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Inmigracion a la Argentina: cartas
1. Introducción
2. Italianos
3. Españoles
4. Ingleses
5. Irlandeses
6. Franceses
7. Alemanes
8. Suizos
9. Austríacos
10. Daneses
11. Estadounidenses
12. Notas
1- Introducción
En esta monografía me ocupo de algunas de las cartas que los inmigrantes –reales o de ficción- enviaron a sus parientes y amigos.
En ellas les contaban sus alegrías y sus desventuras en la nueva tierra; hablaban de sus necesidades y logros, pedían, comparaban las costumbres argentinas con las que traían de sus países origen, transmitían la nostalgia que los acompañaba.
He encontrado cartas escritas en circunstancias atípicas, como las que Severino Di Giovanni envía a Josefa Scarfó, y la que Butch Cassidy, escribe a sus amigos, desde Chubut.
Entre los temas abordados no falta la relación con los indígenas, como se puede observar en las cartas del padre Donati y de los lectores de The Standard, y en la del gallego al que da vida Aurora Alonso de Rocha.
Incluyo, asimismo, la carta que un inmigrante envía al periódico El Obrero, en la que da cuenta del engaño y los malos tratos de los que es víctima. Esa misiva se envía con el propósito de alertar a los compatriotas acerca de las falsedades que encierran las promesas que se les hacen.
Muchas de estas cartas han sido escritas en castellano; otras, en la lengua del país de origen o en otras lenguas. En algunas encontramos un castellano con errores gramaticales y sintácticos, mechado de términos extranjeros, que demuestra las dificultades de los gringos para manejarse en el idioma del país al que habían elegido, o la escasa instrucción de quienes ya hablaban ese idioma.
Otra forma de testimoniar la vida en la Argentina era el envío de fotografías. Se enviaban, para ocasiones especiales, postales con retratos familiares, editadas por los estudios de fotografía. “Hoy, los coleccionistas aún las encuentran circulando en mercados de Italia y España con sellos argentinos: habrían sido enviadas por familiares que emigraron al país” (1).
Sobre las fotos que le tomaron en su infancia, escribe Jorge Fernández Díaz: “Todas estas fotos viajaban a España dentro de las cartas que mamá le escribía con orgullo a María del Escalón. Mi abuela, con prosa esculpida, respondía en la conciencia declarada de que ella no tenía perdón y de que se debía reparar la historia” (2).
Mauricio Kartun, en “El siglo disfrazado”, se refiere a las fotos que se enviaban a los países de origen, para mostrar el bienestar de los hijos de los inmigrantes.
Analiza la relación del Carnaval con la inmigración: “Fue con el vendaval inmigratorio de principio de siglo que la farra desbordó todo orden institucional, la mascarita se independizó, y el disfraz pasó a ser un atributo de fenomenal creatividad individual, un orgullo familiar en el que las mujeres de la casa lucían su solvencia con el molde y la aguja”.
Una vez disfrazado el niño, debía fotografiárselo, para enviar esa imagen al país de origen: “Colas de una cuadra en Foto Bixio, o en Pascale, bajo el sol calcinante de febrero, ése que aseguraba con el resplandor de la primera tarde los mejores contrastes en la vidriada galería de pose del estudio. ¿Cómo testimoniar sino allá en el terruño el prodigio de costura, las costumbres, el crecimiento y la belleza de los chicos, engalanados y maquillados?”
El afianzamiento de la inmigración hizo que cambiaran los disfraces elegidos por las madres para sus hijos: “Viejas fotos. Sólo eso queda de aquella magnífica pasión por el disfraz. De pierrot, sobre todo, hasta los años 20 en que las colectividades tomaron peso propio. De allí en más predominaron los baturros, toreros y gaiteros asturianos, las majas, las gitanas, y los vascos pelotaris con sus paletas en miniatura, o su versión lechera con los tarros también a escala. Napolitanas, damas venecianas, y polichinelas certificaban el amor a Italia.”
Fotos que se enviarían a los parientes que tanto se extraña: “Atrás unas líneas ya casi ilegibles: ‘Cara mamma: le invio una fotografia del mio Cesarino. Veda come cresce bello e grasso. Chi manca tanto. Sua cara figlia, Renza’. En la foto, un pequeño soldadito garibaldino. Un sombrero emplumado, y una descolorida mirada melancólica” (3).
También se enviaban cartas cuando un inmigrante moría. En la muestra “Buenos Aires 1910, Memoria del Porvenir”, llamaba poderosamente la atención la imagen de una familia vestida de negro, reunida alrededor de un hombre que llevaba un traje, sentado en una silla como lo habría hecho en tantas otras oportunidades. Hasta aquí no se advierte nada asombroso, pero ¿qué pensará el lector si se entera de ese hombre estaba muerto y ése era su velorio? Alguien del público me dijo que la foto se tomaba habitualmente, para mandarla al páis de origen y demostrar que el familiar había muerto en la nueva tierra. El guía corroboró minutos después esa información” (4).
2- Italianos
En La gran inmigración (5), de Ema Wolf y Cristina Patriarca, se reproducen algunas “Cartas de recién venidos”. Son las siguientes:
“De Vittorio Petrei, en Jesús María (1878):
“Nosotros estamos seguros de ganar dinero y no hay que tener miedo a dejar la polenta que aquí se come buena carne, buen pan y buenas palomas. Los señorones de allá decían que en América se encuentran bestias feroces: las bestias están en Italia y son esos señores”.
“De Luigi Basso, en Rosario (1878)”:
“He pensado en marcharme a Montevideo, y si no hay trabajo me voy al Brasil, que allí hay más trabajo y al menos tienen buena moneda, no como aquí, en la Argentina, que el billete siempre pierde más del veinte (por ciento) y no se ve ni oro ni plata”.
“De Girolamo Bonesso, en Colonia Esperanza (1888)”:
“Aquí, del más rico al más pobre, todos viven de carne, pan y minestra todos los días, y los días de fiesta todos beben alegremente y hasta el más pobre tiene cincuenta liras en el bolsillo. Nadie se descubre delante de los ricos y se puede hablar con cualquiera. Son muy afables y repetuosos, y tienen mejor corazón que ciertos canallas de Italia. A mi parecer, es bueno emigrar”.
En “Las fronteras históricas del legalismo”, Mariano Gutierrez reproduce una carta, fechada en Villa Merced en septiembre de 1879, en la que el fraile Donati “le advertía a su compañero de las trampas en que el gobierno pretendía hacer caer a los indios”.
Donati escribe al M.R.P. Moysés Alavez:
“Mi querido padre Prefecto: Recibí la apreciable de V.P.M.R. fecha 28 de presente. Con respecto á Ramón, consideratis considerandis, nosotros me parece que no debríamos más que aconsejarle á que se reduciese entre Cristianos á una vida civil para que despues consiguiésemos su conversión. Por ahora no usan otros términos que se entendiese con los Gefes o con el Gobierno, en cuanto á las propuestas que se hiciesen que después no se hubiesen de cumplir caeriamos en su desgracia. Según la carta de V.P. me confirmo siempre más que los actuales gobernantes no quieren reducciones, pero si la sumisión de los indios por medio de dispersiones de ellos. En una palabra reducirlos en un estado como se halla en los tiempos presentes la nación hebrea que no forma población reunida. Es de dura necesidad mostrarse indiferente con ello, que haga expontáneamente lo que les parezca mejor. Por el contrario se nos sublevaría si viniesen con propuestas que probablemente no serán fielmente realizadas. Me buscan que vaya para hablar ellos conmigo, por que gracias a Dios me creen; pero yo no tengo datos seguros que el futuro Presidente quiera favorecer á nosotros y á los indios. Ygnoro los proyectos de él y las instrucciones que tienen los Gefes. Yvanoski me ha comunicado que Sarmiento no quería pagarle este último trimestre. Es más fácil evitar el pantano que salir caído en el. Muéstrese neutral con Ramón dígale que se entienda con el Coronel Roca. Me es doloroso usar estos términos (...). también V.P. tenga la advertencia de reflexionar bien sobre el racionamiento de Nicolás, no sea que este pobre caiga en la red como han quedado estampados aquí una cuadrilla de cautivos que comenzaron á racionarles con el título de Vaqueanos prestando servicios. A poco á poco, de vez en cuando los mandaban a descubrir el campo, en seguidos que estuviesen vestidos de paisanos reunidos en tal Fortín, la conclusión fue que ahora están gobernados por un oficial como militares veteranos. Nicolás debería pensarlo bien y determinar si él mismo quiere carne de la Patria. Se me han desaparecido un par de botas; Marquito me asegura que las ha visto en mi celda puede ser que alguno de los Padres las haya ocupado para ir a cazar; me parecía que no estuviesen allí; pregunté de ellas, son botas casi nuevas. Entró el Padre Luis, algo ha de haber sucedido. En lo que tengo encargado que no me dejen la llave a nadie. Saludo con toda la expansión de mi corazón á los compañeros, en particular á V.P. Fray Marcos Donati” (6).
Una noticia publicada en el diario Clarín, el 27 de julio de 1999 (7),anticipaba que un día después, Josefa América Scarfó recibiría de manos del ministro Carlos Corach las cartas que Severino Di Giovanni le escribiera sesenta y ocho años atrás.
Transcribimos parcialmente esa información:
“El 30 de enero de 1931 –señala el matutino-, en una requisa, los policías dieron vuelta la quinta Ana María, en Burzaco, donde Scarfó alcanzó a convivir con Di Giovanni sólo diez meses. Se llevaron desde panfletos que exhortaban a la ‘insurrección de la clase obrera’ hasta las cartas de amor del anarquista”.
“Desde entonces, hasta hace quince días, cuando fueron entregadas al Ministerio del Interior, las cartas dormían en Museo de la Policía Federal”.
“ ‘Antes de morir quiero tener las cartas de amor y poder apretarlas contra mi pecho’, le dijo América Scarfó, hace unos seis años, al escritor y periodista Osvaldo Bayer, quien ayer habló con Clarín desde Alemania”.
“Fue precisamente a través de Bayer que la mujer se enteró de que aquellas cartas –la mayoría escrita en italiano, algunas en francés- no habían sido destruidas. En Severino Di Giovanni, el idealista de la violencia, escrito entre 1968 y 1970, Bayer reprodujo las cartas”.
“Bayer acude a las cartas para definir ese amor. ‘Hablaban de un amor que podríamos calificar de puro, profundo, pero casi sin referencias de tipo carnal o sexual’. Para Bayer, estos escritos destilan la moral anarquista de Di Giovanni: ‘Sus cartas tenían ese tono porque por sus ideas, sentía un gran respeto por el género femenino’ ”.
La nota incluye algunos fragmentos:
“Amiga mía: tengo fiebre en todo mi cuerpo. Tu contacto me ha atestado de todas las dulzuras. Jamás como en estos larguísimos días he ido bebiendo a sorbos los elixires de la vida”.
“Te dije, en aquel abrazo expanisvo, cuánto te amaba, y ahora quiero decirte cuánto te amaré”.
“Sé el ángel celestial que me acompañe en todas las horas tristes y alegres de ésta, mi vida de insumiso y rebelde”.
En “Teresa Masciulli en la vida de Severino Di Giovanni”, Otilia Da Veiga recuerda que él pidió ver a Teresa, su esposa, y a sus hijos antes de ser fusilado, y comenta: “No hace mucho tiempo Josefa Scarfó recibió del gobierno de la Ciudad de Buenos Aires las cartas que le fueran escritas desde la cárcel por el anarquista. Muy a destiempo, cuando sus ideales ácratas, serenados por los años y el matrimonio con un señor dedicado al comercio de obras de arte, seguramente ya eran recuerdo” (8).
Esas cartas son el tema alrededor del cual el “Grupo Buenos Aires Puro Cuento” creó el espectáculo “Severino, una historia colectiva”. A él se refiere Cristina Villanueva:
“El espectáculo surge de una noticia del año 1999: la entrega de las cartas (entre Severino y su amor América Scarfó) que realizó el entonces ministro Corach. El texto es resultado de la investigación del grupo y está armado en base a fragmentos de las cartas, material periodístico y aguafuertes de Arlt que es uno de los cinco periodistas que presenció el fusilamiento de Severino di Giovanni. Este hecho, el asesinato de un anarquista, acusado de un crimen que no cometió, se repite en nuestra historia y en otras. El abogado defensor de oficio, un teniente del ejército, fue destituido por no querer corroborar, con su actuación, las falsas acusaciones. La música, hermosa e importante en la creación del clima, entre otras, la de la película Sacco y Vanzetti. Hay una exposición de fotos, diarios de la época, revistas, que ilustran algo el contexto de lo que se narra. Las noticias de la época (1930 - 1931) en la voz de Alicia Rabovich, David Rein y Carmen Berdina, los integrantes del grupo, son seguidas de ‘ni dios, ni patria, ni patrón, ni marido’ ”.
“Estas palabras abren la historia, necesaria para preservar la memoria. Una crítica al ejercicio del poder que aplasta la libertad y las ideas. Coordinación María Heguiz” (9).
En La crisálida (10), de Nisa Forti Glori, la protagonista lee las numerosas cartas que le envían desde Roveto sus amigos y conocidos.
Rosa Marafioti es la autora de “Carta a mi pueblo”, en la que expresa: “He vuelto: Aquí estoy, después de tanto tiempo. ¿Me recuerdas? Yo sí te recuerdo, jamás te olvidé. Estoy segura de que tú también lloraste al verme, aunque no haya visto tus lágrimas, porque una madre siempre llora al ver a una hija que desde mucho tiempo no veía, estoy segura de que te emocionaste tanto como yo” (11).
3. Españoles
Félix Lima es el autor de “Otra vez en la milonga, trágico doblete” (12), artículo en el que incluye su “Carta pra alá”, la cual dice:
“ ‘Señora Guesusa Pérez de Jarcía y Jrejores.
‘Viju.
‘Querida prima:
‘Por aquí con a jerra, nos ponemus jordus, pues o que no suben os mayoristas, os subimus nosotros, por más que el jobiernu aprieta el torniquete a los especuladores y el hornu no está para janancias desmesuradas, pero tú sabés que aquí como en Lojroñu, en Londón como en Juacintón, en Hamburju comu en Ríu de Ganeiro, echa a ley, echa a trampa.
‘Te comunico una noticia que te llenará de gubilu: primu Jabriel ya sentó plaza de rentadu en el ayuntamiento, pues el concegale Iñiju, pariente leganu de tíu Jaspare, le consijió esa canonjía, 160 pesiñus mensuales, con gubilación y otros previleguius, con a única condición de votar siempre por los amijotes del susodichu Iñiju.
‘Primo Jabriel Sánchez Jerra ya maneja el escobillón edilicio con jarbu y empuga a carretilla con donaire, y en cuantu al uniforme, llévalo con elejancia que se la envidiaría Eduardu de Juinsur, ese tipo yoni que para mí tein guente en a azotea.
‘Deseamus que a jerra sea larja para convertir nuestra actual despensiña en almacén por mayore, con siete camiones de repartu.
‘Cariñus pra ti y para todos de tu prima que gamás te olvida-
Benita Fuentes de Sanjrador”
Elsa Gervasi de Pérez es la autora de “Carta a Galicia” (13), texto que mereció una Mención en el Certamen que el Rotary Club de Ramos Mejía organizó en el año 1994.
Un gallego escribe a sus padres, que quedaron en la tierra natal:
“Meus quiridos pai y miña nai Lorenzos. Y les dijo Lorenzos quirido pai prablar poco ya que usté y miña nai se llaman ijual y no es cosa dandar ripitiendo dos veces los nombres dustedes. Les escribo para dicirles que hemos llejado bien a la Arjintina. Nos acompañó la soerte a la Paca y a mí y a nuestra rapaza la Paquita. He tenido la entelegencia de saber sumar como me enseñó el maestro del pueblo. Gracias a usté pai. Aprendí bien los Toremas de Pitagorras y por eso en cuanto llejamos, hicimos un paseo por la Avinida de Maio que es muy bunita y nos recoerda a Madris, compramos un billete de lotiría. Pralegir el número hicimos así. Tiníamos en la aldea allá en Galicia nuestra finca con 4 burros, 34 jallinas batarazas, 8 blancas y mis 6 hermanos. Posimos todos los números en fila y se formó el 43.486. Entón fuimos a comprarlo, pero como no lo tinían ajarramos otro o sea el 17.286 que fíjese usté pai, es justo el que salió con la jrande. Ahora estamos muy filices siendo millonarios”.
“La Paquita sapuesto a noviar con un mochacho arjintino hijo de jallejos como nosotros. Es muy bueno y nos va a cuidar la platita. Ya le dimos todo y cuando rejrese de los Bancos en unos días, nos va a traer los informes”.
“Mientras estamos viviendo en un enquilinato hasta que el mochacho nos compre el departamento que ya elijimos. Bueno quiridos padre y madre porque aquí se dice así. Muchos cariños de su hijo el Paco. La Paca no manda saludos porque se está bañando, ya que hoy es lunes y no es cuestión de estar sucia toda la semana. La Paquita se fue por ahí a caminar pra ver si lo halla al novio ya que hace unos días se mudó y el pobreciño solvidó de darnos la diricción”.
“Con los brazos prarriba”
“los saluda so hijo”
“El Paco”
La casa de Myra se titula la novela de Aurora Alonso de Rocha que fue distinguida en 2001 con el Segundo Premio para Autores Inéditos, en el “Concurso organizado por la Fundación El Libro, en el marco de la 27ª Exposición Feria Internacional de Buenos Aires ‘El libro del Autor al Lector’ ” (14).
En esa novela aparece la carta que un inmigrante envía a una compatriota. Transcribimos un fragmento de la misma:
“Una carta dirigida a Carmen Regueiro, en Orense, España, que firma don Avelino Rodríguez, dice”:
“Carmen querida:”
“¡Y los gallos cantaron de noche! Volaron unas ánimas por encima del camposanto sin que los perros ladraran y esa madrugada el Sr. Bioy, de Pardo, que merece toda fe, se encontró sentado en un banco de la plaza del Azul habiendo huido del hotel donde velaban pared por medio a un recién muerto en duelo, por no poder dormir, cuando se le sentaron a los lados primero un paisano y luego otro, tal vez por ser el único banco con buena luz lejos de los árboles coposos, y el primero le dijo al segundo ‘hace mucho que no le veía’, y el otro: ‘es que fui enterrado vivo’. ‘Ah’ dijo el primero, y el otro añadió: ‘así fue, pude volver y aquí estoy’ “.
Si te cuento esto, Carmencita de mi alma, es porque veo que hay aquí más cosas posibles que en otros lados, y no milagros en los que no creo sino extraños sucedidos que finalmente voy tomando por cosa natural, y si comienzo la carta de ese modo también se debe a que creía que era fábula un suceso que me contaron y luego supe que no sólo había pasado sino que era más terrible de lo que se pensaba”.
“Hoy está en el diario, destacado: el cacique principal Cipriano Catriel, su lenguaraz y secretario señor Avendaño y su compañero asistente Juan María Moreno, cristiano éste pasado antiguamente a los toldos, fueron ejecutados en los alrededores del molino La Clara de Olavarría, y fueron alanceados por los mismos indios contrarios de opinión, al mando del cacique Juan, que quedará desde ahora al mando de todas las indiadas catrieleras, y del cacique Marcelino”.
En Amor migrante, de Stella Maris Latorre, un gallego escribe a su amada, quien ha perdido a su abuelo y su madre:
Buenos Aires Argentina, 13 de abril de 1943
Mi querida Olimpia recibí con gran dolor la noticia de la pérdida tan grande que has tenido y se me parte el corazón de pena de no poder estar a tu lado, mi amada Olimpia, no porque no tengas a quien te consuele, seguro están los vecinos sintiendo la pérdida de personas muy queridas en la aldea y también en las comarcas vecinas, menos mal que tienes a tus hermanos, que aunque son chicos consuelan, estarás más acompañada, el dolor será más chico porque lo tendrás que compartir y hacerte fuerte ante tus hermanitos que te precisan mucho, espero que hayan crecido fuertes y ya te den una mano en el prado y con los animales, el trabajo de la tierra me imagino que se lo darás a algún peón de esos tipo golondrina, pues es demasiado para ti preocuparte de todo, si no lo has hecho hazme caso y contrata alguna de esas personas, quiero contarte que el hotel familiar va muy bien, cada vez son más los inmigrantes que vienen a ésta en busca de trabajo, no sólo gallegos también de otras nacionalidades, mujeres son muy pocas, algunas con sus esposos y niños, pero no son tantos, las mujeres que vienen solas deben tener cuidado porque son abusadas en trabajos deshonestos, las autoridades lo saben pero cierran los ojos, hacen la vista gorda, total no son sus mujeres, son las pobres emigrantes, sabes Olimpia no es tan fácil la vida aquí como la pintan, todo lo que tengo me ha costado mucho sacrificio, sobretodo gran dolor el no tener donde apoyar la cabeza para derramar esas lágrimas a veces por las grandes injusticias, a las cuales no puedes hacerles frente, porque siempre eres uno de afuera y debes agachar la cabeza, ahora estoy muy bien pero pagué mi derecho de piso como le laman aquí. Ahora soy patrón, este hotel está esperando a su patron, pienso que ya es tiempo de que vengas aquí a Buenos Aires, nos casaremos en una Iglesia que se llama De La Piedad es muy antigua y hermosa, queda cerca de nuestro hotel; ya ves lo que digo ‘nuestro Hotel’, tengo pocos amigos, gentes de la aldea que me han hecho más llevadero el desarraigo y llenaron muchas veces de alegría mi corazón, ya te conté en cartas anteriores lo de Don Nicanor y doña Valentina, con Avelino siempre vamos, nos prepara el cocido, Nicanor hace el unto, las filloas, no sabe igual a lo de allí pero nos trae añoranzas de ese lugar, quiero que me contestes pronto, quisiera que para el mes de septiembre a más tardar te decidas a venir, en esa época aquí es primavera, es una época hermosa, donde florecen las plantas, las amarillas se llaman aquí son las xestas nuestras, aís florecerá nuestro amor, deseo me contestes pronto,haremos los preparativos, para hacer una boda bonita, como tú te lo mereces, no te ates por tus hermanos, más adelante los podemos traer si ellos quieren venir, Olimpia haz de cuenta que estoy a tu lado acompañándote, pronto lo estaremos de verdad, ya verás te acostumbrarás, ve a lo de Felipe Pérez Aguilera, yo estuve con él aquí, ya volvió para la aldea, él no quiso quedarse pero su situación económica es muy buena cualquier papel que necesites, él los sabe hacer, dile que vas de mi parte, es una persona muy buena, amigo de Avelino. Envíales mis saludos, si vas, espero me contestes pronto, disculpa que insista pero necesito poner fecha de casamiento. Me despido de ti con un abrazo de tu Manuel Machado Ocampo” (15).
4. Ingleses
“En 1871 –escribe Hugo Mataloni, refiriéndose a Santa Fe-, cuando ya hacía 15 años que Esperanza estaba instalada, otros grupos de campesinos abrían nuevos rumbos en el Norte de la provincia, sobre la costa, mientras el indio retrocedía lentamente hacia el Chaco todavía impenetrable. Esos campesinos, de origen inglés e irlandés, venidos directamente de los Estados Unidos de Norte América en busca de tierras buenas y baratas, se dirigen al entonces Presidente de la República, D. F. Sarmiento, en una carta fechada el 3 de noviembre de 1871, (el año de la epidemia de fiebre amarilla), y le piden dramáticamente ‘protección eficaz y decidida’, apelando a la Constitución que reconoce el derecho de peticionar a las autoridades”.
“Dicen que ‘venimos respetuosamente solicitando que nos ‘oyen’ (sic) y atendiendo a nuestra petición nos acuerde la protección eficaz y decidida que ha marcado hasta hoy sus actos públicos respecto a la inmigración y colonias” (16).
“María Elena Walsh nació el 1° de febrero de 1930 en Ramos Mejía, ciudad de Buenos Aires. Antes de finalizar sus estudios en la Escuela Nacional de Bellas Artes, a los diecisiete años, escribió su primer libro: Otoño Imperdonable, libro de poemas que mereciera el segundo premio Municipal de Poesía. Ya antes, en 1945, había publicado sus primeros versos en la legendaria revista El Hogar y en el suplemento literario de La Nación. Desde 1959 escribe guiones para TV, obras de teatro, canciones para niños. Las canciones de sus obras de teatro (Canciones para mirar, Doña Disparate y Bambuco, etc.), la letra y la música de sus canciones son cantadas por millares de niños en la Argentina, generación tras generación, quienes participan del mundo de fantasía e ingenio que les propone María Elena Walsh. Entre sus obras: Otoño imperdonable (1947), Apenas viaje (1948), Baladas con Ángel (1951), Casi milagro (1958), Hecho a mano (1965), Juguemos en el mundo (1970), Cancionero contra el mal de ojo (1976), Novios de antaño (1990)” (17).
“La abuela de María Elena Walsh, llamada Agnes, llegó a la Argentina con veinte años recien cumplidos, a trabajar como gobernanta. Se casó, y la vuelta a Inglaterra se fue retrasando. Estas cartas que le envió a su padre -bisabuelo de María Elena- llegaron nuevamente a la Argentina a manos de su papá, por intermedio de un pariente, y éste se las regaló a María Elena cuando niña para que recortara las estampillas. Pasaron más de cincuenta años en sus manos antes de que sintiera curiosidad por las mismas y decidiera hacerlas traducir, para luego incorporarlas en su libro Novios de Antaño” (18).
Transcribimos uno de los extractos de las cartas de la abuela Agnes:
“Calle Venezuela 786”
“Buenos Ayres”
“28 de febrero de 1878”
“Querido Padre:”
“Lamentamos saber que usted no ha estado bien, debe cuidarse querido papá y no tomar frío. Espero encontrarlo sano y gordo cuando vaya, aunque no se cuando llegará ese día, espero que sea el año próximo, y quizás le lleve algo para mostrarle...”
“Mi hermano Walter consiguió su primer trabajo, espero que se porte bien y lo conserve. David dice que el de plomero es muy buen oficio, al menos en este país”.
“Me sorprendo cada vez que recibo una carta suya, ya que aquí no es como en Inglaterra: a los carteros no les importa extraviar la correspondencia, y sólo por casualidad se recibe la que viene dirigida a domicilios particulares. Le ruego, papá, que escriba como antes a las oficinas de The Standard, ya que los editores son muy amigos de David y disponen de un buzón”.
“¡Hemos celebrado una gran Fête!, el centenario de un héroe argentino, el Gral. San Martín. Le envío un recorte de The Standard. El próximo domingo empieza el Carnaval y parece que será grandioso. David va a mandarle un recuerdo de La Plata”.
En Fuegia (19), Eduardo Belgrano Rawson presenta dos cartas escritas acerca de un mismo suceso:
“Pasaron diez dias desde la muerte del chico. En ese plazo murieron mas chicos y pronto cayeron algunos adultos. La viuda trabajaba duramente y no tenia un minuto para atender su correspondencia. Sin embargo esa noche consideró que habia llegado el momento de comunicar aquella muerte, la primera de una epidemia que barreria a los canoeros de la faz de la isla y que ella debia citar como un simbolo de la voluntad del Señor. Pero no le resultaba sencillo. Pensó que a Dobson le habria salido redondo. Una vez, en un trance parecido, su marido escribió una carta: "A la madrugada, Sidney se desperto totalmente lucido y me tomó de la mano. Me dijo que habia visto las Puertas del Cielo y que adentro habia criaturas con tunicas blancas. Para su gran alegria, todas le pedian que entrara. Sidney dijo que los angeles cantaban Aleluya y me anunció de inmediato: 'Yo quiero morirme rápido para quedarme con ellos'. El pobre partió media hora despues, en la paz del Señor".
Pero la muerte de Sidney habia sido distinta. Su cuerpo, mordisqueado por los cangrejos, fue hallado al pie del acantilado, donde habia ido a parar mientras cazaba borracho. Era la primera baja de la mision, lo cual justificaba la inspirada carta de Dobson. Tampoco se llamaba Sidney. El reverendo, cuando hizo falta, dio una corta explicacion: la verdad no hubiera beneficiado a nadie. Y aunque habian pasado dos años desde aquella farsa, sostuvieron una rabiosa pelea. Su marido la trató brutalmente, hasta que ella optó por recluirse en un furioso silencio.
Pero Dobson era implacable. Como si blandiera una carta de su mujer, se dedico a remedarla: "Con enorme pesar, me veo en la obligacion de comunicarles 1a muerte de un hombre llegado hace poco, a quien, por desgracia, no alcanzamos a bautizar debido a nuestras multiples ocupaciones. Estaba borracho perdido cuando se rompio el espinazo. Aparentemente no era un sujeto recomendable, pues la esposa sospecha que sometia a su hija mayor. No sabemos bien como se llama: ya les dije cuanto nos cuesta su idioma. Esta gente habla una cosa que se parece al gales. ¿lncreible, verdad? Nosotros pensabamos ponerle Sidney, porque sus nombres son muy trabajosos. Por lo demás, estamos muy bien. Feliz Navidad. ¿Recibieron nuestra tarjeta? No dejen de escribirnos. Que el Señor los bendiga".
Era una parodia infame. Ella tenia demasiado estilo y jamas hacia e] ridiculo. Al oir las palabras de Dobson, sintió que saltaba otra hebra.
Y sin embargo, a traves de los años, ella habia ido moderando su resentimiento. Tal vez si Dobson le hubiera mostrado la carta, habrian evitado ese choque. Pero recien tuvo noticias de la envidiable agonia de Sidney durante un viaje a Inglaterra. Una presentadora temblona, frente a cien almas reunidas en la Union Misionera, leyó la carta de Dobson, poniendola como ejemplo de las bendiciones que deparaba ultramar. Enseguida llovieron las preguntas. Sidney ya iba camino a la gloria. Ella, bastante aturdida, inventaba a discrecion. Muchas mujeres lloraban. Una vez mas, el reverendo la habia mezclado en sus manejos, de modo que volvio a Abingdon hecha una furia".
