmundo cientìfico”.
Evoca el exilio del francès: “Pero Jacques no era uno de esos espìritus frìos, estèriles para la acciòn, que viven metidos en la especulaciòn pura, sin prestar oìdo a los ruidos del mundo, y sin apartar su pensamiento del problema, (...) El 2 de diciembre, como a Tocqueville, como a Quinet, como a Hugo, lo arrojò al extranjero, pobre, con el alma herida de muerte, y con la visiòn horrible de su porvenir abismado para siempre en aquella bacanal”.
“Tomò el camino del destierro y llegò a Montevideo, desconocido y sin ningùn recurso mecànico de profesiòn; lo sabìa todo, pero le faltaba un diploma de abogado o de mèdico para poder subsistir. Abriò una clae libre de fìsica experimental, dàndole el atractivo del fenòmeno producido en el acto; aquello llamò un momento la atenciòn. Pero se necesitaba un gabinete de fìsica completo y los instrumentos son caros”.
“Un momento Jacques fue retratista, (...) Pero ni la fotografìa, que màs tarde perfeccionaron, ni la daguerrotipia, que le cedìa el paso, como el telègrafo de señales a la electricidad, daban medios de vivir”.
“Jacques se dirigiò a la Repùblica Argentina, se hundiò en el interior, casòse en Santiago del Estero, emprendiò veinte oficios diferentes, llegando hasta fabricar pan, y por fin, tuvo el Colegio Nacional de Tucumàn el honor de contarlo entre sus profesores. Fueron sus discìpulos los doctores Gallo, Uriburu, Nouguès y tantos otros hombres distinguidos hoy, que han conservado por èl una veneraciòn profunda, como todos los que hemos gozado de la luz de su espìritu”.
“Llamado a Buenos Aires por el gobierno del general Mitre, tomò la direcciòn de los estudios en el Colegio Nacional, al mismo tiempo que dictaba una càtedra de fìsica en la Universidad. Su influencia se hizo sentir inmediatamente entre nosotros. Formulò un programa completo de bachillerato en ciencias y letras, defectuoso tal vez en un solo punto, su demasiada extensiòn. Pero M.Jacques, habituado a los estudios fuertes, sostenìa que la inteligencia delos jòvenes argentinos es màs viva que entre los franceses de la misma edad y que, por consiguiente, podìamos aprender con menor esfuerzo”.
Tres nacionalidades, tres ocupaciones bien distintas, son evocadas por Miguel Canè en esta obra. Los pàrrafos transcriptos, sin embargo, no alcanzan para brindar una visiòn acabada de la postura del autor acerca de la inmigraciòn. Para lograrla, se debe recurrir a todos sus textos –algunos de ellos no literarios, como la Ley de Residencia, de 1904-, los cuales, junto a Juvenilia, nos proporcionaràn una cabal idea del sentimiento de este hombre del 80 frente al aluviòn inmigratorio.

LA GRAN ALDEA, por Lucio V. Lòpez. Buenos Aires, CEAL, 1980. 

En 1884, en el periòdico Sud Amèrica se publica como folletìn este libro (1) que Lòpez dedica a Miguel Canè, su “amigo y camarada”. “El subtìtulo de La gran aldea, “Costumbres bonaerenses”, previene ya las caracterìsticas del realismo a que recurrirà su autor, Lucio Vicente Lòpez (1848-1894): una actitud crìtica, no disolvente sino reformista, encaminada a registrar tipos y hàbitos de una sociedad, y a poner de relieve algunos de entre ellos mediante el sarcasmo, la ironìa o la simple caricatura. (...) la propuesta fundamental de La gran aldea es la de demostrar que el Buenos Aires provinciano de 1860 pervive en el Buenos Aires cosmopolita de 1880, que la clase social que manejaba sus destinos en la època de Pavòn continuaba controlando los hilos de la polìtica y de las finanzas y dando el tono de la sociabilidad en la època del alumbrado a gas y de los tranvìas a caballo” (2).
“Aunque esperanzada con el potencial talento literario del autor, ya en el momento de su publicaciòn la crìtica fue en general adversa con la novela, pero ùtil, segùn Lòpez, porque ‘ha despertado la curiosidad y me ha favorecido la venta’. En ella pesa màs la crònica que la densidad literaria -Rojas la ve ‘inferior a su fama’-, y asì parece haber sido desde que se publicò: en su època influyeron tanto su calidad de instrumento de lucha polìtica e ideològica como el hecho de ser una novela en ‘clave’, por la que desfilaban las figuras del dìa (Mitre, Sarmiento, Avellaneda, etcètera); en nuestros dìas pesa el valor testimonial, intenciòn que ya proclama el autor desde el subtìtulo (Costumbres bonaerenses), que permite rastrear el pasaje de un Buenos Aires ‘patriota, semisencillo, semitendero, semicurial y semialdea’, a la ciudad ‘con pretensiones europeas’ en diversos registros: en lo urbano, con la transformaciòn de la ciudad que es màs modernizaciòn que ampliaciòn, con la incorporaciòn a la vida cotidiana del gas de alumbrado, el tranvìa, las nuevas formas de la arquitectura y la decoraciòn; en lo social, con el advenimiento de las nuevas burguesìas, el gallego sirviente al lado del mulaterìo, la desapariciòn del tendero criollo; en lo polìtico, con la consolidaciòn del roquismo, que impone la unificaciòn del paìs desde el poder central –y desde la ciudad capitalizada- y las tensiones que eso provoca; en lo econòmico, con el pasaje de los buenos tiempos del Estado de Buenos Aires al manejo financiero que culminarà con la crisis de 1890; en lo religioso, con el progresivo avance del laicismo estatal y la nueva religiòn de la burquesìa; en lo literario, con el pasaje del Romanticismo al Realismo y al teatro ligero francès...” (3).
En esta obra aparecen inmigrantes, vistos desde la perspectiva de un escritor que añora un pasado que no volverà.
Lòpez compara a los tenderos de antaño con los del presente: “¡Y què mozos! ¡Què vendedores los de las tiendas de entonces! Cuàn lejos estàn los tenderos franceses y españoles de hoy de tener la alcurnia y los mèritos sociales de aquella juventud dorada, hija de la tierra, ùltimo vàstago del aristocràtico comercio al menudeo de la colonia”.
Recuerda a uno de aquellos tenderos criollos: “Entre los prìncipes del mostrador porteño, el màs cèlebre, sin disputa, era don Narciso Bringas: gran tendero, gran patriota, nacido en el barrio de San Telmo, pero adoptado por la calle del Perù como el rey del mostrador. No habìa mostrador como el de aquel porteño: todo el barrio junto no era capaz de desdoblar una pieza de madapolàn y de volverla a doblar como don Narciso; y si la piràmide misma le hubiera querido disputar su amor a Buenos Aires, a la piràmide misma le habrìa disputado ese derecho”.
Describe la estrategia del tendero para dirigirse a su clientela: “Don Narciso subìa o bajaba el tono segùn la jerarquìa de la parroquiana: dominaba toda la escala; poseìa toda la preciosidad del lenguaje culto de la època y daba el do de pecho con una dama para dar el sì con una cocinera”.
“Los tratamientos variaban para èl segùn las horas y las personas. Por la mañana se permitìa tutear sin pudor a la parda o china criolla que volvìa del mercado y entraba en su tienda. Si la clienta era hija del paìs, la trataba llanamente de hija; hija por arriba e hija por abajo. Si èl distinguìa que era vasca, francesa, italiana, extranjera, en fin, iniciaba la rebaja, el ùltimo precio, el ‘se lo doy por lo que me cuesta’, por el tratamiento de madamita. ¡Oh!, ese madamita lanzado entre 7 y 8 de la mañana, con algunas cuantas palabras de imitaciòn de francès que èl sabìa balbucir, era irresistible. Durante el dìa, los tratamientos variaban entre hija e hijita, entre tù y usted, entre madamita y madama, segùn la edad dela gringa, como èl la llamaba cuando la compradora no caìa en sus redes”.
Los inmigrantes trabajaban junto a los criollos: “daban las cuatro y, no bien habìa entrado el gallego cotidiano con las viandas, don Narciso se engolfaba en los antros profundos de la trastienda”. Lucio V. Lòpez menciona otro gallego relacionado con la tienda: “Caparrosa, el cadete de Bringas, un galleguito ladino y vivaracho”.
En la adolescencia, el protagonista acude a la escuela de dos maestros, a los que describe con estas palabras: “Don Pîo Amado y don Josef Garat, mis maestros, eran dos personajes singulares; singular era su escuela, singular la enseñanza, singular todo lo que los rodeaba. Don Pìo era la bondad y la benevolencia personificadas; don Josef era la intransigencia, el mal humor y la ira misma. Reunidos, don Pìo era la nota còmica del colegio, don Josef era la nota èpica. Amàbamos a don Pìo y lo amàbamos con toda el alma; temblàbamos ante don Josef y lo respetàbamos a fuerza de malquererlo”.
En otro pàrrafo se refiere al aspecto fìsico del segundo: “Don Josef, en cambio, era un Orestes. Alto, vigoroso, la cara roja como un pimiento, la nariz chica y encorvada, la cabeza mezquina pero bien puesta sobre los hombros. Don Josef pasaba la vida clamando contra todo lo que lo rodeaba: contra el paìs, contra sus hombres, contra las mujeres, contra los muchachos y contra don Pìo, a quien tenìa en poca cuenta en las situaciones normales”.
Uno de estos maestros era inmigrante: “Don Josef era oriundo de Cataluña y se vanagloriaba de haber nacido en el castillo Monjuich, de haber salvado la vida a varias personas, de haber presenciado un naufragio y de haber sido casi vìctima del hambre de una tigra mansa; preciàbase de haber conocido a la reina de España, doña Cristina, de haberla visto comer una olla podrida en un dìa de toros. Hacìa sacrificio de confesarse descendiente de don Gonzalo de Còrdoba, pero no se prestaba a pregonar mucho el parentesco, y lo repudiaba con majestad, porque no querìa que nadie sospechase que èl aprobaba las rendiciones de cuentas de su pco escrupuloso antepasado. Vivìa crònicamente colèrico, sin que esto importe decir que no supiera interrumpir sus accesos para hablar con fruiciòn, de los tesoros de Potosì y de fortunas colosales como las de los cuentos de hadas, porque el buen viejo tenìa altamente desarrollada la nota de la codicia”.
“Pero, cuando èl levantaba la voz en la clase, o fuera de la clase, o con los tertulianos nocturnos que lo visitaban en el colegio, entonces temblaba la casa: buscaba la invectiva, la lanzaba al rostro del adversario y la sazonaba con vocablos de estofado acabando por dominar el debate con sus gritos estentòreos. Dentro de ese cuerpo vigoroso, de rica muscultura de atleta, en el fondo de ese caràcter atrabiliario, disputador y pendenciero que amenazaba tragarse la tierra, se escondìa un ser enteramente pusilànime. Don Josef era una liebre”.
Recuerda con cariño a esos pedagogos: “Era un muchacho de quince años cuando entrè en el colegio y apenas sabìa leer y escribir, pero trabajè con tesòn y me abrì paso. Don Pìo me amaba y don Josef, que habìa empezado por expresarme el màs profundo desprecio, habìa pasado del indiferentismo al entusiasmo con una facilidad extraordinaria. Yo comenzaba a ser su ìdolo. De cuando en cuando pensaba que, siendo yo como era un pobre diablo, sin padre, sin fortuna, era demasiada generosidad de su parte interesarse por mì como se interesaba y me lo echaba en cara; pero cuando lo sorprendìa con un progreso inesperado para èl, o con un buen rasgo de conducta, entonces el buen viejo se exaltaba y pasaba los lìmites del entusiasmo en sus elogios”.
Inmigrantes y criollos conviven en esta obra -que incluye pàginas de “larvada xenofobia”-, en la que “Lucio Lòpez anticipa una visiòn crìtica nostàlgica y casi desesperanzada del cariz que toma la vida polìtica y social de la Argentina”.

EN LA SANGRE, por Eugenio Cambaceres. Buenos Aires, CEAL, 1980. 

La llegada de los inmigrantes a suelo argentino significò una transformaciòn de gran importancia. El porteño se encontrò conviviendo con extranjeros de diversas nacionalidades y esa realidad se vio reflejada en la literatura.
En algunos autores, el sentimiento de aversiòn no reviste tonos demasiado violentos; se limitan –como Miguel Canè, en Juvenilia (1)- a presentar vascos temibles e italianos ridìculos. En Cambaceres, el inmigrante es presentado como un ser ignorante e inmoral; el escritor no disimula lo que siente ante quienes llegaron a tentar suerte en nuestro paìs.
En la novela En la sangre (2) alude al italiano, padre del protagonista, con estas palabras: “Arrojado a tierra desde la cubierta del vapor sin otro capital que su codicia y sus dos brazos, y ahorrando asì sobre el techo, el vestido, el alimento, viviendo apenas para no morirse de hambre, como esos perros sin dueño que merodean de puerta en puerta en las basuras de las casas, llegò el tachero a redondear una corta cantidad”.
Andrès Avellaneda encuentra una explicaciòn para esta actitud: “Esos otros, responsables del peligro que ronda en la nueva ciudad, son para Cambaceres los inmigrantes y sus hijos, cuyas exigencias pugnan por modificar una realidad celosamente congelada” (3).
El desdèn por el extranjero se evidencia con gran claridad en este libro. La sangre es el medio por el que las lacras sociales se transmiten de generaciòn en generaciòn. No obstante haber nacido en la Argentina, el protagonista tiene las caracterìsticas del inmigrante, de acuerdo con los postulados del naturalismo, corriente en la que encontramos al autor.
Este movimiento, surgido en Francia en la segunda mitad del siglo XIX, sostiene tres principios bàsicos: la influencia de la raza, el medio y el momento; la importancia de la herencia y el caràcter fisiològico de las pasiones. “Con Eugenio Cambaceres –afirma Teresita Frugoni de Fritzsche- el naturalismo francès se incorpora a la novela argentina permitièndole asì alcanzar una dimensiòn realista que seguirìan todos los autores del siglo XIX y proncipios del XX, superando los esquemas simples y antitèticos de la època romàntica” (4).
La argumentaciòn naturalista lleva a un determinismo que permite, segùn la teorìa, predecir el rumbo que tomarà la vida de los descendientes. Genaro, aunque argentino, lleva en sus venas la marca hereditaria del napolitano; està signado por todos los defectos que el novelista atribuye a ese grupo social y, al igual que sus paisanos, parece no tener virtud alguna. Lejos de plantear la responsabilidad del individuo, el autor hace hincapiè en lo heredado, en lo fatal. No sòlo da por supuestas las cuestionables leyes de la herencia y la influencia de la raza, el medio y el momento, sino que se aferra ciegamente a ellas, llegando a una postura prejuiciosa y, por ende, injusta.
La novela apareciò publicada como folletìn en 1887, en el diario Sud-Amèrica. Fritzsche nos recuerda cuàl fue la acogida que tuvo la obra: “Paralelamente con su publicaciòn aparecen en el diario artìculos de ìndole diversa vinculados con la novela. Suponemos que parte del pùblico la considera inmoral, si nos atenemos a la defensa que J.A.A. (Juan Antonio Argerich) realiza en el nùmero del 13 de setiembre, observando que no es preciso atender a los asuntos que explota Cambaceres sino a su mèrito literario, pues es un hombre que conoce la vida y por lo tanto un escèptico”.
Encontramos en Genaro dos momentos sucesivos: durante los primeros años, mortificado, trata de sobreponerse a su condiciòn; luego, con resentimiento y gran dolor, acepta su estigma. El muchacho culpa a sus progenitores por el desprecio de que lo hacen vìctima sus condiscìpulos; la vergûenza de su origen lo llena de odio, despecho y deseos de venganza, que consumarà en la persona de su esposa. “Estaba en su sangre eso, constitucional, inveterado –dice el novelista-, le venìa de casta como el color de la piel, le habìa sido transmitido por herencia, de padre a hijo”.
Genaro desprecia a sus padres. Camabceres muestra una vez màs la bajeza del joven, quien piensa: “¡Su padre... menos mal èse, se habìa muerto y de los muertos nadie se acordaba; pero su madre viva y a su lado, estando con èl, era una broma, un clavo, adònde irìa èl que no lo vieran, que no supieran, que no le hiciese caer la cara de vergûenza con la facha que tenìa, con sus caravanas de oro y su peinado de rodetes!”. Para evitarse esa humillaciòn constante, Genaro hace que su madre vuelva a Italia. Queda en libertad para disponer a su antojo de los ahorros de sus padres y, a cambio, ni siquiera lee las cartas que la mujer le envìa.
Al describir a los inmigrantes, Cambaceres recurre siempre a la comparaciòn con animales; asì, habla de la cabeza de ave de rapiña del padre del protagonista, de la astucia felina de Genaro: “En un brusco manotòn de gato hambriento, alargò de instinto el brazo; crispados los dedos, como clavada la garra ya sobre el montòn de billetes”. Estas imàgenes son empleadas por el escritor con el propòsito de degradar a los extranjeros, de mostrarlos lindando con lo irracional”.
Ante la fuerza del instinto, nada puede hacer el protagonista: “Y si tal habìa nacido -se defiende-, si asì lo habìan fabricado y echado al mundo de sus padres, ¿era èl el responsable, tenìa èl la culpa por ventura? No, como no la tenìan las vìboras de que fuera venenoso su colmillo”. Ni siquiera tiene valor para matarse: “ni de ese triste rasgo de nobleza, ni de esa ùltima, ni de esa ùnica prueba de valor y entereza era capaz”. El “vivirìa, seguirìa prendido con dientes y uñas a la vida, como los perros a las osamentas!...”.
Antonio Pagès Larraya opina sobre el tratamiento que Cambaceres da a sus personajes: “La herencia y el medio conforman a Genaro, criatura vacìa de ètica, casi infrahumana. Quizàs el afàn de apegarse a una conclusiòn que hoy nos parece arbitraria –la de que en los hijos del inmigrante perdura el inescrupuloso apetito de los padres- volviò estrecho el relato. Las aventuras del ‘parvenu’, del trepador que se eleva sin elegir los medios, pierde vigor por su forzada limitaciòn a una tesis” (5).
Aparecen, a lo largo de la obra, otros inmigrantes retratados con la misma crueldad. Entre ellos, los amigos del napolitano, quienes “habìanse pasado la voz para el velorio. Poco a poco fueron llegando de a uno, de a dos, en completos de paño negro, con sombreros de panza de burro y botas gruesas recièn lustradas”. El comportamiento de los paisanos, afligidos, le merece un comentario despiadado: “Zurdamente caminaban, iban y se acomodaban en fila a lo largo de la pared, en derredor del catafalco elevado en la trastienda. Uno que otro, cabizbajo, en puntas de pie, aproximàbase al muerto y durante un breve instante lo contemplaba. Algunos daban contra el umbral al entrar, levantaban la pierna y volvìan la cara”.
El “tano” capataz del cementerio tenìa voz vinosa; el gallego portero de la universidad era ñato de nariz y cuadrado de cabeza; Bearnès, el dueño del cafè, era ronco, gordo, gritòn y gran bebedor de ajenjo. Y asì, podrìamos enumerar muchas oportunidades en las que los inmigrantes son vìctimas del escarnio del autor.
El testimonio de Cambaceres nos brinda la posibilidad de conocer la actitud de un hombre de esa època ante las profundas transformaciones que se estaban operando. El aluviòn inmigratorio cambiò para siempre la estructura de la sociedad y motivò pàginas como las del autor de En la sangre, las cuales, aunque resultan violentas a los lectores, son tambièn parte de nuestra literatura. 

¿INOCENTES O CULPABLES?, por Antonio Argerich. Hyspamèrica. 

Algunas de las novelas relacionadas con la inmigraciòn de fin de siglo se destacan por la agresividad del autor y por el encono que manifiesta hacia los extranjeros. En una de ellas fundamenta el escritor su aversiòn, basàndose en supuestos provenientes de las ciencias mèdicas, refutados oportunamente por un sacerdote. La obra a la que nos referimos es ¿Inocentes o culpables?, de Antonio Argerich, un pensador que, a su manera, busca lo mejor para la Argentina.
Adolfo Prieto señala que en autores como Canè y Mansilla, “la hostilidad frente al extranjero parece responder a motivaciones clasistas”, en cambio, “en otros autores, la xenofobia maneja el repertorio cientìfico de la època y se presenta con un vocabulario pretendidamente asèptico y neutral. Asì Antonio Argerich en su novela Inocentes o culpables (1884) y Cambaceres en la ùltima de sus obras, En la sangre, publicada en 1887” (1).
La obra de Argerich se inserta en el panorama creativo de su tiempo, que fue muy rico y variado; asì lo recuerda el ensayista: “entre 1884 y 1889 y aparte de la obra de los cultores de una prosa evocativa o fragmentaria como Canè, Wilde o Mansilla, dotada sin embargo de caracterìsticas narrativas, aparecieron La gran aldea de Lucio V. Lòpez, ¿Inocentes o culpables? de Antonio Argerich, y todas las novelas de Cambaceres, las primeras de Ocantos y Severo J. Villafañe, La familia Quillango, novela corta de Cantilo, (...) ya por esos años entregaban a las prensas sus primeros trabajos Roberto J. Payrò y Josè Sixto Alvarez (Fray Mocho) para comprobar la irrupciòn masiva de una novelìstica argentina preocupada por reflejar el contorno inmediato y centrada en los rasgos tìpicos del gènero”
De ¿Inocentes o culpables? se dijo que “no es màs que una torpe historia de un inmigrante italiano, con la que se propone probar cuàntos daños puede acarrear a la sociedad argentina la inmigraciòn de gentes de razas inferiores” (2). En el pròlogo a su libro, el escritor da las razones por las que considera perniciosa la llegada de ciertos extranjeros: “me opongo franca y decididamente a la inmigraciòn inferior europea, que reputo desastrosa para los destinos a que legìtimamente puede y debe aspirar la Repùblica Argentina; (...) La intromisiòn de una masa considerable de inmigrantes, cada año, trae perturbaciones y desequilibra la marcha regular de la sociedad, -y en mi opiniòn no se consigue el resultado deseado, esto es, que se fusionen estos elementos y que se aumente la poblaciòn. En efecto, si buscamos unidad, serìa imposible encontrarla: se habla de colonias aun aquì mismo en la Capital de la Repùblica y ya tenemos los oìdos taladrados de oìr hablar de la patria ausente, lo que implica un estravìo moral y hasta una ingratitud, inspirada, muchas veces, por el interès que azuza un sentimiento exòtico y apagado para que se ame a una madrastra hasta el fanatismo” (3).
Esta no es la crìtica màs indignante que hace. A criterio de Adolfo Prieto, “fue Argerich, justamente, quien llevò màs lejos los supuestos del naturalismo zoliano al convertir a su novela ¿Inocentes o culpables? (1884) en una verdadera novela de tesis, con la exposiciòn de un diagnòstico y la elaborada descripciòn de pretendidos morbos sociales. Mèdico como Holmberg y Ramos Mejìa, Argerich acepta algunos conceptos polèmicos de la ciencia de su tiempo, sobre la presunta superioridad e inferioridad de las diversas razas, y pasa a demostrar en su novela que la inmigraciòn de procedencia europea, que por entonces empieza a romper el equilibrio demogràfico del paìs, serà desastrosa para la sociedad argentina”.
Argerich sostiene que “para mejorar los ganados, nuestros hacendados gastan sumas fabulosas trayendo tipos escogidos, -y para aumentar la poblaciòn argentina atraemos una inmigraciòn inferior. ¿Còmo, pues –se cuestiona-, de padres mal conformados y de frente deprimida, puede surgir una generaciòn inteligente y apta para la libertad? Creo que la descendencia de esta inmigraciòn inferior no es una raza fuerte para la lucha, ni darà jamàs el hombre que necesita el paìs”.
Ademàs –vaticina- “los ferrocarriles nacionales y provinciales y las obras de la ciudad de La Plata, terminaràn –y entonces cesarà la demanda de brazos, y esas masas volveràn a afocarse a las ciudades, trayendo graves perturbaciones: se resentirà la salubridad, subiràn màs los alquileres de las casas y aumentarà la carestìa de los artìculos de primera necesidad, causas que evitan el acrecentamiento de la poblaciòn- y la destruyen a medida que se forma, como observa Malthus”.
Considera que “tenemos demasiada ignorancia adentro para traer todavìa màs de afuera” y que “es deber de los Gobiernos estimular la selecciòn del hombre argentino impidiendo que surjan poblaciones formadas con los rezagos fisiològicos de la vieja Europa”. Propone una soluciòn para el problema al aseverar que “el remedio a nuestra escasa poblaciòn lo tenemos en nuestros propios lìmites territoriales: existen causas no estudiadas que detienen la poblaciòn y, mientras no se allanen, no resolveremos satisfactoriamente el problema ni aùn con pasajes pagos a los inmigrantes”.
Al nacer el primer hijo de los inmigrantes, Argerich habla de la influencia que “la raza, el medio y el momento” ejercerìan en èl, tal como afirmaba Hipòlito Taine. Le resta toda capacidad de decisiòn, pues “todo estaba preestablecido. Todo lo habìan ordenado voluntades y cerebros anteriores. Su bulto informe, sumergido en las ropas de la cuna, podìa compararse con un wagon de carga, construido para repuesto en una vieja lìnea fèrrea, porque como el wagon, su camino estaba fatalmente trazado. Vagaban en el ambiente las preocupaciones que habìan de nutrir su espìritu: los libros estaba escritos y designados, hasta su misma planta tendrìa que vagar forzosamente por la ruta que formaron las hormigas de anteriores generaciones. Està a merced de las influencias esteriores y de las necesidades que fatales desbordan del organismo. Vìctima de la casualidad o de la conjunciòn de dos sustancias desconocidas en su esencia, pobre prisionero de la vida, cautivo del momento històrico, no h escogido el tiempo de su venida al mundo, su idioma ni su nacionalidad. La lògica de la herencia, casualidad para èl, le ha dado sexo, color y temperamento”.
Partiendo de estos principios deterministas, lo que sucede al individuo es algo inexorable, en lo que èl no puede tener injerencia; lo afirma el portavoz del autor: “tiene tanta culpa de lo que le ha sucedido como el transeùnte a quien aplasta un ladrillo que cae de un andamio”. Por tanto, a criterio de Argerich, la persona que comete un acto vil, responde a “imanes fatales en la vida y cosas irresistibles”; sostiene que “hay pasiones que arrastran todos los diques” y que quien sucumbe a ellas es inocente, porque sòlo està siguiendo los mandatos de su sangre.
El sacerdote, en cambio, considera que hablar asì “es blasfemar: Dios ha hecho libre al hombre, y por lo tanto es responsable de sus actos; de lo contrario se deberìa abrir la puerta de las càrceles” y manifiesta que quien realiza un acto vil “es culpable, aunque la misericordia del Ser Supremo es infinita”, porque, para contrarrestar los “imanes fatales”, estàn el deber y la religiòn. Esta es la disquisiciòn que da tìtulo a la novela.
Esgrimiendo razones de ìndole cientìfica, a todas luces discutibles, Argerich se opone a la llegada de los extranjeros, reflejando la posiciòn de muchos argentinos de la època. “¿Inocentes o culpables? es una de las pocas obras que registran abiertamente aquel sentimiento, tan comùn en los habitantes de esa Argentina que se veìa invadida por otras razas y otras costumbres. Por eso su testimonio es valioso”. 

QUILITO,por Carlos Marìa Ocantos. Hyspamèrica. 

Carlos Marìa Ocantos es el autor de Quilito (1), una de las tres obras màs representativas del “Ciclo de la Bolsa” (las otras dos son La Bolsa, de Juliàn Martel, y Horas de fiebre, de Segundo Villafañe).
Andrès Avellaneda señala que “dos grandes grupos de novelas filiadas en mayor o menor grado al naturalismo, se refieren a los temas decisivos en el momento ochentista: el inmigrante y la fiebre financiera” (2). En Quilito, estos temas aparecen entrelazados, al tiempo que se transmite una visiòn selectiva sobre la inmigraciòn europea, destacando las virtudes de los ingleses y tolerando a los latinos.
En 1888 apareciò Leòn Zaldìvar, de Ocantos. Adolfo Prieto afirma que el escritor “iniciò con esta novela una larga serie de obras dedicadas, en lo fundamental, a reflejar diversos aspectos de la realidad argentina. Con Quilito (1891), El candidato (1893), Tobi (1896), el ciclo alcanzò sus logros màs felices, pero por su ubicaciòn cronològica y sus temas especìficos, estas obras seràn consideradas como representativas de la novelìstica de la dècada del 90” (3).
“En la figura de Ocantos –dice el editor- se corporiza uno de los olvidos màs notables de la historia de las letras argentinas”. Este olvido es relacionado con la vida que llevò el escritor, quien “ingresò a la carrera diplomàtica en 1884, y viviò casi siempre fuera del paìs”. El presentador de la ediciòn sostiene que “En franca oposiciòn a las influencias literarias francesas tan en boga en la dècada del noventa, Ocantos era un estilista de formaciòn hispànica, un verdadero discìpulo de los realistas peninsulares, especialmente de Pèrez Galdòs –ambos tienen estilos muy parecidos-, que le sirviò de modelo para una serie que llamò Novelas argentinas, inspiradas en los famosos Episodios Nacionales del ilustre escritor canario” (4). Cabe acotar que en 1887 fue designado miembro de la Real Academia Española; uno de los literatos que lo propuso fue precisamente Galdos (los otros fueron Juan Valera y Josè Marìa de Pereda).
A criterio de quien escribe este texto preliminar, “Quilito no se centra exclusivamente en la quiebra de la Bolsa y en sus derivaciones. (...) La difìcil y conflictuada sociedad del noventa encuentra en Quilito un reflejo fiel y acabado. En sus pàginas quedò impreso para siempre el retrato de las costumbres, las formas de ser, de relacionarse y de sentir en las que se gestò la esencia del argentino de hoy”.
En la obra aparecen inmigrantes de distintas nacionalidades, a los que Ocantos retrata en forma diferente. Siente predilecciòn por el personaje inglès, en el que hace encarnar todas las virtudes, al tiempo que demuestra desdèn por los italianos. El portuguès, en cambio, le parece corrupto y oportunista, a juzgar por los apelativos con que lo evoca.
Ocantos no se cierra a la postura generalizada en su època, que consistìa en combatir la inmigraciòn. El advierte los rasgos buenos en los criollos y en los inmigrantes, y tambièn sabe ver en ambos grupos los procederes que evidencian la decadencia moral y que llevan a una existencia desgraciada o, incluso, a la muerte.
En la casa de Quilito trabajaba una italiana: “Un apetitoso olor de guisado salía de la cocina abierta, donde una genovesa cerril movía espátulas y zarandeaba cacerolas, envuelto en el humo espeso del asado, que chirriaba sobre las parrillas"” Más adelante dirá de esta mujer que cantaba “un aire de su país, con acompañamiento de platos y cacerolas”.
Habla también Ocantos de un “italianito vendedor de diarios”, lo cual podrìa llevarnos a pensar que ubica a los italianos en trabajos que no requieren estudio. No es asì, pues crea el personaje de Rocchio, un corredor de Bolsa, “un hombrazo con muchas barbas, italiano con sus ribetes de criollo”. Al igual que la genovesa, este hombre es descripto por Ocantos con rasgos animales distintos de los que caracterizan al inglès, los criollos y los indios; lo describe como “un italiano atlético, cuadrado, con las crines erizadas, cuya voz era un rugido; tan brusco en sus maneras, que un buenas tardes de su boca hacìa el efecto de un escopetazo a quemarropa, y un apretòn de manos producìa la sensaciòn de arrancar el brazo, a tirones, brutalmente. Trabajador, eso sí, como una mula de carga, y ahorrativo como una hormiga; Rocchio no perdía un minuto de su día comercial, ni gastaba un centavo más de su cuenta del mes”.
Muy diferente era el usurero Raimundo de Melo Portas e Azevedo. De los italianos de Ocantos puede decirse que no tenìan muchas luces, ni una educaciòn refinada, en cambio el lusitano era para el autor una persona ruin. Lo define como “el ángel protector de empleados impagos y pensionistas atrasados, el agente de funeraria de toda quiebra, el cuervo voraz de toda desgracia, el pastor de los hijos de familia descarriados”. Vemos que utiliza también en esta oportunidad la comparación con animales, como lo hiciera con los italianos, pero el sentido es bien distinto.
A pesar de sus condiciones para vivir indignamente, el portuguès no es el peor en esta historia; alguien lo supera, y es, paradòjicamente, un criollo, para demostrar que Ocantos no es prejuicioso: “entre don Raimundo y èl, igualmente criminales y condenados a la mismapena por la opiniòn pùblica, habìa una capitalìsima diferencia: la que existe entre el ladròn y el ratero, no porque el portuguès se contentara con pequeños robos al por menor, que era un pez de primera magnitud, sino porque ante las hazañas de don Bernardino, quedàbase en mantillas”.
En Quilito, Ocantos escribe que la ola de emigraciòn europea nos aporta periòdicamente lo bueno y lo malo -al menos no piensa, como otros, que es todo malo-; Mister Robert, seguramente es el inmigrante ideal para el autor de las Novelas argentinas y para muchos màs. La oposiciòn entre los latinos incultos y el inglès culto nos hace pensar en Juvenilia (5), donde se hablaba de los vascos y del italiano, confrontados con la grandiosa figura de Monsieur Jacques. Evidentemente, el planteo no era nuevo; reflejaba, por otra parte, las preferencias del gobierno que –dice el historiador Exequiel Cèsar Ortega- “en los social favorecerìa cada vez màs la inmigraciòn, sobre todo la europea en general, perdidas bastante las esperanzas de la anglosajona y francesa en particular”.
Las cualidades del inglès no son tomadas como modelo por los jòvenes criollos que especulan en la Bolsa. Quilito “miraba a Mìster Robert y se encogìa de hombros con làstima. No, no se verìa èl en ese espejo. Allì estaba desde la mañana casi hasta la noche, la espalda encorvada, los dedos agarrotados sobre el lapicero, sentado en el banco de patas largas, sin descanso, sin distracciòn, esclavo del trabajo, prisionero del deber; y asì todos los dìas, todos los dìas... hasta que la enfermedad le clavase en el lecho, la vejez le baldara o le sorprendiera la muerte. Entretanto, habrìa pasado los mejores años de su vida sin gozarlos, dejando para otros el fruto de lo que èl sembrara...”.
No sòlo Mister Robert era probo; tambièn lo era su familia: el inglès “no concurrìa a cafès ni a teatros; su distracciòn ùnica, suprema, que saboreaba con el deleite de un goloso, era su familia: la mujer, un àngel; el hijo, otro àngel, y el padre, viejo patriarca de Irlanda, màs catòlico que el Papa y de una honradez a toda prueba; de esos caracteres que ya no se estilan y que, temerosos, se esconden en el santuario del hogar, como prenda pasada de moda, para no exponerse a la irrisiòn del pùblico”.
Tantas buenas condiciones no le garantizaron al inglès una vida tranquila. Fue arrastrado ala quiebra por los señoritos inùtiles, ya que “èl no traìa sino la inteligencia y el trabajo, que no alcanzan en plaza cotizaciòn alguna, menos cuando van refrendados por la firma del favoritismo”.
En la obra de Ocantos, de clara intenciòn moralizante, se advierte la inmigraciòn como presencia heterogènea, que encierra en su seno seres de diversas condiciones. Aunque el escritor siente predilecciòn por los inmigrantes de cierta nacionalidad, no por ello deja de señalar que el cosmopolitismo es peligroso para los valores nacionales. Esa era su visiòn de lo que acontecìa en el paìs, y lo testimoniò en su novela.

LA BOLSA, por Julián Martel. Prólogo de Diana Guerrero. Buenos Aires, Huemul. 

La atmòsfera de la Argentina de fines del siglo XIX es descripta por el historiador Exequiel Cèsar Ortega, quien escribe: “Las medidas econòmicas y financieras oficiales, de todo tipo, se encaminaron hacia las soluciones desesperadas. El esfuerzo por reducir desniveles se reflejò hasta en los cambios de los ministros de Hacienda, emisiones monetarias clandestinas, proyecto de nuevas ventas, concesiones y emprèstitos, circulaciòn de emisiones derogadas ya... Hasta que llegò el llamado presidencial de Juàrez Celman contra la fiebre especuladora y que exhortaba en cambio a la cordura en inversiones, negocios, gastos y juego de Bolsa “a pase y diferencia” (1).
Algunas obras literarias reflejan la crisis de la Bolsa de Comercio y la revoluciòn de 1890. Son novelas que aparecieron como una manifestaciòn de los creadores frente a una situaciòn; ellos buscaron moralizar y demostrar los peligros que se corrìan si no se cambiaba el rumbo.
Andrès Avellaneda escribe al respecto: “Hacia el 90, como una consecuencia de la crisis que vive el paìs y uno de cuyos sìntomas màs agudos es probablemente el crack financiero que se produce en la Bolsa para esa fecha, este naturalismo se hace social, recoge la temàtica de esa crisis, y documenta el fenòmeno en una serie de novelas que, por ese mismo motivo, ha sido llamado ‘el ciclo de la Bolsa’ “ (2).
Irene Ferrari realiza una valoraciòn de las obras a las que nos referimos. Ella escribe: “Varios de nuestros escritores buscaron comprender lo ocurrido y dejar constancia de ello. Las once novelas de esta etapa, de escaso valor literario, fueron llamadas posteriormente ‘el ciclo de la Bolsa’. Entre las màs representativas estàn Horas de fiebre, de Segundo Villafañe, y Quilito, de Carlos Marìa Ocantos. Pero la ùnica reconocida por la posteridad es la de Martel” (3).
Diana Guerrero coincide con la ensayista en la valoraciòn de las novelas: “Un año despuès de la revoluciòn y de la caìda de Juàrez Celman aparecieron La Bolsa y Horas de fiebre de Segundo Villafañe, y en Parìs Quilito, de Carlos Marìa Ocantos. Cinco años màs tarde Pedro Morante publica Grandezas. En las pàginas de estas cuatro novelas se suceden escenas de los lugares màs significativos en la vida porteña de ese momento: Palermo, el Hipòdromo, Florida, el Club del Progreso, pero particularmente describen el edificio y la actividad de la Bolsa. Todos coinciden en censurar las costumbres y la moral de ese momento tan convulsionado de nuestra historia. Los ecos de la revoluciòn y de los acontecimientos que la precedieron se prolongan en otra novela aparecida en 1898: La Maldonada, del periodista español Francisco Grandmontagne, incorporado a la vida argentina. Pero posiblemente el relato que pinta màs acabadamente ese momento històrico sea La Bolsa” (4).
Andrès Avellaneda señala que “dos grandes grupos de novelas filiadas en mayor o menor grado al naturalismo, se refieren a los temas decisivos en el momento ochentista: el inmigrante y la fiebre financiera”. Entre las novelas protagonizadas por inmigrantes menciona En la sangre de Cambaceres, Inocentes o culpables de Argerich, Bianchetto de Adolfo Saldìas y Teodoro Foronda de Francisco Grandmontagne, ademàs de algunas de las Novelas argentinas de Carlos Marìa Ocantos.
El otro grupo de novelas –el que tiene que ver con la Bolsa- aparece con celeridad: “El mismo año de la crisis se publica Abismos de Manuel Bahamonde; al año siguiente aparecen La Bolsa, de Juliàn Martel (Josè Marìa Mirò); Quilito, de Carlos M. Ocantos; y Horas de fiebre, de Segundo I. Villafañe”.
No termina aquì la producciòn al respecto: “El tema sigue interesando a los novelistas a partir de 1891 –agrega-: Grandezas (1896), de Pedro G. Morante; Quimera (1899), de Josè Luis Cantilo, prolongan una lìnea temàtica que llega hasta Roberto J. Payrò, con Divertidas aventuras del nieto de Juan Moreira (1910)”.
“Escasa informaciòn ha sido recogida acerca de la existencia de Josè Marìa Mirò, conocido literariamente como Juliàn Martel –escribe Noè Jitrik. Sin embargo, hay dos hechos relevantes que vinculan su vida con su obra: fue pariente pobre de una poderosa familia cuyo palacio se levantaba donde hoy està la Plaza Lavalle y, como consecuencia de ello, tuvo que trabajar en el periodismo, de cuyo anonimato emergiò por esta novela, la ùnica que escribiò. (...) Al parecer, cuando tenìa 20 años se acercò a la Bolsa para inicarse en las operaciones con la esperanza, muy comùn en esa època, de enriquecerse ràpidamente para poder conquistar asì el corazòn de una mujer. Es verosìmil que eso haya sucedido, asì como la pèrdida de todo su dinero. Posteriormente a esos episodios, es decir hacia 1888, entra al diario La Naciòn como cronista volante, episodio trascendental en primer lugar porque constituye un excelente puesto de observaciòn, luego porque siendo una tarea anònima no le concede el reconocimiento esperado”.
“Durante 1890 escribiò La Bolsa; la ùltima frase fue redactada el 30 de diciembre. Dos hechos notables pueden observarse: el primero es que siendo una obra realista y de actualidad no ha incluido como tema la revoluciòn del mismo año; el segundo es que en el mismo año se publicò en Francia L'Argent, novela mediante la cual Zola investiga y condena el sistema financiero. (...) La Bolsa aparece en folletìn en La Naciòn desde el 24 de agosto hasta el 4 de octubre de 1891, con gran èxito de pùblico y de crìtica”.
El crìtico considera que la obra fundamental de este ciclo –la de Martel- tiene importancia desde diversos puntos de vista, a pesar de su escaso valor literario: “La Bolsa es una obra literariamente poco importante, inmadura, pero que asì y todo expresa varias cosas de interès; en primer lugar hay, conscientemente o no, una tentativa por trascender la literatura del 80 en su fisonomìa màs exterior; en segundo lugar, muestra un escritor desclasado, emergente del periodismo y que anticipa, por esas razones, un nuevo tipo de escritor, el profesional; en tercer lugar, se trata de un libro inspirado en hechos contemporàneos, ubicado en una actualidad, comprometido polèmicamente con sus interpretaciones” (5).
El propòsito moralizante aparece en la obra de Martel, en la que una mujer observa còmo su marido, estudiante brillante de otros tiempos, se ve envuelto en la fiebre especuladora. Le advierte cuàles seràn las consecuencias de su actitud, pero “no logrò convencerlo ni aquel dìa en que con sus dos hijos en brazos (dos preciosuras, frutos de sus amores)le preguntò si correrìa el peligro de verlos expuestos al deshonor o a la miseria”.
El narrador tambièn advierte al personaje que, enceguecido, no puede escucharlo: “¡Come, come, insigne doctor, saborea despacio los manjares que te presentan, porque los bolsistas como tù, sàbelo bien, no tienen nunca seguro el pan de mañana!...”. El narrador le habla asimismo al lector, a quien hace partìcipe de sus funestos vaticinios: “Con su ancha cara bondadosa disfuminada en una expresiòn de insana codicia, oyèrais hablar a aquel ministro de emisiones clandestinas, de grandes negocios solapados que, al aumentar la fortuna de S. E., seràn màs tarde la ruina y el deshonor de la patria”.
Escribe Martel: “la raza semita, arrastràndose siempre como culebra, vencerà, sin embargo, a la raza aria”.
Noè Jitrik analiza la visiòn del inmigrante en esta novela: “Hay dos razones aparentes de culpabilidad; una es polìtica, el règimen juarista, la otra es moral, la de los que medran con el sistema, Granulillo, Armel y los otros; pero los verdaderos culpables son otros, los agentes corruptores, los que frìamente traman apoderarse del paìs y destruir a sus hombres y, especialmente, su sentido moral: son los judìos y en ellos se detiene la mirada profunda, sagaz; hay una esencia en ellos a que debe remitirse toda comprensiòn del fenòmeno. Varias veces los judìos son atacados ya sea por personajes ya por el narrador; quien los defiende es el personaje màs corrompido, Granulillo. Glow los ataca con argumentos de Edouard Drumont, cuyo libro, La France juive (1886), cita. Sorprende sin embargo que en la novela no se haga actuar concretamente a un personaje judìo sino que todas las acusaciones sean de caràcter general. Los ‘culpables’ estàn establecidos; se lo ha encontrado ya sea porque estaban en el ambiente, ya porque el argumento sirve para escamotear un anàlisis màs concreto de responsabilidades actuales”.
“Segùn algunos crìticos, Bagù entre ellos, no existìa problema judìo en el paìs -agrega-; todas las referencias literarias anteriores son incidentales; las manifestaciones del propio Sarmiento (Condiciòn del extranjero en Amèrica) tienen un caràcter teòrico; en 1888 entraron al paìs 8 familias judìas, al año siguiente 136 y casi todos se fueron al interior. El judìo viene a ser lo extranjero por antonomasia y, en una concepciòn naturalista, un objeto privilegiado pues no ha mezclado su sangre. Lo màs probable es que el ataque sea contra los extranjeros en general, lo cual le restituye el alcance de alegato antirroquista que se va constituyendo a partir de la aplicaciòn del plan roquista, especialmente inmigratorio. En consecuencia, su profecìa de ruina cubre la moral de la naciòn entera, fiscaliza todo un sistema polìtico y canaliza el resentimiento de los que estàn fuera de èl; el prototipo de este alejamiento es el general Mitre, cuyo diario publica este folletìn”.
“La lectura màs superficial e ingenua de La Bolsa de Juliàn Martel sorprende por la enorme carga de xenofobia y antisemitismo –afirma Gladys Onega. (...) Los protagonistas del drama se convierten en un ente abstracto llamado judaìsmo internacional; los instrumentos, algunos patricios argentinos ‘contagiados’ (de acuerdo con la terminologìa naturalista); las vìctimas, otra vez, los mismos patricios. ¿Cuàl es la actuaciòn de la clase media y del proletariado en la crisis? Ninguna. ¿Cuàl es la funciòn del inmigrante? La imagen que tiene Martel sobre la inmigraciòn masiva està subordinada a la del tipo argentino aristocràtico y ambas, a su vez, a la del judìo que es el deus ex machina de la concepciòn irracionalista de la economìa”.
Los inmigrantes son los culpables de la crisis. Asì pensaba la clase alta; asì lo dejò escrito Martel. 

CUENTOS FANTÁSTICOS, por Eduardo L. Holmberg. Hachette. 

En su estudio acerca de la imaginación en la generación del 80, Adolfo Prieto se refiere a Eduardo Ladislao Holmberg, escritor que nació en 1852 y falleció en 1937. EI critico señala que "Como en Poe, autor tan leído y citado en esos años, el manejo de la metodologia de las ciencias, indujo a Holmberg, despues de estos primeros ensayos, a tentar esa variante de la fantasia científica que es la literatura policial o detectivesca. Fue acaso el primero que en la Argentina cultivó esta especie literaria. si nos atenemos al concepto que obliga a sus animadores a la observancia del metodo lógico-deductivo y a la aplicación de los conocimientos cientificos adecuados».
En un trabajo acerca del modernismo y la narrativa, Rodolfo A. Borello afirma que algunos autores -Cane. Monsalve, Holmberg- pueden ser considerados premodernistas por la tematica que abordan. «La obra de Holmberg, de desigual calidad -comenta-, es un buen testimonio del ambiente que vivia Buenos Aires por esos años, en el que se mezclan los estertores del romanticismo con la creciente influencia de escritores simbolistas y parnasianos franceses, junto a Hoffmann, Poe y Conan Doyle».
Y como es «un buen testimonio», no podia faltar en ella la referencia a la inmigración con ]a que conviven los argentinos en su tiempo, evidenciada en varios personajes a los que el escritor evoca en distinta manera. EI mismo Holmberg era descendiente de europeos, pero nobles y lIegados al pais al iniciarse el siglo XIX, lo cual marca una diferencia fundamental con los extranjeros que arribarian decadas despues. «Por sus antecedentes hereditarios, la sangre que corre por sus . venas es sangre de patriotas y de argentinos ---escribe Martin Garcia Merou en sus Recuerdos literarios-; aunque su abue]o, ei baron de Holmberg, que tomó una participación directa en ]as campañas de la Independencia, fuera compatriota de Humboldt». AI respecto, señala Antonio Pages Larraya, en el estudio preliminar a los Cuentos fantásticos que Hachette publico en 1957: «EI abue]o de Holmberg, Eduardo Kannitz, Barón de Holmberg, pertenecia a una casa antiquisima de Moravia. Nació en Trento (Tirol); IIegó de Europa en el año 1812 con San Martin y Alvear en la fragata 'George Canning'; fundó familia en nuestro pais y se lo recuerda por su valiente actuación en los ejercitos del Norte y en las luchas por la Independencia; participó en el combate de Las Piedras y mandó la artilleria en ]a batalla de Tucuman».
En “La pipa de Hoffmann” es evidente -a criterio de Pagés Larraya- la consubstanciación de Holmberg con el atormentado escritor alemán. EI mundo de Hoffmann, lIeno de sugestivas presencias fantasticas, nunca está ausente de su espiritu. Sin proponérselo, a veces lo erige en su modelo». EI poseedor de la pipa era un inmigrante que falleció, circunstancia que permitió al narrador apropiarse del preciado adminículo: «Tenia un amigo aleman que murio en el ultimo cólera. y lo mas particular es que este cólera no era ni asiatico, ni esporádico, ni etcetera, sino cólera sencilla y Ilanamente». Lo describe físicamente: «Era de mediana estatura, proporcionalmente delgado, cara oval, ojos negros, pestañas largas y vestía siempre traje del mismo color de sus ojos y de su cabello, negro tambien. AI verle era difícil no reconocer en él un representante de Ia raza hebrea. Y en efecto, Isaac era hijo de un judio de Leipzig, que había hecho su fortuna comprando, y sobre todo vendiendo trapos y diarios viejos».
EI narrador destaca las condiciones intelectuales del extranjero: «Conocía profundamente la historia y la literatura antiguas, las pocas reliquiasde la edad media, y era capaz de apreciar los grandes hechos y los grandes hombres de los. tiempos modernos y contemporaneos» Dialogaban sobre temas variados: «A veces conversabamos sobre Ia situación politica del pais, otras comentábarnos la buena o mala calidad de la cerveza y la influencia benefica o perniciosa que ejerce en el espiritu y más de una vez dejamos de ocuparnos de la cerveza para pensar en Schiller, leer el Fausto o saborear la etica de Spinoza”.
«En los ultimos relatos de Holmberg hay huellas, aunque difusas muy reconocibles, de otro gran escritor: Edgar Poe -asevera el prologuista-. Es visible en Nelly la envoltura poética de Ligeia -que todos los criticos señalan-, tambien presente en el espíritu de su amante despues de muerta". En ese texto relata lo sucedido a un inglés que conoce ya adulto su verdadera identidad. Edwin es recordado como «un caballero perfecto, vinculado a la Legacion británica», que les «ha sido presentado por eI ministro ingles». El personaje era, en realidad, hijo de] matrimonio secreto entre una inglesa y un argentino y regresó a Europa por motivos personales, aunque había decidido establecerse en Buenos Aires.
«La casa endiablada tiene para nosotros tres motivos de interés –destaca el catedrático-: es la primera obra de imaginación a la que trastada nuestra realidad ciudadana; es la primera novela policial escrita en el pals, y finalmente; es la primera en la literatura universal en que se descubre un delito por el sistema dactiloscópico”.
La trama da lugar a que Holmberg presente inmigrantes de diversa procedencia y nivel social. Los italianos que evoca son de humilde condicion. Los hay verduleros y carreros. Así recuerda a uno de ellos: «a poca distancia se veía un pequeño carro de elásticos, en el que venían algunos muebles. Un carrero napoIitano manejaba los dos caballos de tiro y a su lado un negro alto y fornido, como de sesenta años, Ie señalaba con e] brazo Izquierdo levantado». EI negro era un criado, mientras que el peninsular -al que el escritor llama pomposamente “el partenopeo” era contratado para la ocasion.
Holmberg alude al italiano como a una persona sumamente supersticiosa: «La sorpresa del carrero saltó al colmo apenas el negro alzó la mano. - ¡Ma ayá non ne gh'entro, pe la Marona: non ne gh'entro!- dijo, haciendo una cruz con el pulgar y el indice de la derecha y besándola". EI temor es tanto que hace que el napolitano se comporte en forma desusada, lo cual da oportunidad al escritor para deslizar una critica a la colectividad: «EI carretero saltó de su asiento, trabó la rueda con cadena, y, contra la costumbre de sus covesubianos, bajó los muebles en un abrir y cerrar de ojos». Holmberg se refiere asimismo al idioma del inmigrante, que refleja -como hemos visto- en sus cuentos: "EI napolitano confesó que tenia miedo, mucho miedo. mas de lo que podia soportar un hombre ,,,lo juró, lIoró, y, mas que todo, temblo: y cada vez que, en su lenguaje pintoresco, hacia uso de gestos exagerados y veía la casa, besaba la cruz de antes e invocaba a la Madona y a algunos santos que el negro no conocía ni de vista ni de nombre. particularmente a un tal Sando Nugola”. No solo el idioma es evocado, sino tambien una peculiar forma de expresarse y la creencia en santos que traia desde su tierra.
Otros peninsulares aparecen tambien en el relato, a] remontarse al pasado la acción. Cuando el propietario viajó a Europa, cerca de 1883, la casa quedó en poder de un matrimonio italiano". Como el ya mencionado, el inmigrante «era carrero, y la mujer se ocupaba en criar aves». Al igual que su paisano, eran supersticiosos, ya que la pareja se negó a habitar ]a casa: Dice eI juez al dueño: "Pocos dias despues de su partida, vino a verme el marido y a entregarme las lIaves. Estaba muy pálido, y me confesó que se mudaba de miedo». EI juez tiene una elevada concepción moral de esta gente,de la que afirma: «Es un individuo excelente, y lo mismo la mujer. El sigue con su carro, y ella con sus gallinas».
EI crimen fue perpetrado contra un inmigrante de una nacionalidad menos frecuente. Sigue el relato del juez: “A principios de 1884, y unos tres meses despues de partir usted para Europa, vino de Santa Fe a Buenos Aires un co]ono suizo lIamado Nicolas Leponti, el cual, gracias a su actividad, a su esfuerzo. a su energia y a su inteligencia, habia logrado reunir una fortuna que, si bien modesta, Ie permitía ocupar en la colonia una posición desahogada, y prestar, a sus compatriotas, servicios que le habían valido la estimación general”.
Holmberg pone en boca del loro con cuya colaboración se esclarece el asesinato, consideraciones del criminal acerca del corajedel europeo: «-Y era guapo el gringo... y duro para morir... ¿se acuerda, amigo?" Este inmigrante encontró su fin cuando intentó hacer una operación comercial relacionada con su actividad: “EI suizo queria comprar gallinas de raza, y sabiendo eI 17 que aquella casa estaba sola, se dirigió a ella y allí consumó el crimen». Como Ie sucedió a tantos colonos, «La tierra cubrió el cuerpo de Nicolas Leponti,el aguardiente y el monte devoraron en pocos dias el producto del crimen, y el misterio envolvió todo durante cinco años».
Alemanes, ingleses, italianos y suizos forman parte del universo literario creado por Holmberg, quien, además de novelista policial, es un retratista de la sociedad finisecular, a la que describe con gracia. 

LA REJION DEL TRIGO, por Estanislao S. Zeballos. Madrid, Hyspamèrica, 1984.
Si se recuerda a Estanislao Zeballos, es por su literatura de frontera. Callvucurà y la dinastìa de los piedra (1884), Painè y la dinastìa de los zorros (1886) y Relmu, Reina de los pinares (1887) son –a criterio de Adolfo Prieto- “las màs valiosas de toda su producciòn” (1). Sin embargo, no se agotò allì el talento de este estadista, legislador, periodista y escritor que siendo muy joven nos legò obras que sorprenden por la documentaciòn consultada y por la fuerza con que expone su tesis.
Teniendo menos de treinta años –habìa nacido en 1854, en Rosario-, concibiò el proyecto de un tratado en varios volùmenes en el que presentarìa diversos aspectos geogràficos y que llevarìa por tìtulo general Descripciòn amena de la Repùblica Argentina. De esta ingente obra aparecieron sòlo tres tomos: Viaje al paìs de los araucanos (1881), La rejiòn del trigo (1883) y A travès de las cabañas (1888).
Es en el segundo de ellos en que Zeballos realiza una interesante apologìa de la inmigraciòn, llamativa sobre todo por provenir del hombre que fundara la Sociedad Rural Argentina.
En La rejiòn del trigo (2) sostiene que “Es peculiar de los hombres primitivos y de las sociedades embrionarias huir de la luz que redime como de la llama que quema”. Por el contrario -afirma-, “si el viajero es como yo, argentino de buena ley, se encanta en el sentimiento patriòtico, en el noble y justo amor a nuestra tierra de que hacen orgullosa ostentaciòn los colonos”, por ejemplo, “cuando acostumbran hacer un intermedio a media fiesta para tributar homenage à la Repùblica Argentina bailando un aire nacional: el gato”. Tanto los nativos como los extranjeros se benefician con la apertura de la inmigraciòn, ya que –señala- “Un colono colocado es una fuente de riqueza privada y de renta pùblica”.
Se refiere a las corrientes de la inmigraciòn: “Dos corrientes notables caracterizan el movimiento emigratorio de Europa. Los hijos del Norte, principalmente los Anglosajones, los alemanes y escandinavos, se dirijen hàcia los Estados Unidos y la Australia, atraidos por afinidades de raza, de religiòn, de hàbitos y de clima. La raza latina, dueña de la Europa meridional, se encamina casi esclusivamente à la Repùblica Argentina, cuyas instituciones hospitalarias, un clima templado y saludable, el orìgen y la lengua brindan el teatro soñado para las espansiones del hombre que aspira à la riqueza y à la libertad”.
“No existe paìs sobre la tierra donde los estrangeros gocen de mayor amparo, de estìmulos màs positivos y de privilejios màs atrayentes y completos que en la Repùblica Argentina –asevera-. Conservan desde luego su nacionalidad y su relijion, al amparo de una constituciòn adelantadìsima, que ofrece sus derechos y garantìas à todos los hombres del mundo que quieran habitar el suelo argentino. Gozan de libertad de trabajo y de industria, de navegaciòn y de comercio, de peticiòn à las autoridades, de trànsito en el territorio nacional, de publicar sus ideas por la prensa sin censura prèvia, de enseñar y aprender y de asociarse con propòsitos ùtiles, coronando el cuadro de estos derechos el de propiedad, sin trabas ni condiciones (Artìculo 4 de la Constituciòn)”.
Como prueba de ello, nos habla de la transformaciòn que se opera en el extranjero que se establece aquì. Cuando arriba a nuestra tierra, su situaciòn es lamentable: “Mirad al colono en el muelle, pobre, desvalido, conducido hasta allí después de haber sido desembarcado á espensas del gobierno, sin relaciones, sin capital, sin rumbos ciertos, ignorante de la geografía argentina y de la lengua castellana, lleno de las zozobras y de las palpitaciones que agitan al corazón en el momento supremo en que el hombre se para frente a frente de su destino para abordar las soluciones del porvenir, con una energía amortiguada por la perplejidad que produce la falta de conocimiento del teatro que se pisa, y las rancias preocupaciones sobre nuestro carácter, el más hospitalario del mundo por redondo y el más vejado en Europa por nécias o pérfidas publicaciones. Solamente lo alientan en tan extraña situación de espíritu las aptitudes que lo adornan y la voluntad de hacerlas valer”.
Tiempo despuès, hallamos al colono ya establecido: “Venid ahora conmigo à ver à este mismo inmigrante en el primer grado de su transformaciòn social. Hèlo aquì! Sale à recibirme en su hogar, porque ya tiene un hogar. Su espontaneidad y la espresiòn de alegrìa sincera en su semblante tostado y percudido, dicen con toda verdad el bienestar de su alma. ¡Cuàn hermoso es el contraste!”.
Acerca del nùmero de inmigrantes que llegan a nuestro paìs, señala: “A pesar de estas maravillosas seducciones la inmigraciòn nos llega en una corriente apenas perceptible, comparada con la cifra de seiscientas mil almas que ingresan anualmente à los Estados Unidos; y el cultivo de los campos solitarios se retarda por falta de brazos, devorada su savia por selvas inexploradas o por infecundos pajonales".
Sostiene que “La causa de la lenta fecundaciòn de tan soberbios elementos de Civilizaciòn, ni es por consiguiente asunto esencial, sinò de procedimientos: y hasta ahora hemos procedido erròneamente”.
Distingue entre inmigraciòn espontànea y artificial. Cree que lo que debe hacerse es “limitarse a estimular la inmigraciòn espontànea”, la que “se mueve por sì misma y paga su viaje, atraìda por noticias adquiridas de las ventajas que le proporcionarà nuestro teatro de trabajo, ò decidida por consejos ò proposiciones y aun contratos que le brindan sus parientes y amigos establecidos felizmente en la Repùblica”.
“La inmigraciòn artificial nos ha llegado por obra y efecto de la acciòn de agentes gubernativos enviados à Europa à reclutarla. Los medios empleados han sido muchos y malos. El enganche se hizo durante la guerra del Paraguay para remontar los cuerpos de ejèrcito de lìnea, y se practica actualmente para engrosar los ejèrcitos que empleamos en construir ferro-carriles”
“La propaganda ha sido empleada con elementos ineficaces, apenas perceptible y solamente en las grandes capitales, de donde nos enviaba brazos ùtiles en proporciòn inferior à la de los ancianos, invàlidos, viciosos, incorrejibles y holgazanes, que se acumulaban en Buenos Aires, principalmente, sirviendo en los pequeños oficios, en las obras y en los talleres. En esta inmigraciòn oficial no escaseaban criminales”.
“Estos reclutamientos, como los hechos por cuenta de los gobiernos para formar colonias, han sido generalmente deplorables, con numerosas excepciones por la mala calidad de la inmigraciòn del punto de vista de nuestros propòsitos y necesidades y por las esplotaciones pecuniarias de que el Gobierno como los mismos inmigrantes han sido vìctimas a veces”.
A su criterio, muy distintos son el inmigrante espontàneo y el oficial: “Aquel es confiado, resignado, enèrgico, perseverante y lleno de fè y de iniciativa. Este viene, como el niño mal criado, soberbio, exigente, sin iniciativa, poco dispuesto al rudo trabajo y esperàndolo todo del Gobierno: comida, ropa y riqueza. El espìritu de protesta y de rebeliòn palpitan en su manera de proceder; y el trabajo y la fatiga son para èl una injuria, un tormento, un martirio, contra el cual grita y se alza dicièndose engañado”.
Condena “el sistema de promover y reclutar oficialmente la inmigraciòn La palabra de los agentes y de los contratistas està desacreditada en Europa desde el siglo pasado. No solamente es ineficaz: no es siquiera oìda”.
Otro de los problemas que advierte es la ausencia de datos acerca de los inmigrantes que arriban a nuestro paìs: "El estado de abandono de estos asuntos raya en lo asombroso, en cuanto el Departamento mismo de Inmigraciòn ignora las cifras, que debieran serle familiares y su colecciòn prolija uno de sus primordiales deberes”. Señala “la urgencia de implantar un procedimiento regular que ofrezca los guarismos exactos del vaivèn de nuestra poblaciòn sobre la inmensa vìa del Atlàntico”.
Su aporte va màs allà del planteo de la situaciòn que se vive a fines del siglo XIX. Intenta producir un cambio, y lo harà desde su banca: “Este libro quedarìa trunco –expresa- si no condensara sus hechos y conclusiones en la forma positiva de un proyecto, que mi posiciòn de diputado nacional me permite introducir al seno mismo de los poderes pùblicos”.
En su “Ley de Estrangeros” se ocupa de la organizaciòn del Departamento Nacional de Inmigraciòn, Colonizaciòn y Agricultura, la administraciòn de las Tierras Pùblicas, la naturalizaciòn, la contablidad, la estadìstica y publicidad, entre otros asuntos, que permitiràn –desde su punto de vista- incrementar el nùmero de inmigrantes y lograràn, al mismo tiempo, que lleguen a nuestra tierra los màs motivados, quienes encontraràn, sobre todo en las colonias del interior, una vida apacible y pròspera, a pesar del enorme esfuerzo que deban realizar. 

MIS MEMORIAS Infancia-Adolescencia, por Lucio V. Mansilla. París, Casa Editorial Garnier Hermanos, 1904. 

Cuando escribe sus memorias (1), en Parìs, en 1904, Lucio V. Mansilla persigue un objetivo que define con estas palabras: “He querido escribir la vida de un niño, comentando lo indispensable, tratando de ser lo menos difuso posible al perfilar situaciones de familia, sociales, personales, a fin de no fatigar la atenciòn del lector; esforzàndome por ùltimo en vivificar el gran cuadro pintoresco, animado, siempre interesante, del paìs que fue en otra edad la Patria amada; que me ha hecho lo que soy”.
Guillermo Ara destaca que el propòsito de Mansilla lo lleva “a pintar con su imagen la imagen del tiempo que ha vivido segùn lo revelado por los propios sentimientos, sin desdeñar el testimonio de sus contemporàneos; a mostrar la sociedad, los hombres, las ideas y las costumbres a fin de reconstruir el pasado, cosa ‘de grandìsima enseñanza –afirma- en unos pueblos donde, por desgracia, se piensa poco por cuenta propia’ “ (2) .
El tiempo evocado abarca desde 1831 -año de nacimiento del escritor- hasta 1848, aproximadamente, año en que su romance con una modista francesa culmina en un viaje organizado por el padre del joven, hacia la India.
En esta obra, Mansilla hace reiteradas alusiones a la època gobernada por su tìo, don Juan Manuel de Rosas, y no escatima juicios sobre esos tiempos. Esta es una de sus opiniones: “¿No serà que a este pariente –lo mismo que a otros- le ha dado en cara mi libro Rozas. Ensayo històrico-psicològico, y que, no habiendo perdido el pelo de la dehesa, cristalizado en sus convicciones de antaño, ha querido castigar al sobrino (desagradecido, traidor, son vientos que me han llegado), como si por querer, como yo le querìa a mi tìo, estuviera obligado a encontrar que su larga dictadura no fue cruenta y, sobre todo, estèril para el paìs y para èl mismo?”.
Màs adelante, agrega: “Buenos Aires iba dejando de ser lentamente, muy lentamente, pero se sentìa y se veìa, la ciudad de los miedos y de los lamentos de 1840 a 1842, aunque despuès de 1845 –efecto de la intervenciòn anglo-francesa que abriò la navegaciòn de los rìos a cañonazos- empezaron las maquinaciones de partido preparatorias de la caìda de Rosas. Lo que ha de ser serà. La irresponsabilidad induce, arrastra, precipita, tendrìamos una Camila... el estigma”.
Rodolfo Vinacua señala que de las memorias, se rescatan “muchas pàginas de gran belleza y de imponderable valor documental. En ellas se ve vivir con ricos detalles a la gran aldea que no se habìa abierto aùn al inmigrante, y si bien la verdadera intimidad del protagonista escapa, porque no està dada, se encuentra en cambio una abertura hacia la intimidad de las viejas casonas y de las viejas familias patricias. Asì la lectura de las Memorias resulta valiosa para el conocimiento de la vida menuda de la ciudad, y algunas de sus pàginas adquieren un indudable valor històrico y sociològico” (3).
A los padres, el autobiògrafo los presenta con muchas cualidades, y dice que al padre lo respetaba, mientras que a la madre le temìa. Tanto uno como el otro, no obstante sus caracteres disìmiles, estaba de acuerdo en la necesidad del castigo fìsico para educar correctamente a los hijos. Mansilla encuentra una explicaciòn para esa actitud: “En cuanto a lo otro, a lo de cascarme –recuerda-, su sistema era el antiguo, agravado por las costumbres coloniales, la esclavitud, las encomiendas de indios” y hallaba un sustento religioso para esta convicciòn: “La Biblia dice: ‘No le escasees al muchacho los azotes que la vara con que le dieres no ha de matarlo’. Pues me daban con frecuencia, sin irritarse, como quien le aplica al doliente una cataplasma caliente”. Pero, segùn parece, la educaciòn era sexista en lo relativo a los castigos fìsicos, porque a su hermana Eduarda los padres jamàs la tocaron, y al hijo esto nunca le llamò la atenciòn, “de tal manera el instinto me decìa que hay cobardìa o crueldad en pegarle a una mujer”.
En la escuela, las cosas no era màs sencillas. Asistiò a la escuela de don Rufino Sànchez, una escuela “de palmeta y rebenque de lonja”. Sobre este modo de enseñar, opina Mansilla: “Ya he dicho que el règimen era el de ‘la letra con sangre entra’. No lo discutirè. Pero me parece y lo digo casi contrito, con cierto remordimiento de conciencia, que allì donde hay demasiada disciplina tiene que faltar un poco de ternura”.
Cuando los que cometìan una falta eran los sirvientes, el castigo que se les aplicaba era el bochorno: “Rompìan algo, un plato, una fuente, un vaso. Les ataban los pedazos al cuello y asì andaban por penitencia”. Y agrega: “Raras eran las casas que no contaban con el servicio domèstico, a màs de lo conchabado, negritos, mulatitos, chinitos, que si no eran propiamente esclavos, tales parecìan”. Cabe mencionar al respecto lo que narra sobre uno de los sirvientes: “aprendì yo a andar a caballo sobre los lomos del negro Perico, que todos los nietos querìamos a cual màs, hijo de un esclavo. Perico se ponìa en cuatro pies, trotaba, galopaba y hasta corcoveaba y ¡pataplùm!, allà iba yo al suelo cuando lo hincaba demasiado con las espuelas”.
Otra forma de esclavitud es, para Mansilla, la inmigraciòn, pero es una esclavitud de la que pueden resarcirse, a su entender: “El italiano no había comenzado aún su éxodo de inmigrante. De España, en general del Ferrol, de La Coruña, de Vigo sobre todo, sí llegaban muchos barcos de vela, rebosando de trabajadores, aprensados como sardinas, cuyos consignatarios más sonantes se llamaban Enrique Ochoa y Ca., Jaime Lavallol é hijos. En cierto sentido eran como cargamento de esclavos. Husmeando se verìa confirmado: que el esclavo se hace liberto y el liberto se hace señor, capaz de comprar al màs pintado de sus primeros dueños”.
Sobre el papel que le aguarda al inmigrante en la sociedad argentina, expresa: “Y el vasto campo de la polìtica, de las aspiraciones que enaltecen, de los anhelos de justicia, ¿quièn lo fecundarà? ¿El inmigrante? Su misiòn es otra. Ambos deben ser ùtiles, en su esfera de acciòn. Està bien. Pero, como dice Ruskin, ¿què significa ‘ùtil’ y cuàl es la naturaleza de la utilidad?”.
Guillermo Ara analiza la importancia de este libro en el contexto en el que surgiò y su incidencia en la formaciòn de la naciòn: “Estas Memorias de Mansilla, como las Tradiciones de Pastor Obligado, como el Buenos Aires desde setenta años atràs, de Josè Antonio Wilde, como La gran aldeade Lucio V. Lòpez o las Memorias de un viejo de Vìctor Gàlvez (Vicente Quesada), realizaron una diagramaciòn moral y fìsica, material y social de medio siglo porteño, mientras Joaquìn V. Gonzàlez, en la Rioja, Martiniano Leguizamòn en Entre Rìos o Luis C. Alen Lascano en Santiago del Estero, aportaban lo suyo para una comprensiòn màs honda del interior argentino. Con ellos el paìs dejò de ser una fantàstica mancha verde-gris en la làmina de un mapa y comenzò a destacarse como un estado de conciencia, como una forma impregnada de significaciòn històrico-geogràfica”.
Por èste y por muchos otros motivos, resulta imprescindible la lectura de esta obra que habla de la historia cotidiana, de esa historia que difìcilmente encontramos en los libros, y que es tan importante para conocernos como naciòn. 

CUENTOS, por Fray Mocho. Buenos Aires, Huemul. 

Dice Eduardo Romano en un estudio sobre el escritor: ‘Heterogénea, polifacética, conflictiva, la realidad político-social que abarca de 1880 a 1910 contenía los gérmenes propicios para la aparición de una nueva literatura costumbrista’. Sostiene que la anterior ‘había coincidido con nuestra primera generación romántica y se había expresado en publicaciones como La Moda (1837-1838), cuyo principal animador fue Juan B. Alberdi; El Iniciador, de Montevideo (con la base del mismo elenco de la anterior); El Zonda sanjuanino, con que Domingo F. Sarmiento buscara emular a la revista porteña’. Considera que aquella era una ola de costumbrismo reformista, inspirada fundamentalmente en la prédica del español Mariano José de Larra y se manifestó, por lo menos, en “una página clásica de las letras argentinas: El Matadero, de Esteban Echeverría“.
En el resurgimiento de este género, señala la importancia de “una prensa periódica que aspiraba a presentar, por encima de las polémicas partidarias que hasta entonces la habían absorbido, otra clase de colaboraciones”. Menciona al respecto dos autores: “Ciertas notas de Bartolito Mitre en La Nación o los sueltos de actualidad insertados por Manuel Láinez en El Diario, al que dirigía, señalaron un rumbo”, pero fue –a su criterio- más significativo Juan Piaggio, una “figura, bastante desdibujada hoy día, cuyos artículos prefiguran –por el título, por la temática- lo que será el costumbrismo hacia 1900”.
Fue importante, asimismo, una publicación que comenzó a editarse casi al final del siglo: “fue con la aparición de Caras y Caretas (1898-1939) que el género costumbrista halló canal de transmisión indicado, pues sus páginas estuvieron casi enteramente dedicadas a la captación y procesamiento de la actualidad porteña mediante fotografías, acompañadas o no de comentarios; reportajes; cuadros de costumbres; escenas callejeras; viñetas; aguafuertes, etc., sin negar un espacio a las tradiciones y a los Tipos y paisajes –así tituló sus colaboraciones al semanario Godofredo Daireaux- camperos”. En esta revista se publicaron los cuentos de Fray Mocho.
En estos cuentos, el escritor presenta escenas cotidianas, que podían ser protagonizadas por cualquier habitante de la ciudad. En ellas encontramos personajes verosímiles, con los que sin duda habría trabado relación, dada la fidelidad con que los describe y la coherencia con que los vemos actuar. Si bien es importante la habilidad para escribir, no lo es menos la capacidad de observación, y Fray Mocho posee ambas. Sus cuentos lo demuestran.
Muchos de estos personajes que retrata son inmigrantes. Entre las diversas nacionalidades que evoca, se destacan los italianos. Un comerciante de esa procedencia aparece en plena labor, intentando convencer a una compradora de que el producto que desea no es el adecuado, y le dice eso simplemente porque no tiene lo que la mujer le solicita. La descripción del inmigrante es elocuente: “Pascalino se siente arrebatado; las venas del cuello se le inflan, los ojos se le inyectan; le revuelve la bilis, evidentemente, la terquedad de una cliente que quiere longanizas cuando él no tiene y se encamina apresuradamente a su carro como para marcharse, pero vuelve con la misma rapidez, se encara con ella, desocupa la boca de la mascada que le dificulta la palabra, y dice con tono despreciativo, aunque casi lloriqueando de puro meloso y derretido: ‘-¡Ma!... Perqué non parlate guiaro allora?... ¡Voi volete artigoli fate con gose di pero!... ¡Ebene!... ¡Andate al meregato sui volete!... ¡Pascalino non dimenticará de la sua fama!’ ”. La reproducción del idioma del extranjero hace que su retrato sea aún más logrado, y evidencia el esfuerzo por adaptar su lengua nativa a la de la nueva tierra.
En “Instantánea”, es una italiana la que dialoga con un criollo, tratando en vano de convencerlo de que no le conviene vivir con ella: “Ma... ¿dícame un poco?... ¿Cosa li parece inamuramientos tra ina lavandiera e in bombiero? ... E anque... tra ina gringa come me e ono criollo come osté... que é propio in chino...”. El criollo no entiende razones, y lo expresa con estas palabras: “-¿Pobre?... ¡La gran perra, que había sido avarienta!... ¿Y tuavía querés ser más rica de lo que sos, mi vida?... ¡Pucha!... ¡si al pensar que me vi’a juntar con vos, me parece que me junto con el Banco e Londres!...”. El mismo tema es abordado por Fray Mocho en “Tirando al aire”, cuandro en el que un italiano, requerido de casamiento, afirma no poder hacerlo por estar ya casado en su tierra.
En “Carnavalesca”, el escritor desliza la crítica social, al afirmar que a la doméstica gallega, la patrona la explota. De la abusadora señora dice el personaje: “se aprovecha de que sos d’España para sacarte el jugo por unos cuantos centavos”. El retrato que hace del temible gallego hermano de la joven, es despectivo, ya que pone en boca de la doméstica este concepto: “Yo lo conozco a mi hermano y sé que a bruto y terco no le han de ganar muy fácil...”. Un italiano aporta su opinión, completando la imagen que Fray Mocho quiere dar de los peninsulares.
La conversación que se reproduce en “Nobleza del pago” evidencia en qué medida se confundían los orígenes de los habitantes de nuestro país. Una mujer cree que su abuela es vasca. A esa convicción, le responde una parienta: “Más bien tirab’a pampa o a correntina por l’habla... ¡Si era bosalísima! El viejo parece que se juntó con ella cuando andaba de picador de carros, p’allá, pa la cost’el Salao, que fue de an’de comenzó a internarse pa l’Azul...”.
En ese mismo texto se hace referencia a un inmigrante inglés que no era trigo limpio. Recordando la historia de su familia, dice un personaje: “Yo no sé, che, si eran nobles, pero sé que les caían y que con algunos hasta tuvo que ver l’autoridá, como le pasó a tu tío Ramón, que al fin se quedó en la calle, y a tu tía Robustiana, mal casada con un inglés que tenía el finao de mi padre de puestero y que lo pilló cerdiándole las yeguas, a medias con el juez de paz...”.
“En familia” cuenta la historia de otra supuesta inmigrante. En esta oportunidad, es un equívoco, pero de otra clase. “Que Pepa es portuguesa, decís? ¿Pero estás loco? –exclama una mujer. Si hemos ando juntas en l’ escuela ’e Misia Pamela y nos conocemos desde chicas... El padre’ra un chino gordo...”. El hijo aclara el malentendido: “no es portuguesa de nacionalidad sino de oficio... En los tiatros les llaman así ¿sabés? A las familias que sirven p’al relleno de la sala no más”. La madre le sugiere que vea si puede ser portugués en una sastrería, para que le arreglen la ropa y no deba hacerlo ella. La señora demuestra así haber incorporado el término a su habla cotidiana.
Estos y muchos más son los inmigrantes eternizados por Fray Mocho en sus colaboraciones escritas para Caras y Caretas. En esas páginas aparece como el testigo de un momento clave de la historia argentina, en el que supo ver con nitidez al hombre, más allá del fenómeno social. Simpáticos o no, sus personajes son esencialmente creíbles y es por eso que debe recurrirse a ellos cuando se trata de conocer nuestro pasado y la diversidad de nacionalidades que forman nuestro presente.



LOS GAUCHOS JUDIOS, por Alberto Gerchunoff. 

Alberto Gerchunoff nació en Proskuroff en 1883, y falleció en Buenos Aires en 1949. Fue escritor y periodista. “A su llegada a la Argentina, se trasladó con su familia a la colonia judía de Moisésville, en Santa Fe, y posteriormente a la colonia Rajil, en Entre Ríos. Allí transcurrió su infancia y trabajó de agricultor y boyero. En 1895 viajó a Buenos Aires, donde trabajó de obrero fabril, vendedor ambulante y, finalmente, en periodismo. Fue redactor del diario La Nación, donde publicó relatos sobre su niñez en Entre Ríos. Amigo de Juan B. Justo y Alfredo Palacios, se afilió al Partido Socialista. Entre sus obras se destacan Cuentos de ayer; Entre Ríos, mi país; Historias y proezas de amor; Pequeñas prosas, La clínica del Dr. Mefistófeles; El problema judío; Argentina, país de advenimiento; Buenos Aires, metrópoli de mañana y El pino y la palmera, entre otras”. Forma parte de la «generación del 900», la cual -afirma Eduardo Romano- «significó una eclosión trascendente para las letras argentinas. Baste nombrar para probarlo a algunos de sus integrantes: Leopoldo Lugones, Ricardo Rojas, Manuel Galvez, Emilio Becher, Alberto Gerchunoff, Roberto Payró, Angel de Estrada, Enrique Larreta».
Su obra mas conocida fue escrita para celebrar un momento culminante de nuestra historia. Beatriz Sarlo señala que “la celebración del Centenario no fue sólo oficio de poetas de origen argentino o americano. La inmigración se hizo presente a traves de un libro de relatos y estampas: Los gauchos judíos, de Alberto Gerchunoff. No debe extrañar ni el prólogo del tradicionalista regionalista Martiniano Leguizamón ni la prolongada fortuna de este libro. Las razones son varias. Está la calidad de la evocación en Ias estampas costumbristas y los relatos sobre la colonia judia de Rajil, en Entre Ríos. Aunque estos textos de Gerchunoff participan de la naturaleza mixta del recuerdo autobiografico, el 'cuadro' y la estampa; no son simples testimonios. EI tono eglógico de la evocación proviene de una cuidada elaboracion literaria. Pero una razón actuai de su pervivencia -que de algun modo es independiente de la historia del género pero no de las ideologías que pesaron sobre la literatura argentina- es el carácter apologetico de Los gauchos judios. (...) Existieron algunas pocas colonias como la de Rajil: son las que, como expelidas de un cuerno de la abundancia, se presentan a rendir tributo aI Centenario».
En esta obra. publicada en La Nación entre 1908 y 1910, el escritor «muestra -a criterio de Estela Dos Santos- el grado de asimilación de la colectividad hebraica a la vida argentina. Asimilación de Ia que el mismo Gerchunoff fue el ejemplo».
Decadas mas tarde, el libro fue Ilevado al cine. Jorge Miguel CouseIo afirma que «La briosa versión de Los gauchos judios (Jusid, 1975), con la originalidad de una interrelacion folclórica nunca tocada por el cine argentino, sufrió el torpe tronchamiento de la censura, que no admitió en imagenes pasajes que· cuatro generaciones de estudiantes leyeron en Ia prosa de Alberto Gerchunoff".

LA PATRIA DESCONOCIDA, por Baldomero Fernández Moreno. 

Al igual que muchos de nuestros escritores, Baldomero Fernàndez Moreno evocò sus años de infancia, una edad escindida entre dos tierras, Argentina y España. Recuerdos de estos años se encuentran en su poesìa (1), y tambièn en su libro en prosa titulado La patria desconocida (2), publicado por primera vez en 1943, como anticipo. Quince años màs tarde, esta obra se publica en la Biblioteca Menèndez y Pelayo, de Santander, con estudio preliminar de Gerardo Diego. En Argentina, La patria desconocida se edita en un solo tomo con otro volumen, Vida y desapariciòn de un mèdico, que habìa visto la luz en 1935. Ambos volùmenes se unifican bajo el tìtulo de Vida. Memorias de Fernàndez Moreno.
Sobre el origen de estas pàginas autobiogràficas, escribe Alfredo Veiravè: “Poco dispuesto a las obras de pura ficciòn, despuès de su madurez y de haber trasvasado su vida a poesìas de todos los dìas, Fernàndez Moreno comienza a ordenar el pasado de su lejana infancia a travès de sus memorias. ‘En vista de que pasaban los años y no se me ocurrìa nada –siempre esperando el argumento como una inspiraciòn- me decidì a emprender esta narraciòn de mi vida’, dirà en el pròlogo que puede leerse en este libro”.
A criterio de Veiravè, “su prosa autobiogràfica serà un modo, pues, de ampliar o explicar su vida, con anterioridad al año en que se inicia como poeta èdito”. En cuanto a la relaciòn de esta prosa con su lìrica, anota: “Las obras autobiogràficas, en cambio, como si fueran la contraparte inevitable y necesaria de su obra en verso y de sus aforismos, se desenvuelven lentamente y crecen en numerosas pàginas rescatadas del pasado, con sus personas, sus paisajes, sus experiencias y circunstancias entrañables” (3).
Un crìtico ha señalado la aproximaciòn existente entre lo autobiogràfico y las efusiones lìricas, sin referirse especialmente a la obra de Fernàndez Moreno. En la lìrica –afirma Guillermo Ara-, se realiza una “aproximaciòn que inmoviliza el instante y niega por ello el tiempo”; nos encontramos ante un presente cristalizado ya definitivamente. La lìrica, por otra parte, no sitùa los hechos en el espacio y en el tiempo; èsta es una diferencia fundamental con las manifestaciones autobiogràficas, donde el paràmetro espacio-temporal nunca es olvidado y actùa, por lo general, como agente estructurador del relato. Lìrica y autobiografìa , exteriorizaciones de una misma intimidad se distinguen -afirma Ara-, por esta diferente atenciòn prodigada al momento y al àmbito” (4).
En el pròlogo a sus memorias, Fernàndez Moreno se refiere a la relaciòn de las mismas con sus dos patrias, y deslinda la incidencia que España y la Argentina tienen en ellas: “Son pàginas, pues, españolas por el recuerdo que las informa, argentinas por la mano que las trazò. Por eso este libro cobra un sentido vernàculo, americano. Y todo aquello en medio del suspirar por mi patria, por curiosidad, por exotismo, por poesia naciente, y, por lo que es lo cierto, por indefinible amor hacia ella”.
Guìa al escritor el propòsito de recordar y ordenar. “Desde luego que no escribo estas pàginas ni para estudiarme yo y mi caràcter, ni para extraer de ellas y ofrecer a los demàs lecciòn alguna de moral o grano de experiencia”, asevera. Dice que dicho propòsito se presenta en èl cuando sale de viaje, y considera que es lo que lo impulsa a escribir las memorias “sensaciòn anàloga (...) en previsiòn de viajes sin regreso” (5). Su temor a esta ùltima travesìa no era infundado, pues muriò sùbitamente en julio de 1950.
En su autobiografìa, Fernàndez Moreno recuerda a sus padres, llegados de la penìnsula y afincados en nuestro paìs, donde disfrutaron al principio de una holgada posiciòn econòmica. Describe la transformaciòn que se operò en su padre, y afirma que la misma fue completa: “de muchacho aldeano a rico y conspicuo miembro de una colectividad, fundador de clubes y protector de hospitales”.
En este libro cuenta asimismo la emigraciòn de sus abuelos maternos. “Es curioso saber còmo don Simeòn Moreno se decidiò a cruzar el mar –afirma-; la gesta de su antepasado es comparable, a su entender, con la de “aquellos adelantados en cuyas capitulaciones entraba tambièn el traerse labradores y artesanos para el nuevo mundo”.
El autobiògrafo no se limita a recordar y ordenar, sino que comprende a los seres que va evocando, sabe de sus penas y sus alegrìas. Del sufrimiento de quienes dejaron su patria, y de la perspectiva con que ese acto se ve muchos años despuès, dice: “Viejas navegaciones, viejos dolores, mundo de adioses y de làgrimas que uno cuenta ahora reposadamente y que parecen tan inùtiles como dichos y exhalados por fantasmas”. Su sensibilidad ante el desarraigo que padeciò la familia lo revela como un hombre profundamente respetuoso de ese sacrificio.
Cuando Baldomero Fernàndez, pròspero emigrante, regresa a España junto con los suyos, con intenciòn de quedarse definitivamente, el escritor tenìa seis años. “Un dìa del año 1892 era recibido a su entrada con alegre estrèpito de cohetes, mientras que un coro de ceñidos danzantes tejìa alrededor del nuevo indiano y los suyos, levantando el polvo, los tìpicos bailes del paìs”, recuerda.
Poco habrìa de durar la estadìa en España. Atràs quedarìan los momentos que el hijo rememora con estas palabras: “Mi padre estaba de levita, muy atusado de bigote y mosca. No comprendìa yo còmo, salido dela aldea tan pobre como cualquiera de aquellos rapaces que jugaban conmigo, por el hecho de haber pasado al nuevo mundo, se habìa transformado en un gran señor”. La fortuna del progenitor lleva al niño a pensar que todos debìan emigrar y dejar el pueblo vacìo. Como èl, deben haber pensado los pequeños amigos que menciona.
Desde España, donde viviò entre los seis y los trece años, el poeta intentaba forjarse una imagen de la Argentina, que habìa abandonado siendo tan chico. Para conformar esta visiòn desde la lejanìa, recurre a diversas fuentes. Una de ellas es la impresiòn que recibiò su madre cuando arribò a la ciudad de Buenos Aires.
Fernàndez Moreno escribe: “La primera impresión de mi madre, que tenía dieciocho años, y la de todos, fue formidable, ante aquel Buenos Aires chato de entonces, las veredas altísimas, las calles sin cloacas, así que cuando llovía se transformaban en verdaderos ríos y los transeúntes eran pasados a babuchas por alguien que se encargaba de ello. Las revueltas de la época, las calles empinadas en barricadas, las tropas que a todos les parecían siniestras después de los atildados soldados europeos. Aquellos días de lluvia interminables en que ni el pan ni la carne ni otro proveedor llegaban a las casas. En fin, los tranvías de caballos, con su cuarta y su corneta, y cuya dulce elegía a nadie he oído exhalar con tanta nostalgia como a mi madre”.
Entre aromas de cafè y chocolate, en una tienda de ultramarinos, le muestran un grabado: “Una tarde me dijeron: esto es Buenos Aires. Era un grabado desteñido que representaba un caserìo bajo, extendido, con torres y cùpulas. Una banderita flameaba muy contenta y un largo muelle se internaba en las aguas festivas de veleros. Esta fue la primera visiòn que tuve de la ciudad en que habìa nacido”, evoca.
La comunicaciòn epistolar contribuye a aumentar el aura de fantasìa que nimba a la ciudad, tal como la ve el niño; sobre uno de sus primos y los ecos de la urbe que èste le transmite, señala: “Entre lo que me hablaban de Leopoldo y lo que èl escribìa relatando sus andanzas porteñas, yo lo veìa como un ser fabuloso, como envuelto en un torbellino. Era el clamor mismo de Buenos Aires que llegaba hasta mì”.
De Buenos Aires le hablan tambièn un cuadro de San Martìn partiendo la capa con un mendigo, y un album azul, descolorido: “Era un album de la escuadra argentina y yo doblaba sus pàginas con mucha curiosidad y respeto. Me aprendìa los tonelajes, el nùmero de cañones y los nombres de los barcos, que me sonaban un poco raros”. Confuso sentimiento le despertaba el Himno, difìcil para su corta edad: “Yo debo confesar que no lo comprendìa en toda su majestad, ni el por què de aquel grito de libertad tres veces repetido, ni sabìa nada del dolor y la sangre derramados en montañas y en llanuras”.
El espìritu del niño se veìa invadido por dos patriotismos; evoca la situaciòn en las lìneas en las que se refiere a las banderas argentina y española: “Yo vacilaba entre las dos banderas –comenta-: la azul y blanca de mi imaginaciòn, y la roja y gualda que veìa en todas partes”.
Con estos elementos de diferente procedencia, habìa creado el niño la imagen de “la maravillosa metròpoli de màrmol, llena de helechos y gallardetes, y donde no debìa haber màs que oro y plata”. Poco tiempo despuès, se encontrarìa caminando por sus calles, confrontando la realidad con la fantasìa.
La inmigraciòn –asunto tratado por Baldomero Fernàndez Moreno con mucha màs riqueza de matices que la que podemos reflejar en esta nota- es sòlo uno de los temas sobre los que se expresa en La patria desconocida. El lector encontrarà tambièn en esta obra referencias a la familia, a la religiòn, a la naturaleza, a la literatura, a la educaciòn, a los amigos, la muerte, la guerra de Cuba, las ciudades y los pueblos. Sobre todo ello puede escribir sin “perdonar ningùn detalle”, creando estas “memoriasde lo vulgar, de lo polvoriento, de lo menudo, a las que apenas si los años les dan un reflejo tìmido de pùrpura y de oro. Un libro casi para los hijos. Porque no se es otra cosa que un puentecillo tembloroso para que ellos pasen al futuro”.

AGUAFUERTES GALLEGAS, por Roberto Arlt. Ameghino, 1997.

Famoso por su obra de ficción, quizás pocos recuerden que –como afirma Juan Martín Roldán en “Arlt frente al espejo”- el escritor “vivía de su pluma, lo único que le daba de comer y a lo que volvía invariablemente cada vez que fracasaban sus incesantes intentos por crear el invento de su vida, el que lo hiciera rico” (1). Su talento para el periodismo es memorable. Miguel Wiñazki destaca en “El periodista” las condiciones de Arlt para esta profesión: “Estaba poseído por el hambre de los desesperados, por la codicia de los menesterosos, por la mugre de los que nacen en los bajos fondos. Portaba todos los pecados necesarios para afrontar ese oficio terrestre y arduo que requiere –sobre todo- del corazón puesto en las verdades callejeras para hacer de la crónica diaria algo que tenga que ver con el ser y no con la nada. (...) Escribía por dinero y contra reloj y contra muchos jefes miserables, como escriben todos los periodistas. Con esa arcilla hecha de realidades, desesperaciones y talentos reinventó una nueva literatura argentina. La que crece fuera de la torre de marfil” (2). Luis Gregorich señala que el autor de Los siete locos trabajó en varios medios periodísticos: “primero, en Don Goyo, revista humorística dirigida por su amigo Nalé Roxlo; luego, como cronista policial en Crítica, el gran diario de los Botana; y finalmente, en El Mundo, a invitación de Alberto Gerchunoff, quien es muy pronto reemplazado por Carlos Muzzio Sáenz Peña. En este último diario –agrega- se consagrará como cronista porteño con la inolvidable serie de sus Aguafuertes” (3). Luis Ordaz sostiene que Arlt “fue un periodista de ágil teclear sobre la máquina, notero agudo, zumbón y pintoresco, narrador insólito y vigoroso” (4). De esa pluma surgieron las Aguafuertes porteñas, a las que siguieron las Aguafuertes españolas y las Aguafuertes gallegas. Ema Wolf y Guillermo Sacomanno lo consideran un “extraordinario escritor” (5), pero no todos fueron elogios para Arlt. En 1956, Borges expresó a Adolfo Bioy Casares: “En Crítica estuvo dos días y lo echaron porque no servía para nada. No sabía hacer absolutamente nada. Me explicaron que sólo en El Mundo supieron aprovecharlo. Le encargaban cualquier cosa y después daban las páginas a otro para que las reescribiera. Dicen que reuniendo sus aguafuertes porteñas, que son trescientas y pico, podría hacerse un libro extraordinario. Imaginate lo que será eso. Las escribía todos los días, sobre lo primero que se le presentaba. Menos mal que algún otro las reescribió”. “Me aseguran que después se cultivó –agrega el autor de “El aleph”-, leyó a Faulkner y todo eso lo demostró en un artículo de dos páginas, algo magnífico, en que estaba todo. ‘Sobre la crisis de la novela’: qué título. Ya te podés imaginar la idiotez que sería eso”.
Sylvia Saitta, autora de El escritor en el bosque de ladrillos, biografía de Arlt, escribió asimismo “En busca de las pistas falsas”, texto en el que sostiene que el protagonista de su libro “realizó su primer y único viaje a Europa y buscó convertirse en cronista de unas noticias internacionales que sólo hablaban del avance de los totalitarismos, de la masacre de poblaciones enteras, de la crisis y la desaparición de viejas concepciones que ya no servían para explicar una época de guerra y de violencia” (7).
¿Por qué Aguafuertes? Sobre el título elegido para las crónicas, nos dice Rodolfo Alonso: “Como en esa técnica de las artes plásticas a la que alude su denominación, el ácido despiadado pero en el fondo siempre compasivo y tierno de su visión desprejuiciada y crítica los convertía en auténticos trozos de vida, retratos de costumbres en la gran tradición de Fray Mocho y Roberto J. Payró, por supuesto, nada complacientes” (8). Alvaro Abós, por su parte, considera en “El amigo uruguayo” que “El aguafuerte literario, en la intransferible manera en que Arlt lo practicó, imprimiéndole su sello, identificándolo con la urbe porteña, destaca unos pocos rasgos que, al ficcionalizar el tema o los tipos descriptos, aboceta para sintetizar y sacudir al lector” (9).
Las Aguafuertes gallegas aparecieron en 1997, por primera vez quizás, reunidas en un libro. La edición, prólogo y notas estuvieron a cargo de Rodolfo Alonso, quien tuvo un destacado papel en la publicación de estos artículos en un volumen: “por gentil mediación de Jorge Raúl Pérez –relata Alonso en el prólogo-, pudimos enterarnos de que durante ese mismo viaje, Roberto Arlt había visitado Galicia y enviado desde allí una nueva serie de crónicas: nada menos que sus Aguafuertes gallegas. Cuidadosamente recortadas y pegadas, sin duda por el fervor de algún paisano, esas páginas de hace más de medio siglo me llegaron ahora fraternalmente fotocopiadas, salvadas del olvido”. La difusión de estas crónicas tiene gran importancia. Primeramente –comenta el prologuista-, “Estas Aguafuertes gallegas no son solamente un nuevo ángulo de enfoque para enriquecer nuestra visión, cada vez felizmente más compleja y fecunda, de uno de los más originales escritores de nuestro tiempo”. Esta posibilidad, de por sí, justificaría sobradamente la lectura de las crónicas, pero –continúa- “También nos sirven, además, como auténtico lazo de ligazón entre ambas orillas, entre ambos mundos, no sólo para conocer mejor a esa realidad porteña y argentina donde lo gallego se halla tan profundamente entremezclado, como una sutilísima levadura, sino también para recordar cómo era aquella Galicia de hace más de sesenta años, que quizá no sabía que estaba a punto de anegarse (como toda España) en la tragedia heroica de la guerra civil”. Otro de los motivos de interés de los textos –agrega Alonso- tiene que ver con la condición social de Arlt -lo recordamos muy lejano de aquel Mujica Láinez que por esos años escribió sus “crónicas andariegas” (10) para La Nación: “Era hijo de inmigrantes (prusiano, su padre; italiana, su madre) –señala Roldán en el artículo mencionado-, apenas llegó a cursar quinto grado y de su padre recibió poco más que golpes, por lo que se fue de la casa paterna a los dieciséis años”. Omar Borré, biógrafo del escritor entrevistado por Roldán, considera que él necesitaba “cambiar su propia imagen, que desde chico había estado signada por el hambre, la miseria y el fracaso” (11). “Rumbo a Europa, se ahoga con la gente bien del crucero, ‘que habla trivialidades’ –escribe Diego Heller-, pero renace en su deambular por las ciudades” (12). La relación entre el pasado personal y creación fue uno de los temas que abordó Beatriz Sarlo, en ”Un extremista de la literatura”, donde expresa: “La hipérbole es una señal de clase en la literatura de Arlt. Es la marca del escritor pobre. Por la exageración y la radicalidad, Arlt busca llenar esa falta original de la cual habló tantas veces: no tener ni capital en dinero ni capital cultural. Su marginalidad no fue institucional, ya que desde muy joven fue un periodista estrella y un escritor de éxito. Pero, pese a los reconocimientos, Arlt se sentía un recién llegado de apellido impronunciable” (13). Alonso se refiere a la condición social del escritor en relación con sus artículos: “siendo el mismísimo Roberto Arlt, como ya dije, también hijo de inmigrantes, estaba en inmejorables condiciones de comprender, fraternizar y valorar a este otro pueblo al que sólo las más difíciles circunstancias económicas y sociales –como él mismo bien señala- habían obligado a la emigración. Y que, sin embargo, sabía amar tan profundamente y como propia a su patria de adopción”.
(trabajo completo en http://volveragalicia.galeon.com)

EL VASCO DE OLAVARRIA, por Alberto Novión, en La Escena Revista Teatral N° 99. Buenos Aires, 1920.

“La producción teatral de Alberto Novión (1881-1937) es extensa y variada. Es autor de La chusma, La caravana, La familia de don Giacumín y Don Chicho, textos que corresponden al pasaje del sainete al grotesco criollo. Escribió también comedias y zarzuelas. A pesar de su importancia para el teatro argentino, últimamente fue poco representado. Novión nació en la ciudad de Bayona, en Francia. Se trasladó con su familia a Montevideo, luego se instaló en Buenos Aires y se nacionalizó argentino. Su primera obra se llamó Doña Rosario, en homenaje a su madre y en 1905 (en el Teatro Nacional) fue protagonizada por Orfilia Rico. Al año siguiente estrenó con José Podestá Jacinta. Ni siquiera intuiría entonces que iba a escribir casi cien obras de teatro” (1).
Un aviso publicado en la revista teatral La Escena N° 99 anuncia que en la temporada 1920, en el teatro Politeama, se presenta la compañía de Roberto Casaux todos los días con extraordinario éxito. Los actores interpretan El vasco de Olavaria (2), de Alberto Novión (1881-1937), obra que la publicación reproduce.
En el prólogo, don Joaquín de Vedia escribe sobre la personalidad de Novión, de quien dice que “es uno de los fuertes trabajadores del teatro argentino, porque es bueno, porque es alegre, porque ni la envidia lo devora ni la vanidad lo irrita”. Acerca de la circunstancia en que el prologuista conoció al dramaturgo, leemos: “Lo conozco desde los primeros días de su carrera de autor: fue mi pobre y grande amigo Florencio Sánchez quien me llamó la atención hacia él, cuando el estreno de La cantina, un modelo de sainetes populares. Desde entonces, otras obras, de diversos géneros y de diferentes proporciones han popularizado el nombre y han afianzado los prestigios de Novión entre los que siguen la marcha, más o menos difícil, más o menos ocasionada a tropiezos y barquinazos, de este pensamiento de hacer un teatro nacional” (3).
Vedia reafirma lo anunciado en el aviso, refiriéndose a las cincuenta noches que El vasco de Olavarría lleva en escena, y define al protagonista en relación con el autor que le dio vida: un ser “noblote, bueno, sincero hasta en la contradicción, veraz hasta en la pausa, todo sentimiento y comprensión del bien, como el autor que lo ha arrojado, de boina, tricota, cinto y granaderas, a la escena nacional, donde los vascos siembran tan eficazmente como en la pampa”.
En un trabajo sobre Florencio Sánchez, Luis Ordaz se refiere al momento en que surge la obra dramática de Alberto Novión, al que vemos vinculado con otros prestigiosos dramaturgos: “Durante la que se nombra como época de oro’ (y abarca, idealmente, desde la afirmación de la escena nativa por José J. Podestá, hasta el fallecimiento de Florencio Sánchez muy lejos, en Milán, a fines de 1910, van apareciendo y se destacan autores que realizan aportes de gran significación para el desarrollo coherente de nuestra dramática, como Pedro E. Pico, José León Pagano, Julio Sánchez Gardel, Alberto Ghiraldo, José de Maturana, Alfredo Duhau, Vicente Martínez Cuitiño, Alberto Novión, Enrique Buttaro, Carlos Mauricio Pacheco, entre tantos otros” (4).
Los estudiosos Abel Posadas, Marta Speroni y Griselda Vignolo diferencian, en un estudio sobre el sainete (5), el español, el lírico criollo, el de indagación y entretenimiento y el de divertimento y moraleja. A criterio de los ensayistas, Alberto Novión cultivó algunas de estas vertientes.
Novión ha creado varios personajes inmigrantes. Para lo comedia en tres actos presentada en el Politeama, se inclinó por un vasco, al que dota de muchas condiciones buenas y pocos defectos.
El personaje
La anécdota es escueta y sabrosa: un hombre vive con su mujer y su hijo en Buenos Aires. Su hermana, a quien hace veinte años que no ve, le anuncia que irá a visitarlo. Viene del campo, de Olavarría, donde vive con su marido vasco y sus dos hijos. La visita de los parientes causa desagrado a la cuñada, quien espera lo peor de esta familia, a la que supone grosera y rústica. Más tarde, se dará cuenta de que estaba prejuzgando, y tendrá que aceptar que su hijo, estudiante de Abogacía con pretensiones de diplomático, se case con la prima del campo.
La cuñada del vasco pregunta a su marido cómo ha hecho este hombre para juntar tanto dinero. El marido le responde: “como tantos otros, la mayoría de nuestros vascos, trabajando honradamente. Este es de los buenos, de los grandes y fuertes, porque sabe romper la tierra, tirar el grano y mirar de frente al sol.”.
Novión alude también al empecinamiento del inmigrante, quien afirma: “cuando a un vasco se le pone algo en la cabeza, no hay familia, razones, ni el demonio a cuatro, que lo haga salir del camino que ha agarrao...”. Quizás en esta fortaleza de carácter radique su posibilidad de prosperar en un país hospitalario. La mujer del vasco coincide con él en que es empecinado, pero se lo dice con un sentido reprobador: “los vascos, por más macanas que hagan tienen razón”. Es risueña la imagen que aporta el hijo de ambos, quien asevera que cuando “el viejo hace una macana, aunque le peguen en el suelo no da su brazo a torcer”. El vasco está orgulloso de ser quien es y, cuando lo desairan, dice que se lo han hecho a él, “al vasco de Olavarría, que tiene nada más que pegar una patada en el suelo y salen todos disparando como en Cagancha”.
Pero el vasco, así como es tenaz y arrogante, es también un hombre sensible. Por boca de su hija sabemos cuánto echa de menos su tierra de origen: “papá -dice la joven-, a pesar de que ya está viejo y que ha formado en esta tierra su hogar, su hogar, su fortuna, su tranquilidad; viera Ud. cuántas veces lo he sorprendido cantando bajito los aires de su tierra natal, y cuántos suspiros, mensajeros de muchos besos, han ido desde sus labios hasta sus montañas, para morir en los muros de su casa, allá en la aldea de la falda”.
Novión nos brinda la posibilidad de conocer la compleja relación que se dio entre nativos e inmigrantes y, en esta pieza en particular, entre citadinos y campesinos, pues en ella se advierten resonancias del “menosprecio de corte y alabanza de aldea” que tantas páginas motivó en la literatura de diversas épocas. 

“La conquista de Buenos Aires”, por Enrique Loncán, en ULTIMAS CHARLAS DE MI AMIGO. Buenos Aires, El Ateneo,1936. 

La intenciòn de formar por medio del arte es una constante en las obras de todos los tiempos; el escritor, consternado ante los defectos que advierte en la sociedad, siente la imperiosa necesidad de marcar un camino, de señalar la senda de lo correcto. Asì, surgen relatos como el de Enrique Loncàn, en el que se observa la irònica evocaciòn del Buenos Aires de la primera mitad del siglo XX, signado ya por la decadencia en las costumbres y la pèrdida de los valores tradicionales.
Todo artista tiene una deuda con su tiempo y con su paìs, una deuda espiritual que se evidencia en su creaciòn. De este modo, el hecho artìstico se encontrarà ligado a una sociedad y, dentro de ella, a un estrato. La obra de Loncàn se halla relacionada con la clase alta, la elitede educaciòn anglofrancesa; su visiòn serà la de un intelectual surgido en el marco de dicho estamento. Porque –como afirman Wellek y Warren- “El escritor, inevitablemente, expresa su experiencia y concepto total de la vida; pero serìa manifiestamente contrario a la verdad decir que expresa cabal y exhaustivamente la totalidad de la vida, o incluso la vida toda de una època dada” (1). Esta es una aclaraciòn que debe tenerse en cuenta al analizar la obra de Loncàn, ya que su postura ètica va a ser la de un aristòcrata, que añora un pasado mejor.
El cuentista naciò en Buenos Aires en 1892. Pertenece -a criterio de Jorge B. Rivera y Eduardo Romano- al grupo de costumbristas y humoristas que realiza su labor entre 1920 y 1940. Entre estos escritores se destacan Roberto Gache, E. Mèndez Calzada y Arturo Cancela (2). Al igual que otros literatos de su època, desempeñò varios cargos pùblicos: ocupò una banca como diputado nacional, fue ministro en una intervenciòn federal y consejero en la Embajada de Parìs. Ejerciò tambièn la docencia, siendo catedràtico de Derecho Polìtico de la Universidad de Buenos Aires. Colaborò, con su firma o con el seudònimo “Americus”, en el diario La Naciòn y en las revistas El Hogar, Caras y Caretas y Nosotros.
Josè Barcia lo recuerda con estas palabras: “Fue un observador sagaz de las flaquezas humanas, la fatuidad, el afàn de ostentaciòn, el mimetismo para aparentar, y, en fin, la ancha gama de recursos màs inocentes que vituperables. Esta es la veta inagotable de que se sirve el autèntico humorista" (3).
Loncàn puso fin a sus dìas el 30 de septiembre de 1940. Se lo considera continuador de la corriente literaria genuinamente argentina de Miguel Canè, Eduardo Wilde y Lucio V. Mansilla. Rivera y Romano advierten en èl resonancias de la obra de Lucio V. Lòpez y, entre los extranjeros, Anatole France, Eca de Queiròs y Thackeray.
El problema ètico es una preocupaciòn constante que se hace presente en cada una de sus narraciones. Nos ocuparemos de este tema en uno de los cuentos màs interesantes, creado en los años de madurez.
“La conquista de Buenos Aires” (4) fue publicado en 1936, incluido en el volumen homònimo. En este cuento se evocan las andanzas de Ciceròn en Buenos Aires durante la tercera dècada de nuestro siglo. El romano fue resucitado por las deidades en el siglo XX y emprendiò un largo viaje -del que se arrepentirá amargamente- que lo trajo hasta nuestras costas, en las que desembarcò expectante.
Estas palabras lo impulsaron a realizar la travesía: “más allá del Atlante existe una ciudad nueva, maravillosa, pletórica de esperanzas. Es la tierra prometida de los inmigrantes, la meta de los destinos fantásticos y las riquezas fabulosas. Se cuentan por millares los hijos del Lacio que en Buenos Aires hicieron fortuna... ¿Por qué no la harías tú también, Marco Tulio Cicerón, que llevas en tu sangre lo más puro de la raza latina y en tu mente todo el genio de la estirpe inmortal?”
Cicerón es el sìmbolo del hombre culto, del intelectual versado y, a la vez, probo en sus actos. Segùn parece demostrarlo el cuentista, ya no hay lugar aquì para un hombre de esos valores; la sociedad argentina de los años 30 està ocupada en otros problemas, persigue fines bastante menos desinteresados. Para mostrar el estado en que se encuentra la comunidad esplèndida de antaño, Loncàn hace que el protagonista deambule por las calles, trabe relaciòn con el hombre comùn y saque sus propias conclusiones.
A lo largo del cuento se conjugaràn dos niveles temporales –presente y pasado-, sin alterar ninguno de ellos. Un primer momento corresponde a la cronologìa de la Antigua Roma: Ciceròn menciona su tierra, Circeii, recuerda a su familia y comenta su labor de defensor de Quinctius, Fonteyo y Cecina. El segundo plano temporal se refiere al año 1932, poco tiempo antes de escribirse el texto.
Es evidente en el escritor la intenciòn de mostrar a Ciceròn haciendo la vida de un legìtimo romano, caminando por las zonas màs concurridas de nuestra ciudad con su paso parsimonioso y tranquilo. Todo cuanto observa le trae recuerdos, inclusive el estadio de River Plate, que el hizo pensar en el anfiteatro de Tusculum. Busca diversos empleos para procurarse el sustento; ninguno de ellos cuadra a sus condiciones, pues no logra reunir los requisitos mìnimos. Por otra parte, su concepciòn de vida es diametralmente opuesta a la del porteño; este contraste se evidencia con gran claridad en la escena protagonizada por el romano en la Sociedad Rural, donde fue contratado como rematador de cerdos.
La comparaciòn entre Ciceròn y los porteños no es meramente anecdòtica; responde a un propòsito determinado. A travès de ella se realiza una crìtica, que no por risueña deja de ser punzante. El latino, hombre ìntegro, ya no pertenece a nuestra sociedad. Su idealismo, su riqueza espiritual, le impiden adaptarse a una forma de vida pragmàtica y materialista, dominada por el dinero.
El hombre educado segùn los cànones clàsicos sòlo encontrarà sufrimiento en la Argentina del siglo XX; es por eso que Ciceròn, desesperanzado, dice a la Nereida que lo resucitò: “Si hubieras respetado mi sueño en la tierra del Lacio que reguè con mis làgrimas cuando mi pobre hija Tulia muriò, hubieses impedido esta tragedia de vivir a destiempo, sin haber hecho la Amèrica, sin haber podido realizar la conquista de Buenos Aires, miserablemente, lejos de la patria, de la familia, de los amigos y de la gloria”. En estas palabras se resume el sentimiento que el autor experimentaba ante una sociedad en constante avance, pero no por ello màs completa.
Como vemos, Loncàn se està refiriendo a un personaje ideal, en el que encarna los màs altos valores del ser humano. Ciceròn no consigue lo que sì lograron muchos de los que llegaron, fatigados y pobremente vestidos, al puerto de Buenos Aires, a “hacer la Amèrica”. Por tanto, este cuento nos da indicios acerca de la opiniòn que Loncàn tenìa sobre el aluviòn inmigratorio.

En el centenario de su nacimiento

ASI ERA ALFONSINA STORNI

En 1992, el 29 de mayo, se cumplen cien años del nacimiento de la escritora. Nació en un cantón suizo de habla italiana, pero sus padres ya habían emigrado, años antes, a la provincia de San Juan. Su infancia y adolescencia transcurrieron en diversos puntos de nuestro país, en una situación económica difícil, que la obIigó a desempeñar trabajos como los de costurera a domicilio o empleada en una fábrica de gorras. Se recibió de maestra rural.
Colaboró en La Nación, Atlántida, Caras y Caretas y La Nota. Integró los grupos Iiterarios "Anaconda", "La Peña" del Tortoni y el círculo que se reunía en la confitería Richmond de la calle Florida. Escribió teatro para niños y adultos, obras en prosa y poesía. Fue con este último género con eI que logró una fama perdurable, avalada por el Premio Municipal y el Segundo Premio Nacional otorgados a Languidez.
Gravemente enferma, puso fin a sus días el 25 de octubre de 1938, en Mar del Plata.
Mucho se ha escrito acerca de la producción literaria de Alfonsina. Por eso, aunque siempre existe la posibilidad de realizar un nuevo aporte sobre su obra, preferimos abocarnos, en este aniversario, a un tema diferente: su aspecto físico y su personalidad, los cuales estaban muy ligados, Para ello, recurrimos a los testimonios que sobre sí misma dejó la poeta, y también aI que brindó, en Chile, Gabriela Mistral. Con unos y otros, intentaremos formarnos una idea de Alfonsina, para recordarIa en el centenario de su nacimiento.

Evocación de la poeta

Alfonsina nos ha dejado testimonios acerca de sus primeros años. En estos recuerdos, describe un alma que ya reniega de las ataduras, que desea vivir en contacto con la naturaleza: "Crezco como un animalito -dice-, sin vigilancia, bañándome en los canales sanjuaninos, trepándome a los membrillares, durmiendo con la cabeza entre pámpanos. A Ios siete años aparezco en mi casa a las diez de la noche, acompañada de la niñera de una casa amiga donde voy después de mis clases y me instalo a cenar".
En esos años evidencia una imaginación desbordante, Ia misma que aparecerá en su literatura: “A los ocho, nueve y diez años miento desaforadamente: crímenes, incendios, robos, que no aparecen jamás en las noticias policiales. Soy una bomba cargada de noticias espeluznantes. La propia exuberancia de las mentiras me salva". Pero esta etapa llegará pronto a su fin, pues la escritora recuerda: “En la raya de los catorce años abandono".
En sus recuerdos aparece también la iniciación literaria, y la repercusión que ella tuvo en el seno de su familia: "A los doce años escribo mi primer verso, Es de noche: mis familiares ausentes. Hablo en él de cementerios, de mi muerte. Lo doblo cuidadosamente y lo dejo debajo del velador, para que mi madre lo lea antes de acostarse. EI resultado es esencialmente doloroso: a la mañana siguiente, tras una contestación mía levantisca, unos coscorrones frenéticos pretenden enseñarme que la vida es dulce". Sin embargo, la jovencita no se deja vencer por los obstáculos: "Desde entonces, los bolsillos de mis delantales, los corpiños de mis enaguas, están Ilenos de papeluchos borroneados que se me van muriendo como migas de pan".
Alfonsina habla de sí misma en un soneto que tituló "A la mujer que aparece en mis retratos". En éI puede observarse la oposición entre aquello que la poeta ve en su imagen natural, y lo que aparece en sus retratos, con los que no está conforme. Mediante la Iectura del poema, podrá captarse la idea que la escritora tiene de su rostro, y el desagrado con que lo ve malamente reproducido en las fotografías.
Julieta Gómez Paz comenta que "AI verse así, engañosa y torpemente aludida por un rostro que no era el suyo, se decidió a encarar a la usurpadora" en los versos que transcribimos:

Subterránea mujer de mis retratos
de rostro oscuro y lacia cabellera,
perdida tengo en ti mi primavera
que, aunque segunda, reflorece a ratos.

¿Por qué conmigo haces malos tratos?
¿Por qué me vuelves torpe la manera?
muñón deforme la nariz reidera,
los discretillos ojos garabatos...?

Te he dado vida y me odias despiadada.
No te pedía que me hicieras nada:
una mujer común que tiene acento.

Pero al bromuro o sepia te me enconas,
y ya fuera de ti, gritas, pregonas,
contra tu pobre madre a todo viento.

Gabriela Mistral la describe

En 1926, Gabriela Mistral publicó en El Mercurio de Chile un retrato de la escritora, En esas líneas, recuerda la expectativa que tenía y qué sucedió aI conocer a Alfonsina. Habla no sólo de su físico, sino también de sus condiciones espirituales, en tono afectuoso y admirativo.
"Me habían dicho 'Alfonsina es fea' -comienza Ia evocación- y yo esperaba una fisonomía menos grata que la voz escuchada por teléfono, una de esas que viene a ser algo así como el castigo dado a la criatura que trajo excelencia interior. Y cuando abrí la puerta a Alfonsina me quedé desorientada y hasta tuve la ingenuidad de preguntarle '¿Alfonsina?’ -sí, Alfonsina-, y ella se ríe con una buena risa cordial". Seguidamente, la poeta chilena describe a la autora de Ocre, comenzando por su cabello: '"Extraordinaria la cabeza, pero no por rasgos ingratos, sino por un cabello enteramente plateado que hace el marco de un rostro de veinticinco años. Cabellos más hermosos no he visto: es extraño como lo fuera la luz de la luna a mediodía. Era dorado y alguna dulzura rubia quedaba todavía en los gajos blancos”'. El rostro de Alfonsina también parece atractivo a Gabriela Mistral, quien lo describe con estas palabras: "EI ojo azul, Ia empinada nariz francesa, muy graciosa, y la piel rosada, le dan alguna cosa infantil que desmiente la conversación sagaz de mujer madura”. La riqueza interior se trasluce en Ia apariencia fisica, dando origen a este comentario: "Pequeña de estatura, muy ágil y con el gesto, la manera y toda ella, jaspeada (valga la expresión) de inteligencia".
Pasa luego a ocuparse del carácter de la escritora argentina, con quien pasó algunos días: "No se repite, no decae, mantiene a través de un día entero de compañía su encanto del primer momento."Siete días pasamos con ella. Confieso que temia el encuentro, sin dejar de desearlo, porque tengo el anhelo de las casas mejores de este mundo".
La compara con otros americanos, resultando Alfonsina favorecida por sus cualidades poco comunes: “Toda la fiesta de su amistad Ia hace su inteligencia. Poco emotiva. Llega esto a ser ventaja, porque de andar en tierras de América, Ia efusión acaba de cansar como un paisaje abundante, Profunda cuando quiere, sin trascendentalismos: profunda porque ha sufrido y lleva como pocas la cavadura de la vida. Alegre, sin esa alegría de tapiz coloreado de las gentes excesivas; con una alegría elegante, hecha de juego. Muy atenta a quien está a su lado, con una atención hecha de pura inteligencia, pero que es una forma de afecto.
Informada como pocas criaturas de la vida, dando el comentario oportuno de las cosas más diversas, mujer de gran ciudad que ha pasado tocándolo todo e incorporándoselo, Alfonsina es de los que conocen por la mente tanto como por la sensibilidad, cosa muy latina. Sencilla, y hay que repetir que con una sencillez también elegante, pues andan ahora muchas sencilleces desgarbadas que empaIagan tanto como el preciosismo, su enemigo. Una ausencia igual de ingenuidad y pedantería. Una seguridad de sí misma que en ningún momento se vuelve alarde...".

Dos visiones

A partir de los fragmentos transcriptos, podemos comprobar que Alfonsina no se sentía hermosa. Sus encantos radicaban, mas que en la belleza física, en su temple y en su original personalidad -parecía pensar ella-; por eso, cuando se describe en el soneto, no habla de belleza, sino de una segunda primavera que “reflorece a ratos", de una "manera" que sólo se vuelve torpe en las fotografías, de su “nariz reidera”, de Ios "discretillos ojos”. Cuanto afirmamos se halla corroborado por el tercer verso del primer terceto. en el que se define como "una mujer común que tiene acento”.
La descripción que realiza Gabriela Mistral, en cambio, poco tiene que ver con esta imagen que nos brinda Storni. Para la chilena, la poeta tenia un atractivo singular, que vuelve cualidades aquello que podría ser considerado negativo, Observamos que eso se da a lo largo de la evocación, por ejemplo, con el cabello plateado, con su poca emotividad, con su alegría sin excesos. Gabriela Mistral parece fascinada por esa. mujer a la que imaginaba distinta, y no vacila en destacarlo generosamente.
Los textos que transcribimos brindan la posibilidad de detenernos un momento a pensar acerca de Alfonsina como mujer, una mujer del siglo XX que desafió las convenciones y que vivió de acuerdo a lo que sentía, Ella se veía de una forma; Gabriela Mistral la vio de otra, ¿Quién tendría la verdad? Quizás tanto una como la otra, sólo que se veían desde perspectivas distintas: una desde la raíz de su obra y la chilena desde Ia exterioridad de dicha obra. Leer a alguien antes de conocerlo, suele influir en nuestra apreciación acerca de esa persona; Alfonsina estaba presente en sus poemas y esa presencia vigorosa fue la que deslumbró a la chilena. No queremos decir con esto que la personaIidad de Alfonsina no fuera interesante, sino que se complementaba con el mensaje transmitido por los textos que creaba.
Y creemos, finalmente, que ella puede haber sido de muchas formas -como se vio y como la vieron, en su juventud y en la madurez-, pues ése es el sino del ser humano: cambiar durante Ia vida, año a año, ante personas diferentes y en la soledad. Así también cambia su obra, cada vez que un lector la aborda. Tanto las visiones de Alfonsina como los ecos que despierta su lírica se unen, formando, al fin, la verdadera mujer, la que se prodigó en versos memorables, la que se hizo a sí misma, con esfuerzo, y llegó a ser una de las tres grandes poetas de América.

(EL GRILLO, Buenos Aires, 1992) 

EL GRINGO, por Fausto Burgos. Buenos Aires, Editorial Tor, 1935. 

En un estudio sobre la literatura del noroeste argentino, Alejandro Fontenla se refiere a Burgos, escritor nacido en Tucumán en 1888, fallecido en 1953. “Viajero incansable y escritor prolífico –afirma-, sus cuentos aparecidos en casi todos los diarios del país constituyen un verdadero inventario del regionalismo, que abarca desde Cuyo a la Puna, incluyendo su tierra natal. Desmañado e instintivo en su escritura, sus desórdenes más evidentes, como la utilización descarnada del léxico regional, son compensados por la realidad y la fuerza emotiva que adquieren sus cuadros”.
Sobre sus libros expresa: “Su bibliografía es vastísima: La sonrisa de Puca-Puca (1926), Cuentos de la Puna (1927), Coca, chicha y alcohol (1927), Cachi Sumpi (1928) son las más prestigiosas compilaciones de los cuentos de Fausto Burgos, algunos de los cuales (“El choike blanco”, “Abejitas del monte”, “Buey viejo”) figuran en numerosas antologías del género. Caracteriza a estos textos –a criterio del ensayista- una personal forma de encarar el tema a abordar: “Abruptamente, sin concesiones a reglas de composición o a pautas de una deliberada atmósfera literaria, irrumpe el paisaje y especialmente sus seres –hombres y animales- en las narraciones”.
Jorge B. Rivera menciona a Burgos en relación con una de las principales publicaciones del siglo XX: “Una revista como Leoplán, ‘magazine popular argentino’ que se vendía en 1936 a 0,20 centavos, ofrecía por ejemplo un nutrido material literario de excelente calidad, integrado por obras de autores nacionales y extranjeros, antiguos y contemporáneos. En sus páginas, especialmente entre los años 30, 40 y comienzos del 50, aparecieron textos originales de Benito Lynch, Julio Ellena de la Sota, Bernardo Cordón, Adolfo Pérez Zelaschi, María Alicia Domínguez, Fausto Burgos, Germán Drás, Mateo Booz, Vicente Barbieri, Eduardo Mallea, Arturo Cancela, Lisa Lenson, Augusto Mario Delfino, Alfonso Ferrari Amores, W. G. Weyland, Nicolás Olivari, Héctor P. Blomberg, etc., conformando –junto con textos de Pirandello, Balzac, Eça de Queiroz, Hamsun, Alarcón, Gorki, Chesterton, Stevenson, Marc Orlan, Daudet, O’Flaherty, Hawthorne, etc- un plan de lecturas variado y singularmente económico, que contó en su época con un sólido y entusiasta respaldo popular”.
Al ocuparse de la narrativa rural, vertiente del realismo tradicional, Estela Dos Santos sostiene que “En su evolución, el regionalismo abandonó su posición nacionalista pasatista para enfocar realísticamente los temas rurales. Un viaje al país de los matreros de Fray Mocho abrió el camino que siguieron Payró, Quiroga, Fausto Burgos, Juan Carlos Dávalos, etc”. Describe un importante factor de diferenciamiento en esta literatura: “El gaucho nómade, cantor valiente, ya pertenecía a la mitología argentina. En la nueva narrativa el hombre de campo es un paisano trabajador, sojuzgado a sus patrones, afincado en límites precisos, tan falto de sentido de la propiedad como su antecesor, porque igual que él no tiene nada, pero es respetuoso de la propiedad de los otros”.
Beatriz Sarlo, por su parte, destaca que “González y Rojas, hombres del noroeste argentino, nacionalistas (nacionalistas en el plano literario) aparecen inaugurando una tradición provinciana, fundadores, al mismo tiempo, de una mitología que los escritores posteriores confirmarían y ensancharían. A esta línea –que en los dos escritores mencionados recurre a una prosa postrromántica, erizada de adjetivación y de giros castizos, difícilmente transitable hoy- se acoplarán, entre 1920 y 1940, Carlos B. Quiroga, Juan Carlos Dávalos, Fausto Burgos, Alberto Córdoba, Daniel Ovejero, entre otros narradores del centro y norte del país”. Obviamente, “existieron condiciones sociales y culturales para definir el espacio geográfico ocupado por esta literatura”. Recorre a las obras un tono de tragedia: “la muerte del arriero por la tozudez del patrón resume el carácter inevitable que, en muchos de estos relatos desde Dávalos a Burgos, tiene la muerte y la derrota”.
La obra que lleva este título fue publicada por Ediciones Tor en 1935. Era el vigésimo primer libro de Burgos que se editaba. Josefina Delgado la menciona en su “Panorama de la novela”: “Nombres como los de Mateo Booz (La tierra del agua y del sol, 1926; La vuelta de Zamba, 1927), Fausto Burgos (Kanchis Soruco, 1929; El gringo, 1935), Carlos B. Quiroga (La raza sufrida, 1929), Alberto Córdoba (Don Silenio, 1936), Ernesto L. Castro (Los isleros, 1943), Alfredo Varela (El río oscuro, 1943), Juan Goyanarte (Lago argentino, 1946), Antonio Stoll (Cuadrilla, 1948), ilustran la solidez de una obra que no depende de especificaciones geográficas”.
El gringo es José Contadini, “un viejo de mediana estatura, de buen cuerpo, tiene los ojos verdes, las mejillas sonrosadas y la cabeza blanca. Es un viejo hecho al trabajo rudo; es uno de esos viejos de morrudos dedos y de cuello rojizo y arrugado”. Italiano llegado a nuestro país cuando niño, se enorgullece de su sangre: “yo soy gringo, gringo puro, más gringo que todos lo gringo que hanno formato la colonia italiana en San Rafael”, dirá. De su casamiento con una mujer de la sociedad nacieron tres hijos. Ingenuo y permisivo, sufre el desprecio de su familia por seguir conservando sus costumbres de pobre, aún cuando posee una gran fortuna; no se trata de mezquindad, sino de su gusto por la sencillez. Habla de sí mismo como el “paganini” o el “pavo viudo”, ya que su familia derrocha el dinero en “el balneario de los ricos”, en Córdoba o en Rosario de la Frontera, mientras él se queda en la finca para poder obtener ese ingreso que les girará periódicamente: “Yo no tengo muquer... –se lamenta-. Ahora me ha decao solo. Se ha ido a Mar del Plata. Quiere que le mande tres mil pesos mensuales; tres mil, `para fundirlos con sus hicas. Yo no podré mandárselos. Este año será mal año. Andan diciendo que la uva no valdrá nada; que el gobierno la comprará para dejarla en la cepa”.
Las hijas dejan de verlo, la mujer le es infiel y el hijo lo agrede incluso físicamente, hasta que llega la hora del arrepentimiento y el gringo vislumbra una modesta felicidad, luego de que ha perdido todo: “La finquita está hecha una alhaja. Da gusto ver las viñas enmaderadas y el cuadro de alfalfa verde y fresca, y la quinta con sus damascos, con sus durazneros, con sus olivos y perales jóvenes. Da gusto ver el agua que entra en la finquita, alegre, revuelta, rumorosa, siempre apurada”.
Junto al protagonista encontramos personajes gringos y criollos. La valoración de quienes lo rodean no tiene que ver, para Contadini, con el país de origen, sino con el hecho de que sea o no trabajador. Para la familia, en cambio, ser inmigrante es una vergüenza que se debe ocultar, tratando de parecerse en lo posible a los nativos de clase alta: ‘Usted no es un gringo –afirma el yerno que vive a expensas del italiano-; usted ya puede llamarse criollo; ya tiene títulos para ello’ “.
Uno de los peones asegura también que Contadini ya es criollo, pero lo hace en otro sentido: “De esas cubas hay que sacar el orujo pa’ llevarlo a las prensas –explica el yerno. Mire vea, ¿y quién saca el orujo?, ¿quién se mete en la cuba sabiendo que dentro de ella puede parar las patas? El peón criollo, señor; el gringo tiene miedo, el gringo no se mete a descubar ni por equivocación. Mi patrón no es gringo; mi patrón ya es criollo; él es capaz de ponerse a descubar también”.
Debe ocultarse, asimismo, toda vinculación con el trabajo manual, ya que es degradante; lo deseable es estar relacionado con la clase dirigente y no tener que ocuparse de menesteres tan poco elegantes como la agricultura. El italiano está convencido de que “El Gobierno cobra lo impuesto y acusta la soga. ¿Para esto nos reventamo lo pulmone trabacando, para dar de comere e de chopar y luco a un ejército y compadrito?”
Como la otra cara de la misma moneda, Burgos presenta con mirada elogiosa a las madres que van con sus chiquillos a trabajar en las viñas: “En los patios de la casa de esas tías pobres, que trabajan a la par del hombre y que llevan a sus hijos a trabajar, bajo un sol amarillo y templado, hay montones, tamaños montones de sarmientos”.
Reitera, a lo largo de la novela, la acusación que los nativos hacen a los extranjeros: “¿No son ustedes los que nos vienen a quitar la tierra y el vino y el pan y todo?” Los peones inmigrantes miran con lástima a quien esto dice y comentan: “Povero nero”, “povero chino”, “é una bestia”.
Gringos y criollos, corte y aldea, la naturaleza y la mano del hombre, son algunos de los opuestos a partir de los cuales Burgos ha creado la trama de esta conmovedora novela, que evoca una época de nuestra historia, al tiempo que reafirma sus dotes como escritor.

ALAMOS TALADOS, por Abelardo Arias. Buenos Aires, Sudamericana, 1990. Con Guía para el docente. 

Abelardo Arias nació en Córdoba, aunque él hubiera preferido ver la luz en San Rafael, Mendoza, “en la finca de mi abuela materna, donde pasé casi todos los veranos de mi niñez y adolescencia, en todo caso los más memorables (...) Una criolla casona cerca del Río Diamante y del viejo fortín con foso y puente levadizo que construyó mi abuelo francés, el ingeniero astrónomo Julio Balloffet, el único injerto gringo en cientos de años de criolledad”. No hay certeza sobre su fecha de nacimiento. Algunos dicen que fue en 1908; otros, que fue en el 18.
Interrogado al respecto para la Historia de la literatura argentina (CEAL, 1980), el escritor dijo: “Sólo mis veinte libros, una comedia romántica y una parábola radioteatral, amén de cuentos y traducciones, la evolución estilística, una cierta madurez, seguridad en el oficio, me señalan el paso del tiempo. Entonces, como Alamos talados apareció en 1942, pertenezco a la llamada generación del 40. Esta es la única cronología irremediable. La única seria”.
La novela a la que alude fue distinguida en el año de su publicación con el Primer Premio de Literatura de Mendoza, el Primer Premio Municipal de Buenos Aires y el Primer Premio de la Comisión Nacional de Cultura. Marcel Bataillon –citado en La Prensa por Antonio Requeni- expresó: “Hay en ella –la novela- una intensa poesía que es a la vez la de la juventud y la de la América Colonial del fondo de las provincias, un mundo perdido para siempre y otro que espero conocer un día. Hay también un tono de relato, una mezcla de arte y naturalidad, un gusto, que no son moneda corriente en la literatura hispanoamericana”.
En Alamos talados, Arias evoca personajes de diversas clases sociales. Está la clase alta, la de los terratenientes que hicieron la conquista viviendo en un fortín hasta que pudieron doblegar a los indígenas. Así ve a su familia el adolescente: “Por momentos, abuela arreglaba parsimoniosamente los pliegues de su vestido negro, que caían sobre el almohadón de raso granate en el cual, a manera de escabel, reposaban sus botinas de fieltro negro. Desde mi escondite, la escena resultaba solemne: la galería con sus esbeltos pilares, unida a la escalinata del estrado, le daba ambiente cortesano, que destruía el abigarrado montón de campesinos esperando turno para acercarse a la señora. Ella tendía su mano de venas azuladas con tan graciosa aquiescencia, que dejaba en quienes la recibían sentimiento de gratitud por el gesto benévolo”.
En 1990, Sudamericana presentó una edición acompañada por una “Guía de trabajo para el profesor”, realizada por Marcela Grosso y Marta Baldoni, del Grupo Universitario de Investigación Literaria de la Editorial. En este opúsculo, las autoras señalan la importancia de inmigración en la novela: “El poder se ve amenazado por la presencia de lo otro, del elemento extraño: el inmigrante, figura que genera tres efectos correlativos: a) el enfrentamiento entre gringos y criollos, b) la exaltación del linaje y la hispanidad, c) el rechazo del progreso y las nuevas costumbres”.
La clase alta, representada fundamentalmente por los abuelos, se mostraba bondadosa con los criollos y los inmigrantes, en general, aunque había excepciones: “El inmigrante aparece descalificado, caricaturizado (...) o mirado con simpatía, en tanto se ciña al mandato de la abuela y no compita en el circuito de producción económica. Don Ramón Osuna sentía un “desprecio soberano por los gringos, como él llamaba a cuantos no hablaran el castellano. Desprecio que alcanzaba a toda idea que de ellos proviniera. No quiso alambrar su estancia; sembrar era cosa de gringos y nunca el arado rompió sus tierras”. “El desprecio por el progreso y las nuevas costumbres aparecen sintetizados en la abuela y don Ramón Osuna –consideran las investigadoras-. (...) En ambas actitudes está presente el conservadorismo, la resistencia al cambio”.
“Decir ‘gringo’ es un insulto –continúan- (...) El atributo ‘criollo’, en cambio, tiene connotaciones positivas (...) se convierte en una abstracción, en un símbolo de pureza racial y moral”. Los depositarios de estos valores son la abuela y don Ramón Osuna, ambos personajes en extinción (...) De la idea de extinción deriva el tono elegíaco de la novela y la figura estatuaria de la abuela, adscripta a quien muere en ademán grandioso. Frente a la aparición de los nuevos actores en el escenario social, se exalta a la elite y se reivindica al hijo del país, el criollo en desaparición. El ideal de ‘criollismo’ se proyecta en Alberto, heredero de un linaje y varón que asegura la perpetuación del apellido”.
La diferencia entre terratenientes e inmigrantes es señalada por uno de los personajes: “Doña Pancha aún no podía comprender cómo abuela había recibido, ‘con aire de visita’, a uno de esos gringos bodegueros, decía ella recalcando la palabra con retintín. Ella no podía entenderlo y menos disculparlo. Entre tener una viña y tener bodega para hacer vino había un abismo infranqueable. Eran dos castas distintas, y la Pancha se había constituido guardián insobornable de esa separación”.
Cuando las penurias económicas obligan a la anciana señora a talar los álamos, allí está un inmigrante, posibilitando que el lector saque conclusiones sobre la personal postura del autor: “Con el pie en el estribo de su auto rojo, el turco hacía anotaciones en una libreta. Uno, tras otro, caían los álamos de mi adolescencia”. Grosso y Baldoni sostienen que “La presencia invasora del inmigrante aparece metaforizada por el coche rojo del turco, que recorre el texto en varios capítulos”. Acerca del propietario del vehículo comentan: “Claras son las connotaciones demoníacas que despliega este personaje (...) Las aspiraciones comerciales del turco, que exceden a las del agricultor contratado, lo convierten en una amenaza, un peligro para el sistema. La compra de la vid y de la madera es sustituida por la idea de usurpación, de estafa: el turco no compra sino que ‘se lleva’. Caída, atropello, usurpación, tala, profanación, son los efectos del ingreso del inmigrante en el sistema, que es quebrado sin posibilidades de restauración”.
Los extranjeros –turcos, españoles, italianos, ingleses, franceses- son retratados en distinta forma. Algunos son evocados como seres altaneros; otros, son descriptos por Arias con admiración, tal es lo que sucede con el calabrés contratista de la viña: “Batista –su apellido me resultaba cómico y no pude aprenderlo nunca- había llegado de Italia cuando era muchacho, treinta años atrás. Varios cuarteles de viña se habían plantado bajo su vigilancia y la dirección de un cura, el padre Camurri, que, amén de sus misas, calzaba botas y salía a dirigir el trazado de los viñedos”. Aquí se evidencia cómo el sentimiento de la clase alta hacia los inmigrantes depende de que ellos estén o no subordinados a ella. Por otra parte, el comentario acerca del apellido del italiano trasluce cierto desdén hacia quienes provenían de países distantes.
Los criollos, que se agrupan bajo la protección de la señora y sus descendientes, ven como algo degradante el trabajo en la viña, pues nacieron para domar potros y para hacer tareas que exijan valor y destreza: “ ‘Los criollos no somos muy guapos pa’ estos menesteres, eso di’ andar cortando racimitos son cosas pa’ los gringos y las mujeres –había dicho Eulogio-. Ahora, lidiar con toros, jinetear potros, trenzar tientos de cuero crudo, marcar animales, ésas son cosas di’ hombre’ y hasta si se trataba de dar una manito para cargar las canecas, entonces se ajustaban el cinto y la faja, acomodaban el cuchillo en la cintura, ‘y no le hacían asco a juerciar un poco’ ”.
Frente a la adversidad, los criollos descreen tanto de los conocimientos de los patricios cuanto de las innovaciones de los gringos. Ante la incredulidad de uno de los señores, que la ve marcar una cruz en el suelo, “Que se ría el dotor –arguía la Pancha-, más pior le fue al gringo ‘e las Paredes, el que s’hizo una torre altaza, todita llena de palarrayos pa’espantar el granizo y, no bien la terminó, la misma tarde, la pedrera le taló las viñas... Ai tienen lo que sacó ese descreído con su torre de Davell”.
Hay, también, personajes marginales, como el ebrio Modón, cuya existencia infrahumana se describe y justifica: “Estaba descalzo, los pantalones sujetos por una faja de lana colorada y arremangados hasta la mitad de la canilla; la camisa sucia y deshilachada se perdía en la maraña de la barba grasienta, donde la tierra formaba una pasta oscura alrededor de los labios agrietados”.
Alberto, el protagonista, se siente unido a su familia por el respeto y el cariño, pero es por los criollos por quienes experimenta sus sentimientos más fuertes. Por un criollo, conoce el valor de la amistad, y es Dolores, la hermana del amigo, quien lo inicia en el camino de las sensaciones. Los inmigrantes son vistos por el adolescente como un grupo social cuyo trabajo resulta valioso, pero que también se vuelve una amenaza para la clase alta en decadencia, con cuyo ocaso se verá beneficiado.
 
ANTONIO PORCHIA, ITALOARGENTINO 

Muchos hombres y mujeres lIegaron a nuestro país desde otras tierras, deseosos de establecerse y de realizar un aporte a Ia nación que los recibía hospitalaria. La mayoría de ellos permanecen anónimos –casi todos los inmigrantes que hicieron trabajos manuales, comerciaron o brindaron servicios-; los recordamos como un gran grupo que tuvo decisiva influencia en la historia argentina. Otros, en cambio, descollaron en diversas actividades. Entre ellos, se destacan los de origen italiano. Fueron ítaloargentinos célebres, entre otros, José Ingenieros, Roberto F. Giusti, Rodolfo Mondolfo, Gherardo Marone, Alfonsina Storni, Syria Poletti y Antonio Porchia. Ellos se dedicaron a las letras y la filosofía, disciplinas en Ias que brillaron por su inteligencia y sensibilidad.
Antonio Porchia, autor de un unico libro, Voces, nació en 1886 en Calabria, desde donde emigró durante su adolescencia; vivió en Argentina hasta eI momento de su muerte, acaecida en 1968. Vivía en una modesta casa en Olivos, "un lugar de encuentro para quienes veían en él a un verdadero maestro en La expresión de la verdad y Ia belleza".
Un género con historia
Los diccionarios de lengua castellana definen al aforismo como "una sentencia breve y doctrinal que se propone como regla". En inglés, se lo relaciona con la ciencia, ya que la definición se da en estos términos: “a brief statement of a scientific principle; a pithy saying or maxim". -El vocablo inglés, aphorism, presenta una notable similitud con la forma latina del mismo, aphorismus, de Ia que seguramente deriva.
El escritor Bernardo Ezequiel Koremblit destaca que eI vocablo proviene del griego y está formado por "apo" (de) y "oridzein" (limitar); su etimología "indica que consiste en una sentencia breve y doctrinaI que encierra Ios justos términos de una verdad, aunque ésta es la definición que da el Diccionario,·igualmente es exacta”.
EI crítico lo define como "una proposición o frase breve clara, evidente, de profunda y util enseñanza". La historia del género se remonta a épocas inciertas -agrega-, ya que "Sabios aforismos religiosos, morales, políticos y sociales arrancan de las literaturas egipcia, védica, sánscrita. hebrea y china, y aforismos son muchas sentencias del código de Manú y Ios preceptos de Confucio y los dictámenes de Horo, como lo son Ias expresiones preceptivas de algunos intencionados pasajes del Timeo y el Banquete platónicos".
La elección del género aforístico obedecía -dice Koremblit- a un propósito: "¿quién que reconozca o perciba en la concisión y la precisión el encanto de la sabiduría puede dudar de que nuestros sabios y atrayentes padres protoliterarios y protofiIosóficos quisieron ser amables y seductores con sus contemporáneos y descendientes, benévola y cortés intención que los movió a librar sus pensamientos como colombófilos que soltaron las palomas de sus ideas para que éstas volaran graciosa y armoniosamente".
En su surgimiento, el aforismo se vincula con otras especies literarias de antigua data: "Con el cuento, aparece entre los primeros géneros llamados ahora literarios y que entonces eran los esenciales impulsos de Ia literatura. Libros enteros de la Biblia, como los Proverbios, eI Eclesiastés; y la Sabiduría contienen en su mayor parte aforismos, y eI dulce Virgilio, principe de la aforística Iatina, los escribió abundantemente en su Eneida y sus Geórgicas, y uno de sus aforismos es decididamente un aforismo sobre el aforismo: hoc opus, hic labor est, 'aquí está la obra y Ia labor difíciles’ “.
Koremblit afirma que también se encuentran aforismos en Hesíodo, en la Odisea, en Plotino y los Santos Padres, Recuerda, asimismo "el hipocrático Libro de Aforismos que el padre terapeuta escribió científica-humanamente, para sus discípulos de humanidad y medicina en la escuela de Caos, obra que comienza con el mas célebre de los aforismos: 'Ia vida es corta y largo el arte, la ocasion fugaz, la experiencia peligrosa, el razonamiento difícil’ ''.
Los hombres, la palabra
En sus aforismos, Porchia no sólo nos ofrece máximas de vida, sino que también plantea su personal filosofía acerca de Ia situación del hombre en el mundo y con respecto al Ser Supremo. "Dios mío, casi no he creído nunca en ti, pero siempre te he amado” –escribió. Esta afirmación tiene relación con aquel otro aforismo en el que dice que busca su existencia, pero la busca fuera de él mismo. Las reminiscencias bíblicas están presentes en sus sentencias; en una de ellas se evidencia su concepcion acerca de la condición humana: "Casi no he tocado el barro y soy de barro". En esta realidad encuentra asimismo otra imagen como vía de expresión: "El lodo, apartándolo del lodo, no es más lodo". Este aforismo implica la idea de la posibilidad de una redención.
Relacionado con el tema de Dios, encontrarnos el de la culpa, inherente a la religión católica. Porchia sostenía que el mal no lo hacían todos, pero acusaba a todos; como forma de enfrentar ese destino cierto, él se proponía una máxima de vida: "Mis culpas no irán a otras manos por mi culpa. No quiero otra culpa en mis manos".
En la obra aparecen el paraíso y el infierno, vistos desde su original perspectiva creativa; él dice: "Quien hace un paraíso de su pan, de su hambre hace un infierno". AI igual que en otras sentencias, postula el ideal de austeridad que caracteriza su libro.
Acerca de la condición del hombre, afirma que "Hasta el más pequeño de los seres !leva un sol en los ojos"; lo difícil es poder ver ese sol en todos. La bondad tampoco es una garantía de felicidad para Porchia, pues -a su criterio- "Si eres bueno con este, con aquel, éste, aquel dirán que eres bueno. Si eres bueno con todos, nadie dirá que eres bueno".
La palabra, medio por el cual se expresa, es observada en relación con eI contenido que encierra. El aforista sostiene que las palabras son siempre las mismas y que son ellas Ias que duran; sin embargo, aquello que dicen nunca es lo mismo, y lo que dicen no dura.
Dios, los hombres, el amor, el desdén, el bien, el mal, la fe y el escepticismo son algunos de los temas abordados en estos aforismos que tuvieron resonancia en el ambito literario extranjero de su tiempo.
En Argentina y el exterior
La obra de Porchia aparece en el estudio de Daniel Freidemberg sobre la poesía del cincuenta. En esas páginas, eI ensayista describe al ítaloargentino como “una soIitaria figura que, por edad y por la publicación de su unico Iibro (Voces, 1943) es muy anterior: eI inclasificable aforista Antonio Porchia (1886-1968), autor de brevísimas reflexiones donde los más severos mecanismos intelectuales desatan vertiginosas indagaciones. no ajenas a la concepción de lo 'surreal’, tal como lo entendieron los fundadores de ese movimiento".
A criterio de sus editores, la atención que Ie dispensaron personalidades foráneas hizo que la obra de Porchia alcanzara una relativa difusión: “el espaldarazo de Andre Breton (y el de Roger Caillois) promovió el reconocimiento de Porchia en su propio país".
Roger Caillois tradujo este libro al francés en 1949; el aforista se lo había dedicado. Por su parte, Andre Breton afirmó, en su libro Entretiens 1918-1952: "Debo decir que el pensamiento mas ductil de expresión española es, para mí, el de Antonio Porchia, argentino".
La obra fue editada en reiteradas oportunidades, en castellano y también en otros idiomas. En Belgica, en 1962, el aforista fue incluido por Femand Verhesen en una selección de autores argentinos que tradujo al francés con el titulo de Poésie vivante en Argentine. No obstante -afirma Alberto Luis Ponzo-, el escritor no era conocido en España.
Voces tuvo también ediciones en América del Norte. En Estados Unidos, W. S. Merwin tradujo y publicó en 1969 una selección a la que tituló Voices. En el prólogo que encabeza este libro, refiriéndose a algunos aforismos, encuentra que tienen estrechas afinidades con frases de las escrituras budistas y taoístas, mientras que otras no sólo recuerdan a Kafka, sino también a Lichtenberg y a Blake.
El libro de Porchia cumplirá en 1993 sus primeros cincuenta años de vida. Estimamos que es una ocasión propicia para que quienes no conocen la obra de este ítaloargentino se beneficien con Ia lectura del magnífico texto, al que siempre se recurre en procura de orientación y goce estético.

“El sur”, por Jorge Luis Borges, en FICCIONES. Buenos Aires, Sur, 1944. 