5- Irlandeses
Los lectores escribían cartas a The Standard. “Al principio, las que se publicaban provenían de Irlanda; eran siempre cartas que venían de muy lejos. Luego se fueron incorporando las nacionales y algunas de ellas hasta se publicaron en español. La bibliotecaria Piga recuerda una serie muy llamativa: ‘Las cartas en general tenían información porque reflejaban opiniones sobre hechos cotidianos. Una vez vinieron unos investigadores a la biblioteca para consultar sobre el fenómeno de los malones. Y se encontraron con algo maravilloso: cartas de lectores que relataban los últimos malones en la provincia de Córdoba’. En las cartas se pueden leer descripciones sobre cómo la gente fue sorprendida por un malón y, en la desesperación, se vio obligada a pelear, usar palos, correr o salvar a sus caballos. Al día siguiente, aparecían más cartas que respondían a la anterior. Por ejemplo, se ponían contentos sobre la suerte que habían corrido: ‘A nosotros nos fue mejor; no tuvimos muchas pérdidas’, deslizaba una de ellas” (20).
Juan José Delaney es el autor de Tréboles del Sur (21), obra que mereció elogiosos comentarios de Enrique Anderson Imbert y Rodolfo Modern. El escritor dedica a sus antepasados estos quince textos que transcurren a lo largo de más de un siglo. El tema común a todos estos relatos es el de la inmigración irlandesa, de la esforzada búsqueda de un mundo mejor. En este libro presenta seres ficticios y hechos verosímiles, sin embargo, en él se evidencia una evocación de la realidad que surge de datos concretos que Delaney maneja con autoridad.
Le preguntamos si entre esas historias había muchas protagonizadas, veladamente, por gente ligada a él. Nos respondió: “Como se dijo –y al menos en mi caso, doy fe de que es cierto-, todo texto literario es, esencialmente, autobiográfico. Por más que haya disfrazado mis historias, detrás de las palabras, está mi propia experiencia vital. Debo decir que también redacté sucesos de los que me hubiera gustado ser protagonista. Finalmente, no por nada dediqué el libro ‘a los irlandeses, vivos y muertos, que andan por mi sangre’ “ (22).
En uno de los textos, fechado en abril de 1929, una inmigrante escribe en la Argentina a una coterránea que recaló en Nueva York. La primera ve frustradas sus ambiciones, principalmente por el obstáculo que es para ella el desconocimiento del lenguaje, aunque, en lo que respecta a lo material, se muestra agradecida.
“2 de abril de 1929”
“Pasaje Silvio Picchi 4069”
“Buenos Aires, República Argentina”
“Queridísima prima:”
“No te enojes porque no haya escrito antes. Me fue imposible hacerlo debido a la angina tabacal que me arrancó la promesa de no fumar más”.
“Aciertas al suponer que no soy feliz. La vida es algo difícil por acá y confieso que estoy dudando de si mi arrojo de hace diez años valió la pena. He podido ahorrar algún dinero dando lecciones de inglés en casas de familias aristocráticas y, en otro sentido, no estoy disconforme con el trato que me dispensan aquí, en la pensión de Mrs. O’Reilly”.
“Coincido en cuanto a la aspiración de toda mujer, aunque si estuvieras en mis zapatos reprimirías tus incitaciones matrimoniales... Anduve con dos paisanos que resultaron borrachos perdidos, y en cuanto a los nativos es necesario cuidarse de ellos porque apenas pueden te clavan el cuchillo”.
“Releo los párrafos anteriores y constato que mi optimismo no es mucho. ¿Perdonarás que me desahogue contigo, mi mejor amiga más alla del parentesco? Ocurre que en este tiempo siento como nunca que mis raíces no están aquí. Aunque desde que tengo uso de razón he visto tanta desdicha que me atrevo a sugerir que las raíces de la humanidad no están en esta tierra. Pero, ¿dónde, Dios mío? Convengamos en que el mundo es un lugar muy extraño”.
“Pese a lo que vengo escribiendo, no puedo pasar por alto la buena acogida que los irlandeses todos hemos tenido en este suelo; difícilmente brazos deseosos de trabajar no encuentren recompensa. Esto en cuanto a lo materíal, porque no sabría qué decirte respecto de lo demás. ¡Llevo tantas cosas dentro de mí! Educación, afectos, historias, secretos, intuiciones... En verdad se trata de un cargamento muy pesado para una pobre inmigrante. Tú puedes compartir lo tuyo por medio del lenguaje, sabes que no ocurre lo mismo conmigo a causa de mi castellano postizo que me reduce, que me aísla”.
“Me llaman para tomar el té, único sedante para mis angustias”.
“¿Recuerdas la bahía de Galway y aquel hermoso y triste ‘Lament of the Irish Inmigrant’? Enseñé la canción a mis alumnos más avanzados pero me parece que no llegaron a captar su verdadero sentido”.
“Por favor no dejes de enviarme las soluciones a los crucigramas y de rezar siempre por mí”.
“Un beso grande,”
“Tessie”
En su novela Moira Sullivan (23) incluye una carta de la protagonista:
Buenos Aires, 18 de marzo de 1932
Querida Allison:
Finalmente me doy cuenta de que lo que más atenuó el impacto de Cornelius con este nuevo país es su vinculación con la colectividad irlandesa. Sé que te costará entenderlo pero a este remoto punto del cono sur empezaron a llegar, desde la segunda mitad del siglo pasado y hasta principios de éste, miles de irlandeses perseguidos por la Hambruna o seducidos por el mito según el cual aquí las calles están pavimentadas con oro. “¿Oro? ¡Orín!” se burlan en precario castellano los recientes amigos de Cornelius, aunque es muy evidente que sienten gratitud hacia un país que los ha recibido con generosidad y simpatía. Además, tal como ocurre allá, es difícil que quien tenga deseos y voluntad de progreso no encuentre aquí posibilidades de desarrollar sus talentos.
Hablo de los irlandeses pero en realidad son muchos los pueblos que se han congregado en la Argentina.
Debo decir que pese a que los hijos de Erín se jactan de haberse integrado con el resto de la población, la verdad no es exactamente así. Tienen sus propios colegios, sus propios templos y clubes, y quien comete la osadía de casarse con un “nap” (¿napolitano y por extensión italiano?) o con un “gushing” (derivado, probablemente, del verbo inglés to gush, que significa hablar con excesivo entusiasmo y que es un neologismo para aludir a los gallegos y también por extensión a los españoles), se aíslan o son lenta pero inexorablemente segregados. En verdad esto ocurre con casi todas las comunidades extranjeras que se han radicado acá: árabes, armenios, ucranios y, muy especialmente, judíos. Para no hablar de los británicos que a su injustificado desdén agregan cierto cinismo ancestral. Curiosamente los criollos sienten una secreta admiración por ellos, aunque públicamente manifiesten lo contrario. Por otro lado sé de colegas de Cornelius que, siendo de origen irlandés, se hacen pasar por ingleses para progresar en sus empleos. ¡Les parece más distinguido! ¿Puedes creer eso? A mí todo esto me resulta indigno. Pero casi nunca hablo en las reuniones en las que acompaño a Cornelius: me encanta escuchar y ver, porque el tiempo me muestra que es mucho más divertido que intervenir. Ahora que no escribo más para la pantalla y que pocas veces me meto en un cinematógrafo, opto por observar la tragicomedia diaria. Los de la vida son casi todos actores de primera.
Sé que mis cartas no son frecuentes y que no tengo mucho derecho a solicitártelo pero me gustaría que me escribieras más a menudo.
Siempre te recuerda,
Moira
La investigadora Celia Vernaz es la responsable del volumen Colonia San José Escritos (24), compilación publicada en 1991, incluida entre las Publicaciones del Museo Histórico Regional de San José.
En las “Consideraciones generales”, ella manifiesta: “Los ‘Escritos de una Colonia son el reflejo de su propia historia. En el año 1857 llegó el primer contingente de inmigrantes que se ubicó donde hoy es la Colonia San José en la provincia de Entre Ríos. Eran terrenos del General Justo José de Urquiza, quien no tuvo problemas en destinarlos a la colonización. En un principio, los límites estuvieron dados por el río Uruguay al Este, el arroyo Perucho Verna al Norte, el arroyo de la Leche al Sur y la calle ‘Ancha’ al Oeste, extendiéndose luego la población por todo el Departamento Colón, originando nuevos centros derivados de la Colonia Madre”.
Acerca de los motivos de emigración, afirma: “en la zona del Valais, Saboya y Piamonte se había generado una corriente emigratoria hacia América. Las causas eran varias: falta de trabajo, familias numerosas, pobreza en general, a lo que se sumaban cataclismos como avalanchas e inundaciones que diezmaban a las poblaciones de la montaña. También debe ser considerado el sueño de hacerse ricos y la sed de aventuras en un continente todavía virgen”.
Estos pioneros, originariamente destinados a Corrientes, sufrieron desventuras: “Fueron ubicados en el Ibicuy, al Sur de la provincia, pero al ver que eran terrenos inundables e impropios para la agricultura, remontaron el Uruguay en barcazas y fueron radicados en mejor lugar, o sea, el actual, con el beneplácito de Urquiza. Mientras Sourigues trazaba las concesiones, el grupo recién llegado improvisó viviendas debajo de los árboles mientras que las mujeres se alojaron en el galpón que Spiro tenía en la costa. Esto ocurría en julio de 1857, bajo el rigor del invierno”.
Los “Escritos” compilados nos permiten conocer la vida cotidiana de los inmigrantes: “Durante los primeros cincuenta años, tanto los colonos como autoridades políticas y religiosas apelaron a la pluma como arma de defensa y comunicación, dejando una pincelada general del pensamiento, ideas, proyectos, necesidades, sentimientos. Hoy esos escritos reposan en distintos archivos y no todos se conocen. Si bien no constituyen piezas literarias especiales, una selección de los mismos permitirá penetrar y ahondar más en las intimidades de la vida de la Colonia, poniéndose en contacto directo con cada autor, su forma de ser y de pensar. Pero lo importante es poder palpar el momento histórico vivido, esclareciendo hechos oscuros o casi desconocidos que han sido esencia y substancia de un período migratorio que hoy apasiona por sus raíces y proyecciones”.
Los textos proceden del Archivo General de la Provincia de Entre Ríos, el Archivo del Museo Histórico Regional de San José, el Archivo del Palacio San José, el Archivo personal de C. E. Vernaz, el Centro de Estudios Históricos San José; El Industrial, 13 de octubre de 1881; La Nación, 1885; Libro de Oro del Centenario de la Colonia San José (1857-1957) y Vernaz, Celia: Papeles de un inmigrante, 1987.
La historiadora incluye, en el volumen editado en 1991, cartas de inmigrantes de diverso origen. Transcribimos parcialmente una escrita por un piamontés que habla francés, precedida por la biografía escrita por Vernaz (25).
Lorenzo Cot fue un “sacerdote venido de Chambons des Fenestrelles, Piemonte. Ejerció su apostolado durante la Presidencia de Urquiza en la Capilla San José de su residencia. Desde este lugar concurría asiduamente a la Colonia San José para visitar a los colonos, muchos de los cuales fueron traídos por él desde su patria. En 1859 fue enviado a Europa para traer más inmigrantes. Luego fue designado sacerdote en la Colonia y Villa de Colón. Siempre tuvo mucho aprecio por los compoblanos europeos pues veían en él a su defensor y protector de los derechos que es correspondían por contrato”.
“Pero esta defensa le valió grandes enemigos en la esfera política de Colón, quienes lo persiguieron en forma incansable. Un cúmulo de acusaciones no hacían impacto en su fuerte personalidad, y si bien tenía el apoyo de las altas autoridades eclesiásticas llegó un momento muy difícil para su tranquilidad de parte de algunos hombres colonenses”.
“Falleció asesinado el 27 de setiembre de 1868. Este crimen quedó sin aclarar hasta el día de hoy ya que no ha sido estudiado aún en su profundidad”.
Escribe el padre Cot, en 1858:
“Supongo que Ud. estará curiosa de saber quién es el que le escribe. Yo soy un cura del valle de Fenestrelles, provincia de Pignerol en Piemonte. El año pasado, en el curso de enero, el puesto de Limosnero del General Urquiza me ha sido ofrecido y lo he aceptado con gran placer puesto que me ha procurado el medio de visitar un país que yo deseaba ver desde mucho tiempo”.-
“Yo he partido el 19 de abril y he llegado a Buenos Aires el 13 de junio. Después he ido a presentarme al Señor General Urquiza de Paraná. Estoy destinado en San José que se encuentra ocho leguas alrededor de la Colonia. Siempre que he podido he ido a visitar a los colonos”.
“Nos han testimoniado la más grande satisfacción de ver un cura que habla francés. En mi segunda visita he confesado varias personas, bautizado quince niños y bendecido tres casamientos y cantado una gran misa”.
“Yo cuento con volver en algunos días y regresar aunque sea un poco más cerca pues tendría a bien de ir más a menudo”.
“Quiera recomendarme a los prudentes ruegos del Señor vuestro tío y rogar Ud. misma por mí”.
“Vuestro sincero servidor”
“Lorenzo Cot”
En Las locas del camino (26), Susana Dillon escribe: "Las cartas de escritura femenina son un documento valioso y un veraz espejo donde reflejar un pasado no muy lejano en toda su rudeza y violencia. Resulta ilustrativa la carta de María Carriere, francesa cautiva que reclama a su hijito perdido en las tolderías":
Tucumán, l0 de enero de 1880
Sr. Padre Guardian:
Acabo de recibir una carta del Padre Marcos Donati, la cual me dice que ha encontrado un niño que como el que sea mi higo y me mandó un retrato pero este retrato no me da nada a creer que sea mi higo. Este niño parece haber por lo menos 5 años ni tampoco me parece ser la cara de Carlito, mi hermano me dice lo mismo. Carlito no tiene mas de 3 años y medio, a nacido el día de Carmen el 16 de julio de 1875, muy vivo, alajitabuenita, un pe]o muy rubio, ojos celestes, una piel blanca, un poco guatita, cuerpo y cara delgadita, el indio que lo tenía lo llamaban Cardón.
Yo deseo mucho encontrar a mi higo pero no tengo ninguna esperanza.
Ustedes verá según lo que yo le mande y se tome algún conocimiento de más me haga el favor de avisarme. Isidorito manda muchos recuerdos a todos los padres y me dice que quiere volver con ustedes y a llorado mucho cuando sabo la noticia de la Sra. Da. Cruz.
Le agradezco mucho señores de lo que se ocupa tanto de mis hijos. Dios se lo pagará algun día si yo no puedo.
Saludo a Udes.
María Carriere de Omer.
"La ternura, sumada a la incertidumbre provocada por la ausencia del ser querido, las esperanzas que flaquean, están expresadas en esta misiva donde queda reflejada toda una época de desapariciones forzosas, donde los inocentes y sus madres pagaban las consecuencias de una guerra de despojo y aniquilación en la que no tenían nada que ver".
Transcribe, asimismo, una carta que no fue escrita por un inmigrante, pero sí dirigida a un italiano afincado en la Argentina; la misma se refiere a la suerte corrida por franceses: "En otra carta, dirigida al Padre Marcos Donati, las Damas de Beneficencia de Rosario dan muestra cabal de sus preocupaciones en pos de resolver los acuciantes problemas de los cautivos. Entre otras cosas exponen:
"En cuanto al dinero que dejó aquí Don Miguel Cofré, creo que ya estará en poder de Ud. pues ya a sido enviado por el Sr. Don José García. Mas si esa suma no fuese bastante para el rescate de esa familia desgraciada, debo prevenir a Su Reverencia que don Juan Carrera nos comunica desde Tres Arroyos en nota 2 de abril pasado que hay más cantidad de dinero para ese fin y que por lo tanto puede avisársele para satisfacer lo que falta. Por el telegrama que Ud. hace al Sr. Arteaga veo que para el rescate del francés Savignon se necesitan 200 pesos bolivianos. Me apresuro pues, para comunicar a su Reverencia queda autorizado para por cuenta de la Sociedad de Beneficencia, invertirlos en tan loable fin. Felizmente esta cuenta con algunos fondos para librar a todos aquellos que puedan conseguirse de ese martirio. Respecto a los cuatro franceses y la mujer que compró Baigorri esperamos que su Reverencia hará todo lo que esté de su parte. Llenando así los nobles sentimientos de su alma y los grandes deseos de la Sociedad de Beneficencia que tengo el honor de presidir. Terminando e] objeto de la presente, tengo el gusto de saludar afectuosamente al Rdo. Padre...". Firman Carmen M. de Subiría, Secretaria, Restituta E. de Lezama V. Presidenta.
En la revista del Archivo Histórico “Alberto y Fernando Valverde”, de la Municipalidad de Olavarría, se incluye una “Carta de dos amigos, del 12 de julio de 1889. Firman Juan y Luis, lo que muestra la rápida acomodación al idioma del país” (27).
“Sr. Dn. Juan Rachou en el Azul. estimado Amigo”.
“Me ara el bien de aserle pasar esta carta que ba adentro de la suya á Bertran Sollé Desinat”.
“Me dispensará que no pueda dir para el Azul por el motibo de las aguas a entregarle el carro y pagarle el alquiler hase un mez que no puedo trabajar y amas le diré que me ha hido mal en los últimos biayes con que así tene passiencia asta que se componga y pueda dir para esa”.
“Tambien me dirás si quieres bender el carrito. Me an offrecido 2500 y si quieres venderlo por esa plata me contestas en lo de Guillermo Neron”.
“Ton amigo Luis Grimaud”
7- Alemanes
María Brunswig de Bamberg es la autora de Allá en la Patagonia (28), obra en la que evoca la inmigración alemana a través de las cartas que su madre enviaba a su abuela, que había quedado en la tierra natal. "El 3 de febrero de 1923, después de una travesía de treinta días desde Hamburgo, Ella Hoffman llega con sus tres hijas a Buenos Aires, rumbo a la Patagonia, donde Hermann Brunswig, su marido y padre de las niñas, trabaja como administrador de una estancia y espera ansioso el reencuentro con su familia después de tres años y medio de separación. Esta es una selección de las cartas intercambiadas hasta 1930 entre Ella y Mutti, su madre, y que fueron recuperadas setenta años después por María Brunswig, la hija mayor. Pero no se trata de una simple recopilación, sino de un juego de tiempos y voces, pleno de agilidad y riqueza, en el que intervienen tres generaciones de mujeres: Mutti, Ella y la propia María. Algunas cartas de Hermann incorporan, por su parte, una visión masculina y un toque de humor. El diálogo epistolar le otorga a la obra una intensidad inusual, además de una visión europea del sur argentino en los años veinte. Ella habla a su madre del mundo nuevo que está descubriendo y se revela como una gran luchadora. Educada para ir a la Ópera, aprender francés y tocar el piano, ahora lava ropa en el arroyo, friega, zurce, remienda, come huevos de avestruz e incluso carnea zapones. En síntesis, una sensible crónica familiar que abre distintos horizontes sobre una región inhóspita y al mismo tiempo generosa” (29).
8- Suizos
“Las cartas de los colonos suizos era por lo general optimistas –afirma Ema Wolf-, aunque resulta evidente que carecían de las cosas más indispensables. En 1857, Luis Mettan escribe a su familia”:
“¡Queridos hermanos, en esta carta os digo que si tenéis el coraje de venir, traed vuestra batería de cocina, panera, vajilla, tinajas, mantequera para fabricar manteca, dos pecheras de caballos, un buen carro (sic), así como todos los implementos de herrero: fuelle, yunque, martillos, tenazas; os aconsejo además traer rastrillos de madera, garlopas y sierras a una y dos manos, una criba para ahechar el trigo, un colador para la ropa, un recipiente para trasnportar la leche, carritos para la leche, una pintura para hacer el queso; traed además toda clase de semillas para jardín, y de flores, y 50 céntimos de ocre color chocolate; traed todos los muebles de la tierra y toda clase de semillas de árboles frutales”.
“Como Adela me había preguntado a mi partida si podía traer su sombrero, diré que sí, que puede traerlo porque cada uno va de acuerdo con la moda de su país; traed también los sombreros anchos para el verano. Termino mi carta diciéndoos que no puedo agradecer suficientemente a Dios” (30).
Juan Bautista Blatter “originario del Valais, vino a la Colonia San José en el año 1857 –escribe Vernaz-, a la edad de cincuenta y cinco años, junto a su esposa e hijas. Se ocupó de los trabajos de campo conservándose de él una copiosa correspondencia dirigida a sus familiares, en la cual se revelan distintos aspectos de la vida de la Colonia, especialmente la evolución política y económica de los primeros años”.
“Su existencia está ligada a la vida de sus hijas quienes fueron llevadas a Concepción del Uruguay, donde luego fijaron su residencia y donde todavía se encuentran descendientes”.
“El valor de sus relatos es innegable pues el detalle, la minuciosidad y el hecho de escribir asiduamente permiten la confrontación con escritos de otros colonos” (31).
El escribe:
“Mis queridos parientes: en lugar de escribir dos o tres cartas a la vez, ésta será una sola que envío a causa de que todas las que he enviado no he obtenido respuesta. En cartas precedentes yo he pedido a mi suegro y en otra a mi madre de enviarme a la hija; no he podido obtener respuesta ni sé si ella se encuentra bien ni si quiere venir o no: mi hija es la cosa que siempre he sentido de mi país y siento todavía; el único día que yo quisiera estar en Saint Martin es el día de Corpus Christi. Al siguiente ya estaré feliz de estar aquí. Solamente, quisiera tener a mi hija. Si estaría seguro de que ella esté contenta de venir, tengan a bien la bondad, queridos parientes, de querer venderle sus bienes y procurarle lo que sea necesario, y así, unida a una familia que quiera tomarla a su cuidado, yo enviaría con el portador de esta carta, el dinero para vuestra satisfacción; como no conozco nada el estado ni la voluntad de mi hija, les ruego, por mí y por ella, mis queridos amigos y parientes, si ella se decide a venir, hacer todo como no tengo necesidad de enseñarles, y pagar sus gastos y esfuerzos. Si ella viene, les ruego de enviar una caldera de 12 a 14 carterons para los quesos, y media docena de cencerros con hebillas y paños de invierno para vestir. Si ella viene, prometo que no sentirá el Valais. Todos estamos contentos excepto algún vagabundo que se aburre de todo y que nunca está bien en ninguna parte, y que en lugar de reconocer la falta en ellos mismos inventan mentiras para atribuírselas al país que los ha enriquecido...” (32).
Con unas líneas se despide de sus amigos Metráux. Lo relata Edgardo Krebs, en “Un ‘argentino’ universal” (33):
“Alfred Metráux (1902-1963) fue un amigo de Borges y Victoria Ocampo; un colaborador de Sur, un etnógrafo suizo nacido en Lausana y criado en Mendoza; un explorador del Chaco y del Altiplano boliviano, del vudú en Haití, del pasado incaico en los libros y en las sierras andinas, y de mitos indígenas en el Amazonas. Fue también, a los 26 años, el fundador y primer director del Instituto de Etnología de la Universidad de Tucumán, desde donde intentó vanamente modificar nuestros mitos, incorporando a los wichis y a los toba-pilagá a la imaginación argentina. (...)”.
“Como Juan Dahlmann, el personaje de El Sur, Metráux decidió apresurar su destino y terminar con su vida. No en la llanura y en la punta de un cuchillo, sino al borde de un lago, en un bosque de las afueras de París que le recordaba a la selva sudamericana. Antes de morir, escribió unas palabras de despedida a varios amigos. El texto, encontrado junto a su cuerpo, es el texto de un etnógrafo que registra su propia muerte, gesto pertinaz en la última vuelta del camino. Está en francés, el idioma de su inteligencia, excepto por una línea. '‘Adiós Alfredo Métraux'’ dice, al despedirse de sí mismo. Esas palabras están en el íntimo castellano de la infancia mendocina. Ser argentino es un acto de fe’ ”.
9- Austríacos
Con el título de “Carta de un inmigrante” (34) se publica “la carta que el inmigrante José Wanza enviara a la redacción de El Obrero, de un contenido tan valioso que no podemos resistir la tentación de reproducirla”:
"Aprovecho la ida de un amigo a la ciudad para volver a escribirles. No sé si mi anterior habrá llegado a sus manos. Aquí estoy sin comunicación con nadie en el mundo. Sé que las cartas que mandé a mis amigos no llegaron. Es probable que éstos nuestros patrones que nos explotan y nos tratan como a esclavos, intercepten nuestra correspondencia para que nuestras quejas no lleguen a conocerse”.
"Vine al país halagado por las grandes promesas que nos hicieron los agentes argentinos en Viena. Estos vendedores de almas humanas sin conciencia, hacían descripciones tan brillantes de la riqueza del país y del bienestar que esperaba aquí a los trabajadores, que a mí con otros amigos nos halagaron y nos vinimos”.
"Todo había sido mentira y engaño”.
"En B. Ayres no he hallado ocupación y en el Hotel de Inmigrantes, una inmunda cueva sucia, los empleados nos trataron como si hubiésemos sido esclavos. Nos amenazaron de echarnos a la calle si no aceptábamos su oferta de ir como jornaleros para el trabajo en plantaciones a Tucumán. Prometían que se nos daría habitación, manutención y $20 al mes de salario. Ellos se empeñaron hacernos creer que $20 equivalen a 100 francos, y cuando yo les dije que eso no era cierto, que $20 no valían más hoy en día que apenas 25 francos, me insultaron, me decían Gringo de m... y otras abominaciones por el estilo, y que si no me callara me iban hacer llevar preso por la policía”.
"Comprendí que no había más que obedecer”.
"¿Qué podía yo hacer? No tenía más que 2,15 francos en el bolsillo”.
"Hacían ya diez días que andaba por estas largas calles sin fin buscando trabajo sin hallar algo y estaba cansado de esta incertidumbre”.
"En fin resolví irme a Tucumán y con unos setenta compañeros de miseria y desgracia me embarqué en el tren que salía a las 5 p.m. El viaje duró 42 horas. Dos noches y un día y medio. Sentados y apretados como las sardinas en una caja estábamos. A cada uno nos habían dado en el Hotel de Inmigrantes un kilo de pan y una libra de carne para el viaje. Hacía mucho frío y soplaba un aire heladísimo por el carruaje. Las noches eran insufribles y los pobres niños que iban sobre las faldas de sus madres sufrían mucho. Los carneros que iban en el vagón jaula iban mucho mejor que nosotros, podían y tenían pasto de los que querían comer”.
"Molidos a más no poder y muertos de hambre, llegamos al fin a Tucumán. Muchos iban enfermos y fue aquello un toser continuo”.
"En Tucumán nos hicieron bajar del tren. Nos recibió un empleado de la oficina de inmigración que se daba aires y gritaba como un bajá turco. Tuvimos que cargar nuestros equipajes sobre los hombros y de ese modo en larga procesión nos obligaron a caminar al Hotel de Inmigrantes. Los buenos tucumanos se apiñaban en la calle para vernos pasar. Aquello fue una chacota y risa sin interrupción. íAh Gringo! íGringo de m...a! Los muchachos silbaban y gritaban, fue aquello una algazara endiablada”.
"Al fin llegamos al hotel y pudimos tirarnos sobre el suelo. Nos dieron pan por toda comida. A nadie permitían salir de la puerta de calle. Estábamos presos y bien presos”.
"A la tarde nos obligaron a subir en unos carros. Iban 24 inmigrantes parados en cada carro, apretados uno contra el otro de un modo terrible, y así nos llevaron hasta muy tarde en la noche a la chacra”.
"Completamente entumecidos, nos bajamos de estos terribles carros y al rato nos tiramos sobre el suelo. Al fin nos dieron una media libra de carne a cada uno e hicimos fuego. Hacían 58 horas que nadie de nosotros había probado un bocado caliente”.
"En seguida nos tiramos sobre el suelo a dormir. Llovía, una garúa muy fina. Cuando me desperté estaba mojado y me hallé en un charco”.
"¡El otro día al trabajo! y así sigue esto desde tres meses”.
"La manutención consiste en puchero y maíz, y no alcanza para apaciguar el hambre de un hombre que trabaja. La habitación tiene de techo la grande bóveda del firmamento con sus millares de astros, una hermosura espléndida. ¡Ah qué miseria! Y hay que aguantar nomás. ¿Qué hacerle? Hay tantísima gente aquí en busca de trabajo, que vejetan en miseria y hambre, que por el puchero no más se ofrecen a trabajar. Sería tontera fugarse, y luego, ¿para dónde? Y nos deben siempre un mes de salario, para tenernos atados. En la pulpería nos fían lo que necesitamos indispensablemente a precios sumamente elevados y el patrón nos descuenta lo que debemos en el día de pago. Los desgraciados que tienen mujer e hijos nunca alcanzan a recibir en dinero y siempre deben”.
"Les ruego compañeros que publiquen esta carta, para que en Europa la prensa proletaria prevenga a los pobres que no vayan a venirse a este país. ¡Ah, si pudiera volver hoy! ¡Esto aquí es el infierno y miseria negra! Y luego hay que tener el chucho, la fiebre intermitente de que cae mucha gente aquí. Espero que llegue ésta a sus manos: Salud”.
10- Daneses
El dinamarqués Andreas Madsen es el autor de La Patagonia vieja (35). María Sonia Cristoff señala que “Para Andreas Madsen, como para W. H. Hudson, la combinación de aves y postración derivó en escritura sobre el territorio patagónico: mientras el segundo asegura que no hubiese escrito sus Días de ocio en la Patagonia si el tiro que recibió en una rodilla no le hubiera impedido continuar el estudio de los hábitos migratorios por el cual había ido hasta Río Negro, Madsen dice que se le ocurrió por primera vez la idea de escribir sus relatos cuando a él –que había domado una cantidad considerable de caballos salvajes y matado a otra cantidad de pumas- la persecución malograda de una gallina que se resistía a entrar al gallinero lo dejó todo un invierno inmovilizado en una cama. Hasta ahí las coincidencias. Luego, sus obras se diferencian claramente: lo que para Hudson fue parte de un proyecto literario, para Madsen fue una manera de dejar testimonio de sus años como pionero en la Patagonia, más específicamente en la región de Lago Viedma”.