Jorge Luis Borges se refiriò en reiteradas oportunidades a la inmigraciòn de sus mayores. Lo hizo en reportajes, en los que aludiò a su condiciòn de descendiente de inmigrantes y criollos (1). Ricardo Piglia considera que “Apoyada en la diferencia de los sexos, la familia se divide en dos linajes, habrìa que decir es forzada a encarar dos linajes: la rama materna, de ‘buena familia argentina’, descendiente de fundadores y conquistadores (‘Tengo ascendencia de los primeros españoles que llegaron aquì. Soy descendiente de Juan de Garay y de Irala’), de guerreros y de hèroes. La rama paterna, de tradiciòn intelectual, ligada a la literatura y a la cultura inglesa (‘Todo el lado inglès de la familia fueron pastores protestantes, doctores en letras, uno de ellos fue amigo personal de Keats’)” (2).
En Borges, biografìa verbal (3), Roberto Alifano escribe cuanto el escritor le dijo sobre uno de sus antepasados: “El abuelo materno de mi padre, Edward Young Haslam, editò uno de los primeros periòdicos ingleses de la Argentina, Southern Cross, y se habìa doctorado en Filosofìa y Letras en la Universidad de Heidelberg. Sus medios no le permitìan estudiar en Oxford o Cambridge, por lo que marchò a Alemania, donde obtuvo su tìtulo despuès de haber realizado todos sus cursos en latìn. Muriò en Paranà, la capital de la provincia de Entre Rìos”.
Cuando Borges recibiò el Premio Jerusalèn, recordò en una entrevista a la hija de Edward Haslam, su “abuela inglesa, protestante, que sabìa de memoria la Biblia” (4). A ella se referirà tambièn en un reportaje realizado por Noemì Ulla, recordàndola como una persona estrechamente ligada a los libros con los que se iniciò literariamente. Dijo a la escritora que su verdadera educaciòn fue la biblioteca de su padre, “en gran parte de libros ingleses. (...) Yo recuerdo sobre todo la Enciclopedia Britànica, que sigo releyendo y que no he agotado aùn. Mi padre era profesor de Psicologìa en Lenguas Vivas, èl tenìa que dar las lecciones en inglès –mi abuela era inglesa- y era secretario en un Juzgado Civil de los Tribunales, pero èl era ademàs profesor de Literatura Inglesa” (5).
Evoca el ambiente literario de su casa, relacionado con la extranjera: “Habìa un excelente ambiente en casa, un ambiente literario. Mi abuela era muy lectora, mi abuela inglesa sabìa de memoria la Biblia. Ellos habìan sido predicadores metodistas, gente de clase media en Inglaterra, de modo que Ud. citaba un versìculo bìblico y ella decìa: Libro de los Reyes, capìtulo tal, versìculo tal. O Libro de Job, capìtulo tal, versìculo tal, o El Evangelio segùn Marcos, capìtulo tal, versìculo tal, y seguìa adelante. En alemàn se dice Bibelfest, es una persona que està firme en la Biblia. Creo que Hafiz sabìa de memoria el Coràn, que Hafiz quiere decir ‘el recordador’. Hay mucha gente que sabe de memoria el Coràn y sè que muchos protestantes, como mi abuela, saben de memoria la Biblia. Se sigue la ùnica lectura, puede ser aprendida”.
Acerca del arribo de la inglesa a nuestro paìs, dice Alifano: “La abuela paterna de Borges, Frances Haslam Arnett, llegò a la Argentina por una serie de curiosas circunstancias. Su ùnica hermana, mayor que ella, se habìa casado con un ingeniero ìtalojudìo, llamado Jorge Suàrez. Al fallecer su madre, los Suarez la hicieron viajar a Amèrica del Sur. Llegò a Paranà, la capital de Entre Rìos, despuès de un accidentado viaje (el barco estuvo a punto de naufragar en las costas del Brasil), a mediados de 1867. En Paranà fue donde Frances Haslam conociò al coronel Francisco Borges”.
La ascendencia de Jorge Luis y su hermana, Norah, determinò en què idioma se expresarìan: “En casa de los Borges se usaba corrientemente tanto el inglès como el castellano –afirma el biògrafo. Los niños sabìan que con la abuela materna, Leonor Acevedo, tenìan que hablar español; pero con Fanny Haslam lo debìan hacer en inglès. ‘Con el tiempo descubrì que esas dos maneras de hablar de un nieto se llamaban la lengua castellana y la lengua inglesa’, completò Borges”.
La abuela Fanny no sòlo le legò el idioma y la aficiòn a la lectura; le dejò tambièn material del que surgirìa algùn texto: “Siendo niño –evoca Borges- escuchè a Fanny Haslam muchas historias de la vida de fronteras de aquellos tiempos. Ella habìa vivido experiencias terribles y maravillosas al mismo tiempo, ya que, en los primeros años de la dècada del setenta, mi abuelo fue comandante en jefe de las fronteras norte y oeste de la provincia de Buenos Aires. Una de esas historias sirviò de base para mi relato Historia del guerrero y la cautiva. Mi abuela habìa conocido a varios caciques indios: Namuncurà, Simòn Coliqueo, Pincèn y Catriel”.
Una experiencia tan fuerte como la de la inmigraciòn dejò huellas en el escritor, que se refiriò a esta realidad de dos patrias en algunos de sus textos. El lector recordarà con què frase se incia el cuento titulado “El sur”: “El hombre que desembarcò en Buenos Aires en 1871 se llamaba Johannes Dahlmann y era pastor de la iglesia evangèlica”. Pasados los años, nos enteramos de que este inmigrante dejò descendencia en suelo americano: “en 1939, uno de sus nietos, Juan Dahlmann, era secretario de una biblioteca municipal en la calle Còrdoba y se sentìa hondamente argentino” (4).
Marìa Teresa Gramuglio sostiene que “en ‘El Sur’, relato que Borges ha calidficado de autobiogràfico, ‘al menos en sus primeras pàginas’, otra oposiciòn, la de lo criollo y lo europeo, se condensa en el protagonista, Juan Dahlmann, descendiente de un pastor alemàn y de un coronel argentino. En el nivel màs visible –agrega-, los datos ‘autobiogràficos’ se multiplican: Dahlmann trabaja en una biblioteca, sufre un accidente similar al sufrido por Borges en 1938, conserva unos vagos campos que no visita. (...) En un nivel menos visible, la dicotomìa entre lo criollo y lo europeo define una elecciòn que se resuelve en el relato (ir al sur, aceptar el duelo) y que a la vez lo resuelve con la muerte” (7).
Al igual que el escritor, Juan Dahlmann siente correr por sus venas sangre de dos tierras: “Su abuelo materno habìa sido aquel Francisco Flores, del 2 de infanterìa de lìnea, que muriò en la frontera de Buenos Aires, lanceado por indios de Catriel”. Elige una de estas ascendencias, por un motivo que arriesga el cuentista: “en la discordia de sus dos linajes, Juan Dahlmann (tal vez a impulso de la sangre germànica) eligiò el de ese antepasado romàntico, o de muerte romàntica”. Esa elecciòn marca su personalidad: “Un estuche con el daguerrotipo de un hombre inexpresivo y barbado, una vieja espada, la dicha y el coraje de ciertas mùsicas, el hàbito de estrofas del Martìn Fierro. (...) Esta elecciòn sella su destino: morir, o soñar que muere, en el Sur, en un duelo a cuchillo. ‘Sintiò que morir en una pelea a cuchillo, a cielo abierto, hubiera sido una liberaciòn para èl, una felicidad y una fiesta... Sintiò que si èl, entonces, hubiera podido elegir o soñar su muerte, èsta es la muerte que hubiera elegido o soñado’ “.
Lo criollo y lo europeo, mundos diferentes en los que se escindiò la existencia de Borges, aparecen en este cuento, como aparecieron en las entrevistas que se le realizaron, demostrando que la inmigraciòn fue un tema importante, tambièn, para uno de los màximos escritores argentinos. 

PLACERES Y FATIGAS DE LOS VIAJES. Crònicas andariegas, por Manuel Mujica Làinez. Buenos Aires, Sudamericana, 1993. 

Manuel Mujica Láinez nació en Buenos Aires en 1910; falleció en Cruz Chica, Córdoba, en 1984. “Estudió en colegios de Francia y Gran Bretaña. Desde joven, alternó la creación literaria con la crítica de arte, que desarrolló en el diario La Nación. En 1936 contrajo matrimonio con Ana de Alvear Ortiz Basualdo. Fue Secretario del Museo Nacional de Arte Decorativo y, entre 1955 y 1958, ocupó la Dirección de Cultura del Ministerio de Relaciones Exteriores. También integró la Academia Argentina de Letras y obtuvo, entre otras distinciones, los premios Kennedy, Nacional de Literatura (1963) y la Legión de Honor del Gobierno de Francia (1982). Además, en 1984, fue nombrado Ciudadano Ilustre de la Ciudad de Buenos Aires. En 1969 el escritor y su familia se habían trasladado a Cruz Chica (Córdoba), instalándose en una antigua casona con un extenso parque, llamada ‘El Paraíso’, donde Mujica Láinez residió hasta su muerte”.
“De su vasta producción sobresale su obra narrativa, en la que cobra especial importancia la indagación de lo argentino, presente en Canto a Buenos Aires (1943); Aquí vivieron (1949), sobre la historia de una quinta de San Isidro (Bs. As.) y, especialmente, en el volumen de cuentos Misteriosa Buenos Aires (1950). Mujica Láinez retrató con escepticismo e ironía a los sectores tradicionales en Los viajeros (1955) y en Invitados en El Paraíso (1957. Su inclinación a lo fantástico y el carácter cosmopolita se pone de manifiesto en las novelas que transcurren en el Renacimiento italiano, como Bomarzo (1962), o en la Edad Media, como en el caso de El Unicornio (1965). Varias novelas y cuentos suyos fueron llevados al cine y a la televisión, y el compositor Alberto Ginastera realizó una ópera basada en Bomarzo, estrenada en Washington (E.E.U.U.) en 1967 y que obtuvo un amplio reconocimiento internacional”.
Manuel Mujica Làinez ha evocado en muchas oportunidades a sus ancestros. En Los porteños (1), èl toma la palabra y se refiere a sus antepasados en los artìculos titulados “Un poema, un autor y su genealogìa”, “Los tìos de Inglaterra” y “Yo vivì aquì (La quinta de los Beccar Varela)”. En esos textos, el elogio tiene como destinatarios a los protagonistas; el tono admirativo surge espontàneamente al hablar de familias patricias y personajes gloriosos.
La vida y la obra entera de Mujica Làinez se desarrollaron alimentadas por el vivo fuego de la estirpe hispànica y sus profundas raìces en el suelo americano. El escritor se muestra orgulloso de su genealogìa y la recuerda con frecuencia. La circunstancia personal determina su creaciòn artìstica. Se siente el afortunado heredero de una distinciòn y una cultura sin parangòn; a travès de los lazos sanguìneos ha recibido, si no la fortuna, todos los privilegios inherentes a ella. Quizàs por esta razòn es que elige para sus obras a protagonistas de la clase dirigente, a virreyes, condes y marqueses.
En un artìculo publicado en La Naciòn, incluido en el volumen mencionado, recuerda a sus antepasados en diàlogo con Borges. De la charla surge una diferencia: los ancestros del autor de El aleph han sido hèroes; los de Mujica Làinez, estancieros y literatos. Entre estos ùltimos, se destacan los Varela, los Canè –el “romàntico porteño” y el autor de Juvenilia-, el fundador de El Diario y, màs cercanos a nosotros en el tiempo, Manuel Mujica Farìas, su padre, autor de tratados jurìdicos, y Lucìa Làinez Varela, cuya pluma nos dio un libro de memorias de viaje y dos obras de teatro.
En “Dos abuelos, dos tendencias”, Mujica Làinez presenta a sus ancestros escindidos en dos corrientes: la criollista y la europeizante. Representante de la primera es Eleuterio Santos Mujica y Covarrubias, estanciero y tenaz partidario de Mitre. La otra corriente està representada en la persona del abuelo materno, Manuel Làinez, y en las del grupo de periodistas y literatos relacionados con nuestro autor por medio del progenitor de su madre.
La tradiciòn familiar ha sido para Mujica Làinez fuente inagotable de temas, tanto en lo que se refiere a personajes como en lo concerniente a historias, vivencias, a esa atmòsfera tan particular que encontramos en todas y cada una de las obras del descendiente de Juan de Garay.
Manuel Mujica Làinez realizò innumerables viajes a lo largo de su vida, por diferentes motivos. Durante su adolescencia, viviò en Parìs y en Londres; màs tarde, ya periodista de La Naciòn, los viajes fueron para èl parte de su trabajo. La misiòn oficial tambièn fue un motivo para recorrer el mundo, como lo fue asimismo la creaciòn literaria, que lo llevò a presenciar el estreno de Bomarzo en los Estados Unidos. Poco antes de morir, Mujica Làinez reuniò algunas de las crònicas que escribiò para el diario capitalino, en dos volùmenes que titulò Placeres y fatigas de los viajes. Crònicas andariegas (2). En estos tomos agrupa artìculos publicados entre 1935 –cuando viajò en el Zeppelin- y 1977.
En una entrevista realizada en 1978, afirma que cuando escribiò esa primera nota, “Era un niño bien que iba a bailes y a fiestas” y lejos de enorgullecerse por haber sido elegido para realizar esa travesìa, dice: “A mì me eligieron porque como era tan joven y hacìa sòlo tres años que estaba en el diario, no les importaba mucho perderme... (3)”.
Las condiciones en las que realiza sus viajes no siempre son las ideales, y muchas veces se lamenta de la velocidad que lleva en sus andanzas, o de otros inconvenientes lògicos, dada la època en que visita algunos paìses. El periodista comenta: “Hubiera querido tener el cuerpo sembrado de ojos, como Argos, pues lo que siempre sucede en estos viajes veloces es que lo màs interesante es lo que uno va dejando a un costado, a la derecha o a la izquierda, (...) se hace lo que se puede con los escasos medios fìsicos de que se dispone”.
Ademàs de la premura que lleva, juega contra èl la realidad de los paìses europeos en la posguerra, que obliga a trazar el itinerario de acuerdo a lo posible y no a lo deseable; en Alemania, por ejemplo, debiò alojarse en el albergue de los corresponsales de guerra, en un cuarto diminuto que “debiò nacer cocina, pues conserva en un rincòn una pileta de lavar platos y, en el otro, un caño sospechoso”.
Los lugares que recorre lo impresionan siempre, aunque por diferentes razones. En algunos de ellos admira la historia milenaria o el coraje de sus habitantes; en otros, reconoce espacios propios, ya sea por herencia o por vivencias. Uno de los dos paìses a los que màs se siente ligado el periodista es –el lector lo habrà supuesto- España.
En España vivieron sus ancestros; uno de ellos, hace siglos, se lanzò al mar, en busca de la promesa americana. “Cada uno de nosotros es, en buena proporciòn, consecuencia de la cadena ancestral que le dio vida –afirma-, y mis eslabones hispanos, rotos hace casi dos centurias, siguen unidos invisiblemente a mis eslabones de la Argentina. Hoy los siento trèmulos, vibrantes, dentro de mì”.
Este sentimiento alcanza su clìmax cuando el poeta visita, en Villafranca de Oria, pueblo cercano a San Sebastiàn, , la casa de sus mayores, en una “peregrinaciòn a las fuentes”: “Con Armendàriz tornè a entrar en la iglesia. Me enseñò, en los registros parroquiales, las anotaciones que consignan los bautismos, matrimonios y muertes, de gente remota vinculada a mì. Y, saliendo del templo neblinoso, me mostrò junto a èl la que fue casa de mis mayores y que, desde 1890, màs o menos, està destinada a escuela, correo, dependencias municipales y què sè yo què. Sobre la puerta sigue intacto el blasòn, como en tantas y tantas casas de Guipùzcoa”.
Se refiere a su estado de ànimo de ese momento: “Experimentè, como es lògico, una especie de emociòn difìcil de definir. Ella aumentò cuando, algo despuès, el alcalde nos guiò al cònsul y a mì para que, desde la altura del hospital, abarcàramos la vista del pueblo. Cuatro hermanas de caridad, alegres, parloteantes, sonoras de llaves y de rosarios (la màs àgil, Sor Pastora), nos escoltaron a lo largo de vastas salas llenas de camas vacìas –pues en Villafranca no hay màs que trece asilados en el hospital, y la principal razòn de ser de ese instituto monjil finca en su colegio- para que asomàndonos a las ventanas del primer piso, apreciàramos en su conjunto la hermosura del pueblo. Y entonces, al verlo tan pequeño, tan esmirriado, con sus tejas venerables, sus edificios hidalgos y sus muros pobrecitos, sentì que algo se apretaba dentro de mì”.
Recordò entonces a “aquel Juan Bautista de Mujica y Gorostizu, tan vasco, quizàs el tercero o el cuarto hijo de una familia numerosa, de hacienda flaca, que un dìa resolviò irse de Villafranca de Oria, de estas montañas, de este rìo rumoroso, de estas casas soñolientas, de estos pinos velados por la bruma, de esta iglesia que guardaba la historia de los suyos”. Se fue “allende el mar, al extremo del mundo, porque –segùn se referìa- se habìa abierto el puerto de Buenos Aires al comercio, en un nuevo virreinato, y acaso allì –pero eso sì, desgarràndose de todo, como quien se cercena una mano a sì mismo- habrìa posibilidades de medrar, para un muchacho sin temor”.
El escritor plasma en este artìculo la emociòn que sintiò: “Ese pensamiento me acercò a èl, por encima del tiempo, màgicamente, y a la casa que acababa de ver junto a la iglesia de Santa Marìa. Y al hacerlo comprendì que no me estaba despidiendo de España sino, al contrario, regresando a ella, a mi casa, y aunque me fuera lejos nunca me irìa de aquì, donde las raìces se hunden entre tumbas y el rìo Oria le repite a mi sangre, para siempre, una vieja ronda familiar”.

ADAN BUENOSAYRES, por Leopoldo Marechal. Buenos Aires, Sudamericana.

El crìtico Angel Nùñez distingue tres etapas en la producciòn de Leopoldo Marechal, a quien define como el “autor de una rica y variada obra literaria”. Se iniciò, y alcanzò premios y fama, como poeta, a partir de Los aguiluchos (1922), y sobre todo desde Dìas como flechas (1926) y Odas para el hombre y la mujer (1929)”. Enumera otros tìtulos y afirma que en esta primera etapa “ya se incluye el ensayo de estètica Descenso y ascenso del alma por la belleza (1933) y la simple Historia de la calle Corrientes (1937) con la que comienza una de sus màs importantes lìneas de creaciòn: la narrativa”.
“Una segunda etapa de producciòn podemos iniciarla en 1948, cuando edita su primera novela, Adàn Buenosayres, importante apertura de un àrea que serà central en el conjunto de su obra. Esta segunda etapa llega hasta 1955 –año en que se inicia su proscripciòn del mundo cultural-; abarca la iniciaciòn en la novela y tambièn en el teatro: El canto de San Martìn es de 1950”.
“Un tercer perìodo –de extraordinaria creatividad- puede establecerse entre 1965 y la muerte del escritor, ocurrida en 1970. De 1965 es su segunda novela, El banquete de Severo Arcàngelo, que tuvo gran èxito de venta y que provocò la revalorizaciòn de su obra. La trilogìa novelìstica se completa con Megafòn o la guerra, aparecida poco despuès de su muerte. En esta etapa enriquece su ensayìstica con Autopsia de Creso (1965), luego incorporado al importante Cuaderno de navegaciòn (1966), que recoge once estudios diversos”.
Con motivo de cumplirse el cincuentenario de la novela, Graciela Cutuli publicò un trabajo en el que afirma que “Leopoldo Marechal llamò ‘Adàn Buenosayres’ a su alter ego literario, al personaje que le dio nombre a su novela màs monumental y lo consagrò como uno de los maestros de la prosa argentina. Hace cincuenta años, cuando languidecìan algunas vanguardias y estaban forjando su obra otros grandes autores de nuestra literatura, el libro se publicò en medio de un silencio casi generalizado: era la historia de un largo recorrido del protagonista, Adàn Buenosayres, desde su ‘despertar metafìsico’ en una casa del barrio de Villa Crespo hasta el solitario combate final de su alma frente al Cristo de la Mano Rota, en la Iglesia de San Bernardo. Era y es una novela extraordinaria, pero sufriò una ola de silencio, debida en parte a lo inèdito de su lenguaje y del fluir de su escritura, y en parte tambièn a que Marechal satirizò con agudeza en varios de sus episodios a muchos de sus colegas martinfierristas... sin que estos, que tanto se burlaran en el pasado de la ‘solemnidad literaria’, tuvieran el coraje de afrontarlo con el necesario humor”.
En medio del silencio de la crìtica al que alude Cutuli, una voz se alzò para destacar los mèritos de la novela y la singular figura que la protagoniza. Dijo Julio Cortàzar, en 1949: “Una gran angustia signa el andar de Adàn Buenosayres, y su desconsuelo amoroso es proyecciòn del otro desconsuelo que viene de los orìgenes y mira a los destinos. Arraigado a fondo en esta Buenos Aires despuès de su Maipù de infancia y su Europa de hombre joven, Adàn es desde siempre el desarraigado de la perfecciòn, de la unidad, de eso que llaman cielo. Està en una realidad dada, pero no se ajusta a ella màs que por el lado de fuera, y aùn asì se resite a las òrdenes que inciden por la vìa del cariño y las debilidades. Su angustia, que nace del desajuste, es en suma la que caracteriza –en todos los planos mentales, morales y del sentimiento- al argentino, y sobre todo al porteño azotado de vientos inconciliables... ".
Por la novela desfilan inmigrantes de las procedencias màs disìmiles. Entre ellos encontramos italianos, catalanes, gallegos, vascos, judìos, armenios, turcos, calabreses, sicilianos, sirios, andaluces, chinos, ingleses, alemanes y escandinavos. A algunos solamente se los menciona; otros, en cambio, son retratados minuciosamente en esta recorrida que el protagonista hace en abril de un año que no especifica.
En el Segundo Libro, los pesonajes se trenzan en un debate acerca de las responsabilidades de criollos y de gringos. Samuel Tesler, filòsofo villacrespense, exclama: “Estoy harto de oìr pavadas criollistas (...). Primero fue la exaltación de un gaucho que, según ustedes y a mí no me consta, haraganeó donde actualmente sudan los chacareros italianos. ¡Y ahora les da por calumniar a esa pobre gente del suburbio, complicàndola en una triste literatura de compadritos y milongueros!”.
Del Solar, uno de los líderes criollistas, contraataca: “La devoción al recuerdo de las cosas nativas –tartamudeó Del Solar, pálido como la muerte- es lo único que nos va quedando a los criollos, desde que la ola extranjera nos invadió el país. ¡Y son los mismos extranjeros los que se burlan de nuestro dolor! ¡Si es para llorar a gritos!. (...) Es verdad que la ola extranjera nos metió en la línea del progreso. En cambio, nos ha destruido la forma tradicional del país: ¡nos ha tentado y corrompido!”.
Adán Buenosayres piensa lo contrario. Sostiene “que nuestro país es el tentador y el corruptor, que el extranjero es el tentado y el corrompido”. Afirma eso luego de haber visitado Europa y haber visto hombres “con un sentido heroico de la existencia”. Al llegar aquì, los hombres encontraron “un sistema basado en cierto materialismo alegre que se burlaba de sus costumbres y se reìa de sus creencias. (...) los extranjeros hallaron en el paìs, no un sistema de orden, sino una tentadora invitaciòn al desorden. Casi todos eran ignorantes; no tenìan defensa. Y olvidaron su tabla de valores por aquel fàcil estilo de vida que les enseñaba el paìs. Y la obra de corrupciòn iniciada en los padres fue concluida en los hijos: los hijos aprendieron a reìrse de sus padres emigrados, y a ignorar o esconder su genealogìa. Son los argentinos de ahora, sin arraigo en nada”.
El protagonista comprende cuàl es su misiòn en esa circunstancia: “si al llegar a esta tierra mis abuelos cortaron el hilo de su tradiciòn y destruyeron su tabla de valores, a mì me toca reanudar ese hilo y reconstruirme segùn los valores de mi raza. En eso ando. Y me parece que cuando todos hagan lo mismo el paìs tendrà una forma espiritual”.
Otro de los lìderes criollistas expresa que “El paìs no necesita buscar su alma en el extranjero”, pues se la darà el Espìritu de la Tierra.
La polèmica se instaura, en otros tèrminos, cuando Marechal hace aparecer a Juan Sin Ropa, el que derrotò a Santos Vega. Juan Sin Ropa –explica el folklorista Del Solar- “es el gringo desnudo que vence a Santos Vega en una clase de lucha que nuestro paisano ignoraba: la lucha por la vida”. En ese momento, “el vistoso gaucho fue borràndose para dejar sitio a un hombretòn forzudo y coloradote, de camisa y bombachas a cuadros, botas amarillas, facòn ostentoso y un rebenque guarnecido de plata casi hasta la lonja. No sin una efusiòn de simpatìa, los aventureros identificaron al punto la imagen risueña de Cocoliche”.
Luego, Juan Sin Ropa se transforma en el abuelo Sebastiàn, el antepasado europeo de Adàn Buenosayres, quien le dice a Del Solar: “Cien veces crucè la pampa en mi carreta, y cien veces el rìo en mi ballenero de contrabandista. Arè la tierra virgen y agrandè rebaños. Y no es mìa ni la tierra donde se pudren mis huesos”. A travès de sucesivas metamorfosis, el gaucho llega a tomar el aspecto del Neocriollo “que habitarìa la pampa en un futuro lejano”.
Como personajes, o como fenòmeno social que suscita la polèmica, los inmigrantes revisten importancia en la obra de Marechal, el escritor que –al decir de Sàbato- “pasarà a la historia de la lengua castellana como insigne hito de la poètica y la narrativa. A ese monumento que le tiene reservado el tiempo no se le pueden arrojar bombas de alquitràn, y ha de ser invulnerable al insulto, la ironìa, la envidia y el silencio: esos premios que con harta frecuencia los hombres de letras de nuestro paìs confieren a los que deberìan honrar”. 

GENTE CONMIGO, por Syria Poletti. Buenos Aires, Losada, 1962. 

En el año 1961, Gente conmigo fue distinguido con el Premio Internacional de Novela convocado por la Editorial Losada. Al año siguiente, dicha obra mereció el Segundo Premio Municipal de Buenos Aires y fue seleccionada entre las diez mejores novelas sudamericanas por la editorial Alan Williams de Nueva York. Fue traducida al inglés, alemán y ruso, y se realizó una adaptación cinematográfica y otra televisiva.
Al preguntársele a la escritora acerca de las razones por las que creó este libro, respondió: “Un libro que se escribe desde adentro, nace porque debe nacer. Hay fuerzas oscuras que impulsan toda creación auténtica. Pienso que toda mi vida no fue más que una larga gestación de Gente conmigo y de Extraño oficio. Esa gestación entrañable, misteriosa, debía plasmarse y salir a luz. Pero creo que nació y maduró en la fragua candente de un sentimiento de asombro y rebeldía frente al absurdo de ciertas situaciones humanas: el desconcierto de la mujer inteligente ante la mediocridad del hombre de nuestro tiempo y de nuestro medio; la soledad de quien está preñado de trascendencia; el abismo entre generaciones; el desarraigo del inmigrante; la injusticia de los convenios establecidos entre América y los países emigratorios, convenios que, en la actualidad, además de despiadados, resultan anacrónicos. Por ejemplo, el casamiento por poder entre una pareja de desconocidos o el veto de ingreso al país a los disminuidos físicos”.
La protagonista, Nora Candiani, recuerda: “Entramos a un salón vasto y desnudo. Era el lugar reservado a la revisión sanitaria. Junto a unas mesas, los médicos revisaban a mujeres y chicos con rápida indiferencia. Pase usted, pase usted, adelante, otra, rápido. Y las mujeres esperaban pacientemente, con la ropa a medio quitar y los críos berreando”. El médico le niega el permiso para emigrar, a causa de una malformación en la espalda. Comienza entonces el peregrinar de la hermana mayor, que debió emigrar sola, y no se resigna a que Nora quede en Italia, cuando ya están todos en América: “Paso tras paso, con su carga de trabajo y el agobio de apuntalar a una familia dispersa, Bertina consiguió arrancar el permiso de embarque. Eso no invalidaba el fallo adverso emitido en Trieste; era una concesión, una dádiva lograda a fuerza de recursos, de cuña y obstinación. (...) Mi viaje a América se resolvió así en una suerte de contrabando: yo era como un producto deteriorado que debía pasar inadvertido, entremezclado con los productos destinados a la exportación: los emigrantes aptos. Yo era el polizón que logra trepar al barco. Luego, la piedad me admitiría. De todos modos, lo importante era viajar. La vida impone las leyes y la vida enseña las trampas. Sólo que las trampas arañan”. La protagonista reflexiona: “Es paradójico que la deformidad constituya una culpa imperdonable”.
El casamiento por poder es otra de las realidades contra las que la escritora arremete. Aunque otro personaje señala las ventajas de la costumbre, la traductora no se deja convencer: “Jamás pueden llevarse bien los que no se conocían de antemano y resuelven casarse por poder como quien resuelve entre dos males: o eso o la miseria (...). Es una escapatoria; no una elección. Todas esas muchachas que llegan aquí casadas por poder y se enfrentan con la incógnita de un marido desconocido me dan la impresión de seres arrojados por algún éxodo... No sé... Una especie de aluvión acosado por fuerzas oscuras que desborda por el mundo a tontas y a ciegas...”.
Existen otras situaciones; por ejemplo, cuando la pareja ya estaba de novia en Italia y acuerda emigrar. Considera que ni siquiera en este caso es aceptable el casamiento por poder y, para demostrarlo, narra lo sucedido a un matrimonio que vivió una desgracia: “El llegó primero; trabajó duro y construyó la casa. Entonces se casaron por poder y ella tomó el barco. Un barco hacia América, hacia él, hacia el nuevo hogar. Durante la travesía la contagió el tracoma y no pudo desembarcar. Las prescripciones sanitarias no lo permitieron. Y él tampoco pudo subir a la nave. Debió conformarse con agitar el pañuelo desde el muelle cuando el buque zarpó de regreso a Italia”.
Syria Poletti defendía el derecho a mostrar a través de la literatura realidades que debían ser cambiadas, por eso dijo: “Toda obra de arte entraña un mensaje social y mucho más cuando está escrita desde adentro. Inclusive, desde el punto de vista temático, mi novela podría significar una punta de lanza para la revisión de algunos convenios inmigratorios que resultan escarnecedores, por ejemplo, el rechazo de los disminuidos físicos. Y toda la novela plantea dramas; dramas que nacen de las injusticias sociales. Sin embargo, inclusive como mensaje social, esto no es lo más importante: lo más importante está implícito en el amor y en la adhesión que los personajes pueden o no suscitar en el lector. La eficacia del ‘mensaje’ depende de la carga de vivencias y de poesías que entraña una obra”. 

DE AQUÍ HASTA EL ALBA, por Eugenio Juan Zappietro. Barcelona, Hyspamèrica, 1971 

Eugenio Juan Zappietro es un conocido autor de cuentos policiales, que colaborò durante mucho tiempo en La Prensa y participò en antologìas sobre el gènero. Es, tambièn, el autor de la novela De aquì hasta el alba (1), en la que narra lo acontecido a colonos, soldados e indios durante la Conquista del Desierto, en el año 1879.
El lìder de esta gesta fue Julio Argentino Roca, “el joven y brillante militar prestigiado por el èxito de la campaña que concluyò con el dominio del indio en el desierto”, asì lo define Adolfo Prieto (2). La Conquista del Desierto fue –a criterio de Exequiel Cèsar Ortega- uno de los “hechos y factores que dieron nueva tònica a nuestra Argentina moderna. (...) La empresa decisiva del General Julio Argentino Roca (1878-1879) y las complementarias hasta 1884, terminaron con el pleito secular. Se tuvo el control territorial en momentos de casi inminente guerra con Chile por la posesiòn de la Patagonia. Los caciques resultaron vencidos, se entregaron como Namuncurà; fueron apresados como Pincèn y otros como Baigorrita combatieron hasta el fin. Sus escasas gentes (pocos guerreros sobrevivientes y ‘chusma’ o no combatientes, mujeres, ancianos y niños) esperaron a merced de los vencedores, o huyeron, transmitièndose su alarma y su miedo mediante las señales de humo que describe Zeballos. Estos ya no eran los centauros que domesticaban sus caballos de guerra sin castigarlos, ni los àgiles y huidizos maloneros. Eran los integrantes del ocaso, descriptos por Estanislao S. Cevallos en ‘Viaje al paìs de los araucanos’ “ (3).
Por el tema que aborda, la obra de Zappietro se inscribe en la vertiente de la “literatura de fronteras”, que ha tenido grandes cultores. Prieto considera que “la Argentina moderna parece no guardar rastros del problema que la agitara rudamente durante medio siglo, luego de convertirse en una no resuelta herencia de la Colonia. El importante ciclo de la literatura de fronteras, con Callvucurà, los ya mencionados libros de Mansilla y de Barros, los artìculos periodìsticos de Hernàndez, la prèdica de Nicasio Oroño, el simple material de informaciòn cotidiana recogida durante años en diarios como La Prensa de Buenos Aires y La Capital de Rosario, y los registros de testigos calificados, como Ignacio Josè Garmendia en Cuentos de tropa (Entre indios y milicos) (1891), el Comandante Prado en La guerra al malòn (1907) e Ignacio Fotheringham en La vida de un soldado (reminiscencias de la frontera) (1908), vienen a recordarnos la inconsistencia de esa opiniòn o prejuicio”.
En la esplèndida novela de Zappietro, varios inmigrantes comparten con los criollos y los indios un destino aciago. Se trata de hombres que se alejaron de la civilizaciòn, por su voluntad o por causas ajenas a ella, y se ven envueltos en una historia que les permitirà mostrar su grandeza o su cobardìa.
Dos europeos son presentados como figuras antitèticas, encarnaciones del bien y del mal. Se trata de un cirujano belga y de un comerciante flamenco, los cuales, como dos caras de una misma moneda, muestran que la vida de un ser humano responde a los principios morales que lo orientan, y no a las circunstancias en que se encuentra. En una misma situaciòn, el belga se muestra probo una vez màs, mientras que el flamenco vuelve a evidenciar su egoìsmo criminal.
Hubert Leroy, el cirujano belga, ha debido huir de Francia, pues durante una operaciòn matò intencionalmente a un ministro asesino: “Decidiò matar a Desquerres cuando extirpò las tres cuartas partes de su hìgado. (...) Cuando Francia descubriò el crimen, Hubert Leroy estaba ya en Amèrica”. De Buenos Aires, donde se habìa establecido, debe huir tambièn, ya que se ha conocido su pasado y eso sirve para la extorsiòn. La opciòn era partir o morir, y èl escoge marchar hacia el sur: “Bajo una lluvia incoherente, Leroy divisò el carruaje, con un auriga inmòvil, al modo de una estatua. Tambièn presintiò un arma en la pretina del pantalòn de su visitante. La situaciòn no le encolerizò; lo poseyò una desagradable sensaciòn de frialdad, como si estuviese presenciando la decapitaciòn de un extraño”.
El flamenco Roger Bary, era “mercader en aquella esquina del infierno” y entra en tratativas con los indìgenas, aùn a costa de la vida de sus hijas, sòlo para salvar el pellejo: “Bary habìa negociado con los indios, en especial con Kachipuè, cuya devociòn por su hija Paula era conocida en todo el sudoeste; ese amor animal del bàrbaro por la muchacha habìa dejado muy buenos beneficios en las arcas del comerciante; ahora, el negocio tocaba a su fin y debìa disponerse a levantar su tienda. Habìa exprimido a soldados y paganos, vendièndoles por igual armas y municiones. Ginebra y vicios. Y todos los elementos que necesitaba una tribu en constante movimiento, amenazada por la ùltima campaña nacional contra las tolderìas”.
Bonhomìa y vileza aparecen confrontadas –al igual que en Leroy y Bary- en otra dupla de inmigrantes. Son ellos un irlandès, que llegò al desierto en 1866, y el socio granadino que lo traicionò. La posta en la que vivìan los Bary habìa sido construida por O’Flaherty, quien “juraba que Argentina era el paìs del futuro. No se equivocò por mucho en cuanto a la tierra; se equivocò de hombres, pero una lanza araucana habìa terminado con èl para evitarle la amargura de comprobarlo”.
El granadino le robò el negocio, y quiso robarle tambièn a su compañera, a la que matò por no aceptar la relaciòn. Luego, cambiò al irlandès por un caballo. O’Flaherty resistiò el asedio de sus “compradores” durante diez dìas, “hasta que se quedò sin municiones. Entonces, fabricò una lanza con un cuchillo toledano, recuerdo de su ex socio, atàndolo fuertemente al cañòn del Sharp”. Asì, matò a los araucanos que quedaban y, cuando se enfrenta al caudillo, despuès de haber perdido un brazo, es el granadino quien lo entrega, pues “El araucano no bajò su brazo armado de cuchillo; estaba considerando que aquel pelirrojo hombre blanco era un dios; ni en toda la historia de su naciòn alguien habìa despachado a seis bravos con aquella terrible celeridad”.
El cacique termina con el traidor: “la gratitud era un sentimiento menor en el indio; la admiraciòn podìa màs. Metiò su lanza entre las costillas del español y los enterrò a ambos junto a la muchacha de Glasgow. Desde entonces –era leyenda ya- vagaba sin poder pegar ojo en torno a la posta, como si quisiera resucitar al hombre que habìa liquidado a su brigada”.
El desierto alberga tambièn los restos de un estadounidense: “Un hombre delgado y macilento que era ingeniero del ejèrcito, habìa llegado para estudiar la posibilidad de trasladar el asiento de las tropas un poco màs hacia el mar. Se habìa llamado Jewison y era un americano de Tejas, muy golpeado por la enfermedad que habìa contraido al atravesar la Florida. Jewison tenìa treinta y cinco años y un Colt Forntier a la cintura; vestìa levitòn Prìncipe Alberto y fumaba cigarrillos muy suaves, ambarinos, de Virginia”.
Una noche, “quedò con los ojos abiertos, mirando el techo de paja trenzada, inmòvil como una piedra. Habìa muerto sonriendo, cara a un cielo extraño, tal vez muy semejante al de las interminables noches de su Tejas natal”.
En esta evocaciòn de los inmigrantes, debemos mencionar al portuguès que se ofrece como voluntario para defender el fuerte 36 del Ejèrcito Nacional Argentino. Lucharìan doscientos bomberos de lanza contra veintidòs idiotas”, en una contienda que tendrìa como hèroes al capitàn Càrdenas, a Paula Bary y a un indio converso. Era Martins, el portuguès, “a quien las bajamares habìan hecho recalar allì, como ùltimo puerto”, un hombre “delgado, macilento, comido por la malaria”, que tenìa un poderoso motivo para luchar: “-Me mataron una china en Italò –dijo-. Me dije que iba a arrancarle las tripas a cien puercos de èsos. Todavìa no cumplì”. Seguramente, le llegò el fin antes de poder concretar su propòsito.
Indios y criollos se enfrentaron en la Conquista del Desierto. No olvidemos que en el sur habìa inmigrantes. Ellos tambièn escribieron nuestra historia.

EL PIBE CABEZA. Por Beatriz Guido, Luis Pico Estrada y Leopoldo Torre Nilson. Buenos Aires, Schapire Editor, 1975. 127 páginas.

"Empezó de bombachas y botas para terminar desafiando a Buenos Aires, con un flamante traje cruzado. Buscó más la aventura que la seguridad, aún dentro del delito".
El guión que leemos no es el que fue escrito originalmente, sino el que quedó después de las modificaciones que se le hicieron sobre la marcha. Relata la historia de un muchacho de Azul que empezó haciendo changas y luego trabajó como peluquero, oficio que abandonó cuando se dio cuenta de que así no sería rico nunca. El dinero y la popularidad fueron las dos obsesiones que lo llevaron por el mal camino, y que lo empujaron hacia una prematura muerte.
En el guión hay varios inmigrantes: el inglés o irlandés del ferrocarril, un cliente, que lo hace apresar por haber "violado" a la hija, cuando en realidad, la chica lo sedujo; los "tanos" alumnos de la criolla hija de inglés, y los alemanes asaltados por la banda, quienes, al no tener otra defensa, sueltan las abejas que criaban, dejando ciego a uno de los secuaces del protagonista.
Completa el volumen un apéndice que reúne información recabada por Isabel Aráoz, relatos cedidos por Guzmán y el poema "Un conductor y el Pibe Cabeza", proporcionado por Antonio Carrizo.

AVENTURAS DE EDMUND ZILLER, por Pedro Ogambide. Abril, 1984. 

Pedro Orgambide nació en Buenos Aires en 1929. Entre 1956 Y 1960 fue director de una de las mas recordadas revistas, La Gaceta Literaria. «Su obra –afirma Alfredo Rubione, en la Historia de la Literatura Argentina (CEAL, 1980) abarca la ensayística, la poesía, una meritoria biografia de Horacio Quiroga, la cuentistica y fundamentalmente sus ficciones de mayor aliento: sus novelas». En 1976 obtuvo el Premio Casa de las Americas por Historias con Tangos y Corridos. Es autor de EI Encuentro (1957), Memorlas de un hombre de bien (1964), La buena gente (1970) y Cuentos con tangos (1998), entre otros Iibros. Residió durante un largo periodo en Mexico, donde, entre otras actividades culturales, integró la dirección colectiva de la prestigiosa revista Cambio.
La inmigración es un tema muy caro para el, al que vuelve recurrentemente. lo encontramos, por ejemplo, en Aventuras de Edmund Ziller (Editorial Abril, 1984), novela que fue Mención del Premio de Novela Mexico, en la que «Orgambide reúne diferentes géneros literarios y crea .un mosaico, divertido y conmovedor, que es un canto a la Iibertad y la justicia en estas tierras de America».
En esta obra aparecen muchos inmigrantes. Asi los ve un peculiar extranjero que se refiere a Buenos Aires: «ElIos no sólo hablaban infinidad de idiomas en sus a]deas (que llamaban conventillos) sino que honraban a sus brujos lIevandolos a la gran casa de la Palabra: el Congreso». La realidad es trasladada al escenario, creándose el sainete, del que Orgambide da una personal definición. Dice de el que es la «Narración en forma de teatro, cuento o poesía, que pone enfasis en lo grotesco, lo burdo, lo desgraciado del vivir promiscuo en las casas de inquilinato de Buenos Aires. Esta forma de vivir daba tambien para las disquisiciones filosóficas, como afirma el autor en otro pasaje: «Algunas veces, en el atardecer, Edmund Ziller lIegaba a la Escuela de la Sabiduría fundada en 1947 por mi amigo Tito Ascanio Perrucci en la pieza de un conventillo de La Paternal. Alii vivia Tito, rodeado de sus discipulos (yo entre ellos) adaptando la teoria de Pavlov (reflejos condicionados) a una filosofía general de la vida».
Además de aparecer como grupo social, varios inmigrantes son retratados como seres únicos, diferentes de los demas. Habla, por ejemplo, del armenio, -al que, corno era corriente, le atribuían la nacionalidad que menos quisiera. tener-, del ingles y del español: «Ziller me citó en un cafe ruidoso, cerca de Canning y Corrientes. El cafe era un larguisimo pasillo, lIeno de mesas en donde los jugadores de dominó golpeteaban sus fichas. Me encontre allí con un boxeador armenio (en el barrio lo lIamábamos el Turco) con quien compartíamos el olvido de la juventud. Creí descubrir, en otra mesa, a mi amigo Jose Jadour, que en su adolescencia escribia extraños relatos y que ahora se dedicaba a la busca de piedras preciosas. Tambien vi (o me pareció ver) a Henry Scofield (el ingles) que había seguido las huellas de su padre, un ex empleado de los ferrocarriles que contrabandeaba en la frontera con el Paraguay. Por un instante no supe que estaba haciendo allí, distraido por esas memorias de la realidad. La voz altiva de un español (el mozo) me indicó que estaba entorpeciendo su paso».
EI italiano de cierta región es evocado en la novela y el término se hace extensivo a muchos otros inmigrantes que no provienen del mismo pais. Entre las «Voces de la enciclopedia antiimperialista del señor Edmund Ziller» incluida en el volumen, se cuenta la palabra «napolitano», a la que define Orgambide como: «Natural de Napoles que extraña el mar en las cercanías del Riachuelo (Arg./ Forma melancólica y sonora del inmigrante». Triste destino es el que aguarda a un polaco, en la obra. EI relato del secuestro y tortura del hombre agobia a Ziller. «Se adormecía en esa salmodia de sensatez e imaginaba minuciosamente el cuerpo del polaco, las quemaduras, el miedo, el frio, los insultos, la cama de Rosa y el polaco cantando La Cumparsita, bailando en el picnic, ocultándose en cualquier hotel, huyendo con su vergüenza a cuestas».
En CabaIlito, eI protagonista .encuentra inmigrantes muy distintos: «Edmund Ziller caminó por la avenida hacia la Plaza; iba reconociendo las baldosas, los almacenes, el largo muro del hospital que remedaba un palacio de España, y enfrente al verde de la plaza, el colegio iriandes, el edificio gris, un viejo e ilusorio castillo de Irlanda en Buenos Aires, las monjas caminando por el jardin, rezando en ingles, y mas allá las casas donde habia una quinta que él cruzaba en su infancia como quien atraviesa el Amazonas, la quinta que, misteriosamente, tenia un bote abandonado, derruido por la lIuvia y el tiempo».
El protagonista tambien “desciende de los barcos”: «Ziller recordaba su infancia de boyero en Gualeguay, en una colonia judia de Entre Rios, donde empezó su historia; aunque esta, según él, había comenzado mucho antes». EI recuerdo de la niñez del narrador, por su parte, trae aparejado el de un ser querido, inmigrante asimismo, del que Ziller fue amigo. Dice el novelista: «Entro a mi casa y sé que está esperándome, arrebujado en un viejo sobretodo que era el mismo que usaba mi abuelo en las calles de Odessa, el mismo que lució en Buenos Aires a comienzos del siglo cuando iba al frente de la columna, con la bandera, como secretario del Socorro Rojo Internacional, el mismo sobretodo que salió indemne a los sablazos de la caballería durante la Semana Trágica».
«Sólo entonces descubro que Zilller se parece de una manera cruel. a mi propio abuelo, al pobre abuelo loco, al chiflado que vivia en un triste y oscuro cuartito cercano a la terraza, donde, a los cinco años yo lo vi sin comprender la tempestad y el desgarramiento del exilio», «oculto por la enfermedad y la locura del mundo que arrastra a los hombres lejos de su tierra, y que un dia los devuelve, creame, como las olas de la playa».
Estos son los inmigrantes que evoca Orgambide, los mismos a los que aborrece cada xenófobo, cada «Sujeto de apariencia normal que odia a los extranjeros» y que «Suele creer que los judíos adoran la cabeza de chancho .y que los negros son una raza inferior y que Dios estaba pensando en su pinche pais cuando creaba el Universo».

LA NOCHE LOMBARDA, por Atilio Betti. Buenos Aires, Plus Ultra, 1984.

La noche lombarda es la primera novela de Betti, “un relato en el que la autobiografía se mezcla con lo anecdótico y lo imaginativo. Narra en ella lo sucedido a un hombre que, premiado por el Gobierno de Italia, viaja a Mede, la tierra de sus mayores, y se encuentra espiritualmente con ellos, con la cultura de la que desciende: “Sobre ese suelo los lombardos, mis antepasados, mi padre, sus padres, habían edificado, a fuerza de pura resistencia, su fiereza. Por debajo, el lodo, la cenagosa base, y arriba el delirio de vivir apuntalando el crecimiento hacia la altura de las florestas”. En esa tierra encontraron su última morada: “Ahora los tenía allí, reproducidos en óvalos de porcelana, y colocados en la faz anterior del nicho, tal como los conocía desde siempre. La nonna, con la blusa alforzada, abotonada altamente; el nonno, con la camisa blanca, sin corbata bajo el chaleco, y de saco. Mis abuelos”.
La travesía está signada por el rencor que el hijo siente por el padre emigrante, a quien describe con pocas virtudes y muchos defectos. Le reprocha la falta de educación de que fue víctima, y vive su premio como una revancha: “Mi padre me había negado la educación. Me había condenado, por no querer trabajar bajo su mando, en su fábrica, a una juventud de lucha. A defenderme a puñetazos por las calles y las oficinas, con tal de salir con la mía. Y ahora me hallaba allí, en viaje hacia Italia, en calidad de invitado y futuro huésped de su patria. Libre y solo. Solo, sí, pero libre y triunfante”.
El padre aborrecido había llegado a América en su juventud. El hijo, al ver a los paisanos del emigrante, se preguntaba: “¿Estos eran, estos siguen siendo los colonos que Mitre ponderara como los más adelantados del mundo? A casi un siglo de las primeras inmigraciones a la Argentina, me recibían azorados, descalzos, uncidos al terrón de magra tierra, a la tradición primitiva del laboreo”. Quienes habían permanecido en Lombardía, por su parte, criticaban a aquellos que habían partido: “Esta es la obra de los que se fueron a ‘hacer la América’. Este es el abandono de los que no supieron ganarse el pan en su tierra. Es la muerte de ellos, no la del paese, la que estás viendo”.
Cuántas noches de invierno había pasado en el establo el emigrante, antes de partir! “Las mujeres, ocupadas en hilar; los muchachos –papá lo contaba- sonando la guitarra y la ocarina. Todos al calor de las bestias, para trabajar, cantar y dormir en las noches de nieve, cuando no subían al piso superior por la escalerilla de madera de álamo”. Se había alimentado con las comidas típicas de la región, las mismas que los descendientes acaudalados despreciaban: “A mí me apetecían las ranas –dice el protagonista-. Me apetecían todos los alimentos que nutrieron a mi padre; pero Anna los había proscripto de su mesa. No a la ordinariez de la polenta, no a la selvaggina, los patos silvestres”. Había vivido en el mismo escenario en que se hallaba el hijo: “suelo de paja y tierra apisonadas, la ventana cubierta de aceitosa tela, la stamagna, y la única cama apoyada en gabas, troncos toscamente tallados, más que bancos. El colchón (...) crujió bajo mi peso con el ruido de las hojas secas de maíz que lo rellenaban”.
El padre había sido ranero: “La veta roja del jade, ese palpitar de animal que aparece en la piedra, lanzada ahora desde una vibración cósmica para ocupar su sitio en la honda tensa de la rana. El animal, sometido a instrumento, se ablandaba hasta convertirse en gomera de la luz y saltar, inmóvilmente, a la pedrada del manotazo certero de Manera. A medida que las iban atrapando, las embolsaban, y era fama que la pesca de ranas no había conocido pareja tan experta como la que constituían Manera y su amigo”.
Se sentían, los raneros, enemigos de los cazadores: el “cazador, siempre solo, siempre ceñudo. El rifle en bandolera, y, abriéndole paso, acorazando al amo, el pecho fuerte del bracco. El hocico del perro, oscuro y fruncido como el rostro del amo. Rostro y hocico de mal talante. Hombre y perro tallados conjuntamente en la inmovilidad del paisaje y del destino:: boscaioli o contadini. Sin alternativa, desmontadores o campesinos”.
Había visto el sacrificio de las mujeres, el mismo que el hijo veía encarnado en una de ellas, que “continuó despellejándose las manos inmensas, deformadas. Las manos que de joven había hundido una y mil veces en el agua hirviente de los calderos de la filanda, la hilandería donde se mataba al gusano de seda, hirviéndolo, para despojarlo del capullo. (...) El cuerpo de la anciana exhalaba olor desagradable, mezcla de senectud y de humedad. De la humedad que, en la hilandería, le había penetrado hasta los huesos. El olor nauseabundo de las crisálidas muertas, las que no salían a flote en los calderos. Olor que impregnaba las ropas y los cuerpos de las mujeres, para siempre”.
Había conocido a las mondariso, quienes “agachadas sobre los surcos, limpiaban con las manos las plantitas, para evitar que las ahogara la cizaña”, y las tintoreras, “profesión tradicional de Mede”.
Un día, decidió partir. “Era el emigrante que ‘había hecho la América’. Tenía los cuerpos, los rostros de los viajeros pobres que iban en mi barco –imagina el hijo. Tenía, también, únicamente él entre todos, la innata distinción, la cuerda fina de los nervios, del temperamento, que yo acababa de presentir en Micrula. Un chorro de agua, un manguerazo brutal, le dio en la cara. Lo vi trastabillar, mojado. Lo vi llorar de indignación y afirmarse en los zapatos claveteados, agarrándose fuertemente del tirador negro, sobre el torso sin saco, para no caer bajo el golpe del agua. (...) En tropel, árabes y turcos aparecían y desaparecían alrededor de mi padre. Corrían, gritando, aullando, perros mojados, perros azotados a manguerazos, a refugiarse bajo mi cama mientras que papá, rascándose con furia las axilas, gritaba o gemía, o gritaba y gemía al mismo tiempo: ¡Piojosos! ¡Piojosos!”.
“Había aprendido un oficio. Era más joven, más tenaz, supongo”. El hijo lo comparaba con ese paisano que hacía come le rondini (como las golondrinas): “volaba atravesando el mar. De Europa a América, de la Argentina a Italia, para ganar el jornal en la época de la cosecha”. Muchos años después, uno de los descendientes que habían quedado en Mede caminaba “enumerando, ponderando, magnificando las proporciones y la importancia de las fábricas”, que el inmigrante había logrado fundar en la nueva tierra. Para el admirado sobrino, el padre del protagonista “era el ejemplo que debía imitar, la luz que debía guiarlo”.
El lombardo había llegado a enriquecerse respetando ciertos principios, algunos de ellos muy crueles: “repudiaba la enfermedad, la consideraba un vicio”, “lo violentaba la timidez”. Frente a la tumba del primo en tierra lombarda, el narrador recuerda: “Aldo, el que se volvió a su patria sin que mi padre fuera a despedirlo al puerto. El que salió de un hospital de Buenos Aires a los pocos días de operado del estómago, y llegó solo a mi ciudad suburbana, sin que papá lo hubiera ido a buscar. Llegó solo, caminando desde la estación, transpirando y desmayándose de debilidad”.
El padre renegaba de su familia pobre. La hermana afirma: “yo veía a los dos hermanos, en la Argentina, emigrantes prósperos, bien vestidos, olvidados por completo de las hermanas miserables y despreciadas por el resto de la familia”. Otro era el sentimiento ante los demás parientes, a quienes llevaba, cuando visitaba Italia, una gargantilla de oro, zapatos y carteras de piel de víbora, ponchos de vicuña, mates de plata.
En América, por el contrario, “Se vengaba, el inmigrante rico, de las argentinas copetudas que, antes, lo habían humillado. Se vengaba de sus cacareos, de sus estridencias. Extendía ante ellas, cual mancha en el mantel de la fiesta, su silencio. Desplegaba la bandera del silencio que ellas, con sus alientos, hacían flamear. Las usaba, despectivamente, de asta, y en la médula de ese mutismo ante el que caían, títeres vaciados de manos, las palabras, yo sólo veía la estrechez del resentimiento, la venganza sin grandeza de mi padre”.
Así fue, vista por ojos indudablemente parciales, la inmigración lombarda. De sus infortunios en Italia y de sus logros en América, nos habla Betti, en una novela memorable. 

DESDE YA Y SIN INTERRUPCIONES, María Esther Podestá. Corregidor, 1985.

Al hablar de nuestro teatro, surge la pregunta acerca del momento en el que se consolidó como un espectáculo nacional, superados ya los vacilantes años de los inicios. Angela Blanco Amores de Pagella escribió un libro al respecto, que fue publicado por el Ministerio de Cultura y Educación. En él diferencia dos etapas en el drama de nuestro país: “hablar de los orígenes del teatro nacional es referirse necesariamente a la producción que comienza en el siglo XVIII y perdura, sin absoluta continuidad, a lo largo del siglo XIX, hasta lograr una etapa contínua que se inicia con la representación que hicieron los hermanos Podestá en una recordada función circense sobre la novela de Eduardo Gutiérrez, Juan Moreira, en forma de mimodrama en el año 1884”.
En sus memorias, tituladas Desde ya y sin interrupciones, María Esther Podestá evoca esa función: “volvamos a 1884, cuando todavía se pensaba con mentalidad del siglo diecinueve. La monolítica troupe Podestá pasa íntegramente a trabajar en el barrial Politeama Circo Humberto 1° de Buenos Aires, ubicado en la calle Virrey Ceballos entre las de Moreno y Belgrano. Entonces ése era un lugar apartado. Hoy cuesta creerlo, debido al crecimiento humano y material de la ciudad”.
Allí los contrata Alfredo Cattáneo, representante de la compañía norteamericana de los hermanos Carlo. La actriz continúa la evocación: “Los Carlo deseaban que el elenco que encabezaban mis mayores ofreciese el Juan Moreira, que para ese propósito había arreglado el propio autor, el novelista Eduardo Gutiérrez, que había popularizado el novelón en entregas de folletín en el diario ‘La Patria Argentina’. Como el estreno debía consumarse en beneficio de los hermanos Carlo, mis parientes entendieron que era una circunstancia propicia para destacar la armonía y cordialidad existentes entre los artistas circenses y acudieron gustosos a realizar el espectáculo. La decisión estuvo condicionada a la intervención integral de la familia, por encima de la suposición de que la participación personal de Pepe hubiera conformado a Cattáneo o a los Carlo. Respecto de esto hay distintas versiones. La pantomima Juan Moreira, en cuya interpretación intervino de veras toda la familia Podestá, se estrenó el 2 de julio de 1884 y se repitió otras dos veces, con un éxito no advertido en otras piezas mimadas del repertorio de los Carlo”.
Nos preguntamos por qué se señala que 1884 es el año que divide dos épocas del teatro argentino. Angela Pagella sostiene que “si se ha estimado que con la consideración de Juan Moreira debe ponerse fin a esta serie de iniciadores es porque se entiende que el teatro nacional encuentra entonces la vena fecunda que lo hará perdurar en una actitud: la de ocuparse de una realidad social argentina; realidad que, por otra parte, había interesado ya a la poesía y a algunas manifestaciones novelísticas. A partir de esa fecha cobra impulso lo que se ha dado en llamar ‘teatro gauchesco’, teatro que llega un poco tardíamente –recuérdese no sólo la fecha de aparición de Martín Fierro –1872-, sino la prédica periodística de Hernández desde “El Río de la Plata” –1869- pero que afirma sostenidamente, desde otro género literario, el interés por esa realidad social”.
La memorialista destaca que de los Podestá actores, el único que debe ser considerado argentino por derecho de suelo es su abuelo, Jerónimo Bartolomé. Los demás nacieron en Montevideo, adonde había marchado la pareja de inmigrantes ligurinos, atemorizada por el rumor de un degüello de “gringos” durante el gobierno rosista. “La familia permaneció en Montevideo desde 1851 –dice María Esther-, y allí nacieron mis tíos abuelos Pedro, José Juan (Pepe), Juan Vicente, Graciana, Antonio Domingo, y Cecilio Pablo, quien artísticamente suprimiría su primer nombre.
Por esos años –afirma Luis Ordaz- “se construyen en Buenos Aires numerosas salas teatrales, algunas de las cuales son copias fieles de las europeas de mayor prestigio. En primer término el Teatro Colón, el Colón primitivo, que data de 1857 (el nuevo y actual es de 1908), siguiendo con los de la Opera y Variedades (1872), Liceo (1876), Politeama, (1879), Nacional de la calle Florida (1882), San Martín, de la calle Esmeralda (1887), Onrubia (1889), de la comedia (1891), Apolo, Casino, Argentino, Odeón(1892), Mayo (1893), sólo para nombrar algunos de los más sobresalientes construidos antes de 1900. Junto a ellos van creciendo tablados y tabladillos, de nivel menor, por o común. Unos y otros poseen una misma característica: se hallan en manos de elencos extranjeros, particularmente españoles e italianos, pero también franceses, ingleses y de otras lenguas”.
Con el teatro convive un espectáculo que Luis Ordaz señala como “eminentemente popular”: el circo. “Podrían nombrarse los circos de Rafetto (famoso forzudo y luchador, al que llamaban ’40 Onzas’) el de los Henault, los Anselmi, los Rivero, los Rossi, etc. Pero ninguno posee la trascendencia, en lo que a nuestro tema concierne, del de los Podestá”.
Ordaz evoca al fundador de esta familia de actores: “José J. (Pepe) es el primero que siente la atracción de los circos extranjeros que pasan por Montevideo y arrastra a sus hermanos hasta la playa cercana para repetir con ellos las pruebas. Los Podestá llegan a crear un circo de aficionados y hasta poseen una banda de música, pero también es José J. El que primero inicia como trapecista, especialmente contratado, la carrera circense que, más que carrera, es una pasión que corre por la sangre de sus venas y late, sin descanso, al compás de su impetuoso corazón”.
En sus memorias, María Esther Podestá recuerda a su padre, José Francisco, de quien dice que “como la mayoría de los Podestá, mi padre era músico, además de autor de comedias. Trabajó siempre, incansablemente, en los últimos años administrando las temporadas del teatro Smart de la calle Corrientes, rebautizado en 1967 en homenaje a la tía Blanca”.
En otra página nos habla de Pablo, quien prodigaba su talento en diversos campos del arte: “Pero no fue sólo como actor, cómico o dramático, que Pablo Podestá proyectó su singular personalidad artística. Hacia 1910, hallándose en gira por el interior del país, estrenó con su compañía, en el Olimpo de Rosario, una obra titulada Miseria, de la que era autor. También le pertenecía la música que completaba la pieza. Asimismo, había pintado el decorado. Es decir que simultáneamente fue autor, músico, pintor y actor, hecho no muy frecuente en el mundo del teatro. Del músico que era Pablo son difíciles de olvidar los acordes que compuso para el estilo de La piedra del escándalo, sobre los versos románticos de Martín Coronado. También Pablo esculpía con facilidad. Se conserva en el Museo del Teatro el busto que le hizo de niña a Eva Franco, en 1917, cuando las representaciones de Con las alas rotas, de Emilio Berisso”.
No podía faltar en estas páginas el homenaje a la tía Blanca, de quien dice la autora: “Blanca fue un crédito mayor de la familia. Me resisto a verla en el pasado porque ella avanzó en el tiempo y siguió actuando cuando muchos familiares habían dejado de hacerlo. Era una mujer fundamentalmente buena, de una imagen fuerte que encubría sus apacibles sentimientos. Como actriz tuvo la primera influencia de equilibrio de su padre y una segunda de Pablo, de quien fue primera actriz en temporadas memorables y a quien se acercó en equivalencia de temperamento”.
La sobrina valora los méritos actorales de la tía: “Tal vez Blanca, elegante e imponente, se debatió siempre entre su femineidad y una voz más bien ronca. Estaba más predispuesta para el drama que para la comedia, y generalmente dramas fueron los mejores aciertos en su carrera de estrella absoluta fuera de la órbita de Pablo. Nunca dejó de representar a autores argentinos pero después del veinte hizo una apertura al repertorio internacional, en una alternancia fulgurante de varias décadas sumadas a su ya larga e intensa carrera anterior”.
La autora de las memorias enumera a los escritores que frecuentaban los teatros; entre ellos se destacan Martiniano Leguizamón, Martín Coronado, Gregorio de Laferrere, Roberto Payró, Florencio Sánchez y Enrique García Velloso. “Casi todos hurtaban horas al trabajo para esas reuniones. Unos tenían cátedras, otros hacían periodismo, unos terceros andaban en la actividad política. Muchos se equivocan cuando los engloban en una bohemia dorada y suponen que las horas les sobraban. Ninguno tenía fortuna personal. Todos o casi todos debían multiplicarse para sobrevivir”.
Aborda también la cuestión del oficio y la importancia que tiene para el actor teatral el haberse iniciado en la infancia, como le sucedió a ella. Al respecto, comenta: “Quienes, como los Podestá, nos iniciamos niños en la carrera teatral, llegamos a una altura de nuestra profesión en que naturalmente el oficio (o sea la mecánica de la actuación sobre el escenario) nos permite, en la habitualidad, liberarnos de varias preocupaciones. Son muchas: moverse, simplemente moverse en escena, accionar las manos, colocarse de manera de no obstaculizar la acción ni la visual, saber escuchar y transmitir lo que se dice. Semejantes exigencias sólo se dominan con un ejercicio continuado y permanente”.
¿Cómo reaccionaba el público de fin de siglo ante una obra? También recuerda esto la Podestá: si la obra gustaba, el público manifestaba “franca ingenuidad”, “inocente entrega”, pero si no estaba conforme, el auditorio tenía reacciones de otro calibre. La falta de aplausos o el silencio era la más leve. Solían abuchear, protestar en voz alta y con severos calificativos, retirarse del teatro, integrar “agresivos grupos en el vestíbulo para ulteriores recriminaciones a autores o artistas”.
En sus memorias, tituladas Medio siglo de farándula, publicadas en 1930, José J. Podestá recordó la representación de 1884 con estas palabras: “Se hacían otras pantomimas como Los Brigantes de la Calabria, en el que el sirviente, un inglés zonzo, era el héroe de la pieza; Los bandidos de Sierra Morena, en que el asistente del capitán hacía un tipo jocoso y simpático. También se representaban Los dos sargentos y Garibaldi en Aspromonte; de modo que, cuando se me propuso la representación de Juan Moreira no era un novel ni mucho menos en este arte”.
¿Sabría Podestá, al encarnar a Moreira, que estaba dando comienzo a una etapa del teatro argentino?
La historia del drama en nuestro país así lo recuerda. 

DE UCRANIA A BASAVILBASO, por María Arcuschín. Buenos Aires, Marymar, 1986.

Quizás el nombre de Maria Arcuschín no sea muy conocido en el ámbito literario, pero si lo es en el seno de la comunidad judía, donde desarrolló una vasta labor. La autora, descendiente de judíos ucranios, nació en Basavilbaso, donde cursó sus primeros grados escolares. Más tarde, completó allí su formación docente, en el colegio Domingo Faustino Sarmiento, bajo la dirección del profesor José Monìn, quien luego, radicado en Israel, asumiría el cargo de director del Departamento de Psicología del Tecniòn de Haifa.
Tiempo después, radicada en Buenos Aires, se desempeña como educadora en distintos organismos de enseñanza. Fue la primera maestra del Hogar Infantil Israelita Argentino, pasando luego a ejercer la dirección del mismo. También le interesaron otros campos del saber: en 1955 egresó de la Escuela de Floricultura de la Facultad de Agronomía de la Universidad de Buenos Aires, y en 1963 pasó a ocupar la ayudantía en la cátedra de Parques y Jardines. En esta especialidad, se destacó publicando diversos artículos sobre el tema y actuando como jurado en la Sociedad Rural Argentina.
En De Ucrania a Basavilbaso, rinde homenaje a sus antepasados y a quienes llegaron a América en busca de libertad y paz, al tiempo que narra su propia vida en el seno de la colectividad.
José Isaacson, prologuista de la obra, comenta que “La autora de la crónica relata sencillamente, sin pretensiones literarias que la desviarían de su propósito esencial, y sus conjeturales hallazgos estilísticos, paradójicamente, malbaratarìan la fluidez de su escritura. Su mayor acierto, quizás, sea esta sencillez distante de la simplicidad. Esta modulación le permite alcanzar la sinceridad sobre la cual edifica su homenaje a quienes con ella, compartieron la tarea de colonizar la pampa gringa”.
En la línea de Los gauchos judíos, las paginas de Arcuschín tienen un hondo valor ético y social, pues la cronista evoca, con una visión adulta de su pasado, la gesta de esforzados inmigrantes y los ecos que tuvo en los argentinos. En la obra de la entrerriana se observa la incidencia del momento histórico y el ámbito geográfico en los personajes, la presencia de la autora en el texto, la religión y la educación, el trabajo y las diversiones, como así también las reiteradas agresiones que sufrió la colectividad, y el efecto que causaron en la escritora y su familia.
Arcuschín relata la epopeya de sus mayores, quienes debieron emigrar, en tiempos del Zar Nicolás II. Recuerda los relatos familiares sobre la razón que los llevó a dejar su tierra: los antepasados “Fueron casa por casa, puerta por puerta alertando sobre el peligro del próximo pogrom y la urgencia de partir hacia América en busca de libertad y de paz”.
Emprendieron una dura travesía: “Los niños, más pequeños, con la inestabilidad propia de su edad y desconociendo los peligros, corrían de popa a proa, perseguidos por sus hermanos mayores. Todo lo querían curiosear. Hasta que, atacados algunos por estados febriles, quedaban atrapados en sus cuchetas, sin darle descanso a los mayores, con sus llantos y quejidos. Todo se soportó estoicamente”
A principios del siglo XX llegaron, vía Hamburgo, a Buenos Aires, que, por ese entonces, era “chata, de casas bajas, con un puerto pequeño y muy pocos medios de transporte”. Durante cinco días permanecieron en el Hotel de Inmigrantes, para emprender luego el viaje hacia Basavilbaso, provincia de Entre Ríos; al llegar, la JCA –Jewish Colonization Association- los distribuyó en distintas colonias agrarias. La familia de Arcuschìn se estableció en Escriña, pequeño poblado a quince kilómetros de Basavilbaso, “semidesierto, falto de vegetación y con tierras donde la mano del hombre nunca había hundido la reja del arado”. Allí es donde comienza la verdadera historia.
Las familias lucharon denodadamente para lograr un digno modo de vida. Las inclemencias climáticas los agobiaban, las jornadas de trabajo comenzaban al amanecer y requerían la colaboración de todos los miembros de la familia. Poco a poco comenzaron a verse los frutos de su abnegada dedicación: crearon una escuela y una sinagoga, la Cooperativa Agraria abrió sus puertas. Nacían los hijos y, en ese clima de paz y bienestar, formaban sus propios hogares. Deseaban integrarse a la sociedad, ser ciudadanos, pero debieron sufrir las agresiones de gente sin escrúpulos.
La protagonista, Feñe, y su marido, vivieron sus primeros tiempos de matrimonio en una época muy dura; se avecinaba la Primera Guerra Mundial –estamos en 1913- y debieron tentar suerte en la capital, donde se establecieron como comerciantes. Pero tampoco aquí tuvieron suerte; Feñe, embarazada, volvió a Entre Ríos, donde nació su primera hija, en 1914.
La narración continúa, evocando tanto fracasos como alegrías. Los nacimientos, las muertes, la prosperidad económica, la falta de asistencia médica, constituían la realidad cotidiana de estos esforzados inmigrantes, comparable -salvando las distancias- a la de muchos extranjeros provenientes de otras naciones.
Junto al deseo de arraigar se evidenciaba la intención de mantener vivo el recuerdo del país de origen; las tradiciones se transmitían de padres a hijos, uniéndolos en un legado común. La patria nueva y la que debieron abandonar gozan por igual de la veneración de los personajes. “¡No olvides que estamos en América! –dice uno de ellos-. Acá vivimos en paz. Nuestros hijos pudieron haber nacido allá. Pudieron haber sido esclavos. En cambio hoy son libres, son el futuro de este país hospitalario que recibió a sus padres”.
Los momentos más logrados de la narración son –a nuestro criterio- aquellos en los que se evocan las costumbres hebreas en el marco de la apacible naturaleza entrerriana; ‘June y Soro-Leie’ y ‘Pesaj’ son los capítulos en que el casamiento y la festividad de la Pascua aparecen en toda su espléndida sencillez.
Celebraciones de otra índole también congregaban a los inmigrantes: los Carnavales, con sus coloridas serpentinas, y el 25 de Mayo, que se conmemoraba con carreras de sortijas a las que los extranjeros acudían entusiasmados.
En su narrativa, María Arcuschìn relata la historia de un pueblo al que ama entrañablemente, y al que debe mucho de lo que llegó a ser como ser humano y como profesional. La colectividad judía, hábilmente retratada en su obra, tiene muchos rasgos en común con otras colectividades que, desde lugares remotos del mundo, llegaron al país en busca de la dignidad que, por distintas razones, no podían tener en sus tierras de origen. En este cúmulo de inmigrantes, sin embargo, los extranjeros presentados por Arcuschìn son indudablemente típicos.

DE MAGIA, MITOS Y ARQUETIPOS, por Teresita Faro de Castaño. Editorial de Belgrano. Buenos Aires, 1985. 323 paginas.
 
Ser ciudadano conlleva una imperiosa obligacion: conocer nuestro pais y la cultura que ha surgido en su suelo. En ellos veremos reflejados nuestro pasado nacional y, a la vez, podremos encontrar nuevos rumbos para nuestro destino futuro. A la luz de esta certidumbre surgen obras como la de Teresita Faro de Castaño, "maestra, farmacéutica, psicóloga, doctora en Psicología, (...) ha tenido dos pasiones en su vida: estudiar y enseñar. Ambos accionares fueron el hilo conductor de todas la actividades que realiza. Estudiando, busca en la psiquis individual y colectiva y se se volcó a la interpretación de los mitos argentinos a través de la hermeneútica jungiana. El germen de este libro lo constituyó la tesis doctoral que sobre el tema, presentó en la Universidad de Belgrano en 1983, tras muchos años de investigación y trabajo. Fiel a su vocación docente, es en la actualidad Profesora de las Universidades de Belgrano y El Salvador en Buenos Aires.
Participa en seminarios, ateneos, simposios y jornadas donde la cultura popular esté presente. Dicta conferencias y charlas sobre Mitos Argentinos y su interpretación. Es coordinadora y organizadora de jornadas y cursos sobre Folklore Argentino y Latinoamericano en Buenos Aires y provincias argentinas".
La autora, santiagueña, se dedicó, con tanto amor como veneración por sus paisajes natales, a esclarecer el contenido mitico de las tradiciones. Para ello, contó con el aporte de numerosos informantes; en otros casos, recurrió a documentos verbales tomados de folklorologos de reconocida confiabilidad. Una vez reunido el material, lo examinó detalladamente a la luz de los principios postulados por Jung, quien nos habla del inconsciente colectivo y de los arquetipos, imagenes semejantes que pueden encontrarse en todas las culturas. El volumen, editado con el aporte del Fondo Nacional de las Artes, surgió de la Tesis Doctoral en Psicologia de Teresita Faro, pero trasciende este trabajo, constituyendose en un interes permanente y una fuente inagotable de alegria para la estudiosa.
En el Prólogo, señala Félix Coluccio: "La doctora Teresita Faro nos sorprende con esta, su primera obra, que profundiza en temas que la mayor parte de los argentinos conoce muy superficialmente, o simplemente desconoce o, lo que es peor, subestima con una aparente superioridad, como si las raices de nuestra cultura tradicional no fueran lo suficientemente trascendentes. El libro De magia, mitos y arquetipos que en su desenvolvimiento pareciera rozar los lindes de la ficcion, trata de integrarnos con el mundo subyugante de las creencias, supersticiones (con un contexto que incluye las brujerias, daños, conjuros, maleficios) y desde luego las transformaciones a las que estan suscriptas desde no pocas generaciones, comunidades en las que rigen codigos de conducta -culturales- que pueden sorprender a quienes estan muy lejos de aquellas".
En la Introducción, la investigadora afirma: "Los seres, hechos y cosas que el pueblo interpreta coma presentificaciones terrenas de un mundo sobrenatural han provocado, en todas las culturas, una enorme cantidad de fenómenos folklóricos: mitos, creencias, brujerías, daños, conjuros, transformaciones, maleficios. A ellos se acercan, ávidos, aquellos que de una u otra forma estan inmersos en el quehacer humanístico y cultural. Yo no soy ajena a ese interes. Este acercamiento mío es un intento de desentrañar mas profundamente los fenómenos folklóricos que han perdurado a traves de siglos, formando parte del alma regional de cada pueblo. En especial del mío. Con ello recreo mi infancia, mi raza, mis muertos queridos que duermen su eterno sueno en la region que evoco en estas páginas y que siento tan entrañablemente".
En el primer capítulo, la doctora aborda conceptos fundamentales de la psicologia jungiana, ahondando, por razones de espacio y pertinencia, sólo en aquellos necesarios para la eficaz comprension de su investigacion.
Luego, se ocupa del mito y de su funcion dentro de la cultura. Ella sostiene: "el mito, como los sueños, es la expresión externa de las luchas, las alegrías y los miedos de la humanidad. A través de ellos el hombre puede insertarse en su sociedad, por estos 'universos simbólicos' de los que hablan Berger y Luckman, es que el simple mortal puede arraigarse en una cotidianeidad personal y concreta. Las creencias, los dogmas, los relatos, las supersticiones, los mitos, nos transportan más allá de nuestra historia personal para insertarnos en la historia humana universal". A su criterio, "los mitos, como los sueños, son expresones profundamente humanas del inconciente colectivo. Formas simbólicas que ayudan al hombre a enfrentarse con la realidad, a adaptarse a ella, a superar sus propias contingencias, anhelando dar respuestas con estos simbolismos mitológicos a las dolorosas angustias propias de su finitud".
Una vez delineados a grandes rasgos los principales criterios geograficos de la region chaco-santiagueña, entra de lleno en "El Fenomeno Folklorico" (Cap. IV). Este -nos dice- ha sido estudiado por importantes figuras de nuestro pais: "Valiosisimos han sido los aportes de Canal Feijóo, Di Lullo, Cortazar, Coluccio, Jacovella, Vivante, Vega, Lafon, Carrizo, por solo citar a algunos folklorólogos eminentes". Según los estudiosos mencionados, "todo fenómeno que se ha transformado en folklorico, es popular, colectivo, empirico, funcional, tradicional, anonimo, regional y transmitido por medios no escritos ni institucionalizados".
Seguidamente, se ocupa de las principales tradiciones de la zona a la que se circunscribió: las Salamancas, el pacto con el Diablo, las leyendas de fuego y de piedra, las tradiciones de transformaciones zoomorficas son algunos de los aspectos que se analizan en esta insteresante investigacion. En todos los casos se transcriben una o varias· fuentes orales, que nos permiten conocer en forma directa estos mitos arraigados en el pueblo.
Valorar el rigor cientifico -desde el punto de vista psicoanalitico- del trabajo, es algo que excede nuestro conocimiento. Sí podemos decir, considerando el asunto desde una perspectiva literaria y cultural, que la obra nos ha parecido sumamente interesante, pues recoge una serie de relatos pintorescos e ilustrativos. El enfoque jungiano que se ha dado a los mismos nos brinda una teoria posible sobre su origen y vinculacion con mitos semejantes del mundo entero.
Teresita Faro de Castaño ha puesto su mirada, con elogiable acierto, en aquellos temas que como argentinos debemos conocer.