“Dentro de su producción figuran tres volúmenes de poemas, un libro sobre la caza de pumas, el proyecto de otro sobre la capacidad de razonar de los animales y la que es su obra emblemática, La Patagonia vieja, editada por primera vez en 1948 por El Ateneo y reeditada en 1998 por Zagier y Urruty. Esta misma editorial, que desde el último enero agregó a su catálogo esta colección de textos inéditos en castellano sobre la Patagonia, publica ahora Relatos nuevos de la Patagonia vieja, una recopilación hecha por Martín Alejandro Adair de las cartas privadas y de los artículos que Madsen publicó en distintos medios”.
“Madsen llegó a la Argentina como marinero buscavidas y a la Patagonia como parte de la Comisión de Límites que lideraba Francisco Moreno. Fue después el primero en asentarse en la zona del Lago Viedma y uno de los pocos pequeños propietarios que resistieron a las ofertas tentadoras –seguidas de estrategias amenazantes- de las grandes compañías que empezaron a adquirir enormes extensiones estratégicas de la Patagonia a partir de la primera mitad del siglo XX. Fue también uno de los propietarios de tierras que, durante los levantamientos obreros de 1921, logró acuerdos de no agresión mutua con los huelguistas, basados fundamentalmente en el conocimiento y en el respeto previo que se tenían. Volvió a Dinamarca únicamente para buscar a la novia de la infancia y defendió su decisión de radicarse en la Patagonia a pesar de las oportunidades que le ofrecían en otros lugares, con una epifanía de tinte darwiniano: ‘los desiertos campos patagónicos me llamaban con voz irresistible. La Patagonia, con sus tormentas de arena sobre las pampa desiertas en verano, y con el frío y la nieve en invierno, donde pasé tres inviernos con el mínimo de alimentación... y seis meses sin ver persona alguna, completamente solo entre los Andes. La mayoría dirá que no es gran cosa para extrañar; pero así es la naturaleza humana. A mí esa soledad me llamaba’ “.
“Todo eso está en Relatos nuevos de la Patagonia vieja, libro que puede leerse como el relato paradigmático del pionero –allí están las remembranzas de un pasado duro, la consignación de los esfuerzos por adaptarse, del apego al territorio que los recibe y de su contribución a él- e incluso como una postulación de que el pionero es el eslabón que la Patagonia necesitaba para dejar de ser la tierra maldita que habían asentado los relatos de los primeros exploradores y convertirse en una tierra de paz. Los relatos de Madsen tienen, entonces, una hipótesis, y también gracia narrativa: dos méritos ausentes en muchas otras memorias” (36).
11- Estadounidenses
Por medio de una carta, Butch Cassidy comunica su paradero a sus amigos ilegales estadounidenses. Ese manuscrito “permitió certificar su estancia en la región décadas después de su muerte”. Lo relata Francisco N. Juárez en el trabajo titulado “Una carta de Butch Cassidy” (37), del cual transcribimos algunos pasajes:
“Hace exactamente un siglo atrás, la carta aún no estaba embarcada hacia el país del Norte, pero llegaría a destino. La escribió desde su rancho en Cholila, Chubut, el 10 de agosto de 1902 a la señora Davies de Ashley, de Utah, el mormón Robert Leroy Parker; el más conocido y buscado asaltante de bancos y trenes en los Estados Unidos como Butch Cassidy. Con ese nombre quedó eternizado en una reiterada película. La carta fue un mensaje –en parte en clave- para dar noticias de su paradero a las amistades fuera de la ley en los Estados Unidos: la señora Davies era la suegra de Elsa Lay, quizá del mejor amigo de Butch”.
“La carta era importante para identificar al célebre bandido con el personaje que había habitado en Cholila, y demostrar con otros documentos gráficos su identidad: uno oficial con su firma, seguido de la comparación que oportunamente publiqué en la revista española Co & Co. A ello hubo que sumarle lo acumulado en la indagación en demanda de documentos sobre el rancho de Cholila. El resultado fue determinar cuándo y por qué ocuparon el lugar; el abastecimiento que hicieron los bandidos, qué consumieron y qué criaron, y hasta el costo y detalles minuciosos de dos puertas que encargaron para aquel rancho aún en pie”.
“Aunque la carta de Cholila ahora carece de la última carilla con su rúbrica (firmaría Bob, como las demás, pero es su caligrafía) resulta una maravillosa síntesis de la nueva vida del bandido. Elegantemente alude a ‘un tío (que) murió y dejó 30.000 dólares a nuestra pequeña familia de tres miembros. Tomé mis 10.000 y partí para ver un poco más del mundo’. En realidad, se refería al asalto de un banco de Winemuca en Nevada, el 10 de septiembre de 1900. Ahora estaba solo, es cierto, pero por pocos meses, de manera que mentía ese dato. Daba cuenta de su patrimonio ganadero: ‘300 cabezas de vacunos, 1500 ovinos, 28 caballos de silla’, además de dos peones y la alusión al rancho como ‘una buena casa de cuatro habitaciones’, galpones, establo y gallinero. Se quejaba de su soledad, la falta de una cocinera y su ‘estado de amarga soltería’. Luego, agregaba otras quejas. Se hablaba español, ‘pero el país, en cambio, es excelente’. Daba cuenta de la extensa y fértil región, la distancia con Buenos Aires y esperaba fortificar las ventas de ganado a Chile, ‘nuestro gran comprador de carne vacuna’, porque de allá habían abierto un camino cordillerano (se refería al sendero de Cochamó, el que denunció Clemente Onelli como contrario al laudo arbitral que expediría la corona británica ese mismo año)”.
.....
Las cartas nos permiten conocer variados aspectos de las vidas de los inmigrantes, al tiempo que nos remiten a los sucesos que en esa época acaecían en la Argentina y el mundo.
12- Notas
(1) Muzi, Carolina: “Fina estampa”, en Clarín Viva, Buenos Aires, 21 de julio de 2002.
(2) Fernández Díaz,Jorge: Mamá. Buenos Aires, Sudamericana, 2002.
(3) Kartun, Mauricio: “El siglo disfrazado”, en Clarín Viva, 20 de febrero de 2000.
(4) González Rouco, María: “Buenos Aires 1910 Memoria del porvenir”, en El Tiempo, Azul, 10 de octubre de 1999.
(5) Wolf, Ema y Patriarca, Cristina: La gran inmigración. Buenos Aires, Sudamericana, 1991.
(6) Gutiérrez, Mariano: “Las fronteras históricas del legalismo”, en www.derechopenalonline.com.
(7) S/F: “Las cartas de amor de Severino Di Giovanni”, en Clarín, Buenos Aires, 27 de julio de 1999.
(8) Da Veiga, Otilia: “Teresa Masciulli en la vida de Severino Di Giovanni”, en El Tiempo, Azul, 23 de marzo de 2003.
(9) Villanueva, Cristina: “Grupo Buenos Aires Puro Cuento en Severino, una historia colectiva”, en Te doy mi palabra Noticias de los cuentacuentos,Diciembre de 2003. www.circulocuentos.com.ar.
(10) Forti Glori, Nisa: La crisálida. Buenos Aires, Corregidor, 1984.
(11) Marafioti, Rosa: “Carta a mi pueblo”, en El Barrio Villa Pueyrredón, Mayo de 2003.
(12) Lima, Félix: “Otra vez en la milonga, trágico doblete”, en Caras y Caretas, Año XLII, N° 2137, Buenos Aires, 23 de septiembre de 1939.
(13) Gervasi de Pérez, Elsa: “Carta a Galicia”, en Rotary Club de Ramos Mejía. Comité de Cultura. Provincia de Buenos Aires, 1994.
(14) Alonso de Rocha, Aurora: La casa de Myra. Buenos Aires, Fundación El Libro, 2001.
(15) Latorre, Stella Maris: Amor Migrante. Buenos Aires, De los Cuatro Vientos Editorial, 2004.
(16) Mataloni, Hugo: La inmigración entre 1886-1890 Su proceso hasta el gobierno de Gálvez. Santa Fe, Colmegna, 1992.
(17) S/F: www.webescritores.com.
(18) Walsh, María Elena: Novios de antaño. Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1991.
(19) Belgrano Rawson, Eduardo: Fuegia. Buenos Aires, Sudamericana, 1991.
(20) S/F: “Memorias de un estandarte”, en Clarín Viva, Buenos Aires, 12 de octubre de 2003.
(21) Delaney, Juan José: Tréboles del sur. Buenos Aires, Grupo Editor Latinoamericano, 1994.
(22) González Rouco, María: “La epopeya irlandesa”, en El Tiempo, Azul, 10 de abril de 1988.
(23) Delaney, Juan José: Moira Sullivan. Buenos Aires, Corregidor, 1999.
(24) Vernaz, Celia: La Colonia San José. Santa Fe, Colmegna, 1991.
(25) Cot, Lorenzo: “Venida del padre Lorenzo Cot a San José”, en Vernaz.
(26) Carriere, Marie, en Dillon, Susana: Las locas del camino. Río Cuarto, Universidad Nacional de Río Cuarto, 2005. 228 pp.
(27) Grimaud, Luis: en Archivo Histórico “Alberto y Fernando Valverde”, N° 3, Municipalidad de Olavarría, Secretaría de Gobierno. Provincia de Buenos Aires, 1997.
(28) Brunswig de Bamberg, María: Allá en la Patagonia. Buenos Aires, Vergara, 1995.
(29) S/F: Brunswig de Bamberg, María: Allá en la Patagonia.. Gacetilla de prensa.
(30) Wolf, Ema y Patriarca, Cristina: La gran inmigración. Buenos Aires, Sudamericana, 1991.
(31) Vernaz, Celia: op. cit.
(32) Blatter, Juan Bautista: “Sentimientos”, en Vernaz.
(33) Krebs, Edgardo: “Un ’argentino’ universal”, en La Nación, Buenos Aires, 28 de julio de 2002.
(34) Wanza, José: Carta enviada a El Obrero; Nº 36, del 26/9/1891. Tomado de: José Panettieri, Los Trabajadores. Biblioteca argentina fundamental. Serie complementaria: Sociedad y Cultura/18. Centro Editor América Latina. 1982. Págs.101a 104. Reproducido en Ciudad Digital Yrigoyen, www.clarin.com.ar.
(35) Madsen, Andreas: Relatos nuevos de la Patagonia vieja (Recopilación de Martín Alejandro Adair). Zagier y Urruty. 2003.
(36) Cristoff, María Sonia: “Los surcos de un pionero”, en La Nación, Buenos Aires, 19 de octubre de 2003.
(37) Juárez, Francisco N.: “Una carta de Butch Cassidy”, en La Nación, Buenos Aires, 25 de agosto de 2002. Foto de Butch Cassidy publicada en www.bolsonweb.com/historia/historia_cassidy.htm.
Inmigración y literatura: Mascotas y otros animales
1. Mascotas
2. Animales que trabajan
3. Animales para sustento
4. Animales aborrecidos
5. Animales temidos
6. Comparación con animales
Los inmigrantes que llegaron a la Argentina entre 1850 y 1950 criaron animales para compañía, para que los ayudaran en sus tareas y para consumirlos. Hay, asimismo, animales aborrecidos y otros temidos por los inmigrantes. En la literatura, se evocan esas diferentes relaciones con los animales. Por otra parte, quienes llegaron de lejos han sido identificados, por distintas razones, con varios animales. Este es el tema del presente trabajo, en el que cito fragmentos de obras no literarias y literarias.
Mascotas
En el poema “Cuando mi padre habló de su infancia” (1), José González Carbalho enumera las posesiones que el niño inmigrante tenía en Galicia: un río, un monte, un horizonte, su perro y sus canciones. En América, ya nada tiene de eso, y se lamenta:
Ay, el dueño de valles
y misteriosos bosques
por el que andaba yo
mi perro y mis canciones.
Mis canciones que vuelven
sólo para que llore
Mi perro ya olvidado
de obedecer al nombre.
Yo, que perdí mis cielos,
¡y soy tan pobre!.
Recuerda a sus animales queridos Luis Varela, en De Galicia a Buenos Aires: “Dejaba yo en España algo que inconscientemente llevaba conmigo a bordo. Aquel caballo brioso no podía despegarlo en sueños de mi cerebro. También quedaba en Galicia un perro que se llamaba Sereno, que yo había criado de cachorro y con tanta pasión que me acompañaba en mis salidas de caza. No era un pointer de pura raza, pero sí un incansable rastreador y si ni él ni yo éramos excelentes cazadores, vaya si me había dado satisfacción por los montes de la campiña gallega. Aquellos fieles amigos yo los cuidaba como si fueran mis hijos. El negocio para mi casa hubiera sido que nos fuéramos los tres juntos. ¿quién los iba a cuidar ahora? Y en la incómoda posición de la litera, soñaba más que dormía, siempre en puro sobresalto, creyendo que a mis amigos les estaba pasando algo malo” (2).
El calabrés Serafín protagoniza “Un carro en la esquina”, cuento de Syria Poletti. El tenía una mascota: “El vigilante de la cuadra le regaló un perro, un cachorro tan andariego como él; nacido para vivir en la calle, como él. Y cuando, al acortarse los días, colgó bajo el toldo un farol multicolor, la impresión de seguir viviendo en el viejo pueblo calabrés, se le hizo nítida”. Internado en el Hospital Italiano, el inmigrante piensa: “El diariero cuidaría del perro. Y los gringos de la verdulería también: eran paisanos. Seguramente, el cachorro dormiría bajo el carro. No se dejaría llevar por la perrera. Era andariego, pero ¡vivaracho! Lo esperaría ahí, junto al carro” (3).
Elena Guimil es la autora de “Mi búho” (4), uno de los seis relatos del Premio La Nación 1999 de Cuento Infantil. En ese relato, la escritora recuerda la oportunidad en que su padre le trajo un pichón de búho. “Mi padre era un gallego fornido. Trabajaba de la madrugada a la noche y de lunes a sábados. Solamente los domingos se dedicaba a la familia y a la caza, sus dos mayores placeres.
Tenía tres perros de pura raza, diestros cazadores y su escopeta de primera. Cargaba su almuerzo y salía al campo. Era un solitario. Yo no era muy distinta a él. Amaba andar sola por el monte, jugar en silencio y tener secretos sólo para mí. Podría pasarme horas observando las rápidas zambullidas del martín pescador o escuchando el parloteo de las ardillas y el gorjeo de los pájaros.
El domingo era también mi día preferido. (...) yo me sentaba en un banquito impaciente, mirando fijamente la bolsa cerrada que descansaba olvidada junto a la puerta. Adentro había algo que se movía, algo que era para mí. Mi padre sólo la abriría después de tomar su café caliente. Unicamente él podía hacerlo. Pero no parecía tener ningún apuro. Me miraba de hito en hito y sonreía detrás de su taza. Creo que disfrutaba con mi impaciencia. El contenido de la bolsa de arpillera era un misterio para mí, aquel que esperaba ansiosa todas las semanas. ¿Qué sería esta vez? ¿Un tero, un lechuzón o un zorrito? La criatura asomó sus gigantescos ojos amarillos y se posó en la mano de mi padre. Emitió una especie de silbido cuando me acerqué”.
En su cuento “El cardenal”, Márgara Averbach escribe: “Yo siempre habìa querido un cardenal. En ese entonces, habìa muchos en los àrboles de la casa de las tìas, como flores rojas màs ràpidas que las otras. Y el abuelo, -que había nacido en una ciudad de Europa y después se había visto obligado a convertirse en gaucho judío, una conjunción inimaginable para él, supongo- me habìa prometido cazar uno para mì ese verano.
Era el mejor de los cazadores, un hombre alto, lento. Se agachaba para tocarme con una gracia infinita que mi torpeza iba a envidiarle para siempre. El me había enseñado a andar a caballo. Me había subido a ese paraíso de crines y cuero de oveja, me había puesto las riendas en la mano izquierda, me había mirado con confianza y me había dicho Adelante. La promesa, el pájaro, era solamente uno de sus muchos trucos de magia” (5).
Rubén Héctor Rodríguez evoca, en “Extraño chamuyo” (6), el problema que causaron unas aves que criaba:
En el conventiyo del tano Giacumín
se armó la de San Quintín
a causa de extraño y sórdido chamuyo.
Entonces, cada cual aportó lo suyo.
¡Fantasmas! Expuso Graciana
en yunta con Lulú, su hermana.
Para Lola, que volvía de un velorio.
¡Almas del Purgatorio!
¡Ondas hertzianas! juzgó Benita,
mina que las iba de erudita.
¡Espíritus del más allá! batió Evarista
jovata de tendencia espiritista.
No emitan falsas razones,
les aclaré desde los piletones.
Son mis hembras y buchones
Alimentando a sus pichones.
Por culpa de estas quilomberas
volaron las palomas mensajeras.
Me buchonearon con el patrón
y, cabrero, desalojó el jaulón.
El abuelo del actor Pepe Soriano tenía un loro como compañía: “Ladrillo y barro, chapa y madera. (...) En este buen lugar, donde hoy hay una galería vidriada con fuente y enredadera, su abuelo Giuseppe armaba a mano zapatos que jamás pesaban más de 300 gramos –era su regla de oro—mientras mascaba tabaco y hablaba en un calabrés imposible con el loro que lo escoltaba sobre una percha” (7).
Roberto Fontanarrosa presenta en una de sus historietas a un italiano amante de la música. Es don Nino, que lleva en el hombro un loro, al que le ha enseñado a cantar el himno de su tierra (8).
El niño que protagoniza Memorias de Vladimir (9), de Perla Suez, tenía como mascota un gallo: "Tomé a Yankel entre mis brazos. Acaricié sus plumas azules y me quedé mirando el crepitar del brasero". Vladimir viaja con el ave a América.
En Como si no hubiera que cruzar el mar, Cecilia Pisos presenta a una gallega que, desde la Argentina, pregunta por su mascota, una gallinita pinta (10).
En Los gallegos, una novela inédita, Gloria Pampillo escribe que su abuelo tenía, en su escudo, un toro. Había elegido el mismo nombre para todo lo que compraba: “Celta, como el nombre que mi abuelo le ponía a cada uno de los bienes que acá se iba ganando, desde su barco hasta los toros. Un toro negro, morrudo, que ahora le dibujo en su escudo de comerciante, como tantos otros dibujaron una espiga en el almacén o en la panadería: La flor de Galicia”.
Un animal era muy querido entre los disfrazados: “Los improvisados –comenta Andrés Carretero- preferían cubrirse con una sábana, lucir algún antifaz o pintarse la cara con corcho quemado. El disfraz más frecuente en todos los corsos fue el de Oso Carolina. También eran comunes los disfraces de Martín Fierro o Juan Moreira, los más valientes aparecían incluso montados a caballo, ganándose el aplauso del público”. Pero no todos los disfraces estaban permitidos: “Las disposiciones municipales prohibían el uso de disfraces de monja o sacerdote y aquellos trajes que parodiaran uniformes militares en vigencia o que representaran costumbres obscenas” (11).
El disfraz de Oso Carolina que menciona Carretero tiene una historia de pobreza. Escribe Podeti: " ‘Según tengo entendido, el oso carolina era un disfraz de oso hecho con bolsas de arpillera, en algunos casos bolsas que habian sido usadas para arroz y por lo tanto conservaban el sello de 'carolina 0000' o el que correspondiera. Como ya no hay arpillera, ahora podría manguear unas bolsas de polipropileno blanco y disfrazarme de 'Oso Núcleo de alimento para aves'.’ (Fuente: El lector Javier Unamuno, que no cita fuente alguna ni nada. Probabilidades de exactitud: 85 %, porque es casi una efeméride - o como sea el singular de ‘efemérides’ - y a pesar de que parece inventado y de que empezó su alocución con ‘Según tengo entendido’, frase hecha turbia como pocas)” (12).
Notas
1. González Carbalho, José: “Cuando mi padre habló de su infancia”, en Requeni, Antonio: Un poeta arxentino en Galicia: González Carbalho. Separata del Boletín Galego de Literatura.
2. Varela, Luis: De Galicia a Buenos Aires –Así es el cuento-. Buenos Aires, el autor, 1996.
3. Poletti, Syria: “Un carro en la esquina”, en Poletti, Syria: Taller de imaginería. Buenos Aires, Losada, 1977.
4. Guimil, Elena: “Mi búho”, en El desafío. Buenos Aires, Sudamericana, 2000.
5. Averbach, Màrgara: “El cardenal”, en Aquì donde estoy parada. Còrdoba, Alciòn, 2002.
6. Rodríguez, Rubén Héctor: “Extraño chamuyo”, en La Nación Revista, Buenos Aires, 13 de diciembre de 1998.
7. Artusa Marina: “El Nono”, en Clarín Viva, 26 de octubre de 2003.
8. Fontanarrosa, Roberto: “Inodoro Pereyra ‘El renegáu’ “, en Clarín Viva, 24 de febrero de 2002.
9. Suez, Perla: Memorias de Vladimir. Buenos Aires, Colihue, 1993. 69 pp.
10. Pisos, Cecilia: Como si no hubiera que cruzar el mar. Ilustraciones: Eugenia Nobati. Buenos Aires, Alfaguara, 2004. 216 pp. (Serie azul).
11. Carretero, Andrés: Vida cotidiana en Buenos Aires. Planeta.
12. Podeti: “¡MIRA VOS! Dato 69: El Oso Carolina”, en Weblog Clarín.
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Juan José Hernández evoca, en su cuento “El inocente”, a unos perros guardianes. “Poco tiempo después Julia y yo lo descubrimos muerto en la quinta del alemán. Ocultamos nuestro hallazgo. Nos habían prohibido subir a la pared del fondo que daba a la quinta, pero a menudo desafiábamos el peligro para robar naranjas. Nunca saltábamos la tapia; hacerlo hubiera sido correr la misma suerte del gato.
Provistos de un palo de escoba en cuyo extremo habíamos dispuesto un alambre en forma de gancho, cortábamos de un violento tirón las naranjas de los árboles cercanos. Abajo, los perros guardianes de la quinta ladraban, echaban espuma por la boca, mostraban los dientes, gemían de furia y de impotencia. El alemán, un ingeniero agrónomo que vivía en el centro de la ciudad, sólo les daba de comer una vez por semana para volverlos más feroces” (1).
Francisco Montes es el autor de Leyendas y Aventuras de Alpujarreños. En “El desafío” relata que, para las fiestas patrias, en Malargue se realizaba una competencia de doma. Un indio puelche desafía a un andaluz de dieciséis años: “no se sabe en qué tris fatal Miguel dio una voltereta en el aire y cayó en pie. Un silencio espeso acogió el final inesperado.
El desafío había terminado. Miguel saludó al domador (cortesía indígena), reunió su caballada y a sus secuaces y desapareció. Dicen que nunca más volvió por aquellos pagos. El domador con carita de extranjero, flaco, velludo y colorado, de ojos azules era el mismo que desde las Alpujarras había llegado con dos años de edad en la búsqueda de insondables destinos. Y cuentan todavía en los fogones malarguinos el gesto de un huaso chileno que había presenciado el desafío, rico el hombre, que había llegado con una tropilla de alazanes y mulas de alzada cordillerana. Montaba un caballo de leyenda con apero chapeado en plata. Se acercó al jinete y ofreciéndole las riendas de su montado, le dijo: -Tome, joven. Este es mi regalo. El apero nada más valía un Perú” (2).
En “Los trotadores”, de Elías Carpena, dice uno de los personajes: “-¡Mire, patrón: de los troteadores que ahí, en la Coronel Roca, corrieron el domingo, ni los que corrieron antes, le hacen ninguna mella... : ni siquiera el del vasco Estévez, que ganó sobrándose por el tiro largo, ni el de la cochería Tarulla, que ganó con el oscuro a la paleta! ¡Usted tiene el oro y lo confunde con el cobre!” (3).
En “Nobleza del pago”, Fray Mocho hace referencia a un inmigrante inglés que no era trigo limpio. Recordando la historia de su familia, dice un personaje: “Yo no sé, che, si eran nobles, pero sé que les caían y que con algunos hasta tuvo que ver l’autoridá, como le pasó a tu tío Ramón, que al fin se quedó en la calle, y a tu tía Robustiana, mal casada con un inglés que tenía el finao de mi padre de puestero y que lo pilló cerdiándole las yeguas, a medias con el juez de paz...” (4).
En su poema “La Condra” (5), Fulvio Milano canta:
Así la llamaba el abuelo italiano. No sé
qué significa este nombre. Condra,
la yegua blanca que atábamos al sulky.
¿Qué voy a hacer, Dios mío, con este
nombre raro
a través de la gente, a través del olvido?
La Condra, impredecible de caprichos en
los caminos rurales,
batía al aire los remos nerviosos, disparaba
por fantásticos ríos
tronaba el abuelo, y yo veía palidecer
en tambaleante escorzo el angustioso sueño
de la llanura.
Me ha tocado entrar entre vosotros con
estas imágenes.
¿Qué quieren de mí? La Condra
encabritada entre cielo y la tierra,
blanca erguida en su indómita empresa
¿dibujaba con cruel exactitud
algo más que aún debo encontrar?
En la “Oda a los ganados y las mieses” (6), Leopoldo Lugones evoca al ruso Elìas y su yegua cebruna:
Pasa por el camino el ruso Elías
Con su gabán eslavo y con sus botas,
En la yegua cebruna que ha vendido
Al cartero rural de la colonia,
Manso vecino que fielmente guarda
Su sábado y sus raras ceremonias,
Con sencillez sumisa que respetan
Porque es trabajador y a nadie estorba.
“La siesta” (7) se titula uno de los cuentos que Alberto Gerchunoff incluyó en Los gauchos judíos, en el que evoca los animales rurales.
Así comienza: “Sábado, día del santo reposo, día bendecido por los escritos rabínicos y saludado en las oraciones de Yehuda Halevi, el poeta. La colonia duerme en una tibia modorra. Blancas las paredes y amarillos los techos de paja, las casuchas lucen al sol, sol benigno de la primavera campestre. Del cielo, lavado por la lluvia de la víspera, desciende una paz religiosa, y de la tierra se elevan rumores apacibles. Floridos están los huertos y verdes los campos sin fin. En medio del potrero, el arroyuelo entona su melodía geórgica. Lenta y grave es la canción que dice el agua cubierta de círculos pequeños; y en el camino, uniformado por una densa colcha de polvo, una víbora muerta semeja un garabato de barro.
En el potrero descansa el ganado. Los bueyes rumian y mueven sus cabezas pensativamente, y en sus cuernos la luz se quiebra en fechas azuladas. También para ellos el sábado es día bendito. Allá, en un ángulo, repica el cencerro de la yegua madrina y el potrillo de manchas claras brinca y se revuelca sobre el pasto”.
Humberto D’Arcángelo -personaje de Sobre héroes y tumbas, de Ernesto Sábato- añora los carnavales de antaño, en los que su padre se lucía con el coche de plaza. El está con Martín “en una antigua cochera que en otro tiempo había sido de alguna casa señorial. (...) Le señaló al fondo, arrumbado, el cadáver de un coche de plaza: sin faroles, sin gomas, agrietada, la capota podrida y desgarrada. (...) Acarició la rueda de la vieja victoria. –La gran puta –dijo con voz quebrada-, cuando venía el carnaval había que ver este coche al corso de Barraca. Y el viejo con la galerita, al pescante. Te garanto que daba golpe, pibe” (8).
En el Martín Fierro (9), publicado en 1872, aparece un italiano que hace música, y una mona que baila:
Allí un gringo con un órgano
Y una mona que bailaba
Haciéndonos ráír estaba
cuando le tocó el arreo.
¡Tan grande el gringo y tan feo!
¡Lo viera cómo lloraba!”
Stéfano, el protagonista de una de las novelas de María Teresa Andruetto, ve a un organillero y su loro. El protagonista está alojado en el Hotel de Inmigrantes: “Cuando el sol baja, Pino y Stéfano salen a caminar por la ribera, hasta el muelle de los pescadores. Es la hora en que el organito pasa: lo arrastra un viejo de barba y gorra marinera que lleva un loro montado sobre el hombro.
A veces, junto a las barcazas, se detienen a oír el mandolín que suena en una rueda y las canciones que cantan los hombres de mar. Pero no sólo hay italianos en el puerto. Ya el segundo día se habían hecho amigos, ni saben cómo, de unos gallegos que limpian pescado junto a la costa y van por la mañana a verlos, ayudan un poco, y regresan, los tres días siguientes, con algunas monedas” (10).
En Frontera Sur (11), novela de Horacio Vázquez-Rial, el gallego Roque Díaz Ouro va “a los gallos”: “Fueron al reñidero de la calle de Santo Domingo, que así se llamaba todavía Venezuela. Manolo pagó las entradas de los dos. El propietario del establecimiento, uno de los más grandes de la ciudad, se llamaba José Rivero y su prestigio abarcaba las dos orillas del Plata. No habría podido Roque imaginar el movimiento de aquella casa, y hasta se resistió un tanto a la evidencia.
El, que era incapaz de diferenciar un bataraz, con su plumaje gris sucio, de un giro, con su cogote amarillento, o un colorado de un calcuta, se veía de pronto en un mundo de expertos que debatían a voces acerca de las virtudes de este o el otro animal, valiéndose de una jerga singular y poniendo en ello el furor de los obsesivos. Y no era escaso el público: en el enorme salón había asientos para varios centenares, repartidos en platea, gradería y palcos, y la pasión común reunía a hombres de muy distintos orígenes sociales en torno de los feroces y patéticos animales, consagrados al espectáculo de la muerte durante generaciones”.
Notas
1 Hernández, Juan José: “El inocente”, en Hernández, Juan José; Tizón, H., Blaisten, I. y otros: El cuento argentino 1959-1970** antología. Buenos Aires, CEAL, 1981. (Capítulo).
2 Montes; Francisco: “El desafío”, en Leyendas y Aventuras de Alpujarreños, en Unisex. Buenos Aires, Bruguera. 163 pp.
3 Carpena, Elías: “Los trotadores”, en Carpena, Elías: Los trotadores. Buenos Aires, Huemul, 1973. Pág. 155.
4 Fray Mocho: Cuentos. Buenos Aires, Huemul, 1966.
5 Milano, Fulvio: “La Condra”, en El Tiempo, Azul, 12 de noviembre de 2000.
6 Lugones, Leopoldo: “Oda a los ganados y las mieses”, en Antología poética. Buenos Aires, Espasa, 1965.
7 Gerchunoff, Alberto: “La siesta”, en R. J. Payró, J.C. Dávalos, R. Mariani y otros:: El cuento argentino 1900-1930 antología. Selecc. prólogo y notas de Eduardo Romano. Buenos Aires, CEAL, 1980. Págs. 49-50. Vol: 60.(Capítulo).
8 Sábato, Ernesto: Sobre héroes y tumbas. Buenos Aires, Losada, 1966.
9 Hernández, José: Martín Fierro. Testo originale con traduzione, commenti e note di Giovanni Meo Zilio. Buenos Aires, Asociación Dante Alighieri, 1985.
10 Andruetto, María Teresa: Stéfano. Buenos Aires, Sudamericana, 2001.
11 Vázquez-Rial, Horacio: Frontera Sur. Barcelona. Ediciones B, 1998. 563 pp.
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Animales para sustento
Agricultores y pastores eran los Dal Masetto en su tierra lombarda. Lo relata el hijo en un reportaje: “Cuando retozaba por las montañas de Intra, su padre Narciso y su madre María eran campesinos. Cultivaban todo tipo de verduras y frutas: hileras de vid para hacer vino. (...) él era el encargado de sacar a pastar las ovejas y las cabras” (1).
“Generalmente todos decían que eran agricultores –manifestó el profesor Jorge Ochoa de Eguileor-, porque una de las condiciones para poder venir a la Argentina era que fuesen agricultores. Nunca habían visto la tierra, y los que la habían visto, la habían visto en su pequeña casa del caserío donde tenían su cerdo, y donde tenían su vaca y alguna gallina” (2). Así fue como se vieron obligados a aprender un oficio que les resultaba desconocido, para poder subsistir en la nueva tierra.
Viajando de Rosario a Córdoba, Julio A. Roca conoce a un inmigrante entusiasmado con la ganadería y la agricultura. Escribe Félix Luna: “me impresionó lo que me dijo un inglés, empleado del ferrocarril. Era el encargado de medir las tierras, una legua a cada lado de la vía, que por concesión se le había otorgado en propiedad a la empresa.
En un castellano arrevesado, el gringo me contó que estaban expulsando a los pobladores que vivían en aquellos campos para venderlos en grandes fracciones una vez que la línea hubiera llegado a Córdoba. Sería un negocio enorme –me decía- y se llenaba la boca describiendo las miles de cabezas de ganado que podrían criarse allí y los millones de fanegas de trigo que se cosecharían” (3).
Otro inglés protagoniza el relato que un personaje narra en el cuento “Al rescoldo”, de Ricardo Güiraldes: “-Est’ era un inglés –comenzó el relator-, moso grande y juerte, metido ya en más de una peyejería, y que había criao fama de hombre aveso para salir de un apuro. Iba, en esa ocasión, a comprar una noviyada gorda y mestisona, de una viuda ricacha, y no paraba en descontar los ojos de güey que podía agenciarse en el negosio. Era noche serrada, y el hombre cabilaba sobre los ardiles que emplearía con la viuda pa engordar un capitalito que había amontonao comprando hasienda pa los corrales” (4).
Leopoldo Lugones, en “la ‘Oda a los ganados y las mieses’ (5), evoca el desarrollo de la ganadería, gracias al asesoramiento de un inglés
lo cierto es que en su media lengua trajo
artes y ciencias que el paisano ignora.
El transformó los bárbaros corrales,
las torpes hierras, las feroces domas,
y aseguró en las chacras invernizas
que al pronto parecieron anacrónicas,
forraje fresco a los costosos padres,
que entienden sus maneras y su idioma.
Y el tronco muscular del eucalipto
en que su duro y blanco brazo apoya,
se amorata de fuerza parecida
al levantarse desgreñado de hojas
“Marido de la Pampa” como dijo
Sarmiento, con palabra creadora”.
En ese mismo poema (6), canta al vasco que vende la leche:
¡Oh alegre vasco matinal, que hacía
Con su jamelgo hirsuto y con su boina
La entrada del suburbio adormecido
Bajo la aguda escarcha de la aurora!:
Repicaba en los tarros abollados
Su eclógico pregón de leche gorda,
Y con su rizo de humo iba la pipa
Temprana, bailándole en la boca,
Mezclada a la quejumbre del zorzico
que gemía una ausencia de zampoñas.
Su cuarta liberal tenía llapa,
Y su mano leal y generosa,
Prorrogaba la cuenta de los pobres
Marcando tarjas en sus puertas toscas.
Baldomero Fernández Moreno incluyó en Guía caprichosa de Buenos Aires la página “El vasco lechero en el café”, en la que dice: “he aquí que al hilo del mostrador aparece un vasco lechero, la cara rosada, con dos parches más rojos pegados en las mejillas, la boina encasquetada, la blusa rizada, que no todo ha de ser fortaleza y agresividad; las piernas combadas, las alpargatas silenciosas, y el tarro en la mano como si blandiera un arma o un guijarro listo para ser proyectado en la cara lisa y cosmopolita del ‘barman’. Y con el vasco lechero entra también el campo, un aire duro y frío y un trébol. Un trébol precisamente que se labra un espacio verde en el ambiente gris y que yo veo con toda nitidez” (7).
Mario, protagonista de Hermana y sombra, de Bernardo Verbitsky, recuerda al español que les vendía leche: “Dejamos en Bahía Blanca varias cuentas impagas, pero la que realmente nos preocupaba era la del lechero, un español bajito y menudo, a quien se le formaban unas arruguitas alrededor de los ojos al sonreír, lo que hacía con frecuencia. Vestía algo parecido a un chaleco oscuro, sin magas, usaba faja, y un chambergo negro echado ligeramente hacia la nuca.
Teóricamente, le pagábamos mensualmente los cinco litros que nos dejaba cada día pero siempre fue tolerante para el cobro, aceptando los pretextos con que explicábamos nuestra condición de deudores morosos. En los últimos meses no pudimos darle un centavo sin que él suspendiera el suministro de nuestro principal alimento. Nuestra convicción, reafirmada más de una vez por mamá, era que a ese pequeño español bondadoso debíamos el no haber muerto de hambre, sobre todo nuestra hermanita a quien no le faltaron nunca varias mamaderas diarias para suplir los pechos casi secos de mamá” (8).
En Barrio Gris, Joaquín Gómez Bas presenta a una española que vende leche en Sarandí: “El agua cubre ya la mitad de la calle. La gente comienza a utilizar el puente esquinero para atravesarla. Es un artefacto endeble y cimbreante que se yergue a más de cinco metros sobre el nivel del camino ordinario. Representa una hazaña ascender la escalera de carcomidos peldaños de madera, recorrer su piso de tablas inseguras y bajar por el extremo opuesto aferrándose a la barandilla resquebrajada por el sol y las lluvias. (...) Doña Micaela sube trabajosamente la escalera del puente acarreando un tarro de leche en cada mano. Trastabilla en los tramos y acompaña el peligroso tambaleo con imprecaciones más sucias que su indumentaria. Es grotesca como una vaca que bailara sobre sus patas traseras” (9)
En Secretos de familia (10), Graciela Cabal evoca al vasco que les vendía la leche: “El que sí viene con carro y caballo es el lechero. Cada vez que el carro se para delante de la ventana, el caballo, que tiene sombrero con claveles y dos agujeros para las orejas, hace pis. Un chorro que suena más fuerte que cuando mi papá va al baño. El lechero tiene pelo colorado, usa boina y nunca hace chistes porque es extranjero. Mi mamá deja la lechera en la puerta y el lechero, que viene con un tarro grande y un tarro chiquito, pasa la leche de un tarro al otro y después a la lechera, sin derramar una gota. Al rato viene mi mamá y derrama todo, porque a ella siempre le tiemblan las manos, pobre mi mamá”.
Respecto de la inmigración en Tigre, afirma Mabel Trifaro: “En el período que va desde 1870 hasta 1910, que luego se prolongó en menor escala, fueron entrando al país gran cantidad de inmigrantes de diversas procedencias, que llegaron también hasta Las Conchas (Tigre) y se establecieron formando sus familias. (...) Los inmigrantes se ubicaron en diferentes lugares del país según su procedencia, formando colonias. En el caso del delta, si bien no formaron colonias, se distribuyeron en los ríos con cierta proximidad los que provenían de determinadas regiones de Europa. (...)
Podemos destacar de modo general a los españoles de diferentes regiones en el comercio, los vascos-franceses en los tambos, los italianos en la industria y la mecánica, los turcos (sirio-libaneses) en el comercio itinerante, los japoneses en la floricultura, por lo que se instalaron en las zonas altas de General Pacheco, Benavidez y Escobar y éstos también se destacaron en la industria tintorera” (11).
Godofredo Daireaux es el autor de “Matufia”, cuadro costumbrista en el que menciona el ganado ovino: “Después del confortable almuerzo, se fue don Narciso a siestear, y se sentaron a la sombra de los preciosos aromas que rodeaban la estancia de don Carlos Gutiérrez, hacendado de la vecindad, don Julio Aubert, francés acriollado y mayordomo de una gran estancia vecina y un vasco, ovejero rico de por allá, que llegado a comprar carneros, a la hora de almorzar, había sido convidado por el dueño de casa” (12).
Los Rotstein, llegados de Ucrania, se establecieron en la provincia de La Pampa. Sus descendientes escriben: “En 1913 se voló el techo de la escuela primaria y ésta quedó inutilizada. Los Novick pudieron mandar a sus hijos a estudiar a otro lado pero David tuvo que abandonar.
Para aportar a la familia, se conchabó para cuidar ovejas en una chacra cercana. Una anécdota de su primer día de trabajo: el dueño de la chacra lo dejó a la mañana con las ovejas, galleta y una botella de agua y dijo que lo venia a buscar al anochecer. David esperó hasta que decidió que no lo venían a buscar y decidió volver caminando a Villa Alba. En ese entonces no había caminos sino huellas. Enseguida se hizo noche cerrada, pero el sentido de orientación que siempre tuvo lo ayudo a llegar. Esto tomó largo tiempo y, mientras tanto su empleador llegó, en carro o sulky, a buscarlo. Al no encontrarlo, volvió al pueblo. Tampoco estaba en su casa (estaba en tránsito, caminando de vuelta) así que para cuando llegó había una gran alarma esperándolo” (13).
María Brunswig de Bamberg es la autora de Allá en la Patagonia (14), obra en la que reúne las cartas que su madre enviaba a su abuela, que había quedado en la tierra natal. "El 3 de febrero de 1923, después de una travesía de treinta días desde Hamburgo, Ella Hoffman llega con sus tres hijas a Buenos Aires, rumbo a la Patagonia, donde Hermann Brunswig, su marido y padre de las niñas, trabaja como administrador de una estancia y espera ansioso el reencuentro con su familia después de tres años y medio de separación.
Esta es una selección de las cartas intercambiadas hasta 1930 entre Ella y Mutti, su madre, y que fueron recuperadas setenta años después por María Brunswig, la hija mayor. Pero no se trata de una simple recopilación, sino de un juego de tiempos y voces, pleno de agilidad y riqueza, en el que intervienen tres generaciones de mujeres: Mutti, Ella y la propia María. Algunas cartas de Hermann incorporan, por su parte, una visión masculina y un toque de humor.
El diálogo epistolar le otorga a la obra una intensidad inusual, además de una visión europea del sur argentino en los años veinte. Ella habla a su madre del mundo nuevo que está descubriendo y se revela como una gran luchadora. Educada para ir a la Ópera, aprender francés y tocar el piano, ahora lava ropa en el arroyo, friega, zurce, remienda, come huevos de avestruz e incluso carnea zapones. En síntesis, una sensible crónica familiar que abre distintos horizontes sobre una región inhóspita y al mismo tiempo generosa” (14).
“Hermann Brunswig, el esposo que aguardaba, había llegado a la Argentina en 1919 para emplearse como ovejero en la cordillera santacruceña y cuando fue nombrado administrador de la estancia Lago Guío, propiedad de Mauricio Braun, Rudolf Stubenrauch y Lucas Bridges, decidió que era el momento de hacer viajar a su joven familia” (15).
Por evadir el reclutamiento vinieron los tres hermanos asturianos Fernández Montes, enviados por su madre, quien quedó en España con sus otros hijos. Nicanor Fernández Montes, nacido en Loredo, “llegó a Buenos Aires en el Capolonio, un barco ya casi legendario, que también fue tema de un tango”. Su hija, Angela, cuenta que viajó en barco a la Patagonia, luego de un tiempo en el Hotel de Inmigrantes: “en una travesía marcada por olas de veinte metros... (...) Su primer destino fue Río Gallegos, donde no había ni veinte casas, y de ahí lo mandaron de puestero a una estancia. (...) En la Patagonia no había nada de lo que él sabía hacer, de modo que tuvo que improvisar, como todos los integrantes de una sociedad pionera. (...) Una vez, llegó a estar catorce meses solo en un puesto... catorce meses.... Desayunaba, comía, merendaba y cenaba cordero... no había otra cosa; lo notable es que le gustaba” (16).
En Tierra del Fuego vivían los personajes de Fuegia, novela de Eduardo Belgrano Rawson. Ellos importaron padrillos, pastores y perros: “Cuando les resultó evidente que habían echado mano a los mejores campos del mundo, los criadores de toda la isla resolvieron cruzar sus mediocres ovejas con padrillos europeos. Para entonces ya nadie soñaba con transformar a los lugareños en sus pastores perfectos. En realidad, a los parrikens les sobraban condiciones para el puesto: corrían treinta kilómetros de un tirón, podían dormir al sereno en invierno y resistían sin probar bocado como el más bruto de los galeses. Pero nada aborrecían más en el mundo que el trabajo de ovejeros, de modo que los criadores olvidaron por fin el asunto y junto con los padrillos importaron pastores de Escocia, quienes trajeron hasta los perros” (17).
También a las Islas Malvinas llegaron pioneros escoceses que criaron ovejas: “En 1842 llegaron dieciocho pobladores, en 1849 treinta y en 1859 otros treinta y cinco, con sus respectivas familias. El último contingente llegó en 1867. Poco a poco colonizaron todas las islas. Estos escoceses trasladaron a las Malvinas sus costumbres, entre otras la de criar ovejas, no vacunos. Sus descendientes forman la gran mayoría de la población malvinense nativa, de la población estable actual, porque las Malvinas tienen también una población inestable, de origen no escocés sino inglés: son los funcionarios y los militares” (18).
El abuelo calabrés de Griselda García no quería que las nietas vieran cuando mataba un conejo (19):
mi abuelo que para todas las actividades cotidianas
produce un sonido distinto con la boca;
que en los sesenta era sastre en Aerolíneas
y hacía los trajes de azafatas y pilotos,
mi abuelo, que cuando mataba algún conejo nos decía:
vayan con tu hermana a dar una vuelta
Manuel Corral Vide llamó Morriña a su restorán, nombre que nos habla sin duda del sentimiento que aúna a chef y comensales: “A través de Morriña (palabra entrañable para nosotros) el nombre de Galicia llega a miles de personas que, sin ser gallegas, se interiorizaron de las características de nuestra cocina, lo peculiar de nuestras tradiciones y nuestra milenaria cultura. En cuanto a los paisanos, me consta que se enorgullecen de tanta difusión” (20).
El publica sus recetas en Galicia en el mundo; en una de las entregas de “Cocina gallega”, leemos: “En Buenos Aires, siempre que se podía en casa, nos agasajábamos con una buena paella en la que difícilmente faltaba el conejo (mi abuela los criaba en nuestros primeros años en la Argentina)” (21).
Décadas más tarde, el chef incluye el conejo en su menú celta, que consta también de una “Cabeza de Jabalí sobre tostadas” y “Paleta a la armoricana con habas verdes”, entre otros platos (22).
La venta de carne fue el medio por el cual subsistieron muchos inmigrantes, en diferentes situaciones. “En España vivíamos en San Gervasio, a pocos kilómetros de Barcelona –cuenta Remey Nuez Fontanals-. Y yo recuerdo que cuando empezó la guerra, mi papá nos fue a buscar al colegio en bicicleta y ya estaban todos los guardias civiles muertos... yo tenía nueve años.
Mi padre falleció en esos días, de apendicitis. Así que mamá se quedó sola con los cuatro hijos. Yo, la mayor y mi hermana menor con nueve meses. Me acuerdo de que para poder vivir, mi mamá hacía estraperlo, contrabando de comida. Iba a los pueblos, compraba comida y la traía en el cuerpo, puesta. (...) en un viaje, en el que traía arroz en unos tubos escondidos en unos corsets, los guardias se dieron cuenta, y entonces mi madre se tajeó todo el corset, porque si la comida no era para nosotros, no se la iba a quedar nadie...Con mi hermana aprendimos y hacíamos estraperlo de carne, en las valijas del colegio... esa carne se vendía y podíamos subsistir” (23).
En Aller simple: Tres Historias del Río de la Plata, coproducción francoargentina de 1994 codirigida por los franceses Noel Burch y Nadine Fischer y el uruguayo Nelson Scartaccini –a quien pertenece la idea original-, “la cámara se detiene y quedan tres rostros, elegidos al azar, que nos enfrentan. Dos hombres y una mujer. A partir de esas caras, la película se adentra en las ficticias historias familiares de cada una. Presuponen, los realizadores, que uno es francés, el otro italiano y la tercera española. (...) Aller simple presenta, una por una, las historias familiares. La del francés, que se convirtió en un rico integrante de la Sociedad Rural; el italiano, que se fue al Uruguay y le costó levantar cabeza pese a la solidez económica comparativa de ese país respecto del nuestro; y, por último, la española, que se integró a la clase media cuentapropista poniendo una carnicería” (24).
En Quilmes, La Plata y Berisso, “se desarrolló, durante la década de 1920, una importante concentración de armenios gracias a las fuentes de trabajo en los frigoríficos de la zona. En la localidad de Berisso estaba el frigorífico Armour La Plata S.A. que inició sus operaciones en 1915. Entre dicho año y 1930, el 60% de su población obrera estaba constituida por hombres y mujeres provenientes de Europa y Asia. Los armenios compartieron con los italianos, españoles, rusos y árabes, las pesadas tareas en desfavorables condiciones de trabajo” (25).
La asturiana Carmen Díaz relata que su padre “a veces volvía de Gijón o de Oviedo, y rechazaba los potajes desabridos que comían todos y pedía huevos fritos, lujo que se comía delante de sus hijos hambrientos y zaparrastrosos”. Durante la Guerra Civil, los franquistas “entraban por la fuerza a las casas y se robaban las gallinas y los pocos comestibles que los aldeanos almacenaban con temor apocalíptico en sus despensas” (26).
La pobreza llega a extremos patéticos en la novela Stéfano de María Teresa Andruetto. La madre del protagonista ha encontrado un ave. Años después, el hijo recuerda: “La veo en la cocina: saca agua de la que hierve en un latón, echa el agua sobre la torcaza muerta y la despluma con dedos diestros, luego la chamusca sobre la llama y la desventra. Lava víscera por víscera, desechando sólo la hiel amarga. Cuando está limpia, la divide en cuatro y dice: Tenemos para cuatro días. Yo no digo nada, sólo miro cómo separa una de las partes y luego oigo que me envía a guardar las tres restantes sobre el techo de la casa, para que el sereno las mantenga frescas. Cuando regreso, está sacando de la bolsa harina de maíz. Mete la mano hasta el fondo y yo escucho el ruido que hace el tazón al raspar la tela. ¿Alcanza?, pregunto. Para esta vez, dice. ¿Y mañana? Dios dirá” (27).
Estos alimentos tan significativos para algunos inmigrantes, son mal vistos por otros italianos. Cuando viaja a Italia, el protagonista de La noche lombarda –novela de Atilio Betti-, ve que los descendientes acaudalados de los campesinos desprecian las comidas típicas de la región: “A mí me apetecían las ranas. Me apetecían todos los alimentos que nutrieron a mi padre; pero Anna los había proscripto de su mesa. No a la ordinariez de la polenta, no a la selvaggina, los patos silvestres”. En esa obra, Betti evoca los oficios de sus mayores, entre ellos la cría de ganado y la caza de ranas (28).
En Mendoza, los Bianchi se las ingeniaban para procurarse sustento: “Lo que más motivaba la admiración de Valentín hacia su mujer era cuando, durante el crudo invierno, ella se dedicaba a cazar pajaritos con su viejo rifle de municiones. Colocaba maíz mojado en el patio, frente a la puerta de la cocina, y mientras preparaba el almuerzo, las pequeñas avecillas se aglomeraban ansiosas por comer el alimento que asomaba entre la nieve. Entonces Elsa, de un solo disparo, hacía una buena cacería. Enseguida, con la ayuda de sus pequeños Bibi y Nino, limpiaban las presas obtenidas. Luego doña Teresa se dedicaba a la preparación de una exquisita polenta con pajaritos, que era la delicia de toda la familia” (29). Nino retiraba de los nidos pichones de paloma y gorrión, cazaba cuises y pescaba: Sobre los cuises o conejos de cerco, escribe, décadas más tarde: “Mi madre o la tía ‘Neta’, complacientes, solían prepararlos a la cacerola, que nosotros saboreábamos con deleite por el sólo hecho de saber que era producto de nuestras sacrificadas cacerías”. Los puesteros convidaban al niño con carne de quirquincho y preparaban “empanadas de carne de león”, a las que atribuían propiedades curativas (30).
Acerca de Margarita Marc de Soto, hija de franceses afincados en Alberdi, afirma Carolina Muzi: “La cocina fue una constante en su vida y las perdices en escabeche, una de las especialidades más celebradas por familiares y amigos. Pero Margarita no sólo las cocinaba: también las cazaba" (31).
En “La casa endiablada” (32), Holmberg imagina un crimen perpetrado contra un suizo que quería comprar gallinas. El juez relata: “-A principios de 1884, y unos tres meses después de partir usted para Europa, vino de Santa Fe a Buenos Aires un colono suizo llamado Nicolás Leponti, el cual, gracias a su actividad, a su esfuerzo, a su energía y a su inteligencia, había logrado reunir una fortuna que, si bien modesta, le permitía ocupar en su colonia una posición desahogada, y prestar, a sus compatriotas, servicios que le habían valido la estimación general”.
El escritor pone en boca del loro con cuya colaboración se esclarece el asesinato, consideraciones del ave acerca del coraje del europeo: “-Y era guapo el gringo... y duro para morir... ¿se acuerda, amigo?”. Este inmigrante encontró su fin cuando intentó hacer una operación comercial relacionada con su actividad: “El suizo quería comprar gallinas de raza, y sabiendo el 17 que aquella casa estaba sola, se dirigió a ella y allí consumó el crimen”. Durante mucho tiempo se ignoró qué había sucedido al colono: “La tierra cubrió el cuerpo de Nicolás Leponti, el aguardiente y el monte devoraron en pocos días el producto del crimen, y el misterio envolvió todo durante cinco años”.
En “Permiso, maestro”, Isidoro Blaisten presenta a “La Colorada”, “una polaca llamada Vlasta, es la prima de la pollera” (33).
Mempo Giardinelli escribe, en Santo Oficio de la Memoria, que, en Filetto, los nativos eran pescadores, viñateros, cosechadores de olivas (34).
En El mar que nos trajo, dice Griselda Gambaro que Agostino “Cada atardecer, salvo que el tiempo lo impidiera, salía en barca bajo patrón en jornadas que, según la pesca, concluían al amanecer o al mediodía siguiente. Se trabajaba mucho y se ganaba poco. (...) Ellos estarían condenados al mismo ritmo de trabajo toda la vida: la pesca, la venta a precios viles y el ocio destinado al arreglo de las redes” (35).
Muchos italianos fueron pescadores, en Mar del Plata. Un descendiente se refiere a la vida cotidiana de uno de estos inmigrantes: “A Juan Carlos D’Amico lo llaman Chupete. (...) A Chupete le gusta su profesión, la misma de su padre y de sus dos abuelos italianos. Para ellos, toda la vida giró en torno a la pesca. ‘Mi abuelo llegaba a la casa, se lavaba y preparaba el chupín. Mientras se cocinaba, tejía la red. Todos los días un poquito. Terminaba de coser, comía, y se iba a dormir hasta el otro día, que volvía a pescar. Esa era la vida de él” (36).
Canela recuerda las recetas que cocinaba su madre italiana: “En verano, una sopa de harina quemada con pan tostado. Había tortilla de flores de zapallo y criábamos caracoles de jardín en cajas, que después ella purgaba para hacer unos exquisitos guisos. Salíamos al campo en busca de la planta diente de león, que se agregaba sin su flor a la polenta con panceta” (37).
“Luca Filiziu tiene 82 años y es uno de los primeros inmigrantes italianos que a mediados de siglo pasado trajo al país esa costumbre gastronómica que para los nativos resultaba extraña. Ahora ha vuelto a despuntar el vicio: a falta de quinta, cría caracoles en el balcón de su departamento, en el barrio de Constitución. ‘En la Argentina tenemos que buscar los platos con nuestro propio estilo’, dice, mientras saca del horno una fuente con brochettes de caracoles envueltos en panceta y otra con lumaches (como se denominan en italiano) en salsa picante” (38).
Durante la guerra, los italianos se veían obligados a consumir animales domésticos: “Hasta ese momento la guerra sólo había sido sucesivas noticias de invasiones, amenazas lejanas –recuerda Agata, el personaje de Dal Masetto. En realidad, nos dimos cuenta de que la situación se estaba poniendo mala a medida que comenzaron a escasear los alimentos. Cuando nació mi hija Elsa ya faltaba de todo. El pan, el azúcar, la carne, la harina estaban racionados.
Cierta vez que estuve enferma, para obtener unos gramos extra de una carne negra y casi incomible hubo que presentar una receta médica. Pagando muy caro, se conseguían algunos productos en el mercado negro. Había gente que se enriquecía con eso. (...) Llegó el momento en que cierta gente comenzó a comer perros. Eso me comentaba Mario. Que los gatos fuesen a parar a la cacerola era común. Quedaban pocos. Aquellas familias que todavía poseían uno lo cuidaban para que no se lo robaran” (39).
En Polonia –recuerda Valeria Rodziewicz-, “La comida escaseaba, sólo teníamos arroz y la carne de los caballos muertos esparcidos por las calles. (...) Para poder comer tenía que vender mi sangre para las transfusiones” (40). Era el año 1939.
Notas
1 Roca, Agustina: “Historia de vida”, en La Nación Revista, 12 de julio de 1998.
2 Markic, Mario: “En el camino”, TN, 12 de septiembre de 2002.
3 Luna, Félix: Soy Roca. Buenos Aires, Sudamericana, 1989.
4 Güiraldes, Ricardo: “Al rescoldo”, en R. J. Payró, J. C. Dávalos, R. Mariani y otros: El cuento argentino 1900-1930 antología. Buenos Aires, CEAL, 1980. Pág. 53-60. (Capítulo, vol. 60).
5 Lugones, Leopoldo: “Oda a los ganados y las mieses”, en Antología poética. Buenos Aires, Espasa-Calpe, 1965.
6 Ibídem
7 Fernández Moreno, Baldomero: “El vasco lechero en el café”, en Fernández Moreno, Baldomero: Poesía y prosa. Buenos Aires, CEAL, 1980. (Capítulo).
8 Verbitsky, Bernardo: Hermana y Sombra. Buenos Aires, Editorial Planeta Argentina, 1977.
9 Gómez Bas, Joaquín: Barrio Gris. Buenos Aires, Compañía General Fabril Editora, 1963.
10 Cabal, Graciela Beatriz: Secretos de familia. Buenos Aires, Debolsillo, 2003.
11 Trifaro, Mabel: “La inmigración”, en www.bpstigre.com.ar/revista/inmigrantes.htm.
12 Daireaux, Godofredo: “Matufia”, en Fray Mocho, Félix Lima y otros: Los costumbristas del 900. Sel. y pról. de Eduardo Romano, notas de Marta Bustos. Buenos Aires, CEAL, 1980. (Capítulo).
13 Rotstein, Enrique y Fabio: “Fanny Dubroff y David Rotstein, en www.math/bu.edu/people/ horacio/anc-cast.htm
14 S/F: Brunswig de Bamberg, María: Allá en la Patagonia.. Buenos Aires, Vergara, 1995. Gacetilla de prensa.
15 Dobrée, Pedro: “La emperatriz de San Julián”, en Río Negro on line, General Roca, 19 de julio de 2003.
16 Ceratto, Virginia: “Gris de ausencia. Volver a empezar en un mundo nuevo”, en La Capital, Mar del Plata, 26 de noviembre de 2000.
17 Belgrano Rawson, Eduardo: Fuegia. Buenos Aires, Sudamericana, 1991.
18 Gallez, Pablo: “Malvineros, ingleses, escoceses y argentinos”, en La Nueva Provincia, Bahía Blanca, 18 de febrero de 1999.
19 García, Griselda: Poema inédito
20 Corral Vide, Manuel: “Cocina gallega”, en Galicia en el mundo, Edición Mercosur. Buenos Aires, 3-9 de septiembre de 2001.
21 Corral Vide, Manuel: “Cocina gallega”, en Galicia en el mundo, Edición Mercosur. Buenos Aires, 14-20 de febrero de 2000.