(El Tiempo, Azul, 7 de mayo de 1988)

EL BARON POLACO Y OTROS CUENTOS, por Adolfo Perez Zelaschi. Buenos Aires, Emecé Editores, 1985. 246 páginas.

En el parrafo final del primer cuento de este volumen, el autor responde a un crítico, que lo acusa de finalizar sus historias con "algo parecido a un sermon"; a nuestro criterio, mas allá de que se incluya o no el mencionado fragmento aleccionador, el afan moralizante persiste en cada uno de las cuentos de Perez Zelaschi, y es el que otarga a sus obras verdadero sentido. El cuentista une así, en una alianza consagrada por literatos del pasado- a la intencion de divertir, la de enseñar.
Varios temas se reiteran a lo largo de los cuentos; uno de ellos, quizas en él que mas se insiste, es el de la rectitud de los funcionarios y, ligado a este tema, el de la burocracia, ejemplificado en el genial relato "El señor Sanchez no está". Preocupa al autor, por otra parte, el tema de las relaciones entre padres e hijos, y sobre él vuelve en muchos cuentos. "La bronca", "La carta del hijo" y "Los fariseos" son los relatos en los que este sentimiento es analizado desde diversos puntos de vista. Se trata en ellos el legado que reciben los descendientes: en el primero, un odio insensato que el hijo desechará; una carrera universitaria que nunca será agradecida, en el segundo y, en el ultimo, la gran fabrica que convierte a una mujer en la victima de un marido sin escrupulos. Este motivo aparece en múltiples oportunidades, asumiendo siempre enfoques y circunstancias diversas.
La fantasia tiene gran cabida en el ultimo libro de este renombrado autor: seres sobrenaturales, premoniciones e imagenes oniricas conforman una dimensión en la que la mente humana trata en vano de penetrar. Narraciones como "Los monstruos" ejemplifican este universo alucinante que muchas veces, no hace mas que traducir las inseguridades de un espiritu desequilibrado. Especial atencion merecen los cuentos en que Perez Zelaschi se ocupa de la problemática inherente al hombre en su condicion de tal y, en particular, de su libertad. "El heroe" y "El restaurante" narran dos episodios en los que las profundas motivaciones del ser humano no concuerdan con las del medio en que vive; esa disociacion lo angustia y puede llevarlo, inclusive, a la muerte.
Los relatos se suceden, deslumbrando al lector y haciendolo reflexionar -virtud muy elogiable en nuestro tiempo-; la sensibilidad del autor, su fina capacidad de observacion y el excelente manejo del idioma, hacen de ésta una obra muy valiosa.

EN EL TELAR DEL TIEMPO. EL TAMAÑO DE LAS BRUJAS, por Enrique Anderson Imbert. Buenos Aires, Corregidor, 1986. 139 pp.

Enrique Anderson Imbert, escritor de amplia fama en el país y en el extranjero, ha sido conocido, principalmente, por su labor crítica. Esta se canalizó –afirma- por dos vías diferentes: la crítica periodística y la docencia. Fue colaborador de La Nación y redactor de la revista Mirador, que en 1931 dirigia Mario Bravo, y en la pagina literaria de La Vanguardia, entre los años 1931 y 1937. Su incansable labor docente se desarrolló en la Universidad de Cuyo (1940), de Tucumán (1941-46), de Michigan (1947-65) y, finalmente, en la Universidad de Harvard (desde 1965 hasta 1980, año en que se jubiló). Numerosos tratados de crítica jalonan esta brillante trayectoria.
Pero, paralelamente, Anderson Imbert ha cultivado su vocación por la narrativa; a un talento genuino se sumaron las lecturas, las influencias de autores de renombre, como así también el profundo conocimiento de cuestiones de teoría literaria. El resultado –como no podía ser de otra manera- es el cúmulo de logrados cuentos que nos brinda.
El tamaño de las brujas es la quinta parte de las Narraciones completas, que el escritor ha agrupado bajo el título de En el telar del tiempo. Este título abarcador nos da una pista importante para el abordaje de la obra: el tiempo, con su incesante transcurrir, teje vidas y destinos; su telar, a menudo incomprensible para la menguada captación humana, va completando escenas significativas con vívidos colores.
En esta quinta parte de su narrativa, Anderson Imbert evoca, fundamentalmente, momentos de su vida y de la historia del país. En “Halley”, el cuentista recuerda el primer cumpleaños realmente memorable de su vida; en el año 1920, el 12 de febrero, su padre lo lleva a visitar a un tío abuelo materno, Federico del Río. Ese día, Anderson cumplía diez años. Su tío era famoso en Pocito por una manía peculiar: anotaba en las paredes de su casa todo tipo de suceso, convirtiéndolas, de este modo, en una inmensa e inamovible biblioteca. Quien deseaba saber algo, debía buscarlo en esos muros, en los que se apretujaban miles de letras preciosamente dibujadas. Fue allí donde advirtió el niño que había nacido en un año fundamental, el de la aparición del cometa; a partir de ese momento, vivió en él un deseo que ya debe haberse concretado: “Cuando se aproxime a la tierra el 12 de febrero de 1986 –se dice, deslumbrado-, festejaremos juntos mi cumpleaños”.
El autor, hombre maduro, aparece en “Un moñito y un espejo”, uno de los más bellos cuentos del volumen. En él, padre e hijo comparten una situación, aunque viviéndola de modo totalmente diferente: el hijo, fervorosamente asido a su presente –el invierno de 1967 en Michigan-; el padre, rememorando el Año Nuevo de 1927, en La Plata, “con jazmines blancos como copos de nieve”.
También de esa época data el cuento “Malabarismos del profesor cibernético”, en el que recuerda una conferencia del medievalista Eugen Robbie sobre las cantigas de Alfonso el Sabio. Contrariamente a lo que podría suponerse, no fue una exégesis originalísima lo que asombró al profesor, sino la singular aptitud del expositor, resabio de un lejano pasado de dibujante de historietas, para ilustrar los temas que iba tocando. Los dibujos eran –afirma el cuentista- mucho mejores que sus opiniones “gratuitas”.
La circunstancia actual del país se halla reflejada en cuentos que, aunque no tienen al autor como protagonista, son autobiográficos en la medida en que tocan temas que lo preocupan. Entre ellos podemos mencionar “Osito”, narración que plantea el tema de lo ideal y lo real en la Argentina del Proceso. En otro de los cuentos leemos:” Nada puedo hacer para mejorar nada. La Argentina, Inglaterra, acaban de declarase la guerra por unas Islas Malvinas, Falkland...”, era el comienzo de una historia tristemente célebre.
Apartándonos ya de los temas estrechamente ligados al cuentista, encontramos otros que aborda con indudable talento: los defectos del hombre en cuanto ser humano, independientemente de su rango y de su nacionalidad. Entre ellos, uno de los más patéticos es el de la persecución a los judíos, denunciada en “El niño inocente”, narración de un episodio imaginario acaecido en julio de 1936 en la Capital Federal.
En un tono ameno, por cierto, trata la oposición entre ciencia y superstición; el protagonista de “Licantropía”, hombre envidiado por su saber, se transforma, a medida que conversa, no en un lobo, sino en un grandísimo tonto.
“Un buen negocio (¿o no?)” es la historia de un Fausto argentino en el año 1963; creyendo hacer gala de su astucia, se corrompe totalmente, como el protagonista del relato tradicional.
La literatura y sus mecanismos de creación, que no por inexplicables pueden declararse inexistentes, son el asunto de “El caso del detective impotente”. En esta narración, Anderson plantea las dificultades que surgen cuando él imagina que, en la madrugada del 12 de febrero de 1975, ha sido encontrado un cadáver. A partir de allí, como escritor policial, debe idear una trama rica y compleja, mas no puede hacerlo. Recordando los casos de Sherlock Holmes, el Padre Brown y Hercule Poirot -que deben sus exitos a Conan Doyle, Sherlock Holmes y Ágata Christie, respectivamente- abandona la empresa, dejando a su personaje en la más triste soledad.
Cuentos sobre todos los temas y en todos los tonos componen este volumen, que garantiza un rato ameno a público de los gustos más disímiles. Pero, por sobre todos los gustos subjetivos, es necesario destacar que una fuerza, la del verdadero genio, les da profundidad de sentido y maestría en el estilo.
(LA NUEVA PROVINCIA, Bahía Blanca, 26 de junio de 1986)

CARROZA Y REINA, por Isidoro Blaisten. Buenos Aires, Editorial Emecé, 1986. 219 pp. 

Ocho cuentos componen la ultima obra de Blaisten, premiada en el Concurso Literario de la Fundación Fortabat. Salvo el primero de ellos, ambientado en la provincia de Entre Ríos, los cuentos tienen por escenario la urbe porteña, conjunto de diferentes submundos a los que el escritor se acerca con el afán de retratarlos. Esta temática brinda al cuentista la posibilidad de hacer gala de los dones que caracterizaron desde el comienzo a su narrativa: la capacidad de observacion y la critica, más o menos irónica, de las manías que padecemos. En los cuentos puede advertirse –destaca Jorge B. Rivera- “su rara destreza para amalgamar ironia, grotesco, observación lingüística, poesía, peripecia cotidiana e intuición de zonas inquietantes (casi perversas) de nuestra conducta individual y social".
Las narraciones surgieron a la luz de un postulado que Blaislen explicita en las páginas finales del libro, tituladas “Epílogo y otras maneras", donde detalla sus actividades de los ultimos tiempos y esboza una explicacion del origen de la obra laureada. Refiriéndose a su concepción de la creación, afirma que su forma de entender la literatura "implica una aceptación y un acatamiento: la de ser un mero secretario de los hechos, su desolado amanuense". Hechos, personas y lugares desfilan ante el cuentista, quien los inmortaliza con la impasibilidad del cronista cotidiano. Ni gestas heroicas ni dramas desgarradores, sólo la vida, nuestra vida, campea por las páginas.
El ultimo de los cuentos, que da nombre al volumen, es un exceiente cuadro costumbrista; evoca, como el titulo lo indica, el desfile de carrozas de Boedo y los inconvenientes que se suscitaron en aquelia oportunidad. El relato, basado en la realidad, cuenta entre los personajes a conocidos del autor, que compartieron el acontecimiento; es -señala Blaisten- "un homenaje a esa vieja esquina de San Juan y Boedo", escenario de una victoria lograda merced al esfuerzo vecinal.
"A las seis de la tarde" presenta a Jorge Hilario Tavares, veterano periodista abocado a la difícil tarea de comentar un libro que no ha leído; conocedor de lo que se espera de él, comienza a hilvanar una serie de frases perfectamente adaptables a cualquier obra, cuando un extraño sonido lo detiene: la máquina escribe sola. Y no sólo escribe, sino que se ha convertido en un juez implacable y cruel, que le muestra despiadadamente la situación en la que se encuentra. Las mujeres que lo amaron han envejecido, sus sonetos no interesan a nadie, sus conferencias fueron un fracaso... Tovares entabla un diálogo que, aunque lo hiere, le interesa; su vida entera transcurre en unos pocos segundos, revelando mayor cantidad de errores que de aciertos.
Las calles de San Telmo y Flores son el escenario en el que transcurre la accion de "La ultima decoracion", historia de una familia que se encuentra sometida a los tiránicos mandatos de la moda, encarnada en el arquitecto encargado de la adaptacion de ideas europeas al ambiente porteño. Exageradas hasta provocar la abrumadora sensación de algo cíclico, las desventuras de la familia se suceden, en su deseo de destacarse por su distinción y novedad. Pero, al final, se vislumbra la posibilidad de algo no tenido en cuenta: la intervención de un personaje nefasto a quien podrían deberse, en gran medida, los infortunios.
"Beatriz querida" es un cuento de confesada raigambre borgiana, Así como Borges se inspiró en una Beatriz famosa, Blaisten se inspira en la amada del protagonista de "El Aleph". Ante la imperiosa necesidad de cumplir con una obligación, el personaje inventa una historia ajena –cree él- a la realidad; pero, misteriosamente, lo real y lo ficcional se entrelazan, a traves de la escritura y la pintura. Perdido todo limite, los personajes se corporizan, gozando de existencia propia.
En muchos de los cuentos aparece la alusión a la literatura y a la actividad creadora, ya sea a partir de quien la ejerce o de quien la critica. Al respecto merece recordarse "El tiempo que ni vuelve ni tropieza" -cuento que toma su titulo de un verso de Quevedo-, en el que asistimos a la demoledora evocación de poetas admirados por los comensales de una flesta. “Permiso, maestro" plantea la confusa relación entablada entre un teorizador de la literatura y alguien que intenta, tímidamente, ejercer sus dotes creativos; la contienda terminará, como podría suponerse, con la victoria del erudito sobre la espontaneidad del escritor, enviado para corroborar una antigua enemistad. En "Te estare esperando", el cuentista toca el tema de las lecturas -tema caro a las letras de todos los tiempos- y de su efecto en las personalidades influenciables. En este cuento, se trata de una señora aficionada a los libros que le permiten llevar una vida absolutamenle diferente de la que lleva; Blaisten trata el tema con desenfado, poniendo sobre el tapete las singulares características de la protagonista.
Por ultimo, el tema de la muerte, del tiempo y de las vidas paralelas es abordado por el escritor en "Lotz no contesta", cuento que describe con desesperante exactitud la angustia que invade a un hombre cuando algo malo está sucediendo.
Ocho cuentos, ocho formas de encarar una sociedad, un lugar, una epoca; precedidos por un epigrafe acertadamente elegido, cada uno de ellos constituye una nueva expresión de un autor consciente de su talento.
(LA NUEVA PROVINCIA, Bahía Blanca, 10 de julio de 1986)

UNA CIUDAD JUNTO AL RIO, por Jorge Isaac. Buenos Aires, Marymar, 1986. 

Jorge Isaac, escritor entrerriano, fue distinguido con el premio “Presidente de la Naciòn” por sus cuentos regionales, con el Premio Municipal de Cultura de Concepciòn del Uruguay para obras teatrales, y con el lauro de la fundaciòn Arcien por su novela Antes que termine el siglo...
En 1988, durante la Feria del Libro, el doctor Renè Baròn le entregò personalmente el premio que lleva su nombre, distinguiendo a Una ciudad junto al rìo como la mejor novela editada durante los años 1986 y 1987. El jurado que lo otorgò -designado por la Sociedad Argentina de Escritores- estuvo integrado por Luis Ricardo Furlàn, Raùl Larra y Juan Josè Manauta.
La novela fue presentada en la Uniòn Arabe por el profesor Elio C. Leyes -”escritor y presidente de la Universidad Popular, autor de Voz telùrica de Gerchunoff, editado por el Ateneo Judeo Argentino ‘19 de abril’ de Rosario”-, quien “señalò que el libro bien podìa llamarse ‘Los gauchos àrabes’, en justo parangòn –según dijo-con la celebrada obra de Gerchunoff, en la cual no debe haber escritor que haya profundizado tanto como èl”.
El Gobierno de Entre Rìos la declarò, por iniciativa del Consejo General de Educaciòn, de lectura complementaria en las escuelas superiores de la provincia, a partir del sèptimo grado, recomendando su utilizaciòn en la enseñanza.
La obra està dedicada “a los inmigrantes àrabes –sirios y libaneses- y, por natural extensiòn, a españoles, italianos, alemanes, judìos, suizos, rusos, polacos, yugoslavos, y de cuanto otro origen y procedencia màs, que se lanzaron un dìa por los riesgosos caminos del mar a la aventura de ‘hacer la Amèrica’ “.Partiendo de su propia etnia, la mirada de Isaac se vuelve abarcadora, hasta incluir a hombres de diversa procedencia.
Un 10 de noviembre –nòtese la fecha elegida-, el autor fue, como de costumbre, a pescar. Ese dìa, algo inusual alterò la placidez de su hobby: un objeto centelleaba, entre las ruinas de una vivienda, a la luz del sol. Intrigado, se acercò a èl y vio que era un cofre. Una vez en su casa, lo abriò sin dilaciòn, y comprobò, con gran sorpresa, que era un libro de cuentos escrito en àrabe. Con su tesoro fue en busca de un editor, quien lo enfrentò a un problema: la obra no podìa editarse sin tìtulo, y el mismo debìa surgir de ella, como un resultado lògico. Una vez superado el obstàculo, nos hallamos ya en condiciones de emprender la lectura de estos papeles, a los que Isaac –empleando un recurso literario de larga data- no hizo màs que encontrar.
La acciòn transcurre durante el año 1925. Cada acontecimiento se detalla prolijamente, ya que estos papeles eran un diario personal. El autor del diario, un joven, cuenta sus andanzas por el puerto, desde donde podìa observar la llegada de los inmigrantes de diferentes nacionalidades, a los que reconocìa por sus costumbres y fisonomìas, aùn cuando ellos no habìan descendido del barco.
El protagonista evoca el momento en que los extranjeros arriban a la nueva tierra: “Los inmigrantes, aunque vengan en el mismo barco, llegan y descienden aquí de manera diferente según sea su origen que nosotros, con sólo mirarlos y hasta a veces sin oírlos, hemos aprendido a determinar con riesgo escaso de equivocarnos”. Seguidamente, describe el desembarco de italianos, alemanes, españoles, judíos y árabes, señalando las peculiares características de cada grupo.
A este pormenorizado relato de costumbres se suman, como hilos paralelos de la acciòn, las narraciones de cuanto sucedìa en Arabia –que el joven conocìa con dos meses de retraso- y en el mundo entero, hacièndose especial hincapiè en los adelantos de la ciencia y la tècnica.
Afirma el escritor que “tiene la novela la misiòn fundamental de ir revelando aspectos poco conocidos de la inmigraciòn àrabe, que ocupa el tercer lugar, a continuaciòn de la española e italiana, entre las que le han proporcionado el fundamento humano que hoy posee el paìs. Destaca el individualismo de sus componentes, su coraje para internarse solos en las regiones menos hospitalarias y màs desoladas, y su decisiòn de insertarse en la nueva tierra sin prevenciòn alguna. Y expone una teorìa, que se apoya en los ocho prodigiosos siglos de dominaciòn en la penìnsula ibèrica, ‘teorìa no carente de sòlido fundamento’, segùn señala en su nota de crìtica literaria La Prensa”.
La obra de Isaac es una de las novelas màs logradas que leìmos. Nos ha llamado la atenciòn su manejo del idioma -que hace que el lector se demore en cada pàgina para degustarla al màximo-, su ironìa -que muestra un aspecto risueño de la realidad, aunque, en verdad, està ejerciendo un rol crìtico- y su talento para crear un libro cautivante a partir de datos periodìsticos y observaciones cotidianas.
Pero el genio de Isaac no lo hemos descubierto nosotros; los galardones que recibiò son merecida recompensa a una labor destacable.

EL PEQUEÑO OBISPO. Buenos Aires, Lumen, 1986. 

Quienes se interesen por el arte y la cultura conoceràn seguramente al arquitecto Luis Fernando Rodrìguez Querejazu, cuyos cursos audiovisuales son seguidos por gran cantidad de pùblico en diversas instituciones.
Rodrìguez Querejazu no es sòlo arquitecto y docente. Es tambièn escritor, y ha cultivado en algunas de sus obras la vertiente autobiogràfica. Nos referimos a aquellas en las que aparece la historia reciente, en las que se presenta como protagonista desde su nacimiento.
Como Fernando de Querejazu publica El pequeño obispo, una novela “absolutamente autobiográfica, aunque parezca un disparate lo que ocurre allí”, surgida de “la necesidad de homenajear a mis padres, que eran admirables”.
El 10 de febrero de 1926 llegó a América el hidroavión Plus Ultra, piloteado por Ramón Franco, concretando así una proeza histórica. Ese mismo día, en un pueblo de inmigrantes de la provincia de Córdoba, veía la luz el protagonista de esta novela. Sus padres, castellanos, lo llamaron Fernando en homenaje a la isla Fernando de Noronha, en la que se produjo el aterrizaje.
La evocación del escritor, que se inicia en la fecha de arribo del hidroavión, tiene como escenario el querido paisaje de Canals, provincia de Córdoba, donde “se vivía bien, atrayendo a las poblaciones cercanas, en un gran radio a la redonda, que buscaban los atractivos de este centro vitalizador”.
En esta localidad, fundada por un naviero valenciano, no se conocían las desdichas; la naturaleza, pródiga, brindaba a los hombres todo lo necesario para ser felices. Su tesón y fe en el futuro de la nueva patria eran una fuerza vital y fecunda.
Fernando, el pequeño que despierta a la conciencia, será el reflejo de dos mundos unidos en la sangre nueva.

ARTE Y ENSEÑANZA ARTÍSTICA EN LA ARGENTINA, por J. A. Garcia Martinez. Fundacion Banco de Boston. Buenos Aires, 1986. 202 páginas. 

Pocas son las obras en las que se encara el tema de la enseñanza artistica en nuestro pais; centrada en las grandes personalidades, la historia de nuestra evolucion estetica nos habla mas de las obras de arte que de aquellos que contribuyeron, con su denodada y silenciosa labor, a formar a los grandes artistas. Por esta razon, la obra de J. A. Garcia Martinez se vuelve imprescindible para docentes, estudiosos y alumnos de arte; especialmente dedicada a las Artes Plásticas, presenta un panorama general de los estudios artisticos, deteniendose en sus momentos fundamentales.
Sus meritos posibilitaron que la Fundacion del Banco de Boston se hiciera cargo de la edicion. Al respecto, veamos que nos dice Benito Portela, presidente de la institucion: "la Fundacion del Banco de Boston ha querido presentar al pais un libro en el que su autor no solo se apoya en la evolucion historica, social y cultural, sino tambien en el arte mismo, mostrandolo en funcion de la enseñanza y reconociendo que los movimientos plasticos tienen sus antecedentes en el pais en una constelacion pedagogica previa que, a su vez, es paralela a una determinada eclosion espiritual." Nada mas acertado que estas palabras para definir el tono del volumen; el hecho artistico, inmerso en la circunstancia en que surge, es visto en relacion con la misma, con mirada integradora.
La educacion artistica en la Argentina puede dividirse, a criterio del autor, en tres grandes etapas. La primera de ellas es la "Formacion", que comienza, realmente, en 1799, cuando Belgrano crea la Escuela de Dibujo. Dos memorias anuales son la clara evidencia de cuanto el procer pensaba acerca del arte; en ambas, leidas al iniciarse las sesiones del Instituto del Consulado, expresa que el dibujo "es el alma de las artes" y exhorta al Gobierno a ocuparse seriamente de la cuestion.
Segun Garcia Martinez, "la academia de dibujo constituyo un paso positivo y significo tambien un primer jalon en el desarrollo del arte argentino". Esta escuela fue suprimida el 28 de mayo de 1802. Un año antes habia abierto sus puertas la academia de Jose de Salas. Las personalidades del padre Castañeda y del suizo Jose Guth se destacaron tambien en este periodo de vacilaciones y esfuerzos. Por ese entonces, se pensaba ya en la conveniencia de crear un Museo de Arte; las adversas condiciones en que se encontraba el pais, principalmente por la guerra con Brasil, demoraron la concrecion de ese importante proyecto.
EI año 1876 marca el inicio de la segunda etapa, denominada "la Organizacion". En esa fecha se crea la Sociedad Estimulo de Bellas Artes y, dos años después, su escuela. La generacion del 80 enriquece nuestra cultura estableciendo un sistema de Becas, en el año 1897, manteniendo una relacion mas o menos f1uida con Europa y creando el Museo Nacional de Bellas Artes. Las penurias economicas que agobiaban a esta academia fueron el motivo por el cual, en el primer ano de nuestro siglo se propone la nacionalizacion. La oficializacion de la misma se llevo a cabo cinco años mas tarde, durante la presidencia de Manuel Quintana, con Joaquin V. Gonzalez como ministro de Instruccion Pública. Esta fecha marca la finalizacion de la segunda instancia.
En 1905 la enseñanza artistica ya se encuentra organizada y pueden observarse los frutos de tan ingente tarea. Se inicia, por tanto, la etapa de consolidacion, que -segun Garcia Martinez- se extiende hasta el año 1958, en que "se cambian los programas, se reestructuran las escuelas y se aplica el Plan de Estudios que sigue en vigencia." Caracteriza a este periodo la acentuacion del interes por la plastica y la presencia de numerosos artistas que transmiten su experiencia a los discipulos. Entre ellos se destacan Martin Malharro, Alfredo Guido, Julio E. Payro y, fundamentalmente, Raquel Forner, Horacio Butler, Pettoruti y Spilimbergo.
La cuarta parte del libro se ocupa, finalmente, de la "Situacion actual de la enseñanza artistica." En estas paginas, el autor se pregunta acerca de la validez del actual Plan de Estudios, acerca de las bases de una nueva pedagogia del arte y la conveniencia de conservar el sistema vigente. EI escritor se refiere, por otra parte, al problema de la enseñanza del arte en relacion con el alumno atipico y a ' su desarrollo en el interior del pais.
El volumen que nos ocupa se inscribe en la linea que el autor denominó "pensamiento artistico argentino", que ha desarrollado ya en Sarmiento y el Arte de su Tiempo (1979) y abordará en su proxima obra, EI Romanticismo en la Argentina. García Martinez, teorico, historiador y critico de arte, ha desempeñado una importante labor docente en la Escuela Nacional de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredon. Publicó Dimensiones de la Creación Estetica, Arte y Pensamiento del Siglo XX y Crisis y Revolucion en el Arte de hoy, entre otros trabajos.
La obra de Garcia Martinez es sumamente útil, tanto para un primer acercamiento a la historia de la enseñanza artistica argentina, como para una profundizacion del conocimiento al respecto. La prolija division en partes y en capitulos es muy didáctica y facilita al lector la ubicacion en el tiempo y el espacio.
EI autor ha recurrido a interesantes fuentes historicas, que transcribe, las que nos brindan un testimonio directo de la cuestion analizada; entre ellas, recordamos la Arenga del Padre Castañeda, un articulo de Sarmiento y el discurso de Joaquin V. Gonzalez, pronunciado al nacionalizarse la escuela.
Completan el volumen numerosas fotografias y reproducciones de obras, asi como la bibliografia consultada.

TEORIA SOBRE EL ARTE Y OTROS ESCRITOS, por Gyula Kósice. Buenos Aires, Eudeba, 1987. 

“Siempre pensé -dice Gyula Kosice- que la obra artística no podía ser separada de cierta forma de reflexión teorética, de cierta 'prosa' conceptual que debía servir, por lo menos, como módulo para mensurar las aproximaciones y los desfasajes, la utopía imaginaria y las dificultades materiales o epocales, que suelen ser las fronteras entre las que vive su existencia ese producto esencial y ontológicamente autárquico que es el objeto, la forma o la creación del arte".
Fruto de esta convicción es el volumen titulado TEORIA SOBRE EL ARTE y otros escritos, que recientemente ha presentado la Editorial EUDEBA.
La obra reúne ensayos, manifiestos y otros textos publicados, en su mayor parte, entre 1944 y 1986, en diarios, revistas y catálogos de exposiciones, tanto de nuestro país como del extranjero.
A través de ellos conoceremos a Kósice como artista plástico y, también, como poeta, faceta esta última que no debe ser olvidada.
El autor, protagonista de sucesos como la fundación de la revista Arturo y la creación del grupo "Arte-Concreto-Invención", se ocupa de diversos temas.
Entre ellos, destacamos su definición de las diferentes corrientes estéticas: el Primitivismo -caracterizado por la visión de las cosas en primer plano-, el Cubismo -que presenta una visión idealista, “transportada al arte en formas abstractas", el Surrealismo -transición de lo descriptivo expresionista a la representación onírica- y el Existencialismo -que muestra "El yo y el tú exacerbados, irreductibles a la masa, a lo colectivo, a lo general, aunque le reconoce SER para retraerlo al tú debes".
Son interesantes, asimismo, sus consideraciones acerca del arte argentino, en cuyo seno percibía, en 1962, la "Escuela del Río de la Plata", formada por artistas que sumaban, a su gran imaginación, el conocimiento del oficio.
Ilustran el volumen obras de Kosice y Castagnino.

ROJOS Y BLANCOS. UCRANIA, por Rosalía de Flichamnn. Per Abatt, 1987. 

La autora de Rojos y Blancos, Ucrania nació en ese país y vive actualmente en la provincia cuyana. Sus pinturas se exhiben en museos y colecciones privadas de Estados Unidos, Europa y Sudamérica, e ilustran sus memorias. Esta obra transmite al lector las penurias que debieron pasar muchos inmigrantes en su país de origen y habla, a la vez, de las diversas latitudes elegidas para afincarse en la Argentina. No todos se quedaron en Buenos Aires, hacinados en conventillos; muchos se dirigieron al interior, donde prosperaron aun enfrentando a indios y xenófobos.
La escritora afirma que ella y su familia eran perseguidos en Ucrania por dos motivos: su condición de judíos y de burgueses. Si estas dos causas motivaron la amenaza constante a la que estaban sometidos, también significaron la posibilidad de radicarse en nuestra tierra, ya que la madre se apoyó “en instituciones judías que ayudan a los emigrantes fugitivos que salen de Rusia”, y el hecho de ser pudientes les permitió una salvación que a otros estuvo negada.
En estas páginas, la escritora evoca su niñez, en la que las amarguras eran una realidad cotidiana. Las persecuciones, la revolución, la guerra civil, las violaciones y los asesinatos –a los que se suman las inundaciones y el tifus- son el cuadro con el que Rosalía debe enfrentarse a muy corta edad: “Los blancos están en la ciudad, persiguen sin cesar a los judíos. Matan a los hombres, se apoderan de las mujeres jóvenes y hasta de las niñas. Estoy cansada de tanto horror. Y los cambios continúan. Hoy los blancos, mañana los rojos. Como somos despreciables burgueses, éstos invaden la casa y nos reducen a dos habitaciones. El hambre se hace sentir, duele”. Más adelante, manifestará una preferencia, en su desgracia: ”Quiero que vuelvan los rojos; cantan la ‘internacional’ y nos asustan, pero que vengan pronto. Los blancos son peores, ignorantes, desalmados, asesinos”.
La niña recuerda el escondite en el que su abuelo refugiaba a la familia y a algunos vecinos -los ancianos y las madres con hijos- cuando estaban en peligro: “nos situamos en un lugar oscuro, sin aire. Es bajo, menos de un metro de altura. Ya estamos todos acurrucados, en silencio. ¡Cuidado! Que nadie hable, no hacer ruido, dice el abuelo. Algunas mujeres lloran despacio. Un niño pequeño empieza a protestar y llora cada vez más fuerte. ¿Quién grita? ¡Tapen la boca a ese niño! ¡Nos van a descubrir por su culpa! ¡Nos matarán! Pónganle un trapo en la boca”. El anciano es evocado como un verdadero patriarca; él quedará en Ucrania, y aceptará generosamente que su familia marche hacia la libertad.
La protagonista describe asimismo la desesperación que sentían ante un pogrom. En uno de los capítulos dice: “Nos reunimos todos en un cuarto. Apagamos las luces y vemos entrar por las ventanas enormes piedras que rompen los vidrios y todo cuanto encuentran. (...) Creo que Dios dio vuelta la cara y no mira. ¿No sabe que el abuelo es tan bueno, que rezó mucho en la Sinagoga? ¿Y que la abuela prende dos velas y las bendice?”. Incapaz de comprender tanto fanatismo y codicia, se siente abandonada en su desolación.
Agobiada por la tristeza, la niña piensa en el padre, al que no ve desde hace años: “Se fue antes de que empezara la guerra, se fue lejos, más allá del cielo y las estrellas y la luna. Por eso no tengo una muñeca. Pero mamá dice que pronto me va a regalar una”. De esa tierra lejana llega la muñeca, y también una canción: “Aprendo a cantar en ruso un tango que llega de la Argentina, ‘El Choclo’. Por cierto, las señoras elegantes usan vestidos color ‘tango’. Mi tía grande tiene un abrigo precioso de ese color, un hermoso anaranjado”.
Después de muchos trámites, emigran para reencontrarse con el padre que viajó ocho años antes: “Me convenzo de que no sueño, de que terminaron los preparativos. La última noche casi no duermo. Miro todo, quiero recordar la casa que nunca más veré. Miro por la ventana la calle familiar, la gente que pasa. Me levanto despacio, voy al balcón. Recuerdos, risas, lágrimas, sueños”. La niña desea partir, a pesar de que echará de menos su tierra: “Pronto estaré lejos de este país. Esto es lo que quiero. Poner distancia, no volver nunca más ni recordar lo vivido; aunque amo a Rusia, amo a Ucrania, amo la ciudad donde nací. Y cantaré, leeré y escribiré en el idioma que tanto quiero y recordaré siempre. ¿Pero por qué estoy triste? ¿Acaso no voy hacia la felicidad?”
Luego de un viaje penoso llegan a Buenos Aires, donde tiene lugar el ansiado encuentro con el padre que “sonríe, siempre sonríe”: “Vestidas de blanco, subimos a la parte más alta del barco que ya está atracando al muelle. Abajo se ve un enorme gentío. Miro y no distingo nada ni a nadie. Mamá busca ansiosamente. La veo nerviosa, excitada. ¿Estará papá allá abajo? Ella mira, busca. ¡Es papá! Se tambalea, se desmaya. Nos ayudan a levantarla. Se repone pronto y estamos listas para pisar suelo argentino. (...) papá nos abraza, besa a mamá. ¡Qué alivio, ya no tengo que protegerla! Ya tiene quien la cuide, quien la ame. Me siento liberada, contenta. Yo siempre la quiero mucho; pero desde ahora sin angustias, sin penas”.
Por fin, llegan a Mendoza. La pequeña se compara con otras niñas de la familia, que no han conocido la guerra: “En la estación nos reciben dos primas algo mayores que nosotras. Al mirarnos se produce el choque de dos mundos reflejados en el aspecto de ellas y de nosotras. Las primas parecen muñecas sonrientes, despreocupadas”.
Ha comenzado para Rosalía “una larga vida en la Argentina, una vida plena y feliz”.

INMIGRANTES EN LA PATAGONIA, por Julian Ripa. Buenos Aires, Marymar, 1987. 164 pp. 

Inmigrantes en la Patagonia es la tercera obra de Julian Ripa, maestro y abogado pampeano; al igual que las anteriores, integra la Coleccion Patagonia que dirige Nestor Tomas Auza. Las primeras, tituladas Recuerdos de un maestro patagonico y Recuerdos de un abogado patagonico, recogen sus experiencias durante el ejercicio de sus profesiones; su nuevo libro, en cambio,se ocupa de las historias de aquellos que llegaron a la Argentina en busca de bienestar y prosperidad, aunque tambien encontraremos en estas páginas el relata de lo acontecido a un joven aleman, a quien la inminencia de la primera guerra
mundial impidió retornar a la patria.
"Los inmigrantes fueron, y siguen siendo, heroes ignorados -afirma Ripa-, artifices oscuros de este sur lejano"; a ellos dedica su obra, a los vascos, franceses, yugoslavos y nativos de otros paises que intentaron, con la sola ayuda de sus manos, procurarse un futuro mejor. El lector se preguntará si Ripa ha olvidado a los galeses, una comunidad tan importante; no los incluye -explica- ya que las circunstancias en que se instalaron fueron diferentes. Ellos vinieron en comunidad y se ayudaron mutuamente, solucionando entre todos los inconvenientes que se presentaban. Los extranjeros retratados por el autor no gozaron de esta misma ventaja.
El tema de la inmigracion no es nuevo en nuestras letras: ha sido tratado por autores de singular importancia, desde la generacion del 80 hasta nuestros dias. En tan amplio panorama, sin embargo, la obra de Ripa se destaea por una particularidad: la forma en que esta escrita. No es una novela, tampoco es una serie de reportajes; podriamos decir que comparte los dos generos. Ripa aparece en los relatos como un personaje que nos remite al presente en el recuerdo de hechos acontecidos a principios de siglo. Su relacion con los entrevistados dista mucho de ser una obligación impuesta por su vocación de escritor; en todo momento se percibe la admiracion que profesa por ellos, por la temeraria aventura que emprendieron.

OBRA DRAMATICA DE ARMANDO DISCEPOLO, por Osvaldo Pelletieri. Buenos Aires, Eudeba, 1987. 374 pp. 

Osvaldo Pelletieri, profesor de Literatura Argentina, Investigador del CONICET y director teatral, ha reunido en este volumen algunas de las obras de juventud de Armando Discépolo, escritas entre 1910 y 1923. Por esta época, el teatro vivía su momento de mayor esplendor, ya que contaba con los textos de Florencio Sánchez y las interpretaciones de Jose, Jerónimo y Pablo Podestá.
Un interesante estudio preliminar, a cargo del compilador, nos informa acerca de la importancia de estas breves obras, relegadas por el brillo de creaciones posteriores. “Fundamentalmente –afirma- son el testimonio de una época del dramaturgo argentino más importante de todos los tiempos, la mostración de una búsqueda y el paradigma de un momento del teatro argentino en el que el sistema textual estaba estancado”. Son importantes, también, porque en ellas pueden observarse rasgos que caracterizarán las obras de madurez discepolianas, como la intención de acercarse a la realidad de su tiempo, la recurrencia del “personaje derrotado”, y la inclusión de un ente de ficción destinado a aclarar la tesis realista, con fines didácticos.
El volumen incluye Entre el hierro, El rincón de los besos, La fragua, El reverso, El vértigo y Mateo. Las notas y el vocabulario, en los que Jorge A. Dubatti y Claudia Sánchez colaboraron con el estudioso, resultan de suma utilidad para comprender estos textos.

PERIODISMO Y FEMINISMO EN LA ARGENTINA (1830-1930), por Néstor Tomás Auza. Buenos Aires, Emecé, 1988. 

La labor de la mujer en los diversos aspectos de la cultura de nuestro país conquista cada día a nuevos estudiosos, ya que es un campo en el que queda aún mucho por investigar. En esta oportunidad, es una personalidad de la relevancia de Néstor Tomás Auza, doctor en Ciencias Políticas y licenciado en Diplomacia, quien se aboca al rastreo y análisis del periodismo femenino.
Partiendo de las primeras figuras del quehacer periodístico llegamos a la tercera década del presente siglo habiendo recorrido un camino largo y difícil. La sociedad no veía bien que una mujer escribiera; el propio Lucio V. Mansilla, hermano de Eduarda, decía que era mucho mejor para una dama conocer a la perfección, “científicamente”, las tareas propias de su sexo, a saber: coser, planchar y cocinar. Si el sostenía este argumento, ¿qué podía esperarse de personas de menor cultura?
Venciendo prejuicios, quitando horas al sueño, y después de haber atendido a la familia, la mujer podía escribir, y así se las arreglaron muchas personalidades extraordinarias para dividir su tiempo y dejarnos un legado interesantísimo, aunque o siempre fácil de ubicar.
Destaca el autor la actitud de ciertos diarios, entre los que se cuentan La Prensa y La Nación, que no se cerraron a los trabajos escritos por mujeres; esta apertura permite al ensayista inferir que no había más publicaciones femenina por la sencilla y exclusiva razón de que las mujeres hacían llegar pocos artículos a las redacciones.
A la primera parte, en la que se analizan exhaustivamente las cuestiones que mencionamos, sigue la presentación de doce revistas y periódicos, entre los que encontramos La aljaba, Album de señoritas y La Ondina del Plata.
Completan el volumen, de fundamental importancia para conocer nuestro pasado, las reproducciones de algunas páginas de los periódicos y el índice onomástico.

LA AMISTAD Y EL DEMONIO. La guerra Civil, por Fernando de Querejazu. Buenos Aires, Plus Ultra, 1988. 285 paginas. 

Fernando de Querejazu es arquitecto y profesor de Historia del Arte; ha viajado y vivido en Europa, Cercano Oriente y varios paises de America, donde profundizó sus conocimientos de la técnica y las manifestaciones artísticas. Publicó numerosos trabajos de investigación y ocupó importantes cargos en diversos ministerios e instituciones. Es autor de las novelas Antes hiere el eslabón y EI Pequeño Obispo.
Si aplicáramos a la obra que comentamos los postulados de la critica biográfica, comprenderíamos que la novela surge de vivencias personales, aunque sustentada en bibliografía sobre el particular, como los ensayos de Salvador de Madariaga y Hugh Thomas, entre otros. La critica biográfica -ilustrativa, aunque externa a la obra en sí- señala que los ancestros del artista, sus creencias religiosas y sus ideas políticas condicionan en gran medida la creación. La Amistad y el Demonio confirma la teoria, ya que trasunta la reflexión de un escritor acerca de hechos que lo han marcado.
A los diez años, la Guerra Civil sorprende a Querejazu y sus familiares en un pueblo del norte de.la provincia de Burgos. Al principio, los chicos no entendían muy bien qué estaba sucediendo; sólo pensaban que los acontecimientos que alarmaban a los mayores los libraban de la penosa obligación de asistir a clase. Luego vieron que la guerra destruía hogares, mutilaba hombres ...
En este escenario se inscribe la historia de una arnistad, la de Francisco y Xavier, que los unió hasta el momento de la muerte. Francisco, víctima de un desgraciado episodio, vuelca su ira en el indefenso poblado; la violencia de su alma desgarrada lo vuelve capaz de los actos más sanguinarios, pero siempre intenta proteger a su arnigo, un joven con el que poco podía tener en común.
Mientras los alimentos se echan a perder bajo la nieve, Madrid padece harnbre; mientras alguien trata de salvar su vida, el destino lo sorprende, ineludible, poderoso. España clama por la paz, pero el demonio es amo y señor de las tierras del Cid. Querejazu relata con estilo sobrio cuanto vio; esta misma sobriedad sugiere muchas palabras que ha callado y yuelve la narración más impresionante aún.
En la novela encontraremos situaciones inteligentemente presentadas, belleza en el lenguaje y, fundamentalrnente, a un hombre que analiza, desde la madurez, una época aciaga de su pasado. Son muchos motivos para acercarnos a ella.

VALENTIN EL INMIGRANTE, por Alcides J. Bianchi. Santiago de Chile, Ediciòn del autor, 1987. 

En esta obra, el autor relata la vida de su padre, exitoso empresario afincado en Mendoza. Don Valent`ìn naciò en Fasano, Italia, en 1887. Se dedicò a la docencia hasta que una carta de su hermano lo decide a emigrar a la Argentina. Tenìa veintidòs años. Durante la travesìa pasò “muchas noches de insomnio, acostado en la estrecha cucheta del camarote, mientras pensaba en su nuevo destino y en cual serìa la suerte que le depararìa. Las incomodidades del barco carguero en el que viajaba tambièn le producìan desazòn. Tenìa que sobreponerse a las penurias del viaje y a sus interminables noches, cuando, con frecuencia, solìa sentir a las ratas correteando por sobre su cama”.
En nuestro paìs, el italiano desempeñò distintos oficios, destacàndose por su facilidad para la contabilidad y su excelente caligrafìa, que le valiò el apodo de “el gringo de la letra bonita”. Fue empleado contable y rematador de lotes, hasta llegar a su ocupaciòn definitiva: la de bodeguero.
Formò familia en San Rafael, donde nacieron sus hijos. La esposa soportò la estrechez de los primeros tiempos haciendo economìa en el hogar. El autor relata que la mujer cazaba pajaritos con su rifle y los hijos –pequeños, en ese entonces- los deshuesaban, para almorzarlos con polenta.
Cuando llegò el momento de pensar en el futuro de su empresa, hizo que los hijos mayores –una hija y el autor de la biografìa- estudiaran para poder continuar con el emprendimiento paterno. A partir de ese momento, comenzò a viajar periòdicamente a Fasano, donde, ya viudo, pasaba temporadas con su hermana, a quien no habìa visto durante dècadas. Bianchi encontrò la muerte en una ruta de su pueblo, en 1968 (17).
Alcides Bianchi presenta a su padre como un hombre de carne y hueso, con sus virtudes y sus defectos. Era irascible, pero tambièn sabìa pedir perdòn al màs humilde obrero; se alteraba, pero era porque trabajaba demasiado, siempre deseoso de dar lo mejor a su familia. El autor relata - basàndose en una importante investigaciòn y en la colaboraciòn prestada por aquellos a quienes agradece- còmo el inmigrante llegò, desde la orfandad que signò su infancia, hasta la posiciòn social y econòmica que se forjò en la Argentina.
Este libro narra la historia de un inmigrante exitoso, que, sin embargo, nunca dejò de sentir nostalgia por su tierra.

LA OTRA BUENOS AIRES, por Delfin Leocadio Garasa. Buenos Aires, Editorial Sudamericana-Planeta, 1987. 464 páginas.

Numerosos escritores y artistas rindieron su homenaje a las pintorescas calles de Buenos Aires. En un libro escrito a mediados de siglo, Manuel Mujica Láinez decía que las ciudades europeas -que tan bien conocía- aventajaban a la capital en historia y en belleza estética; ellas le despertaban la admiración de algo perfecto, concretado a través de siglos de paciente labor. La urbe, en cambio, presentaba un encanto distinto: el encanto de lo que se está formando, la fuerza de un dinamismo que la extiende a lo ancho y a lo alto.
En este crecimiento, obviamente, algo permanece y mucho desaparece. La piqueta del progreso echa abajo rincones de nuestro pasado, dando lugar a plazas, a importantes avenidas, a poderosos rascacielos. Buenos Aires no fue fundada, como las ciudades del Viejo Continente, con material extraido de las canteras, sino de los pisaderos de barro; éste parece ser su destino: cambiar contínuamente, rehuir los siglos y su tradición.
Frente a la ausencia de elementos físicos que aseguren la perdurabilidad de sus paisajes, Garasa presenta la indudable presencia de un "material" mucho más duradero: los hombres que la amaron y su memoria. Recorriendo sus escenarios -afirma- logra adentrarse en "otra" ciudad, signada por la permanencia. Poetas, narradores y ensayistas, dramaturgos apasionados por la urbe, dejaron en sus obras el fiel testimonio de un pasado que no debe perderse, pues forma parte de nosotros mnismos. Al recomponer este "mapa literario" de Buenos Aires, arriba a una gozosa conclusión: "Comprendí así -nos dice- que aquello que no había podido hacer la piedra recia inexistente, lo hacía la palabra en apariencia tan tenue y etérea y, sin embargo, capaz de aprisionar el suceder y el sentir porteños, en la permanencia de su fugacidad y en la íntima unidad de su proteísmo".
El dinamismo de la ciudad de barro, la fugacidad de sus construcciones, son la contrapartida de un espíritu enamorado que aúna a quienes hicieron transcurrir en ella sus obras más importantes. En una labor de investigación encomiable, el crítico ha reunido los testimonios de literatos ligados a ella por los acontecimientos que la tuvieron por escenario, por la sangre de sus antepasados que, en no pocas oportunidades, contribuyeron a engrandecerla con sus gestas patrióticas.
Veintisiete capítulos se refieren a otras tantas zonas de la urbe. No se restringe Garasa al centro porteño; en su estudio encuentran lugar también La Boca, Barracas, Mataderos y Liniers, entre otros, los cuales son asimismo, objeto de la evocación de los escritores consultados. Con estos testimonios logra elaborar una historia que describe los barrios desde su surgimiento a la actualidad. De modo que al interés literario -que es mucho- , agrega la obra su didactismo histórico, que la hace apta para el público que quiera adentrarse en la historia de una ciudad y, al mismo tiempo, en los hechos más significativos de nuestro surgimiento como nación.
Porque, en verdad, literatura y vida van de la mano; los bellos rincones -a veces señoriales; otras, francamente populares- nos retrotraen a un ayer que nos marca, aún hoy, con sus peculiaridades, a un ayer del que somos herederos. Esta afirmación se encuentra corroborada en capítulos como "Plaza de Mayo"; en las primeras páginas, domina las plaza el imponente Fuerte que, tras sucesivas reformas, "cedió paso al 'rubor suave' de la Casa Rosada, como dice Baldomero Fernández Moreno". La evocación se prolonga, recordando afamadas plumas, hasta llegar a las palabras de Julio Cortázar, quien nos remite a nuestro presente.
La obra de Garasa es sumamente enriquecedora: su labor de investigacion es a todas luces exhaustiva, ya que, además de conocer a la perfección cuanto se escribió sobre el tema, ha realizado un aporte personal al mismo. El lector se encontrará con un relato ágil, pleno de anécdotas, que le permitirá participar de un pasado que nos pertenece, tanto a porteños como a nacidos en otras localidades. Al final del volumen, un índice onomástico -que incluye nombres de la talla de Jorge Luis Borges, Horacio Quiroga y Ernesto Sábato- facilitará la tarea de quienes lo utilicen como libro de consulta.

(LA CAPITAL, Rosario, 5 de julio de 1987)

MAFALDA INEDITA, por Quino. Ediciones de la Flor. Buenos Aires, 1988.

En 1989 Mafalda cumplirá veinticinco años, y los festeja con este libro en el que se recogen tiras que no fueron publicadas por diferentes motivos. Algunos originales desaparecieron; otras tiras fueron dejadas de lado por el humorista, quien no las consideró buenas, o no fueron publicadas por referirse en modo muy especial a situaciones del momento. Hoy las reúne, y nos permite apreciar la evolución de un personaje al que Umberto Eco definió como una "heroína iracunda que rechaza al mundo tal cual es... reivindicando su derecho a seguir siendo una niña que no quiere hacerse cargo de un universo adulterado por los padres".
El personaje nació como consecuencia de una necesidad publicitaria, en un principio. El escritor Miguel Brascó, amigo personal de Quino, cuenta que le pidieron una tira cómica que se publicaría para promocionar los electrodomésticos Mansfield, producidos por Siam Di Tella; en seguida piensa en Joaquín Lavado quien, en su opinión, "era y sigue siendo no sólo un gran dibujante, sino un genial argumentista". El humorista idea una familia y, llegado el momento de elegir el nombre de la protagonista, recuerda un personaje de la novela "Dar la cara", de David Viñas. Así es como surge el nombre de la pequeña.
El 29 de setiembre de 1964, Mafalda empieza a aparecer en "Primera Plana", donde se publica hasta el 9 de marzo de 1965; la campaña de Mansfield no había sido posible, por advertirse la publicidad encubierta. Las tiras de esta epoca reflejan los acontecimientos que conmovían a la opinión pública tanto en el orden nacional como en el internacional; esta característica tenia que ver con el medio en que aparecían, un semanario de actualidad. El 15 de marzo del 65, Mafaida es publicada en el diario "El Mundo", hasta el 22 de diciembre de 1967, fecha en que el diario cierra definitivamente. La tira, que hasta el momento era semanal, pasa a ser diaria y, lógicamcnte, podría tocar temas de último momento.
El 2 de junio de 1968, Mafalda aparece en "Siete Días Ilustrados", donde se seguirá publicando hasta el 25 de junio de 1973; tiempo antes de esta fecha el humorista "se había dado cuenta de que se encontraba agotado y que no podía insistir sin repetirse". A partir de 1973, aparece ocasionalmente en las campañas en defensa de la niñez de instituciones como el Hospital de Niños o UNICEF, como así también en la publicación realizada para la Liga Argentina para la Salud Bucal.
Los temas que Quino aborda en estas tiras inéditas son los mismos que encontramos en sus libros: la situación política de Argentina y el mundo, el status y las ansias de figurar, las manías, la condición de la mujer, a mitad de camino entre sus propias autolimitaciones y las que le imponen los hombres.
Si bien, en 1964, la tira presentaba a la niña y sus padres, con el tiempo se fueron agregando otros personajes, formando un pequeño mundo al que el lector podría acceder mediante el humor y la complicidad. Susanita, Manolito, Guille, Libertad y Felipe nos muestran nuestra realidad de todos los días, con sus absurdos y sus mistificaciones, y nos hacen sonreír, mientras captamos el amargo mensaje que esa sonrisa conlleva.
Es de destacar, en el volumen que comentamos, el minucioso trabajo de Sylvina Walger, quien redactó los textos y tuvo a su cargo la investigación periodística que acompaña a las tiras, permitiendo así captar el sentido de las mismas al conocer los hechos históricos a los que se referían. Muchos años de nuestro pasado han sido registrados por Quino en este libro inteligente y cálido, qne nos brinda otra faceta de un personaje a quien todos queremos. Recopilaron Alicia y Julieta Colombo; diseñó la tapa y diagramó Juan Miguel Castillo.

(EL TIEMPO, 12 de marzo de 1989)

LA PRADERA DE LOS ASFODELOS, por Rubén Benítez. Bahía Blanca, Siringa, 1988. 

Rubén Benítez egresó de la Universidad Nacional del Sur con el título de Licenciado en Letras y cursó estudios de posgrado en la Universidad Complutense de Madrid. Actualmente se desempeña como Prosecretario de Redacción del diario La Nueva Provincia, de Bahía Blanca. Es autor de Días y caminos de España (1978), publicado por el Consulado local y reeditado por Siringa, y de La pradera de los asfódelos, obra prologada por Vintila Horia.
Recordar puede ser una fuente de felicidad para el atribulado ser humano, pero también puede agobiarlo, haciéndole sentir que todo ha sido efímero y ajeno. Las distintas posturas ante una misma situación son encarnadas en esta obra por doña Sabina, de ochenta y tres años, y su amiga Irene, a quien conoce desde la juventud. Aunque la primera es pesimista, y la segunda le muestra el lado positivo de la vida, idéntico dolor las une: la falta de algo que consideran esencial. Para Irene será el no tener hijos; para su paisana, en cambio, la desdicha está relacionada con el hecho de no poder valerse por sí sola.
Frente a esta realidad de las ancianas, encontramos el recuerdo de su infancia, muy lejos. ¡Qué distinta es la vida en la Patagonia! En España también hacía frío, pero tenían pocos años y la baja temperatura se asociaba a la Nochebuena, a las castañas calientes, las almendras y los higos. En nuestro sur, por el contrario, el frío anuncia las penurias de las plantas y los animales, pues ya no hay afecto para ellos. Doña Sabina está postrada y sus hijos no desean hacerse cargo de su casa y de sus problemas. La comunicación no existe entre las generaciones; el abismo es cada vez más profundo.
Entonces, la mujer recurre al pasado, como una forma de procurarse alegría, pero también cae en él sin proponérselo, soñándolo... Cuando sueña, la vitalidad de antaño aparece ante sus ojos, contraponiéndose a la decadencia del presente. Esta decadencia no es exclusivamente física; se refiere asimismo a la actitud de los hijos, que ya no escuchan, que le mienten.
La obra nos plantea la pregunta acerca de lo trascendente. Algo debe permanecer en este agitado mundo, en medio de tanto caos. Quizás lo trascendente sea la memoria, y la misma sangre que, evolucionada o involucionada, aparece de generación en generación, en una aldeana española y en un universitario patagónico. La sangre es, en definitiva, la que une a seres que ya no tienen nada en común, pues el progreso mal entendido los ha distanciado.
En el prólogo, Vintila Horia escribió: "El mérito de este libro reside en esta singularidad pegada a lo fundamental. Es impresionante la habilidad con la que pasa de un pueblo a otro, de España a la Argentina, sin abandonar la trama escondida del fondo anímico, la misma aquí y allá, no sólo porque provienen las dos de lo hispánico, sino sobre todo porque ninguna de las dos se aparta de lo humano. Es como un juego, mucho más sencillo que el de los abalorios, en Hesse, mucho menos sofisticado, pero básicamente parecido. Solo que alejado de lo racional. Vivido. Se trata, además, de un texto muy bien escrito, lleno de imágenes poéticas sorprendentes, de símbolos que unen de repente lo eterno y lo pasajero, integrando a éste en su verdor imperecedero. Creo que es lo que significa lo simbólico. Es difícil hoy poseer este arte. Es posible que Rubén Benítez haya leído y admirado a Gûiraldes y a Mallea, es casi inevitable, pero maestros así sólo podían haber contribuido a la creación de un libro como La pradera de los asfódelos. La lección no se quedó en el aire".

EL DESPERTAR DE BARILOCHE, por Exequiel Bustillo. Editorial Sudamericana. Buenos Aires, 526 paginas. 

Exequiel Bustillo nació en Buenos Aires en 1893, donde fallecio en mayo de
1973. En 1917 se graduó de abogado y se desempeñó, entre los años 1934 y 1944, como Presidente de la Direccion de Parques Nacionales, período durante el cual construyó casi toda la infraestructura de los Parques: edificios de Intendencias, casas para guardaparques, la Catedral y la Capilla de Llao Llao, la estacion invernal en el Cerro Catedral con el cablecarril
y otras instalaciones para los deportes de invierno.
El ingeniero Salvador San Martin nos dice en el Prologo que la aparicion de la tercera edicion se debe a la iniciativa del señor Franco Iachetti, admirador de la obra de Bustillo; el consultó con la señora Susana Pacheco de Blaquier y, obtenido su consentimiento, se decidió la reimpresión, que tomó a su cargo generosamente.
El autor trabajó sobre la base de recuerdos y tambien de autenticos documentos escogidos de su archivo personal, compuesto
por mas de siete mil cartas intercambiadas en la epoca que ha procurado evocar aqui con rigurosa fidelidad. Su relato permitira al lector conocer como se crearon nuestros Parques Nacionales, cómo fue su dificil desenvolvimiento y las circunstancias aleatorias que llevaron a Bustillo a dirigir un brganismo oficial que, aparte de su función especifica de preservar las bellezas naturales y ponerlas al alcance del pueblo, perseguia tambien el dificil objetivo de afianzar en su area nuestra soberania territorial.
Cuando el doctor Bustillo asumió su cargo, todo estaba alli por hacerse: desde el ferrocarril detenido en el desierto, hasta los caminos y demas obras y servicios publicos que son signos de un determinado estado de civilización.
Bariloche no tenia agua corriente, cloacas ni pavimentos, y nuestra soberania era fragil y teórica. Es el propósito del escritor que su libro inste a las nuevas generaciones a continuar la encomiable labor que inició el grupo de hombres que le tocó conducir, "en constante combate con una clase gobernante, que con las excepciones que confirma la regla, no tuvo visión, ni entusiasmo, ni coraje para fortalecer nuestra patriótica y por cierto perdurable empresa".
Completan esta obra, de lectura insoslayable para publico y especialistas, numerosas fotos en color y blanco y negro, mapas, un apendice e indice onomastico.

BIBLIOTECA PERSONAL (Prólogos), por Jorge Luis Borges. Alianza Literatura. Buenos Aires, 1988. 132 paginas.

"Biblioteca Personal" es el titulo de la colección que Borges preparaba para Hyspamerica cuando lo sorprendió la muerte, Dicha colección constaría de cien volúmenes, lo cual no equivale a decir cien obras, ya que algunas de ellas aparecían en dos libros. Estos tomos comenzaron a publicarse, uno por semana, en mayo de 1985. Un año después, moría el prologuista en Ginebra; había preparado sesenta y seis prólogos hasta ese momento.
"No sé si soy un buen escritor -dijo el autor de "El Aleph"-; creo ser un excelente lector o, en todo caso, un sensible y agradecido lector". Por esta razón de sensibilidad y agradecimiento, los volúmenes incluidos en la "Biblioteca Personal" son sumamente diferentes entre si; han sido seleccionados porque proporcionaron a quien los leía el gozo de la belleza, al tiempo que ensanchaban el horizonte de un receptor muchas veces adolescente.
El volumen reúne autores de todos los tiempos y de los puntos mas distantes del planeta. Junto a los "Evangelios Apócrifos" -que no son falsos, sino ocultos-, encontramos a Leopoldo Lugones, Oscar Wilde y Henri Michaux. Francisco de Quevedo y Fray Luis de León aparecen junto a Ezequiel Martínez Estrada y Publio Virgilio Maron, junto a Manuel Mujica Lainez y Jonathan Swift. Este universo heterogéneo reafirma lo expresado por el escritor en las paginas liminares: el criterio seguido es el de la memoria de sus lecturas, y no el de escuelas, países o épocas.
Los prólogos tienen muchos meritos; el mas importante de ellos es que nos muestran al camino hacia un grato acercamiento a la creación literaria, acercamiento que, de una vez por todas, debe estar sustentado en el placer estético, y no en las modas o el academicismo.

GUIA DE LAS COLECTIVIDADES EXTRANJERAS EN LA REPUBLICA ARGENTINA, por Rosa Majián. Ediciones Culturales Buenos Aires. Buenos Aires, 1988, 253 paginas. 

Rosa Majián, nacida en la ciudad de Buenos Aires, es descendiente de armenios; licenciada en Periodismo y Comunicaciones y en Relaciones Publicas, se graduó como doctora en Psicologia Social con una tesis sobre "Realidad Psicosocial Armenia en Argentina". Fue distinguida con becas y premios internacionales por el Instituto de Cultura Hispanica de Madrid, la SIP -Sociedad Interamericana de·Prensa-, la Comision Fulbright y el DAAD -Servicio Aleman de Intercambio Academico-.
Periodista profesional, colaboró en las paginas de La Nacion y Clarin y en Radio Nacional de Buenos Aires. En Nueva York perteneció a la redaccion del diario The New York Times durante varios años y fue corresponsal de La Capital,de Rosario. Es autora de los volumenes titulados Cultura Armenia, Conversando con Jorge Luis Borges de Armenia y los armenios y Cuando empiezan a ser argentinos.
El libro que comentamos refleja su interes permanente en los inmigrantes de diversos puntos que llegaron a nuestro pais. Esta primera entrega, destinada a Europa Occidental, incluye a AIemania, Austria, Belgica, Dinamarca, Espana, Francia, Gran Bretaña, Grecia, Holanda, Irlanda, Italia, Noruega, Portugal, Suecia y Suiza. Es el resultado de reiteradas entrevistas, investigacion, verificacion de datos, documentación y procesamiento del material informativo recopilado.
Los paises se encuentran representados por las instituciones y organismos, bancos, lineas aereas, etc. Tendremos acceso asi a las direcciones de las sedes diplomaticas, los consulados, agencias de noticias, templos de diversos cultos, hospitales, hogares, asociaciones de beneficencia, cientificas y de compatriotas, corales, de gimnasia y deporte, sociales y culturales, colegios, restaurantes y todos aquellos centros de reunion vinculados con la tierra de origen. AI final de cada capitulo, un resumen estadistico muestra la irnportancia que se otorga a cada item en cada una de las colectividades.
Cabe destacar que los datos mencionados corresponden tanto a la Capital Federal como al interior del territorio, la informacion abarca ciudades de distintas provincias, prolijamente enumeradas para facilitar al lector la busqueda del dato que necesita.
La utilidad de este volumen, auspiciado por el Deutsche Bank AG, salta a la vista. Si la idea era buena, el esmero y exhaustividad con que fue llevada a cabo hicieron que los frutos fueran optimos.

EL PALACIO DE VERANO, por Jorge Torres Zavaleta. Grupo Editor Latinoamericano. Buenos Aires, 1989. 155 paginas. 

En 1987, Jorge Torres Zavaleta fue distinguido con el Primer Premio en la categoría "Cuento" de la Fundación Fortabat por la obra que comentamos, entonces inedita. Anteriormente había publicado El hombre del sexto día (1977) y EI Primer viaje (1986), que mereció la Mención Honorífica en el Premio Municipal de ese bienio.
Integran el volumen seis narraciones muy diferentes entre sí, a las que unifica el tema de la perdida y la recuperación. Afirma el escritor: "Tal vez he sentido que para que haya un acuerdo y una armonía, una especie de acorde magico, uno debe entender lo que está viviendo, y para entenderlo es necesario, casi siempre, haberlo perdido antes". Seres cotidianos, mas o menos cercanos a nosotros, protagonizan estas historias, en las que se advierte una misma preocupación por el destino del ser humano.
Poco pueden tener en común, aparentemente, la joven que desea un festejo original para su aniversario y la madre angloargentina que ha perdido su hijo en la Guerra de las Malvinas. Muchas circunstancias !as separan y, en el dolor, algo las aproxima: el desasosiego que se apodera de ellas al comprobar que sus vidas han cambiado. Pero a veces Torres Zavaleta deja en el lector una esperanza, pues cuando alguien nos abandona, su lugar no queda del todo vacio, el recuerdo del que fue nos acompaña y nos da fuerzas.
Hay tambien cuentos en los que la perdida es vista como la solución a un mal que nos acosa, en uno de ellos plantea la posibilidad de que la iniquidad del ser humano sea eliminada de la faz de la tierra, posibilidad interesante, aunque muy dificil de concretar.
Inteligentes y emotivos, estos textos fueron definidos cabalmente por Silvina Ocampo, quien afirma: "Este palacio de verano huele a campo, a caballos, a la poesía y a la imaginación de la infancia. En sus relatos hay gente que se quiere, gente que se odia, episodios inesperados, sentido del humor, pasión. Todos los ingredientes de la mejor narrativa, en un lenguaje fluido y terso, que produce placer. Un gran libro de Jorge Torres Zavaleta”.
(DIARIO DE CUYO, San Juan, 17 de septiembre de 1989)

EL VIAJERO DE AGARTHA, por Abel Posse. México, Editorial Norma, 1989.

El viajero de Agartha, de Abel Posse, fue distinguida con el Premio Internacional de Novela Novedades y Diana 1988-1989 en México. Transcribimos un resumen de su argumento: “En 1943, cuando el curso de la Segunda Guerra Mundial se vuelve contra Alemania, Hitler ordena a un oficial de su confianza emprender una importante misión secreta. Deberá iniciar un viaje solitario a través de Asia Central con el objetivo de descubrir, en algún lugar oculto de la India o del Tibet, la mítica Agartha, Ciudad de los Poderes. Irá con la falsa identidad de un arqueólogo británico ejecutado por la Gestapo. Esta aventura a través de la geografía exótica se va transformando en un viaje hacia el universo esotérico de las mitologías paganas, en las que el nazismo fundamentó su ‘Teología de la violencia’. Retomando el tema de Los demonios ocultos, esta gran novela de Abel Posse es, en definitiva, una metáfora reveladora del fracaso de la ideología nazi” ().
En la nota que abre el volumen, Posse se refiere a los nazis y a la forma en que surgió esta novela: “Conocí algunos nazis refugiados en la Argentina de mis años de estudiante. Desde entonces se instaló en mí la pregunta: ¿Qué convicción oculta, inexplicable, llevó a estos hombres a optar por la muerte, el sacrificio sangriento y la autodestrucción individual y nacional? ¿Qué fuerza secreta los hizo saltar del previsible surco de la burguesía alemana y de su encomiable cultura? Sin duda un dios tan sediento de sangre como el dios de los mexicas tuvo que haberlos impulsado. Este texto nació en torno de aquella pregunta. El tema, todavía hoy, ha sido escamoteado con entusiasmo por los autores alemanes, pero está ligado a la esencia del autoritarismo y de la locura de este siglo que expira. Es por lo tanto un tema universal, un tema profundamente americano”.
El protagonista de la novela es Walther Werner, graduado en lenguas orientales y arqueología, teniente coronel de las fuerzas especiales nazis, quien se define como “el mensaje de salvación arrojado al mar enfurecido”. “Soy un SS –afirma-: mi primer mandato es matar o morir matando esa sucia rémora hija de una cultura pestilente y sentimental: la nostalgia, la roñosa humanidad y su engendro bastardo, el mentado ‘humanismo’ “.
Es justamente esa postura ante la vida la que hace que se desvincule del hijo que tuvo con una española, que apareció muerta en Burgos “cuando entraron las fuerzas vencedoras de Franco”. Sin embargo, el pensamiento en el niño aparece con persistencia y motiva la carta que le escribe en Singapur en 1943. “No puedo imaginar ya su rostro –afirma-. Le faltan los años necesarios para comprender el sentido de mis líneas y en especial las causas que me obligaron a abandonarlo”.
Aunque quiera convencerse, no es tan indiferente a la paternidad como él desearía: “Tuve el acoso de la imagen, absolutamente imaginaria de mi hijo lejano. Curiosamente, al no conocerlo ni tener fotografías de él, fui creando un ser con facciones casi precisas, hasta con gestos individuales y un cierto tono de voz que no comprendo”.
Recuerda el momento en el que, en Madrid, cortó el débil lazo que lo unía al niño: “Un hijo puede provocar una extraña ternura cuando se lo alza y se oye su risa inocente y feliz. Pero me era indispensable extrañarme de él y de su madre. (...) Como había dicho Bullmann, un SS no tiene familia, ni origen, ni otra consecuencia que el desafío de construir un mundo nuevo. (...) ¿Cómo renunciar a todo y quedarme junto a mi hijo? El mito era ya más fuerte que la realidad”.
Entonces aparecen las referencias a la Argentina, país en el que se cría el pequeño, lejos de su padre: “Es un ser lejano que repite mi sangre. Nada sabe de mí. Crece en una ciudad periférica como al margen de la historia, Buenos Aires. (Estas palabras me suenan a paz, a tierras vacías y aventadas)”. Repite, sin convencerse, los principios que lo privaron de este niño que “Crece en Argentina. En Buenos Aires. Allí crece olvidado el hijo de mi sangre, de mi ‘etapa meramente humana’ (...) Cuesta liberarse de las trampas con las que nos castra el judeocristianismo: vivir cargando a la espalda un gran crimen innominable. La Culpa. Sobrevive en mí ese repudiable otro”.
Pero la moral es más fuerte que el adoctrinamiento, afortunadamente, y lo obliga a imaginar una ciudad de la que poco sabe: “¿Cómo sería esa ciudad de Buenos Aires? Tengo referencias vagas, fotos vistas en un álbum de turismo. Imagino una ciudad de casas bajas, calles muy quietas, con avenidas largas y monótonas como las de ciertos barrios de Londres. Es un pueblo bastardo, pero casi blanco y amigo de Alemania”. Una vez más, el racismo hace su nefasta aparición.
“Albert, Alberto, mi hijo. Ahora corre por esas calles abiertas donde suenan guitarras lejanas. Gute winde, Buenos Aires”. La pena sobrecoge a este hombre aparentemente tan duro, que muere sin ver a su hijo, y lo reencuentra más de treinta años después, cuando Albert –el periodista Alberto Werner Lorca- recibe en París el libro de notas de su padre, circunstancia en la que “Detrás del horror de la historia y de la atrocidad de la ideología, sin embargo, encontró las vibraciones del alma de ese padre al que nunca conoció”.
En Singapur, un hombre imagina la Argentina. En Buenos Aires, un hijo imagina a su padre. Esta es otra de las facetas del exilio, que encuentra en Posse una voz empeñada en evocarlo”.

EL NAZISMO Y LOS REFUGIADOS ALEMANES EN LA ARGENTINA 1933-1945. por Carlota Jackisch. Buenos Aires, Ed. de Belgrano, 1989. 

Carlota Jackisch rastrea en su tesis doctoral los antecedentes del pensamiento nazi y explica cuanto aconteció entre los años mencionados en el título. Pero tambien -y fundamentalmente- se ubica en nuestra tierra, para estudiar Ia repercursiónde la ideología entre los emigrados de una y otra fracción.
Estudia, por otra parte, la participación del gobierno y su incidencia en lo que a emigración se refiere; minuciosos cuadros nos brindan datos acerca de la cantidad de personas que debieron dejar su hogar, detallando sus edades, ocupaciones, etc. Es interesante destacar que este grupo, al que la doctora denomina "inmigración involuntaria", se caracterizó por su elevado ·nivel cultural; en efecto, la rnayoría de el!os eran profesionales y comerciantes que debieron aprender labores rurales, ya en Alemania, para procurarse la subsistencia en la nueva tierra. Muchos de estos alemanes escaparon de su patria con pasaje de primera clase, como turistas, ya que a veces era imposible hacerlo de otro modo.
En Argentina se plantea un problema: los emigrantes se dividen en dos grupos, aunque de diferente rnagnitud. Algunos de ellos desean trabajar par sus ideales, opuestos al nazismo; otros, en cambio, son fervorosos seguidores de esa corriente en el extranjero. Esta divergencia se traslada, como era de esperar, a los medios de comunicación masiva y a la educación. Así como aparecieron diarios oficialistas y opositores, tambien encontramos colegios en los que se inculcaba el nazismo y otros que rechazaban esta influencia. La divergencia que no podia existir en el pais europeo se verificaba allende el mar.

JAVIER VILLAFAÑE / ANTOLOGIA Obra y recopilaciones. Biografía y selección literaria de Pablo Medina. Ilustraciones y guardas de Nicolás Rubió. Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1990. (Primera Sudamericana). 