22 Corral Vide, Manuel: “Menú Celta de Samain”, en www.videstapas.com
23 Ceratto, Virginia: op. cit.
24 Lerer, Diego: “Tres caras de la historia”, en Clarín, Buenos Aires, 4 de julio de 1988.
25 Boulgourdjian-Toufeksian, Nélida: Los armenios en Buenos Aires 1900-1950. La reconstrucción de la identidad. Buenos Aires, Centro Armenio, 1997.
26 Fernández Díaz, Jorge: Mamá. Buenos Aires, Sudamericana, 2002.
27 Andruetto, María Teresa: op. cit.
28 Betti, Atilio: La noche lombarda. Buenos Aires, Plus Ultra, 1984.
29 Bianchi, Alcides J.: Valentín el inmigrante. Santiago de Chile, el autor, 1987.
30 Bianchi, Alcides J. Aquellos tiempos.... Buenos Aires, Marymar, 1989.
31 Muzi, Carolina: “El siglo que yo vi”, en Clarín Viva, Buenos Aires, 26 de septiembre de 1999.
32 Holmberg, Eduardo L.: “La casa endiablada”, en Cuentos fantásticos. Buenos Aires, Hachette, 1957. Prólogo de Antonio Pagés Larraya.
33 Blaisten, Isidoro: “Permiso, maestro”, en Carroza y reina. Buenos Aires, Emecé, 1986. 219 pp.
34 Giardinelli, Mempo: Santo Oficio de la Memoria. Buenos Aires, Seix-Barral, 1991.
35 Gambaro, Griselda: El mar que nos trajo. Norma, 2001.
36 Zárate, Francisco de: “A la pesca”, en Clarín Viva, 23 de mayo de 2004. Fotos: Andrés Hax.
37 Becker, Miriam: “Casera e italiana”, en La Nación Revista, 23 de diciembre de 2001.
38 S/F: “La estrategia del caracol”, en Página 12, 25 de agosto de 2002.
39 Dal Masetto, Antonio: Oscuramente fuerte es la vida. Buenos Aires, Sudamericana, 2003.
40 Castrillón, Ernesto y Casabal, Luis: “El día que fue arrasada Varsovia”, en La Nación, Buenos Aires, 1° de septiembre de 2002.
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Animales aborrecidos
Un personaje de la novela Mestizo, de Ricardo Feierstein, recuerda a los roedores con quienes disputaban el alimento en Polonia, durante la guerra: “en Lemberg venían épocas de hambruna terrible. Era tanto el hambre que teníamos que no puede contarse: (...) Jacobo vio pasar unas ratas que llevaban pletzales, pedazos de pan, desde las ruinas de una panadería derrumbada por las bombas. El se metió entre los escombros del sótano, peleó con los roedores hasta espantarlos y consiguió varios trozos de pan para repartir entre nosotros. El que no haya pasado eso no puede entenderlo” (1).
Para Valentìn Bianchi “transcurrieron muchas noches de insomnio, acostado en la estrecha cucheta del camarote, mientras pensaba en su nuevo destino y en cual serìa la suerte que le depararìa. Las incomodidades del barco carguero en el que viajaba tambièn le producìan desazòn. Tenìa que sobreponerse a las penurias del viaje y a sus interminables noches, cuando, con frecuencia, solìa sentir a las ratas correteando por sobre su cama” (2).
Un personaje de Lejos de aquí, de Roberto Cossa y Mauricio Kartun, de vuelta en España, dice a un argentino: “¿Cómo te creés que la pasé yo en tu tierra? Trabajaba en un bar dieciocho horas por día... ¡Dos turnos! Sirviendo a tus argentinos... soberbios... maleducados, ¡coño! ¡Dieciocho horas por día! Sin sueldo. Sólo por las propinas y la comida. Dormía en el sótano con una escoba en la mano para espantar las ratas... Treinta años juntando plata... ¡plata y odio! ¿Entendés lo que es eso? ¡Treinta años juntando plata y odio! ¿De qué solidaridad me hablás?” (3).
El abuelo de Griselda García, calabrés, mataba a los roedores (4):
(...) nos dejaba mirar la muerte
en los ojos de las ratas atrapadas en tramperas,
escuchar sus chillidos de bebés diminutos
cuando el agua hirviendo les caía encima;
Jacobo Rendler aborrecía a los “bichos” que poblaban las camas del Hotel de Inmigrantes. En “El viaje” (5), él evoca: “Nos llevaron al Hotel de los Inmigrantes. Los judíos mantuvimos juntos, y al rato se nos acercaron dos personas, se presentaron y en ídish nos dijeron que venían de la sociedad judía para ayudarnos en lo que pudieran.
Nos llevaron a una oficina donde había unos bancos largos, nos hicieron sentar y nos iban llamando de a uno. Nos preguntaban nombre y apellido, origen, profesión y si teníamos conocidos en el país. Anotaron todo, y nos acompañaron al primer piso, con mi amigo siempre al lado. Era un salón enorme con cuchetas de a tres camas. Cuando vimos las camas perdimos las ganas de acostarnos. Con Melcer convinimos dormir afuera sobre unos bancos de cemento que había. Los paisanos que nos habían tomado los datos prometieron volver al día siguiente, nos dieron un vale para el comedor. A mí me dieron un peso en efectivo indicándome como llegar a la dirección que tenía de una familia conocida, vecinos de mi abuelo materno en un pueblo del interior de Polonia que estuvieron una o dos veces en mi casa de Lublín.
Al día siguiente nos levantamos muy temprano. El banco de piedra era muy duro y estábamos a la intemperie, pero las camas estaban tan sucias y tenían tantos bichos que teníamos miedo de amanecer de nuevo en Polonia”.
En Memorias para no olvidar (6), de Eduardo Bedrossian, un armenio “En Buenos Aires, apenas pasó por el Hotel de los Inmigrantes, que era para europeos, no para asiáticos. Además los piojos, entonces brazos armados de la ley, lo echaron a empujones. Vivió en la calle durmiendo por la noche sobre los bancos de las plazas, hasta que logró albergue en uno de los galpones del Ejército de Salvación de La Boca; allí tenía asegurado el techo y algo de comida. Los salvacionistas distribuían democráticamente lo poco que tenían entre muchos desarraigados y vagabundos hacia los que nadie quería mirar”.
También dos gallegos sufrieron una compañía desagradable: “A la Argentina –recuerda Luis Varela, en De Galicia a Buenos Aires- no se podía emigrar sin un contrato de trabajo, pero se hacía responsable de nosotros mi tío José, hermano de mi madre, que nos estaba esperando en el puerto, acompañado de la hija, mi prima Norma, que lucía un gorrito de punto muy blanco, y con una sonrisa y un beso nos levantó un poco el ánimo, sintiéndonos ya amparados en casa de nuestra familia americana, mis tíos habían emigrado hacía ya 30 años y, por supuesto, los hijos eran criollos. (...) La habitación también estaba lista para los dos huéspedes. Dos camitas plegables entre la pila de cajones de cerveza en la cocina del bar, que era además depósito de mercadería. Desfilaban las cucarachas de 5 ó 6 en fondo, pero yo ya desfilare varias veces con otros bichos, y si bien estaba familiarizado con las pulgas, había que acostumbrarse a convivir con todo bicho viviente” (7).
Notas
1 Feierstein, Ricardo: Mestizo. Buenos Aires, Planeta, 1994.
2 Bianchi, Alcides J.: Valentín el inmigrante. Santiago de Chile, edición del autor, 1987.
3 Cossa, Roberto y Kartun, Mauricio: Lejos de aquí, en Teatro 5. Buenos Aires, Ediciones de la Flor, 1999.
4 García. Griselda: poema inédito
5 Rendler, Jacobo: “Mis primeros pasos en la Argentina”, en www.enplenitud.com.
6 Bedrossian, Eduardo: Memorias para no olvidar. Buenos Aires, 1998.
7 Varela, Luis: De Galicia a Buenos Aires –Así es el cuento-. Buenos Aires, el autor, 1996.
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Animales temidos
En la memoria de la Colonia San José, Alejo Peyret se refiere al temor de algunos inmigrantes: “He visto en esta Colonia, montañeses que nunca se habían aproximado a un buey y les tenían un miedo espantoso, por más mansos que fueran. Habían arado con caballos, y había también algunos que nunca habían arado. Habían solamente carpido algunas varias cuadras de tierra en las faldas de los Alpes. Venían pues a América a hacer su aprendizaje de agricultura” (1).
Antonio Dal Masetto escribió Oscuramente fuerte es la vida, novela distinguida con el Primer Premio Municipal y el Premio Club de los XIII. En esa obra él relata que Agata, que vivía en un orfanato italiano, temía a la vaca: “Todas las mañanas nos levantábamos a las seis para asistir a misa. Después concurríamos a clase y el resto del día teníamos que trabajar. Las mayores bordaban y tejían. Sabíamos que el orfanato vendía esa producción afuera. A las más chicas nos hacían arrancar yuyos, juntar ramas secas, cuidar los animales, acarrear baldes de agua, apilar el heno. Pero lo peor era cuando me mandaban a cuidar que la vaca, mientras pastaba, no se pasara a la parte sembrada. Le tenía miedo” (2).
También temía la asturiana Carmen Díaz (3): “cumplía con su rutina de hierro. Aprendió a ordeñar, llena de prevenciones, en la edad de las primeras muecas. Su madre, que no andaba para remilgos, la obligó de mala manera a perderle respeto a la vaca, ese monstruo gigantesco e imprevisible. Cada madrugada, Carmina andaba a pie cuatro kilómetros hasta una cabaña, ordeñaba la pinta y bajaba con la leche para sus hermanos”.
En Entre Ríos, los inmigrantes temían a la langosta. El esfuerzo de mucho tiempo se veía destruido por la plaga. Escribe Ferdinand Constantin, en 1898, en la Colonia San José: “Hemos salido victoriosos en la destrucción de estos insecto devastadores. La primera nube de langostas ha venido sobre mi viña a la tarde. A la mañana siguiente éramos siete u ocho personas para recoger 295 kilos sobre los troncos de los durazneros y los postes de las viñas. Se ha comenzado con la destrucción de los huevos y enseguida se ha destruido a las recién nacidas. En la Colonia se ha tenido pérdida de cosecha hasta este momento. En los alrededores, donde no se ha podido luchar contra las langostas, el maíz ha sido arrasado. En estos cuarteles no se veía más que correr la policía para infligir amenazas a todos aquellos que no querían participar en la lucha contra los insectos. Se pagaba 50 centavos los 10 kilos de langostas recogidos...” (4).
En El árbol de la gitana, Alicia Dujovne Ortiz relata que se esperaba que su abuelo, maestro que emigró de Rusia a Entre Ríos, ayudara a combatir a la langosta: “Los inmigrantes recién llegados se volvieron hacia Samuel. Era el maestro y ya había tenido que aprender algunas palabras en español (...) La mañana de su llegada, apenas depositado en tierra el último bártulo, de lo primero que le hablaron fue de la langosta. Acriollados judíos de Kiev y Kishinev, todos muy de a caballo y de facón al cinto, le informaron que, como maestro, su más sagrado deber sería combatir la langosta. Enseñaría historia judía (aprovechando la libertad del exilio para decir a sus alumnos que Moisés sacó agua de la piedra porque descubrió una fuente subterránea), castellano (cuando él mismo lo aprendiera), historia argentina, aritmética. Y langosta. (...) Después de clase, don Samuel iba con sus alumnos a remover esa tierra con palas para que los huevos murieran al airearse” (5).
A los polacos que se dirigieron a la recién fundada Colonia de Apóstoles, los amenazaba la presencia de otros animales e insectos: “debieron esperar dos años para poder comer pan, ya que las hormigas y los carpinchos diezmaban los plantíos de maíz. Se alimentaban principalmente con mandioca, porotos, batata y aprovechaban la abundancia de animales silvestres que les proveían de carne” (6).
En “La caza del yacaré”, cuento de Elías Carpena, un portugués teme a este reptil: “No hubo otro reproche y se dio a limpiar las junturas y a calafatear. Lo veíamos alquitranar la estopa y embutirla en las ranuras, cuando de pronto se oyeron unos gritos que surgían de la maraña del monte. Era el portugués Jaime. Entró en la senda con los mismos gritos y se nos allegó. Lo descubrimos transfigurado: en él se dibujaba el espanto. Se puso en los más descontorsionados aspavientos; con el habla trabada e hipando. Se abrazó a don Celedonio y a poco lo apartó para transmitirle mejor la noticia que le traía: -¡Don Celedonio mío, encontré un caimán en el junco!... ¡Ay, si no disparo a tiempo me come! Dice mi patrón que usted es el único que puede matarlo. Lo están pidiendo todos los isleños y es porque no podemos más del susto. Ya le dije a mi patrón: ‘Si el caimán no sale de junco, yo no voy más al junco. Fue a la descripción: el miedo le dio una fantasía novelesca. Abultaba exageradamente el tamaño y además tendría algo de dragón porque echaba fuego por la boca, y otro fuego le nacía en llamaradas desde el lomo hasta la cola” (7).
Guillermo House evoca, en “El mangrullo”, la agonía de un hijo de inmigrantes, y el heroísmo del camarada sanjuanino que intenta protegerlo: “El conscripto Colombo (un hijo de gringos de la provincia de Santa Fe) es regular tirador, pero flojazo para las penurias. (...) ¡Vuelven los cuervos, y los caranchos, y los chimangos!; desde la lejanía concurren al festín, ávidos de carne sangrienta, insaciados de vísceras. Giran en amplios vuelos, en un enorme tirabuzón que termina en los despojos de la rabicana. Pero ya no quedan sino los huesos sanguinolentos; los bichos del monte no han perdido tiempo y ‘se han alzado’ con lo poco que quedaba. (...) De súbito, uno de ellos –un carancho viejo- mira con sus pequeños ojos sanguinarios hacia la plataforma donde se hallan los soldados vencidos por la fiebre. El uno junto al otro, inmóviles, parecen muertos. (...) Un trozo de oreja de Colombo se va en la garra de un chimango. Zapata, reuniendo las pocas fuerzas que le quedan, lo defiende con su blusa y un cuchillo. Pero, cuando se echa hacia atrás para tomar aliento, el carancho viejo, que avizora, se atreve; y el ojo de Zapata queda vacío del formidable picotazo” (8).
El actor Gabriel Corrado heredó el temor supersticioso a un animal: “Los padres transmiten la enseñanzas básicas; entre ellas, algunas difíciles de explicar, como no abrir un paraguas bajo techo o caminar para atrás si te cruzás con un gato negro, que yo recibí de mis ancestros sicilianos” (9).
En “Historia con tango y misterio” (10), cuento infantil de Oche Califa, un pequeño nieto de rusos intenta aprender por las suyas a tocar el bandoneón que le había prestado un vecino, cuando “De pronto una ráfaga oscura comenzó a bailar delante de su cara, casi quemándolo. ¡Un dragón negro y furioso! Era color ceniza en la cola y le salía fuego rojísimo por la boca. El bandoneón se quedó quieto en las rodillas de Emilio. La verdad es que la ráfaga metía miedo: rugía y amenazaba con acercarse a la cara de Emilio, que se la cubría con las manos. De pronto se aclaró el cielo por un relámpago y el bicho se desparramó en el suelo. Eran carbones, algunos negros, otros encendidos”.
Notas
1. Peyret, Alejo: en Vernaz, Celia: La Colonia San José. Santa Fe, Colmegna, 1991.
2. Dal Masetto, Antonio: Oscuramente fuerte es la vida: Buenos Aires, Sudamericana, 2003.
3. Fernández Díaz, Jorge: op. cit.
4. Constantin, Ferdinand: en Vernaz, Celia: La Colonia San José. Santa Fe, Colmegna, 1991.
5. Dujovne Ortiz, Alicia: El árbol de la gitana. Buenos Aires, Alfaguara, 1997. 293 pp.
6. S/F: en el Folleto del Museo Histórico Juan Szychowski, Apóstoles, Misiones.
7. Carpena, Elías: “La caza del yacaré”, en Los trotadores. Buenos Aires, Huemul, 1973. Pp. 170-1.
8. House, Guillermo: “El mangrullo”, en L. Gudiño Kramer, J.P. Sáenz y otros:: El cuento argentino 1930-1959* antología. Selecc. prólogo y notas de Eduardo Romano. Buenos Aires, CEAL, 1981. Pág. 83. Vol: 77.(Capítulo).
9. Baduel, Graciela: “Por la vuelta”, en Clarín.
10. Califa, Oche: “Historia con tango y misterio”, en Un bandoneón vivo. Buenos Aires, Sudamericana, 2002.
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Comparación con animales
En el Martín Fierro (1), José Hernández compara a un inmigrante italiano con un potrillito y una oveja:
Había un gringuito cautivo
Que siempre hablaba del barco-
Y lo augaron en un charco
Por causante de la peste-
Tenía los ojos celestes
Como potrillito zarco.
Que le dieran esa muerte
Dispuso una china vieja-
Y aunque se aflige y se queja,
Es inútil que resista-
Ponía el infeliz la vista
Como la pone la oveja.
En Hacer la América (2), Pedro Orgambide relata que un gallego se compara con un caballo. A Manuel Londeiro, “El albanés lo desafía a una pulseada. Uno es fuerte como un caballo, piensa Manuel, pero uno no tiene ganas de pulsear. El albanés ha puesto su dinero sobre la mesa. No, yo no juego por plata. No me importa que mis amigos piensen que el albanés es más fuerte que yo. Yo no me juego el jornal”. Sin embargo, lo hace: “Manuel Londeiro le dobla el brazo contra la mesa y caen las monedas en el suelo entre el jolgorio y el griterío de los estibadores".
En la novela En la sangre (3), Cambaceres compara reiteradamente a los inmigrantes con animales. Citamos algunos pasajes referidos padre del protagonista: “De cabeza grande, de facciones chatas, ganchuda la nariz, saliente el labio inferior, en la expresión aviesa de sus ojos chicos y sumidos, una rapacidad de buitre se acusaba. (...) Continuaba luego su camino entre ruidos de latón y fierro viejo. Había en su paso una resignación de buey. (...) Arrojado a tierra desde la cubierta del vapor sin otro capital que su codicia y sus dos brazos, y ahorrando asì sobre el techo, el vestido, el alimento, viviendo apenas para no morirse de hambre, como esos perros sin dueño que merodean de puerta en puerta en las basuras de las casas, llegò el tachero a redondear una corta cantidad”.
Carlos de la Púa evoca, en su poema “Los bueyes” (4), la frustración de algunos inmigrantes:
Vinieron de Italia, tenían veinte años,
con un bagayito por toda fortuna
y, sin aliviadas, entre desengaños,
llegaron a viejos sin ventaja alguna.
Mas nunca a sus labios los abrió el reproche.
Siempre consecuentes, siempre laburando,
pasaron los días, pasaban las noches
el viejo en la fragua, la vieja lavando.
Vinieron los hijos ¡Todos malandrinos!
Vinieron las hijas ¡Todas engrupidas!
Ellos son borrachos, chorros, asesinos,
Y ellas, las mujeres, están en la vida.
Y los pobres viejos, siempre trabajando,
Nunca para el yugo se encontraron flojos.
Pero a veces, sola, cuando está lavando,
A la vieja el llanto le quema los ojos.
Entre los inmigrantes que Carlos Marìa Ocantos en la novela Quilito (5), compara con animales, menciono a Rocchio, un corredor de Bolsa, “un hombrazo con muchas barbas, italiano con sus ribetes de criollo”. Este hombre es descripto como “un italiano atlético, cuadrado, con las crines erizadas, cuya voz era un rugido; tan brusco en sus maneras, que un buenas tardes de su boca hacìa el efecto de un escopetazo a quemarropa, y un apretòn de manos producìa la sensaciòn de arrancar el brazo, a tirones, brutalmente. Trabajador, eso sí, como una mula de carga, y ahorrativo como una hormiga; Rocchio no perdía un minuto de su día comercial, ni gastaba un centavo más de su cuenta del mes”.
También encontramos un inmigrante en “El alma del suburbio” (6), de Evaristo Carriego:
Soñoliento, con cara de taciturno,
cruzando lentamente los arrabales,
allá va el gringo... ¡Pobre Chopin nocturno
de las costureritas sentimentales!.
¡Allá va el gringo! ¡Cómo bestia paciente
que uncida a un viejo carro de la Harmonía
arrastrase en silencio, pesadamente,
el alma del suburbio, ruda y sombría!
En “Noticias secretas de América”, Eduardo Belgrano Rawson evoca a los inmigrantes gallegos y vascos, en relación con el tigre al que se alude en nuestro Himno: “Cantabas un himno más light, como regía desde principios de siglo. Lo habían lijado un poco. ¿Qué otra cosa podían hacer? Necesitaban cortarla con los insultos, como explicó en su momento un operador del Ministro. ‘Tigres sedientos de sangre’ y todo eso. Culpa del himno el embajador no pisaba la presidencia, sobre todo los 9 de julio. A decir verdad, tampoco mostraban mucho aspecto de tigres los vascos y los gallegos que desembarcaban todos los días frente al Hotel de Inmigrantes, pero ésta era otra cuestión” (7).
La casa de Myra (8), de Aurora Alonso de Rocha, fue distinguida en 2001 con el Segundo Premio para Autores Inéditos, en el “Concurso organizado por la Fundación El Libro, en el marco de la 27ª Exposición Feria Internacional de Buenos Aires ‘El libro del Autor al Lector’ ”.
En esa obra, protagonizada por una gallega tomada cautiva por los indígenas, un personaje describe el cabello de la inmigrante con rasgos animales: “En unos meses se le puso la piel del color del cuero sobado, se le hicieron unos manchones del solazo debajo de los ojos y como no los tiene oscuros como las otras se ven como gemas transparentes.
En lo que se ve del descote es pura mancha y peca y tiene el pelo cerdoso, enrulado y reseco de tanta agua e intemperie. Igual que las chinas va mexclada de cristiana y de india: le cuelgan unas ajorcas pesadas, se ata las clinas con seda trenzada y las botas son las de media caña, de pata de potro pero finísima, muy retobada (¡Que las quisiera para mí!), con lazos de colorines y bordados. Por arriba usa un vestidito de percal que ha de ser el que traía cuando la encontré en el puerto, según recuerdo, así que va medio disfrazada pero tan cargada de lazos y joyas como una princesa”.
En Virgen (9), novela de Gabriel Báñez que resultó finalista en el premio Planeta, aparece un titiritero gallego, que tiene muñecos con ojos de foca: “Sara lo había encontrado deambulando medio muerto de hambre a los costados de la aduana, sin documentación y con unas pocas pesetas en el bolsillo que guardaba como rezago de un viaje de cuarenta días desde su Pontevedra natal hasta Santos, donde desembarcó. En Brasil se había dedicado al incipiente negocio de refinar aceite de coco, pero por muy poco tiempo, ya que en apenas tres meses tuvo la fulminante certeza de que su arte jamás se adaptaría al portugués. No por él, sino por sus títeres, que extrañaban horrores el castellano y no se adaptaban a ese idioma pegajoso y transpirado. Filadelfio Pérez era un trotamundos infatigable, aunque en su juventud se había dedicado al deporte de los guantes sin mayor fortuna, (...) Durante las representaciones se hacía llamar Maese Pérez, y se valía de su arte para desbocar argumentos y acomodarlos a su pasión republicana con ogros franquistas y brujas de la Falange. Pero las mejores obras las escribía él, y resultaban de una belleza conmovedora, lo mismo que sus muñecos, enormes y con ojos siempre idénticos: de foca o de mujer intensa y húmeda, tristísmos, los más hermosos del mundo”.
En “Las señoritas de la noche”, Marta Lynch presenta un almacenero catalán y su mujer, a la que designa con un apelativo animal: “(...) El almacenero arreció en su reyerta milagrosa, recrudeció en los gritos y en los golpes con su férrea y antigua furia de anarquista; los vecinos oían ahora incomprensibles vocablos catalanes y su recia decisión de no dejar al cura aquel que hiciera un marica de su hijo. La cabra, esa piojosa de almacén, su mujer que seguía siendo linda todavía pasó a un segundo plano” (10).
Angel Villoldo evoca, en su “Contrapunto criollo-genovés”, al gringo que canta, comparándolo con una rata y un gato (11):
Criollo
-Veo que sos muy compadre
y te tenés por cantante,
pero aquí vas a salir
como rata por tirante.
(...)
-Sos para el canto, che, gringo,
como para el bofe el gato,
tomá una grapa d'Italia
y descansemos un rato.
“Diego Corrientes” es uno de los textos que Francisco Grandmontagne escribió para su “Galería de inmigrantes”, publicada en Caras y Caretas. No manifiesta que su personaje sea un inmigrante español; lo suponemos, por el nombre y la descripción de su tierra de origen. En esa estampa, publicada en 1899, lo compara con un ave: “La falta de pan y la sobra de hijos arrojaba a Dieguillo del hogar nativo. Tenía 12 años, saludables como las vetas de joven encina; cual aguilucho, ágil y fuerte, y bello además, como engendro de dos cuerpos torneados por duro trabajo” (12).
Atilio Betti se refiere a los trabajadores golondrina, quienes viajaban “de Europa a América, de la Argentina a Italia, para ganar el jornal en la época de la cosecha” (13). Alberto Sarramone afirma que posiblemente fue el escritor Víctor Gálvez, el que les dio el apelativo, pues decía en 1888, ‘Hay extranjeros que se asemejan a las golondrinas, son aves de paso, vienen cuando el invierno está en sus bolsillos” (14).
En el tango “Madame Ivonne” (15), musicalizado por Eduardo Pereira, escribe Enrique Cadícamo:
(...)
Madam Ivonne,
la cruz del sur fue como un signo...
Madam Ivonne,
fue como el sino de tu suerte...
Alondra gris,
tu dolor me conmueve;
tu pena es de nieve
Madam Ivonne.
Gustavo Riccio, en el poema “Elogio de los albañiles italianos” (16), evoca la realidad social de los inmigrantes:
De pie sobre el andamio, en tanto hacen la casa,
Cantan los albañiles como el pájaro canta
Cuando construye el nido, de pie sobre una rama.
Cantan los albañiles italianos. Cantando
Realizan las proezas heroicas estos bravos
Que han llenado la Historia de prodigiosos cantos.
Hacen subir las puntas de agudos rascacielos,
Trepan por los andamios; y en lo alto sienten ellos
que una canción de Italia se les viene al encuentro.
Más líricos que el pájaro son estos que yo elogio:
el nido que construyen no es para su reposo,
el lecho que levantan no es para sus retoños...
¡Ellos cantan haciendo las casas de los otros!.
José Portogalo evoca, en “Los pájaros ciegos” (17), a un napolitano:
Mi padre, violinista, fracasó en Buenos Aires.
Sin embargo su nombre –Pierángelo- traía
“gli uccelli” luminosos de las calles de Nápoles;
Doménico Scarlatti, heraldo de sus pájaros,
clareaba el mundo denso de su infancia y sus lágrimas.
Era joven entonces. Soñó graciosos días
de niebla, de castillos azules en el aire;
quiso las mariposas, las colinas celestes,
la música del mar, las golondrinas,
el dulce resplandor de las estrellas,
las mañanas cargadas de rocío y gorjeos,
el cielo de los besos entre los abedules,
las yemas palpitantes de la espiga dorada,
el cálido rumor de las campanas, la noche
con sus hondos misterios, con sus éxtasis
y su frente caída sobre el musgo.
En su poema “Madre gallega” (18), Ricardo Ares habla de los ojos de su madre, comparados con pájaros:
Madre gallega,
Pestañas como arcos de ceniza
Sobre ojos de pájaro en vuelo,
(...)
Noche infinita
encastrada en la singer,
bajo la parra encendida de enero
viajabas a Lugo,
montada en tu infancia
y te perdías...
La investigadora Olga Weyne transcribe un testimonio: “Un modesto testigo criollo de la época de la inmigración masiva a la provincia de Entre Ríos, vio de esta manera a los alemanes recién llegados: ‘Vimos llegar la cantidad de inmigrantes como quien ve llegar la langosta, le via (sic) ser franco; parecía una invasión. Pero se nos dijo que el gobierno les había entregado la tierra. Ultimamente no perdimos nada porque la tierra era de los estancieros y habrán tenido sus arreglos (...). Había que dejar la tierra a los nuevos dueños. (Pero) mienten si dicen que los peliamos (sic). (...) Los colonos son gente buena y tengo muchos amigos entre ellos, pero pa’ comprenderlos con la jerigonza que hablaban (...); bueno, le hablo de los viejos y no pa’ ofenderlos” (19).
En sus Memorias (20), Lucio V. Mansilla compara a los inmigrantes con pescados: “El italiano no había comenzado aún su éxodo de inmigrante. De España, en general del Ferrol, de La Coruña, de Vigo sobre todo, sí llegaban muchos barcos de vela, rebosando de trabajadores, aprensados como sardinas, cuyos consignatarios más sonantes se llamaban Enrique Ochoa y Ca., Jaime Lavallol é hijos. En cierto sentido eran como cargamento de esclavos”.
Mempo Giardinelli escribió Santo oficio de la memoria, obra galardonada con el VIII Premio Internacional "Rómulo Gallegos" en 1993. En esa obra -a la que Carlos Fuentes se refiere como a una “saga migratoria tan hermosa, tan conmovedora, tan importante para estos tiempos de odio, racismo y xenofobia”-, habla de un oficio que desempeñaban algunos españoles, y los compara con luciérnagas. En 1886, “Había muchos policías, allí. Casi todos asturianos, gallegos. No sé por qué. También usaban bigote de manubrio y llevaban pistolas al cinto, capote invernal, quepís duro y alzado y linterna en mano. Cuando se hizo la noche, los policías se movían como luciérnagas nerviosas” (21).
Oscar González, en “La anunciación” (22), evoca a una mujer italiana:
Pronto supo que América
No regalaba nada.
Y tranqueó el empedrado camino del taller.
O sentada a la Singer enfrentó los aprietes.
O resistió en las chacras heladas y granizos.
Y fue la mamma gringa,
Querendona y bravía, que entregó sus
cachorros.
A otra tierra y otra lengua.
Abeja silenciosa en un país de afanes,
Se multiplicó en sarmientos.
La madre de Susana Szwarc, nacida en Polonia, vivió en Siberia. En “Declive” (23), la poeta expresa:
Tiene una gillette y el ojo apoyado en la cerradura mira
su negra axila de abeja-madre. Arrasa. Algo se corre.
En el encuadre, un ojo mira al otro.
Si me estiro veo
la palangana (llena) de estrellas y abedules
también blancos: habría nevado.
( El hermano, sobre la nieve, corre
a la muchachita y ahora los ojos ya no ven.)
En “Canción a Berisso” (24), Matilde Alba Swann alude a diferentes nacionalidades reunidas en la colmena, imagen de esa localidad:
Yo te canto colmena, por eso, por colmena,
y mi canto que quiso ser un grito de guerra,
un clarín de protesta, una arenga viril,
Después de conocerte Berisso bien de cerca
se repliega y comprende, que te haría feliz
alguna canción dulce de amor que te conmueva,
una canción de cuna sutil que te adormezca
bajo un cielo que el humo camufló de gris.
Gladys Edich Barbosa Ehraije es la autora de la “Elegía por los inmigrantes” (25), en la que los compara con mariposas:
Levantan
una Casa
de patios húmedos.
Y por largos corredores
hechos
de llanto
y tiempos
los hijos
se transforman
en mariposas amarillas.
Sveva Damiani, la protagonista de La crisálida (26) de Nisa Forti Glori, habla de sí misma: "quisiera dormir. Como las prímulas bajo la nieve, mientras no llegue la primavera. Como el gusano de seda en su capullo".
Notas
1 Hernández, José: Martín Fierro. Testo originale con traduzione, commenti e note di Giovanni Meo Zilio. Buenos Aires, Asociación Dante Alighieri, 1985.
2 Orgambide, Pedro: Hacer la América. Buenos Aires, Bruguera, 1984. Pág.20.
3 Cambaceres, Eugenio: En la sangre. Buenos Aires, Plus Ultra, 1968.
4 De la Púa, Carlos: “Los bueyes”, en L. Lugones, B. Fernández Moreno, R. Molinari y otros: La poesía argentina. Buenos Aires, CEAL, 1979. Pág. 89. (Capítulo, Vol. 4).
5 Ocantos, Carlos Marìa: Quilito. Hyspamèrica.
6 Carriego, Evaristo: “El alma del suburbio”, en Evaristo Carriego y otros poetas: Poemas Antología. Selección de Beatriz Sarlo, prólogo y notas por Adriana Barrandeguy. Buenos Aires, CEAL, 1980. (Capítulo, vol. 47). (Fragmento).
7 Belgrano Rawson, Eduardo: Noticias secretas de América. Buenos Aires, Planeta, 1998.
8 Alonso de Rocha, Aurora: La casa de Myra. Buenos Aires, Fundación El Libro, 2001.
9 Bañez, Gabriel: Virgen. Buenos Aires, Sudamericana, 1998.
10 Lynch, Marta: “Las señoritas de la noche”, en Los cuentos tristes. Buenos Aires, CEAL, 1967.
11 Villoldo, Angel: Cantos populares argentinos, primera edición, Buenos Aires, N.F.P.G. Editor, 1916. Tangos, milongas y contrapuntos / 1915.
12 Grandmontagne, Francisco: “Diego Corrientes”, en Fray Mocho, Félix Lima y otros: Los costumbristas del 900. Sel. y pról. de Eduardo Romano, notas de Marta Bustos. Buenos Aires, CEAL, 1980. (Capítulo).
13 Betti, Atilio: op. cit.
14 Sarramone, Alberto: Historia y sociología de la inmigración argentina.
15 Cadícamo, Enrique: “Madame Ivonne”, en F. García Jiménez, H. Manzi, C. Castillo y otros: Tangos antología. Volumen 2. Selección, prólogo y notas por Idea Vilariño. Buenos Aires, CEAL, 1981. (Capítulo, vol.121).
16 Riccio, Gustavo: “Elogio de los albañiles italianos”, en J.L. Borges, L. Marechal, C. Mastronardi y otros: La generación poética de 1922 antología. Selección, prólogo y notas de María Raquel Llagostera. Buenos Aires, CEAL, 1980. (Capítulo, vol. 69).
17 Portogalo, José: “Los pájaros ciegos” (Fragmento), en L. Lugones, B. Fernández Moreno, R. Molinari y otros: La poesía argentina. Buenos Aires, CEAL, 1979. Pág. 111. (Capítulo, Vol. 4).
18 Ares, Ricardo: “Madre Gallega”, en El Barrio Villa Pueyrredón, Año VI, Septiembre 2004, N° 65.
19 Weyne, Olga: El último puerto. Del Rhin al Volga y del Volga al Plata. Buenos Aires, Editorial Tesis/Instituto Torcuato Di Tella, 1986.
20 Mansilla, Lucio V.: Mis memorias Infancia-Adolescencia. París, Casa Editorial Garnier Hermanos, 1904.
21 Giardinelli, Mempo: op. cit.
22 González, Oscar: “La anunciación”, en El Tiempo, Azul, 16 de abril de 2000.
23 Szwarc, Susana: en Bailen las estepas. Buenos Aires, Ediciones de la Flor, 1999.
24 Swann, Matilde Alba: “Canción a Berisso”, en Canción y grito, 1955. Incluido en www.matildealbaswann.com.ar. (Fragmento).
25 Barbosa Ehraije, Gladys Edich: “Elegía por los inmigrantes”, en El Tiempo, Azul, 5 de septiembre de 2004.
26 Forti Glori, Nisa: La crisálida. Buenos Aires, Corregidor, 1984.
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Entre los recuerdos de lo que se dejó en la tierra natal, figuran los animales. Al llegar a la Argentina, los inmigrantes tuvieron una relación más o menos importante con ellos, ya que les sirvieron de compañía, de ayuda para el trabajo y les proporcionaron sustento. Algunos animales fueron aborrecidos: ratas e insectos son los que se mencionan con mayor frecuencia. Otros animales –vacas, yacarés, tigres, gatos negros- fueron temidos.
En la literatura y fuera de ella, los inmigrantes fueron comparados con animales. Cabe destacar que, según la visión que se tiene del extranjero, un mismo animal se elige para elogiar o para denostar. Valga como ejemplo la figura del buey en la novela de Cambaceres y en el poema de Carlos de la Púa. El panorama abarca desde la xenofobia de algunos escritores del 80 hasta la admiración de los escritores descendientes de inmigrantes, que comparan a sus mayores con animales, pájaros e insectos, pero con un sentido muy diferente.
(Actualización del trabajo publicado en www.monografias.com)
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INMIGRACION Y LITERATURA: LITERATURA INFANTIL Y JUVENIL
En esta monografía me refiero a algunos de los libros escritos para niños y jóvenes en los que aparece la inmigración a la Argentina, y a otros que, sin haber sido escritos especialmente para ese público, se utilizan en la enseñanza primaria y media, en los que también se alude a la inmigración que arribó entre 1850 y 1950. Entre los autores figuran personalidades de nuestro pasado, ganadores de Premios Nacionales y Municipales de Literatura e integrantes del jurado de prestigiosos concursos, lo cual da una idea de la relevancia de los creadores que abordaron esa temática. La edición de estas obras -y la utilización de algunas de ellas en la enseñanza- nos habla de la voluntad de transmitir a las nuevas generaciones testimonios valiosos acerca de ese aspecto de la historia de nuestro país.
Divulgación
Graciela Montes resume su biografía: “Nací en Buenos Aires en 1947. Me crié en el Gran Buenos Aires, en el barrio de Florida. Me hice lectora (ése fue el primer ‘grado’ que alcancé), y en 1971 me recibí de profesora en Letras por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Trabajé más de veinte años en el Centro Editor, donde completé mi formación profesional y humana. Estoy casada con Ricardo Figueira, tenemos dos hijos. Lo que más hice fue escribir. Escribí muchos libros de ficción para niños, cuentos y novelas como Nicolodo viaja al País de la Cocina (que fue el primero), Doña Clementina Queridita, la Achicadora, Historia de un amor exagerado, Y el Árbol siguió creciendo, Tengo un monstruo en el bolsillo, La verdadera historia del Ratón Feroz, Clarita se volvió invisible, La guerra de los panes, El Club de los Perfectos, Otroso, A la sombra de la Inmensa Cuchara, Amadeo y otra gente extraordinaria, Uña de dragón, Aventuras y desventuras de Casiperro del Hambre, Venancio vuela bajito, La batalla de los monstruos y las hadas, La venganza de la trenza y muchos otros (suman creo, más de treinta); dos novelas para adultos: El umbral y Elísabet, y muchos libros de reelaboración de cuentos criollos y viejos ciclos de relatos que me pareció que había que rescatar y volver a poner en circulación (...). Algunos de mis cuentos y novelas fueron traducidos al italiano, al portugués y al alemán, uno al catalán y uno al griego (...) y varios recibieron premios (...). También me interesó la divulgación (algo que aprendí a hacer en el Centro Editor, donde se pensaba que el conocimiento era un bien social, que debía extenderse a todos), en especial la divulgación de temas o de puntos de vista poco habituales en los libros para niños, como sucede con El golpe y los chicos. Mis otros dos oficios han sido el de traductora (traduje los dos Alicias de Lewis Carroll, los Cuentos de Perrault, el Huckleberry Finn y la obra de Marc Soriano Literatura para niños y jóvenes, guía de exploración de sus grandes temas) y el de editora (además del trabajo en el Centro Editor, trabajé en Kapelusz y armé el proyecto editorial de libros del Quirquincho). Dediqué bastante tiempo y energía a la reflexión y a la lectura de la reflexión de otros. Di muchas charlas y conferencias y me encontré con miles de lectores (maestros, bibliotecarios y niños) para charlar acerca de literatura, libros y la vida en general. Esos diálogos me ayudaron a seguir pensando. Tengo dos libros, El corral de la infancia y La frontera indómita, donde se recoge buena parte de esa reflexión. Traté de contribuir, siempre que pude, a la formación de grupos y redes solidarios alrededor de la literatura para niños. Fui miembro fundador de ALIJA, la Asociación de Literatura Infantil y Juvenil de la Argentina, y cofundadora, junto con otros compañeros escritores, de la revista La Mancha” (1). En 2000, fue distinguida con el Segundo Premio Nacional de Literatura Infantil, en el certamen organizado por la Secretaría de Cultura de la Nación correspondiente a la producción 1994/1997, por su libro Aventuras y desventuras de Casiperro del Hambre (Buenos Aires, Colihue, 1995). El jurado estuvo integrado por los escritores María Granata, Perla Suez, Ana María Shua y Antonio Requeni (2).
En 1990, se publicó Los tiempos de los inmigrantes (3), obra escrita por Graciela Montes en coautoría con Luis Alberto Romero y Lilia Ana Bertoni. Integró la serie “Una Historia Argentina para los que quieren saber de qué se trata”, que incluía entre sus títulos, además del que mencionamos, Así empezó nuestra historia, Llegaron los españoles, Cuando fuimos Virreinato, ¿Qué pasó el 25 de mayo?, Los tiempos de San Martín, Los tiempos de Rivadavia, Los tiempos de Rosas, La Argentina se organiza, Los tiempos de Yrigoyen, Los tiempos de Perón y Entre dictaduras y democracias. Esa obra fue reeditada en 1995 por Odo/Gramón-Colihue, con ilustraciones de Carlos Schlaen, y en 1997, por Página 12, 1997, con ilustraciones de Daniel Paz.
Graciela Montes se refiere a este libro: “El modelo del Centro Editor como polo cultural me hacía fantasear con la posibilidad de construir algo semejante pero para los chicos, con buena divulgación y buena literatura, ambas cosas, pero bien diferenciadas. A Entender y Participar, donde escribíamos sobre todo Graciela Cabal y yo, siguió Vida y Salud con María Inés Bogomoly y Julieta Imberti, luego Una Historia Argentina (para los que quieren saber de qué se trata), en la que yo hacía el relato pero los historiadores Lilia Ana Bertoni y Luis Alberto Romero se ocupaban de elaborar el informe y supervisar académicamente” (4).
Ema Wolf “nació en Carapachay, provincia de Buenos Aires (Argentina), el 4 de mayo de 1948. Es licenciada en Lenguas y Literaturas Modernas por la Universidad Nacional de Buenos Aires. En 1974 realizó una investigación sobre el kitsch en los medios masivos de comunicación para el Instituto de Literatura Argentina de la Facultad de Filosofía y Letras, trabajo que se completó con un curso dictado en la Universidad de Bahía Blanca y un fascículo sobre la novela de folletín para el Centro Editor de América Latina. En 1977 realizó investigaciones para el libro Ortiz, la Argentina opulenta, de Félix Luna. Ya desde 1975 trabajó en forma continuada para distintos medios periodísticos y revistas infantiles. En la década del 80, a partir de su vinculación con la revista Humi, comenzaron a publicarse sus primeros títulos en el campo de la literatura para chicos. En 1996 inició sus colaboraciones en la revista del diario La Nación e integró el comité de redacción de la revista La Mancha” (5). En 2000, obtiene el Primer Premio Nacional de Literatura Infantil, en el certamen organizado por la Secretaría de Cultura de la Nación correspondiente a la producción 1994/1997. La obra galardonada fue Historias a Fernández (Buenos Aires, Sudamericana, 1994). El jurado estuvo integrado por los escritores María Granata, Perla Suez, Ana María Shua y Antonio Requeni (6).
En 1991 Sudamericana publicó La gran inmigración, con texto de Ema Wolf, investigación histórica de Cristina Patriarca e ilustraciones de Daniel Rabanal. Canela es la directora editorial, y la asesoría histórica estuvo a cargo de Félix Luna. Este ensayo -que fue reeditado varias veces; la última, en 1997- integró la serie “Vida cotidiana”, acerca de la que afirma Luna, en las “Palabras liminares”: “Los volúmenes de esta serie, pues, son auténticos libros de historia. Pero historia de la gente común en sus vicisitudes cotidianas: hombres y mujeres que en su anónima humildad elaboraron día a día la compleja urdimbre del país que tenemos. Que estas realizaciones sirvan para entender mejor nuestras propias raíces y, consecuentemente, a quererlas más y serles más fieles”.
La editorial expresa la motivación que dio origen a la obra: “En la segunda mitad del siglo pasado, los nacidos en esta tierra asisten, sorprendidos, al desembarco de miles de inmigrantes. Son suizos, turcos, alemanes, irlandeses, judíos, italianos, españoles, galeses, que han de modificar definitivamente nuestra identidad. Cada grupo protagoniza un capítulo poblado de historias trágicas y cómicas, mitos resucitados, sueños, prejuicios, chifladura, poesía y lucha por el duro sobrevivir de cada día. Este libro, que abarca aproximadamente el período 1830-1910, nace con el propósito de acercar a los jóvenes la épica fantástica de aquellos años –injustamente domesticada por los manuales escolares- que tuvo por actores, esta vez, a sus propios abuelos” (7).
Notas
1. Montes, Graciela: “Datos biográficos”, en www.gracielamontes.com Noviembre de 2001
2. S/F: “Argentina: Ema Wolf obtiene el Premio Nacional de Literatura Infantil”, en Imaginaria, N° 19, Buenos Aires, 23 de febrero de 2000.
3. Montes, Graciela; Romero, Luis y Bertoni, Hilda: Los tiempos de los inmigrantes. Buenos Aires, Libros del Quirquincho, 1990
4. Montes, Graciela: “Literatura y sociedad”, en www.gracielamontes.com Noviembre de 2001
5. S/F: “Datos biográficos”, en Imaginaria, N° 9, Buenos Aires, 6 de octubre de 1999.
6. S/F: “Argentina: Ema Wolf obtiene el Premio Nacional de Literatura Infantil”, en Imaginaria, N° 19, Buenos Aires, 23 de febrero de 2000.
7. Wolf, Ema y Patriarca, Cristina: La gran inmigración. Buenos Aires, Sudamericana, 1991.
El historiador Exequiel César Ortega sostiene que “La inmigración jugó importante papel ya a mediados de esta etapa del ’80 al ’30. En ciudad y campaña, en oficios diversos que abarcaron la agricultura y la naciente industria; e incluso se dieron lugares como ejemplos de cuánto podía una colonización bien planeada...”. Comenta qué sucedió con los inmigrantes llegados a nuestra tierra: “El medio nuestro los asimiló bien pronto y sus descendientes inmediatos se sintieron integrantes ‘de la tierra’. A menudo ascendieron de Status, integraron profesiones, comercio e industria; impulsaron los nuevos partidos políticos mayoritarios”.
El gobierno de esa época “En lo social favorecería cada vez más la inmigración, sobre todo la europea en general, perdidas bastante las esperanzas de la anglosajona y francesa en particular. Inmigración que cubriese las necesidades crecientes de mano de obra ciudadana y sobre todo rural, mediante la colonización y la ocupación de dependencia o el arrendamiento y la mediería (1)”.
En el 80, la autobiografìa surge como el “lugar donde se expresa lo particular, lo curioso, lo diferenciador, lo propio de un sector social” (2); este sector es el de la clase dirigente, grupo que se caracteriza por haber sido educado con una gran influencia de la cultura europea, particularmente francesa (3). Cobra gran importancia la evocaciòn de la vida “vulgar”, calificativo que abarca tanto la vida cotidiana, real, como los comportamientos censurados por la moral corriente (4).
La autobiografìa se caracteriza, en este perìodo, por asumir el aspecto de la charla social (causserie), de la anècdota, y por la frecuente utilizaciòn de citas que remiten a lecturas extranjeras. En las obras autobiogràficas de los hombres del 80 aparece como modelo el “hombre de mundo”, que conjuga en sì mismo muy diversas facetas. Como consecuencia del impacto de la inmigraciòn, aparecen “evocaciones nostàlgicas de tiempos màs austeros” y “descripciones costumbristas con toques moralizantes”.
Miguel Cané fue un “escritor argentino nacido en Montevideo en 1851. Licenciado en derecho y periodista político, desempeñó distintos cargos públicos y, como diplomático (Ministro de Asuntos Exteriores), estuvo en Europa en varias ocasiones. Fue decano de la facultad de Filosofía y Letras. Entres su obras, fragmentada y testimonial, se distinguen Juvenilia (1884), novela en que evoca recuerdos infantiles y de adolescencia; En Viaje 1881-1882 (1884), impresiones de Venezuela y Colombia; Prosa Ligera (1903), Charlas literarias, etc. Póstumamente aparecieron recapitulados sus Discursos y Conferencias (1909). Es una de las figuras del grupo de prosistas llamado "hombres del 80", influidos por el parnasianismo y el naturalismo. Murió en Buenos Aires en 1905” (5).
Susana Zanetti destaca que “la actitud de nostalgia, de reminiscencia, de regreso al pasado, es una constante del 80”; Juvenilia presenta -a su criterio- “un melancòlico contrapunto entre la adolescencia despreocupada de ayer y el hombre maduro de hoy. Aùn asì, la evocaciòn tiende generalmente a las anècdotas festivas, alegres”. En la obra advierte ciertas semejanzas con David Copperfield, de Charles Dickens, pero la diferencia de la obra inglesa el hecho de no entrañar denuncia ni afàn testimonial.
El tema del fracaso generacional està encarnado en la suerte corrida por los condiscìpulos; algunos han muerto, otros se encuentran empleados con sueldos de hambre, sòlo unos pocos se destacan. Esta actitud surge de lo que la ensayista denomina “doble melancolìa” frente al pasado y frente al porvenir (6).
Miguel Canè nos ha dejado en Juvenilia (7) testimonio de su visiòn de los inmigrantes. A las figuras del grotesco enfermero italiano y los temibles quinteros vascos, contrapone la grandiosidad del profesor Amadeo Jacques, sìmbolo de la inmigraciòn anhelada por los hombres del 80.
En su autobiografìa, Canè evoca este personaje con rasgos despectivos. “La enfermerìa era, como es natural, econòmicamente regida por el enfermero. Acabo de dejar la pluma para meditar y traer su nombre a la memoria sin conseguirlo; pero tengo presente su aspecto, su modo, su fisonomìa, como si hubiera cruzado hoy ante mis ojos. Habìa sido primero sirviente de la despensa; luego, segundo portero, y, en fin, por una de esas aberraciones que jamàs alcanzarè a explicarme, enfermero. ‘Para esa plaza se necesitaba un calculador, dice Beaumarchais; la obtuvo un bailarìn’ “.
Se refiere al aspecto fìsico del inmigrante: “Era italiano y su aspecto hacìa imposible un càlculo aproximativo de su edad. Podìa tener treinta años, pero nada impedìa elevar la cifra a veinte unidades màs. Fue siempre para nosotros una grave cuestiòn decir si era gordo o flaco. (...) Empezaba su individuo por una mata de pelo formidable que nos traìa a la idea la confusa y entremezclada vegetaciòn de los bosques primitivos del Paraguay, de que habla Azara; veìamos su frente, estrecha y deprimida, en raras ocasiones y a largos intervalos, como suele entreverse el vago fondo del mar, cuando una ola violenta absorbe en un instante un enorme caudal de agua para levantarlo en espacio. Las cejas formaban un cuerpo unido y compacto con las pestañas ralas y gruesas como si hubieran sido afeitadas desde la infancia. La palabra mejilla era un ser de razòn para el infeliz, que estoy seguro jamàs conociò aquella secciòn de su cara, oculta bajo una barba, cuyo tupido, florescencia y frutos nos traìa a la memoria un ombù frondoso”.
“El cuerpo, como he dicho, era enjuto; pero un vientre enorme despertaba compasiòn hacia las dèbiles piernas por las que se hacìa conducir sin piedad. El equilibrio se conservaba gracias a la previsiòn materna que lo habìa dotado de dos andenes de ferrocarril, a guisa de pies, cuyo envoltorio, a no dudarlo, consumìa un cuero de baqueta entero. Un dìa, nos confiò en un momento de abandono, que nunca encontraba alpargatas hechas y que las que obtenìa, fabricadas a medida, excedìan siempre los precios corrientes”.
Recuerda el personal castellano del enfermero: “Debìa haber servido en la legiòn italiana durante el sitio de Montevideo o haber vivido en comunidad con algùn soldado de Garibaldi en aquellos tiempos, porque en la època en que fue portero, cuando le tocaba despertar a domicilio, por algùn corte inesperado de la cuerda de la campana, entraba siempre en nuestros cuartos cantando a voz en cuello, con el aire de una diana militar, este verso (!) que tengo grabado en la memoria de una manera inseparable a su pronunciaciòn especial: Levàntasi, muchachi,/ que la cuatro sun/ e lo federali/ sun venì a Cordun. Perdiò el gorjeo matinal a consecuencia de un reto del señor Torres que, hacièndole parar el pelo, le puso a una pulgada de la puerta de calle”.
Sobre sus aptitudes para el trabajo, afirma: “Como prototipo de torpeza, nunca he encontrado un spècimen màs completo que nuestro enfermero. Su escasa cantidad de sesos se petrificaba con la presencia del doctor, a quien habìa tomado un miedo feroz y de cuya conciencia mèdica hablaba pestes en sus ratos de confidencia”.
Los estudiantes encontraban diversas distracciones en la quinta de Colegiales; una de ellas, vinculada a otros inmigrantes. “En la Chacarita estudiàbamos poco, como era natural; podìamos leer novelas libremente, dormir la siesta, salir en busca de camuatìs y sobre todo, organizar con una estrategia cientìfica, las expediciones contra los ‘vascos’ “.
Describe el escenario y las virtudes de la fruta de esos quinteros: “Los ‘vascos’ eran nuestros vecinos hacia el norte, precisamente en la direcciòn en que los dominios colegiales eran màs limitados. Separaba las jurisdicciones respectivas un ancho foso, siempre lleno de agua, y de bordes cubiertos de una espesa planta baja y bravìa. Pasada la zanja, se extendìa un alfalfar de una media cuadra de ancho, pintorescamente manchado por dos o tres pequeñas parvas de pasto seco. Màs allà (...) en pasmosa abundancia, crecìan las sandìas, robustas, enormes, (...) allì doraba el sol esos melones de origen exòtico (...) No tenìan rivales en la comarca, y es de esperar que nuestra autoridad sea reconocida en esa materia. Las excursiones a otras chacras nos habìan siempre producido desengaños, la nostalgia de la fruta de los ’vascos’ nos perseguìa a todo momento, y jamàs vibrò en oìdo humano en sentido menos figurado, el famoso verso de Garcilaso de la Vega”.
Se refiere a la disposiciòn anìmica de esos inmigrantes: “Pero debo confesar que los ‘vascos’ no eran lo que en el lenguaje del mundo se llama personajes de trato agradable. Robustos los tres, àgiles, vigorosos y de una musculatura capaz de ablandar el coraje màs probado, eternamente armados con sus horquillas de lucientes puntas, levantando una tonelada de pasto en cada movimiento de sus brazos ciclòpeos, aquellos hombres, como todos los mortales, tenìan una debilidad suprema: ¡amaban sus sandìas, adoraban sus melones!”
Dos veces hurtaron fruta los adolescentes sin ser vistos. La tercera, “detràs de una parva, un vasco horrible, inflamado, sale en mi direcciòn, mientras otro pone la proa sobre mi compañero, armados ambos del pastoril instrumento cuyo solo aspecto comunica la ingrata impresiòn de encontrarse en los aires, sentado incòmodamente sobre dos puntas aceradas que penetran... (...) ¡cuàn veloz me parecìa aquel vasco, cuyo respirar de fuelle de herrerìa creìa sentir rozarme los cabellos! (...) aquel hombre terrible meyado en su tridente, empezò a injuriarme de una manera que revelaba su educaciòn sumamente descuidada. (...) Me tendì en la cama y, mientras el cuerpo reposaba con delicia, reflexionè profundamente en la velocidad inicial que se adquiere cuando se tiene un vasco irritado a retaguardia, armado de una horquilla”.
En otro pasaje se refiere a Amadeo Jacques -quien naciò en 1813 y muriò en 1865-, destacando su loable acciòn dentro del Colegio: “El estado de los estudios en el Colegio era deplorable, hasta que tomò su direcciòn el hombre màs sabio que hasta el dìa haya pisado tierra argentina. Sin documentos a la vista para rehacer su biografìa de una manera exacta me veo forzado a acudir simplemente a mis recuerdos que, por otra parte, bastan a mi objeto”.
“Amedèe Jacques pertenecìa a la generaciòn que al llegar a la juventud encontrò a la Francia en plena reacciòn filosòfica, cientìfica y literaria”. (...) habìa crecido bajo esa atmòsfera intelectual, y la curiosidad de su espìritu lo llevaba al enciclopedismo. A los treinta y cinco años era profesor de filosofìa en la Escuela Normal, y habìa escrito, bajo el molde eclèctico, la psicologìa màs admirable que se haya publicado en Europa. El estilo es claro, vigoroso, de una marcha viva y elegante; el pensamiento sereno, la lògica inflexible y el mètodo perfecto. Hay en ese manual, que corre en todas las manos de los estudiantes, pàginas de una belleza literaria de primer orden y aùn hoy, quince años despuès de haberlo leìdo, recuerdo con emociòn los capìtulos sobre el mètodo y la asociaciòn de ideas. Al mismo tiempo, el joven profesor se ocupaba en las ediciones de las obras filosòficas de Fenelòn, Clarke, etc., ùnicas que hoy tienen curso en elmundo cientìfico”.
Evoca el exilio del francès: “Pero Jacques no era uno de esos espìritus frìos, estèriles para la acciòn, que viven metidos en la especulaciòn pura, sin prestar oìdo a los ruidos del mundo, y sin apartar su pensamiento del problema, (...) El 2 de diciembre, como a Tocqueville, como a Quinet, como a Hugo, lo arrojò al extranjero, pobre, con el alma herida de muerte, y con la visiòn horrible de su porvenir abismado para siempre en aquella bacanal”.
“Tomò el camino del destierro y llegò a Montevideo, desconocido y sin ningùn recurso mecànico de profesiòn; lo sabìa todo, pero le faltaba un diploma de abogado o de mèdico para poder subsistir. Abriò una clae libre de fìsica experimental, dàndole el atractivo del fenòmeno producido en el acto; aquello llamò un momento la atenciòn. Pero se necesitaba un gabinete de fìsica completo y los instrumentos son caros”.
“Un momento Jacques fue retratista, (...) Pero ni la fotografìa, que màs tarde perfeccionaron, ni la daguerrotipia, que le cedìa el paso, como el telègrafo de señales a la electricidad, daban medios de vivir”.
“Jacques se dirigiò a la Repùblica Argentina, se hundiò en el interior, casòse en Santiago del Estero, emprendiò veinte oficios diferentes, llegando hasta fabricar pan, y por fin, tuvo el Colegio Nacional de Tucumàn el honor de contarlo entre sus profesores. Fueron sus discìpulos los doctores Gallo, Uriburu, Nouguès y tantos otros hombres distinguidos hoy, que han conservado por èl una veneraciòn profunda, como todos los que hemos gozado de la luz de su espìritu”.
“Llamado a Buenos Aires por el gobierno del general Mitre, tomò la direcciòn de los estudios en el Colegio Nacional, al mismo tiempo que dictaba una càtedra de fìsica en la Universidad. Su influencia se hizo sentir inmediatamente entre nosotros. Formulò un programa completo de bachillerato en ciencias y letras, defectuoso tal vez en un solo punto, su demasiada extensiòn. Pero M.Jacques, habituado a los estudios fuertes, sostenìa que la inteligencia delos jòvenes argentinos es màs viva que entre los franceses de la misma edad y que, por consiguiente, podìamos aprender con menor esfuerzo”.
Tres nacionalidades, tres ocupaciones bien distintas, son evocadas por Miguel Canè en esta obra. Los pàrrafos transcriptos, sin embargo, no alcanzan para brindar una visiòn acabada de la postura del autor acerca de la inmigraciòn. Para lograrla, se debe recurrir a todos sus textos –algunos de ellos no literarios, como la Ley de Residencia, de 1904-, los cuales, junto a Juvenilia, nos proporcionaràn una cabal idea del sentimiento de este hombre del 80 frente al aluviòn inmigratorio.