Pablo Medina nació en la ciudad de Corrientes; es maestro y especialista en literatura infantil y juvenil, creador del CEDIMECO (Centro de Información y Documentación sobre Medios de Comunicación). Desde 1984 acompañó a Javier Villafañe en sus viajes por el país e investigó su obra. Fruto del contacto directo y de la aproximación inteligente a los textos es este volumen, que integra la colección Primera Sudamericana, dirigida por Canela, y se encuentra dividido en seis partes.
La primera de ellas, titulada “Historias de Ida y Vuelta”, se ocupa de la infancia y juventud de Villafañe, los comienzos de “La Andariega”, la relación del titiritero con García Lorca, los numerosos libros publicados a lo largo de su vasta trayectoria, los viajes, la creación y muchos otros temas que van surgiendo de una biografía interesante y peculiar.
Seguidamente se reúne la obra en prosa y poesìa y el teatro, capítulo este último conformado por cinco obras. En los “Trabajos sobre títeres” podrá leerse “Los títeres en la Argentina”, fragmento de un artículo publicado en la revista Lyra en 1959, y “El mundo de los títeres”, conferencia dictada en el teatro Cervantes en 1943 y publicada en el boletín Nº 20 de estudios de teatro de la Dirección Nacional de Cultura en 1944.
La última parte, que lleva por título “Recopilaciones”, reúne cuatro libros de esta índole. Los cuentos que me contaron fue publicado en Venezuela por la Universidad de Los Andes, en 1970, y ha sido “escrito por niños venezolanos de la región”. La gallina que se volvió serpiente y otros cuentos que me contaron es una edición del taller de títeres de la ULA, realizada en Caracas en 1977, en la que se presentan cuentos, leyendas y relatos narrados por gente del pueblo, grabados por Villafañe mientras iba haciendo títeres; les siguen los cuentos relatados al poeta por Oliva Torres y los que escribieron e ilustraron los niños de La Mancha, textos recogidos por un estudiante, un cronista, una ventrílocua, dos fotógrafos y cuatro titiriteros que iban andando por el camino de don Quijote. La biografía elaborada por Medina permite abordar cada una de las obras en relación con el momento en que fueron creadas, y disfrutar así tanto del goce estético como de la cabal comprensión de los textos.
Javier Villafañe, distinguido con el Konex de Platino y el Primer Premio Nacional de Literatura Infantil, entre otros muchos lauros, aparece en este libro como un ser humano íntegro y auténtico y como un creador original que marcó rumbos, albergando en “La Andariega” los sueños de chicos y grandes.
Completan el volumen la síntesis biográfica de Villafañe, la bibliografía del titiritero y numerosas fotos, entre las que se destaca el retrato tomado por Guillermo Loiacono.

LA GRAN INMIGRACION, por Ema Wolf. Investigación: Cristina Patriarca. Buenos Aires, Sudamericana. 

Ema Wolf es la autora del texto de La gran inmigración, a partir de una investigación histórica de Cristina Patriarca, con ilustraciones de Daniel Rabanal. Canela es la directora editorial, y la asesoría histórica estuvo a cargo de Félix Luna. Este ensayo integra la serie “Vida cotidiana”, acerca de la que afirma Luna, en las “Palabras liminares”: “Los volúmenes de esta serie, pues, son auténticos libros de historia. Pero historia de la gente común en sus vicisitudes cotidianas: hombres y mujeres que en su anónima humildad elaboraron día a día la compleja urdimbre del país que tenemos. Que estas realizaciones sirvan para entender mejor nuestras propias raíces y, consecuentemente, a quererlas más y serles más fieles”.
La editorial expresa la motivación que dio origen a la obra: “En la segunda mitad del siglo pasado, los nacidos en esta tierra asisten, sorprendidos, al desembarco de miles de inmigrantes. Son suizos, turcos, alemanes, irlandeses, judíos, italianos, españoles, galeses, que han de modificar definitivamente nuestra identidad. Cada grupo protagoniza un capítulo poblado de historias trágicas y cómicas, mitos resucitados, sueños, prejuicios, chifladura, poesía y lucha por el duro sobrevivir de cada día. Este libro, que abarca aproximadamente el período 1830-1910, nace con el propósito de acercar a los jóvenes la épica fantástica de aquellos años –injustamente domesticada por los manuales escolares- que tuvo por actores, esta vez, a sus propios abuelos”.

MEMPO GIARDINELLI: RETRATO DE UN INMIGRANTE

En el año 1993, Mempo Giardinelli obtuvo el VII Premio Internacional «Romulo Gallegos» por Santo Oficio de la Memoria, novela a la que Carlos Fuentes se refiere como a una “saga migratoria tan hermosa, tan conmovedora, tan importante para estos tiempos de odio, racismo y xenofobia”. El jurado estuvo integrado por los escritores Fernando Alegria (Chile), Lisandro Otero (Cuba) y Arturo Uslar Pietri (Venezuela), y los academicos Pedro Diaz Seijas y Jose Luis Salcedo Bastardo.
«La primera edición de esta novela apareció en Colombia en 1991 -dice el autor- y circuló, sobre todo, fuera de la Argentina. Luego se hicieron dos reediciones, en diciembre de ese mismo año y en abril de 1992». En 1997 fue publicada en nuestro pais, donde tambien mereció elogiosas criticas.
La novela cuenta un siglo de historia privada y, logicamente, argentina y mundial, desde la llegada a nuestro pais de Antonio Domeniconelle, su esposa y su primogenito, a fines del siglo pasado. Acerca del motivo que los impulsó a emigrar, narra el hijo: «Padre y madre vinieron de Italia porque allá eramos muy pobres. Muy pobres. Más pobres que toda la pobreza que hayas visto». El emigrante alentaba a su familia: «aqui esta el futuro, decia. Hemos hecho bien, decía. Para no pensar en lo que habíamos dejado allá, digo yo». No obstante, no lograba convencer a la esposa de lo acertado de la decisión: «Madre lloraba mucho, entonces. Casi todas las noches. 'Mi due bambini' , se lamentaba. Yo creo que me daban celos. Pero me dolía su dolor. En los primeros tiempos, madre se habia empeñado en que no dejáramos de ser italianos. Y una noche me confió, haciendome jurar que no lo repetiría, que ella no había estado de acuerdo en venir a la Argentina. No quería saber nada con dejar Italia».
Maria Esther de Miguel considera que «Giardinelli pone en boca de muchos de los miembros de esta familia fragmentos de la Historia, y hay de todo: gente apacible o iracunda, inteligente o lela. Hay un inolvidable Gaetano y la atrayente Franca. Y hay el Tonto que escribe y el otro que lleva su cuaderno de apuntes. Complementarios, diversos o contradictorios, quizá todos sean variaciones de una misma pregunta: la de la condición humana».
A partir de los relatos de los familiares, podemos conocer al primer Domeniconelle. Como los familiares que narran suelen no estar de acuerdo entre sí, veremos corporizarse a un hombre controvertido, visto de una forma por la esposa y de otra por el hijo mayor.
El patriarca de esta familia habia nacido en 1859. «Alto, era. Buen mozo, imponente con los bigotazos que tenia. Como manubrios de bicicleta». Sus ojos eran particularmente atractivos: «ojos de expresión grave, de sujeto orgulloso, bien portado, hosco y altanero. Ojo de tipo gritón y arisco, desconfiado y autosuficiente».
Una bisnieta relata que «Su perdicion eran las mujeres y el juego. Desde que llegara de ltalia en 1885, y tan pronto aprendió los rudimentos del castellano de Argentina, se aplicó a esas pasiones: al mes de arribar ya habia aprendido a jugar al truco, la taba, el tute y otros juegos criollos, y perdido todo el dinero que trajeron de su patria. Pero tres meses más tarde, ( ... ) los recuperó y con creces, y pudo comprar una casita lejos de la ciudad, por el rumbo de Ramos Mejía, un pueblo formado alrededor del viejo Apeadero San Martin».
El hijo que vino a la Argentina señala el caracter despótico del inmigrante: «Yo tenia ya catorce años cuando lo acompañaba a padre a la cocheria, y el todavia me pegaba. Entraba a su despacho y la gente temblaba. Era autoritario: un padrone. Malísimo, aunque se creía lo mejor del mundo. Decía que algún antepasado habia sido conde, o marques, o duque de algo. Los italianos de aquel tiempo eran asi: llegaban a este pais con una mano atras y otra adelante, pero todos pretendían haber sido condes, nobles. Yo no lo queria. Nunca lo quise».
Contribuia a esta falta de cariño el hecho de que Gaetano hubiera sufrido la perdida de sus dos hermanos, a quienes el padre no quiso o no pudo traer: «Llegaron casados, ya. Conmigo. El decidió que Vincenzo y Nicola se quedaran allá. Luego los buscaría, dijo. No atendió al llanto de Angela. No escuchó las razones de nadie. Nunca». «Ni siquiera conocí a mis dos hermanos -agrega Gaetano. Sabia que existían, que estaban allá. Y crecí preguntándome por ellos. Yo era el mayor y nos llevábamos un año cada uno. Yo nací el año 81, Vincenzo el 82 y Nicola en la Navidad del 83. Llegamos a la Argentina cuando yo tenia cuatro años. A mis hermanos los dejaron. ¿Por qué los dejaron a ellos y no a mi? Me pregunté mucho, eso. ¿Con quien estaban? ¿Los querian? ¿ O les pegaban, como me pegaba padre? El me habia elegido como al unico hijo que queria? Debia, ser, porque si no los hubiera traido a Cenzino y a Nicoletto y no a mí. Pero entonces, ¿por qué me castigaba tanto? Trajeron al mayor, y ser el mayor en aquellos tiempos era casi como ser único hijo. Asi abandonaron a mis dos hermanos. No digo que sin sentir culpa. No, no puedo decir eso. Pero hicieron algo que yo siempre pensé que estuvo mal. Quiza por eso le tenia tanto miedo a padre. Tambien por eso. Escuchaba su chiflido y ya temblaba».
Gaetano recuerda que su madre tambien le temía: «Madre también lo odiaba, porque era su sirvienta. Hacia que la sacara las botas, la mandaba de acá para allá. No hacia falta que le pegara porque ella tambien temblaba de solo verlo. El sabia cuanto sufría ella por los hijos que dejaron en ltalia, pero jamas hizo nada por traerlos».
Una de las nietas afirma que "la Nona tiene sus cosas que ya sabemos pero no es tan jodida como todos suponen. No puede sacarse el rencor de encima, eso es lo que pasa. Pero tambien hay que entenderla. Es de otro siglo, otra clase de pensamiento. Ella se formó, si puede decirse, bajo condiciones terribles, che, pobre. Su infancia no fue ninguna delicia y era una jovencita cuando dejó dos hijos para venirse a America». "Y el Nono segun parece no era ningun encanto de marido. Asi que hay que entenderla porque tuvo una vida de mierda. Anda a saber que satisfacciones Ie dio el abuelo, si es que le dio alguna».
El italiano «solía ir a los cafes del centro, que eran famosos porque allí se reunían los primeros revolucionarios. Los sindicalistas. Casi todos eran inmigrantes. (...) Esos cafes eran verdaderos antros, fumadores de tabaco grueso, sitios de pelea, mucho ruido y pocas mujeres. Mal alumbrados, con mesas apiñadas y pista de baile. Solían tener, en la parte de atras, reñideros de gallos, salas de timba o cuartos de prostitutas». La esposa tenia miedo de que el marido «cometiera un desatino» en uno de esos bares; sus miedos no eran infundados, ya que -afirma el hijo- «padre era un fanfarrón, un pendenciero. Y como era tan grandote y fuerte y malgeniudo podía pasarle cualquier cosa».
Entre tantos defectos, se le reconocía algo bueno: «trabajó mucho y progreso». Tan solo nueve años después de llegar a la Argentina, se veian los frutos del esfuerzo: «El año 94 la cocheria Miraglia & Domeniconelle se mudó a la calle Cuyo, muy cerca del mercado que acababa de construir Don David Spinetto en la calle Montevideo. El negocio prosperaba. Hacia mas de cinco años que no cesaban de expandirse y el abuelo Antonio se sentía un hombre satisfecho. Tres veces por semana visitaba a Gladys en su departamento de la calle Libertad y ya soñaba con comprarle una casa grande a Angiulina. Habían salido del frio del primer conventillo, de la inseguridad de los inmigrantes y ahora iba a llevar a su mujer y a su hijo a vivir en Ramos Mejia, en las afueras de Buenos Aires, a solo media hora de tren del centro de la ciudad. Soñaba que en la nueva casa: «habría rosas en los floreros y comerían bien, tres veces al dia, o cuatro, con todos los chicos, porque iban a traer a Vincenzo y a Nicola de Italia. El pais progresaba a pesar de todo, y el tambien».
EI bienestar surgía de un comienzo modesto: «La empresa se inició con un viejo carromato que adquirieron de segunda mano -en un remate del Montepio- y un par de percherones semicojos. El negocio prosperó, no tanto porque se muriera mucha gente en Buenos Aires, como solía razonar Antonio, sino porque moría la necesaria».
No llegó a disfrutar sus logros, porque lo asesinaron: «El dia que lo mataron, aquella mañana de agosto de 1896, cumplia 37 años. ( ... ) El crimen se produjo aparentemente porque se resistía a comprar un nuevo carro con aplicaciones de plata y ruedas de bronce, para seis caballos, como le proponía Giacchinto Miraglia, su socio, sujeto al que todos recordaban furibundo, atrevido, audaz». EI nieto amplía la información; a su entender el Nono «no era patrón a la manera que es patrón un empresario que solo tiene aspiraciones capitalistas, sino que mas bien soñaba con formas cooperativas de producción, ( ... ) Eso mismo lo habia llevado a discutir con su socio, Giacchinto Miraglia, un ambicioso que quería enriquecerse a toda costa en poco tiempo por aquello de que vida hay una sola y es ésta».
Para Gaetano, en cambio, la causa del asesinato fue bien distinta: «Para mi que lo mataron por una mujer. Una mujer de otro, naturalmente. Un asunto de polleras. Y por la espalda. No habrá habido otro modo. Tan grande y tan fuerte. De frente nadie se habría atrevido, porque además eran un matón, un pendenciero».

Desde múltiples perspectivas se describe a Antonio Domeniconelle, un italiano que, aunque tuvo muchos defectos, no careció de buenas condiciones. Fue autoritario y violento, es verdad, pero también fue muy trabajador. No quiso enriquecerse a costa del sacrificio de los demás y, cuando prosperó, pensó en su mujer, en su hijo, y en los pequeños que habia dejado en Italia.
Faltaba en la literatura argentina de inmigración un personaje como éste, que tan magistralmente crea el escritor chaqueño: un hombre con vicios y virtudes, un ser humano agobiado por su pasado, ilusionado con el porvenir americano.

(EL TIEMPO, Azul, 4 de febrero de 2001)

PARA NOCHE DE INSOMNIO. Textos de Horacio Quiroga. Recopilación y banda de Ezequiel Adamovsky y Gustavo Bombini. Libros del Quirquincho, 1991. 94 páginas. (Libros para nada) 

En la banda de este volumen -cuyo título ha sido tomado de un texto publicado en la Revista del Salto, en 1899- aparece el escritor retratado en los más diversos aspectos de su vida.
Se lo recuerda a los quince años, intentando ser una figura descollante del ciclismo; más tarde, se dedica a la química, y provoca incendios y explosiones en su habitación. De la ciencia pasó a la fotografía, hasta que su familia lo intimó a tomar una decisión; es entonces cuando decide ser marino, pero esto tampoco le duraría mucho. Se lo presenta, asimismo, como un viajero que regresa de Europa en tercera clase y casi en harapos. Ejerce la docencia, integra una expedición a las misiones jesuíticas, fracasa como pionero del algodón en Chaco.
Se casa con Ana María Cirés y se trasladan a San Ignacio, donde el escritor exige que su esposa dé a luz sin permitir ningún tipo de asistencia en el parto. La educación que da a sus hijos es bastante original: los abandonaba durante horas en el monte, o los sentaba al borde de un acantilado, para que se criaran “sin temores”. Como Juez de Paz y oficial del Registro Civil, su figura resultaba cómica; lo podemos imaginar guardando en una lata de galletitas los papeles en los que había anotado prolijamente los datos de los nacimientos y defunciones.
En 1916, después del suicidio de su esposa, se muda con sus dos hijos a un sótano de la calle Canning. Por ese entonces vive una relación con Alfonsina Storni que sus biógrafos omitieron pudorosamente. Se casa con María Elena Bravo, quien lo abandona llevándose a su hija Pitoca. Enferma y muere en la estrechez al ingerir cianuro, después de enterarse de que padecía cáncer.
Aunque estas rarezas de su carácter ya eran conocidas por quienes se interesaron por su obra, no deja de llamar la atención que los recopiladores las incluyan en un libro de esta índole. Me parece acertado, pues contribuye a difundir la idea de que el creador no es un superhombre, una estatua, lejana e inasible. Transcribo un párrafo de la banda: “Bastó con ver su aspecto, para que la andaluza que se había acercado a la casa de Vicente López, en busca de empleo, huyera despavorida. Al abrirse la puerta, había visto a un hombre descalzo, vestido con un overol manchado de grasa, con abundante barba y cabellera negras, ojos celestes e inquietantes, muy flaco y de baja estatura. Contra lo que la andaluza y nosotros mismos pudiéramos pensar, contra la imagen habitual del ‘escritor prestigioso’, quien apareció allí era Horacio Quiroga”.
Entre los trabajos incluidos se destacan los “Textos del Consistorio del Gay Saber”, el “Decálogo del perfecto cuentista”, “A la deriva”, “La insolación”, “La gallina degollada”, “La bolsa de valores literarios”, “El almohadón de plumas” y “El espectro”.
Completan el libro la bibliografía consultada y numerosas fotografías. El diseño estuvo a cargo de Oscar Díaz y Ricardo Pereyra.

CARLITOS GARDEL, por Graciela Beatriz Cabal. Ilustraciones de Delia Contarbio. Buenos Aires, Libros del Quirquincho, 1991. 

El volumen que comentamos constituye un importante esfuerzo editorial. Presentado con tapas duras y sobrecubierta y en un papel de excelente calidad, está destinado a los chicos, a los no tan chicos y a los decididamente grandes. Es un libro para todos, porque -afirman los responsables de la obra- Gardel es de todos. La historia comienza durante la infancia del cantor, al que muestran como un chico al que le gustaban los sombreros; se los probaba mientras su mamá lavaba en el piletón del patio. También le gustaba andar por ahí; Cabal relata que el pequeño ”se había ido por esas calles de Dios, colgado del pescante de algún carro lechero. Cuando aparecía de vuelta en el conventillo, la madre lo corría por el patio, con la chancleta en lo alto, las peinetas a medio salir y los pelos tapándole los ojos. -¿Dónde anduviste metido, desgraciado?- parece que quería decirle. Pero como estaba muy enojada se lo decía en francés (idioma rarísimo pero que era el de ella). Y entonces los vecinos, que habían sacado las sillitas a la puerta de las piezas para observar todo con detalle (sin intervenir porque una madre es una madre), se quedaban en ayunas”. Luego Carlitos fue creciendo, se apasionó por la música, viajó, se enamoró de las rubias de “ñu Yorc” y no de la chica buena que venía a hacerle compañía a su mamá, fue exitoso y desapareció físicamente, aunque todavía hoy, nadie puede creerlo: “Como se va a morir, dicen, si la voz le sale cada día más clarita”. Un tema de la cultura popular entra así al universo de los chicos, el cual, afortunadamente, se amplía cada día más.

LA COLONIA SAN JOSE, por Celia Vernaz. Santa Fe, Colmegna, 1991.

La investigadora Celia Vernaz es la responsable de Colonia San José Escritos, compilación publicada en 1991, incluida entre las Publicaciones del Museo Histórico Regional de San José.
En las “Consideraciones generales”, ella manifiesta: “Los ‘Escritos de una Colonia son el reflejo de su propia historia. En el año 1857 llegó el primer contingente de inmigrantes que se ubicó donde hoy es la Colonia San José en la provincia de Entre Ríos. Eran terrenos del General Justo José de Urquiza, quien no tuvo problemas en destinarlos a la colonización. En un principio, los límites estuvieron dados por el río Uruguay al Este, el arroyo Perucho Verna al Norte, el arroyo de la Leche al Sur y la calle ‘Ancha’ al Oeste, extendiéndose luego la población por todo el Departamento Colón, originando nuevos centros derivados de la Colonia Madre”.
Acerca de los motivos de emigración, afirma: “en la zona del Valais, Saboya y Piamonte se había generado una corriente emigratoria hacia América. Las causas eran varias: falta de trabajo, familias numerosas, pobreza en general, a lo que se sumaban cataclismos como avalanchas e inundaciones que diezmaban a las poblaciones de la montaña. También debe ser considerado el sueño de hacerse ricos y la sed de aventuras en un continente todavía virgen”.
Estos pioneros, originariamente destinados a Corrientes, sufrieron desventuras: “Fueron ubicados en el Ibicuy, al Sur de la provincia, pero al ver que eran terrenos inundables e impropios para la agricultura, remontaron el Uruguay en barcazas y fueron radicados en mejor lugar, o sea, el actual, con el beneplácito de Urquiza. Mientras Sourigues trazaba las concesiones, el grupo recién llegado improvisó viviendas debajo de los árboles mientras que las mujeres se alojaron en el galpón que Spiro tenía en la costa. Esto ocurría en julio de 1857, bajo el rigor del invierno”.
Los “Escritos” compilados nos permiten conocer la vida cotidiana de los inmigrantes: “Durante los primeros cincuenta años, tanto los colonos como autoridades políticas y religiosas apelaron a la pluma como arma de defensa y comunicación, dejando una pincelada general del pensamiento, ideas, proyectos, necesidades, sentimientos. Hoy esos escritos reposan en distintos archivos y no todos se conocen. Si bien no constituyen piezas literarias especiales, una selección de los mismos permitirá penetrar y ahondar más en las intimidades de la vida de la Colonia, poniéndose en contacto directo con cada autor, su forma de ser y de pensar. Pero lo importante es poder palpar el momento histórico vivido, esclareciendo hechos oscuros o casi desconocidos que han sido esencia y substancia de un período migratorio que hoy apasiona por sus raíces y proyecciones”.
Los textos proceden del Archivo General de la Provincia de Entre Ríos, el Archivo del Museo Histórico Regional de San José, el Archivo del Palacio San José, el Archivo personal de C. E. Vernaz, el Centro de Estudios Históricos San José; El Industrial, 13 de octubre de 1881; La Nación, 1885; Libro de Oro del Centenario de la Colonia San José (1857-1957) y Vernaz, Celia: Papeles de un inmigrante, 1987.

EL PORTENTOSO SUEÑO DE CESAREO BERNALDO DE QUIROS, por Jorge E. Isaac. Editorial Lumen. Buenos Aires, 1993. 271 paginas. 

Cesareo Bernaldo de Quirós, protagonista de la novela biográfica de Isaac, nació en Gualeguay, provincia de Entre Rios, en mayo de 1881. Un día de 1945, en el apogeo de su fama, abandonó sorpresivamente su mansión en esa provincia y nunca más volvió a ella. Cerró la puerta como si se ausentara por un breve lapso, y se marchó definitivamente. Basándose en dos cartas que tiene en su poder, Isaac inicia una investigación para conocer el motivo que hizo que el pintor tomara tan drástica decisión.
La novela cuenta lo sucedido a partir del momento en que Isaac se presenta, con dos cartas escritas par Quirós, en el despacho de un coleccionista de documentos, que los remata en importantes ciudades del mundo. A partir de la conversación con el especialista, surge en el dueño de las cartas la necesidad de saber a qué aluden. En un principio, quiere obtener una ganancia económica, pero después, dicho interés se transformará en un objetivo filantrópico.
El biógrafo se basa en una investigación exhaustiva, en la que menciona los diarios Clarin de Capital y EI Diario y EI Tiempo, de Entre Ríos, así como tambien la revista Caras y Caretas y a los críticos Rafael Squirru y José León Pagano. A los datos de que dispone sobre el pintor, se suman los que recaba sobre la compra y venta de documentos, terreno en el que se desenvuelve con indudable solvencia. Sus afirmaciones al respecto resultan lógicas y muestran a quienes no conocíamos la actividad, un abanico de posibilidades que no hubiéramos pensado.
Se ve tambien a Isaac mezclado con la gente de su pueblo. En su afán de lograr información conversa con profesores, periodistas, pescadores, en fin, con todos aquellos que aseguran haber visto a Bemaldo de Quirós aunque mas no fuera desde la acera de enfrente. Entonces, con los datos vivos aportados por sus comprovincianos, con los que extrae de los diarios y revistas y de los expedientes gubernamentales, forja una historia que nos habla sobre el pintor, pero también sobre la sociedad de su tiempo y sobre las ideas del propio biógrafo. Porque, como en sus novelas anteriores, Isaac es un retratista de la sociedad. Brinda información, pero brinda asimismo su personal punto de vista, el cual, presente en el relato, constituye un juicio de un intelectual hacia una época y una idiosincrasia.
Por otra parte, es muy interesante su manejo del suspenso, que nos hace interiorizamos en la vida de un artista destacado como si leyeramos una excelente novela de detectives. Completan el volumen diversas ilustraciones. 

GHERARDO MARONE, por Nicolás Cócaro- Dionisio Petriella. Buenos Aires, Asociación Dante Alighieri, 1993. 

Promociones de estudiantes de Letras han tenido en sus manos libros preparados por el ilustre catedrático Gherardo Marone. Estudiantes mayores que quien esto escribe tuvieron el privilegio de asistir a sus clases de Literatura Italiana, cátedra que obtuvo por concurso en 1939. En el libro publicado en su homenaje por la Asociación Dante Alighieri, Nicolás Cócaro recuerda la actuación del profesor con estas palabras: “Cabe destacar que los nombres de Dante, Petrarca, Ariosto, Boccaccio, Alfieri, Croce, De Sanctis y Machiavelo le son familiares a muchas generaciones argentinas y han profundizado su obra gracias a Marone”.
En esa misma obra, Dionisio Petriella, presidente de la Dante, recuerda que la vinculación de Marone con Croce se había dado en forma personal en Italia, donde viajó el argentino: “Mis contactos con él -evoca- se limitaron a encuentros ocasionales en los lugares donde yo llevaba pruebas de imprenta corregidas por mi padre: la imprenta de don Arturo Caldarola instalada en el amplio patio del palacio Filomarino en cuyo primer piso vivía don Benedetto Croce, visitado asiduamente por Marone”.
En la Argentina, Marone enseñó literatura italiana y en Italia, literatura española. En 1954 se trasladó a Bolonia, “la más sobresaliente casa de altos estudios”, para dictar la cátedra que había ganado por concurso: “¡Gran satisfacción –exclama Petriella- poder enseñar en la más vieja universidad europea, donde hace muy poco se oían las voces de Carducci y Pascoli, donde cotidianamente se oía la voz de Francesco Flora, coetáneo y amigo de infancia de Marone”.
El interés de Marone por la docencia no se satisfizo solamente con la enseñanza universitaria, en la que mereció singulares reconocimientos. Fue también director didáctico de la Dante, donde se le encargó “una reforma en los cursos de idioma y cultura italianos que produjera una mayor afluencia de alumnos”, que hasta entonces no superaban los siescientos. Los directivos se preguntaban qué se podía hacer para lograr una mayor concurrencia, y creían que la falta de interés de los argentinos tenía que ver con la forma en que se conducía la enseñanza.
Marone propuso soluciones eficaces, inspiradas por su inteligencia y también por su sentido común. Aseveró que tanto los planes de estudio como los docentes eran buenos; su observación se dirigió hacia otras cuestiones. Consideraba “inconveniente en cambio y contraproducente la publicación del nombre de los alumnos, la clasificación de sus méritos, los premios. Todas cosas propias de una escuela de niños y no de adultos como es la Dante. Más inconveniente aún, dijo Marone, es la gratuidad de la enseñanza, que humilla al alumno cuando le recuerda que es hijo de un humilde inmigrante”. En la evocación de Petriella se advierte que Marone era un profesor que sabía analizar realidades concomitantes a su labor, pues no se encerraba en el mero ejercicio de la enseñanza. Y tenía razón. Desde que se pusieron en práctica sus lineamientos, comenzó a aumentar el número de inscriptos a los cursos.
Marone entendió la difusión de la lengua italiana como una labor que tenia que ver con los dos países en los que se desenvolvía su vida. Evidencia de esa convicción es su denodado esfuerzo en la traducción que permitía relacionar estas dos tierras por medio de sus más ilustres escritores. "Las barreras idiomáticas suelen ser obstaculos para valorar un quehacer ímprobo -afirma Cócaro-. Traduce al italiano a Cervantes (Don Chisciotte), a Lope (Commedie scelte) y a Tirso de Molina (Commedie scelte). Asimismo vierte al italiano La gloria de Don·Ramiro, de Larreta, y traduce a los escritores argentinos (Martínez Estrada, Lugones, Banchs, Mallea, Storni y Borges) en El libro de la pampa. Esa Antología della pampa obtuvo el premio principal de la Real Academia de Italia”.
Cócaro destaca, asimismo, que Marone se ocupó de que llegaran a la Argentina personalidades de la cultura italiana e hizo otro tanto con investigadores nuestros: “Propende al intercambio de investigadores. No se da tregua. Incita a los argentinos a visitar y dictar clases en las universidades italianas”.
El periodista resume la orientación que seguía el catedrático, en la que lograba unir mundos diferentes: “No desdeñar la tradición para poder comprender el presente. Fusionarla con el presente porque el futuro es acción. En esta fórmula puede estar la clave, el eje de la opera omnia de un ensayista, de un estudioso medular del pensamiento de Italia. No resulta fácil comprender y ahondar su obra, signada por la dicotomía de lo argentino y de lo italiano. Sin embargo, su fondo esencial se define en la latinidad”.
En sus recuerdos, Cócaro señala los valores morales de este hombre probo: “Hombre de la batalla cotidiana, pertenecía a los hombres de esa batalla que apenas es percibida por los espíritus afines, cuando se desarrolla, y que tiene –por eso mismo es desconocida de las mayorías- un fin ulterior, un porfiado afán, un temple y una orientación que se adelanta a su tiempo”.
Los objetivos que perseguía como profesor nada tenían que ver con su orgullo o con la popularidad: “al margen de cualquier vanidad –Marone sólo reconocía el altivo sentimiento que daba la cultura- sentíase feliz de que un solo discípulo, uno solo hubiera comprendido su lección, la ardua tarea de muchas horas que, a veces, iba a perderse en los apuntes universitarios”.
En otro pasaje de su evocación, Cócaro reitera la modestia de Marone: “Hacía gala, sin vanidad, de su método, de su orientación en todos sus ensayos críticos, como seguidor de la estética croceana, o mejor, entre Vico y Croce, con los aportes de Carducci y De Sanctis, supo fusionar el sentido poético y su sensibilidad de hombre de cultura universal, sin caer en la falsa erudición crítica”.
Pero no todo en él era calma y serenidad; algunas situaciones lo irritaban y podía ser “enérgico hasta desesperarse cuando un alumno le contestaba que la Commedia estaba escrita en prosa”. Sentiría en ese momento que sus esfuerzos chocaban contra la falta de interés de su interlocutor.
Las páginas de Petriella nos hablan de la importancia del profesor Marone a lo largo de su vasta trayectoria; el director de la Dante destaca el aporte que este hombre singular realizó a la cultura en diversos ámbitos. Cócaro, por su parte, alude explícitamente a la deuda que tenemos con el catedrático: “Me alarma el olvido y la falta de memoria de los argentinos. Hablo de la memoria que no tenemos para guardar en el tiempo las personalidades y las obras de los escritores ejemplares. Digo, con el deseo de su recordada lectura, Lugones, Banchs, Bernárdez, Korn, Arlt, Larreta, Murena, Dondo, Marone. (...) Tenemos una deuda con Gerardo Marone –agrega-. El olvido ha sido nuestra respuesta. Pero la Argentina más frívola parece ignorar la freccia alata de esa cultura. Se difunde la Italia del fútbol y se exporta la Argentina de la picardía”. Más adelante, señala: “Teníamos una deuda de gratitud con Marone. Creemos haberla cumplido en parte. De él aprendimos el amor a la tierra argentina y el respeto a la patria de nuestros abuelos. Supimos, a través de sus enseñanzas, que no hay pueblo pequeño, ni aldea montañesa que no sea una lección de nobleza humana”.

TREBOLES DEL SUR, por Juan José Delaney. Buenos Aires, Grupo Editor Latinoamericano, 1994.

Juan José Delaney es profesor de Literatura Argentina en la Universidad del Salvador. Ha publicado, en distintos medios, cuentos, ensayos, trabajos de investigación y textos periodísticos. Dirigió la revista El gato negro. En 1993, becado por la Fundación Antorchas, participó del International Writing Program, de la Universidad de IOWA (Estados Unidos). Es autor del volumen de cuentos Papeles del desierto.
Tréboles del Sur mereció elogiosos comentarios de Enrique Anderson Imbert y Rodolfo Modern. El escritor dedica a sus antepasados estos quince textos que transcurren a lo largo de más de un siglo. El tema común a todos estos textos es el de la inmigración irlandesa, de la esforzada búsqueda de un mundo mejor. En este libro presenta seres ficticios y hechos verosímiles, sin embargo, en él se evidencia una evocación de la realidad que surge de datos concretos que Delaney maneja con autoridad.
El se muestra como un conocedor de todo cuanto atañe a su colectividad. Nos habla de la religión, de las lecturas que hacen los irlandeses, la música que los emociona, los internados en los que se albergan niños y niñas, las comidas típicas, las bebidas, la educación sexual –inexistente en un modo de vida puritano-, el idioma –que aparece como un obstáculo en el trato cotidiano y como una ventaja en cuanto a las perspectivas laborales-, las localidades en que se encuentran los inmigrantes de ese origen –Rojas, Moreno, Palermo, Flores y Villa Urquiza-, los pensionados, las fiestas patronales, los apellidos castellanizados y la historia de Irlanda.
El autor nos dijo en una entrevista: “Como lector y autor, siempre me incliné por la literatura fantástica, pero la temática de este libro no me permitió alejarme de hechos históricos y concretos, como de situaciones que, de alguna manera, ocurrieron. Digamos entonces que, en general, los cuentos se inscriben dentro del realismo, aunque con ciertas vinculaciones con lo fantástico y lo psicológico”.
Sobre las fuentes a las que recurrió, comentó: “Toda la información que obraba en mi poder la había recibido por transmisión oral. Las memorias, nostalgias y anécdotas de mis padres, parientes y amigos mayores, en efecto, me habían dotado del material como para emprender la tarea sin incurrir en imprecisiones. No obstante ello, recorrí la escasa bibliografía que hay sobre el tema”. Entre esa bibliografía se cuenta el semanario hiberno-argentino, The Southern Cross, “que registra la actividad cultural, religiosa, social y deportiva de la comunidad”; cuyo director, el padre Federico Richards, le “permitió generosamente revisar todo ese valioso material”.
Le preguntamos si entre esas historias había muchas protagonizadas, veladamente, por gente ligada a él. Nos respondió: “Como se dijo –y al menos en mi caso, doy fe de que es cierto-, todo texto literario es, esencialmente, autobiográfico. Por más que haya disfrazado mis historias, detrás de las palabras, está mi propia experiencia vital. Debo decir que también redacté sucesos de los que me hubiera gustado ser protagonista. Finalmente, no por nada dediqué el libro ‘a los irlandeses, vivos y muertos, que andan por mi sangre’ “.
En uno de los textos, fechado en abril de 1929, una inmigrante escribe en la Argentina a una coterránea que recaló en Nueva York. La primera ve frustradas sus ambiciones, principalmente por el obstáculo que es para ella el desconocimiento del lenguaje, aunque, en lo que respecta a lo material, se muestra agradecida: “no puedo pasar por alto la buena acogida que los irlandeses todos hemos tenido en este suelo; difícilmente brazos deseosos de trabajar no encuentren recompensa”, expresa la mujer. Le cuenta que el té es el único sedante para sus angustias y le pregunta si recuerda la bahía de Galway “y aquel hermoso y triste ‘Lament of the Irish Inmigrant’. Agrega: “Enseñé la canción a mis alumnos más avanzados pero me parece que no llegaron a captar su verdadero sentido”. A vuelta de correo, la amiga le pregunta: “¿Tendrá algo que ver con tu nostalgia esa desértica inmensidad que llamas Pampa?”.

SECRETOS DE FAMILIA, por Graciela Beatriz Cabal. Buenos Aires, Debolsillo, 2003.

Este libro fue publicado por primera vez en el año 1995. En él encontramos “Una abuela que calza trabuco y cruza los rios a caballo, un abuelo que se desangra por amor, las uñas largas y filosas de la loca de la casa: 'En la familia de nosotros -dice Graciela Cabal- hay secretos terribles. Yo mucho no puedo enterarme, porque soy chica, porque son secretos y porque son terribles'. Con la implacable y feroz lógica de la infancia, y a traves de un humor entre corrosivo y tierno, la niña de Secretos de familia va registrando eI inquietante mundo que la rodea. Las complejas y entrañables relaciones familiares, los grandes silencios, los suicidios, la muerte y sus rituales se entrelazan con la vida y el paisaje de un barrio del sur de Buenos Aires en un periodo que empieza en 1940 y culmina, no por azar, en 1952, con la muerte de Eva Perón. Acaso la mayor conquista de este libro autobiografico haya sido lograr un verdadero desafío lingüístico: el todo exacto para que la escritura no distorsione, opacandola, la voz de la infancia. Una voz obstinada y poco complaciente que parece haber nacido con el mandato de hurgar en la memoria. En la propia y en la ajena. De eso trata, entre otras cosas, la literatura”.
Es la voz de la infancia, por cierto, pero también la de la adulta que va reconstruyendo y a la vez -inevitablemente- recreando, la historia de esa niña que fue: una pequeña rebelde y cuestionadora, consentida por la madre, acotada por la férrea disciplina de su padre maestro, que no compartía el criterio de la esposa acerca de la educacion de la hija.
Junto a ellos, una familia grande y peculiar, en la que siempre había discordia: «En Nochebuena nos juntamos la familia entera. Entonces todos aprovechan y se pelean». Esa es la realidad que observa, dolida e impotente, la pequeña, esperando que pase pronto, y no tenga consecuencias demasiado terribles. Se suman a esta conflictiva relación con la familia, la que la protagonista tiene con sus vecinos, maestros y condiscípulos, con los cuales la convivencia es, en términos generales, apacible.
El contexto historico siempre está presente. Los ricos, los pobres y los «más pobres» desfilan ante esta niña que observa desde su corta edad que hay muchas diferencias, y que parecen no tener solución. El peronismo es visto desde perspectivas opuestas: la del padre, que detesta al presidente, y la de la madre, fascinada por la actitud de Evita para con los niños y las mujeres.
Hay numerosas referencias a la inmigracion, que en esa epoca era una realidad cotidiana: ia italiana nostalgica, el vasco trabajador, la gallega amante de la muñeira, ei alemán solidario, aparecen en el relato. Lo que sucede en el mundo es aqui, en la Argentina, motivo de alarma para la protagonista, quien teme que su padre sea reclutado para ir a luchar muy lejos.
Las costumbres de la década del cuarenta -algunas de las cuales llegamos a ver- son otro de los atractivos de esfe libro insoslayable: cumpleaños, bautismos, paseos, son evocados con emotiva minuciosidad. La religión y la educación publica y privada son otros de los temas acerca de los que Cabal se explaya.
La referencia a la madre, y a su renuncia al arte al casarse, plantea el cuestionamienlo acerca del rol reservado para la mujer en la sociedad de esos años.
Ahora que Graciela Cabal ya no está físicamente entre nosotros, la lectura de esta obra se vuelve resumen y cenit de una fructífera vida dedicada a la literatura y a los niños.

(EL TIEMPO, Azul, 4 de abril de 2004)

MARCHI, por Ignacio Gutiérrez Zaldívar. Buenos Aires, Zurbarán Editores, 1995. 87 pp.

Ignacio Gutiérrez Zaldívar nació “en Rosario, Santa Fe, en 1952. Luego de trabajar como abogado hasta 1976, fundó Zurbarán hace 19 años. Sus galerias se han dedicado a promocionar el Arte de los Argentinos, tanto en nuestro país, como en el extranjero. Desde 1989, a través de Zurbarán Ediciones, ha comenzado a publicar una serie de estudios y monografías, dedicados a las artes plásticas argentinas. Este nuevo libro tiene una edición en castellano y otra en inglés, que será distribuida en el exterior, como ya ocurriera con “23 Argentine Artist Now”. Es Presidente de la Fundación Región, cuyo objetivo es fomentar los lazos culturales de los países de Iberoamérica, presidiendo también la Academia Argentina de Gastronomia, que procura hacer conocer las tradiciones gastronómicas de los argentinos. Este es su doceavo libro publicado”.
La obra que nos ocupa ha sido realizada con la coordinación general de María Torres, diseño gráfico a cargo de Salvador M. Curutchet, fotografía por Pedro Roth y Gustavo Sosa Pinilla y archivo por Diana García Calvo de Jonquières. El retrato de Jose Alberto Marchi es obra de Aldo Sessa, y el de Ignacio Gutiérrez Zaldívar fue tomado por Carolina Tejera.
En el “Agradecimiento”, afirma el autor: “Este libro que está en vuestras manos, es el resultado del amor y la pasión por la obra de José Alberto Marchi. Pasión compartida con toda la gente de Zurbarán, en especial Diana García Calvo de Jonquières, María Torres y Salvador M. Curutchet, quienes desde hace mucho tiempo está abocados sin limites de horarios a trabajar en esta edición. También quiero expresar mi gratitud a María Squirru, quien realizó la traducción para la edición en inglés, y a Claudia Mazzola, quien me orientó en los temas más sensibles de la vida de su marido. (...) Cuando al preparar este libro pude contemplar en su conjunto las pinturas realizadas por José en los últimos seis años, sentí un profundo e inmenso agradecimiento a Dios, por haberme brindado la posibilidad de ser testigo, y participar cotidianamente en el proceso creador de este elegido que es Marchi”.
José Alberto Marchi ganó la Beca otorgada por Mid-América Arts Alliance, Estados Unidos de Norteamérica. Fue distinguido, además, con el Primer Premio de Dibujo, XXI Salón Nacional de Grabado y Dibujo, Buenos Aires; el Tercer Premio de Croquis, Segundo Concurso de Croquis sobre Ballet, Teatro Nacional Cervantes, Buenos Aires; la Primera Mención de Honor, III Bienal Fundación Arche, Museo Eduardo Sívori, Buenos Aires; la Segunda Mención de Dibujo, IV Concurso Colegio Ward, Pcia. de Buenos Aires; el Segundo Premio de Dibujo, Salón Primavera, Sociedad Argentina de Artístas Plásticos, Buenos Aires; el Premio Mención de Dibujo, Salón Pequeño Formato, Sociedad Argentina de Artístas Plásticos, Buenos Aires; el Segundo Premio de Dibujo, IX Salón Municipal de Artes Plásticas de Avellaneda, Provincia de Buenos Aires; el Segundo Premio de Dibujo, Salón Primavera de la Asociación de Dibujantes Argentinos, Buenos Aires; el Segundo Premio de Dibujo, XVII Salón Nacional de Grabado y Dibujo, Buenos Aires; el Primer Premio de Dibujo, Certamen Anual de Artes Plásticas para Alumnos de Bellas Artes, Salas Nacionales de Exposición, Buenos Aires; el Segundo Premio de Dibujo, Concurso Anual para Jóvenes Artistas, Sociedad Hebraica Argentina, Buenos Aires.
La primera parte, titulada “La infancia”, abarca desde el año 1956 al año 1969. “Los personajes de las obras de José Alberto Marchi son seres enigmáticos –señala el autor-; hombres y mujeres que se mueven en paisajes desconocidos, extranjeros lejos de su tierra”. La raigambre de esta inclinaciòn es sugerida por el crìtico, cuando dice: “Tal vez, en la vida del artista encontremos algunas claves”.
En busca de estas claves, se remonta a la historia de la familia, acerca de la que comenta: "Alberto Marchi, su padre, es el tercer hijo de Carmen Ferreyra, andaluza nacida en Granada, España; y de Sillo Catulo Marchi, lombardo nacido en Mantova, Italia”. El oficio del abuelo es recordado por Gutiérrez Zaldìvar: “Como su padre y sus hermanos, Sillo trabajaba en la sastrerìa de la familia, ubicada en la Av. Las Heras, entre Ayacucho y Junìn, que con orgullo contaba entre sus clientes al Dr. Marcelo Torcuato de Alvear. ‘Benigno Marchi e hijos’, decìa el letrero de la puerta del local, lugar simbòlico donde Josè encontrò los hilos, ese motivo tan personal que hace inconfundibles a sus obras. Hilos reales que su familia enhebraba en el quehacer diario, y al mismo tiempo, hilos simbòlicos que unen a Josè con su obra. Los hilos del destino, al decir de Rafael Squirru”.
Otros miembros de la familia son relacionados por el crìtico con la obra del pintor. “Sus abuelos maternos, Nazareno y Angela, eran italianos, nacidos en Ancona y en Chietti, respectivamente. Nazareno fue 'pastero' -juntaba fardos para dar de comer al ganado-, y luego por largos años trabajò como encargado en una fàbrica de dulces, una rudimentaria industria de principios de siglo, que bien podrìa ser el escenario donde los personajes de Josè clasifican incansablemente extraños vegetales”.
El trabajo de los padres, la inclinación de la madre hacia el canto lírico, el desempeño brillante del biografiado en la primaria, son algunos de los temas que se abordan en estas páginas.
Entre 1970 y 1976 se extiende el período titulado “La Formación”. En esta segunda parte, Gutiérrez Zaldívar se refiere a los estudios del pintor en la “Escuela Nacional de Bellas Artes Manuel Belgrano”, institución en la que fue alumno de Beatriz Varela Freire, Horacio March y Enrique Gaimari, entre otros. Además, habla del apoyo que recibió de sus padres, amigos y su cuñado, Carlos Garaycochea. En esta época es premiado por primera vez: “Envió una obra al Concurso Anual de la Sociedad Hebraica Argentina para Jóvenes Artistas y recibió el 2º premio, nada fácil de obtener, si pensamos que entre los jóvenes seleccionados estaban Acha, Diciervo y Kuitca”.
En “El dibujo 1977-1984”, se informa acerca de su primera exposición, en la Galería Arthea, y de aquellas obras que presentaban influencia de Holbein e Ingres. En las obras colgadas en la segunda exposición “se manifiesta su admiración por Rafael Sanzio y Leonardo Da Vinci”. En 1977, obtiene el Primer Premio en el certamen de Artes Plásticas para alumnos de Bellas Artes realizado en el Palais de Glace. Egresa de “la Pueyrredón” con el mejor promedio, Medalla de Honor y el Premio Luis Helvera. Otros premios , más exposiciones, el ingreso a la publicidad, la aparición del característico hilo en sus pinturas y el nacimiento de sus hijas son hitos fundamentales de esta etapa.
“La Crisis”, período que abarca del 85 al 88, está caracterizado por la dudas acerca de su arte y su vocación, aunque los premios que obtiene hacen pensar que va sobre seguro. Vive de la publicidad, la ilustración y la docencia, hasta que, en 1989, decide dedicarse sólo a la pintura.
Entre 1989 y 1994 transcurre “La pintura”, etapa en la que además de realizar muestras individuales, está presente en importantes muestras colectivas, en la Argentina y en el exterior. En 1994, “José obtuvo una importante beca concedida por The United States Information Agency y Mid America Arts Alliance (International Fellowship in the Visual Arts). La misma le brindaba la posibilidad de recorrer durante tres meses las ciudades de los Estados Unidos que eligiera, entrevistarse con curadores de museos, y permanecer luego, en una universidad de New York, como artista residente”.
En ese mismo año, Marchi pinta “Recolectores de las ùltimas estrellas”, cuadro que –a criterio de Gutièrrez Zaldìvar- “es la sìntesis màs elocuente de su obra de este año, no sòlo condensa su espìritu sino que ademàs sus dimensiones son inusitadas (91x 172 cm), si pensamos en los formatos con los que habitualmente trabaja Josè. Dada su modalidad de paciente miniaturista, que disfruta detenièndose en cada detalle, su realizaciòn le demandò 18 meses de incesante labor”. En este cuadro advierte el crìtico el tema de la inmigraciòn, que aparece asimismo en muchos otros. Acerca de la obra dice: “El recuerdo de sus orìgenes se hace presente en los personajes que protagonizan esta obra: dos familias de inmigrantes. Las mujeres y los niños contemplan serenamente el trabajo paciente de los hombres que recogen las estrellas. El fondo està resuelto a la manera de un gran telòn, que poco a poco se transforma en paisaje, las ramas secas se hacen postes y luego àrboles que se integran en el bosque”.
El trabajo de Gutiérrez Zaldívar concluye con una “Reflexión”, que dice, entre otras cosas: “En este mundo de la plástica actual en el que la falta de oficio, el desmaño y lo que es más grave, la falta de ideas, es elogiada como prueba de libertad y de presunta posmodernidad, la obra de José A. Marchi es un oasis para todos los que aún creemos en la buena pintura, la profundidad de contenido y la sinceridad”. Y no vacila en valorarlo desde el punto de vista ético: “Creemos que José con sus esforzados 38 años es un ejemplo para los miles de jóvenes que buscan expresarse a través de las artes plásticas. Este texto será útil si alguno de ellos encuentra en él, un estímulo para su búsqueda creadora”.
Con la autoridad que le confieren su trayectoria y el trato cotidiano con el pintor, Gutièrrez Zaldìvar nos habla de temas caros para Marchi: el artista y la creaciòn, la infancia, el tiempo, sus orìgenes. Pero no se limita a presentar la información –sumamente detallada- que reunió, sino que aparece en este libro como crítico de arte; como tal, señala influencias en lo personal y en lo estético, muestra afinidades, valora lo realizado hasta el momento. Además, incluye textos de otros críticos, logrando así una obra que da una idea cabal de estos primeros años en el arte de un pintor que, sin duda, nos seguirá deslumbrando.
Completan el volumen la reproducción de doce obras recientes y el catálogo de pinturas de Marchi.

MIS DOS ABUELAS. 100 AñOS DE HISTORIAS, por Nora Ayala. Buenos Aires, Vinciguerra, 1996.

Nora Ayala evoca en Mis dos abuelas. 100 años de historias las vidas de Gerònima, su abuela criolla que vivìa en Misiones, y la de Christina, su abuela alemana que se estableciò en Trelew.
Christina es una mujer con estudio que viaja a la Argentina contratada como ama de llaves en casa de un director de un banco de su paìs. Ya en Adroguè, provincia de Buenos Aires, conoce a un italiano con el que se casa. Habiendo nacido los hijos, el hombre decide que lo mejor es volver a su tierra, para vivir de rentas. No imaginaba que, para ello, deberìa dejar aquì a una de sus hijas, que no pudo embarcar a causa de una enfermedad. Cuando el hombre, dos años despuès, vuelve temporariamente a la Argentina, no es a la niña a quien lleva a Italia -como le habìa pedido su esposa-, sino al padre, deseoso de ver su pueblo. Se avecina la guerra y el italiano hace oìdos sordos a su mujer, quien insiste en que deben regresar, quien inisite en que deben regresar, aprovechando que los hijos –salvo la menor- son argentinos.
Finalmente vuelve Christina, sin marido y con algunos de los hijos, ya que otros quedan trabajando y uno està preso por haberle pegado a un superior, durante una estadìa forzada en la milicia. Comienza entonces una vida nueva para la alemana, quien, utiliozando los conocimientos que traìa de su tierra, ademàs de su ingenio y esfuerzo, pone un negocio que prospera y se sobrepone a las dificultades.
Si la abuela criolla era soberbia y dominante, la alemana –con un caràcter tan fuerte como el de su consuegra- era afable y comprensiva: “cada una en su tribu gozò de respeto y predicamento. En el caso de Christina, ademàs, de cariño; en el de Gerònima del Rosario, por què no, de temor”.
Ayala narra en què circunstancias llegò a la Argentina su abuela, en 1891: “Un aviso en el Bremer Zeitung en el que se solicitaba una ama de llaves dispuesta a viajar a Buenos Aires, la habìa conectado con herr Jantzen y su esposa, que irìan a instalarse en un remoto paìs sudamericano llamado Argentina. El caballero iba como gerente del Deutsche Transatlantik Bank y lo acompañaban su esposa y sus tres pequeños hijos”.
Se despide de su familia y de su tierra, a la que tardarìa años en regresar: “El puerto de Bremen se iba empequeñeciendo en la lejanìa mientras Christina, con los ojos llenos de làgrimas, abrazaba fuertemente la estatuita del Bremer-Staedt-Musikanten que su padre le habìa regalado al despedirse. Ya no se veìan las figuras de herr Peter con Lina, Ana y Johan, agitando los pañuelos”.
Otros alemanes tambièn viajaban hacia ese paìs desconocido. El ingeniero Walter Rathhof, afincado en el litoral, recuerda: “ ‘¿Còmo vine a parar acà? Hace tres meses ni sabìa que existìa este lugar. ¡Misiones!’ Apenas si habìa visto el nombre de Argentina en el mapa. En Alemania no conocìa a nadie que hubiera andado por esta parte del mundo, pero bastò una propuesta para dejar la familia, el empleo seguro, la patria, los amigos, por la aventura. (...) Allà era un ingeniero màs, sin mucha experiencia entre tantos otros, en cambio acà estaba todo por hacer ¡Y justo puentes! Si hubiera sabido que alguna vez tendrìa que hacer puentes, tan lejos y sin poder consultar con nadie, hubiera prestado màs atenciòn a aquel viejo profesor que siempre hablaba de los de la India y de la China. Despuès de todo, los que tendrìa que hacer acà tendrìan màs en comùn con esos que con los prolijos puentes de hierro que diseñaba en la facultad. Ademàs, habìa que hacer todo desde el principio, ni siquiera las mensuras estaban y los lugareños medìan las distancias en tiempo: dos dìas de barco, un dìa de a caballo”.
Para comunicarse en la nueva tierra, debìa aprender el idioma: “Tres meses estudiando español. Por suerte en el viaje habìa un valenciano que le sirviò de involuntario profesor y lo llamaba ‘el alemàn del diccionario’. Pero lo importante era que se hacìa entender y comprendìa bastante. Y a la fuerza, porque hasta ahora no habìa encontrado a nadie que hablara alemàn”.
En Italia tambièn se hablaba de la posibilidad de emigrar: “El tìo de Luigi habìa estado en Amèrica, donde habìa muchos italianos, todos ricos, por lo menos para los paràmetros del paese y cuando volvìa a Bagnasco entre un viaje y otro, encantaba a amigos y parientes con los relatos de esos mundos lejanos y maravillosos. La vida de los contadini era penosa y se trabajaba de lunes a lunes, sin ninguna esperanza de cambio, solamente para comer”.
Pero la lejanìa se hace sentir en quienes dejaron la penìnsula: “¡Bagnasco! Nunca hubiera creìdo que extrañarìa tanto ese pueblo contra el que tanto habìa despotricado, las tardes con Franco y Luigi mojando los anzuelos en el Tanaro mientras soñaban con tierras lejanas, aventuras, ciudades, fortunas”.
Los criollos eran prejuiciosos con los inmigrantes: “Nosotros no vinimos a matarnos el hambre como los gringos, estuvimos siempre acà...”, afirma la abuela Gerònima.
La discriminaciòn se evidencia al vender una propiedad en Misiones. La casa del Tata “fue comprada por una familia turca, aunque Gerònima hubiera preferido que no cayera en manos extranjeras, pero ellos fueron los que pagaron y no habìa nada que hacer”. Al poco tiempo, comienza a correr el rumor de que los turcos habìan encontrado en el fondo de la casa un cofre lleno de monedas de oro; para esa època, los inmigrantes instalan una importante tienda. El prejuicio aparece nuevamente: “Teniendo en cuenta que los turcos que habìan llegado al paìs poco tiempo antes, si bien eran gente trabajadora y honesta (a pesar de ser extranjeros) no podìan tener dinero como para hacer semejante inversiòn, el rumor tenìa visos de realidad”.
Los inmigrantes tambièn tenìan sus prejuicios. Dice una italiana, acerca de su hija: “Matilde, casada lamentablemente con un criollo”. Otro italiano, referièndose al pretendiente de su hija, “dijo sin vueltas que los criollos eran todos haraganes y que no querìa a ninguno en su familia, con lo cual Samuel quedaba automàticamente excluido”.
Un criollo era discriminado en el trabajo. Samuel estaba empleado en una empresa alemana: “al principio estuvo muy contento hasta que se dio cuenta de que los alemanes discriminaban a favor de los compatriotas en el momento de los ascensos”.
La religiòn era otro de los motivos de discriminaciòn, esta vez entre una inmigrante italiana y su futura nuera, alemana: “La señora Irene era muy catòlica, de comuniòn diaria y colaboraba con el pàrroco en las labores sociales de Adroguè. El hecho de que Christina fuera protestante no contribuyò a facilitar las cosas”.
Para muchos inmigrantes, la estadìa en Amèrica era temporaria: “No sabìa còmo habìa empezado a planear el viaje. Al principio habìa sido una idea sin forma: ver la casa de piedra donde habìa vivido su primer año de vida, visitar esos tìos y primos que no conocìa, ver el castillo del Conde de Bagnasco que le daba nombre al pueblo, que tantas maravillas debìa encerrar, aunque nadie de los Gemesio lo hubiera visto por dentro, gozar de ese clima seco y predecible, de ese aire puro que curarìa su asma, y lentamente, por què no, la idea de comprar una casa, la màs linda del pueblo y vivir allì con Christina y los hijos, respetado y envidiado por todo el peublo, sin trabajar, como rentista con el dinero que le mandaran de Argentina. La vida en Bagnasco era barata, bien podìa hacer realidad su sueño”.
Pero a veces, para volver a Europa, tenìan que hacer sacrificios inmensos. Christina tuvo que dejar a su pequeña hija en la Argentina, cuando viajò a Italia con su marido y los demàs hijos. Al someterse a la revisaciòn indispensable para viajar, el mèdico dice: “¡Esta criatura tiene fiebre!- y le sacò la gorrita, y cuando vio los granos exclamò: -¡Esta niña no puede viajar!”.
A pesar de la tremenda angustia de su madre, “quedò Elenita, que sòlo tenìa tres años, en brazos de la abuela Irene, mientras el Principessa Mafalda se alejaba de la costa, los pañuelos se agitaban en el puerto y Christina, a travès de las làgrimas veìa empequeñecerse las figuras familiares. Por primera vez mirò a su marido con rencor”.
Ayala nos habla de los oficios que desempeñaban los inmigrantes de distintas nacionalidades. Christina fue ama de llaves, luego repostera y empresaria. Walter era ingeniero. Uno de los hijos de Gerònima era “asistido por una sirvienta gallega que estaba ahorrando hasta el ùltimo centavo para traer a su familia”. Un inmigrante, carnicero, cuenta que “era soltero, que habìa nacido en Italia pero que habìa venido cuando era muy pequeño, que le gustaba la mùsica y la habìa invitado al Teatro Colòn”.
Tambièn disfrutaban de la mùsica inmigrantes y criollos, en Misiones: “Por las noches, despuès de cenar, los martes y viernes en lo de Rathhof se hacìa mùsica. Venìa herr Engelsberg con su esposa y su violoncello y el señor Di Matteo con su violìn, Walter arrimaba su propio viloncello y rodeaban el piano de Zaida, dedicàndose a hacer mùsica durante un poco màs de una hora”.
“La radio era el entretenimiento de muchos. Recuerda Nora: “Por fin llegò papà de vuelta de Sacanana, lleno de regalos y novedades: para mì un triciclo y para Chichìn una muñeca negra, y para todos la ùltima novedad de la ciencia que era una radio en forma de capilla, que no se oìa muy bien pero transmitìa mùsica con mucha descarga y estàtica y programas chilenos. Allì escuchamos la noticia de la muerte de Gardel, que entristeciò mucho a los mayores. Ñanquetrù no se podìa convencer de que no hubiera alguien, tal vez, enanitos, adentro dela radio, y aunque papà quiso explicarle lo delas ondas hertzianas, nadie lo pudo convencer de que no era gualicho”.
. Las tradiciones culinarias de otros paìses son evocadas en esta obra. Por ejemplo, la comida de los oriundos de Bagnasco, vista por una alemana: “El almuerzo fue muy a la italiana, con comidas que nunca habìa probado pero que le encantaron: ravioli al tuco, carne a la cacerola y tutti frutti con sabayon de postre”.
En estas pàginas està presente, asimismo, el recuerdo de la guerra, en la que un argentino se ve obligado a participar. Ya en Amèrica nuevamente, el joven, hijo de italiano y alemana, “Tenìa hàbitos realmente originales: festejaba su cumpleaños con los presos de la càrcel de Posadas, para lo cual preguntaba cuàntos eran y compraba igual nùmero de paquetes de cigarrillos, màs el suficiente helado como para que todos tuvieran uno bien grande. Decìa: -Es una promesa que hice cuando cumplì años en prisiòn durante la guerra. –Y lo cumpliò mientras viviò”.
La historia de estas dos abuelas permite a Ayala realizar un cuadro costumbrista de una època de la Argentina, a la que evoca a travès de los relatos familiares y de su propia rememoraciòn.


EL ANGEL DEL CAPITAN Biografía del capitán croata Miro Kovacic, por Chuny Anzorreguy. Buenos Aires, Corregidor, 1996.

Chuny Anzorreguy escribió El ángel del capitán (1) -su tercer libro-, en el que narra la “historia real del capitán croata Miro Kovacic, en un periplo militar heroico y en su lucha por afirmar su nacionalidad. El amor a la patria revela aquí muchas claves del laberinto balcánico y aclara situaciones que afectan al orden mundial, todo en la versión personalísima de un hombre fuera de lo común”, emigrado a la Argentina a mediados del siglo pasado.
Sobre esta obra y las que le precedieron, escribió Eduardo Gudiño Kieffer: “En sus libros anteriores –dos novelas apasionantes- Chuny Anzorreguy supo conjugar muy bien las técnicas narrativas con la imaginación y la realidad, por evasiva que ésta sea. Se reveló como una mujer sensible y observadora, capaz de desplegar el don poético sin cortar las alas del ‘angel’ de la gracia. Hace volar aquí a otro ángel –el del capitán-, en el género biográfico, que no había abordado hasta ahora. Y lo hace con una disciplina admirable, ajustándose a circunstancias que no son las de ella y que al mismo tiempo lo son: siempre el autor se convierte en personaje, así como el personaje ‘es’, de algún modo, parte del autor” (2).
La escritora presenta la biografía como un relato narrado por el propio capitán. Varios propósitos llevan al protagonista a contar su historia. Primeramente afirma: “tengo la ilusión de que en el futuro, quizás cuando yo ya no esté, mis nietos, o alguno de ellos, o ¿por qué no?, los nietos de otros abuelos puedan encontrar en estas páginas la respuesta que no encuentran ante alguna nueva situación que se les presente que los llene de dudas. Porque las respuestas siempre son las mismas, universales y eternas, aunque el tiempo pase y las épocas cambien”.
“Además –continúa-, me he encontrado más de una vez con descendientes de croatas que no conocen la historia de nuestro pueblo, de sus raíces. Que no saben nada de su espíritu, de su idiosincrasia, de sus costumbres, de su esencia, de su fervor, de su lucha, de todo aquello que fue gestando su ser. Porque cada persona es quien es por su nacimiento, por su educación, por las circunstancias que le tocaron vivir, y por toda la historia genética y ancestral que lleva en sí como una mochila interior de la que no se puede despegar, a la que no puede olvidar en ningún lado y seguir viaje"”
“Por otra parte -agrega-, “Pretendo que sea un canto a la esperanza, a la fuerza dedicada a la defensa de los principios, a la fe, a la firmeza en las decisiones, a la pasión, a la lealtad y ante todo y sobre todo, al amor”. Y desea “también que este libro sea un homenaje a mi ángel, a su ángel y a todos los ángeles del cielo y de la tierra que están encerrados en cada niño y en cada ser que sufre hambre, que sufre por las guerras que necesitan hacer ciertos hombres para sobrevivir. Fueran aquellos (los niños y los seres) del color que fueren y vivan en el lugar que vivan”.
Kovacic, nacido en 1914, evoca con nostalgia su niñez: “Vivíamos entonces en un departamento alquilado de tres ambientes en un edificio interior de la calle principal de Zagreb, (antes lo habíamos hecho en la ciudad de Pula, de donde era oriunda mi madre). La calle se llamaba Illica... Veintidós o treinta y dos, segundo piso. Es notable cómo uno puede recordar si se esfuerza un poco cosas que pasaron en un pasado tan remoto. Aunque, por supuesto, de esta época sólo pequeños momentos han quedado guardados en mi memoria”.
En 1921, dejan el centro de la ciudad y se mudan “a un departamento muy amplio situado en el Complejo de la Central Eléctrica. Era un predio cerrado, con grandes extensiones verdes a su alrededor, y canchas para practicar todos los deportes. La usina está situada en los suburbios. Pero estos no quedaban muy lejos del centro. En realidad, Zagreb era entonces una ciudad pequeña, creo que no tenía más de 150.000 habitantes. Todo quedaba más o menos cerca. Por otra parte los tranvías, y más tarde los autobuses, funcionaban bien y uno se trasladaba fácilmente de un lugar a otro. Pero de todas maneras nuestro mejor medio de locomoción eran las piernas. ¡Y las usábamos! ¡Vaya si las usábamos!”.
Allí podían “correr a campo abierto, hacer deportes, respirar aire puro y treparse a los árboles como nadie. Esta es una gran práctica para el futuro: uno aprende a mirar el mundo y a los problemas desde la copa, desde lo alto. Desde allí todo se ve más pequeño, como ajeno, y por lo tanto más claro. Comíamos las verduras de nuestra propia huerta, privilegio que más bien era a menudo una tortura. Por ejemplo cuando debíamos o debíamos, (allí no había facultad de elección), comer los guisos de hortalizas hechos por nuestra madre, so pena de recibir sonoras bofetadas. Pobre mamá, los haría con mucho amor, seguramente, pero eran espantosos. Siento aún en el paladar el choque con los pastos de uno y otro tipo que teníamos que tragarnos y recuerdo... La huerta... los árboles frutales... Puedo memorizarlos con exactitud: tres durazneros, dos perales, uno de ciruelas grandes y un enorme y viejo nogal. Las peras eran malas, pero las ciruelas... mmmm... exquisitas”.
Agradece la educación que le dio su madre: “En el andar de los años no hay dudas de que me ayudó mucho aquella formación libre, sin ataduras, sin sobreprotección, como un pájaro de largas alas. Aquel correr por las praderas de Croacia me dio además este amor por mi tierra, esta sensación de tener allí clavadas y enterradas profundamente mis raíces, aunque mi alma, mi corazón y mis sentimientos hayan aprendido a vagar por estos lares”.
Padeció la guerra en su país de origen, ya desde pequeño. “Cierro los ojos y trato de llegar a mis primeros recuerdos –dice el protagonista. Domina la escena el rostro de mi madre porque eran tiempos de guerra, y papá, oficial de la Marina, sólo vino en aquel entonces dos o tres veces a vernos: Era un hombre de fuerte contextura física, tanta que cuando ocurrió el hundimiento del crucero A-Uro ‘Szent Isztvan’ en el año 1917, en las aguas del mar Adriático, fue uno de los pocos sobrevivientes que llegó sano y salvo hasta la costa. Había nadado durante cuatro horas”.
Reflexiona sobre la situación de su madre, sola con los hijos: “Ahora pienso que debió sentirse sola muchas veces en esos tiempos esa mujer que entonces nos parecía omnipotente. Habrá sido difícil para ella seguramente dirigir la familia en aquellos días de peligro y de incertidumbre, pero no nos lo hizo sentir. Aunque trate, no recuerdo haberla visto con aspecto de vencida o de agotada, o simplemente derramando alguna lágrima”.
Años después, a él le toca luchar. Así recuerda el efecto de la contienda en los espíritus: “Se descubren tantas cosas en este otro mundo. El de los muertos vivientes. Descubrí que el ser humano tiene una capacidad de sufrimiento sorprendente y se adapta a las situaciones más difíciles. Es más. En esos momentos en los cuales la vida no vale una moneda (mucho menos que un cigarrillo), se dan situaciones en las que se puede notar una clara certeza de la existencia del otro a nuestro lado y un ‘darse’ a él que asombra a quien se ha acostumbrado a ver el lobo del hombre comiendo al contrario, o al mundo, y aún comiéndose a sí mismo. Es notable ver cómo alguien puede pasar de un acto de crueldad extrema a otro de la más sublime bondad en el mismo día. Cada uno lleva dentro de sí ángeles y monstruos. Esa es la lucha constante con la que debemos cargar. Bicho diffícil e impenetrable el ser humano. He visto a compañeros jugar su pellejo por salvar al amigo, he visto a soldados alzar, sacando fuerzas de donde no tenían, a otro que caía exhausto y llevarlo a la rastra o sobre los hombros bajo el juego enemigo. Jugarse la vida por uno o arrebatársela a otro sin piedad. El lobo y el cordero unidos en un saco irreversible que puede resultar inexplicable para quien no lo ha visto con sus propios ojos. El horror crea una liaison irrompible que quizás pueda explicarse en aquella frase borgeana ‘no los une el amor sino el espanto’ ”.
Dos opciones se presentan ante él: “Al comenzar nuevamente mi rutina de todos los días, comencé a averiguar los trámites necesarios para emigrar a Canadá o a Estados Unidos, pero me encontré con que conseguir el aval para entrar a USA era más que complicado. Creo que era un filtro que usaban para no dejar entrar a gente comprometida política o militarmente. Para entrar a Canadá, en cambio, no había filtros. Se trataba de un país muy extenso, que necesitaba inmigración, pero sin embargo, los trámites eran muy complicados. Además todos ellos debían hacerse en Roma donde estos países tenían sus consulados. Es verdad que había gestores que llevaban a cabo y cumplimentaban todo el papeleo, gente con muchos contactos en las embajadas y muy importante en estos casos, pero para todo era necesaria la visa, el papel mágico, el abracadabra que abría puertas y yo no la tenía”.
Un amigo le sugiere dirigirse al Instituto Croata de Cirilo y Método. Allí se entera de que “Un país sudamericano había puesto a disposición del Instituto diez mil visas para los croatas que las necesitaran. No a los largos trámites. No a las profundas investigaciones. No al interminable papelerío”. La esposa le dice que no conoce nada sobre la Argentina. Miro le contesta: “Yo tampoco, pero dentro de poco la vamos a conocer como si hubiéramos nacido allí. Hay que juntar toda la bibliografía que exista sobre ella en Trieste. Va a ser nuestro hogar, nuestro refugio”.
Años después, al recordar aquellos momentos, escribe: “Nunca imaginé que fuera cierto lo que estaba diciendo con más optimismo que conocimientos. Aquella frase fue premonitoria”. Cuanto más se informan, más se entusiasman: “A poco que empezamos a averiguar nos enteramos de que se trataba de un país inmenso y con un gran potencial económico. Uno de los pocos en el mundo en aquel momento. Pensé que era nuestra oportunidad. Una nación rica y donde todo se estaba por hacer. ¿Qué más quería yo? Tenía dos manos fuertes y la decisión inquebrantable de salir adelante, de escapar de aquella Europa. Vieja dama que se empeñaba en ahogarme, en encerrarme y asfixiarme impidiéndome la salida al éxito. A la verdadera liberación”.
A fines del 47, en Trieste, se completa el viaje iniciado mucho antes: “Subimos al tren Nada, Mía y yo. Nos internábamos en la oscuridad absoluta buscando al Sol”. Luego, la travesía marítima: “El viaje en barco fue agradable. Sabíamos que el país al cual nos dirigíamos era próspero y rico y teníamos mucha fe en nosotros mismos”.
Aún en América, en muchos inmigrantes el miedo persiste. El capitán recuerda que, cuando desembarcaron, había “un fotógrafo que se ofrecía a sacar fotos a las familias. Más de uno huía cuando lo veían aparecer porque en su gran mayoría los pasajeros no querían precisamente hacer pública su llegada, ni que su cara quedara fijada para siempre en un papel que podría ser utilizado por alguien más adelante. Todos veníamos con la intención de iniciar una nueva vida. Habíamos sufrido demasiado. Estuviéramos del lado que estuviéramos. De la guerra ningún ser humano sale indemne”
A pesar del optimismo, el primer tiempo “fue difícil. Sin amigos, sin nada en el bolsillo. Otra vez recomenzar. Lo había hecho antes. También al llegar a Trieste tuve la misma sensación, la de ser sólo la corteza de un ser humano que debía armar todo, tomar el pico y la pala y empezar a construir. Trabajo, la pertenencia a un grupo, una casa... Por dónde empezar. Una sensación de ardor cerca del corazón me decía que por primera vez sentía miedo. Sí. Debía ser miedo esa especie de dolor”.
Al llegar a Buenos Aires, encuentran un hospedaje que fue providencial para generaciones de emigrantes: “Fuimos a vivir al Hotel de Inmigrantes. Dejamos allí nuestros petates. Unos bolsos, un baúl..., y salimos a caminar. Como en Trieste. Pero la sensación era diferente. Caminábamos con alas en los pies. Y hablábamos sin parar, señalándonos todo aquello que nos llamaba la atención. Esta ciudad no nos parecía hostil ni agresiva. Desconocida sí. Pero sin perfume de peligro”.
Elena Duplancic explica el por qué de la presencia de exiliados como Kovacic: “Argentina abrió la inmigración en forma menos restrictiva. De modo que la gran mayoría de los exiliados croatas de la segunda guerra mundial se dirigieron a Buenos Aires. Allí eran recibidos en el famoso Hotel de Inmigrantes en la zona del puerto y pronto lograban insertarse en la sociedad huésped”. No eran inmigrantes, ni venían por las mismas razones: “Este grupo de exiliados se caracterizó por ser, en general, de una preparación intelectual y profesional que pronto los distinguió de los descendientes de inmigrantes más antiguos ya asentados en la Argentina a comienzos de siglo, por razones económicas. Las razones de su exilio los reunieron en actividades relacionadas con lo religioso, lo político y lo cultural” (3)
Se daban cuenta de que, sin saber castellano, no podrían trabajar. “Primero debíamos aprender el idioma. Habiendo ya aprendido más o menos el italiano, la cosa se nos iba a hacer más fácil. Así fue. En poco tiempo podía comunicarme en un castellano bastante pasable”
Lo siguiente era conseguir un departamento. Cuando lo hallan, el capitán dice al propietario italiano, que le solicita un garante del alquiler: “Escúcheme. Acabamos de llegar de Europa. No conozco a nadie. No tengo nada. Nada más que mi honor, que para mí es mucho. Usted alquíleme el departamento y yo le aseguro que a fin de mes va a recibir el pago, aunque tenga que matarme para conseguirlo. Crea en mí”.
El protagonista recuerda sus impresiones de aquellos días: “Lo que más nos llamaba la atención en la Argentina era la abundancia. Todo era excesivo. Mirábamos comer a la gente en los restaurantes. No lo podíamos creer. Esos bifes enormes. Este país, para alguien que venía de la guerra, era... ¡un parque de diversiones!”.
El militar con estudios universitarios de economía y su esposa, graduada en pedagogía, trabajaron de lo que pudieron, y compartieron con una pareja amiga un departamento de tres ambientes: “Trabajé. Trabajamos sin descanso. Mi mujer de costurera. Yo hice varias cosas. Siempre un paso arriba del otro. Fui subiendo escalón tras escalón. (...) Nos divertíamos. Eramos tan jóvenes. Teníamos tantas ansias de vivir y pasarla bien... Por supuesto, era una vida de bohemia, con mucho espíritu y poca plata. Linda. Muy linda”.
Con el tiempo, la situación mejora: “Fueron naciendo los hijos. Primero Danimiro, después Vesna. Mía fue una madrecita para ellos, que la adoraban. Y tuve, como en nuestros mejores sueños, mi propia empresa. Que llegó a ser importante. Hoy la dirige mi hijo mayor. Puedo decir que triunfé. Aleluya”.
Sin embargo, en su ancianidad, recuerda los platos navideños, los “que, sobre todo, tienen para mí gusto a infancia, a un pasado remoto que, a pesar de todos los horrores vividos, de todas las cosas que me han ido pasando en estos largos años, mantengo intacto en mi mente”. Evoca asimismo las canciones: “En el silencio de la noche hoy, acá, en mi casa de la Argentina, junto a Nada, muchos, muchos años después, las escucho nuevamente. Son voces que vienen desde muy lejos, atravesando la barrera de los tiempos”.
El pensamiento final es, una vez más, para su tierra: “Este cuento ha terminado. Pero no la historia de Croacia. Espero irme de este mundo después de ver a mi tierra viviendo en paz, definitivamente. Amén”.
El libro de Anzorreguy, minuciosa y profusamente documentado, nos permite conocer a una personalidad relevante, y a un pueblo que brindó su aporte al “mosaico de colectividades” que es hoy la Argentina.

Notas
1. Anzorreguy, Chuny: El angel del capitán. Biografía del capitán croata Miro Kovacic. Buenos Aires, Corregidor, 1996.
2. Gudiño Kieffer, Eduardo: en Anzorreguy, Chuny: El angel del capitán. Biografía del capitán croata Miro Kovacic. Buenos Aires, Corregidor, 1996.
3. Duplancic de Elgueta, Elena: “Literatura de exilio como memoria cultural. El caso de los croatas en la Argentina”, en Studia Croatica. Año 1998. N° 137.

EL LAUD Y LA GUERRA, por Martina Gusberti. Buenos Aires, Editorial Vinciguerra, 1995.

En el año 1989, Martina Gusberti dio a conocer su libro de cuentos Requiem para la adolescencia, en el que trabaja con emotiva dedicación, entre otros temas, la figura paterna y el hogar inmigrante. En El laúd y la guerra, evoca el viaje que la autora realiza junto a su padre y su marido, en 1982.
No sería ésa la primera vez que el emigrante regresaba a su tierra: “después de varios viajes a su itálico terruño, cuando todos creíamos que había sentado cabeza, manifestó su deseo de reincidir. Era éste el proyecto más acariciado por mi padre, quizás el último y el de más difícil solución, por su avanzada edad”. Como no se animaba a viajar solo –tenía ochenta y ocho años-, buscaba quien lo acompañara. La esposa se había negado; los cuatro hijos tenían sus ocupaciones. El anciano insistía.
La hija, nacida como él en Italia, se pregunta acerca de la motivación que impulsa con tanta fuerza al padre; se cuestiona “ese afán por volver al pasado, no sé si para fijarlo en el hoy o sólo para retroceder a él. Quizás, ganas de detener el tiempo que se le escurría entre las canas; o de no morir, sin mimetizarse definitivamente con el paisaje”. Finalmente, ella y su marido deciden acompañarlo. El anciano, conmovido, les agradece: “Gracias a ustedes puedo hacer esta travesía, que era mi obsesión”.
Gusberti se refiere a la razón por la que el italiano pensó en venir a la Argentina. Ya en nuestro país, no se queda en Buenos Aires, una ciudad que indudablemente hubiera sido familiar para él, dada su semejanza con las urbes europeas. El destino que elige es bien distinto; se dirige a una ciudad que “fue fundada por un puñado de inmigrantes italianos que, remontando el Río Negro y traídos por empresas contratistas con el señuelo de poblar tierras fértiles y prósperas, hallaron en cambio terrenos ásperos, cubiertos por bosques salvajes plagados de mosquitos”. Allí llega en 1922, a los veintiocho años, este joven que llevaba en su espíritu los horrores de la contienda, los agravios de la falta de libertad. Fue “director de la Banda Sinfónica en la capital de la provincia del Chaco y fundador de las bandas musicales del Colegio Don Bosco, la Penitenciaría Nacional, los Boy Scouts, los Bomberos Voluntarios y la primera Escuela de Música Municipal, que fueron reproducciones de las que anteriormente creó en su país natal”. Además, había formado orquestas; la escritora las enumera.
No fue sólo el padre el beneficiado con el viaje. En Martina y el marido se operó una transformación que ella describe: “Nos hizo cambiar nuestra filosofía para recorrer mundo, y desde aquél, nuestros viajes variaron de tónica, dejamos de ser turistas. Papá nos enseñó a meternos en los pueblitos, a olfatear sus cocinas, a distinguir las leves variaciones en las fonéticas de los dialectos, a hablar con la gente mayor y escuchar sus relatos que siempre son inéditos, a aprender historia, las pequeñas e intimistas historias de los viejos pobladores que –como pulsantes arteriolas- son el origen del gran cauce de un país”.
Conoció mucho más a su padre, al compartir vivencias allí donde habían sucedido, y volcó su sentimiento en estas páginas, en las que –afirma Bernardo Ezequiel Koremblit- encontramos “un entrañable Luigi, un Luigi imborrable”, “evocado con tal acierto y virtuosismo literario que la evocación es a un tiempo una invocación”. En el libro se adivina a la escritora como una investigadora que no se contenta con la tradición familiar, sino que la profundiza y fundamenta en bibliografía. El estudio que debe haber realizado para contar los hechos como lo hace no se trasunta en su estilo, que es natural y espontáneo, sino en la solvencia con que maneja datos y fechas de una época pretérita.
A criterio de Ester de Izaguirre, “Martina Gusberti recrea y renueva el tema del inmigrante, con el personaje Luigi que después de vivir la guerra, se larga a la búsqueda de posibilidades en la Argentina, en una de cuyas provincias se radica, y fiel a su vocación y a su índole, enseña música, dirige la banda del pueblo, funda una familia; en pocas palabras: ocupa su lugar”. Se pregunta la ensayista si “¿Existió Luigi en la vida real? ¿Es un símbolo de todos los inmigrantes, con cuyos hijos y nietos se hizo este país? Lo importante es que ya existe como personaje con todo el relieve de los elegidos”.
El laúd y la guerra puede ser leída como una crónica real de tiempos bélicos, puede abordarse también como un relato de viaje, como una descripción de la vida actual en la llanura lombarda, como una historia de inmigrantes y una obra inspirada por el amor filial y la admiración. Es todo eso, y es, fundamentalmente, la historia de un regreso que atañe no sólo al emigrante, sino también a su descendencia, que comprende así aún más lo ejemplar de una vida.

LOS VIEJOS CUENTOS DE LA TIA MAGGIE (Una irlandesa anida en las pampas), por Susana Dillon. Ilustración de tapa e interiores: Angel Vieyra. Río Cuarto, Córdoba, Universidad Nacional de Río Cuarto, 1997. 91 páginas.

El título del volumen que comentamos alude a cuentos traidos desde otras tierras por la tía que, afincada en la Argentina, formó un hogar con un vasco, y fue madre de cinco varones. Es a ella, a quien la autora dedica estas páginas: “Estos cuentos son un homenaje a tía Maggie, aquella irlandesa prototípica que una vez fue trasplantada a las pampas con toda la magia de sus artes domésticas y el inefable encanto de las personas dulces y simples cuyo recuerdo aroma mi infancia. (…) En su memoria reconstruyo estas leyendas de la tierra de nuestros ancestros, para que otros también tengan oportunidad de participar de la oralidad de este pueblo nuestro, tan tocado por los infortunios, pero también por la varita mágica de la fantasía”.
El libro es eso -un libro de cuentos tradicionales irlandeses precedidos por información acerca de las fuentes-, pero es mucho más, ya que los cuentos son engarzados en el relato de Susana Dillon, en el recuerdo de sus lejanos años de la niñez, una época feliz e ingenua. Esa evocación es tan interesante como los cuentos a los que acompaña.
La tía no sólo brinda a los pequeños un rato de solaz; les enseña una forma de vida, respetando a quienes piensan de otra forma, y tienen una historia diferente. Uno de los personajes más destacados es El Eleuterio, un gaucho aindiado; a propósito del mismo, se comparan las creencias irlandesa y autóctona, destacando que tanto una como otras deben ser valoradas y transmitidas de generación en generación. “Cuando pasaron los años –afirma Dillon- y me interesé por los cultos aborígenes, comencé a profundizar esta analogía entre los duendes de la antigua Irlanda y los tinguiritas de nuestro joven país. Tía Maggie nos lo hizo notar, allá en su hogar argentino con fuertes raíces gaélicas”.
Es, en suma, un magnífico libro de cuentos para chicos y grandes, bien escrito y bellamente ilustrado, y es también una interesante historia de vida, que arroja luz acerca de la inmigración y su inserción en nuestra sociedad.

LOS ARMENIOS EN BUENOS AIRES. La reconstrucciòn de la identidad (1900-1950), por Nelida Boulgourdjian-Toufeksian Buenos Aires, Centro Armenio, 1997. 

Este libro fue distinguido con el Primer Premio en el concurso organizado por el Centro Armenio, cuyo “jurado estuvo integrado por la historiadora Hebe Clementi, por el Primado de la Iglesia Apostòlica Armenia de la Argentina y por el escritor Jorge Torres Zavaleta”. Aunque se circunscribe a una zona de nuestro paìs, el estudio arroja luz sobre aspectos que tienen que ver con la llegada de los extranjeros y su vida en la nueva tierra.
La historiadora se refiere a la “Gran Diàspora”, que originò las comunidades armenias de Europa y de las Amèricas. Para definir este tèrmino, que “significa en griego dispersiòn e implica la existencia primera de un grupo que se dispersa en un todo o en parte”, se remite a M. Bruneau, quien considera que “dicho tèrmino reùne tres caracterìsticas esenciales: la conciencia de reivindicar una identidad ètnica o nacional; la existencia de una organizaciòn polìtica, religiosa o cultural del grupo dispersado, es decir, la riqueza de su vida asociativa; y la existencia de contactos bajo diversas formas, reales o imaginarias, con el territorio o paìs de origen”. Por tanto, “Se es miembro de una diàspora por elecciòn, por decisiòn voluntaria y consciente”.
Sostiene que “Actualmente, la diàspora està fragmentada en una cincuentena de comunidades que se extienden desde el Medio Oriente –Lìbano, Siria, Turquìa, Irak, Iràn, Egipto, Israel, Chipre- al mundo occidental _Francia, Grecia, Gran Bretaña, Bèlgica, Alemania, Suiza, Italia, Austria, Estados Unidos, Canadà, Mèxico, Brasil, Argentina, Uruguay, Venezuela, Chile, entre otros”.
Afirma que “Los armenios de la Argentina emergen de una inmigraciòn que comienza a principios de siglo. Ellos constituyen una comunidad poco estudiada hasta el presente, precedida por otras màs antiguas –italianos, españoles, sirio libaneses y judìos-“. Al igual que otros inmigrantes que llegaron a nuestro suelo, ellos se vieron determinados por la ruptura con sus raìces “a crear estrategias comunitarias en los nuevos lugares de asentamiento, en una tentativa por reproducir las ya practicadas en su lugar de origen. La vida institucional –entidades benèficas, polìticas, regionales y culturales-, contribuyò a facilitar el proceso de adaptaciòn”.
La historiadora sostiene que la falta de registros adecuados para la estimaciòn del nùmero de armenios ingresados a la Argentina es una de las dificultades a las que se enfrenta su labor, ya que “en las fuentes argentinas no se desagregan los armenios de los otros grupos migratorios provenientes del imperio otomano, tales como sirios y libaneses. En las Memorias de la Direcciòn Nacional de Migraciones, hasta 1920, no estàn diferenciados de los otomanos y los turcos”.
Por eso, ella relevò las Listas de Pasajeros de la Direcciòn Nacional de Migraciones entre los años 1900 y 1923 inclusive. “Según las Memorias de Migraciones –agrega-, el año 1923 es el que presenta el saldo màs alto de la dècada. La informaciòn cuantitativa sustentada por el imaginario colectivo demuestra que la firma del Tratado de Lausana (1923) y la consecuente imposibilidad de permanecer en Turquìa, determinò a los armenios a emigrar definitivamente”.
Son interesantes, asimismo, los datos que la historiadora nos presenta acerca de la travesìa de los inmigrantes: “Las condiciones en que viajaban los inmigrantes no se correspondìan con las descripciones de los folletos de propaganda distribuidos por el gobierno argentino. En 1907 se tomaron medidas para mejorar la travesìa, disponiendo que cada pasajero tenìa derecho a una superficie mìnima de 1,30 metros cuadrados, a una cama de 1,80 metros de largo, a utilizar cocinas y baños a bordo asì como al control mèdico”.
Ya en la Argentina, se verifica “el proceso de reconstrucciòn de la identidad en el nuevo lugar de asentamiento”, objeto de este libro tan profusamente documentado.

MEMORIAS PARA NO OLVIDAR, por Eduardo Bedrossian. Buenos Aires, Ediciòn del autor, 1998.

La novela que comentamos integra la trilogìa que Bedrossian escribiò acerca de la Cuestiòn Armenia. La preceden la novela Hayrig (Detràs del silencio de un millòn y medio de voces)y el ensayo Hayrig II, en las que relata la vida de su padre, Agop.
Las memorias se inician cuando los padres de Nersès, que poco antes cumpliò veintiùn años, deciden realizar, como le habìan prometido, el pedido de mano de una joven para que su hijo se case. La obra finaliza con el casamiento de esa pareja, unos meses despuès.
Esta historia ìntima sirve de marco para otra màs abarcadora: la de los armenios en la Argentina. Distintos personajes van narrando las circunstancias en que se realizò la inmigraciòn, las atrocidades que debieron padecer en manos de los turcos, la tortura, las violaciones de religiosas y alumnas, y muchos otros episodios que indignan al lector y han quedado grabados por siempre en la memoria de este pueblo bueno y sufrido.
Otros aspectos tambièn son descriptos: las comidas, la instrucciòn, la religiòn, el respeto a los padres y la consagraciòn a los hijos, los juegos con los que se entretenìan los armenios, sus visitas a la peluquerìa, al dentista, la llegada de un pariente al que hacìa años que no veìan... Hechos cotidianos que contribuyen a dar una imagen de una colectividad en un tiempo que pasò.
La relaciòn con inmigrantes procedentes de otros paìses es evocada en estas pàginas, en las que se presenta una Barracas cosmopolita, en la dècada del 50, en la que los extranjeros conviven solidariamente. Agobiados por haber dejado a la familia, o de haber visto como la asesinaban, la relaciòn entre los armenios es resumida en ese dicho que reza: “Mejor un vecino cerca que un pariente lejos”, y que ha llegado generalizada a nuestros dìas, en los que en algunos barrios, afortunadamente, todavìa se observa.
Algunos inmigrantes cuentan historias a un auditorio siempre interesado. La mismas tienen que ver con la tradiciòn de su naciòn, con su trabajo o con circunstancias curiosas de la vida. Bedrossian las incluye en su obra, para que todos las conozcamos.
Este libro es mucho màs que el recuerdo en tercera persona de un joven en una etapa feliz de su existencia; es la memoria de un pueblo que debiò dejar su tierra, a la que venera.


EVANGELIARIO IMPIO, por Ruben Benitez. Colección Vertientes, Bahia Bianca, 143 paginas. 

Rubén Benitez, periodista y escritor, esta radicado en Bahía Blanca, donde dirige el suplemento semanal de cultura de «La NuevaProvincia». Completó estudios de arte y letras, como becario en la Universidad Complutense de Madrid. Es autor de Dias y caminos de España, La pradera de los asfodelos -prologada por Vintila Horia-, Los dones del tiempo y la obra de teatro Ezequiel, estrenada en ocasion del Congreso Internacional sobre la vida y la obra de Ezequiel Martinez Estrada, realizado en Bahia Blanca.
EI volumen que nos ocupa reune ocho relatos en los que se evidencia la condicion de observador sagaz del escritor, ya que aluden a situaciones relacionadas con el ser humano en general y con la forma en que el se vincula con el mundo. En una tierra lejana, en los albores de la historia, y en nuestra sociedad de fin de siglo, en nuestro pais, los conflictos son basicamente los mismos: la soledad del hombre frente a una realidad que no lo comprende, frente a semejantes que con su egoismo Ie juegan malas pasadas.
Dos de estos relatos abordan un tema caro a Benitez, el de la inmigracion, asunto alrededor del que giran La pradera de Ios asfódelos y Los dones del tiempo. Los relatos a los que aludimos, «La transfiguración» y «La balanza sagrada» describen la vida de inmigrantes en nuestro pais, en el que encuelltran incomprension y sufrimiento, ya sea por el amor no correspondido o por la deslealtad de quien se decia amigo y no lo era. En ambos textos, el inmigrante se encuentra solo frente a una realidad adversa que no puede revertir. Cabe destacar que, en sus otras obras, Benitez muestra otros aspectos de la inmigracion, a la que se la ve, si no acaudalada, Ilevando una vida digna, fortalecida par el amor de los suyos. Estos dos relatos nos muestran la otra cara de una misma moneda, conformando una visión totalizadora de este fenómeno social.
Benitez aparece en estos textos, tambien, como un acido critico social. Cuanto ve, cuanto vive, se transforma en Iiteratura, inclusive su profesión. A traves de uno de los personajes se ocupa del periodismo, de su labor y de su repercusión en la sociedad. Escribe tambien sobre la locura, sobre la corrupcion, sobre el arte, aspectos todos de Ia vida en este mundo.
En sus cuentos encuentra cabida lo fantastico, pero tambien lo rigurosamente comprobable. Personajes miticos, como el anciano de Merindeh, alteman con seres objetivamente reales, como el lector de El tambor de hojalata, y nos muestran que la vida es una sola, más allá de los parametros temporales y espaciaIes. Una sola es, asimismo, Ia voluntad del hombre de ser feliz, aunque las circunstancias en las que se desarrolIa su existencia sean bien diferentes.
EI amor campea por Ia obra, especiaImente en los textos de inmigracion y en el ultimo, Ia esperanzada y conmovedora «Ultima carta a Alicia», en la que el protagonista vueIca sus mas reconditos sentimientos con la conviccion de que sera escuchado. El ayer, la tradicion grecolatina, Ia Patagonia, aparecen en este texto que el escritor arroja como una botelIa al mar.
La historia y el presente, lo ancestral y lo personal, lo publico y lo intimo, son Ia materia de estos ocho relatos que, al tiempo que nos brindan una vision del mundo, nos permiten disfrutar de literatura seria emanada de una pluma dotada.

UN DANDY EN LA CORTE DEL REY ALFONSO, por María Esther de Miguel. Buenos Aires, Planeta, 1999. 

María Esther de Miguel nació en Larroque, Entre Ríos. Ha trabajado en la docencia y el periodismo. Fue autora de numerosos libros y se la distinguió con importantes premios, entre los que se cuentan la Palma de Plata del Pen Club, el Konex de Platino para cuento y el Premio Dupuytren, Fue directora del Fondo Nacional de las Artes, integró el Consejo de Administración de la Fundación El Libro y fue crítica literaria del diario La Nación.
Una de sus novelas, titulada Un dandy en la corte del Rey Alfonso (1), tiene como protagonista a Fabián Gómez y Anchorena, un hombre que conoció las más altas cumbres de la dicha, y también las desgracias más terribles. A partir de numerosas obras que consultó, y de la frecuentación de lugares y personas, la escritora pudo lograr un ser de ficción creíble y querible, que nos hace sufrir con él con tanta intensidad como nos regocijó con sus andanzas de joven adinerado. Es muy interesante en esta obra la distancia que el joven recorre desde el poder y la riqueza hasta la indigencia y el anonimato. En una y otra circunstancia, María Esther de Miguel lo muestra vívido, transitando por una época que ella sabe retratar con sentido del humor y visión crítica.
Tratándose de una novela que transcurre a fines del siglo XIX, no podían faltar en ella las referencias a la inmigración, que con tanta fuerza irrumpió en la sociedad argentina.
La abuela materna del protagonista, Estanislada Arana de Anchorena, recuerda la historia de su familia, y hace una descripción de los primeros extranjeros que llegaron a nuestra tierra: “No me vengan a hablar de aristocracia argentina. Las mejores familias, entre las que incluyo a la nuestra, por cierto, provienen de comerciantes y aventureros españoles y alguno que otro francés o inglés. Descendemos de abuelos y bisabuelos que vinieron a trabajar, y como les fue bien, aunque no siempre se hicieron la América, según se acostumbra decir, compraron campos y haciendas y construyeron grandes casas y tuvieron muchos hijos. Por eso se quedaron y defendieron estas tierras. Por eso todos tienen olor a bosta. Después fueron generales en los ejércitos de la patria y después ministros en los gobiernos de la Nación: Uno de los Anchorena fue Ministro de Rosas, y otro...”
Fabián Gómez se propone revertir la situación de sus mayores, por eso dice a su amigo: “si muchos de mi familia tuvieron un protagonismo fundante en la historia de mi país (sobre todo en la económica), ¿por qué no podré yo alcanzar notoriedad en estos lugares? Sería como devolver a Europa lo que Europa dio a la Argentina. No te olvidés que nuestros antepasados viajaron de España a América. Y España es Europa, ¿no? Aunque a veces no lo parezca”. En otro párrafo afirma: “Mi padre, en un momento de su vida, se vino para acá. A mí me gustaría irme para allá. Como quien dice, me gustaría devolverme”.
Buenos Aires aparece en la obra como “esa ciudad contradictoria”, que “Por un lado mostraba el pobrerío de los barrios bajos, y las antiguas casonas donde comenzaban a amontonarse los inmigrantes que, en ese fin de siglo, estaban llegando de todos los lados del mundo. Por otro, las esplendideces de la clase cada vez más atrincherada cerca de la Plaza San Martín, en ese círculo áulico casi formado íntegramente por los Anchorena, sus parientes y sus amigos”.
De la generación del 80 dice que “era una tanda de hombres intelectuales y bien pensantes que pasarían a la historia, según decían, porque se dedicaban a ser diplomáticos, escribir libros interesantes y sacar adelante el país, sobre todo por el esfuerzo de los inmigrantes que habían llegado para ‘laburar’, como decían ellos. Aunque los habían confinado en fábricas, saladeros y conventillos, los pobres se manejaban bien y sacrificadamente, y no pasaría mucho tiempo sin que la mayoría de ellos tuvieran, de acuerdo a los sueños que los habían transportado a América, ‘m’hijo el dotor’ ”.
Esa dicotomía se reitera en otro pasaje de la novela, en el que leemos: “El mayor cambio Fabián lo veía en las clases que se iban perfilando tan netamente. Por un lado, la oligarquía, la alta burguesía, los ricos, los que tenían capitales que habían crecido poderosamente. Por el otro, la gran avalancha de inmigrantes, obreros y empleados cuyos sueldos se cobraban en papeles que cada vez valían menos, porque el precio del oro subía, mientras la carestía de la vida aumentaba. Papeles ñanga pichanga, decía la gente. En el aire flotaba un tufillo de disconformidad que él ya había olido en Madrid: era el de los necesitados”.
La obra transmite la posición de la novelista acerca de este fenómeno social, una opinión que ha sido formada a partir de lecturas y documentación, pero también a partir de un factor que tuvo gran incidencia en la gestación de la novela, y no debe olvidarse: en la carta que ella escribe al protagonista, con la que abre el libro, habla de otro inmigrante, uno que es especialmente caro a la autora. Dice en esa página que un español llegó con unas monedas que le sirvieron a la escritora para reconstruir la vida de Fabián Gómez y Anchorena: “Todas tenían el escudo del Reino de España con sus coronas y sus torres y sus leones, todas eran de cinco pesetas, todas habían pertenecido a mi papá, quien vino de España por no hacer la conscripción en Marruecos. Llegó con una mano atrás y otra adelante, en su maleta un mantón de mi abuela y... Y nada más. ¡Ah, sí: las monedas!”.

NUESTRA ARGENTINA, por Ignacio Gutiérrez Zaldívar. Buenos Aires, Zurbarán Ediciones, 1999. 

Recientemente se presentó en el Roof Garden del Hotel Alvear Nuestra Argentina, el último libro de Ignacio Gutierrez Zaldivar, editado por Zurbaran con el auspicio de Laboratorios Bagó.
Se trata de una magnifica obra, que consta de 336 paginas, 165 de ellas con ilustraciones a 5 colores. las que comprenden mas de 550 fotografias, pinturas, esculturas y mapas. El trabajo se completa con el indice de artistas y sus respectivos currículos, la bibliografia consultada y Ia nómina de quienes ayudaron a reunir información y material grafico para Ia edición. Acompaña al volumen un CD que reúne las veinticuatro canciones características de las provincias y de la ciudad de Buenos Aires, interpretadas por Carlos Gardel, Mariano Mores, las Voces Blancas, Los Fronterizos, Ramona Galarza y Los Tucu-Tucu, entre otras figuras destacadas.
El volumen está compuesto por veinticuatro capítulos, "referidos a cada una de las veintitres provincias argentinas y Capital Federal, donde se cuenta el origen de su nombre, su historia, sus principales poetas, musicos, artistas, sus características gastronómicas, geograficas y hasta las leyendas más populares". Dice el autor que "lo mas difícil de este libro ha sido condensar en tan sólo doce paginas Ia riqueza de cada una de nuestras provincias".
A lo largo de la obra, el autor resalta la diversidad de las provincias evocadas, y ciertos rasgos comunes que las aúnan, formando nuestra nación: "No es lo mismo quien vive en la belleza de una zona andina, con los límites que ponen las montañas, que quien tranquea Ia pampa con el ilimitado horizonte a su frente. Lo mismo que los hombres del Atlántico que no tienen mas confín allende el horizonte donde el mar y el cielo se juntan. Cada región con su folklore: los cuyanos con sus tonadas, los sureños con las milongas, los porteños con el tango. Por eso entre los argentinos están los alegres y los pensativos, los nostalgicos y los que cantan alto, los que recitan bajo y los silenciosos”.
Recuerda luego las "pasiones compartidas": el mate ("Solitario o en ronda que, de mano en mano, viene y va sin frontera alguna"), las empanadas ("con carne cortada a cuchillo o picada, siempre serán las mejores en el lugar que se las coma"), el asado ("es el país en el que casi todos dicen que ‘nadie sabe hacer el asado mejor que yo' “), el fútbol (hasta en los confines del país, las radios a transistores encendidas, porque en Buenos Aires se enfrentan Boca y River, pasión que nos separa sin hablar de porcentajes y, que sólo es capaz de unir el Seleccionado Nacional").
La ingente tarea de recolección de material Ilevada a cabo por Gutierrez Zaldivar no ha dado como resultado un muestreo frio y estadístico de cada region a presentar. Por el contrario, en sus textos se evidencia la sirnpatía y el interés que experimenta ante los seres humanos y los paisajes que va describiendo. Todo es para éll motivo de celebración; cuanto va relatando se sucede ante los ojos del lector como una totalidad que conforma una nación diversa, pero unida en sus diferencias.
Habla del general San Martín, Ias Invasiones lnglesas, la Guerra Gaucha y otros hitos de nuestra historia. La imnigración es un tema recurrente en este libro. Gutierrez Zaldivar Ia menciona especialmente cuando habla del Chubut, Misiones y el Chaco, al que define como "tierra de todos", ilustrando su aseveración con la composición titulada “Gringa chaqueña”.
Recoge asimismo Ias creencias populares -Ia Salamanca, los duendes catamarqueños, los payés correntinos- y las expresiones del culto católico, que venera Ia Cruz milagrosa y el cura gaucho.
El volumen se ilustra con material fotográfico y plastico, como dijimos. Entre estos últimos creadores, nombramos a Femando Fader, Luis Cordiviola, Italo Botti, Juan Lascano, MoIina Campos, Leonie Matthis, Rikelme y Marcos Borio.
Para completar un panorama tan vasto, el autor recurre asimismo a creaciones musicales que permiten formar una idea mas cabal de la idiosincrasia del habitante de cada punto del país. Reúne, entre otras, composiciones de Gardel y Le Pera, Catulo Castillo y José Razzano, Polo Gimenez, Ricardo Arrieta, Rafael Rossi, Leguizamón y Castilla, Felix Luna y Ariel Ramirez. Coronando estas manifestaciones se encuentra el Himno Nacional Argentino.
Sobre el asunto tratado, comentan los doctores Sebastian y Juan Carlos Bagó en una pagina liminar: "Año tras año, tenemos el desafio de elegir, para la edición de nuestro tradicional libro, una temática relacionada con la identidad y los valores de nuestro querido país. La proximidad del inicio del año 2000, y el hecho de haber cumplido, nuestra empresa, el 11 de abril de 1999, su 65° aniversario, nos alentó a encarar este valioso y esclarecedor libro sobre "nuestra Argentina", el cual "expresa la fuerza espiritual de nuestra tierra, convirtiendose en un verdadero catálogo de nuestro valioso patrimonio cultural y de las riquezas y recursos que nos brinda su extenso territorio".
Acerca del tema de la investigación, dice el autor que es "Nuestra Argentina, pasional, dividida y a menudo encontrada. La que encierra 23 provincias que a veces parecieran ser una sola, porque en este suelo mandó la tierra, la que no sabe de límites y ofrece generosa. La que nos sigue dando, a cambio solamente de que Ia sigamos cuidando. Es lo mejor que tenemos, la mas grande, Ia más rica, nuestra Argentina".
Para la realización de esta obra contó con la valiosa colaboración del doctor René Favaloro, el comodoro Juan Jose Güiraldes, Ramón Gutierrez, Luis Landriscina, Felix Luna, el maestro Ariel Ramírez, Germán Sopeña y Rafael Squirru. Además de- este comité, colaboraron con el autor Fernando Vidal Buzzi, “quien investiga y compila todas Ias particularidades que tiene el mejor deporte que practican los argentinos: comer"; Alberto Suarez Anzorena, quien "señaló las sutiles diferencias que existen en la producción de los vinos en las distintas provincias", y Roberto Ruiz y Ia gente de EMI, en lo atinente a la creación del CD.

MOIRA SULLIVAN, por Juan José Delaney. Buenos Aires, Corregidor, 1999. 

Juan José Delaney se desempeña como Profesor Adjunto de la Cátedra de Literatura Argentina en la Universidad del Salvador, de la que egresó. Dirigió la revista El gato negro y publicó varios volúmenes de cuentos, entre ellos, Tréboles del Sur, obra que mereció elogiosos comentarios de Enrique Anderson Imbert y Rodolfo Modern.
En Moira Sullivan se advierte un minucioso y paciente trabajo de investigación, impulsado por el amor que siempre sintió por la cultura de sus ancestros irlandeses. La historia de esta mujer -que se inicia con su nacimiento en los primeros años del siglo XX o al finalizar el anterior- es una historia en sí, desarrollada hábilmente, pero permite también al novelista explayarse acerca de las circunstancias en que esta historia se desenvuelve. Al hablar de los primeros años de la anciana, nos ilustra acerca de la vida en Estados Unidos, no sólo de los irlandeses, sino también de emigrantes de otras nacionalidades que se dirigieron allí en busca de la fuente laboral que significaban las minas carboníferas.
En esta obra, el lenguaje, tan importante como factor sociabilizador, encarna una actitud de la protagonista. Ella nunca se interesó por aprender a comunicarse en castellano y esa negativa suya determina su relación con quienes la rodean. La anciana vive en su mundo y no quiere tener contacto con quien no pertenezca a él. Rechaza evidentemente toda forma de integración, y se repudio se patentiza en el aislamiento en el que se refugia: "Lo importante era el silencio. Todas las noches lo buscaba, especialmente los domingos cuando las otras recibían visitas y ella más sentía el acoso de la soledad. En rigor, a nadie tenía pese a haber estado en la vida de muchos y a que, por esa acción secreta y persistente del arte, continuaba gravitando sobre gentes extrañas y lejanas. El silencio de ese anochecer dominical le permitiría entregarse serenamente al ensueño en el que resucitarían vivencias y pensamientos provenientes de zonas postergadas por su memoria, y también secretas conexiones que su visión de la vida, del mundo y de los hombres concertaba con cierta independencia”. Aun cuando quisieran integrarse, el idioma era un serio problema para colectividades como la irlandesa; Delaney presenta dos paliativos para la incomunicación de los extranjeros: el cine mudo y el tango, por los que sienten gran afición.
Escribe Delaney asimismo acerca de la rígida educación religiosa que se impartía a niños y jóvenes. Muestra luego a la protagonista como una mujer decidida a trabajar en o que eligió, a no cejar ante los mandatos de la vocación, la que, empero, flaquea cuando las circunstancias se vuelven adversas, y llega a abandonar aquello que alguna vez le dio sentido a su existir. Abandona el cine, sí, pero el recuerdo de los años vinculados a él la acompaña y también la agobia, y los filmes que vio o aquellos en los que participó son evocados con la precisión con la que se dice que las personas mayores recuerdan hechos de sus años de juventud.
Tiempo y espacio tienen gran importancia en la novela y son descriptos minuciosamente. El tiempo de la narración abarca alrededor de ochenta años, y permite al escritor deslizar críticas acerca de la realidad argentina. El espacio abarca desde la primera visión que el inmigrante tiene de la nueva tierra, hasta lugares precisos como el Barrio Norte, Villa Urquiza, Arrecifes, Areco, General Pinto y Junín. Distinta será la forma de vivir la inmigración en cada lugar, y distinta, también, la añoranza que los extranjeros sienten por su lejana Irlanda. Delaney se adentra en la vida de esta anciana luchadora, ya vencida, que encuentra en un niño de siete años una última razón para existir. Junto a ella, presenta a otros inmigrantes, algunos de los cuales resaltan como paradigmas de un modo de entender el destino; Cornelius Geraghty y Abraham Mullins son personajes que permiten al novelista mostrar otras opciones en el vasto mundo que se abre ante los recién llegados. Ellos se destacan en el panorama de la obra, que presenta no sólo a irlandeses, sino también a hombres y mujeres de diversas nacionalidades que llegaron a nuestra tierra en busca de un futuro mejor.

CUANDO EL TIEMPO ERA OTRO Una historia de infancia en la pampa gringa, por Gladys Onega. Buenos Aires, Grijalbo Mondadori, 1999. 

Gladys Onega “es profesora de Filosofìa y Letras de la Facultad de Humanidades y Artes de la Universidad Nacional de Rosario. Fue maestra primaria, profesora secundaria, profesora universitaria de literatura argentina y dictò seminarios de crìtica en la facultad donde se graduò. En 1976 se fue del paìs y desde entonces hasta su retorno, en 1989, trabajò como editora en las ciudades de Washington y Mèxico. Mientras fue profesora en la Universidad escribiò numerosos artìculos de crìtica literaria y en 1960 un libro de ensayo llamado La inmigraciòn en la literatura argentina, siempre citado en los anàlisis de las ideas que subyacen en la literatura del perìodo inmigratorio argentino” (1).
En esa obra escribe: “El propòsito de este trabajo es analizar el reflejo del fenòmeno inmigratorio en la literatura. Para ello hemos seleccionado los textos de acuerdo con un criterio eclèctico: valor estètico, significaciòn del contenido, importancia de sus autores en su momento y repercusiòn posterior de su obra, y, en general, textos y autores importantes y en nùmero suficiente para presentar una panorama completo –aunque no exhaustivo- de las variantes con que la òptica intelectual observò el problema” (2).
El tema de la inmigraciòn es abordado en Cuando el tiempo era otro. Una historia de infancia en la pampa gringa (3) desde otra perspectiva. Onega escribiò este libro convencida de que “todos tenemos derecho a escribir nuestra historia”, como ella expresó en un reportaje (4). Su historia se inicia en Acebal, provincia de Santa Fe, donde nace en 1930, y continúa en Rosario, ciudad a la que se mudan en 1939. Sus primeros años transcurren en el seno de una familia integrada por un gallego tan esforzado y ahorrativo como autoritario; una criolla apasionada por la hija mayor, la lectura y la costura; y dos hermanos, que acaparan la atención que la pequeña reclamará para sí. Junto a ellos encontramos la familia de la casa da pena –los gallegos que quedaron en su tierra-, los parientes gallegos que emigraron y los parientes criollos de la madre, y los inmigrantes –en su mayoría italianos- que viven en el pueblo.
“Todo parte de un hecho real –dijo en ese reportaje-, pero hay ficción en cuanto hay una creación lingüística muy grande. Nunca junté papeles ni documentos, pero en mi casa todo el tiempo se estaban contando cosas. No había otra manera de conectarse con la gente de España; no los conocíamos. Sì hablè mucho con mi hermana y con mis primas, quienes me ayudaron a reconstruir todo. Todas estas cosas, igualmente, siempre estuvieron presentes en mì. Incluso digo, con muy poca caridad, que en la familia de mi madre eran ‘faltos’, porque no era que repetìan historias interesantes, sino que repetìan siempre las mismas. Y èstas, de cualquier modo, aunque no eran interesantes, se fueron fijando. Y del lado de los gallegos siempre contaban historias diferentes y muy amenas, y completamente extrañas sobre el viento, el frío, la nieve, y las contaban en todo el pueblo”.
El padre de Gladys Onega “Llegó solito, y cuando fue a la casa de su tío Agapito Vega, hermano menor de mi terrible abuela Carmen, esa noche lo pusieron a dormir en la cochera y no en la cama más blanda, como aquella que le reservaban siempre al tío Agapito en la casa da pena de Galicia”. La escritora se pregunta: “¿El tío que lo encandiló en Galicia con la ilusión de América fue el primero que empezó la destrucción de la ilusión?”.
Acerca de la abuela gallega de Gladys Onega, “contaban que cuando servía el caldo, los cachelos y las coles, al levantar el brazo en ademán inminente de servir la segunda vuelta, las más de las veces se detenía arrepentida y devolvía ese segundo cucharón intacto al pote; ella sabía que cada bocado de más que hartaba a su prole era un día que restaba para comprar o muiño velho e o prado d’arriba y escriturar la tierra que faltaba para unir los pequeños retazos del minifundio en una propiedad mayor”.
El inmigrante echaba de menos a su familia: “Ignoraba y lo ignoré por mucho tiempo cuánto había llorado desde aquel día en que se fue de junto al señor Manuel y la señora Carmen, sus padres, mis abuelos. (...) mi padre choraba por él y por sus padres que sí eran de Galicia, se habían quedado allí sin moverse, clavados en un cruceiro, secándose las lágrimas con un desmesurado pañuelo a cuadros orlado de negro quién sabe por qué luto de una muerte ya ocurrida o por el duelo de ellos mismos que morían viendo la partenza de sus hijos, debajo de un enorme paraguas también negro que los protegía de la chuvia que nunca había escampado desde el día en que mi padre dejó de ser de allá y se convirtió en extranjero aquí, en un mundo que no había visto”.
Una promesa hace viajar a su aldea al gallego Onega. Cuenta Gladys, su hija: “Cuando mi hermana tenía dos años mi padre decidió ir a Galicia en un viaje que él había prometido a sus padres en aquel día de la partenza y que ahora cumplía, para mostrarles que había hecho la América, en la medida en que América se lo había permitido y él la había podido. Mi madre no lo acompañó porque tenía miedo de enterrarse en una aldea que para ella estaba tan llena de peligros y de misterios como para mis abuelos aldeanos el lugar remoto donde ella había nacido y adonde había ido a parar su hijo. Y más miedo le daba vivir en la casa de su suegra, mi terrible abuela Carmen. Ya conocía historias de la señora da pena que, con justicia, no la alentaban a emprender ese viaje. Allá se fue papá a hacer las mejoras en su casa natal y allá se quedó dos años que mi madre aprovechó para pasar a su hija de la cuna a la cama matrimonial. Cuando volvió, José era un desconocido que sacó a la hijita de cuatro años de esa cama para acostarse él y para engendrar otra hija. A los nueve meses nací yo”.
Ya adulta, la escritora viaja a la tierra de sus mayores, y advierte que la Galicia de la añoranza de su padre era muy distinta de la real: “Cuando finalmente llegué a Galicia –escribe Gladys Onega- sólo reconocí y sólo recuerdo el olor ácido a estiércol y la moscas ennegreciendo los cuencos, de lo que nunca me había hablado. Los trabajos eran más aliviados, las penurias menos pesadas, y las nieblas tan vagorosas y pobladas de brujas temibles como las inventadas por los hermanos Grimm, que allí se llamaban as meigas”.
Los días de la infancia son descriptos con nostalgia y visión crítica. Las peleas entre los padres, los accesos de tos convulsa, las comidas inmigrantes y nativas, el aprendizaje de las primeras letras, los internados católicos para varones y mujeres, la tolerancia ante la conducta infantil y los castigos que imponía cada uno de los progenitores, son recordados por esta hija dècadas despuès.
Haberse casado con alguien con una historia distinta, puede volver difícil la convivencia: “otro dolor eran las peleas entre mis padres, y que además los chicos magnificábamos. Estaba el choque de culturas entre un gallego y una criolla que nunca pudo entender la cultura gallega”. No entendìa la cultura, pero la obligaron a cocinar comidas tìpicas: “Mi madre no sabía nada de la cocina gallega pero, ante nuestra insistencia, había aprendido a hacer fillohas, delgadísimos discos de harina y huevo cocinados en la sartén con una cucharadita de manteca, que comíamos espolvoreados con azúcar”.
Muchos inmigrantes no sabìan castellano, o querìan perfeccionarlo. Casi todos aprendían el idioma por las suyas, ayudándose algunos con el diccionario, el cual “También es parte de la cultura inmigrante. El diccionario les solucionaba las crisis que podían tener con su segunda lengua. Está muy conectado con los autodidactas” (5).
De uno de sus tíos dice Gladys Onega: “Claro es que Eliseo poca escuela tenía, era un autodidacta de aldea y de pueblo como todos los gallegos de mi familia, siempre tratando de pulirse con la lectura del diccionario y de los buenos diarios que a sus manos llegaban, sin desdeñar los más sensacionalistas, por eso de su afición a la grandilocuencia. (...) El Quijote y el diccionario educaron a ese autodidacta, quien los citaba con exactitud pero con exceso pues no había adquirido los moldes que impone la educación formal, por eso no calibraba el uso y abuso de los epítetos ni percibía la risa que provocaban en oyentes que no los habían leído o que ni siquiera tenían referencia de su existencia”.
Los avatares de la vida en la Argentina son el marco de la evocaciòn de esta familia integrante de la comunidad acebalense. El fraude político en Santa Fe es un episodio evocado con detenimiento, asì como la reacciòn de los inmigrantes italianos ante el fascismo, y la poca fortuna de quienes no habìan cumplido su sueño de “hacer la Amèrica”.
La finalización de los contratos ocasionaba que familias enteras se trasladaran en busca de otro campo para trabajar. En un viaje por Santa Fe, Gladys Onega y su padre ven a “los expulsados de la tierra”: “vimos un carrito del que tiraban una mujer y un hombre, cada uno de su vara; en ese carrito pequeño y angosto llevaban su casa. Allí habían cargado los muebles, los hierros de labranza, un baúl, atados de ropa y todavía cabía una cama donde unos chicos y la nona se amontonaban y se tapaban del sol con la colcha blanca de algodón ahora ennegrecido, que había formado parte del ajuar europeo y que tantas veces había visto en las casa de chacareros, atada por sus cuatro puntas al respaldo y a la piesera de hierro de la cama. Debajo de ese toldo trataban de salvarse del terrible castigo del sol y del bochorno de la tarde con el aire que debía soplar por los costados libres. Detrás del carrito venían unos muchachos que empujaban aliviando el esfuerzo de sus padres”.
Un conflicto bèlico es recordado en estas pàginas, relacionado con la vida cotidiana de los inmigrantes y sus hijos: “nunca he dudado de que la Guerra Civil también se libró en mi casa. El día del cumpleaños de mi hermana Chichita, el 17 de julio de 1936, Franco declaró el estado de guerra en las Canarias y ésa fue la señal para que el 18 se extendiera a toda España. El 1° de abril de 1939, a los veinte días de mudarnos a Rosario, terminó. En esos tres años, mientras yo estaba viva en Acebal, la mitad de España moría, muerta por la otra mitad. No sabíamos que había comenzado la matanza y ese día, como siempre, mis hermanos, mis primos y los chicos tomamos chocolate. Cuando hubo pasado tres años, Bebo, Chichita y yo supimos el día final porque entró Justo Vega y llorando lo dijo, ya no en mi casa natal sino en el departamento alquilado de Rosario donde vivíamos y yo, la niña que era entonces y hoy evoco, sé que sentí dolor por las lágrimas de Justo, por el silencio de mi padre y porque no pude aliviarlo con juegos en las calles del pueblo, que ya no estaban, y todavía yo no tenía con quién jugar”.
Desde la Argentina, durante la Guerra Civil, se enviaban encomiendas. Los Onega, como tantos otros inmigrantes “respondían con la acción: armaban, envolvían en lienzo, rotulaban con grueso tinta espesa, ataban con cuerdas, lacraban con sellos y aseguraban con sunchos los paquetes de ropas de abrigo y de alimentos que cruzaban el mar y quién sabe cuándo llegarían y si llegarían hasta a pena. La familia esperaba, y para protegerla acudían a Dios y al diablo”. Los niños participaban en los envíos: “Los chicos también éramos leales y creíamos que ayudábamos juntando papel plateado de cigarrillos, chocolate y chocolatines, que despegábamos del papel blanco que lleva adherido y con el que íbamos haciendo bolas de papel de plomo que mandábamos a Negrín para que hiciera las balas para la República”.
Hasta en los hechos mìnimos estaba presente el sufrimiento de los españoles en su tierra: “Después de haberme ofrecido el néctar, la leche y la miel, mi padre me alzaba y tomaba la posta en la continuación del rito nutricio; con él las acciones eran lentas y alentadoras, él no estaba agotado de cocinas y de chicos, venía de estar horas con hombres resolviendo problemas de hombres y con su hija menor le cundía la paciencia, que con el correr de las horas a mi madre se le había ido al diablo. Inflexible era sin embargo en darme de comer una cucharadita de sopa por los abuelos de España, otra por los abuelos de Melincué, otra por los huérfanos de la Guerra Civil, otra por el ángel de la guarda dulce compañía y por todos los personajes queridos y sagrados que se le ocurrían”.
Asì ha contribuido Gladys Onega a la vertiente de la autobiografìa en la Argentina, con este libro creado con la emoción de lo vivido, y la pluma de los escritores talentosos.



TARDES DE LORRAINE, por Sebastián Jorgi. Buenos Aires, el autor, 2000. 63 páginas.

Sebastián Jorgi nació en Lanús Este, provincia de Buenos Aires, en 1942. En 1962 egresó, como Licenciado, de la Escuela Argentina de Periodismo; en 1965, del curso de Guión Cinematográfico LYF, y en 1974, como Profesor de Castellano, Literatura y Latín de la Escuela Normal de Profesores N° 2 Mariano Acosta.
Pese a pertenecer a la generación del 60, publicó mucho después: Habrá que avisarle a Indalecio Valle (Accesit al Premio Villajoyosa de Cuentos, Alicante, España, 1985), Eliot Ness, Pérez and Company (Premio Pen Club 1986), Margo junto al río inmóvil (Faja Nacional ADEA, Mendoza, 1992), El recurso contra el supremo patriarca (novela, 1993), Fuga y vigilia (antología de cuentos, 1996), Trenes a Bolívar (cuentos, 2000) y Rock nena linda (cuentos, 2000).
La adaptación para televisión de su cuento "Quasimodo", escrita por el actor Jesús Berenguer, fue premiada por el Fondo Nacional de las Artes en 1988. Esta institución le confirió la Beca en la disciplina Investigación-Letras 1999. Ha incursionado en teatro con dos obras: Afuera hay un desconocido (1976) y La bicicleta (1983), ambas en colaboración con Miguel Angel Páez. Como ensayista publicó La noche del cazador (1995) y Siete contra Tebas (ensayos sobre poesía argentina, 1997).
Tardes de Lorraine obtuvo el Tercer Premio Municipal "Eduardo Mallea" bienio 1991-1993. Reúne siete cuentos escritos entre 1980 y 1989, algunos de los cuales ya fueron publicados en la antología Fuga y Vigilia. Acerca de estos textos, expresó Angel Mazzei, en 1995: "Tienen sus cuentos, dentro de la visión clara de la realidad, un dinamismo que le permite dar a cada personaje una nítida presencia y se fija siempre el retrato de los seres con la firme precisión de sus actos. No los describe solamente sino que los hace vivir y esta auténtica sensación vital sostiene el interés de las páginas tanto en las escenas porteñas de ayer y de hoy como en el casi legendario ambiente de las inolvidables tardes del cine Lorraine o en el diálogo ingenioso de Verne –otra vez el recuerdo del cine- con su personaje Strogoff y el acorazado Potemkin".
Jorgi es un escritor de raza, elogiado por Germán Arciniegas, Héctor Tizón y Juan José Arreola. Los cuentos reunidos en este volumen son, quizás, lo mejor de su producción; en ellos se presentan conflictos protagonizados por seres absolutamente disímiles –un amante del cine, un guapo, una gringa, un niño capaz de derrotar a una maestro del ajedrez, una camarera, un artista plástico asesinado y el homónimo de un personaje literario- a los que hermana, sin embargo, una misma voluntad estética y un idéntico amor por la palabra escrita.

ALBERTO GERCHUNOFF, JUDIO Y ARGENTINO, antología. Seleccion y prologo de Ricardo Feierstein. Buenos Aires, Editorial Mila, 2000. 321 paginas. 

EI volumen, que lleva por subtitulo «Viaje temático desde 'Los gauchos judíos' (1910) hasta sus últimos textos (1950) y visión critica», se abre con el estudio “Judaismo y argentinidad en Gerchunoff”, escrito por Ricardo Feierstein, en el que el antólogo afirma que «La imagen de Gerchunoff domina tanto el origen como el desarrollo de la literatura judia en la Argentina. Fue el primer y mas importante escritor en castellano -el idioma de estas latitudes, donde los primeros inmigrantes borroneaban sus cuartillas en idish- y, por si no alcanzara su extensa labor bibliografica. se convirtió en influencia perdurable y aceptada sobre toda una primera generación de escritores».
A continuación se incluye el cuadro biobibliografico elaborado por Miryam Gover de Nasatsky, quien ya habia escrito en 1976 una obra al respecto (Bibliografia de Alberto Gerchunoff, Fondo Nacional de las Artes y Sociedad Hebraica Argentina).
La antología de las obras se inicia con Los gauchos judios, segun la versión corregida por el autor para la edición de 1936. Le siguen la Autobiografia, «escrita en Paris y publicada por primera vez en 1952»; Entre Rios, mi país, «libro póstumo que reune articulos de diversas epocas»; varios trabajos incluidos en Argentina, pais de advenimiento, dos artículos publicados en el periódico Antinazi en mayo de 1945, y una conferencia pronunciada ese mismo año en la Asociación Mutual lsraelita.
Seguidamente se presentan los textos sobre el escritor. El primero de ellos es el poema «A Alberto Gerchunoff», en el que Carlos Grünberg expresa: «Tu has sido nuestro sumo sacerdote/ y has mantenido tu almenar celote/ siempre encendido en turbión opaco». Se incluye asimismo una pagina de su nieto, Jorge F. Payró Gerchunoff; una carta enviada desde Bruselas en 1910, en la que Roberto J. Payró opina sobre Los gauchos judíos; «El estilo de su fama», por Jorge Luis Borges; «Su memoria es nuestra herencia», por Samuel Eichelbaum; «Gerchunoff o el Vellocino de la literatura», por Bernardo Ezequiel Koremblit; «Gerchunoff judio», por Lázaro Liacho; «Los gauchos judios: una lectura desde Israel», por Leonardo Senkman; «Aquellos gauchos judios: muerte y resurrección del discurso», por Edna Aizenberg; y «La autobiografla de Alberto Gerchunoff: ideología e identidad», por Silvia Berger.
Completan el volumen el retrato y semblanza firmados por Manuel Kantor y numerosas fotografias, cedidas algunas por Jorge Payró Gerchunoff y provenientes otras de los archivos del diario La Nacion y el Centro Mark Turkow.

NO ES LA MARIPOSA NEGRA, por Marcelo Birmajer. Buenos Aires, Sudamericana, 2000. (Sudamericana joven) 

El volumen incluye siete relatos que tienen en común el período en que transcurren: la niñez. El primero de ellos es –para mí- el más conmovedor. Narra la misteriosa vinculación que existe -¿casualmente?- entre una mariposa negra y la muerte de un ser querido. Un hombre mayor recuerda lo sucedido muchos años antes, en su infancia, y esta remembranza está teñida de la nostalgia de la tercera edad. El relato brinda a Birmajer oportunidad para evocar la figura de la madre –que contenía a los hijos y a su amigo, al tiempo que les enseñaba pautas valiosas para la vida- y para describir a los chicos, solidarios con el drama del pequeño invitado.
El paso del tiempo se advierte en el cuento referido a “Carlitos”, un personaje al que el escritor vuelve a ver veinte años después; en el relato que evoca al tío Efraín, reencontrado quince años más tarde; en el recuerdo del extraño suceso protagonizado por Ezequiel, y en las páginas referidas a la infancia en la escuela Herzl y a las vacaciones en Mar del Plata.
Uno de los textos nos plantea las circunstancias en las que surge la creación literaria, su inexistente relación con la escritura y la reacción del ambiente literario ante una serie de descubrimientos. Tanto este cuento como los anteriores muestran a un autor talentoso que cautiva cada día a un público más vasto.

EL DESAFIO, por Diego Bigongiari, Ana María Tussié, Graciela Clivaggio, Esteban Valentino, Rodolfo Romanutti y Elena Guimil. Ilustraciones: Saúlor. Buenos Aires, Sudamericana. (Pan flauta)

Destinado a jóvenes lectores, este volumen reúne los seis cuentos distinguidos con el Premio La Nación 1999 de Literatura infantil. El jurado, compuesto por Ema Wolf, Oche Califa y Canela (Gigliola Zecchin de Duhalde), debió discernir entre mil doscientos sesenta y siete cuentos enviados por autores de habla española, argentinos y de otros países. “El éxito de la convocatoria puso en evidencia la gran cantidad y variedad de voces talentosas que se asoman hoy a la literatura para chicos”.
Aunque parejos en su cuidada redacción, los textos galardonados son muy diferentes entre sí. Su yuxtaposición en un volumen da como resultado un libro de sorprendente calidad, fundamentalmente por su novedosa concepción del público lector.
Diego Bigongiari evoca la vida de un marino en un lugar mítico; su experiencia, narrada poéticamente, deja una valiosa enseñanza. Ana María Tussié ha profundizado en “la naturaleza, las leyendas y el lenguaje de la Puna” para crear un texto de inusitada belleza. Graciela Clivaggio escribe sobre la ternura que puede demostrarse aún en las situaciones más inverosímiles. Esa misma ternura es, quizás, la que lleva al protagonista de Valentino a una situación no del todo merecida. Romanutti nos ofrece un cuento de aparente humor, en el que subyace la idea del aislamiento en el que se encuentra todo ser atípico. Elena Guimil, por último, evoca con visión mágica un suceso entrañable de su infancia.
Los temas abordados serán de indudable interés para la lectura en los momentos libres, pero puede utilizarse esta colección también en los últimos años de la EGB, ya que permite estudiar la lengua y su empleo literario, al mismo tiempo que suscita el debate y llama a la reflexión. Servirá asimismo, a nuestro criterio, como disparador de vocaciones dormidas, pues demuestra que la literatura está en la vida cotidiana y todos, con mayor o menor fortuna, podemos cultivarla.
Merece destacarse la labor de Saúlor, quien ha logrado reflejar en sus libros el espíritu, tan distinto, que subyace en cada una de las narraciones.


AUSENCIAS, PRESENCIAS Y SUEÑOS, por Raúl G. Fernández Otero. Buenos Aires, Ediciones Tu Llave, 2000.

Raúl G. Fernández Otero escribió Ausencias, presencias y sueños (14), autobiografía en la que evoca su infancia en un barrio porteño, allá por el 30. El rememorar sucesos de su vida personal lo obliga a describir la época en que transcurren y el modo de vida de esos tiempos que -en la pluma de Fernández Otero- parece mucho más humano que el agitado vivir del presente. Los padres y el hermano españoles, los vecinos, los carnavales, las anécdotas que pueblan toda historia a lo largo de una dilatada existencia, son la materia de la primera parte del libro.

LA NOCHE QUE ME QUIERAS, por Jorge Torres Zavaleta. Buenos Aires, Emece, 2000. 

En la Librería Clasica y Moderna de Buenos Aires fue presentado hace unos dias el nuevo libro de Jorge Torres Zavaleta. EI escritor nacio en esta ciudad, en 1951. Dirige talleres literarios y desde 1974 es colaborador de La Nación, donde ha publicado cuentos y criticas de libros. Escribio guiones de cine y dicto seminarios sobre literatura en diversas instituciones. Ha sido Jurado en el Premio Fortabat y en el concurso literario de La Nacion. Publico EI hombre del sexto dia (1977, cuentos), EI primer viaje (Emece, 1985, novela), EI palacio de verano (I989, cuentos) y. La casa de la Ilanura (I983, novela). Ha recibido, entre otros premios, el Primer y Segundo Premio Municipal de la Ciudad de Buenos Aires, el Premio Fortabat al mejor libro de cuentos por El Palacio de Verano, Antorchas -ex beca Fullbright-, Carmen Gandara, Inca y Revista Plural, de Mexico.
Es esta su tercera novela. Sobre el genero en cuestion nos dijo, en un reportaje que Ie hicimos con motivo de la aparición de EI primer viaje: «La novela tiene todo el encanto de lo que no está admitido en el cuento: podés dar ecos, repeticiones, leitmotiv, podes ir completando las cosas, agotandolas lentamente y dandoles vuelta atacandolas de distintos angulos. Esa complejidad de la novela meresulta muy grata, tanto que creo que, poco a poco, me voy acercando a ella».
La noche que me quieras muestra la culminacion de esa aproximacion de la que hablaba en 1987. En esta obra un protagonista de avanzada edad recuerda su juventud, cuando, después de matar en un duelo al marido de una amante, decidio viajar a Paris. El presente de ese anciano que recuerda transcurre en 1988 y se altema con su rememoracion, que se inicia con episodios sucedidos a partir de 1928; lo narrado acerca de una y otra etapa permite al lector conocer exhaustivamente al protagonista, un octogenario que analiza desde su personal perspectiva tanto su propia vida cuanto las circunstancias por las que atravesaban la Argentina y el mundo.
Lajuventud de ese hombre, tan lejana ya, está unida indisolublemente a una figura mitica, Carlos Gardel, quien lo trata afectuosamente. Las paginas en que el protagonista se entrevista con El Zorzal para ofrecerIe las letras de tango que compuso brindan al lector una imagen vivida del cantor. Un personaje lo describe asi, recordando lo comentado por uno de los peones: «Gardel Ie hablaba en lunfardo, y como este muchacho era del interior y recien habia llegado a Buenos Aires, no Ie entendia ni medio. Dijo que siempre le hacía preguntas sobre su trabajo: si losyobacas dormian bien, como habian trabajado, Carlitos se interesaba por lagente, por eso lo adoraban».
Otra presencia recorre con su magnetismo toda la novela, y es tan fundamental como Gardel para el anciano, aunque por motivos bien diferentes. Se trata de Mora, la mujer a quien amó durante decadas, aquella que buscaba un matrimonio por dinero y al mismo tiempo se sintio atraida por este joven con pocas posibilidades economicas. La evocación de los primeros dias de esta fugaz relación es -a nuestro criterio- uno de los mayores logros de la novela. La figura de Mora se engrandece a medida que avanza la narracion, y la vemos como una estrella que guia a este erratico protagonista.
El novelista describe, ademas, a los personajes con los que Arturo se relaciona: son los jóvenes que disfrutan de la vida ociosa en Paris, del juego y las mujeres, mientras el mundo se aproxima hacia una terrible tragedia. Un anciano amigo recuerda aquella epoca: «Me parece -dijo Eduardo- que entonces la gente andaba mucho mas mezclada. Ibamos a cada bailongo. Yo creo que la noche era como una zona franca. Despues el pais cambió». Con respecto a la Argentina, los vaticinios permiten vislumbrar la crisis del 30. A pesar de todo ellos siguen dilapidando, sin creer que algo aciago sucederá.
La vision del escritor es indudablemente critica. No calla su opinion acerca de personalidades o de aquellos que no lo son: seres a veces terribles, a veces grotescos, pertenecientes a distintos grupos sociales. Insiste en que los franceses estaban cansados de los papelones de los argentinos en la Ciudad Luz, y en mas de una oportunidad hace gala de su sentido del humor al recordar situaciones realmente absurdas. Ya anciano, es la politica el tema de sus reflexiones, en la soledad de su habitación o en dialogo con sus antiguos compañeros de andanzas.
La inmigracion; tan importante en el 30, se encuentra evocada en la obra, por ejemplo, cuando el autor habla del gallego, del vasco, de los gringos a quienes no les gusta el dulce de leche, «una verdadera falta de educación».
Llama la atencion la ingente documentación consultada, los libros que sin duda habra leido para poder pintar una epoca como el lo hace. En lo referido al turf y al tango se muestra erudito, pero su conocimiento no vuelve fatigosa la lectura; por el contrario, la enriquece.
Jorge Torres Zavaleta ha escrito una novela excepcional, en la que confluyen la indolencia de la juventud y la nostalgia de la vejez, un fin de siglo XX anodino y el esplendor de un tiempo que no volverá.


LOS INMIGRANTES

La inmigración aparece reiteradamente en las obras de Jorge Torres Zavaleta. Nos remitiremos en esta oportunidad a algunos de los pasajes en los que aborda esta temática.
En “El ancestro”, cuento incluido en El hombre del sexto día, el escritor plantea la distancia que separa a la clase patricia de los inmigrantes: “Que Rafael Achával fuera amigo de Julián Mansilla no sorprendió a nadie; que Julián aceptara ser amigo de Rafael Achával sorprendió a todos”. Julián pertenecía a una familia de clase alta: “Los Mansilla eran nuestra familia más antigua y orgullosa. Los años que mejoraron su linaje desarrollaron sus pretensiones. Recluídos en su casa veían a poca gente: su propia compañía les bastaba”. Rafael, en cambio, provenía de una familia inmigrante: “Recién habían llegado al pueblo. Vivían en una calle flanqueada de plátanos. Nosotros los admirábamos porque eran generosos: en los fondos habían edificado una piecita para un abuelo que nunca salía”.
La hostilidad de la clase alta para con los inmigrantes se evidencia en la conducta del joven Mansilla: “Durante ese verano Julián pescó en un arroyo donde anhelaba bagres y tarariras. Bajo un sauce, con una línea entre las manos, imaginaba que el lugar era suyo; esa tierra había sido de su familia y de alguna manera aún le pertenecía. Por eso no le gustó que apareciera otro pescador, un muchacho de su edad. Durante los días siguientes trató de ignorarlo. Luego quiso pelearse pero no se atrevía”.
La lucha se da, finalmente, pero termina en amistad: “Nunca supieron quién tiró el primer golpe. Pelearon sin darse cuenta y rodaron por la calle. Luego se levantaron y se perdonaron mutuamente. Habían empatado. Podían ser amigos”. La amistad se consolida cuando ambos se dan cuenta de que tenían un antepasado en común: el primer hombre”.
“La noche de la cruz de plata”, es uno de los cuentos que integran El palacio de verano. Es la historia de una familia inglesa que vive en nuestro país, con el que cada uno se relaciona de muy distinta manera. Acerca de la vida cotidiana de estos inmigrantes, escribe el cuentista: “Vivían, desde que llegaron a la Argentina, en una casita vagamente Tudor a pocas cuadras del club de Hurlingham. Llevaban, en resumen, una vida metódica y virtuosa que amortiguaba las inquietudes diarias y el inexpresado horror que les producían las distancias y los argentinos”.
La conflictiva vinculación de los ingleses con los nativos se evidencia al narrar que la madre debía consolar al niño “cuando los demás alumnos se reían de su mal castellano” y también al recordar que el hijo había peleado “a trompadas con un compañero de colegio que quiso ponerlo a prueba llamándolo ‘gringo’ “. Años más tarde, será el idioma el medio elegido por el joven para mortificar a su madre: “prefería tomarla en broma, imitar su tonada inglesa (hacía una parodia, que deleitaba a sus amigos, de Miss Lucy tomando el té en la embajada), abrazarla al ver que la entristecía”.
La madre desea que Derek vaya a estudiar a Inglaterra; el padre se opone: “-Old girl, no quiero que sea un extranjero –le dijo-. Mejor que estudie en la Argentina. Tan argentino se siente el adolescente que, cuando se declara la guerra de las Malvinas, se alista para combatir a los ingleses. Muere en el combate, luchando contra los soldados de la nación de sus padres. Miss Lucy, al enterarse de la muerte del joven, “pensó que de lejos, sin advertirlo, sus compatriotas la habían mutilado”. Su vinculación definitiva a la tierra que tanto rechazara se da en el más terrible de los momentos: “Cuando quedó sola, Miss Lucy lloró a su hijo, finalmente. Y no sólo a su hijo. También lloró por ‘El Coronel’, por los ingleses, por los jóvenes argentinos y sobre todo por sí misma, transformada para siempre por el país de las Noches Grandes. Y cuando se hubo desahogado, salió al jardín a mirar la oscuridad, que ya no le hacía recordar las ajadas tapas de la Biblia de su niñez inglesa , sino que, de pronto, era insondable, infinita, constelada por el fulgor helado de las estrellas, una misteriosa noche sudamericana que ya nunca le sería ajena”.
En La noche que me quieras, Torres Zavaleta vuelve a tratar el tema de la inmigración, aunque sin la extensión que le dedicó en los dos cuentos que comentamos. La novela transcurre durante casi todo el siglo XX. Las primeras décadas del mismo fueron décadas de intenso ingreso de extranjeros a nuestro país, quienes venían a ‘hacer la América’. Estos hombres y mujeres están presentes en la obra.
La inmigración española aparece en las figuras del vasco y el gallego. Este último es evocado como un trabajador, en su clásica ocupación de dueño de bar, desconfiado ante los pedidos de sus clientes sin dinero: “era como si todos nosotros fuéramos miembros de una barra y los mayores solamente aquellos a los que teníamos que engañar. Como el gallego que nos dará un whisky o un café a cuenta, mirándonos de reojo por debajo de las cejas pobladas mientras se ocupa de asuntos serios”.
De los gringos como grupo en general habla cuando alude a un alimento argentino y a la reacción que despertaba en los extranjeros: “arrimando hacia un costado del plato los restos del dulce de leche, a los gringos y a los ingleses no les gustaba, unos animales, una verdadera falta de educación, qué rico que estaba”. Es evidente el etnocentrismo del protagonista, quien considera que aquellos que no compartían su gusto de ningún modo podían tener una opinión valedera.
A la vez, tampoco le gustaba en principio a Arturo un plato que en otro país era considerado un manjar: “se lanzó a una descripción entusiasta de cierta tarde en un stud de Francia donde él y un grupo de argentinos dieron cuenta de un gran guiso de caracoles. (...) Después de recorrer las instalaciones se congregaron alrededor de una marmita enorme; él tuvo que reconocer que el idioma era algo colosal. Al principio había comido con cierta desconfianza, porque para un porteño, ésas eran cosas de gringos, si a uno en esa época ni le gustaban las entrañas”.
Francesas e inglesas, probablemente inmigrantes, se mencionan al hablar de la educación del joven: “Arturo era un muchacho educado; se vestía bien, por supuesto, se las arreglaba con los idiomas. Algo le había quedado de tantas profesoras franchutas e inglesas de cuando era borrego".
Y –haya nacido en Francia o en el Uruguay-, ¿qué ejemplo más valioso de la inmigración, que Gardel, este cantor emblemático de una ciudad y un tiempo?
En 1928 y en 1982, en la paz y en la guerra, argentinos e inmigrantes integran ese vasto universo que Torres Zavaleta forja a través de su narrativa. Unos y otros, con sus esperanzas y sus conflictos, contribuyen a hacer una patria más grande, más noble, en la que viven hermanados a pesar de las diferencias.
(EL TIEMPO, Azul, 28 de enero de 2001)

MASACRE EN LAS PAMPAS. LA MATANZA DE INMIGRANTES EN TANDIL, 1872, por John Lynch. Buenos Aires, Emecé, 2001, 315 páginas. 

El autor fue por largos años director del Instituto de Estudios Latinoamericanos y profesor de la Universidad de Londres. Es autor de Los Austrias, El Siglo XVIIII, Las Revoluciones hispanoamericanas 1808, 1826 y Juan Manuel de Rosas (Emecé, 1984), “biografía que se ha convertido en un clásico”.
La obra que nos ocupa fue publicada originalmente por The University of Oklahoma Press en 1998. Investiga la matanza de treinta y seis personas, en su mayoría inmigrantes, que tuvo lugar en la madrugada del primero de enero del año mencionado. Se culpó de la misma a Gerónimo Solané, “Tata Dios”, un personaje que se suponía nacido en Bolivia, Chile, o el interior de la Argentina y que “hasta poco tiempo atrás había vivido en Tapalquén y antes de establecerse en Tandil había pasado una temporada en Azul donde sus actividades obtuvieron el apoyo popular pero el desdén del gobierno”. Este individuo fue muerto de tres tiros en su celda cuatro días después de la degollina.
Lynch está convencido de que “más allá de su aspecto externo, Solané no era una figura descollante, capaz de provocar una rebelión. Carecía de distinción de carácter y personalidad”. Admite, sin embargo, que “si bien no ofrecía principios de acción, contribuyó a generar un clima de terror y liberó una fiera que no pudo controlar”. Más terrible le resulta el asistente principal, Jacinto Pérez, “hombre más violento que su patrón, un gaucho que se autodenominaba San Francisco y San Jacinto el Adivino”.
El investigador contó con testimonios procedentes de tres fuentes: las actas del juicio y la investigación oficial, la correspondencia de los funcionarios y los documentos británicos al respecto, los cuales le permitieron adentrarse en un hecho que no fue aislado, sino que –como él mismo señala- tuvo muchos antecedentes: un criador de ovejas británico fue asesinado por tres argentinos cerca de Rosario, en 1865; otro británico fue asesinado en una estancia dos años después, y en 1869 “Según The Standard de Buenos Aires, un periódico inglés, un súbdito británico que cuidaba el rebaño de un amigo en la región de Azul fue asesinado por ladrones; las autoridades atribuyeron la matanza a los indios pero el crimen llevaba la marca de la violencia gaucha”.
Los crímenes –de los que sólo mencionamos unos pocos- motivaron que en 1870, los agentes de emigración de Londres alertaran a los posibles emigrantes sobre la peligrosidad de estas tierras. En la advertencia publicada el 22 de febrero afirmaban: “Varios emigrantes británicos y otros extranjeros fueron asesinados en época reciente....El gobierno local no ha tomado medidas efectivas...En este momento, no parece haber suficiente seguridad para vivir en ese país”.
Afirma el autor que “la masacre de Tandil, ocurrida después de una serie de atentados menores, resultó excepcional solamente por su ferocidad, crueldad concentrada y el grado de organización por parte de una banda de forajidos. La muerte en la pampa no era una atrocidad individual, formaba parte de una serie de atrocidades”.
Lynch recoge varias opiniones acerca de la motivación de estos hombres –alrededor de cincuenta- que arrancaron a un bebé de cinco meses de los brazos de su madre y lo mataron delante de ella, quien ya había visto morir a sus hijas de cuatro y cinco años (la muerte que le dieron se sumó a las de sus seres queridos). Cita al diario La Nación, quién “sostenía que no había que buscar los orígenes en la violencia rural en el fanatismo religioso, como sostenían algunos propagandistas, sino en causas profundamente arraigadas dentro de la sociedad rural”. Juan Fugl, el prestigioso inmigrante danés”llegó a la conclusión de que la causa que había impulsado el atentado no era meramente la furia y la xenofobia de gauchos ignorantes; consideraba que surgía del prejuicio invencible de la elite local”. El autor opina acerca de esta última aseveración:”Como sucede con muchas teorías sobre conspiraciones, la de Fugl contenía algunos atisbos de verdad mezclados con afirmaciones sin fundamento” y sostiene “que los criminales veían a liberales, funcionarios y propietarios, opresores todos, encarnados en sus rivales inmediatos, los inmigrantes. En este sentido, la venganza fue una especie de justicia salvaje”.
Aunque centrado en un hecho, el estudio de Lynch arroja luz asimismo sobre los indígenas y sus malones, las penurias de la vida gaucha, el resentimiento de los ganaderos, la incidencia del rosismo, la religión y el curanderismo, el hostigamiento mutuo entre Gran Bretaña y la Argentina a raíz del luctuoso suceso, y los crímenes que tuvieron lugar inmediatamente después de 1872, confirmando la advertencia británica.
Destinado –a nuestro criterio- a lectores con formación universitaria, interesará también al público en general, especialmente a aquellos que –como esta cronista- descienden de inmigrantes afincados en Tandil en el siglo XIX.
El volumen incluye la bibliografía consultada –en la que se citan tres obras de Hugo Nario, participante del congreso sobre inmigración que se llevó a cabo en Azul en 1994 – y numerosos cuadros sobre población, inmigración y crímenes violentos. Tradujo María Teresa La Valle.

DOLORATAS, por Marcos Silber y Carlos Levy. Ediciones del Canto Rodado. Editorial Mila, 2001. 63 pags. 