Notas
1. Ortega, Exequiel Cèsar: Còmo fue la Argentina (1516-1972). Buenos Aires, Plus Ultra, 1972.
2. Stratta, Isabel: Pròlogo a Juvenilia. Buenos Aires, CEAL, 1980.
3. Prieto, Adolfo: La literatura autobiogràfica argentina. Buenos Aires, CEAL, 1982.
4. Ara, Guillermo: Pròlogo a Wilde, Eduardo: Aguas abajo. Buenos Aires, Huemul
5. S/F: en Internet.
6. Zanetti, Susana: op. cit.
7. Canè, Miguel: Juvenilia. Buenos Aires, CEAL, 1980.
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Novelas
El escritor y politico Lucio Vicente López nació en Montevideo, Uruguay, en 1848; falleció en Buenos Aires en 1894. “Hijo de Vicente Fidel López y nieto de Vicente López y Planes, llegó a Buenos Aires en 1863 y se graduó de abogado en 1872. Apoyó a Adolfo Alsina y fue diputado provincial y nacional. Tomó parte de la Revolución del 90. Fue ministro del Interior de Luis Sánez Peña. Colaboró con El Nacional, diario de Domingo Faustino Sarmiento, en La Nación y en Sud América, donde publicó, como folletín, La gran aldea, su obra más importante” (1).
Esa novela (2), que Lòpez dedica a Miguel Canè, su “amigo y camarada”, aparece en 1884. “El subtìtulo de La gran aldea, ‘Costumbres bonaerenses’, previene ya las caracterìsticas del realismo a que recurrirà su autor, Lucio Vicente Lòpez (1848-1894): una actitud crìtica, no disolvente sino reformista, encaminada a registrar tipos y hàbitos de una sociedad, y a poner de relieve algunos de entre ellos mediante el sarcasmo, la ironìa o la simple caricatura. (...) la propuesta fundamental de La gran aldea es la de demostrar que el Buenos Aires provinciano de 1860 pervive en el Buenos Aires cosmopolita de 1880, que la clase social que manejaba sus destinos en la època de Pavòn continuaba controlando los hilos de la polìtica y de las finanzas y dando el tono de la sociabilidad en la època del alumbrado a gas y de los tranvìas a caballo” (3).
“Aunque esperanzada con el potencial talento literario del autor, ya en el momento de su publicaciòn la crìtica fue en general adversa con la novela, pero ùtil, segùn Lòpez, porque ‘ha despertado la curiosidad y me ha favorecido la venta’. En ella pesa màs la crònica que la densidad literaria -Rojas la ve ‘inferior a su fama’-, y asì parece haber sido desde que se publicò: en su època influyeron tanto su calidad de instrumento de lucha polìtica e ideològica como el hecho de ser una novela en ‘clave’, por la que desfilaban las figuras del dìa (Mitre, Sarmiento, Avellaneda, etcètera); en nuestros dìas pesa el valor testimonial, intenciòn que ya proclama el autor desde el subtìtulo (Costumbres bonaerenses), que permite rastrear el pasaje de un Buenos Aires ‘patriota, semisencillo, semitendero, semicurial y semialdea’, a la ciudad ‘con pretensiones europeas’ en diversos registros: en lo urbano, con la transformaciòn de la ciudad que es màs modernizaciòn que ampliaciòn, con la incorporaciòn a la vida cotidiana del gas de alumbrado, el tranvìa, las nuevas formas de la arquitectura y la decoraciòn; en lo social, con el advenimiento de las nuevas burguesìas, el gallego sirviente al lado del mulaterìo, la desapariciòn del tendero criollo; en lo polìtico, con la consolidaciòn del roquismo, que impone la unificaciòn del paìs desde el poder central –y desde la ciudad capitalizada- y las tensiones que eso provoca; en lo econòmico, con el pasaje de los buenos tiempos del Estado de Buenos Aires al manejo financiero que culminarà con la crisis de 1890; en lo religioso, con el progresivo avance del laicismo estatal y la nueva religiòn de la burquesìa; en lo literario, con el pasaje del Romanticismo al Realismo y al teatro ligero francès...” (4).
En esta obra aparecen inmigrantes, vistos desde la perspectiva de un escritor que añora un pasado que no volverà.
Lòpez compara a los tenderos de antaño con los del presente: “¡Y què mozos! ¡Què vendedores los de las tiendas de entonces! Cuàn lejos estàn los tenderos franceses y españoles de hoy de tener la alcurnia y los mèritos sociales de aquella juventud dorada, hija de la tierra, ùltimo vàstago del aristocràtico comercio al menudeo de la colonia”.
Recuerda a uno de aquellos tenderos criollos: “Entre los prìncipes del mostrador porteño, el màs cèlebre, sin disputa, era don Narciso Bringas: gran tendero, gran patriota, nacido en el barrio de San Telmo, pero adoptado por la calle del Perù como el rey del mostrador. No habìa mostrador como el de aquel porteño: todo el barrio junto no era capaz de desdoblar una pieza de madapolàn y de volverla a doblar como don Narciso; y si la piràmide misma le hubiera querido disputar su amor a Buenos Aires, a la piràmide misma le habrìa disputado ese derecho”.
Describe la estrategia del tendero para dirigirse a su clientela: “Don Narciso subìa o bajaba el tono segùn la jerarquìa de la parroquiana: dominaba toda la escala; poseìa toda la preciosidad del lenguaje culto de la època y daba el do de pecho con una dama para dar el sì con una cocinera”.
“Los tratamientos variaban para èl segùn las horas y las personas. Por la mañana se permitìa tutear sin pudor a la parda o china criolla que volvìa del mercado y entraba en su tienda. Si la clienta era hija del paìs, la trataba llanamente de hija; hija por arriba e hija por abajo. Si èl distinguìa que era vasca, francesa, italiana, extranjera, en fin, iniciaba la rebaja, el ùltimo precio, el ‘se lo doy por lo que me cuesta’, por el tratamiento de madamita. ¡Oh!, ese madamita lanzado entre 7 y 8 de la mañana, con algunas cuantas palabras de imitaciòn de francès que èl sabìa balbucir, era irresistible. Durante el dìa, los tratamientos variaban entre hija e hijita, entre tù y usted, entre madamita y madama, segùn la edad dela gringa, como èl la llamaba cuando la compradora no caìa en sus redes”.
Los inmigrantes trabajaban junto a los criollos: “daban las cuatro y, no bien habìa entrado el gallego cotidiano con las viandas, don Narciso se engolfaba en los antros profundos de la trastienda”. Lucio V. Lòpez menciona otro gallego relacionado con la tienda: “Caparrosa, el cadete de Bringas, un galleguito ladino y vivaracho”.
En la adolescencia, el protagonista acude a la escuela de dos maestros, a los que describe con estas palabras: “Don Pîo Amado y don Josef Garat, mis maestros, eran dos personajes singulares; singular era su escuela, singular la enseñanza, singular todo lo que los rodeaba. Don Pìo era la bondad y la benevolencia personificadas; don Josef era la intransigencia, el mal humor y la ira misma. Reunidos, don Pìo era la nota còmica del colegio, don Josef era la nota èpica. Amàbamos a don Pìo y lo amàbamos con toda el alma; temblàbamos ante don Josef y lo respetàbamos a fuerza de malquererlo”.
En otro pàrrafo se refiere al aspecto fìsico del segundo: “Don Josef, en cambio, era un Orestes. Alto, vigoroso, la cara roja como un pimiento, la nariz chica y encorvada, la cabeza mezquina pero bien puesta sobre los hombros. Don Josef pasaba la vida clamando contra todo lo que lo rodeaba: contra el paìs, contra sus hombres, contra las mujeres, contra los muchachos y contra don Pìo, a quien tenìa en poca cuenta en las situaciones normales”.
Uno de estos maestros era inmigrante: “Don Josef era oriundo de Cataluña y se vanagloriaba de haber nacido en el castillo Monjuich, de haber salvado la vida a varias personas, de haber presenciado un naufragio y de haber sido casi vìctima del hambre de una tigra mansa; preciàbase de haber conocido a la reina de España, doña Cristina, de haberla visto comer una olla podrida en un dìa de toros. Hacìa sacrificio de confesarse descendiente de don Gonzalo de Còrdoba, pero no se prestaba a pregonar mucho el parentesco, y lo repudiaba con majestad, porque no querìa que nadie sospechase que èl aprobaba las rendiciones de cuentas de su poco escrupuloso antepasado. Vivìa crònicamente colèrico, sin que esto importe decir que no supiera interrumpir sus accesos para hablar con fruiciòn, de los tesoros de Potosì y de fortunas colosales como las de los cuentos de hadas, porque el buen viejo tenìa altamente desarrollada la nota de la codicia”.
“Pero, cuando èl levantaba la voz en la clase, o fuera de la clase, o con los tertulianos nocturnos que lo visitaban en el colegio, entonces temblaba la casa: buscaba la invectiva, la lanzaba al rostro del adversario y la sazonaba con vocablos de estofado acabando por dominar el debate con sus gritos estentòreos. Dentro de ese cuerpo vigoroso, de rica muscultura de atleta, en el fondo de ese caràcter atrabiliario, disputador y pendenciero que amenazaba tragarse la tierra, se escondìa un ser enteramente pusilànime. Don Josef era una liebre”.
Recuerda con cariño a esos pedagogos: “Era un muchacho de quince años cuando entrè en el colegio y apenas sabìa leer y escribir, pero trabajè con tesòn y me abrì paso. Don Pìo me amaba y don Josef, que habìa empezado por expresarme el màs profundo desprecio, habìa pasado del indiferentismo al entusiasmo con una facilidad extraordinaria. Yo comenzaba a ser su ìdolo. De cuando en cuando pensaba que, siendo yo como era un pobre diablo, sin padre, sin fortuna, era demasiada generosidad de su parte interesarse por mì como se interesaba y me lo echaba en cara; pero cuando lo sorprendìa con un progreso inesperado para èl, o con un buen rasgo de conducta, entonces el buen viejo se exaltaba y pasaba los lìmites del entusiasmo en sus elogios”.
Inmigrantes y criollos conviven en esta obra -que incluye pàginas de “larvada xenofobia”-, en la que “Lucio Lòpez anticipa una visiòn crìtica nostàlgica y casi desesperanzada del cariz que toma la vida polìtica y social de la Argentina”.
La llegada de los inmigrantes a suelo argentino significò una transformaciòn de gran importancia. El porteño se encontrò conviviendo con extranjeros de diversas nacionalidades y esa realidad se vio reflejada en la literatura.
En algunos autores, el sentimiento de aversiòn no reviste tonos demasiado violentos; se limitan –como Miguel Canè, en Juvenilia- a presentar vascos temibles e italianos ridìculos. En Cambaceres, el inmigrante es presentado como un ser ignorante e inmoral; el escritor no disimula lo que siente ante quienes llegaron a tentar suerte en nuestro paìs.
Eugenio Cambaceres nació en Buenos Aires en 1843; falleció en París en 1888. “Cursó estudios en el Colegio Nacional de Buenos Aires y se graduó de abogado en la Facultad de Derecho. En 1870 fue elegido diputado de la Legislatura de la provincia de Buenos Aires, donde presentó un proyecto de separación de Iglesia y Estado, que produjo un gran revuelo. Electo diputado nacional en 1874, al poco tiempo abandonó la vida pública para dedicarse a la literatura. Siendo una de las figuras centrales de la Generación del 80, publicó cuatro novelas: Potpourrí: silbidos de un vago (1881), Música sentimental (1884), Sin rumbo (1885) y En la sangre (1887). Fue el principal escritor argentino adscripto a las técnicas del naturalismo, lo que le permitió incorporar diferentes temas urbanos a la narrativa nacional, como la fiebre especulativa y la inmigración. A pesar de que, en un comienzo, la crítica se mostró hostil con su obra, sus novelas obtuvieron gran éxito de público” (5).
En la novela En la sangre (6) alude al italiano, padre del protagonista, con estas palabras: “Arrojado a tierra desde la cubierta del vapor sin otro capital que su codicia y sus dos brazos, y ahorrando asì sobre el techo, el vestido, el alimento, viviendo apenas para no morirse de hambre, como esos perros sin dueño que merodean de puerta en puerta en las basuras de las casas, llegò el tachero a redondear una corta cantidad”.
Andrès Avellaneda encuentra una explicaciòn para esta actitud: “Esos otros, responsables del peligro que ronda en la nueva ciudad, son para Cambaceres los inmigrantes y sus hijos, cuyas exigencias pugnan por modificar una realidad celosamente congelada” (7).
El desdèn por el extranjero se evidencia con gran claridad en este libro. La sangre es el medio por el que las lacras sociales se transmiten de generaciòn en generaciòn. No obstante haber nacido en la Argentina, el protagonista tiene las caracterìsticas del inmigrante, de acuerdo con los postulados del naturalismo, corriente en la que encontramos al autor.
Este movimiento, surgido en Francia en la segunda mitad del siglo XIX, sostiene tres principios bàsicos: la influencia de la raza, el medio y el momento; la importancia de la herencia y el caràcter fisiològico de las pasiones. “Con Eugenio Cambaceres –afirma Teresita Frugoni de Fritzsche- el naturalismo francès se incorpora a la novela argentina permitièndole asì alcanzar una dimensiòn realista que seguirìan todos los autores del siglo XIX y proncipios del XX, superando los esquemas simples y antitèticos de la època romàntica” (8).
La argumentaciòn naturalista lleva a un determinismo que permite, segùn la teorìa, predecir el rumbo que tomarà la vida de los descendientes. Genaro, aunque argentino, lleva en sus venas la marca hereditaria del napolitano; està signado por todos los defectos que el novelista atribuye a ese grupo social y, al igual que sus paisanos, parece no tener virtud alguna. Lejos de plantear la responsabilidad del individuo, el autor hace hincapiè en lo heredado, en lo fatal. No sòlo da por supuestas las cuestionables leyes de la herencia y la influencia de la raza, el medio y el momento, sino que se aferra ciegamente a ellas, llegando a una postura prejuiciosa y, por ende, injusta.
La novela apareciò publicada como folletìn en 1887, en el diario Sud-Amèrica. Fritzsche nos recuerda cuàl fue la acogida que tuvo la obra: “Paralelamente con su publicaciòn aparecen en el diario artìculos de ìndole diversa vinculados con la novela. Suponemos que parte del pùblico la considera inmoral, si nos atenemos a la defensa que J.A.A. (Juan Antonio Argerich) realiza en el nùmero del 13 de setiembre, observando que no es preciso atender a los asuntos que explota Cambaceres sino a su mèrito literario, pues es un hombre que conoce la vida y por lo tanto un escèptico”.
Encontramos en Genaro dos momentos sucesivos: durante los primeros años, mortificado, trata de sobreponerse a su condiciòn; luego, con resentimiento y gran dolor, acepta su estigma. El muchacho culpa a sus progenitores por el desprecio de que lo hacen vìctima sus condiscìpulos; la vergûenza de su origen lo llena de odio, despecho y deseos de venganza, que consumarà en la persona de su esposa. “Estaba en su sangre eso, constitucional, inveterado –dice el novelista-, le venìa de casta como el color de la piel, le habìa sido transmitido por herencia, de padre a hijo”.
Genaro desprecia a sus padres. Cambaceres muestra una vez màs la bajeza del joven, quien piensa: “¡Su padre... menos mal èse, se habìa muerto y de los muertos nadie se acordaba; pero su madre viva y a su lado, estando con èl, era una broma, un clavo, adònde irìa èl que no lo vieran, que no supieran, que no le hiciese caer la cara de vergûenza con la facha que tenìa, con sus caravanas de oro y su peinado de rodetes!”. Para evitarse esa humillaciòn constante, Genaro hace que su madre vuelva a Italia. Queda en libertad para disponer a su antojo de los ahorros de sus padres y, a cambio, ni siquiera lee las cartas que la mujer le envìa.
Al describir a los inmigrantes, Cambaceres recurre siempre a la comparaciòn con animales; asì, habla de la cabeza de ave de rapiña del padre del protagonista, de la astucia felina de Genaro: “En un brusco manotòn de gato hambriento, alargò de instinto el brazo; crispados los dedos, como clavada la garra ya sobre el montòn de billetes”. Estas imàgenes son empleadas por el escritor con el propòsito de degradar a los extranjeros, de mostrarlos lindando con lo irracional”.
Ante la fuerza del instinto, nada puede hacer el protagonista: “Y si tal habìa nacido -se defiende-, si asì lo habìan fabricado y echado al mundo de sus padres, ¿era èl el responsable, tenìa èl la culpa por ventura? No, como no la tenìan las vìboras de que fuera venenoso su colmillo”. Ni siquiera tiene valor para matarse: “ni de ese triste rasgo de nobleza, ni de esa ùltima, ni de esa ùnica prueba de valor y entereza era capaz”. El “vivirìa, seguirìa prendido con dientes y uñas a la vida, como los perros a las osamentas!...”.
Antonio Pagès Larraya opina sobre el tratamiento que Cambaceres da a sus personajes: “La herencia y el medio conforman a Genaro, criatura vacìa de ètica, casi infrahumana. Quizàs el afàn de apegarse a una conclusiòn que hoy nos parece arbitraria –la de que en los hijos del inmigrante perdura el inescrupuloso apetito de los padres- volviò estrecho el relato. Las aventuras del ‘parvenu’, del trepador que se eleva sin elegir los medios, pierde vigor por su forzada limitaciòn a una tesis” (9).
Aparecen, a lo largo de la obra, otros inmigrantes retratados con la misma crueldad. Entre ellos, los amigos del napolitano, quienes “habìanse pasado la voz para el velorio. Poco a poco fueron llegando de a uno, de a dos, en completos de paño negro, con sombreros de panza de burro y botas gruesas recièn lustradas”. El comportamiento de los paisanos, afligidos, le merece un comentario despiadado: “Zurdamente caminaban, iban y se acomodaban en fila a lo largo de la pared, en derredor del catafalco elevado en la trastienda. Uno que otro, cabizbajo, en puntas de pie, aproximàbase al muerto y durante un breve instante lo contemplaba. Algunos daban contra el umbral al entrar, levantaban la pierna y volvìan la cara”.
El “tano” capataz del cementerio tenìa voz vinosa; el gallego portero de la universidad era ñato de nariz y cuadrado de cabeza; Bearnès, el dueño del cafè, era ronco, gordo, gritòn y gran bebedor de ajenjo. Y asì, podrìamos enumerar muchas oportunidades en las que los inmigrantes son vìctimas del escarnio del autor.
El testimonio de Cambaceres nos brinda la posibilidad de conocer la actitud de un hombre de esa època ante las profundas transformaciones que se estaban operando. El aluviòn inmigratorio cambiò para siempre la estructura de la sociedad y motivò pàginas como las del autor de En la sangre, las cuales, aunque resultan violentas a los lectores, son tambièn parte de nuestra literatura.
La atmòsfera de la Argentina de fines del siglo XIX es descripta por el historiador Exequiel Cèsar Ortega, quien escribe: “Las medidas econòmicas y financieras oficiales, de todo tipo, se encaminaron hacia las soluciones desesperadas. El esfuerzo por reducir desniveles se reflejò hasta en los cambios de los ministros de Hacienda, emisiones monetarias clandestinas, proyecto de nuevas ventas, concesiones y emprèstitos, circulaciòn de emisiones derogadas ya... Hasta que llegò el llamado presidencial de Juàrez Celman contra la fiebre especuladora y que exhortaba en cambio a la cordura en inversiones, negocios, gastos y juego de Bolsa “a pase y diferencia” (10).
Algunas obras literarias reflejan la crisis de la Bolsa de Comercio y la revoluciòn de 1890. Son novelas que aparecieron como una manifestaciòn de los creadores frente a una situaciòn; ellos buscaron moralizar y demostrar los peligros que se corrìan si no se cambiaba el rumbo.
Andrès Avellaneda escribe al respecto: “Hacia el 90, como una consecuencia de la crisis que vive el paìs y uno de cuyos sìntomas màs agudos es probablemente el crack financiero que se produce en la Bolsa para esa fecha, este naturalismo se hace social, recoge la temàtica de esa crisis, y documenta el fenòmeno en una serie de novelas que, por ese mismo motivo, ha sido llamado ‘el ciclo de la Bolsa’ “ (11).
Irene Ferrari realiza una valoraciòn de las obras a las que nos referimos. Ella escribe: “Varios de nuestros escritores buscaron comprender lo ocurrido y dejar constancia de ello. Las once novelas de esta etapa, de escaso valor literario, fueron llamadas posteriormente ‘el ciclo de la Bolsa’. Entre las màs representativas estàn Horas de fiebre, de Segundo Villafañe, y Quilito, de Carlos Marìa Ocantos. Pero la ùnica reconocida por la posteridad es la de Martel” (12).
Diana Guerrero coincide con la ensayista en la valoraciòn de las novelas: “Un año despuès de la revoluciòn y de la caìda de Juàrez Celman aparecieron La Bolsa y Horas de fiebre de Segundo Villafañe, y en Parìs Quilito, de Carlos Marìa Ocantos. Cinco años màs tarde Pedro Morante publica Grandezas. En las pàginas de estas cuatro novelas se suceden escenas de los lugares màs significativos en la vida porteña de ese momento: Palermo, el Hipòdromo, Florida, el Club del Progreso, pero particularmente describen el edificio y la actividad de la Bolsa. Todos coinciden en censurar las costumbres y la moral de ese momento tan convulsionado de nuestra historia. Los ecos de la revoluciòn y de los acontecimientos que la precedieron se prolongan en otra novela aparecida en 1898: La Maldonada, del periodista español Francisco Grandmontagne, incorporado a la vida argentina. Pero posiblemente el relato que pinta màs acabadamente ese momento històrico sea La Bolsa” (13).
Andrès Avellaneda señala que “dos grandes grupos de novelas filiadas en mayor o menor grado al naturalismo, se refieren a los temas decisivos en el momento ochentista: el inmigrante y la fiebre financiera”. Entre las novelas protagonizadas por inmigrantes menciona En la sangre de Cambaceres, Inocentes o culpables de Argerich, Bianchetto de Adolfo Saldìas y Teodoro Foronda de Francisco Grandmontagne, ademàs de algunas de las Novelas argentinas de Carlos Marìa Ocantos.
El otro grupo de novelas –el que tiene que ver con la Bolsa- aparece con celeridad: “El mismo año de la crisis se publica Abismos de Manuel Bahamonde; al año siguiente aparecen La Bolsa, de Juliàn Martel (Josè Marìa Mirò) (14); Quilito, de Carlos M. Ocantos; y Horas de fiebre, de Segundo I. Villafañe”.
No termina aquì la producciòn al respecto: “El tema sigue interesando a los novelistas a partir de 1891 –agrega-: Grandezas (1896), de Pedro G. Morante; Quimera (1899), de Josè Luis Cantilo, prolongan una lìnea temàtica que llega hasta Roberto J. Payrò, con Divertidas aventuras del nieto de Juan Moreira (1910)”.
“Escasa informaciòn ha sido recogida acerca de la existencia de Josè Marìa Mirò, conocido literariamente como Juliàn Martel –escribe Noè Jitrik. Sin embargo, hay dos hechos relevantes que vinculan su vida con su obra: fue pariente pobre de una poderosa familia cuyo palacio se levantaba donde hoy està la Plaza Lavalle y, como consecuencia de ello, tuvo que trabajar en el periodismo, de cuyo anonimato emergiò por esta novela, la ùnica que escribiò. (...) Al parecer, cuando tenìa 20 años se acercò a la Bolsa para inicarse en las operaciones con la esperanza, muy comùn en esa època, de enriquecerse ràpidamente para poder conquistar asì el corazòn de una mujer. Es verosìmil que eso haya sucedido, asì como la pèrdida de todo su dinero. Posteriormente a esos episodios, es decir hacia 1888, entra al diario La Naciòn como cronista volante, episodio trascendental en primer lugar porque constituye un excelente puesto de observaciòn, luego porque siendo una tarea anònima no le concede el reconocimiento esperado”.
“Durante 1890 escribiò La Bolsa; la ùltima frase fue redactada el 30 de diciembre. Dos hechos notables pueden observarse: el primero es que siendo una obra realista y de actualidad no ha incluido como tema la revoluciòn del mismo año; el segundo es que en el mismo año se publicò en Francia L'Argent, novela mediante la cual Zola investiga y condena el sistema financiero. (...) La Bolsa aparece en folletìn en La Naciòn desde el 24 de agosto hasta el 4 de octubre de 1891, con gran èxito de pùblico y de crìtica”.
El crìtico considera que la obra fundamental de este ciclo –la de Martel- tiene importancia desde diversos puntos de vista, a pesar de su escaso valor literario: “La Bolsa es una obra literariamente poco importante, inmadura, pero que asì y todo expresa varias cosas de interès; en primer lugar hay, conscientemente o no, una tentativa por trascender la literatura del 80 en su fisonomìa màs exterior; en segundo lugar, muestra un escritor desclasado, emergente del periodismo y que anticipa, por esas razones, un nuevo tipo de escritor, el profesional; en tercer lugar, se trata de un libro inspirado en hechos contemporàneos, ubicado en una actualidad, comprometido polèmicamente con sus interpretaciones” (15).
El propòsito moralizante aparece en la obra de Martel, en la que una mujer observa còmo su marido, estudiante brillante de otros tiempos, se ve envuelto en la fiebre especuladora. Le advierte cuàles seràn las consecuencias de su actitud, pero “no logrò convencerlo ni aquel dìa en que con sus dos hijos en brazos (dos preciosuras, frutos de sus amores) le preguntò si correrìa el peligro de verlos expuestos al deshonor o a la miseria”.
El narrador tambièn advierte al personaje que, enceguecido, no puede escucharlo: “¡Come, come, insigne doctor, saborea despacio los manjares que te presentan, porque los bolsistas como tù, sàbelo bien, no tienen nunca seguro el pan de mañana!...”. El narrador le habla asimismo al lector, a quien hace partìcipe de sus funestos vaticinios: “Con su ancha cara bondadosa disfuminada en una expresiòn de insana codicia, oyèrais hablar a aquel ministro de emisiones clandestinas, de grandes negocios solapados que, al aumentar la fortuna de S. E., seràn màs tarde la ruina y el deshonor de la patria”.
Escribe Martel: “la raza semita, arrastràndose siempre como culebra, vencerà, sin embargo, a la raza aria”. Noè Jitrik analiza la visiòn del inmigrante en esta novela: “Hay dos razones aparentes de culpabilidad; una es polìtica, el règimen juarista, la otra es moral, la de los que medran con el sistema, Granulillo, Armel y los otros; pero los verdaderos culpables son otros, los agentes corruptores, los que frìamente traman apoderarse del paìs y destruir a sus hombres y, especialmente, su sentido moral: son los judìos y en ellos se detiene la mirada profunda, sagaz; hay una esencia en ellos a que debe remitirse toda comprensiòn del fenòmeno. Varias veces los judìos son atacados ya sea por personajes ya por el narrador; quien los defiende es el personaje màs corrompido, Granulillo. Glow los ataca con argumentos de Edouard Drumont, cuyo libro, La France juive (1886), cita. Sorprende sin embargo que en la novela no se haga actuar concretamente a un personaje judìo sino que todas las acusaciones sean de caràcter general. Los ‘culpables’ estàn establecidos; se lo ha encontrado ya sea porque estaban en el ambiente, ya porque el argumento sirve para escamotear un anàlisis màs concreto de responsabilidades actuales”.
“Segùn algunos crìticos, Bagù entre ellos, no existìa problema judìo en el paìs -agrega-; todas las referencias literarias anteriores son incidentales; las manifestaciones del propio Sarmiento (Condiciòn del extranjero en Amèrica) tienen un caràcter teòrico; en 1888 entraron al paìs 8 familias judìas, al año siguiente 136 y casi todos se fueron al interior. El judìo viene a ser lo extranjero por antonomasia y, en una concepciòn naturalista, un objeto privilegiado pues no ha mezclado su sangre. Lo màs probable es que el ataque sea contra los extranjeros en general, lo cual le restituye el alcance de alegato antirroquista que se va constituyendo a partir de la aplicaciòn del plan roquista, especialmente inmigratorio. En consecuencia, su profecìa de ruina cubre la moral de la naciòn entera, fiscaliza todo un sistema polìtico y canaliza el resentimiento de los que estàn fuera de èl; el prototipo de este alejamiento es el general Mitre, cuyo diario publica este folletìn”.
“La lectura màs superficial e ingenua de La Bolsa de Juliàn Martel sorprende por la enorme carga de xenofobia y antisemitismo –afirma Gladys Onega. (...) Los protagonistas del drama se convierten en un ente abstracto llamado judaìsmo internacional; los instrumentos, algunos patricios argentinos ‘contagiados’ (de acuerdo con la terminologìa naturalista); las vìctimas, otra vez, los mismos patricios. ¿Cuàl es la actuaciòn de la clase media y del proletariado en la crisis? Ninguna. ¿Cuàl es la funciòn del inmigrante? La imagen que tiene Martel sobre la inmigraciòn masiva està subordinada a la del tipo argentino aristocràtico y ambas, a su vez, a la del judìo que es el deus ex machina de la concepciòn irracionalista de la economìa” (16).
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Abelardo Arias nació en Córdoba en 1918; falleció en Buenos Aires en 1989. “Fue director de la Biblioteca del Colegio de Escribanos. De sus numerosos viajes por Europa quedan testimonios en sus crónicas Diario Latino y París-Roma: lo visto y lo tocado. Escribió algunos dramas pero alcanzó notoriedad con sus novelas realistas y de hondura psicológica. En Alamos talados y La vara de fuego se inspiró en elementos autobiográficos. En Polvo y espanto y De tales cuales abordó la novela histórica. En Minotauroamor recreó el mito de Teseo. Obtuvo, entre otros, el Premio Municipal” (17).