Este libro esta integrado por dos partes, escritas por sendos autores, de las que comentaremos algunos fragmentos.
Marcos Silber -cuya participacion en las Jornadas de Poesia de la Biblioteca Ronco anuncia El Tiempo, en su edicion del 16 de septiembre-, ha recibido numerosas distinciones, entre las que se cuentan el Primer Premio en Mérida (España) y el Primer Premio Casa de la Amistad Argentino-Cubana. Es miembro de la Sociedad de los Poetas Vivos y miembro Honorable de la SADE.
Carlos Levy, por su parte, es autor de varios libros, fue Director de la Biblioteca Publica General San Martin y actualmente investiga el ladino y la cultura sefardi. En 1997 recibio el Premio Reconocimiento a su Labor otorgado por el Gobierno de Mendoza.
El tema central del volumen ha sido destacado por Alicia Steimberg: "Esta hermosa muestra de la obra de Marcos Silber y Carlos Levy no es en absoluto una indagacion sobre que es ser un judio argentino, o un argentino judio, uno de los cuales es asquenazi y el otro sefardí Pero ellos, como poetas, como escritores de ficcion, tal vez se acerquen mas a una buena respuesta que los que abordan el tema desde un punto de vista racional".
"Los ojos de la noche", de Marcos Silber, es una "cantata para relator, mezzo-soprano y coro de niños", en la que el escritor evoca la realidad de la década del 40 vista a traves de los ojos de un narrador de corta edad. Dedica estas paginas " A Federico, en memoria de los desvastados, desconocidos abuelos de su abuelo". El adjetivo que usa para calificar a sus antepasados es de suyo ilustrativo. "Desvastados"; esa es la palabra que resume el sentimiento de este hombre ante su pueblo, agobiado por un genocidio que desde la Argentina observan impotentes quienes emigraron. La angustia y la desolacion son presentadas por medio de imagenes de los adultos, a los que el niño comprende desde su infinita sabiduria: " Mama llorándole toda la cabeza al pequeño. Regándole/ el sueño, todo el juego. Mama que regresa con papeles./ Cartas, papeles de adios y tormento. Avisos de nuevos/ silencios. 1940".
Cinco años mas tarde, en "Candelabros", el hijo percibe una situacion distinta, resultante de la anterior: "Mama ya no llora./ Pero una nube de pesar/ se acostó en su frente para siempre,/ y una campana de silencio para siempre/ descendio a los fondos de su boca". Uno de los poemas mas tristes es "Preguntas a la hora de la siesta o el Kadish que no cesa", que dedica a su abuela que quedo en Kiev cuando ellos emigraron. Allí, el escritor se pregunta: "tejia la abuela?/ Me l1evo a su vigilia?/ En su recuerdo de futuro me vio? / Me puso a jugar en su cuento?/ Entre que lanas me protegio? / Cuando se desprendio de mi mano?".
"EI Judío que soñaba España" es el titulo de la obra que Carlos Levy dedica a sus abuelos. En el poema homónimo, el horror es evocado en el "brazo numerado en la cifra de Dachau", bajo el cual "lleva / dos libros el viejo judio. Un atlas, / viejo de la antigua patria / y una casi tan vieja/ antologia de poemas ignotos".
En "18 dejulio de 1998", poema escrito a cuatro años del atentado de la AMIA, expresa el dolor que lo hermana con otros oprimidos: " Se ha transformado de nuevo nuevamente mi pacifico/ cafe en un corrillo del terror,/ y veo como mi nombre, los viejos nombres de la vieja Biblia/ se arriman para abrazarse en muerte con Hernandez,/ Fernandez,/ Abdala/ Marinetti Buttini Di Taranto Da Souza Van der Heussen/ y creo que ya olvido a Homero con sus hombres / pajarosy barcos,/ porque de nuevo nuevamente ya recuerdo Treblinka/ Dacha/ Auschwitz/ Bosnia Viet-Nam Corea, Ruanda, los humillados/ apartados y victimas de siempre/ los parias menesterosos y olvidados/ los niños de la calle en Rio esperando el escuadron de la muerte/ mientras flota la pregunta inutil del por qué/ cada vez que comienza un nuevo día”.
La esperanza aparece en el poema titulado "Lejaim", en el que recuerda a los inmigrantes y su duro destino: "Bebere el trago mas largo y dire lejaim por aquellos que estan lejos de su pueblo/ y derraman una lagrima por ello,/ porque canten ellos su canción de amor esta noche/ y no se sientan extranjeros en mi mesa / lejaim, lejaim por el corazón del hombre/ y los hombres que hablan el idioma de ese corazon".
"Dolores y alegrias, recuerdos que no se sabe si son autenticos (¿que es, de todos modos, un recuerdo autentico?), la amargura del chivoemisario secular, la alegria por el reconocimiento y la participacion en estos esforzados menesteres literarios, bien justifican el brindis del final", considera Alicia Steimberg; el brindis que todos -judios o no- hacemos, especialmente en este momento, por la paz de la tierra.
(EL TIEMPO, Azul, 21 de octubre de 2001)

LA LOGIA DEL UMBRAL, por Ricardo Feierstein. Buenos Aires, Galerna. 2001. 

Los datos biobibliográficos incluidos en el libro nos permiten saber que “Ricardo Feierstein nació en Buenos Aires en 1942. Ha ejercido una variedad de oficios (escritor, arquitecto, periodista, editor, crítico de espectáculos). Lleva publicados una veintena de libros, entre ellos: cuatro novelas (la trilogía SINFONIA INOCENTE, 1984, y MESTIZO, 1988 y 1994 en castellano y 2000 en inglés) que conforman una saga sobre la condición judía latinoamericana y de la que esta narración, LA LOGIA DEL UMBRAL, es su culminación; siete colecciones de relatos (entre otros BAILATE UN TANGO, RICARDO, 1973; LA VIDA NO ES SUEÑO, 1987 y HOMICIDIOS TIMIDOS, 1996); cuatro volúmenes de poesía y tres libros de ensayos (JUDAISMO 2000, 1998; CONTRAEXILIO Y MESTIZAJE. SER JUDIO EN LA ARGENTINA, 1996 y su ya clásica HISTORIA DE LOS JUDIOS ARGENTINOS, 1993 y 1999). Su labor literaria mereció diversos premios (Municipal, Coca-Cola, Faja de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores, Premio Internacional Fernando Jeno de México, entre otros) y ‘a pesar de ello escribe bien’, según bromean sus amigos. Ha sido parcialmente traducido al inglés, alemán, francés y hebreo”.
Esta novela cuenta el proyecto de cuatro generaciones de una familia, que se propone llegar a caballo desde Moisesville, Santa Fe, mediante postas de dos jinetes por vez, con una caja de madera de cerezo que contiene tierra de la primera colonia judía en la Argentina y “una mezuzá, estuche de hueso con un trozo de papel escrito con letras hebreas”, hasta la Plaza de Mayo, donde la enterrarán bajo la Pirámide. Uno de los personajes reflexiona, eufórico: “cuando se corra la voz, italianos y españoles y franceses y todos los otros harán lo mismo. Y tendremos, allí en esa Plaza del centro de Buenos Aires, la ceremonia simbólica del crisol de razas o del mosaico de identidades”.
Mariano Schvel, cuarta generación de judíos argentinos, es quien debe ingresar a la ciudad de Buenos Aires con el preciado tesoro. El se dice: “Mi plan es integral, mestizo, creativo. No renuncio a nada: no debo elegir entre querer más a mi papá o a mi mamá. Quiero todo, lo argentino y lo judío, el mate y el samovar, el poncho y el talit, el Martín Fierro y el Talmud, porque soy todo, la mezcla y la superación de la mezcla, el andamio y la casa construída gracias a estos andamios que, ahora, debo retirar, para habitar la vivienda-identidad que he construiído”.
Cuando el miembro más joven de este grupo está por concretar la iniciativa de su familia y de él mismo, al pasar frente a la AMIA, una terrible explosión lo “revolea por el aire. Todo se vuelve negro –rememora-, el rugido ensordecedor parece indicar que, con la oscuridad de un eclipse gigante, ha llegado el fin del mundo. En ese instante, cien años de vida familiar y comunitaria se atropellan para desfilar ante los ojos desorbitados de mi conciencia en fuga”.
Quien esto dice no da la espalda a las víctimas de tan horrendo atentado, que se suma al de la Embajada de Israel, perpetrado sólo un par de años antes: “Debería correr –agrega-, pero me he impuesto no desviar la mirada”. Así –el joven Mariano Moisés Schvel –quinta generación de aquellos judíos que llegaron en el vapor “Weser” en l899 en busca de paz y prosperidad-, a caballo y vestido de gaucho, presencia un espectáculo atroz.
El relato se inicia el 18 de julio de 1994, con el gaucho judío avanzando hacia la calle Tucumán, y se retrotrae hasta el día en que los inmigrantes arriban desde el Hotel de Inmigrantes a la colonia santafesina y comprueban que no tienen alimento ni dónde guarecerse: “Nada hay donde todo debiera estar: ni carpas, ni elementos de labranza, ni semillas. Ni siquiera un hombre del lugar, en representación del propietario, para entregar esas tierras tan laboriosamente adquiridas a través del cónsul comercial argentino en París, que actuaba en nombre del terrateniente”. Unos gauchos les ayudan: “Tiraron unas galletas duras hacia nosotros, les daba lástima. Y los chicos las mordían y no podían romperlas, (...) Bajaron de las carretas, rompieron las galletas contra las ruedas y las mojaron en agua. Así, ablandadas, se transformaron en el maná argentino que nos salvó de perecer de hambre”.
Allí mismo tiene lugar un hecho de sangre –la muerte del primer Schvel que pisó este suelo, asesinado por un gaucho matrero al intentar defender a su mujer embarazada. A partir de este momento, el escritor evoca una centuria relacionando las vidas de los judeoargentinos con los sucesos relevantes del país durante ese período, sucesos en los que se reitera la discriminación y violencia, ya sea en la Semana Trágica, la actuación de la Liga Patriótica, el Proceso o los atentados que mencionamos.
La novela, narrada alternadamente por muchos de los miembros de la familia, aborda temas fundamentales como la religión, la educación y la condición del judío argentino. También se ocupa de aspectos menos importantes, cotidianos –los platos típicos, las rencillas familiares, el barrio en el que viven en armonía los Schvel y muchos otros inmigrantes de diversas nacionalidades. Se configura así un relato que se lee con interés y que hace vibrar tanto con la descripción de episodios felices –el nacimiento de un hijo el mismo día en que surge el Estado de Israel, por ejemplo-, como con la narración de aquellos trances que nunca tendrían que haber formado parte de la historia de nuestra nación. Un relato estremecedor que nos habla del pasado y el presente de una comunidad y de la lucha que no tiene fin.
Completan el volumen un glosario, ilustraciones, fotografías y “El juego de la integración”, creado por el autor a partir de las diferentes posibilidades entre las que tiene que optar un inmigrante en nuestro país.


ESTAMOS AQUI, por Enrique Novick. Colección Poesia. Editorial Mila. Buenos Aires, 2001. 92 paginas. 

El autor es poeta, cuentista, dramaturgo y ensayista. Obtuvo uno de los primeros premios en un Certamen Teatral, organizado por la Red Nacional de Radiodifusión conjuntamente con Radio Nacional. Uno de sus cuentos fue distinguido por Radio Nacional y posteriormente leido en un Congreso por la paz organizado por la UNESCO, que tuvo lugar en Tokio, Japon. Estrenó ocho piezas teatrales, y repuso dos, por Radio Nacional y en el Centro Cultural General San Martin, Recoleta, El Vitral y Sociedad Hebraica Argentina. Una de ellas con el auspicio de la Secretaria de Cultura de la Nacion. Es colaborador del diario La Prensa y del semanario Mundo lsraelita, ambos porteños, del Semanario Hebreo de Montevideo, Uruguay, y del semanario Aurora de Tel Aviv, Israel.
Este poemario reune muchos textos ya publicados y otros ineditos, permitiendo asi a quienes no tienen acceso a los medios mencionados, conocer la obra de un escritor que se destaca en el ambito de la creación literaria actual.
Novick trata temas desgarradores que, en muchas oportunidades, tienen que ver con el destino aciago que ha tocado en suerte a su colectividad. Las humillaciones que describe en estas paginas van desde las mas atroces, como los campos de exterminio, hasta las cotidianas, como la actitud de un medico que se muestra despectivo o la de un cantante de rock que considera que los judios no pueden entonar el Himno argentino. Esas situaciones de desamparo, de indefension, son denunciadas acusando tanto a quienes las infringen cuanto a quienes las permiten con su silencio.
Los poemas surgen de noticias leidas en los diarios, o de citas de salmos y literarias. Entre los primeros, encontramos «Auschwitz Music Hall», en el que se remite a una noticia que anuncia que en dicho lugar podrian construir un salon de baile; al respecto, canta el poeta: «En Auschwitz/ se pretende/ como antaño,/ asesinar/ la memoria./ Volverlo a hacer/ con nuestros muertos./ Robarles otra vez/ lo que les resta:/ su porcion de historia».
De los que tienen como punto de partida una cita literaria, preferimos «Apostilla sobre un informe», referido a Ernesto Sabato, en el que narra que el escritor le envia: «un sobre en blanco/ luciendo/ cual descarnado/ hueso; vacio/ de toda vaciedad/ en manos/ de un cartero ciego», y el tristisimo canto al hijo muerto, en el que se lamenta: «En mi pecho/ su herida/ sangra todavia/ y se yergue/ sobre él como una flor/ insomne/ cada aurora».
Estos son sólo algunos de los versos en los que -al decir de Antonio Requeni- hay "una secreta alianza de sobriedad y ternura; de desnudez y fervor...".

PEREGRINACION ENTRE PATRIAS, de Hilel Resnizky. Editorial Mila. Coleccion Imaginaria. Buenos Aires, 2001. 

Hilel Resnizky nació en 1932. Vivió su primera infancia en Galarza, al sur de Entre Ríos. La familia se trasladó luego a Santa Fe y en 1946 a la Capital Federal. En su adolescencia se integra a lo que se transformo despues en el movimiento pionero Hejalutz Lamerjav. En 1956 viajo a Israel y se integra al kibutz Neot Mordejai, en la Galilea superior, donde hasta hoy reside. Estudió en el seminario de Maestros y en la Universidad de Haifa. Se doctoró en Filosofla en la Universidad de Bar Ilán. La tesis consistio en
un estudio comparativo de las obras metarrealistas de Agnon, Yehoshua y Borges.
La mayor parte de su vida activa enseñó, en los niveles primario, secundario y universitario.
De esta importante formación profesional, y de la experiencia vital que supo canalizar, surgen los cuentos que comentamos, escritos con talento y sentida emoción, en los que se advierten -al decir del prologuista, Moshe Korin- visos autobiograficos: «acaso, si se me perdona la hiperbole, todo relato no pueda sino ser autobiográfico, si entendemos como autobiográfica esa dimension de la narrativa que se imprime y se conforma, inevitablemente, con la experiencia vital de un autor».
El libro - dedicado a la memoria de sus padres y su hermano, «como homenaje a la juderia argentina, que supo unir valores»- se divide en tres partes. Cada una de ellas muestra «caracteristicas distintas que van de un realismo sentimental a un surrealismo -o metarrealismo- de mirada alerta».
«Argentino y Judio a mucha honra pretende presentar esbozos, aunque sean aislados, de la epopeya de la colonización judia en Argentina». Aparecen. entonces los gauchos judios, los conservadores y radicales, la discriminación, el tesón, la victoria y la desazón que caracterizaron a toda una epoca.
«Vieja Patria y Hombres Nuevos es tambien realista, pero por ser mas cercana en el tiempo y el lugar a los hechos que describe es tal vez menos piadosa, como una fotografía tomada de cerca, que no escatima el detalle de las arrugas».
Algunos descendientes de los colonos, perseguidos y torturados por motivos racistas o ideológicos, viajan a Israel, y encuentran allí salvacion, aunque la convivencia no es del todo sencilla.
«Un Poco mas Aca del Mas Allá es abiertamente surrealista» y trata cuestiones inherentes al ser humano en general, ubicadas en escenarios muy distintos de aquellos en los que transcurria la acción de las narraciones anteriores, y utilizando recursos relacionados con lo onirico y lo fantastico.
La llegada a la Argentina, huyendo de una tierra inhospita; la partida a Israel, en amargas condiciones, y algunos relatos en los que se indaga otra realidad, son la esencia de este volumen, interesante tanto para judios como para gentiles.

LA ULTIMA PROFECIA Y OTROS TEXTOS Del «Sholem Aleijem» argentino al Premio Presidente de Israel por su obra en hebreo, por Samuel Pecar. Seleccion y prologo de Ricardo Feierstein. Buenos Aires, Mila, 2001. 

«Si Jevel Katz fue el 'Gardel judio', segun coinciden los cultores de la musica popular, Samuel Pecar es el 'Sholem Aleijem argentino'» afirma Feierstein en el prologo, que lleva por titulo «Samuel Pecar: ejemplo de sintesis literaria, humana y judeoargentina».
Acerca de la obra del entrerriano nacido en 1922, dice el editor: «El humor piadoso y a la vez vitriolico que se desprende de sus volumenes sobre el transcurrir de la vida en su colectividad constituye la descripción más hilarante y enternecedora que se haya escrito sobre los avatares de nuestro ischuv. Allí pueden rastrearse formas de ser, comportamientos, tics, manias y, grandezas de esa generacion de inmigrantes e hijos de inmigrantes que desarrollaron el momento de mayor esplendor (red educativa e institucional) de la historia comunitaria reciente, cuyas perdidas no terminamos de lamentar» .
La trayectoria, que se inicia con su nacimiento en Colonia López y que culmina en el “Premio del Presidente de Israel a la Literatura Traducida” y el «Premio Gerchunoff» de la Asociación de Amistad Argentina-Israel -recibidos por su viuda pocos meses después del fallecimiento del escritor- es detallada minuciosamente por Miryam Gover de Nasatsky, autora del cuadro bio-bibliográfico incluido en el volumen, que puede ser ampliado con la lectura de Escritores Judeo-Argentinos. Bibliografía 1900-1987 (Milá, 1994), escrito por la biógrafa en colaboración con Ana Weinstein. En este cuadro se menciona, entre otras funciones, a Pecar como presidente de la Asociación Israelí de Escritores en Lengua Castellana (AIELC), desde que la fundara, en 1985, hasta el 2000.
Adela Pecar participó en el libro con una semblanza de su marido, en la que señala que dicha asociación «agrupa a escritores que como él, no pueden ni podrán nunca usar el hebreo como lengua literaria, y exigen el derecho de poder ser escritores israelíes, decir lo que sienten, en su lengua materna, el castellano».
Leonardo Senkman destaca este aspecto del legado de Pecar: «Samuel nos dejó para siempre cuando pudo cumplir uno de sus más fervientes deseos: que el idioma español fuese reconocido como legitima lengua de creación de los escritores iberoamericanos en Israel. Ningun escritor inmigrante trabajó tan incansablemente para fundar, y luego desarrollar con pasión, la Asociación Israeli de Escritores en Lengua Castellana (AIELC),que presidió hasta el ultimo momento de su vida, logrando el respeto y reconocimiento de la Federación de Asociaciones de Escritores Israelies en todas las otras lenguas».
En su sagaz descripcion del alma humana, Pecar trata, entre otros, un tema que hasta ahora no habíamos encontrado: la posibilidad de emigrar a Israel y los primeros tiempos de los argentinos que allí se establecen, con la urgencia de aprender un idioma y, al mismo tiempo, adaptarse a una forma diferente de entender la vida, evidenciada, por ejemplo, en la falta de rodeos al hablar.
En «Hamlet en el gueto» evoca los años que pasan mientras el padre de familia medita acerca del traslado. El narrador expone la situacion del protagonista:«Máximo Jirik no se dirige a Israel para hacer negocios. Maximo Jirik es un idealista, señor. Si él ha resuelto dejar la Argentina, donde siempre vivió bien, ¡más que bien!, no será el por el sucio afan de apilar dinero en otro pais, enclavado, para colmo, en la barriga de Asia, y cercado de enemigos con el alfanje, entre los dientes. No; a Maximo Jirik no le interesan los business. Israel lo atrae con la magia de sus multiples lazos historicos, sentimentales, teluricos...». Al finalizar el cuento, el protagonista aún sigue evaluando las ventajas y desventajas, mientras su familia sufre las consecuencias.
La edad distinta, volumen publicado en 1979, incluye las cartas que Shaul le envia a Arón, en las que le relata sus peripecias en el pais que ha elegido para establecerse. Estas peripecias tienen que ver, sobre todo, con el idioma, como aquella vez en que el autor de la carta le pide al hijo: «Dani, coloca los cadaveres sobre la cama, uno encima del otro, por favor», confundiendo «camisetas» con «cadaveres», palabras que en hebreo se diferencian sólo por una letra. Los que sí se adaptaron rapidamente fueron los hijos. Shaul reflexiona: «Viven en Israel hace apenas dos años, y ya se comportan como si hubieran nacido en este pais. ¡Con cuanta rapidez se han adueñado del pasado! ¡Con qué fuerza se han plegado a cada uno de los rasgos del pais! ¿Cuando aprendieron todo esto?» Viéndolos, el padre hace una apreciación sobre la nueva tierra: «¡Que extraño es este pais! Es aspero y duro, pero al mismo tiempo se acurruca dentro de uno, pidiendo que lo amen. ¡Y qué delicioso es sentir ese amor por él! Es curioso. No lo quiero como a la tierra en la que uno vive o en cuyo seno se nace. No; quiero a este paisito como a un hijo, y a veces percibo que despierta en mí la misma ternura dolorosa que sólo conoce un padre».
La decisión de emigrar o no de la Argentina, la opción entre el kibutz y la ciudad, con todo lo que estos dilemas conllevan, es ya literatura, como lo fueron anteriormente los avatares de quienes llegaron a nuestro pais hace mas de un siglo, en busca de un futuro mejor.

REFRANES Y EXPRESIONES SEFARADiES DE LA TRADICION JUDEO ESPAñOLA DE ESMIRNA, por Luis Leon. Editorial Milá. Coleccion Escrituras. BuenosAires,2001. 95 páiginas. 

Luis Norberto Leon nació en Buenos Aires. Es arquitecto por la Universidad Nacional de esta ciudad, donde actualmente es profesor de Morfologia. «Desarrolla la actividad profesional en su estudio particular. Hace algunos anos, encaró por primera vez la aventura de escribir. A poco de terminar sus primeros cuentos Ie asaltó la idea de recopilar las experiencias familiares atesoradas desde su infancia en idioma sefaradi. Decidió entonces formar un taller de investigación donde recopila toda clase de material sobre el tema. Objetos, musica, fotografías, cartas, son parte de los documentos que Ie ayudaron a completar el presente libro. Actualmente esta escribiendo una novela, donde incorpora eI tema de la inmigracion sefaradi en la trama de la ciudad y sus barrios». Es autor de la novela EI profesor de Arqueometro, que recibio una mencion en el concurso de Acervo Editores en 1999.
El autor dedica este libro a su madre, de quien recibió el mayor aporte para escribirlo. En la Introducción comenta: «El orlgen sefaradi de ambas ramas de mi familia hizo que en mi infancia escuchara a los abuelos dirigirse a mis padres hablando en djudesmo. (...) Por eso creo a veces que al rememorar parte de mi infancia lo hago en ladino». En la contra tapa del libro se explica: «El djudesmo o judeo-español es la lengua que hablaban los judios espanoles expulsados en 1492 de la peninsula iberica. (...) A traves de las migraciones sufridas luego de la expulsión, el idioma recibió el aporte de otras lenguas como e! francés, el italiano y el turco». Estos conceptos son ampliados por León en las interesantes páginas que preceden a los refranes.
Acerca del contenido del volumen, leemos: «En este trabajo se compiIan una serie de refranes y expresiones cotidianas que la comunidad sefaradi de Esmima trajo consigo al Rio de la Plata. Cada refran !leva su traduccion al español y una explicacion del sentido de uso, haciendo de este libro un material interesante y ameno aun para el lector no especializado».
El volumen incluye muchos refranes que usamos habitualmenle. Por ejemplo, «Aqueas aguas, truyeron estos lodos», «Cria cuervos para que te quiten los oyos», «EI comer y el arrascar, todo es ampezar», y la narración que, con algunas variantes, repetia mi abuela gallega - la del niño que fabricaba un cuenco para cuando encerrara a su padre en el altillo, como el padre hacia con su abuelo-, la que da origen al refrán «Cuando el padre da ... rie el padre y rie el hiyo. Mas cuando el hiyo da, iora el padre e iora el hiyo”.

STEFANO, por María Teresa Andruetto. Ilustraciones: Daniel Roldán. Buenos Aires, Sudamericana, 2004. (La pluma del gato). 

En varios de sus libros aparece el tema de la inmigración, que ella conoce bien de cerca, ya que algunos de sus familiares son inmigrantes: "Soy hija de un partisano que llegó desde el norte de Italia a la Argentina, en 1948, y por una sucesión de circunstancias más o menos azarosas, se instaló en un pueblo de la pampa húmeda, donde nací, y ahí vivió toda su vida. También mi mamá es hija de inmigrantes italianos que llegaron al país hacia finales del mil ochocientos. El agradecimiento a la tierra de llegada que le había permitido trabajar y formar una familia, fue la otra cara de la tristeza que le causaba a mi padre el desarraigo. A poco de venir, murió su madre y luego otros y otros, hasta que cada vez se hizo más fuerte la idea de ya no regresar".
En Stéfano, novela juvenil que dedica a su padre, relata la vida de un inmigrante italiano que llega a nuestro país con su bagaje de ilusiones y recuerdos. "Aunque Stéfano no relata la vida de mi padre, hay muchas cosas de él en el libro, cosas desperdigadas aquí y allá, sobre todo pequeñas anécdotas y rasgos familiares, como el mandolín que toca el viejo Moretti, o el hambre cuyo fantasma acosó a los inmigrantes para siempre, o las comidas que se comían en casa, o las canciones que cantaban en el puerto, o el nombre de ciertos pueblos por donde sé que él pasó, o el título mismo del libro que replica su nombre".
En tiempos de guerra, en Italia, la pobreza llega a extremos patéticos. Stéfano se despide de su madre, viuda y sin más hijos, quien no quiso acompañarlo en la aventura en el nuevo mundo. La partida es desgarradora para ambos, no obstante haber sido anunciada con años de anticipación por el muchacho. Luego vendría la travesía en el Syrio, el naufragio. Llegan los sobrevivientes. Stéfano se hospeda en el Hotel de Inmigrantes, desde donde el muchacho y su amigo se trasladan al campo del tío de este último. En ese campo, Stéfano comprende que, por mucho que se esfuerce, nunca tendrá un puesto similar al de su compañero de viaje. Se inicia en la música y se integra a un circo, hasta que finalmente se establece, forma pareja, y la vida le regala la felicidad de un hijo.
Este es –muy resumido- el argumento de la historia que está destinada a lectores adolescentes, pero que puede ser leída con sumo interés por los adultos. Tanto unos como otros encontrarán en ella ecos de lo que les han relatado sus mayores, atisbos de la misma esperanza y el mismo dolor, narrados con maestría por una escritora que sabe hacernos vibrar con su pluma y que presenta interesantes recursos estilísticos, como el manejo del tiempo y el cambio de registro en la narración.
La novela –que obtuvo numerosas distinciones y fue traducida al alemán y al gallego- es ideal para que los jóvenes de hoy, bisnietos de quienes vinieron a "hacer la América" sepan cuánto debieron abandonar sus mayores y cuánto encontraron aquí. "Si un libro es un modo de conocer –afirma Andruetto-, una manera de penetrar en el mundo y buscar el sitio que nos corresponde en él, Stéfano me permitió recuperar la sensación de hambre, desarraigo, extrañamiento, de hombre y mujeres que, tal como los que hoy se marchan, ayer llegaban buscando una vida mejor".

UN BANDONEON VIVO, por Oche Califa. Ilustraciones: O’Kif. Buenos Aires, Sudamericana. 2002. 

El volumen que nos ocupa está destinado a lectores a partir de los once años. En él se incluyen dos relatos que tienen como escenario la Argentina de los años 40. Afirma Califa: “tanto los sucesos como los protagonistas han sido inventados. Sin embargo, hay una parte de verdad en ellas, debido a que el ambiente, las costumbres y las formas de pensar, hablar y actuar de los personajes se ajustan a la realidad de esos años. Doy fe de ello porque el pasado inmediato sobrevive en el presente, y yo siempre le he prestado atención”.
El primero de los relatos, “Historia con tango y misterio”, surgió a partir de una inquietud del ilustrador, que un día se encontró dibujando el patio de la casa de su abuela, en Rosario: eso le trajo “bellísimos recuerdos y cierta nostalgia”. Entonces le dijo a su amigo Oche Califa que escribiera un cuento con tango, y así fue creado “Un bandoneón vivo”, la historia de un chico que escucha a un hombre tocar ese instrumento en el fondo de su casa, y comienza a imitarlo utilizando un cajón de manzanas. El vecino, al irse de viaje, le facilita el bandoneón por unos días, y el niño advierte, estupefacto, que del bandoneón brotan viejas historias que se habían olvidado o se deseaba ocultar.



... MIENTRAS LOS VIOLINES TOCABAN CSARDAS Un viaje a Hungría, por José Martín Weisz. Buenos Aires, Editorial Milá, 2002.. 79 pp. (Imaginaria) 

El volumen que nos ocupa relata la historia de un viaje que el narrador realizó con su padre, en 1992. El padre del narrador, de ochenta y cuatro años cuando inicia la travesía, había emigrado en 1940 de Hungría, perseguido por su condición de judío. Dicha persecución se patentizó, en un primer momento, en la decisión del gobierno de dejarlo sin trabajo, a él y a tantos otros judíos que –a criterio del régimen imperante- sólo merecían integrar las empresas de su tierra en un uno por ciento. Con documento falso, sale de Europa y se dirige hacia América: “consiguió un pasaporte falso a nombre de Alejandro Gross con una expresa mención del obispo de la zona que la religión profesada por el portador era la católica”. Logra llegar a Italia, donde “en una desesperada búsqueda de algún medio para salir de Europa, consiguió finalmente una visa para Ecuador y un lugar en el Augustus que salía a la madrugada siguiente con ese destino. El lugar en ese barco le costó una buena parte de su dinero ya que, aún siendo reconocido como católico, no querían embarcar ciudadanos de países de Europa Central, por poner a la misma compañía marítima en actitud sospechosa”.
Inicialmente recalará en Ecuador, pero luego se establecerá en la Argentina, teniendo como destino, a lo largo de esos cincuenta y dos años, las ciudades de Córdoba, Rosario, Bahía Blanca y Buenos Aires. En esas localidades rehace su vida, se casa con una húngara judía y logra un bienestar que antes le había sido negado. El dolor por el pasado se evidencia en la decisión de la pareja de no transmitir su idioma a los hijos, y en la convicción del emigrante de no regresar nunca al país que desprecia, ya que –a su entender- “no había dudado en apoyar al invasor nazi” y “había colaborado para mandar tantos judíos a la muerte”. A pesar de estas razones, el hijo lo convence, utilizando como argumento que reclamarían las propiedades familiares.
Eligiendo la tercera persona para un relato evidentemente autobiográfico, el autor nos guía a través del tiempo, desde la juventud del anciano hasta el momento de su deceso, a poco de retornar de su tierra. Transmite las vivencias de ambos al enfrentarse con una Hungría en la que nada queda ya de un pasado añorado, en la que los habitantes actuales, salvo contadas excepciones, se niegan atemorizados a referirse a los judíos y su historia. No faltan en este penoso pero insoslayable regreso las situaciones dramáticas, como la que tuvo como protagonista a una prima del anciano, quien le reprochó duramente que se hubiera marchado y que hubiera abandonado a su madre, desconociendo, seguramente, que la madre del anciano nunca quiso dejar su país, no obstante la insistencia del emigrante.
La obra de Weisz, más cercana a las memorias que a la ficción, nos permite conocer una historia de vida similar a la de tantos otros judíos, que ha tenido quien la escriba, y una editorial que se interesó en tan valioso testimonio.

MAMA, por Jorge Fernández Díaz. Buenos Aires, Sudamericana, 2002. 

La vida de su madre es el tema que Jorge Fernández Díaz eligió para su libro. Mamá. La asturiana Carmen Díaz, nacida en 1932, a los quince años viaja hacia América. La pasó mal en el viaje. Aquí la esperaban sus tíos, con los que vivió haciendo las veces de hija adoptiva y criada. Sus tíos “importaron a una hija de España porque el médico que operó a Consuelo de un fibroma tuvo al final que extirparle los ovarios. (...) Pedía una niña, y prometía cuidarla y educarla hasta que mi abuela pudiera viajar”.
La narración, estructurada en capítulos con nombres de los personajes, surge del reportaje que Jorge Fernández Díaz, en ese entonces director de la revista Noticias, efectuó a su madre durante más de cincuenta horas; “Comencé a garabatear frases e ideas sobre su azarosa biografía en un cuaderno Rivadavia de tapa dura cuando me contó que hacía lagrimear a su psiquiatra”, escribe el hijo.
Ese dolor de la inmigrante, y su fe en el futuro, que la hizo salir adelante en un mundo en el que poco apoyo tenía, son homenajeados por Fernández Díaz en una obra que nos hace sentir admiración por esta mujer que logró tanto contando sólo con su tenacidad.
En 2006, el libro ya lleva diez ediciones en la Argentina y cuatro en España.

ESCRITURA JOVEN III Concurso Literario para Jovenes «Clara Kliksberg». Buenos Aires, Mila, 2002. 

EI volumen reune los textos premiados en el certamen convocado por la Secretaria de Cultura de la AMIA, «dedicado a vivencias y aspectos de la vida judía a traves del cuento, el ensayo y la poesia». Integraron el jurado que otorgó las distinciones Marcos Aguinis, Jaime Barylko, Ricardo Feierstein, Manuel Tenembaum, Sofia Guterman y Mario Ber.
El Primer Premio fue para Yael Natalia Tejero Yosovitch, de dieciseis años, que participó con un esplendido relato sobre la inmigración judia que se establece final mente en Entre Rios y Córdoba. Dice la joven autora: «Nací en Buenos Aires, una gran ciudad que alberga a tantas almas diferentes como se extienden por los aires».
EI Segundo, fue para Maximo Yolis, quien a los veintidos años escribió un interesante ensayo al que tituló “Una visión del klezmer en Buenos Aires, o impresiones sobre Lerner-Moguilevsky”, en el que afirma:«EI klezmer, en si mismo y desde su nacimiento, fue un genero musical profano, popular e instrumental -instrumental, ademas, cuando estaba prohibida la ejecucion de musica en senal de duelo por la destrucción del Templo».
EI ganador del Tercer Premio es Jonatan Gaston Nakache, de veinte años, quien en su relato «El encuentro», nos presenta una vision del Buenos Aires de la decada del 20, y del caotico mundo en el que este se inserta. «Egipto a Alemania» se titula el cuento ganador del Cuarto Premio, escrito por Dario Ariel Levin, tambien de veinte años, en eI que narra la historia de un sacerdote frances que, por proteger a niños judios, se volvio un martir.
EI Quinto Premio fue otorgado a Chantal Paula Rosegurt, de dieciseis años por su cuenta «Ser, o no ser», al que encabeza un parrafo tomado del Informe para una academia, de Kafka.
Acompañan a estos cinco trabajos, los nueve que merecieron menciones. Al finalizar la lectura de unos y de otros, nos decimos que los autores tienen muchos méritos, como ya lo advirtió el relevante jurado que los premió. Demuestran gran interes por la cultura; evidencian, asimismo, un encomiable manejo del lenguaje, que no se logra de un dia para otro, sino que es fruto de la vocacion y del denodado ejercicio. Los vemos tambien como investigadores que rastrean en la historia aquello que les pertenece a nivel familiar o nacional, y como espiritus que encuentran en la etica aquello que los engrandece como seres humanos.
Y si el talento de estos adolescentes merece ser destacado, lo merece también la generosidad de quienes les permiten -enseñándoles o premiándolos- acceder activamente al mundo de la cultura, que tanto los necesita.

BENJAMINO, por María Teresa Andruetto. Buenos Aires, Sudamericana, 2003. (Pan Flauta) 

Destinado a pequeños lectores, el volumen los pondrá en contacto con tradiciones de otra tierra que han llegado a la Argentina, donde esta descendiente de italianos homenajea a sus mayores. Primero fue Stéfano, novela en la que Andruetto evocó a su padre. También cantó a sus ancestros en los libros Kodak y Pavese y otros poemas; ahora, es la abuela gringa la que aparece en las páginas de la escritora.
Del Piamonte vino la abuela de María Teresa Andruetto, quien contaba a sus nietas los relatos reunidos en Benjamino. La autora dedica este libro, en el que reescribe dos cuentos tradicionales, “a la nonna Felicitas”, acerca de quien expresa: “Mi abuela Felicitas, la mamá de mi mamá, fue colchonera, en el tiempo en que los colchones eran de lana, se apelmazaban y debían desarmarse y rehacerse cada tanto. De ella recuerdo casi todo, porque la tuve hasta que fui grande: su casa de Arroyo Cabral, donde nací, el piso fresco de ladrillos de esa casa, las máquinas de tisar lana, sus amigas hablando en una lengua desconocida para mí".

COSAS Y CASOS JUDIOS, por León Poch. Buenos Aires, Milá, 2003. 

“León Poch, nacido en Polonia, llegó a Buenos Aires en 1928, siendo un adolescente de 15 años y al darse a esta tierra, ella le dio –con la revelación de su vitalidad de pueblo joven- todo lo que él necesitaba para la formación de su personalidad. En Buenos Aires estudió; en Buenos Aires optó por la ciudadanía; en Buenos Aires se manifestó su vocación y en Buenos Aires formó su hogar, donde nacieron sus tres hijas, porteñas”.
“Realizó estudios en la Escuela Nacional de Bellas Artes bajo la dirección del Maestro Pío Collivadino; obtuvo el título junto con el primer premio ‘Carlos Ripamonte’. Eligió como medio de vida la actividad publicitaria, alternada luego con el periodismo. La gran oportunidad se la dio don Natalio Botana al incorporarlo al equipo estable de dibujantes del diario ‘Crítica’. En esa misma época nació su vínculo con la revista ‘Patoruzú’, para la que dibujó ininterrumpidamente –desde su aparición hasta el cierre, durante cuarenta y dos años- sus inolvidables ‘Temas porteños’. Colaboró también en muchas otras publicaciones periodísticas”.
“Grandes del teatro –Maurice Schwartz, Joseph Buloff, Ben Ami y otros- montaron sus obras en Buenos Aires y en Nueva York sobre bocetos de escenografías de Poch. Su obra ha trascendido por medio de muestras individuales y colectivas; murales y tapices embellecen numerosas instituciones, establecimientos de enseñanza y residencias particulares; sus cuadros forman parte de pinacotecas de Buenos Aires, Nueva York, Jerusalén y Sidney. No hizo envíos a Salones Nacionales, excepto dos únicas veces: al Salón de Santa Fe y al Salón del Fondo Nacional de las Artes, y en ambas oportunidades recibió la más altas distinciones. Se editaron 2 carpetas: ’24 Dibujos.de Israel’ y ‘Judíos de mi infancia’ con 32 dibujos y glosas del poeta y escritor Simja Sneh”.
“Sus ojos de 90 años aún siguen descubriendo nuevas formas, colores, luces y sombras en un mundo cambiante que sin embargo no le es ajeno porque siempre ha mantenido joven la mirada” (3).
El 27 de julio de 2003, en el marco del Segundo Encuentro Internacional “Recreando la Cultura Judía. Literatura y Artes Plásticas”, se presentó en la AMIA Cosas y casos judíos. Finalizada la proyección de un video emitido días antes por ATC, Guillermo Roux, Sergio Langer, Moishe Korin y el nieto de Poch se refirieron al autor, que se encontraba allí.
En este libro, escribe el autor: “La vida de un pueblo no se teje sólo con grandes acontecimientos: en el complejo entramado de su historia y de su cultura, numerosos personajes (famosos o no) y hechos poco conocidos dibujan perfiles, matices y densidades sorprendentes. El pueblo judío, tanto durante su existencia como nación independiente como en los largos años que ha debida actuar dentro de otras culturas, ha sobresalido por sus valiosos aportes sin perder los rasgos que lo diferencian de los otros pueblos. Todos y cada uno de los judíos han sido y somos artífices de esta titánica tarea. Con amor al pueblo judío –sin pretensiones de realizar una obra literaria o histórica- me dediqué a recuperar de la oscuridad algunos de aquellos personajes y hechos poco conocidos pero interesantes, que permiten iluminar un poco más la importancia de estas contribuciones judías a la cultura, ciencia y las artes de la humanidad. Lo hice en mi lenguaje, el dibujo; con textos breves y directos, despojados de adornos pero elocuentes como los hechos mismos. Espero lograr transmitir a los lectores el amor y el orgullo que siento por el rico quehacer de mi pueblo, sobre todo a los jóvenes, porque ellos han de continuarlo” (4).
Para lograr su objetivo se vale de dibujos y textos, sustentados en una importante bibliografía integrada no sólo por libros sino además por publicaciones en varios idiomas. A partir de este material, fue ideando imágenes y explicaciones acerca de hechos y personalidades fundamentales, y de curiosidades de la cultura judía. Por ejemplo, explica por qué el Moisés de Miguel Angel tiene cuernos, de dónde proviene el apellido Rothschild, quién fue Theodor Herzl, quién fue la primera víctima judía del Santo Oficio en tierra americana, por qué se usa cinta roja en la muñeca, entre otros temas.
La claridad y belleza de los dibujos y la concisión de los textos que los acompañan hacen de este libro una obra interesante para chicos y grandes, para los judíos y quienes no lo somos, ya que informa acerca de cuestiones que trascienden una colectividad y se vuelven de importancia para todos, sin distinción de credo.

DE SILENCIOS Y CANTOS, por Enrique Novick. Buenos Aires, Editorial Milá, 2003. (Poesía)

En este volumen, dedicado a la memoria de Jaime Barylko, el poeta reúne textos inéditos y otros publicados en La Prensa, Mundo Israelita, el Semanario Hebreo de Montevideo y las Gacetillas Culturales de Jerusalem.
La poesia de Enrique Novick nos pone en contacto con un espiritu que ha logrado vincular la forma lirica con el planteo de las mas actuales y dolorosas realidades a las que se enfrenta el ser humano. Es esto lo que llama poderosamente la atención en el libro: su lenguaje despojado e intenso se muestra apto para cantar las circunstancias que agobian a la tierra de sus mayores -»No dejaremos/ de creer/ por un instante/ en que la paz/ sea posible/ todavia»- ,la discriminación que, aún hoy, viven los judios en la Argentina y el mundo -»Algunos suponen/ que es/ mas dificil/ y azaroso/dirigir/ de fútbol/ un partido, que crear/ un Estado/ de la nada/ por ejemplo;/ armar en el desierto/ una epopeya;/ desangrarse/ a fin/ de sostenerlo/ sin desmayo».
Vincula su lirica, asimismo, a los maestros de la literatura universal: Homero y Esquilo, Shakespeare y Flaubert, entre otros, motivan poemas en los que se advierte que la lectura ha sido tan profunda que se ha vuelto vivencia. Acerca del acto mismo de leer, escribe «Una voz antigua y suave», en el que expresa: «Mi libro/ es informal;/extrovertido/ a ultranza/ y sin remedio./ Se deshace/ en imágenes/ que él mismo/ reconstruye/ con fruición/ a diario» .
Por ultimo, la Poesia permite a Novick forjar diálogos entre personajes -Ramses y el Rabi, Borges y Shoshani, Sara y Agar, Hamlet y Freud, Adonái y Job, Noe y el meteorólogo, dos cariátides- y un «Diálogo conmigo mismo», en el que hace un balance de su vida. Este ultimo poema finaliza con certeras palabras: «-Mi voz interior/ se extinguió/ sin emitir/ juicio alguno,/ el menor ruido./ Somos/ desde entonces,/ una conciencia sola/ un solo amigo».
En el «Proemio», Jose Luis Najenson destaca la valía del poemario: «Armado caballero con sus letras y palabras, Novick entra en ese ‘jardin o huerto cerrado', no como un cabalista 'cabal' -valga la sabia redundancia que permite el español- sino como un poeta, condición que virtualmente compartian todos los mecubalim, o cabalistas, y que es sin duda la llave de Borges para penetrar en él: 'Los poetas son los espias de Dios', como decia, creo Novalis. Esta salvación por la poesia, que a la postre redime a todo buen poeta, es otra clave de su identidad. Y sin pudor ni hesitación, el autor de este libro perdurable podría repetir con el Quijote: 'Yo se quien soy'».


CUENTOS DE MARAVILLAS, por Graciela Montes. Ilustraciones: Alberto Pez. Buenos Aires, Primera Sudamericana, 2004. 64 páginas. (Cuentamérica). 

En la obra que comentamos, dedicada a la memoria de Boris Spivacow y destinada a lectores a partir de los nueve años, la escritora reúne cinco cuentos que algunos de esos inmigrantes trajeron de sus tierras natales, cuentos que fueron modificados en nuestro país, ya que en ellos entraron elementos de la tierra de adopción, como ciertos paisajes, alimentos o modismos.
Son estos textos los titulados "El pozo de la alegría", que "pertenece a la familia de los cuentos en los que el héroe tiene que buscar un tesoro en el infierno"; "Los siete pares de zapatos rotos", que se cuenta tanto en Chile como en la Argentina; "El viborón del río", "otra manera de contar La Bella y la Bestia"; "La ranita encantada", "un cuento muy famoso, tanto en Europa como en América", y "La muchacha de la estrella", que "está emparentado –y mucho- con el cuento de la Cenicienta".
Acerca de la procedencia de los mismos, señala: "Para todas estas narraciones he consultado el libro de Berta Vidal de Battini, Cuentos y leyendas populares de la Argentina, editado en Buenos Aires por Ediciones Culturales Argentinas. La autora, a su vez, recopiló, ordenó y comentó las decenas de miles de versiones que fueron recogiendo, de la boca misma de los narradores orales, los maestros de todo el país". Pero además, Montes ha contado con el aporte de un puntano y una neuquina, que le relataron dos de los cuentos.
"Los cuentos de maravillas se parecen a los sueños –escribe Montes-. Son exagerados y un poco extraños. En los cuentos de maravillas suele haber monstruos, enanos, viajes imposibles, personas que se transforman en animales, animales que se transforman en personas, tesoros, talismanes y puertas a otros mundos. Y en el medio de todo eso, el héroe, la heroína. Los cuentos de este libro vinieron desde Europa en el morral de un viajero. Pero parece que al llegar se encariñaron con el país. Entonces se calzaron las alpargatas, se metieron en el fogón de los peones y, abracadabra, ¡se volvieron criollos!"

ROSTROS DE UNA IDENTIDAD. Relatos premiados del Concurso Internacional de Cuentos de Temática Judía, por Luis León et al. Buenos Aires, Editorial Milá, 2004. 96 pp. (Imaginaria). 

Un certamen dio origen a este libro: "El Departamento de Cultura de la AMIA y la Editorial Milá convocaron, hacia mediados de 2002, un Concurso Internacional de Cuentos con Temática Judía. La respuesta –como siempre, mayor que las expectativas- fue un numeroso conjunto de textos, que superaron largamente el centenar. La labor de los jurados resultó muy trabajosa, pero el libro que hoy presentamos –que contiene los premios y las menciones de honor- resulta una admirable y equilibrada mirada a las distintas facetas de la identidad judía actual".
Los temas abordados son diversos: "Desde el humilde inmigrante sefaradí, que busca con datos soñados un tesoro que tiene mucho más cerca, hasta las obsesiones cabalísticas de un ciudadano de la gran urbe, pasando por situaciones regocijantes y reveladoras: el cumpleaños de un niño en el country, la improbable biografía del único corredor israelí de ‘Fórmula 1’ (religioso, para más datos), el amor a los libros que reúne a un bibliotecario y a su compañero de viaje en tranvía, la difícil identidad de una niña hija de matrimonios mixtos e historias tenebrosas y la presencia, como geografías cruzadas, de las calles de Jerusalén y de Buenos Aires uniéndose en los recuerdos".
En "Una apuesta al futuro", prólogo del libro, Silvia Plager destaca: "Aunque la temática era judía, AMIA no limitó el concurso a gente de la colectividad (entre los premiados y mencionados figuran no judíos). Esa visión pluralista también define un proyecto cultural abierto, que debemos alentar con nuestro apoyo. Recuerdo que muchos años atrás, el primer premio lo obtuvo una escritora católica y ahora también lo es quien recibe el segundo. Esa amplitud de criterio se ve reflejada en la forma en que cada autor tomó el tema".
Los autores de los textos son Luis N. León (Primer Premio), Martine Tallier (Segundo Premio), Daniela Roitstein (Tercer Premio), Gustavo Dejtiar, Paula Margules, Leonel Giacometto, Raquel Rosenbaum de Tenembaum y Alfredo Daniel (Menciones de Honor). En sus obras se observa cariño y respeto por la idiosincrasia judía, y un elevado manejo de técnica y recursos estilísticos.
Integraron el Jurado Silvia Plager, Diego Paszkowski, Marcelo Birmajer, Ricardo Feierstein y Mario Ber. A estas destacadas personalidades les tocó discernir a cuáles de los cuentos concursantes les corresponderían los premios, y a cuáles, las menciones.
"La continuidad de un pueblo y una tradición se logra con proyectos concretos como el que representa esta obra, una síntesis de tradición y cambio que, además, permite desplegar un gratificante recorrido literario", afirman los responsables de la edición.
Alentar a quienes escriben es otra forma de vencer al olvido.

LAS EDADES/ THE AGES, por Ricardo Feierstein. Traducido del español por Jim Kates y Stephen A. Sadow. Buenos Aires, Milá, 2004. 240 pp. (Poesía). 

"Ricardo Feierstein nació en Buenos Aires y ha ejercido una variedad de oficios: escritor, arquitecto, periodista, crítico de espectáculos. Lleva publicados diversas antologías y algo más de una veintena de libros, entre ellos cinco novelas (la trilogía SINFONIA INOCENTE, 1984, MESTIZO, 1988 y 1994 en castellano y 2000 en inglés; y LA LOGIA DEL UMBRAL, 2001). Todas ellas conforman una saga, de lectura independiente, sobre la condición judía latinoamericana y la historia argentina. También siete colecciones de relatos, entre ellos BAILATE UN TANGO, RICARDO, 1973; LA VIDA NO ES SUEÑO, 1987 y HOMICIDIOS TIMIDOS, 1996. Cuatro volúmenes de poesía y tres libros de ensayos: JUDAISMO 2000, 1998; CONTRAEXILIO Y MESTIZAJE, 1996 y su ya clásica HISTORIA DE LOS JUDIOS ARGENTINOS, 1993 y 1999. Su labor literaria mereció diversos premios (Municipal, Coca-Cola, Faja de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores, Premio Internacional Fernando Jeno de México, entre otros). Ha sido parcialmente traducido al inglés, alemán, francés y hebreo".
El escritor –afirma en la Introducción Stephen Sadow, de la Northeastern University, Boston- "está de acuerdo con la frase de André Malraux, acerca de que toda literatura es autobiografía. No es sorprendente, entonces, que su poesía esté saturada con observaciones sobre su propia vida. Durante treinta y seis años como poeta, ha sondeado dentro de sus momentos más íntimos, a veces mirando hacia atrás en el tiempo, a veces hacia delante, a veces fijando su mirada en el momento. En esta selección, Las Edades/ The Ages, Feierstein ha ordenado sus poemas, no en el orden cronológico de su composición, sino como una serie que sigue y revisita las etapas y temas dominantes de su vida. La antología está ordenada así: Niñez/ Barrio/ Inocencia; Juventud/ Datos personales/ Oficios; Identidad/ Judaísmo; Amor/Familia y, por fin, Madurez/Preguntas Esenciales. (...) A pesar del énfasis en lo autobiográfico, Ricardo Feierstein no es ni narcisista ni modesto. En algunos poemas sí analiza las fuentes de sus propias alegrías y dolores. En cambio, en muchos otros, presenta el contenido de su experiencia como si fuera emblemático de su ‘edad’ ".
Desde el abuelo polaco, que emigra a la Argentina, hasta los nietos del poeta –que hablan, en la nueva tierra, el idish del inmigrante-, todo es lírica en una trayectoria vital que no se limita sólo a la evocación de la existencia de quien escribe estos versos tan surgidos desde adentro. Al doloroso desarraigo de Moishe Búrej, "judío orgulloso y/ polaco de veinte generaciones/ que huyó hacia América, desde esa/ tierra bordada por antisemitas", se contrapone la no menos patética situación de la "generación del desierto", en nombre de cuyos miembros proclama: "Somos los hijos de la guerra mundial/ las toses de Hiroshima, el Holocausto/ y la revolución/ y andamos por el mundo a los empujones/ grandes y alados como ángeles borrachos/ buscando a ciegas una agrietada fumarola/ prometida entre espumas y nigromantes/ y ya inexistente/ sin comprender la tormenta de mástiles que se avecina./ No somos la historia ni el futuro". Tanto uno como otros se verán redimidos en los hijos y los nietos, que son su apuesta al porvenir.
Y como siempre, como en sus novelas y postales, campea en esta obra de Feierstein el recuerdo entrañable de la infancia en el barrio; se evidencia la fidelidad de este hombre reconocido internacionalmente hacia esta Villa Pueyrredón que lo vio nacer, en la que, casualmente, también nací yo, y donde hoy escribo estas líneas.
Algunas de las traducciones en Las Edades( The Ages han aparecido anteriormente en Ricardo Feierstein, We, The Generation in the Wilderness, traducido por Jim Kates y Stephen Sadow (Boston, Ford Brown, 1989), y las revistas literarias Crosscurrents, Stand, Pig bon Review, The Plum Review, International Poetry Review y The Minnesota Review.
Esta publicación cuenta con el auspicio del Departamento de Lenguas Modernas y el Programa de Estudios Judaicos de la Northeastern University, Boston, MA 02115, Estados Unidos/ Department of Modern Languages and Program in Jewish Studies of Northeastern University, Boston, MA, USA; así como de Jaime M. Jacubovich, Elsa y Mauricio Szlufman, de la Argentina.
El diseño de tapa e interior fue realizado por Rubén Longas. Colaboró con los traductores, leyendo el texto en inglés y aportando sugerencias, Lisa Leist Seiden.

LA PASION DE UN VISIONARIO Theodor Herzl, por Miryam E. Gover de Nasatsky. Buenos Aires, Milá, 163 pp. (Imaginaria). 

“En el Centenario del fallecimiento de Teodoro Herzl –afirman Manuel Junowicz, Presidente de OSA, y Benjamín Schneid, Director Ejecutivo de dicha institución-, la Organización Sionista Argentina (OSA) conjuntamente con el Departamento de Cultura de AMIA (Asociación Mutual Israelita Argentina) se enorgullecen de entregar a la comunidad el libro ‘La pasión de un visionario’, de la Prof. Miryam Gover de Nasatsky. (...) Nuestro reconocimiento al entusiasmo y el esfuerzo realizado por la autora para lograr esta novela histórica. El libro nos gustó y esperemos que sirva de material para la comunidad y las nuevas generaciones”.
Como no podía ser de otra manera, de una pluma como la de Miryam Gover -escritora, poeta, investigadora y docente- surge una obra en la que la documentación no conspira contra la literatura, sino que se pone al servicio de ella. En la novela –que se desarrolla en Viena, París, Londres y otras ciudades, entre 1895 y 1897-, el protagonista surge como un ser humano vívido, al que agobian sus premoniciones acerca del futuro de los judíos, pero que también se siente culpable por el descuido en el que, en pos de su ideal, sume a su esposa e hijos. Basado en la historia, es, sin embargo, un personaje literario, al que vemos actuar en su vida cotidiana, y también dirigirse a las mayores personalidades de su tiempo en busca de un apoyo que difícilmente logra.
La escritora lo evoca en cada entrevista realizada en pos de su sueño: una tierra en la que los judíos puedan vivir en paz, donde no sean solamente tolerados. Entre estas entrevistas, me resultó especialmente interesante la que mantiene con el Barón Hirsch, ya que esa conversación alude a la Argentina. Ambos hombres ilustres debaten acerca de la conveniencia de sacar a los judíos de los lugares en los que se los oprime, pero, mientras el Barón está orgulloso de su obra, para Herzl, no es más que beneficencia. Además –opina Herzl-, el Barón logra salvar a unos cuantos judíos, no a todos, objetivo que se lograría si existiera un Estado.
La fundación de Die Welt -el diario en el que Herzl debe firmar con seudónimo-, el Primer Congreso Sionista y la proclamación del Programa de Basilea son hitos fundamentales en la trayectoria de Herzl, que la escritora aborda con solvencia. La evocación de las jornadas relacionadas con este último evento, que tuvo el cierre de una fiesta, nos habla del talento de Gover para retratar personajes y situaciones.
Centrada en el protagonista, y en años decisivos de su vida, la obra evoca asimismo el panorama de lo que sucedía en el arte, la ciencia y la técnica en Europa y en otras latitudes, conformando una cuadro de época amplio y abarcador, que permite comprender aún mejor la gesta del visionario.
“Escrita con pasión y pericia –a criterio de Ricardo Feierstein-, esta recreación histórica no sólo desecha mitos arraigados sobre el nacimiento del sionismo. Constituye, sobre todo, una lectura fascinante de alto valor literario”.
Completan el volumen numerosas fotografías sobre Herzl, su familia y el Monte que lleva su nombre, en Jerusalén.

DE MIEL Y MILAGROS (Evocaciones sefardíes), por Matilde Bensignor. Buenos Aires, Editorial Milá, AMIA, 2004. 

Matilde Bensignor nació en Buenos Aires en el seno de una familia sefardí, pero, desde joven y, sintiéndose muy libre, se interesó por otras culturas. Estudió periodismo y sociología y como buena libriana, ama lo estético y lo bello. Fue redactora creativa y publicitaria, directora de comerciales para televisión, (en su empresa, Centro de Producción Audiovisual), docente, Profesora de la Universidad del Salvador y productora de eventos y exposiciones culturales. En 1986, como Asesora de Comunicación del Centro Cultural Recoleta, incorporó al Centro un espacio abandonado y, después de equiparlo totalmente, lo inauguró con una serie de exposiciones tituladas "Las Nuevas tendencias", que le dieron, también, el nombre a la sala. Un tiempo después, fue bautizada como Sala Cronopios. "Las Nuevas tendencias", una expresión interdisciplinaria que respondía a tendencias socio culturales, presentó la vanguardia del arte, pintura, escultura, instalaciones, fotografía, teatro, danza, música, a cargo de artistas de gran renombre. "Las Nuevas Tendencias II" coincidieron con la Semana de la Crítica y contribuyeron a mostrar el arte de los argentinos a los más prestigiosos críticos del mundo. Entre ellos, Pierre Restany. Creó la agrupación, "Amigos del Centro Cultural Recoleta", hoy, la Fundación. Actualmente, es Asesora de Imagen y Comunicación. Incursionó en el teatro escribiendo, con Ricardo Halac, Judío o inocente; adaptó con Carlos Cutaia, Romeo y Julieta para Opera Rock y produjo la obra 9° B, protagonizada por Lía Jelin. A partir del 90 se vinculó con la Fundación del Hombre, de España y agregó a su vocación artística su compromiso social. Para dicha institución, realizó el "Monumento al No Pabellón", en la Expo ’92 de Sevilla. En 1995, fue nominada por la entidad española para crear la Fundación Americana del Hombre y, desde entonces, realiza acciones en pro de la tolerancia y la solidaridad. Después de residir unos años en Madrid, de vibrar con el lamento del cante jondo, de pasear por las callecitas del barrio sevillano de Santa Cruz, de emocionarse frente a los muros de la Sinagoga del Tránsito, en Toledo, y volver a saborear sus mazapanes, siente aflorar el recuerdo de sus ancestros. De regreso a la Argentina escribe De miel y milagros (Evocaciones Sefardíes) un libro que habla de la familia sefardí y reflexiona sobre los valores que hoy, todavía perduran en nuestra cultura judeo-cristiana". Auspician la edición la Embajada de Israel, la Secretaría de Cultura del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y el Centro de Investigación y Difusión de la Cultura Sefardí.
Escribe Arnoldo Liberman, en el "Prólogo": "Matilde Bensignor nos ayuda a través de este entrañable poema existencial tradicionalista y gastronómico –que en esencia este original libro lo es- a desanudar entuertos y a conocer más en profundidad la enorme riqueza del mundo sefardí. En ella la lengua poética, la narración conmovedora, el recorrido biográfico y autobiográfico son predicados de un sujeto que nos enriquece con su proclama cotidiana y que nos demuestra, de manera palpable, que la lengua de los judíos españoles, esa que habla de miel y milagros, no es hija de una expulsión sino la reconciliación de la diferencia. (... ) Alcanzar al otro es estar diariamente cerca de sí mismo, cerca de ese pequeño fragmento de sí mismo que no miente, es decir, al lado del otro, es decir, aprendiendo a amar. De Miel y Milagros nos ayuda en esta hermosa empresa de hacer de la otredad un amigo cercano, y eso es tan valioso en Madrid como en Buenos Aires. Por eso, gracias Matilde, por este libro pleno de encanto y de noble memoria".
En esta obra, la escritora homenajea a su madre y, con ella, a una tradición de la que es orgullosa heredera. La figura femenina es muy importante en la cultura sefaradí, y en la judía en general, al punto que, cuando Bensignor busca un punto de contacto entre sefaradíes y ashkenazis, ese punto de contacto es la mame, que protege y consuela. Junto a esa madre que debió dejar su tierra, la escritora evoca a sus hermanas y a sus hijas, y destaca la significación que tuvo en su vida cada una de ellas.
A lo largo de estas evocaciones, se refiere a la condición de la mujer en la cultura sefaradí de principios de siglo XX, a sus ocupaciones y su respeto por el rol del marido. A nuestro criterio, no vive esa división de tareas como una discriminación, sino como un orden que contribuye a que la familia permanezca unida y los hijos crezcan felices. Las recetas que intercala frecuentemente, son evidencia de ese saber de las mujeres, que debe ser transmitido a los hijos y a los nietos, en España, en Turquía, o donde quiera que esté el pueblo sefardí. Canciones ladinas –anónimas y del compact Buena Semana, de Dina Rot- y plegarias –propias y tradicionales- incluidas en el volumen, completan este recorrido por un acervo milenario y riquísimo.
Los hombres de la familia también son recordados en estas páginas: el padre, que muere a los cincuenta años, tal como se lo había vaticinado una gitana; el abuelo, cuyos restos descansan en el cementerio de La Habana; los jóvenes, algunos de los cuales cuestionan su vínculo con la religión sefaradí y, en ocasiones, optan por estrechar ese lazo, si sus padres no lo han hecho por ellos. Los capítulos referidos al Brit Milá y el Bar y Bat Mitzvá muestran el deseo de los mayores por iniciar a los pequeños en la religión profesada desde siempre, al tiempo que muestran la reticencia de algunas madres; surgen entonces consideraciones acerca de la libertad para elegir pertenecer a una comunidad.
Las fechas religiosas tienen debida importancia en este libro: Rosh Hashaná, Iom Kipur, Pesaj, y el respeto por el Shabat son temas que Bensignor aborda desde el punto de vista del hondo contenido que tienen para quienes las observan, los preparativos y los manjares que se sirven. Se hace referencia al casamiento entre sefaradíes y ashkenazis, y entre judíos y no judíos, circunstancia que se ve empañada a veces por la intolerancia. Los funerales, en especial el del padre, muestran una faceta de un culto que, gracias a esta obra, podemos conocer con más detalle.
Las persecuciones de que fueron víctima los judíos aparecen en estos recuerdos: la salida de Egipto, la Inquisición, los pogroms y la Shoá, son evocados junto a los atentados a la Embajada de Israel y a la AMIA. La diáspora es otro de los temas que aborda Bensignor: la Argentina, Cuba, Turquía, Israel, son vistos como refugio para estos seres que tienen como destino "cruzar los ríos", aunque episodios luctuosos los agobien también en la nueva tierra.
Afirma Santiago Kovadloff: "La memoria no es memoria cuando se limita a recordar. La memoria es memoria cuando se encarna. La memoria es memoria cuando se responsabiliza por aquello que la sostiene. Este es el libro de una mujer con memoria. El pasado judío del que proviene es goce y es vivencia en la actualidad. Leer estas páginas es asistir a la emoción del reencuentro, a la alegría de contar con un porvenir".
La inclusión de un "Glosario" hace que la lectura de la obra sea accesible a quienes no conocemos la lengua ladina, al tiempo que permite a Bensignor reflejar ese idioma en diálogos y canciones.
El diseño de la portada es obra de Edgardo Giménez; la fotografía, de Gabriel Pérez, y el diseño gráfico, de Rubén Longas.

LAS LIBRES DEL SUR. UNA NOVELA SOBRE VICTORIA OCAMPO, por María Rosa Lojo. Buenos Aires, Sudamericana, 2004. 264 pp. 

María Rosa Lojo nació en Buenos Aires en 1954. Se doctoró en Filosofía y Letras en la Universidad de Buenos Aires y es poeta, narradora y ensayista. Obtuvo, entre otros, el Premio del Fondo Nacional de las Artes en cuento (1985), y en novela (1986), el Primer Premio de Poesía ‘Dr. Alfredo Roggiano’ (1990) y el Primer Premio Municipal de Buenos Aires ‘Eduardo Mallea’, en narrativa (1996). En 1999 se le otorgó el Premio del Instituto Literario y Cultural Hispánico de California, por ‘su valioso aporte a la literatura hispanoamericana’. Además, ganó la Beca de Creación Artística de la Fundación Antorchas para ‘artistas sobresalientes que se hallan en los comienzos de su plenitud creativa’ (1991), y la Beca de Creación Artística del Fondo Nacional de las Artes en 1992. Es colaboradora permanente del suplemento literario de La Nación, de Buenos Aires.
Dos tramas se enlazan en esta novela, en la figura de la inmigrante gallega Carmen Brey Moure, quien a poco de terminar sus estudios universitarios, viaja a la Argentina contratada para servir de intérprete a Rabindranath Tagore, invitado ilustre de Victoria Ocampo. A partir de este hecho, surgirá la narración que tiene como ejes la vida profesional de la joven, y su vida privada. La vida profesional le permite a la gallega ser testigo de la vida cultural de Buenos Aires, en la que se destaca la figura avasallante de Victoria Ocampo, que se vincula con Rabindranath Tagore, Ortega y Gasset, Keyserling, Drieu La Rochelle y Waldo Frank, entre otros. Es este último quien la anima a crear la revista Sur, concebida como una expresión de los americanos, "Una revista imprescindible. Que sea un puente entre las dos Américas. Que revele nuestro destino común, y también nuestras diferencias con respecto a Europa". En los años que transcurren desde la llegada de Brey hasta el final de la obra, la inmigrante se ve rodeada asimismo por escritores argentinos ilustres, a quienes Lojo vuelve personajes de ficción; María Rosa Oliver, Roberto Arlt, Borges y Marechal aparecen en estas páginas, actuando como la escritora, con su profundo conocimiento de estas personalidades, considera que deberían haberlo hecho.
La vida privada tiene como motivo principal la búsqueda del hermano de Carmen, que huyó de Galicia varios años antes, sin dar explicaciones acerca de su repentino proceder. Acompañan a la joven en su investigación Borges y Marechal, a lo largo de un periplo en el que Carmen conoce a una niña, María Eva Duarte, que le habla de su pasión por ser actriz de cine. Ellos encuentran a Francisco Brey viviendo entre los indígenas, en una civilización muy distinta de aquella que el joven conociera allende el mar.
El rol de la mujer en la sociedad es uno de los temas más importantes de la novela. El mismo surge, por ejemplo, cuando Carmen Brey se refiere a Victoria Ocampo y a sí misma. La rígida educación que se imponía a las mujeres porteñas de clase alta, que las lleva –ya adultas- a sacrificarse en aras de la felicidad de sus padres, es vista con compasión por la gallega, un espíritu libre que piensa que esas hijas son víctimas de los deseos de sus mayores. En comparación, el gallego Brey parece de avanzada, ya que permitió a su hija estudiar en Madrid, aunque ello supusiera una separación dolorosa. Es la misma Victoria quien se manifiesta impotente, en cierto aspecto, ya que a ella le ha sido negada la instrucción, por lo cual –considera- poco puede hacer en bien de la cultura argentina. Waldo Frank le demuestra lo errado de su convicción. Frente a las limitaciones de las mujeres de nuestro país, se yerguen las figuras de Victoria Ocampo, que superó prejuicios y fundó una revista emblemática, de María Rosa Oliver, que no se sintió aprisionada por su enfermedad, y de esta inmigrante, que supo abrirse camino, accedió una formación importante y, sin olvidar sus raíces, se integró a la nueva tierra, en la que encontró el amor y el tan ansiado sosiego.
Las libres del Sur es una de esas novelas que se leen con placer, y con intriga, ya que María Rosa Lojo nos tiene en vilo a lo largo de las doscientas sesenta y cuatro páginas. Es también, una novela para meditar, para volver una y otra vez sobre los textos de personalidades incluidos en la misma, y sobre las propias reflexiones de la protagonista, tan lúcida y tan querible.

AMOR MIGRANTE, por Stella Maris Latorre. Buenos Aires, De los Cuatro Vientos Editorial, 2004. 93 páginas. 

Stella Maris Latorre nació en Gualeguaychú, Entre Ríos. Es novelista, poeta y comunicadora social. Directora fundadora del centro cultural Rosalía de Castro. Organizadora de eventos culturales, creadora del café literario ‘Poesía con aroma a café’. Forma parte del grupo literario ‘Calíope’ y participa en la revista ‘Noticias de la musa’. También en OPYC. Ha realizado cursos de capacitación del INADI. Trabajadora incansable por la unión de los pueblos. Conductora del programa de TV, autora del proyecto televisivo ‘Latinoamérica se expresa así’. Ha recibido muchos premios: Poesía Jorge Luis Borges; Poesía y cuento ‘Río de palabras’; del Centro Chileno Bernardo O’Higgins, del CONADEPA, de Solidaridad Social de la OMS 1999. Su novela Celeste Morena, una historia de Amor Diferente, fue premiada en 2001 en España, lugar donde reside actualmente. Es autora de El regreso de Eva, Río de Palabras y La Felicidad de Amar.
En la obra que nos ocupa, Latorre cuenta la historia de una joven de dieciséis años que ve partir a su amado hacia América, adonde dirige sus pasos agobiado por la miseria y la guerra. Ella, sin decírselo, da a luz un hijo del emigrante, al que crían en Galicia como si fuera un hermano de la adolescente. Pasan muchos años. Cada uno de los integrantes de esa pareja rehace su vida, pero ninguno puede volver a sentir el amor que sintiera tiempo atrás. Luego de la muerte de su mujer y su hija, el indiano vuelve a la aldea a buscar a su prometida de la juventud. Allí, se da cuenta de que tiene un hijo, que ignora su verdadera identidad. Los sucesos que se desencadenan a partir de ese momento, hacen que el indiano vuelva a Buenos Aires, perdiendo definitivamente la posibilidad de formar una familia. Culpas, rencores, vilezas, desencuentros, amores no correspondidos y amores que el paso del tiempo no logra vencer, son los ingredientes de esta novela impactante, que tiene el sabor de aquello que se escribe desde la sangre. En un pueblo sufriente, que se queda sin hombres, un pueblo de huérfanos, brillan las mujeres gallegas, que fueron "viudas de los vivos", que debieron soportar la soledad por la partida de sus maridos, y la vergüenza por haber amado a hombres que sabían compartidos. Ellas son las heroínas de estas páginas, en las que campea un sentimiento de homenaje y comprensiva emoción.

MORIR EN MARASH, por Eduardo Bedrossian. Buenos Aires, Edición del autor, 2004. 448 pp. 

A ochenta y nueve años del genocidio armenio, el autor dedica su obra "A los armenios de Marash. Al millón y medio de niños, mujeres y hombres masacrados en el primer genocidio del siglo XX. A sus descendientes, a sus familias. A la Nación Argentina y a todos los países que los acogieron con generosidad. A cada hombre y a cada mujer que lucha honestamente para sobrevivir en un mundo envilecido por los poderosos de turno". "La llamada ‘guerra de Marash’ – señala Bedrossian, en el Prefacio- es más una expresión evocativa que una realidad bélica. Es otra estación del calvario de los pueblos sometidos al yugo otomano. Entre 1820 y 1890 fueron asesinados más de 90.000 armenios, griegos y búlgaros; trescientos mil armenios son aniquilados entre 1894 y 1896. También los árabes y asirios tuvieron sus mártires. La ‘guerra de Marash’ no fue una guerra. Si una parte queda diezmada y la otra carece prácticamente de bajas, la palabra guerra pierde su contenido y es lícito reemplazarla por otra más realista: matanza. De eso trata este libro. De un pueblo acorralado, de cara a la muerte, que ha sufrido el despotismo de los sultanes, luego el genocidio a manos de los ‘Jóvenes Turcos’, y finalmente hasta 1923 la culminación con Mustafá Kemal, cuando casi no quedan armenios por esas tierras".
En el Prólogo a la obra, el embajador Leandro Despouy, Relator Especial de Derechos Humanos y Discapacidad en las Naciones Unidas, escribe: "Marash tiene especial significación para el autor: es el pueblo natal de su madre. Su padre fue arrojado a una fosa común dándoselo por muerto. Los Bedrossian, como sobrevivientes del horror, llegaron a la Argentina donde su hijo Eduardo nació y creció con el recuerdo de la tragedia que ellos habían dejado atrás. La escritura de este compatriota le da sentido al sufrimiento de su progenie. En los umbrales del siglo XXI y frente a nuevos delitos de lesa humanidad, el presente trabajo es de lectura indispensable para preservar la memoria, involucrarse con la historia y censurar sin reservas todo acto que violente la condición humana".
La historia se inicia en el pueblo armenio, el martes 30 de septiembre de 1919, cuando Elmast (abuela del autor) despierta a su esposo Shadarev, pues ha tenido lo que ella considera un sueño premonitorio, y lo insta a salir del lugar. El hombre sostiene que los temores de la mujer son infundados, pues han pasado ya los malos tiempos, y nada hace presagiar que vuelvan los años de las torturas y las muertes, del dolor y el llanto. No obstante, la duda se ha instalado en su ánimo. La mujer no se equivocaba. Una vez más, los armenios son víctimas de los crímenes más feroces, del sadismo más terrible. Bedrossian da testimonio de esta crueldad, pero destaca que no fue un ataque del islam hacia el cristianismo, y afirma que, así como muchos turcos fueron sanguinarios, otros sufrieron la destitución de sus cargos por oponerse a cumplir órdenes. Exalta, asimismo, el heroísmo de los misioneros, quienes pusieron en riesgo sus vidas para parlamentar con los turcos. "Los hechos relatados son auténticos –manifiesta-, los actores deben resignarse al guión no elegido, son arrastrados irresistiblemente a la insospechada tragedia común que los envuelve. Vienen a nuestro encuentro con el temible lenguaje de la verdad. La acción transcurre a través de los ojos y la piel de sus protagonistas. Sus nombres son reales. Carecen de maquillaje, visten con la ropa del hombre de la calle. Llegan a nuestro encuentro sin libretos aprendidos de memoria, con sus defectos y virtudes, grandezas y miserias. En pocas ocasiones, la titularidad de los acontecimientos pertenece a otro hermano de infortunio. Cuando suben al escenario cada uno se convierte en un personaje. No son las criaturas del autor, en realidad es el autor la criatura que ellos han dado a luz tras penosos dolores de parto. Sólo pretenden que se escuche su voz y se respeten sus silencios".
Hay escenas de gran dramatismo, como aquella en la que describe el éxodo hacia Adaná, con un frío intenso. A poco de empezar a caminar, los pies se congelan; la ropa, empapada, impide la marcha. Los más débiles se quedan a la vera del camino; sus familiares no pueden hacer más que santiguarse. A muchos, ni siquiera pueden cerrarles los ojos, pues tienen los párpados congelados: "El camino a Adaná se va convirtiendo en un sendero señalizado por cadáveres en posiciones desordenadas, como estatuas caídas. Acostados. Sentados, apoyados contra un árbol, se trata de una última colaboración hacia los rezagados, para que no pierdan el camino. No existen vías como las de un tren. Desde lejos se los podrá confundir con las ramas secas de un viejo árbol. Algunos están sentados juntos con las bocas abiertas como si hablaran en voz baja, en un lenguaje secreto, para que no escuchen los que siguen. Hay cuerpos abrazados, parecen estar unidos en oración, con copos de nieve en la barba de los hombres o en el cabello de las mujeres, como un pegajoso maná caído del cielo. Si fuera por ese vestido de nieve se diría que están descansando. Un extraño no sospechará si se trata de una huída o de una escena familiar. Nadie se atreve a quitarles el abrigo ya innecesario que forma un conjunto inseparable con cada cuerpo, como fantasmas decorados de blanco por la nieve y de violeta por el frío". Los incendios de templos llenos de refugiados, las violaciones a adolescentes y mujeres, a menudo delante de la propia familia, son denunciadas por este estudioso que se propuso "no olvidar", como lo dice el título de una de sus novelas.
Los Bedrossian y los Boulgourdjian son sólo algunos de los muchos armenios que evoca el autor, y que encontraron paz en estas tierras. De esas familias, acosadas por el dolor, la miseria y la impunidad, han salido hijos que estudiaron, que hicieron brillantes carreras, y demostraron a sus padres que, después de todo, la vida tenía sentido. Al igual que en obras anteriores, las costumbres, las comidas, los relatos y los refranes son reflejados en esta obra que nos ilustra detalladamente acerca de la vida cotidiana de una comunidad en la paz, y también en la guerra.
Eduardo Bedrossian es Doctor en Medicina y Licenciado en Desarrollo Educativo. Ha escrito anteriormente Pilato (novela, 1968), Hayrig Detrás del silencio de un millón y medio de voces, (novela, 1991), Hayrig II (ensayo, 1995), Memorias para no olvidar (novela, 1998), Después de Hora (Narrativa, 2000). A la seriedad con que se ha documentado, se le suma un diestro manejo del idioma; ambos nos hacen admirar el talento de este escritor, que tanto hace por difundir la historia de los suyos. Completan el volumen la bibliografía consultada, el apéndice –que incluye información sumamente actualizada- y el plano de época de la ciudad de Marash, preparado por el arquitecto Alejandro Bedrossian.

LUNAS ELÉCTRICAS PARA LAS NOCHES SIN LUNA, por Belén Gache. Buenos Aires, Sudamericana, 2004. 160 pp. (Narrativas). 

Belén Gache publicó las novelas Luna india (1994) y Divina anarquía (1999); los poemas El libro del fin del mundo (2002), y los ensayos Escrituras nómades (2004), El lado invisible de las cosas (Casa de América de Madrid, 1999) y El ser escrito: lenguajes y escrituras en la obra de Xul Solar (Museo Centro de Arte Reina Sofía, Madrid, 2002). Es directora del Area de Literatura Experimental del Laboratorio Limbo (Museo de Arte Moderno de Buenos Aires) y coeditora de los Cuadernos del Limbo. Es licenciada en Historia del Arte y Magister en Análisis del Discurso (Universidad de Buenos Aires).
Angela, una adolescente de dieciséis años, desciende de españoles. "En 1890 mis abuelos llegaron a ese puerto, provenientes también de Sevilla –relata-. Junto con ellos traían a sus dos jóvenes hijas, que se habían pasado todo el viaje encerradas en sus camarotes vomitando. Venían a Buenos Aires porque mi abuelo, que trabajaba en el Banco de España, había sido transferido a esta sucursal del fin del mundo". Ella es la protagonista de esta magnífica novela.
A través de sus ojos, asombrados e intensos, vemos la Buenos Aires que se prepara para los festejos del Centenario. Una Buenos Aires cosmopolita, que evidencia un marcado rechazo hacia los extranjeros, quienes son vistos como una fuerza nociva que es necesario devolver a su tierra de origen. La visita de la Infanta exacerbará los sentimientos patrióticos de los hispanos afincados en la Argentina, y los sentimientos xenófobos de quienes se agrupan en la misteriosa Brigada del Ñandú. En una de sus recorridas por la ciudad, la narradora descubre un plan para asesinar a la Infanta y logra impedir que el mismo se lleve a cabo, actuando en el momento preciso. Esta trama detectivesca da lugar a que Gache presente una ciudad rica en contrastes, en la que el progreso se evidencia constantemente.
La protagonista, con esa aguda visión que la caracteriza, con su conocimiento de lo cotidiano y de lo histórico, con sus afanes de escritora, es la voz ideal para recrearla.

COMO ESCRIBIR UNA AUTOBIOGRAFIA, por Ricardo Clark. México, Chopo Editores, 2004. 

“Todos tenemos derecho a escribir nuestra historia”, dijo al periodista Walter Duche la profesora, investigadora y escritora Gladys Onega, autora de la autobiografía Cuando el tiempo era otro Una historia de infancia en la pampa gringa. Es cierto, todos tenemos derecho a escribir nuestra historia, por poco interesante que parezca, pero el problema es ¿cómo hacerlo? Quien se proponga escribirla, cuenta ahora con un manual completísimo, fácil de entender, cuya aparente sencillez es el fruto de años de trabajo en la especialidad.
El autor “es escritor y periodista. Ha colaborado en las páginas culturales de diversos medios de la capital mexicana. Recibió entre otros, el Premio Nacional de Cuento por su obra “Entre La Opera y los Motores Diesel “. Su narración “Un día en la vida de Guimares “, fue publicado por la “Revue Francaise” al haber obtenido el primer premio en un certamen de esa publicación en Paris, Francia. Días de Acecho, Entre la Opera y los Motores Diesel, El libro de los amores perdidos en los vagones del metro y Alfonso + Celia , completan su producción cuentística. Su labor como novelista comprende Intersmog, Rumbo a Cálida Región y Patrullas Nocturnas. Ha colaborado como analista de información en la Subsecretaria de la Presidencia de la Nación y estuvo a cargo del Departamento de Informática en la Confederación Patronal de la Republica Mexicana. Su labor en la televisión comprende la serie” El Hombre en el espacio” en el Canal Once de la capital mexicana, entre otros programas culturales, además de editorialista y reportero en los noticieros de Canal Dos de Televisa. Como cineasta realizó dos documentales: The New York Graphic Workshop, sobre la obra de Liliana Porter y Expo 69 sobre la Hemisfer de San Antonio Texas. Es coautor de la radionovela cultural Maria Teresa Vestida de Olvido, en colaboración con Livia Sedeño y Maria Helena Becerril, Premio UNESCO y Consejo Nacional de Población, México DF. Recibió el Primer Premio por el libreto de Carne de Opera, otorgado en la Segunda Bienal Latinoamericana de Radio, programa trasmitido por radio Educación, México DF. En el 2005 recibió el Premio Nacional de Novela Justo Sierra O Reilly por su texto Patrullas Nocturnas”. Actualmente es el primer titular del curso ‘Escribiendo Biografia / Autobiografía’ en el Museo Universitario del Chopo que depende de la Universidad Nacional Autónoma de México y es titular de la recientemente fundada ‘Asociación Mexicana de la Autobiografía A.C’ “.
Convencido de que muchas historias se pierden porque sus protagonistas no tienen método para escribirlas, Clark propone una tarea de selección y archivo, organizando el material y teniendo en claro cuánto tiempo y dinero se le dedicará. Propone asimismo la elección de un lugar cómodo para trabajar, y la colaboración de algunas personas que son claves en caso de no poder realizar uno mismo todas las tareas: entrevistar, recabar datos en bibliotecas, tipear, corregir, redactar.
Analiza la relación de la autobiografía con dos especies cercanas: el diario y las memorias: “un Diario podría equivaler al telegrama histórico personal: poca información, diaria, quizás metódica pero nunca abundante”; “ ‘memorias’ serian el recuerdo de un momento en particular en la vida del personaje y autobiografía un trabajo mas profundo, donde supuestamente ‘se cuenta todo’ ”. Aconseja leer otras biografías –de autores conocidos y desconocidos.- antes de empezar la propia.
. Para facilitar la comprensión del manual, idea dos personajes: Alberto y su amigo Florencio. Ellos nos permitirán observar desde diferentes puntos de vista el proceso de este libro, desde que se escribe la primera línea hasta que llega al lector. Divide el proyecto en tres fases: la documentación en general, la redacción y la impresión, presentación y distribución de la obra.
El volumen incluye bibliografía al respecto. Entre las obras enumeradas se encuentran Las Confesiones de J. J. Rousseau, El Pacto Autobiográfico de Philippe Lejeune, Amor y Exilio de Isaac Bashevis Singer y –relacionadas con la Argentina- El Ángel del Capitán de Chuny Anzorreguy, Don Sebastián de Susan Wilkinson, Mamá de Jorge Fernández Díaz, Santo Oficio de la Memoria de Mempo Giardinelli y Las Autobiografías de Eva Perón y Victoria Ocampo: Dos Voces que se desdicen de Nina Gerasi-Navarro.
Se incluye asimismo información acerca de Archivos de genealogía y Asociaciones Europeas de Autobiografía.

CUENTAN EN LA PATAGONIA, por Nelvy Bustamante. Ilustraciones: Lucas Nine. Buenos Aires, Sudamericana, 2005. 64 pp. (Cuentamérica). 

Tradiciones e historia se funden en este libro de Nelvy Bustamante. Destinado a lectores a partir de los diez años, reúne siete relatos en los que se honra al indígena y en los que se homenajea la gesta de los galeses que cruzaron el mar para asentarse en Chubut.
En “El reforó”, recreación de un relato de Pedro Curruhuinca, se narran las andanzas de un esqueleto, que siempre quiere participar en lo que hacen los demás. “El cuero del agua”, escrito a partir de una leyenda de Antonio Milhué, se refiere a lo sucedido a un joven tehuelche que desapareció en una laguna; “El repetido lamento de su gente llamándolo habría dado lugar al topónimo Esquel”. En “El hombre sin sombra”, recreación de un relato del cacique Abel Kurüuinka, Don Albarino se interna por un camino y ve algo fuera de lo normal. Lo que le sucede lo apartará del resto de su comunidad. "Rachel” evoca las penurias de los galeses en sus primeros tiempos en la nueva tierra. Cuando todo parece perdido, una idea de la mujer hace que la situación se revierta. “El trueque”, narrado a partir del cuento “Kaliats”, de Huberto Cuevas Acevedo habla acerca de la bonhomía del indio que cambia su caballo por un reloj y, al ser sospechado de robar el animal, lo busca hasta restituírselo al dueño. “Una nota para el Hen Wlad” se titula este cuento basado en un relato que forma parte de las memorias de John Daniel Evans; en él se denuncia la crueldad de algunos hombres blancos para con los indígenas, y el inmenso dolor de un galés que encuentra prisionero a su amigo tehuelche: “John se arrimó a su amigo. Le dio el pan y los alimentos que tenía, y apretando sus manos cuarteadas a través del alambre, se despidió prometiéndole que volvería a buscarlo”. Cuando el galés vuelve, el indio ha fallecido. “Malacara” relata la historia del caballo que salvó al galés Evans, caballo que vuelve como fantasma para salvar a un descendiente del hombre.
Interesantes por su contenido y por el lenguaje con que están escritos, estos libros sirven tanto para la lectura individual cuanto para el estudio en el aula. En el trabajo con el docente, se podrá analizar el libro desde el punto de vista literario, histórico, geográfico y con respecto a los valores que se deben transmitir. Completa el volumen información acerca de los galeses, su historia y costumbres, y los textos que sirvieron como punto de partida para los relatos creados por Nelvy Bustamante.

FINISTERRE, por María Rosa Lojo. Buenos Aires, Sudamericana, 2005, 183 págs. 

María Rosa Lojo nació en Buenos Aires en 1954. En su extensa obra pueden destacarse los volúmenes de cuentos Historias ocultas en la Recoleta (2000) y Amores insólitos (2001), las novelas La pasión de los nómades (1994), La princesa federal (1998), Una mujer de fin de siglo (1999) y Las libres del Sur (2004), los poemarios Visiones (1984), Forma oculta del mundo (1991) y Esperan la mañana verde (1998), los ensayos La “barbarie” en la narrativa argentina (siglo XIX) (1994) y Sábato: en busca del original perdido (1997). Obtuvo el Primer Premio de Poesía de la Feria del Libro de Buenos Aires (1984), el Premio del Fondo Nacional de las Artes en cuento (1985) y en novela (1986), el Primer Premio de Poesía ‘Dr. Alfredo Roggiano’ (1990), el Primer Premio Municipal de Buenos Aires ‘Eduardo Mallea’, en novela y cuento (1996). Recibió varios reconocimientos a la trayectoria: el Premio Internacional del Instituto Literario y Cultural Hispánico de California (1999), el Prermio Konex a las Letras 1994-2003 y el Premio nacional Esteban Echeverría (2004) por su obra narrativa. Se doctoró en Filosofía y Letras por la Universidad de Buenos Aires. Es investigadora del CONICET y profesora del doctorado en la Universidad del Salvador. Colabora permanentemente en el suplemento literario de La Nación.
En esta novela -que será traducida al gallego y editada en Galicia como Fisterra-, la escritora cuenta la historia de dos personajes vinculados entre sí por un pasado oculto, que la mayor develará a la más joven. Una, nacida en Galicia, es hija de un irlandés y una gallega; la otra, nacida en nuestro país, de un inglés y una indígena argentina. Desde Finisterre -localidad de La Coruña, provincia de la que emigraron el padre de la novelista y un abuelo de quien esto escribe- la mujer que regresó a España envía a la joven numerosas cartas. A través de esas cartas, un mundo lejano y hostil se despliega ante el lector. Un mismo mundo, sea en Europa o en América. La misma incomprensión, la misma falta de solidaridad caracterizan a ambos ámbitos, en los que estas mujeres han debido luchar por su verdad. A una la atacó la violencia con la que respondían quienes eran agredidos; a la otra, la violencia silenciosa de un padre que quiere acallar todo origen. “Quizás su mutismo –pensaba Elizabeth- tuviera que ver con cuestiones de religión. Probablemente hubiera condescendido a casarse con ‘la española’, como la llamaba su tía, según el rito católico. Quizás hasta ella misma había sido bautizada conforme a la religión romana y él preferiría entonces que olvidara o desconociera esos trámites iniciales. Acaso por eso se habían ido de la República Argentina cuando ella apenas balbuceaba las primeras palabras, y había perdido (o negado) todo contacto con la familia de su madre”. La respuesta de esas mujeres ante lo prohibido, ante lo escondido, será la misma: llegar hasta el fin, calar hondo hasta conocer la verdadera identidad, aquella que no tiene que ver con los mandatos sociales, sino con los deseos más genuinos. Alrededor de estos dos seres de ficción, se mueven personajes imaginados y otros reales. Entre estos últimos se destacan Oscar Wilde y Manuelita Rosas, quien le dice: ”Así se ha hecho América. Mezclando y revolviendo sangres y cuerpos, entrelazando lenguas. No renuncie a nada. Quédese con sus dos herencias, aprenda de los unos y de los otros. Si su padre no quiso ver esto por torpeza y obcecación, véalo usted”. Con prosa ágil, con imágenes de inusitada belleza, y con vastos conocimientos históricos acerca de una época sobre la que ha escrito reiteradamente, María Rosa Lojo logra una novela deslumbrante, que invita a leerla sin pausas, a vivir las vicisitudes de los personajes y confundirse con ellos, apreciando cuántas de sus reflexiones de 1875 tienen vigencia en este atribulado 2005.

CUATRO OBRAS de TEATRO JUDIO MODERNO, por Andrea Bauab. Buenos Aires, Milá, 2005. 160 pp. 

Andrea Bauab “ha sido la creadora e impulsora de la ‘Compañía de Teatro Judío Contemporáneo’, con el incentivo y el apoyo del Departamento de Cultura de AMIA donde seis elencos representan dichas obras. Cabe destacar que las cuatro obras publicadas en este libro fueron dirigidas por el talentoso Eduardo Vigovsky”. “Es nuestro deseo –continúa Moshé Korin- que se difundan, que otros directores y actores las interpreten y hagan llegar sus interrogantes, reflexiones y mensajes a provincias de la Argentina y a otros países de Latinoamérica”.
A punto de irnos refleja el conflicto, las dudas, los intereses disímiles de los integrantes de una familia que emigrará a Israel. Los integrantes de esa familia no están del todo de acuerdo: es una decisión muy dura, y cuesta tomarla. El padre, hasta último momento, intentará quedarse en la Argentina, dando un nuevo voto de confianza a la realidad de nuestro país, pero recapacitará a tiempo.
Desde la cuna plantea algunas de las posturas posibles con respecto a la religión, la tradición, y el respeto por los ideales de la comunidad. Varios personajes encarnan esos puntos de vista, que los llevarán a plantear aspectos de una situación acerca de la cual todos ellos tienen algo valioso para decir.
Nunca es demasiado tarde relata la historia de una mujer mayor, que decide casarse. Muestra la oposición de los hijos y la aceptación de los nietos, acercando a dos generaciones que, casualmente, son las que se acercan al buscar la historia de cada familia. Se sostiene que, entre los inmigrantes de diversos orígenes, quienes buscan las raíces son los más jóvenes, los que no ha sufrido directamente las consecuencias del desarraigo de los inmigrantes.
El sueño de Theodor es una obra diferente, aunque relacionada con las anteriores por la confrontación entre el ideal y la realidad. En ella, Theodor Herzl dialoga con Itzhak Rabin; de ese diálogo, imaginado por la autora, surgirán interesantes conceptos.
Representativo para los judíos, este libro es importante asimismo para quienes no lo somos, porque evoca la desazón siempre vigente de quien ha dejado su tierra, de quien ve que sus hijos no continúan las tradiciones en el nuevo país, de quien comprueba apesadumbrado que debe emigrar. Refiriéndose a los judíos, las obras de Bauab nos hablan, en definitiva, de la diáspora de todos los inmigrantes, que encontraron aquí una nueva tierra, en la que tuvieron variada suerte.

MOISES VILLE Recuerdos de un pibe pueblerino, por Felipe Fistemberg Adler. Buenos Aires, Milá, 2005. 112 págs. (Testimonios). 

A esa localidad santafesina llegó, procedente de Wohanov, Provincia de Radum, Polonia, el padre del escritor, a los diecisiete años, en 1926. El joven, "Con sus ahorros contribuye a traer de Polonia a sus padres, Salomón y Sara Berta y a su hermana Lea". Cuatro años después arribó a la colonia, desde Nizni Apsa, Checoslovaquia, quien luego sería la madre de Fistemberg: Del matrimonio nacieron cuatro hijos, la mayor de los cuales fue la esposa de Jaime Barylko. Los padres y los hermanos, así como también los maestros, los condiscípulos, los vecinos, son los protagonistas de estas historias que rescatan el aspecto cotidiano de esa comunidad.
"Queridos hijos –escribe Fistemberg-, si en algún momento les invade la curiosidad de conocer la historia de mi vida, podrán encontrarlo en este breve relato. Aquí está mi origen y el camino que he elegido y recorrido. (...) No encontrarán en este relato una obra literaria, porque no lo es ni pretende serlo, es el ejercicio de mi memoria y es mi deseo que sea un sincero mensaje de amor y agradecimiento a todos, a mi querida familia, a mis apreciados maestros y a mis entrañables amigos, a los que me rodean y a los que ya no están en nuestro entorno, pero permanecen presentes en mis recuerdos a pesar de que a muchos no los nombro. A todos gracias".
Resalta en este texto, escrito por un docente que venera sus raíces y su religión, el apego del autor por su pueblo, por la Argentina que acogió a sus mayores, y les permitió empezar de nuevo, desde la nada. Evidencia, asimismo, un profundo amor por la familia que le tocó integrar. Los felices momentos vividos junto a sus hermanos, las travesuras que hicieron, las anécdotas graciosas, son relatadas con cariño y añoranza.
Porque, como afirma en el Prólogo Manuel Tenenbaum, Director del Congreso Judío Latinoamericano: "El mérito de Fistemberg consiste en que al leerlo recibimos la impresión inmediata y exacta de lo que nos narra. Su crónica nos acerca más directamente a Moisés Ville que un estudio histórico o sociológico de la Colonia. Además la lectura es atrapante; se trata de un libro que se toma y ya no se puede dejar hasta el fin; que deleita y regocija. Muchos y merecidos homenajes se han rendido a la epopeya de Moisés Ville. El de Felipe Fistemberg no es uno más. Tiene, por así decirlo, un gusto especial, que seguramente apreciarán los iniciados nostálgicos y sus descendientes que buscan sus orígenes familiares".

HISTORIA DE LOS JUDÍOS ARGENTINOS, por Ricardo Feierstein. Buenos Aires. Galerna, 2006. 464 pp. Tercera edición revisada, ampliada y con cuadro cronológico desplegable. Prólogos de Marcos Aguinis y Héctor Schmucler. 

Cuando se presentó esta edición, en la Feria del Libro 2006, el autor señaló que no se trata de la historia de los judíos en la Argentina, sino de la Historia de los Judíos Argentinos, distinción que apunta al pasado de una comunidad que ha arraigado en el país en el que se estableció, y no una comunidad que sólo se encuentra alojada en la nueva tierra.
En el prólogo, afirma Marcos Aguinis: “Esta obra, que abarca más de un siglo de vida de la colectividad judía en Argentina, da cuenta de los antecedentes coloniales y de los años de la inmigración masiva, de la colonización rural y de las sucesivas radicaciones de los grupos urbanos a lo largo del siglo XX. Aquí se cuenta la historia de los barrios, de las instituciones comunitarias, de las ideas y personalidades judías en la vida argentina.. Este libro, es a la vez, memoria de hechos gozosos y de dolor; aquí están reflejados los acontecimientos de plenitud creadora, de fructífera integración, pero también los de antisemitismo o los atentados terroristas. Anécdotas, costumbres y tradiciones fueron dejando una “marca judía” tanto en las pequeñas poblaciones como en las grandes urbes de la Argentina, al tiempo que se modificaban por las prácticas lugareñas y la interacción con otras colectividades”.
“Conscientemente –escribe Feierstein- estas páginas no se concibieron como ‘historias rosas’ de perfecta armonía ni como un ‘libro negro’ para contabilizar resentimientos y frustraciones. Tampoco se han omitido ni presentado sectores comunitarios con la visión tuerta y parcializada que acomoda el pasado al presente”.
El resultado es un volumen destinado a todos los públicos -judíos y gentiles, chicos y grandes, con estudios y sin ellos- porque cuenta una historia narrada desde el corazón, con una visión que hace hincapié tanto en los grandes sacrificios de los pioneros como en los maravillosos logros de los artistas -por citar sólo dos ejemplos- y se remonta a la época precolombina, desde donde iniciará un recorrido fascinante a lo largo de siglos, sustentado en material histórico y enriquecido con fragmentos de obras literarias, films, historietas, etc. En el Epílogo se refiere a los dos terribles atentados a la comunidad que, no obstante, sigue adelante con valentía; sin olvidar a sus muertos, mira hacia el futuro.
Pero Feierstein no sólo es historiador, es también novelista y poeta. En el Prólogo a esta tercera edición, Héctor Schmucler señala la confluencia de esos dos aspectos de su personalidad: “Un libro de historia que bien podría leerse como una novela; y cuando la historia tiene la fuerza de la creación literaria, invade espacios que los puros documentos no saben penetrar. En ese caso el historiador, el que busca y conoce, se eleva al preeminente lugar del hacedor, el poeta. Ricardo Feierstein merece esos honores”. El volumen incluye siete apéndices –entre los que se cuentan las nóminas de los inmigrantes llegados en el Wesser, la de escritores y la de ejecutantes de tango-, una cronología y un cuadro cronológico desplegable.
El autor agradece, entre otros, a su hijo, el sociólogo Daniel Feierstein, “quien verificó la compatibilidad de cuadros y estadísticas, orientó entre la maraña de bibliografía parcial y de diverso valor y, sobre todo, clarificó con serenidad académica las confusiones que muchas veces hacen perder dimensión y escala a los que estamos inmersos en tareas polémicas internistas”. Agradece, asimismo, al Archivo Gráfico de la Nación, al Centro de Documentación e Información sobre Judaísmo Argentino “Marc Turkow” (AMIA), a la revista Raíces-Judaísmo Contemporáneo y a la fotógrafa Alicia Segal por la cesión del material gráfico que ilustra la presente edición.

EL INFIERNO PROMETIDO Una prostituta de la Zwi Migdal, por Elsa Drucaroff. Buenos Aires, Sudamericana, 2006. 336 pp. (Narrativas históricas) 

Kazrilev, Polonia, 1926. Dina anuncia a su madre que no se casará aún, pues seguirá estudiando. Su padre la apoya en esa decisión, y costea los estudios de la joven. La madre, furiosa, la amenaza: “¡Vos vas a terminar en Buenos Aires!”. Poco después, el vaticinio materno comienza a cumplirse: Dina es violada por un compañero de estudios. Este hecho trae la vergüenza a la familia, y el desprecio de quienes los conocen. Es entonces cuando aparece un hombre que llega desde la Argentina, buscando novia para casarse. El habla con el padre de la adolescente. “Señor Hamer, yo soy un hombre práctico –dijo sonriendo-. Busco una buena judía trabajadora que pueda manejar mi casa y criar a mis hijos. Buenos Aires es una gran ciudad, con costumbres diferentes. No es fácil encontrar chicas bien preparadas para el matrimonio en una ciudad grande. Y en el caso de su hija, precisamente por lo que ella vivió, sé que va a valorar lo que voy a darle, y me lo va a retribuir como merezco. Porque va a ser muy difícil que encuentre a otro que pueda y esté dispuesto a dar lo que yo estoy ofreciendo”.
Luego vendrán el viaje, la explotación sexual, el terror a un juez, el respeto por un periodista y el amor por un anarquista. Tres relaciones igualmente intensas, pero diferentes entre sí por las motivaciones que las impulsan y por los efectos que producen en la joven. Y por fin, la libertad, una libertad lograda con valentía, en un mundo en el que desobedecer se pagaba muy caro. Elsa Drucaroff maneja con maestría estas situaciones, demostrando su talento en la composición de los personajes, especialmente los femeninos. Muestra una Dina que evalúa los beneficios y los perjuicios de las decisiones a tomar. Ella sabe; es esa sabiduría la que la vuelve distinta de las demás.
La protagonista puede escapar –o al menos, intentarlo-, pero no lo hace en un principio. Ahí es cuando se pone sobre el tapete la trama de intereses privados, familiares y sociales que permitían que estas mujeres llegaran en esa forma a la Argentina, eludiendo controles, con documentos falsos, burlando a la Asociación Judía para la Protección de Niñas y Mujeres. Porque -demuestra Drucaroff- las mujeres que trae el tratante de blancas, o ya saben a qué vienen, o cuando se enteran, son más seducidas por un plato de comida que atemorizadas por los golpes. La escritora ejemplifica esta aseveración mediante los personajes de Dina, sometida voluntariamente por temor a volver a su tierra, y Rosa, una mujer que creía haberse casado por poder y, ya en Buenos Aires, se niega a trabajar. A ella, le surtió más efecto una buena cena que el castigo físico y el encierro. Esto tiene su razón de ser en la miseria, agravada por el antisemitismo, que se pasaba en Polonia en esa época. Dina soporta todo, menos el hambre. Y cuando existe la posibilidad de abandonar el burdel, compara lo que gana con el sueldo de una costurera, y sigue prostituyéndose. Es peor el hambre que la esclavitud; las joyas y las ropas costosas importan más que las humillaciones. Sólo el amor hace que la polaca huya, y comience una nueva vida, muy lejos.
El infierno prometido es una novela escrita con documentación histórica y con hábil manejo del estilo. Drucaroff logra así una obra en la que el suspenso nos mantiene expectantes, que suscita en nosotros el deseo de felicidad para unos y castigo para otros, que nos hace sentir testigos de un drama que tiene una raíz mucho más compleja que el engaño a adolescentes y a sus familias.


LITERATOS Y EXCÉNTRICOS Los ancestros ingleses de Jorge Luis Borges, por Martín Hadis. Buenos Aires, Sudamericana, 2006. 512 páginas. (Biografías y testimonios).

Martín Hadis, nacido en 1971, es docente, escritor e investigador universitario. Se recibió de licenciado en Sistemas y de master en Tecnología de Medios en el Media Laboratory del Massachussets Institute of Technology (MIT) y realizó estudios de literaturas germánicas y filología en la Universidad de Harvard. Sus áreas de interés abarcan el diseño de interfaces, la inteligencia artificial y la lingüística. Especialista en la obra de Jorge Luis Borges, se dedica a analizarla en su contexto histórico y cultural. Sus últimos trabajos vinculan las narraciones de Borges con las literaturas del medioevo anglosajón y escandinavo. Ha publicado artículos en medios de distintos países, entre ellos The Buenos Aires Herald (de Argentina) y El País (de España). Es asimismo coautor del libro Borges profesor, que recopila el curso completo de literatura inglesa dictado por el autor de El aleph en la Universidad de Buenos Aires.
Hadis considera que “la historia del clan de intelectuales ingleses del que nuestro escritor desciende había caído hasta ahora en un total olvido y era –hasta para el mismo Borges- completamente desconocida. Esa omisión determinó asimismo que la enorme influencia intelectual que los mismos ancestros tuvieron sobre su obra y su formación no hubiera podido ser estudiada jamás en detalle. De igual manera, y por múltiples razones, los rasgos ingleses del temperamento de Borges, o bien han pasado inadvertidos, o bien han sido, en muchos casos, mal comprendidos. El énfasis de este libro está puesto, por lo tanto, en explorar esos territorios ignotos y llenar esos vacíos. (...) El objetivo de mi investigación fue, sin embargo, develar los orígenes literarios de Borges, y éstos proceden –como el lector podrá comprobar a continuación- de sus ancestros ingleses”.
“El lector estará tal vez bajo la impresión de que una de las tesis de este libro es afirmar que la obra literaria de Borges resulta únicamente de su lado inglés –agrega Hadis-. Esto no es así. Afirmo, eso sí, que la vocación de escritor de Borges, así como su formación literaria en un sentido intelectual y erudito, y su cosmovisión ética y religiosa, proceden principalmente de sus ancestros Haslam. Pero la originalidad y la potencia de su obra no proceden exclusivamente de sus ancestros ingleses, sino de la confluencia de dos legados, de las múltiples perspectivas que éstos permiten, y del cosmopolitismo que fomentan, lo cual convierte a Borges en un verdadero ciudadano del mundo. En este sentido, el aporte de su linaje criollo dista de ser menor. Lejos de ello, constituye una parte fundamental de su esencia”.
En esta obra, expone el cuantioso material que reunió en sus viajes por varios países. Partiendo de las alusiones que hizo Borges acerca de sus mayores, remonta el árbol genealógico del autor hasta llegar al siglo XVIII. Desde allí, comparando y deduciendo, explicando e invitando a comprobar lo expuesto, llega a este descendiente de ingleses y criollos que vio la luz en el Río de la Plata, sesenta años después de que su tatarabuelo dejara este mundo. Es con William Haslam, precisamente, con quien Hadis realiza la extensa comparación de la que resultan las coincidencias y las diferencias entre ambos.
No se limita a los datos biográficos de los antepasados –lo cual ya sería fruto de un esfuerzo ingente-, sino que además analiza obras que ellos escribieron –sermones metodistas, un tratado de puericultura, una guía para el tratamiento de insanos, disertaciones, artículos periodísticos, obras literarias -, en busca de la mayor cantidad de información posible.
Para demostrar cómo pueden aplicarse los conocimientos que expone en este libro, realiza él mismo el análisis de dos cuentos –“El jardín de senderos que se bifurcan” y “El libro de arena”-, los cuales, vistos desde esta nueva óptica, revisten otra significación. No es que la literatura necesite de la biografía para encontrar su razón de ser, sino que, sin duda, conocer datos de la vida del escritor ayuda a interpretar mejor su obra.
“Comprendí que lo que Borges sabía acerca de su propio pasado inglés y las raíces de su vocación literaria era muy poco –afirma-, e intuí a la vez que esa poca información debía ser la punta de un largo ovillo. Decidí entonces comenzar una investigación histórica y genealógica en archivos, capillas, iglesias, museos y bibliotecas de Inglaterra. Con el tiempo, la búsqueda se extendió a otros países: Alemania, Hungría, Francia, la Argentina y los Estados Unidos. (...) éstas demandaron más de cinco años de esfuerzos, el uso de todos los recursos disponibles para el investigador, y las técnicas más avanzadas de búsqueda, indexación y análisis; todo ello sumado a una buena dosis de persistencia y –por qué no decirlo- de suerte”.
Llama la atención al leer este libro la cantidad de material, y la prolijidad con que el mismo es expuesto, enriquecido con información acerca de la época y las circunstancias sociales, políticas y económicas. Cabe destacar asimismo el estilo del autor: la profusión de datos que vuelca en estas páginas no impide que el texto sea entretenido y atrapante. Cada uno de los antepasados es protagonista de una biografía que se lee con placer, ya que está escrita como un relato en el que confluyen la historia y los propios conceptos del biógrafo, dando amenidad a lo narrado. Varios apéndices, numerosas fotografías y la bibliografía consultada completan este volumen insoslayable.
Es difícil ser original al referirse a Borges. Hadis lo logró. Y con creces.

BABILONIA CHICA, por Mito Sela. Buenos Aires, Milá, 2006. 112 pp. (Imaginaria).

“Moshé (Mito) Sela nació en Buenos Aires en 1933. Pasó su infancia en la ciudad de San Martín, en el barrio de la industria textil. Desde temprana edad fue miembro del movimiento juvenil Dror Habonim. En 1955 emigró a Israel. Desde entonces es miembro del kibutz Nir Am, en el Neguev. Casado, con cinco hijos y ocho nietos. Trabajó en la mayoría de las tareas del kibutz y paralelamente asumió distintos cargos directivos en la vida comunal. En 1964 fue enviado a la Argentina como sheliaj de la Agencia Judía. Completó sus estudios académicos en Efal (seminario de los Kibutzim). Actualmente jubilado, dedica su tiempo como voluntario en la absorción de nuevos emigrantes y en escribir recuerdos y vivencias”. La edición de Babilonia chica, su primer libro, fue patrocinada por el Fondo Familiar Mishpajat Goler Parasol.
Desde su madurez, y desde Israel, Mito Sela evoca un tiempo entrañable. Los padres, la hermana, las tías, los compañeros y maestros de escuela pública y de escuela judía, los vecinos, son los personajes de estas memorias que tienen por objeto rescatar hechos y situaciones: “Las imágenes surgen ocasionalmente cuando los recuerdos se agudizan y se detienen en alguien o en algo que, supongo ahora, tuvieron influencia en ese período de mi vida y, a pesar del tiempo, como si lo hiciera con un simple soplido, disperso el polvo que cubre esos recuerdos que, como si fuese hoy, continúan intactos. Por eso me apresuro a escribirlos, antes que la memoria me traicione”.
Aunque vive en Israel desde hace décadas, su libro está escrito en castellano: “Me preguntan hijos y nietos, me pregunto yo: ¿por qué en castellano? No lo puedo explicar. Es posible un argumento del subconsciente: recuerdos de la niñez se puedan relatar en el idioma materno. Además, en estos últimos años el castellano me tiene atrapado. Y me resulta más cómodo dejarme atrapar”.
Rinde homenaje a una época: “No me autoengaño idealizando el pasado. Pero quiero ser sincero: lo extraño. Extraño la risa de los niños de entonces. Los de hoy son excitados, irritables y pálidos. Antes se estimulaba leer la enciclopedia. Hoy se vanaglorian los conocimientos de la cibernética”. El pasado es visto con sus luces y sus sombras por este escritor que no deja de destacar, en todo momento, el cariño y la contención que le brindaba su familia, inserta en el marco de la inmigración que llegó a la Argentina huyendo de guerras y hambre, y se afincó, entre otras muchas localidades, en el barrio en el que vivió Sela, en el que día y noche se escuchaban los telares. Otros capítulos se refieren a sucesos que tuvieron lugar años después, pero son los recuerdos de estos primeros años los que resaltan con mayor fuerza. No es casual que el autor haya elegido ese título, privilegiando así una parte de la obra.
La evocación es realizada con espíritu crítico, desde el adulto que es hoy. Destaca las virtudes de muchos y los defectos de algunos, sean judíos o no. Todo con un sostenido tono nostálgico, que alcanza su clímax cuando el autor vuelve temporariamente a la Argentina y va a ver su casa: “Una nostalgia inexplicable me llevó a visitar mi antigua casa. Me acompañó la familia. Al llegar a la calle Liniers, la distinguí desde lejos. Avancé apresurado. Quise aislarme. Cuando llegué a la vieja puerta, la encontré cerrada con una gruesa cadena. Traté de introducir mi mirada por las rajaduras y sólo alcancé a ver una imagen, quise creer que era la higuera abandonada. No sirvió mi edad, la madurez y la experiencia. Volví a ser niño por segunda vez, y no pude detener las lágrimas”.
Para quienes vivieron esos años, y para quienes nada saben de ellos, este libro es un testimonio valioso sobre la vida cotidiana de una familia judía de esa época, en una tierra que adoptaron como propia (“Argentina no fue un refugio pasajero –afirma-, fue un hogar, fue una cultura, fue una esperanza”). Es, además, una demostración de que el ser humano puede, si se lo propone, vencer todos los obstáculos. La trayectoria de Sela así lo demuestra.
“Entre esos dos extremos –destaca Moshé Goler-, desde la infancia argentina a la madurez israelí, está toda una vida, de un joven que eligió el trayecto jalutziano, fue educador en el Movimiento Juvenil Jalutziano en Argentina, hizo aliá y formó su familia y vive hasta hoy en el kibutz Nir Am cercano a Gaza, donde la historia de esta tierra tan peleada y llorada se sigue haciendo, filmando, grabando y transmitiendo a todo el mundo en estos días. Al lado de la Historia con mayúscula, están surgiendo los nuevos relatos que Mito escribe en su intimidad”.
Completan el volumen numerosas fotos acerca de la infancia argentina y el presente israelí.


LA RABINA, por Silvia Plager. Buenos Aires, Planeta, 2006. 376 pp. (Narrativa argentina)

Un día de 1968, Esther Fainberg conoce la historia de Regina Jonas. Poco después, anuncia a su familia que va a iniciar los estudios para ser rabina. La noticia causa revuelo entre sus parientes, que la toman de diversa manera. El marido, con sarcasmo, ya que aleja a la mujer de cuanto él busca para ella: una pose adolescente, sumisión, sociedad en el estudio jurídico. “¿Otra de tus estúpidas extravagancias, Esther?”, le preguntó. El padre le dijo: “Esther, sólo lograrás hacer daño a tu comunidad, a tu familia, a tu matrimonio. Y lo que es peor, arruinarás tu vida. Ninguno de los tuyos tuvo que ser rabino para saber quién era. Les bastaban sus muertos, sus costumbres, sus comidas...”. Tampoco es bien recibida la noticia por algunos amigos y por una parte de la comunidad judía, que piensa que no está permitido que las mujeres accedan al rabinato.
¿Qué puede llevar a Esther a tomar esa decisión? Es joven, atractiva, está casada con el heredero de un estudio jurídico de renombre, tiene dinero y la posición social que muchas envidiarían. Sin embargo, cree que su vida no tiene sentido. Ha llegado a ella la revelación; hay algo mucho más importante que lo que está viviendo.
Esa revelación, y su aceptación, la lleva a viajar desde Nueva York, donde se encuentra radicada, hacia Israel, donde estudiará con una importante especialista en Biblia. En Israel conocerá también a su segundo marido, agobiado por una tragedia conyugal, y junto a él, iniciará una nueva vida. La tercera edad los encuentra tan enamorados como antes.
La novela abarca décadas de la existencia de esta mujer valiente, que toma como ejemplo a la rabina Jonas, quien asistió a los fieles en un campo de concentración. Como ella, quiere consolar y confortar, y se pregunta si será capaz de hacerlo. Tiempo después, “A Regina Jonas, ordenada en Alemania cuando comenzaba el nazismo, y asesinada en Auschwitz, le dedicaba su prédica. También a sus padres, a su hermana, familiares, amigos, maestros... Pero en especial, a James Steiner, sin su amor y el de sus hijos Lucy y Dan, no habría podido llegar a ese momento. En el inicio ya había traído la presencia de los ausentes. Señaló la vela: ésta se iba a apagar, no la que llevaba encendida en su corazón”.
Los escenarios se suceden en la obra. Desde la Argentina, los Fainberg -padre, madre, una hermana y Esther- viajan a Israel, donde vivirán poco tiempo. Desde allí, se trasladan a Nueva York, donde se establecen definitivamente. En Nueva York nace el hijo que Esther tiene con Jaim, uruguayo, y allí llevan asimismo a la hijita de él, que ha quedado huérfana de madre.
Aunque centrada en las circunstancias por las que atraviesa Esther, la obra alude continuamente a la historia de Israel y el mundo en general. En esa historia se destacan dolorosamente las guerras, la situación en la Argentina y el Uruguay de la década del 70, el atentado a las Torres Gemelas. Plager los refleja con tristeza.
En esta novela, que resultó finalista del Premio Planeta 2005, la escritora evoca la lucha de una joven que tuvo una meta, y que llegó a ella cuando miles de obstáculos podrían haberla disuadido; evoca, asimismo, el desarraigo de quienes ven, una y otra vez, que ya no son de esa tierra.
Emotiva, bien documentada, escrita admirablemente, La rabina nos hace eco de las alegrías y los infortunios de los personajes, los presenta actuando coherentemente y deja en nosotros la certeza de que aún lo más difícil es posible, si realmente lo deseamos.

LA ULTIMA REBELIÓN y otros cuentos de nuestra historia - por Germán Cáceres, Enrique Melantoni, Laura Avila, Mario Méndez, Olga Appiani, Graciela Repún y Marcela Silvestro, Lucía Laragione y Emilio Saad. Ilustraciones de Graciela Sennes. Buenos Aires, Amauta, 2006. 112 pp. (Narrativa infantil argentina)

La historia argentina ha sido siempre fuente inagotable de obras artísticas. En esta oportunidad, se trata de cuentos en los que nueve escritores acercan al público infantil momentos de nuestro pasado tomados como marco para una ficción en la que tienen gran incidencia los personajes de corta edad. Son estos chicos quienes, con su visión de la situación, involucran al lector en la trama, pues le presentan la historia como algo vívido, que puede tenerlo como protagonista.
Algunos de los cuentos están ubicados en el siglo XIX; otros, por el contrario, se remontan desde el presente hacia ese siglo que vio nacer a la Argentina. Los personajes son los criollos, indios y morenos, y cada autor los dotará a su manera de vida y calidez.
Germán Cáceres escribe “La última rebelión”, un relato pleno de emotividad protagonizado por un niño y una niña pertenecientes a la tribu quilmes; ellos, en el siglo XVII, encaran con valentía una situación heroica. Enrique Melantoni es el autor de “Historia chica de fantasmas”, texto en el que el juego de la escondida es el punto de partida para una experiencia fascinante, que tiene que ver con la Segunda Invasión Inglesa. En “Virginia y la salamanca”, Laura Avila se refiere a la educación que se daba a las niñas en los años de la Revolución de Mayo, y a la intención de Manuel Belgrano de cambiar esa realidad discriminatoria. En “Recuerdo de familia (Historia a muchas voces)”, Olga Appiani, Graciela Repún y Marcela Silvestro escriben una narración acerca de una familia durante el éxodo jujeño, en la que se evidencian las crueles diferencias que había entre habitantes de una misma región. En “Falucho”, Mario Méndez relata, a partir de una anécdota que transcurre en 1975, lo sucedido al soldado que se negó a honrar la bandera española. En “El hombre de la cara partida”, Lucía Laragione evoca la vida de Santiago Avendaño quien, después de permanecer siete años entre los aborígenes, vuelve con los suyos, gracias a la generosidad de Baigorria. Emilio Saad, por último, es el autor de “El ovillo del destino”, relato en el que un fantasmal Tamborcito de Tacuarí es el eje alrededor del cual giran los sucesos que tienen como personajes a criollos y un inmigrante, evidenciando la transformación de la sociedad de nuestro país en la década de 1860.
"Todos estamos formados por múltiples historias –afirma Jorge Grubissich, en el Prólogo-. Lo mismo pasa con nuestro país, que es la suma de historias grandiosas, de pequeñas historias, de historias felices y de otras que quizás preferiríamos no recordar, aunque debamos hacerlo. Por estas razones Amauta presenta este nuevo libro, en el que la historia abandona su habitual pedestal para tornarse posible, y de ese modo pertenecerle mejor a cada uno de los lectores, protagonistas del presente y del futuro, esos dos misterios donde, además, como un abuelo venerable, habita el pasado".
Un pasado que interesará a lectores a partir de los nueve o diez años, y que es recreado talentosamente por estas conocidas personalidades de la literatura infantil.


MARCO DENEVI Y LA SACRA CEREMONIA DE LA ESCRITURA: UNA BIOGRAFIA LITERARIA, por Juan José Delaney. Buenos Aires, Corregidor, 2006. 244 páginas.

Juan José Delaney nació en Buenos Aires en 1954. Es profesor de Literatura Argentina en la Universidad del Salvador. Ha publicado, en distintos medios, cuentos, ensayos, trabajos de investigación y textos periodísticos. En 1993, becado por la Fundación Antorchas, participó del International Writing Program, de la Universidad de IOWA (Estados Unidos). Es autor de Papeles del desierto (cuentos), Tréboles del sur (cuentos) y Moira Sullivan (novela). Por el proyecto para este libro, en 2002 recibió una beca del Fondo Nacional de las Artes.
En esta obra, Delaney biografía a quien es considerado -junto con Borges y Cortázar- uno de los tres mejores cuentistas de nuestro país. El autor plantea su postura acerca de la utilidad de las biografías para comprender mejor una obra literaria: “Respecto de la biografía de un escritor en función de su obra, ahora que las miradas de la crítica se concentran en el texto con exclusión de cualquier borde adyacente, afirmo mi convicción de que el conocimiento de la vida del autor contribuye a alumbrar su escritura; más aún: provee elementos que más allá del texto convalidan el aserto de que para los literatos la pregunta sobre qué es la literatura aparece atada a todos los aspectos de qué es la vida”.
En cuanto a los motivos que lo llevaron a escribirla, afirma Delaney: “Hay distintas razones por la cuales uno puede emprender la escritura de una biografía. En este caso, dos fueron los motivos principales: aproximarme a una ‘vocación’ y, además, examinar los procesos de escritura en relación con una historia personal y social”.
La evocación se inicia con la referencia a los padres del escritor. Marco Denevi fue uno de los siete hijos de Valerio Denevi, inmigrante nacido en Siena, “un italiano que durante el último tercio del siglo XIX, siendo muy joven, llegó al país con escaso dinero y sin relaciones, a fin de concentrarse en el negocio de la construcción, para lo cual, poco a poco, fue adquiriendo tierras en las entonces despobladas y subvaluadas localidades de Sáenz Peña, Santos Lugares y Villa Lynch, en la provincia de Buenos Aires”. La madre fue la argentina María Eugenia Buschiazzo, hija de italianos del norte.
El nombre que adoptaría para escribir remite a sus orígenes: “En oportunidad de su debut literario, a los treinta y cuatro años, el autor modificó levemente su nombre: optó por el italiano Marco (usado domésticamente) en lugar del vernáculo Marcos, y eliminó el Héctor”.
Lejos de ser un rasgo anecdótico, la vivencia de la inmigración será muy fuerte en Denevi. Con Italia está relacionado –a criterio del biógrafo- “otro factor autobiográfico que gravitó en su escritura y que contribuye grandemente a iluminar la afirmación respecto del propio estilo. Hijo de la inmigración, la lengua y la cultura italianas pesaron, ciertamente, en su visión de la realidad y en su trabajo”.
Una italoargentina, su amiga y compañera de trabajo Syria Poletti, se refiere a la herencia peninsular como uno de los factores que se advierten en la narrativa del autor y, sobre todo, en su estilo: “La literatura de Marco Denevi irrumpe y se inserta justo en el momento en que la baraúnda de voces, llamémoslas bastardas, alcanzando el máximo grado de babilonismo, debía fundirse en canales lingüísticos idóneos al sentir del nuevo hombre argentino. Y un hijo de inmigrantes italianos, si quería ser fiel a la mecánica de su propio pensamiento, si quería mantener adhesión entre emoción-idea, y palabra, debía abrir cauce a su propia vertiente expresiva. Eso hizo Denevi, como hijo de inmigrantes, como porteño, como apasionado del latín, del francés, del italiano. Y del castellano, por supuesto, idioma de fronteras y aglutinante por tradición. Quiso devolver –o dar- al idioma de los argentinos, la precisión, el ajuste, la formulación directa –directa, y no primaria- entre idea y expresión, escrita y oral”.
Mas no fue la literatura el primer arte que cultivó. El autor de Rosaura a la diez afirmó: "Genética y educación se confabularon para hacerme adicto a la música. Mi padre, que nunca exteriorizaba sus emociones, sólo aflojaba frente a la ópera. Nací y me crié en un hogar donde se hacía música a diario, donde la música mal llamada culta formaba parte de la vida cotidiana. Todavía niño, y de la mano de mis mayores, fui a salas de concierto y al Teatro Colón".
Pero, llegado el momento, no pudo pensar en la música como una carrera a seguir: “había sido una posibilidad que seguramente el padre no hubiera tolerado por su decisión de que los hijos varones fueran a la Universidad; además ‘eran épocas en que si un muchacho se ponía a estudiar eso, se volvía casi sospechoso, era una mariconería’. Debió conformarse con tocar piano ocasionalmente, y de oído”. Denevi inicia estudios de Derecho, y los abandona habiendo cursado sólo nueve materias.
Cuando, en 1955, recibió el Premio Kraft “expresó que le hubiera gustado que su padre viviera ‘para que él presenciara esta travesura’ “. Sin ningún antecedente literario, Denevi gana un premio de esa envergadura. De allí en más, las obras se suceden, con éxito algunas, sin éxito otras, y lo confirman como lo que fue: un autor de indudable valía en el panorama de las letras argentinas.
Delaney, a quien conocíamos como novelista y cuentista, se aboca a la tarea de analizar -desde el punto de vista literario, como él señala- la personalidad de Denevi. Se vale para ello del trato directo, de bibliografía –mucha de ella proporcionada por el escritor- y de testimonios recabados por el mismo biógrafo, quien realizó más de un centenar de entrevistas.
El autor conoció al novelista “en 1974, poco después de que la revista Gente publicara junto a los de Jorge Luis Borges y María Granata su comentario harto generoso sobre mi primer libro de cuentos”. Lo describe físicamente: “A sus cincuenta y cuatro años de edad Denevi era un hombre totalmente canoso, de bigotes negros, rasgos muy definidos, retacón y de mirada inteligente. Su voz era grave, doctoral, y cuando hablaba sus dichos parecían el producto de una serie de ensayos ya que no cometía errores de dicción ni mucho menos de sintaxis o vocabulario. Hablaba como escribía”.
Denevi estuvo al tanto del trabajo del becario: “Cuando en 1986 el ensayo biobibliográfico me tentó como posibilidad académica, reflexiva y aún estética, no vacilé en telefonearlo proponiéndole mi proyecto. Inmediatamente se entusiasmó con la idea. No tardé en frecuentarlo para entrevistas y para la recepción de libros, papeles, fotografías, tesis, recortes y toda clase de información. (...) Lástima que, habitualmente, las conversaciones telefónicas, en las que es más difícil impostar, no se registren, y que ese recurso intermedio –el correo electrónico- llegó tarde para mi biografiado”.
Logra, a partir de tantas fuentes, este libro completísimo, en el que se analizan las obras literarias, se cotejan versiones, se incluyen fragmentos, se informa acerca de realizaciones teatrales y cinematográficas (en la Argentina y en el exterior), se enumeran ediciones y condecoraciones, se corrigen errores. Se resalta la actitud de Denevi como periodista y su incursión en la literatura infantil, aspecto de su obra, este último, quizás menos conocido que los anteriores. Se presenta asimismo la evocación de la personalidad del autor, el entorno en que vivió y la situación de la Argentina en ese tiempo.
Prolijamente documentado -como lo estuvieron anteriormente los cuentos y la novela-, el libro de Delaney surge de años de investigación, transmitida con un tono ameno que hace que el interés del lector no decaiga un instante.
“Por más de cuarenta años –señalan los editores- Marco Denevi (1920-1998) ocupó un lugar central en la narrativa argentina. Títulos que van desde la ya clásica Rosaura a las diez hasta Nuestra Señora de la Noche –su última novela–, pasando también por la inolvidable Ceremonia secreta, revelaron una voz original que se expresó en prácticamente todos los géneros, sin excluir guiones para cine y televisión. Esta biografía de Juan José Delaney –rica en documentos, cartas, testimonios y textos inéditos– da cuenta del camino del escritor, su formación, búsquedas, éxitos, fracasos y preocupaciones filosóficas y cívicas, dentro del contexto histórico y literario en que se desarrollaron. En otro sentido, el ensayista examina los procesos de escritura en Denevi e ilumina y valora aspectos soslayados de la producción del escritor como, por ejemplo, su condición de cuentista excepcional. El resultado es un trabajo que interesará no sólo a los admiradores de la obra de Marco Denevi sino también a estudiosos de la escritura en general y de la literatura argentina en particular”.


AGUA, PIEDRAS Y ESCOBAZOS, de Germán Cáceres. Texto inédito

En esta obra se evidencia un aspecto desconocido para mí, hasta hoy, de la producción del autor. Lo vengo siguiendo desde hace más de veinte años. Primero fue su narrativa policial, que comenté en 1986 en el diario La Nueva Provincia, de Bahía Blanca; luego, su obra de teatro Viajeros, en la que plantea cuestiones existenciales caras a todos los seres humanos; su investigación sobre el cine de animación, volumen acerca del cual lo reporteé para Letras-Uruguay y su literatura infantil y juvenil, destinada a lectores que buscan un texto relacionado con sus intereses y su realidad. (Enumero sólo algunos de sus libros).
Ahora, leo esta obra teatral, y me sorprendo una vez más. Ignoraba yo que a Germán le interesara esta temática, que cultiva con gracia y conocimiento del tema. Su recreación del clima del conventillo se inscribe en la tradición al respecto, pero brilla con luz propia; sus parodias del lenguaje de los inmigrantes, y de las discusiones entre ellos, nos hacen palpitar esos momentos tensos en los que las diferencias entre inquilinos se postergan para dar paso a la unión frente al propietario. Dice el Gallego: “Vistei que los propietarios quierun imponer un aumento de alquileres. (Pausa. El Turco lo mira alarmado. ) Y los muy hijos de puta también elevan esta mierda de maroma que nos dan pra dormir. (Señala la soga en la que están apoyando sus axilas. ) ¡Creen que estamos en un jotel de lugo!”. El Turco le contesta: “¡Bero algo habrá gue hacer! Si la guita de los salarios ni nos alcanza bara gomer”.
Entre los inmigrantes se ve, asimismo, una diferencia de actitud; mientras el gallego es contemporizador, el turco se muestra inflexible, pero ambos luchan por lo que consideran justo. El italiano, en cambio, muestra una faceta censurable de la inmigración; él dice a los otros inmigrantes, que se quejan por la falta de higiene: “Ma ostedes son ñus engropidos. Con lo poco que pagan ¿qué querere? ¡Parecen sobradores!”. La figura del encargado del conventillo se encuentra en la literatura, y encarna la fuerza del poderoso frente al desamparo de los que nada tienen.
Encarnan también al poder los personajes del doctor José Figueroa Alcorta y el coronel Ramón Lorenzo Falcón. Este último dice al presidente: “Hay una huelga de inquilinos capitaneada por anarquistas. Si llegan a triunfar es el comienzo de un proceso revolucionario que puede socavar las bases de nuestro ordenamiento económico. (Pausa. ) (Con sorna. ) Y le repito: también con sus maravillosos viajes París”.
Finalmente, llega la represión: “(Entra corriendo Inquilina 1 seguida de un policía, que le pega y la derriba. ) (La Turca se mete al baño, perseguida por un policía que la castiga haciéndola lanzar fuertes gritos de dolor. ) (Lentamente el ruido de los cascos de caballos disminuye. ) La iluminación se centra en el cuerpo sin vida de Miguel Pepe que yace en el patio del conventillo”.
Breve, contundente, sumamente lograda, esta pieza reafirma una vez más el talento de su creador.

ESCOBAS REVOLUCIONARIAS La gran huelga de inquilinos (1907), por Germán Cáceres. Buenos Aires, Ediciones BP, 2007 (Informes del Sur)

El año pasado pudo verse en teatro Agua, piedras y escobazos, obra de Germán Cáceres interpretada por el Equipo Teatral Osvaldo Dragún y el Grupo de Teatro Almas Fuertes. Estrenada en septiembre de 2006, está basada en el hecho histórico ocurrido en nuestro país en 1907, conocido como La Huelga de los Inquilinos o La Revolución de las Escobas.
La puesta se hizo “bajo la dirección general de Jorge Macchi, con el siguiente elenco por orden de aparición: Edgardo Jesús Diaz, Claudio Germán Godoy, Jorge Suarez Soria, Diego Adotti, Analía Mariel Rivero, Hernán Adotti, Leonel Borroni, Soledad Tortoriello, Edgardo Moccia, Cristina Barreiro, Natalia Romero, Alejandro Casal, Cristina Noemí Carcabal, Romina Cacchione, María Fernada Correa y Denise Chabín. Dieciseis actores en escena. (...) La obra se compone de un prólogo, dos actos y un epilogo. Al transcurrir en un conventillo, retoma la tradición del sainete respecto a ciertos personajes clásicos como el Tano, el Turco y el Gallego, y aprovecha el tono humorístico del género para celebrar el éxito de una huelga justa con una fiesta que ofrece al público tangos antiguos, practicamente desconocidos. La dramática represión policial del final obtiene, así, contundencia y se da primacía a la faceta testimonial. Este espectáculo cuenta con el apoyo de Proteatro".
En esa oportunidad, afirmé: “Su recreación del clima del conventillo se inscribe en la tradición al respecto, pero brilla con luz propia; sus parodias del lenguaje de los inmigrantes, y de las discusiones entre ellos, nos hacen palpitar esos momentos tensos en los que las diferencias entre inquilinos se postergan para dar paso a la unión frente al propietario. Entre los inmigrantes se ve, asimismo, una diferencia de actitud; mientras el gallego es contemporizador, el turco se muestra inflexible, pero ambos luchan por lo que consideran justo. El italiano, en cambio, muestra una faceta censurable de la inmigración. La figura del encargado del conventillo se encuentra en la literatura, y encarna la fuerza del poderoso frente al desamparo de los que nada tienen. Encarnan también al poder los personajes del doctor José Figueroa Alcorta y el coronel Ramón Lorenzo Falcón. Finalmente, llega la represión. Breve, contundente, sumamente lograda, esta pieza reafirma una vez más el talento de su creador”.
Pocos meses después, Ediciones BP incluye en su colección Informes del Sur el texto que nos ocupa, en el que el autor expone el sustento histórico a partir del cual escribió el drama. Pero no sólo expone los datos que encontró en su investigación, en fuentes que consigna en la bibliografía, sino que también da su personal visión del hecho. Su condición de universitario relacionado con la economía, y su profunda formación humanística hacen que su mirada acerca de esta época sea especialmente interesante, aún cuando su posición no sea compartida por todos los lectores.
A mí me fascinó este trabajo. Porque es serio, porque está escrito con amenidad, porque es un homenaje a los inmigrantes agobiados por el peso de tantas obligaciones y tan pocas satisfacciones y también porque homenajea muy especialmente a las valerosas mujeres que tuvieron un papel fundamental en esta huelga.

POR AMOR A CRISTINA, Susana Biset. Córdoba, Ediciones del Boulevard, 2007. Segunda edición.

El investigador Eduardo Tyrrell me envió este libro, pensando en que me interesaría. No sólo me interesó. Me atrapó. Empecé a leerlo y no pude dejarlo. En cada momento libre, volvía a él. Esa es la primera condición que destaco de la obra: su capacidad de llegar al lector, como si la autora fuera en realidad una narradora oral que nos está contando un relato. Al leer Por amor a Cristina, es su voz la que surge, plena de matices y reflexiones, con un lenguaje terso y cuidado, en el que no faltan las notas de asombrada belleza por el paisaje en el que se desarrolla la mayor parte de la ficción -una estancia cerca de la ciudad de Buenos Aires- y las connotaciones lóbregas para la misma ciudad, contrapartida de ese paisaje idílico.
Cristina Alonso, una joven hija de un nativo descendiente de españoles y de una española, regresa al Río de la Plata luego de haber pasado tres años en casa de su tía, en la península, refinando sus modales y adquiriendo cierta cultura. A su regreso, contrae matrimonio con un militar y se ve envuelta en hechos que hacen que su vida cambie diametralmente. No les adelanto más acerca de la trama. Sólo les puedo decir que el final es, a mi entender, logradísimo.
La acción transcurre entre 1808 y 1816, años cruciales para la historia de nuestro país. El conflicto entre los realistas y los patriotas tiene distintos ecos en los personajes. En la madre de Cristina, vemos la lealtad a su patria de origen; luego, con el correr del tiempo, la española irá evolucionando hasta adaptarse al presente en el que vive, treinta años después de haber dejado su tierra. Aunque ambientado en el siglo XIX, este conflicto se observa, con ligeras diferencias, en muchos de quienes por una u otra razón han debido dejar su hogar.
Otro de los temas interesantes es el de la función de la mujer dentro de la sociedad, ejemplificada, por un lado, en la madre y la hermana de Cristina -señoras dedicadas a la crianza de los hijos, la cocina y el bordado-, y por el otro, en esta maravillosa protagonista, que no vacila en tomar las riendas de una estancia, cuando la situación lo requiere. Valiosas consideraciones se desprenden de la confrontación entre ambos estilos de vida.
Y además, la obra de Susana Biset trasunta un importante sustento de información, no sólo histórico, sino también en lo referido a las tareas del campo, que describe con singular conocimiento.
Por todas estas razones, leí con mucho placer “Por amor a Cristina” y espero que el libro, que ya va por la segunda edición en pocos meses, tenga muchas más. Se las merece sobradamente.

VIDA COTIDIANA DE LOS JUDIOS ARGENTINOS. Del gueto al country, por Ricardo Feierstein. Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 2007. 480 páginas.

Si hay alguien que puede hablar con autoridad acerca de la historia de los judíos argentinos, ése es Ricardo Feierstein. A su circunstancia personal –ser hijo de polacos inmigrantes-, se suma su profundo amor por las raíces de las que proviene su familia, su preparación intelectual y su constante actualización.
Con todo este bagaje emprendió, hace muchos años, la ingente tarea de escribir la Historia de los judíos argentinos, publicada por primera vez en 1993, y reeditada en 2000. Es elocuente el hecho de que se hayan agotado estas dos ediciones de "un libro de "una comunidad"; ello demuestra que no es "sólo" de una comunidad, sino un trabajo profundamente argentino que ayuda, quizás, a comprender el fenómeno inmigratorio en su totalidad". En 2006 apareció la tercera edición, actualizada.
No conforme con este importantísimo logro, va por más: Sudamericana edita a fines de 2007 su Vida cotidiana de los judíos argentinos, volumen que dedica “a la querida memoria de mis padres Eufemia e Isaac, a mis tíos y abuelos, a toda esa inmensa familia de inmigrantes y argentinos mezclados que alguna vez disfruté en mis años de crecimiento y que hoy me acompañan en el recuerdo y me ayudaron tanto, sin saberlo, a reconstruir un largo siglo de vida en la Argentina”.
En la Historia… -señala el autor-, “Faltaban aún los aspectos personales y anónimos, esos que hacían a la vida concreta –día a día- de la mayoría, que de manera insensible y cumpliendo las aseveraciones de Raphael Patai se iba impregnando de una cultura nueva y desconocida (para los primeros inmigrantes) y conseguía, en el creador mestizaje que darían las sucesivas generaciones, un producto original, singular y conocido a la vez, que determinaba la múltiple –pero acotada- manera de ser judíos en este lugar del mundo“.
En esta investigación aborda un tema específico: el de la vida de aquellos seres -anónimos, algunos; famosos, otros- que contribuyeron con su esfuerzo al engrandecimiento de la nación que los recibió hospitalaria. Sí, hospitalaria, aunque episodios de discriminación -hacia los "rusos", los "tanos", los "gallegos" y los "turcos"-, por cierto no infrecuentes, mancharon esa hospitalidad que, como casi todas las cosas de este mundo, pudo ser mejor.
El escritor que cantó a sus ancestros en poemas, que los recordó en novelas, cuentos y memorias, se aboca ahora a la tarea de mostrarnos cómo vivieron los judíos en la Argentina, un país que adoptaron como suyo. Luego de consideraciones acerca de la identidad judía, el relato se inicia con el arribo del vapor Weser, del vapor Pampa, y sus pasajeros, que huían de tierras “bordadas por antisemitismo”, como dice en uno de sus poemas. Los extranjeros se fueron haciendo argentinos, cambiaron algunas de sus costumbres, nos influenciaron con otras, se asimilaron, y llegaron a ser la colectividad que hoy conocemos.
Para el recuerdo, y para que la conozcan quienes no lo vivieron, Feierstein evoca pormenorizadamente la existencia de estos hombres y mujeres que se veían en una tierra nueva, a menudo amenazadora, en la que tuvieron una nueva oportunidad, en la que prosperaron y en la que enfrentaron violencia y engaños, pruebas de las que salieron airosos.
Las comidas, la lengua, las vestimentas, la educación, la religión, son sólo algunos de los temas que aborda el ensayista, en este libro llamado a ser un manual de consulta para los lectores actuales y los de generaciones venideras.
Los pasajes que más me gustaron –y los que más me aportaron-, son los relacionados con las fiestas pantagruélicas, los juntadores de avisos, el tradicionalista, el memorialista familiar, el cooperativista, la idishe mame, el Pueblo del Libro y el gaucho judío. Claro que es sólo una opinión, que no intenta establecer una valoración acerca de un contenido tan rico y diverso.
Pero no debe pensarse que la vasta información que maneja Feierstein vuelve a la obra un pesado cúmulo de datos. Por el contrario, la gracia con que los cuenta, el afecto que trasunta cada línea hace de esta Vida... un relato ameno y esclarecedor, que lo muestra como un escritor perteneciente a una comunidad, mas no por ello ajeno a la vida palpitante que se desarrolla a su alrededor. Con inteligencia, con espíritu crítico, presenta a los judíos conviviendo con otras colectividades, en el paisaje cosmopolita de la ciudad de Buenos Aires y de las provincias, en siglos pasados y en la caótica realidad en la que vivimos.
Su libro nos habla de luchas y de éxitos, de desazones y victorias. Es, en suma, una historia contada desde el intelecto, y sentida desde el corazón; un friso de la sociedad argentina, tan peculiar y cambiante como lo es el ser humano.
Numerosas fotografías y documentos de toda índole –incluidos muy especialmente los literarios-, a los que se suman las anécdotas que escuchó, y las que lo tuvieron por protagonista, se amalgaman en este volumen que nadie que busque una investigación seria puede dejar de leer.

EN EL NOMBRE DEL TANGO Un enfoque sobre la temática religiosa en la poesía del tango, por Fernando F. Cautere. Buenos Aires, Santa María, 2008. 160 pp. Prólogo de José Gobello. Ilustraciones de Silvana Delfino.

La investigación tiene como propósito analizar la visión de la religión en poetas de la talla de Enrique Cadícamo, Armando Tagini, Cátulo Castillo, Mario Battistella, Alberto Vaccarezza, Celedonio Flores, Homero Manzi, Eladia Blázquez y Horacio Ferrer, entre otros. Cabe destacar que varios de los autores cuyas letras se analizan en el libro son inmigrantes o hijos de inmigrantes.
Cautere cita letras en las que se observan menciones superficiales de la divinidad, referencias centradas en el recinto del templo, la facultad del Creador de perdonar nuestras faltas, pedidos, súplicas, agradecimiento, resignación, blasfemia, decepción.
Se refiere por separado a Enrique Santos Discépolo, “en la certeza de que se trata del poeta del tango que con mayor asiduidad abordó la temática. Además, y fundamentalmente, por ser quien evidenció un profundo sentido crítico y analítico de la realidad social de su época y, consecuentemente, mostró en sus letras un criterio emocional de acercamiento a la figura del Creador”. Analiza la referencia a Dios en varias letras de tangos, y transcribe completa la letra de “Tormenta”, “Por ser la más rica y completa invocación a Dios que formuló Discépolo”.
Sustentada en cuatro pilares -la fe del hombre de campo, la del hombre de la ciudad, la fe de los inmigrantes católicos, y el anticlericalismo de otros inmigrantes- esta obra lleva a verificar que "la sinceridad que aparece en muchas letras con temática de fe como las que hemos mostrado puede mostrar un acercamiento del hombre a Dios en los distintos momentos de la historia que fue viviendo. Y eso implicaría un signo de búsqueda de Dios, porque los poetas que de El hablaron lo encontraron, buscándolo o, no".
El investigador se ocupa, finalmente, del verso lunfardo, “una muestra de otra expresión poética afín con el tango”, la “movida” tanguera en los colegios salesianos y la “Misa Tango”, expresiones contemporáneas -estas dos últimas- "de la relación tango-religiosidad".
Mención aparte merecen las ilustraciones de Silvana Delfino, la calidad del papel y las fotografías, y la edición en sí.
Completa el volumen la bibliografía consultada.

RETRATOS, por Carlos Penelas. Bs. As., Centro Betanzos Ediciones/Xunta de Galicia, 2008. Ilustración de tapa: “Retrato de Rocío”, por Juan Manuel Sánchez.

Hace años, leí “Los trasterrados”. Me impactó, por su sencillez y su belleza. Porque sabía decir todo con las palabras exactas. Hoy, esa misma cualidad la encuentro en el nuevo libro de Carlos Penelas, un escritor al que sigo y admiro.
En su Retratos, evoca a inmigrantes y argentinos, a personalidades y a gente común. Todos ellos merecen su lugar en esta galería que está ubicada temporalmente, en su mayoría, en la adolescencia y la juventud del escritor. Es en esa época en la que pudo atesorar los testimonios que prodiga en estas páginas.
Hay inmigrantes –dije- gallegos y de otras nacionalidades. Entre los gallegos, el mozo que lo atendía en el bar Astral (“Alegre y generoso, un corazón que todo lo ocupaba”); el gallego que regresa a la aldea, después de treinta años, con zapatos nuevos, porque allá siempre había andado descalzo; Dionisia López Almada, fundadora y ex presidente de la Comisión de Familiares de Desaparecidos en la Argentina; la encargada del edificio (nacida en Trasparga, la tierra de mi abuelo), a la que lloró como a su madre. Entre los que no eran gallegos, merece comentarse especialmente la semblanza de Boleslao Lewin, el historiador venido de lejos, de una nación que vivía un presente aciago, al que reconoce muchos méritos, entre ellos, el de ser tan generoso como para ofrecer al joven Penelas el abrigo del que el autor carecía en invierno.
Si de argentinos se trata, destacamos la semblanza de Alejandra Boero (“Jubilosa, rebelde, apasionada”), Enrique Palazzo, Roberto Santoro, Jorge Brandi, y Juan Bautista Bioy Lanusse, entre otros. También en este orden de evocaciones, nos encontramos con las espléndidas páginas acerca de Max Dickman, retratado en todas sus facetas con comprensiva pluma.
La lectura de estos retratos nos hace reflexionar acerca de diversos temas. El primero -y el más obvio-, la capacidad del escritor para rodearse, en sus años mozos, de gente valiosa, una capacidad que nuestra juventud –y no es por ser negativa- no cultiva demasiado. Luego, pienso en qué importante ha sido para él esa impronta, que puede evocarla con tal lujo de detalles en la madurez. Y, por último, disfruto de su talento al escribir, que lo hace capaz de trazar una emotiva semblanza, o una irónica caricatura digna del mismísimo Mujica Láinez, pero más severa.

DE LAGRIMAS Y SONRISAS, por Eduardo Bedrossian. Buenos Aires, 2008.

Sesenta poemas, agrupados en dos partes conforman este nuevo libro de Eduardo Bedrossian. A su condición de hijo de refugiado, suma su profundo conocimiento de la historia y la cultura de la tierra de sus mayores, y una condición muy especial para hacernos vibrar con sus palabras. Leyendo estas páginas, uno se hace eco de las más diversas sensaciones: de la angustia y el horror, de la tristeza más profunda, pasa lentamente a la paz y al sosiego relacionados con la vida de los armenios en la Argentina. Y no se trata solamente de los armenios, sino de los inmigrantes y exiliados en general, ya que a todos los aúna el mismo destino, aunque, como bien dice el escritor, los armenios vienen de una tragedia de la que no vienen muchos de los hombres y mujeres que eligieron esta tierra, o que se quedaron en ella porque no podían ir a otro lugar.
Leo las novelas, los cuentos, los poemas de Bedrossian con gran interés: Hayrig, Memorias para no olvidar, Morir en Marash, este libro, son piezas de una gran obra que él está empeñado en componer. Cada uno de estos libros arroja luz sobre un aspecto de la experiencia terrible que les ha tocado vivir; cada una de estas obras deja una enseñanza de amor y de paz, pero también de justicia, ajena a los olvidos que vuelven a matar.
El estilo es muy cuidado, y poético. Las escenas de la vida en Gebén, la evocación de los últimos momentos de la vida del niño que, a los diez años, optó por la muerte, tienen la trágica belleza de un cuadro de Goya; las palabras que el hombre dirige a su mujer, antes de marchar a un destino sin retorno, recuerdan los versos de Miguel Hernández.
Desde la tierra que acogió a sus mayores, la tierra en la que vieron crecer a sus hijos, estudiar y ser hombres de bien, Eduardo Bedrossian eleva este canto memorioso y desgarrado, pero también tierno y esperanzado.

DESDE LA CIMA. Reminiscencias de David Ben Gurión, por Miryam Gover de Nasatsky. Buenos Aires, Milá, 2008. 152 pp. (Imaginaria)

Decía Alfonso Reyes que no había que mostrar al biografiado en pantuflas, es decir, que no había que inmiscuirse en su vida privada. Miryam Govrer de Nasatsky lo hace en esta nueva novela, que tiene mucho de biografía, y sale airosa.
Acerca del estadista hay mucho escrito desde el punto de vista histórico y político; ella lo muestra desde otra perspectiva. Lo evoca como un joven que decide dejar su tierra en pos de un sueño, como el Primer Ministro de un estado aún en formación, como el estudioso de muchas lenguas, como el ciudadano que marcha a establecerse en el desierto -y vuelve cuando su físico no le permite realizar las labores rurales en un paisaje inhóspito, y cuando lo convocan para funciones que requieren gran inteligencia y sentido común-, como el marido que sabe compartir con su esposa los ideales que dan sentido a su vida, como el padre de familia que se reprocha no dedicarle tiempo a sus hijos...
Todo esto y mucho más es el protagonista recreado por Miryam Gover de Nasatsky. Quizás algún estudioso del tema disienta en la concepción de los hechos que presenta la escritora; lo que no podrá negar es la profunda erudición que trasuntan estas páginas, fruto del trabajo de una investigadora que ya nos ha dado importantes muestras de su seriedad y amor por sus raíces. En este libro se encuentra la investigadora, y también se encuentra la poeta; ambas contribuyen a crear esta obra que "deleita al tiempo que enseña".
Al esfuerzo de investigación y al talento de la autora, que escribe como pocas, se suma el talento de Ricardo Feierstein, un editor de raza, que sabe reflejar el valor de los textos que se le confían.

 

 
 

 

 
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