Alamos talados (18) fue distinguida en 1942 con el Primer Premio de Literatura de Mendoza, el Primer Premio Municipal de Buenos Aires y el Primer Premio de la Comisión Nacional de Cultura. Marcela Grosso y Marta Baldoni señalan la importancia de la inmigración en la novela: “El poder se ve amenazado por la presencia de lo otro, del elemento extraño: el inmigrante, figura que genera tres efectos correlativos: a) el enfrentamiento entre gringos y criollos, b) la exaltación del linaje y la hispanidad, c) el rechazo del progreso y las nuevas costumbres”.
La clase alta, representada fundamentalmente por los abuelos, se mostraba bondadosa con los criollos y los inmigrantes, en general, aunque había excepciones: “El inmigrante aparece descalificado, caricaturizado (...) o mirado con simpatía, en tanto se ciña al mandato de la abuela y no compita en el circuito de producción económica. Don Ramón Osuna sentía un “desprecio soberano por los gringos, como él llamaba a cuantos no hablaran el castellano. Desprecio que alcanzaba a toda idea que de ellos proviniera. No quiso alambrar su estancia; sembrar era cosa de gringos y nunca el arado rompió sus tierras. (...) Decir ‘gringo’ es un insulto (...) El atributo ‘criollo’, en cambio, tiene connotaciones positivas (...) se convierte en una abstracción, en un símbolo de pureza racial y moral” (19).
La diferencia entre terratenientes e inmigrantes es señalada por uno de los personajes: “Doña Pancha aún no podía comprender cómo abuela había recibido, ‘con aire de visita’, a uno de esos gringos bodegueros, decía ella recalcando la palabra con retintín. Ella no podía entenderlo y menos disculparlo. Entre tener una viña y tener bodega para hacer vino había un abismo infranqueable. Eran dos castas distintas, y la Pancha se había constituido guardián insobornable de esa separación”.
Cuando las penurias económicas obligan a la anciana señora a talar los álamos, allí está un inmigrante, posibilitando que el lector saque conclusiones sobre la personal postura del autor: “Con el pie en el estribo de su auto rojo, el turco hacía anotaciones en una libreta. Uno, tras otro, caían los álamos de mi adolescencia” (20). Grosso y Baldoni sostienen que “La presencia invasora del inmigrante aparece metaforizada por el coche rojo del turco, que recorre el texto en varios capítulos”. Acerca del propietario del vehículo comentan: “Claras son las connotaciones demoníacas que despliega este personaje (...) Las aspiraciones comerciales del turco, que exceden a las del agricultor contratado, lo convierten en una amenaza, un peligro para el sistema. La compra de la vid y de la madera es sustituida por la idea de usurpación, de estafa: el turco no compra sino que ‘se leva’. Caída, atropello, usurpación, tala, profanación, son los efectos del ingreso del inmigrante en el sistema, que es quebrado sin posibilidades de restauración” (21).
Los criollos, que se agrupan bajo la protección de la señora y sus descendientes, ven como algo degradante el trabajo en la viña, pues nacieron para domar potros y para hacer tareas que exijan valor y destreza: “ ‘Los criollos no somos muy guapos pa’ estos menesteres, eso di’ andar cortando racimitos son cosas pa’ los gringos y las mujeres –había dicho Eulogio-. Ahora, lidiar con toros, jinetear potros, trenzar tientos de cuero crudo, marcar animales, ésas son cosas di’ hombre’ y hasta si se trataba de dar una manito para cargar las canecas, entonces se ajustaban el cinto y la faja, acomodaban el cuchillo en la cintura, ‘y no le hacían asco a juerciar un poco’ ” (22).
Quienes se interesan por el arte y la cultura conoceràn seguramente al arquitecto Luis Fernando Rodrìguez Querejazu, cuyos cursos audiovisuales son seguidos por gran cantidad de pùblico en diversas instituciones. Rodrìguez Querejazu no es sòlo arquitecto y docente. Es tambièn escritor, y ha cultivado en algunas de sus obras la vertiente autobiogràfica. Nos referimos a aquellas en las que aparece la historia reciente, en las que se presenta como protagonista desde su nacimiento.
Como Fernando de Querejazu publica El pequeño obispo (23), una novela “absolutamente autobiográfica, aunque parezca un disparate lo que ocurre allí”, surgida de “la necesidad de homenajear a mis padres, que eran admirables” (24).
El 10 de febrero de 1926 llegó a América el hidroavión Plus Ultra, piloteado por Ramón Franco, concretando así una proeza histórica. Ese mismo día, en un pueblo de inmigrantes de la provincia de Córdoba, veía la luz el protagonista de esta novela. Sus padre, de origen español, lo llamaron Fernando en homenaje a la isla Fernando de Noronha, en la que se produjo el aterrizaje.
Marino Gòmez- Santos, Premio Nacional de Literatura de España, explica què significaba para los hispanos el arribo a Amèrica del hidroaviòn: “El diagnòstico que resulta del estudio de la situaciòn polìtica, en lo cual coinciden algunas personalidades que merecen el mayor crèdito, es realmente alarmante. (...) Todo se olvida dìas despuès, cuando Ramòn Franco, Julio Ruiz de Alda, Duràn y Rada parten en el hidroplano Plus Ultra para llevar a cabo la heroica travesìa de Palos a la Argentina. Este raid aèreo es una hazaña maravillosa, y su onda expansiva, como noticia sensacional, llega a todos los rincones del mundo. Una vez màs los españoles sueñan con la proeza de llegar a tierras de Amèrica, ahora por el aire, cuya navegaciòn sigue siendo un azar, como en tiempos de Colòn lo habìa sido por el mar. Los pilotos, con elementales instrumentos de orientaciòn a bordo, llegan al punto de destino despuès de haber sufrido contratiempos y averìas tremendas. Despuès de la gesta del Plus Ultra, el viaje rutinario a Amèrica, a bordo de un aviòn, iba a ser posible enseguida. Una època sorprendente parece comenzar”.
“La euforia general es aprovechada por Primo de Rivera, quien, “consciente de la hostilidad que ha ido acumulàndose en torno a su persona, aprovecha la llegada a Madrid de los tripulantes del Plus Ultra. El 10 de abril el rey impone en el aeròdromo de Cuatro Vientos, la medalla que lleva el nombre del hidroplano famoso, asì como la del Mèrito Aèreo, a Ramòn Franco y a los demàs aviadores que habìan tomado parte en el raid Palos-Buenos Aires. Primo de Rivera se acoge espontàneamente a la popularidad del acto, en el cual don Alfonso XIII le impone la Gran Cruz de la Orden de San Fernando” (25).
La evocación del escritor, que se inicia en la fecha de arribo del hidroavión, tiene como escenario el querido paisaje de Canals, provincia de Córdoba, donde “se vivía bien, atrayendo a las poblaciones cercanas, en un gran radio a la redonda, que buscaban los atractivos de este centro vitalizador”. En esta localidad, fundada por un naviero valenciano, no se conocían las desdichas; la naturaleza, pródiga, brindaba a los hombres todo lo necesario para ser felices. Su tesón y fe en el futuro de la nueva patria eran una fuerza vital y fecunda.
Fernando, el pequeño que despierta a la conciencia, será el reflejo de dos mundos unidos en la sangre nueva.
En Una ciudad junto al río, Jorge E. Isaac evoca la inmigración árabe que llegó a la Argentina. El escritor entrerriano fue distinguido con el premio “Presidente de la Naciòn” por sus cuentos regionales, con el Premio Municipal de Cultura de Concepciòn del Uruguay para obras teatrales, y con el lauro de la fundaciòn Arcien por su novela Antes que termine el siglo... En 1988, durante la Feria del Libro, el doctor Renè Baròn le entregò personalmente el premio que lleva su nombre, distinguiendo a Una ciudad junto al rìo (26) como la mejor novela editada durante los años 1986 y 1987. El jurado que lo otorgò -designado por la Sociedad Argentina de Escritores- estuvo integrado por Luis Ricardo Furlàn, Raùl Larra y Juan Josè Manauta.
La novela fue presentada en la Uniòn Arabe por el profesor Elio C. Leyes -”escritor y presidente de la Universidad Popular, autor de Voz telùrica de Gerchunoff, editado por el Ateneo Judeo Argentino ‘19 de abril’ de Rosario” (27)-, quien “señalò que el libro bien podìa llamarse ‘Los gauchos àrabes’, en justo parangòn –según dijo-con la celebrada obra de Gerchunoff, en la cual no debe haber escritor que haya profundizado tanto como èl” (28).
El Gobierno de Entre Rìos la declarò, por iniciativa del Consejo General de Educaciòn, de lectura complementaria en las escuelas superiores de la provincia, a partir del sèptimo grado, recomendando su utilizaciòn en la enseñanza.
La obra està dedicada “a los inmigrantes àrabes –sirios y libaneses- y, por natural extensiòn, a españoles, italianos, alemanes, judìos, suizos, rusos, polacos, yugoslavos, y de cuanto otro origen y procedencia màs, que se lanzaron un dìa por los riesgosos caminos del mar a la aventura de ‘hacer la Amèrica’ “.Partiendo de su propia etnia, la mirada de Isaac se vuelve abarcadora, hasta incluir a hombres de diversa procedencia.
Los siriolibaneses “comienzan a llegar a mediados del siglo diecinueve, pero arriban con mayor intensidad a partir de 1896, radicándose en colonias fundadas entre ese año y 1903. Se establecieron en Buenos Aires, Córdoba, Santa Fe y Misiones. Más tarde “llegaron al Noroeste, A Santiago del Estero y a Cuyo” (29).Y a la Patagonia fronteriza (30). Isaac evoca su gesta.
Un 10 de noviembre –nòtese la fecha elegida-, el autor fue, como de costumbre, a pescar. Ese dìa, algo inusual alterò la placidez de su hobby: un objeto centelleaba, entre las ruinas de una vivienda, a la luz del sol. Intrigado, se acercò a èl y vio que era un cofre. Una vez en su casa, lo abriò sin dilaciòn, y comprobò, con gran sorpresa, que era un libro de cuentos escrito en àrabe. Con su tesoro fue en busca de un editor, quien lo enfrentò a un problema: la obra no podìa editarse sin tìtulo, y el mismo debìa surgir de ella, como un resultado lògico. Una vez superado el obstàculo, nos hallamos ya en condiciones de emprender la lectura de estos papeles, a los que Isaac –empleando un recurso literario de larga data- no hizo màs que encontrar.
La acciòn transcurre durante el año 1925. Cada acontecimiento se detalla prolijamente, ya que estos papeles eran un diario personal. El autor del diario, un joven, cuenta sus andanzas por el puerto, desde donde podìa observar la llegada de los inmigrantes de diferentes nacionalidades, a los que reconocìa por sus costumbres y fisonomìas, aùn cuando ellos no habìan descendido del barco.
El protagonista evoca el momento en que los extranjeros arriban a la nueva tierra: “Los inmigrantes, aunque vengan en el mismo barco, llegan y descienden aquí de manera diferente según sea su origen que nosotros, con sólo mirarlos y hasta a veces sin oírlos, hemos aprendido a determinar con riesgo escaso de equivocarnos”. Seguidamente, describe el desembarco de italianos, alemanes, españoles, judíos y árabes, señalando las peculiares características de cada grupo.
Sobre estos ùltimos, comenta: “Los àrabes –siriolibaneses- que disputan el tercer lugar a los alemanes en cuanto al nùmero de los que ingresan en estas regiones, son los màs independientes de todos. Es muy raro que arriben en parejas. Tan raro que nunca vi ninguna. Ellos emprenden el viaje solos y si descienden varios juntos de un barco y se comportan como parientes, es que se han hecho amigos durante el dilatado trayecto. En su mayorìa son cristianos, pertenecientes a la Iglesia Griega Ortodoxa”.
“Cuando recorren la angosta planchada por la que descienden, muestran el gesto adusto, expresivo de la trascendencia que para ellos asume el primer contacto con la nueva tierra. Siempre observo que lo hacen moviendo los labios. Y aunque en manera alguna puede oìrse màs que un leve murmullo, yo sè que estàn diciendo, con la profunda y religiosa unciòn de un ruego: ‘Ayùdame, Dios mìo...’ “. Luego, solos tambièn, acometeràn la empresa que alentaron en la intimidad de sus mejores sueños”.
A este pormenorizado relato de costumbres se suman, como hilos paralelos de la acciòn, las narraciones de cuanto sucedìa en Arabia –que el joven conocìa con dos meses de retraso- y en el mundo entero, hacièndose especial hincapiè en los adelantos de la ciencia y la tècnica.
Afirma el escritor que “tiene la novela la misiòn fundamental de ir revelando aspectos poco conocidos de la inmigraciòn àrabe, que ocupa el tercer lugar, a continuaciòn de la española e italiana, entre las que le han proporcionado el fundamento humano que hoy posee el paìs. Destaca el individualismo de sus componentes, su coraje para internarse solos en las regiones menos hospitalarias y màs desoladas, y su decisiòn de insertarse en la nueva tierra sin prevenciòn alguna. Y expone una teorìa, que se apoya en los ocho prodigiosos siglos de dominaciòn en la penìnsula ibèrica, ‘teorìa no carente de sòlido fundamento’, segùn señala en su nota de crìtica literaria La Prensa”.
Le preguntamos què se propuso al escribir la obra. Nos responde: “El libro tiende a reflejar las caracterìsticas de las principales corrientes inmigratorias -especialmente la àrabe- al tiempo que me ocupo de sus costumbres, tradiciones y tendencias en sus actividades laboriosas, y lo hace con un sentido de inocultable admiraciòn hacia esos hombres y mujeres a quienes los unìa un antecedente comùn: su valentìa rayana en la heroicidad, al cortar las amarras sentimentales que los unìan a los lugares que amaban y a los seres queridos que quizàs no volverìan a ver màs. De esta manera desfilan en èl, tambièn, españoles, italianos, alemanes, judìos, polacos, griegos, y de otros orìgenes, y son ellos, con sus diàlogos y acciones, los hacedores de la obra y los constructores del tiempo en que se enmarca la novela”.
Comenta que escribirla le llevò “Seis o siete meses. No màs. Mi paso por las redacciones de los diarios –de lo cual nunca termino de agradecerle al destino-, me ha proporcionado cierta soltura para expresarme. Me llevò sì, otro tèrmino parecido la inserciòn temporal de la obra. Necesitaba ubicarla entre 1918 y 1930. Aunque los aportes inmigratorios màs numerosos llegaron al paìs a fines del siglo XIX y principios del XX, requerìa algo màs cercano que le proporcionase cierta vital proximidad. Despuès de1918, porque terminada la que se llamò ‘Gran Guerra’ –1914/1918- se reanudò el flujo de inmigrantes. Y antes de 1930, porque en ese año se detuvo, coincidiendo -por motivos que serìa extenso analizar ahora- con el comienzo de la declinaciòn del paìs”.
Señala que es la suya “una obra cuidadosamente documentada”. Recuerda la investigaciòn que llevò a cabo: “Estuve casi tres meses en los archivos hojeando La Naciòn y La Prensa de aquellos doce años, hasta que, al fin, se me aparecieron dos hechos, en fechas casi coincidentes, cuyo hallazgo justificò con creces el tiempo que me llevò buscarlos; ambos, de gran trascendencia nacional y repercusiòn universal. Uno: la rebeliòn acaudillada por Abd-el-Krim, cuyas primeras acciones resultan victoriosas, conmoviendo al mundo àrabe y, por consiguiente, a los inmigrantes de ese origen, pues nunca claudicarà en aquel el sueño de recuperar su perdida grandeza. Otro: el vuelo del Plus Ultra que emociona hasta el delirio a los españoles y a sus descendientes, pero que asume tambièn la singularidad de extenderse a las otras colectividades, de manera que, al tèrmino del vuelo, el jùbilo alcanza a todas y a todos por igual. No es posible leer los relatos de aquellos dìas sin que cierta emociòn, superando los años transcurridos, nos alcance de alguna manera. En La Naciòn, Leopoldo Lugones volcò su encendida prosa glorificando la hazaña”.
No sòlo de los diarios provino la informaciòn: “tambièn hay otro tipo de fuentes, como la vida misma; muchos de los personajes fueron tomados de la vida real, como el alemàn que tenìa esa tremenda cicatriz en el lado izquierdo del rostro, o Don Amìn, quien, sin embargo, puede resultar el menos creìble de los personajes de la obra”.
La novela tuvo un hermoso destino, pues fue seleccionada para obsequiarla al Papa: “Habìa que elegir un regalo para Su Santidad y -como podrà imaginar- no era nada fàcil. Alguien propuso regalarle un libro, un libro dedicado a los inmigrantes, cuyo tìtulo evoca un lugar como el que visitarìa Juan Pablo II. El ilustre visitante pronunciò, en el acto de su arribo, uno de los discursos màs emotivos que se hayan escuchado. Y su tema fue, por pura casualidad, claro... ¡los inmigrantes!”. Luego, el libro partiò de esta tierra, con su ropaje de lujo, en el aviòn papal. Y allà està ahora. En el Vaticano, al que arribò en tan original manera” (31).
Acerca de su novela Memorias de Vladimir (32), escribe Perla Suez: “Nací en Córdoba. Me crié en Basavilbaso, un pueblo de la provincia de Entre Ríos. Muy cerca de donde transcurre una etapa de la vida de Vladimir. A medida que la historia avanzaba me reencontraba con espacios vividos. Sabía que estaba escribiendo un episodio de mi vida. Buscaba dentro mío una voz propia que naciera de mis palabras. Soy nieta de inmigrantes judíos que escaparon de Rusia en la época en que el zar Nicolás II los perseguía. Durante el tiempo en que trabajé en este libro estuve muy preocupada por la suerte de mi personaje. Sentí ternura por él y esa ternura no me abandonó hasta el final. Mi personaje habla en esta historia como lo hacía mi abuelo. Vladimir tiene un aire a mi padre. Vera, el gran amor de Vladimir se me figura a mi madre” (33).
Relata el protagonista: “Nací en la aldea de Porskurov hace mucho tiempo. El zar mandaba en Rusia, el zar Nicolás II. No conocí a mis padres. Fui criado por mi tío Fedor. A los diez años hachaba leña de la mañana a la noche por apenas un copec. (...)Tío Fedor era colchonero, guardaba la máquina de cardar en el cobertizo. A veces para soportar el miedo yo cardaba lana. Cuando oía chirriar el cerrojo de la puerta y reconocía sus pasos, mi corazón volvía a su remanso”.
La novela fue galardonada con el White Ravens, 1992, Biblioteca Internacional de la Juventud de Munich, Alemania, y ALIJA, Asociación Argentina de Literatura Infantil, Sección Nacional del IBBY.
Dimitri es el nieto de Vladimir. En Dimitri en la tormenta (34), “Dimitri y su abuelo ayudan a Tania, que viene escapando del nazismo, a entrar al país. A través de lo que la mujer cuenta, el chico irá descubriendo el horror de la guerra. Comprenderlo se le hace difícil, muy difícil. Una novela donde se entrelazan sin tapujos tristeza, odio y dolor con momentos de intensa felicidad. Any, el amor y la emoción profunda de cumplir trece años y festejar el barmitzvá” (35).
Relata Tania: “Con el anillo de brillantes de mi madre compré a uno de los comandantes y escapé. Vagué por cloacas, estuve en una iglesia donde un sacerdote me ayudó. Disfrazada de mendiga, pude llegar a la bahía de Gdansk. Y logré esconderme en el barco carguero en el que llegué”.
Esta novela fue seleccionada por la Asociación de Literatura Infantil y Juvenil Argentina (ALIJA) y por la Fundación de Lectura, Fundalectura, Bogotá, Colombia, entre los mejores libros para jóvenes.
En Aventuras del capitán Bancalari, Fernando Sorrentino se refiere a un inmigrante ilustre. Relata el narrador: “A Rosita Rosales la conocí en cierta recepción que, en la Casa de Gobierno, se dio para agasajar a don Clemente Onelli. Este naturalista italiano, director del Jardín Zoológico de Buenos Aires, acababa de volver de una de sus tantas expediciones al lago Nahuel Huapi y al lago Argentino: aquí –se decía- había dado caza a un plesiosaurio, animal extinguido millones de años atrás. El científico, muy bien trajeado, era el centro de la atención general: en la mano derecha sostenía una copa de champaña; en la izquierda, una correa a cuyo extremo, del cuello, estaba atado el inexistente bicho en cuestión” (36).
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María Teresa Andruetto “naciò en Arroyo Cabral, provincia de Còrdoba, en 1954. Es egresada de la carrera de Letras, de la Universidad Nacional de Còrdoba. Ejerciò paralelamente el periodismo y la docencia. Publicò Palabras al rescoldo, Pavese y otros poemas y Kodak (poesìa), Tama (novela, Primer Premio Luis de Tejeda/92) y Todo movimiento es cacerìa (cuentos) y diversos libros para chicos y jòvenes. Contribuyò a fundar y trabajò durante años en un centro especializado en literatura juvenil (CEDILIJ) y fue secretaria de redacciòn, entre 1987 y 1996, de la revista Piedra Libre. Ejerce la docencia en el nivel terciario, coordina talleres de escritura y asesora diversos proyectos docentes en su especialidad” (37).
En varios de sus libros aparece el tema de la inmigraciòn, que ella conoce bien de cerca, ya que desciende de inmigrantes. A Stéfano (38), una de sus novelas, nos referiremos seguidamente.
En esta obra, dedicada a su padre, relata la vida de un inmigrante italiano que llega a nuestro paìs con su bagaje de ilusiones y recuerdos: “Soy hija de un partisano que llegó desde el norte de Italia a la Argentina, en 1948 –escribió-, y por una sucesión de circunstancias más o menos azarosas, se instaló en un pueblo de la pampa húmeda, donde nací, y ahí vivió toda su vida. También mi mamá es hija de inmigrantes italianos que llegaron al país hacia finales del mil ochocientos. El agradecimiento a la tierra de llegada que le había permitido trabajar y formar una familia, fue la otra cara de la tristeza que le causaba a mi padre el desarraigo. A poco de venir, murió su madre y luego otros y otros, hasta que cada vez se hizo más fuerte la idea de ya no regresar” (39).
En tiempos de guerra, en Italia, la pobreza llega a extremos patéticos. La madre del protagonista ha encontrado un ave. Años después, el hijo recuerda: “La veo en la cocina: saca agua de la que hierve en un latón, echa el agua sobre la torcaza muerta y la despluma con dedos diestros, luego la chamusca sobre la llama y la desventra. Lava víscera por víscera, desechando sólo la hiel amarga. Cuando está limpia, la divide en cuatro y dice: Tenemos para cuatro días. Yo no digo nada, sólo miro cómo separa una de las partes y luego oigo que me envía a guardar las tres restantes sobre el techo de la casa, para que el sereno las mantenga frescas. Cuando regreso, está sacando de la bolsa harina de maíz. Mete la mano hasta el fondo y yo escucho el ruido que hace el tazón al raspar la tela. ¿Alcanza?, pregunto. Para esta vez, dice. ¿Y mañana? Dios dirá”.
Stèfano se despide de su madre, viuda y sin màs hijos, quien no quiso acompañarlo en la aventura por el nuevo mundo. La partida es desgarradora para ambos, no obstante haber sido anunciada con años de anticipaciòn por el muchacho. La mujer “distinguiò, por sobre la distancia que los separaba, los tiradores derrumbados, el pelo de niño ingobernable, la compostura todavìa de un pequeño. Sabìa que correrìa riesgos, pero no dijo una palabra, la mirada detenida allà en la curva que le tragaba el hijo. A poco de doblar, cuando supo que habìa quedado fuera de la vista de su madre, Stèfano se secò los ojos con la manga del saco”.
Luego vendrìa la travesìa en el Syrio, el naufragio. A Stéfano le toca en suerte un viaje accidentado: “En medio de la noche los ha despertado la tormenta, el ruido del agua contra la banda de estribor. El llanto de un niño viene del camarote vecino o de otro que está más allá. Aquí donde ellos esperan, nadie grita, sólo el hombre de jaspeado dice que el mar esta noche no quiere calmarse y es todo lo que dice; habla con serenidad, pero Stéfano sabe que está asustado. Al llanto del niño se han sumado otros, pero nadie ha de tener más miedo que él, que quisiera que a este barco llegara su madre y lo apretara entre los brazos y le dijera, como cuando era pequeño y todavía no soñaba con América, duerme, ya pasará”.
Llegan los sobrevivientes. Stèfano se hospeda en el Hotel de Inmigrantes: “El hotel está a pocos pasos de la dársena; tiene largos comedores y un sinfín de habitaciones. Les ha tocado un dormitorio oscuro y húmedo. En la puerta, un cartel dice: Se trata de un sacrificio que dura poco. (...) Los dormitorios de las mujeres están a la izquierda, pasando los patios. Por la tarde, después de comer y limpiar, después de averiguar en la Oficina de Trabajo el modo de conseguir algo, los hombres se encuentran con sus mujeres. Un momento nomás, para contarles si han conseguido algo. Después se entretienen jugando a la mura, a los dados o a las bochas”. Comienza la vida americana del inmigrante.
El muchacho y su amigo se trasladan al campo del tìo de este ùltimo, en el que comprende que, por mucho que se esfuerce, nunca tendrà un puesto similar al de su compañero de viaje. Se inicia en la mùsica y se integra a un circo, hasta que finalmente se establece, forma pareja, y la vida le regala la felicidad de un hijo.
Este es –muy resumido- el argumento de la historia que està destinada a lectores adolescentes, pero que puede ser leìda con sumo interès por los adultos. Tanto unos como otros encontraràn en ella ecos de lo que les han relatado sus mayores, atisbos de la misma esperanza y el mismo dolor, narrados con maestrìa por una escritora que sabe hacernos vibrar con su pluma y que presenta interesantes recursos estilìsticos, como el manejo del tiempo y el cambio de registro en la narraciòn.
La novela permite que los jòvenes de hoy, bisnietos de quienes vinieron a “hacer la Amèrica” comprendan cuànto debieron abandonar sus mayores y cuànto encontraron aquì. Al mismo tiempo les permitirà disfrutar de la lectura de una obra muy bien escrita, que no por abordar un tema con sentimiento, deja de lado la riqueza de la literatura cultivada con talento.
Cecilia Pisos es la autora de Como si no hubiera que cruzar el mar (40), novela con la que resultó Finalista del Premio Jaén de Narrativa Infantil y Juvenil (Alfaguara y Caja General de Ahorros de Granada), Granada, España, 2003 (41). En esa obra, “Carolina tiene doce años y viaja por primera vez sola en avión hacia Madrid, donde la espera su tío. La acompañan las cartas de María, su bisabuela, que también cruzó el mar sola, pero en barco y desde España hacia la Argentina. Aunque las épocas son muy distintas y las historias se cruzan, las vivencias se parecen mucho y esas cartas le sirven a Carolina para crecer y entender tantas cosas que le suceden en ese país tan distinto y a la vez tan similar al suyo. Cartas, relatos, canciones, chistes, charlas telefónicas, recetas de cocina y muchos otros géneros pueblan esta novela inteligente y emotiva, que atrapa página tras página” (42).
En una de las cartas, escribe la bisabuela María del Pilar, que dejó su Santa Cruz de Portas: “Buenos Aires es muy grande. Tiene ruidos y olores extraños y las voces que se escuchan son de muchas partes, así que todos hablan pero no creo que ninguno se entienda. A mí me cuesta: dos o tres veces tengo que intentar hasta que encuentro a alguien que me hable en español y a quien yo pueda preguntar por una calle o un sitio cualquiera”.
Notas
1. Varios autores: Enciclopedia visual de la Argentina. Buenos Aires, Clarín, 2002.
2. Lòpez, Lucio V.: La gran aldea. Costumbres bonaerenses. Buenos Aires, CEAL, 1980.
3. Prieto, Adolfo: “La generaciòn del 80. La imaginaciòn”, en Historia de la Literatura Argentina. Buenos Aires, CEAL, 1980.
4. Figueira, Ricardo: “Pròlogo” a Lòpez, Lucio V.: La gran aldea. Costumbres bonaerenses. Buenos Aires, CEAL, 1980.
5. Varios autores: Enciclopedia visual de la Argentina. Buenos Aires, Clarín, 2002.
6. Cambaceres, Eugenio: En la sangre. Buenos Aires, Plus Ultra, 1968.
7. Avellaneda, Andrès: “El naturalismo y Eugenio Cambaceres”, en Historia de la Literatura Argentina. Buenos Aires, CEAL, 1980.
8. Frugoni de Fritzsche, Teresita: Pròlogo a En la sangre. Buenos Aires, Plus Ultra, 1968.
9. Pagès Larraya, Antonio: “El naturalismo y el tema del inmigrante”, en La Naciòn, 1945.
10. Ortega, Exequiel Cèsar: Còmo fue la Argentina (1516-1972). Buenos Aires, PlusUltra, 1972.
11. Avellaneda, Andrès: ”El naturalismo y E. Cambaceres”, en Historia de la Literatura Argentina. Buenos Aires, CEAL, 1980.
12. Ferrari, Irene: en La Prensa
13. Guerrero, Diana: Pròlogo a La Bolsa. Buenos Aires, Huemul.
14. Martel, Juliàn: La Bolsa. Buenos Aires, Kraft, 1956.
15. Jitrik, Noè: “El ciclo de la Bolsa”, en Historia de la Literatura Argentina. Buenos Aires, CEAL, 1980.
16. Onega, Gladys: La inmigración en la literatura argentina (1880-1910). Rosario, Facultad de Filosofía y Letras, 1965.
17. Varios autores: Enciclopedia visual de la Argentina. Buenos Aires, Clarín, 2002.
18. Arias, Abelardo: Alamos talados. Buenos Aires, Sudamericana, 1990.
19. Grosso, Marcela y Baldoni, Marta: “Guía de trabajo para el profesor”, adjunta a Arias, Abelardo: Alamos talados. Buenos Aires, Sudamericana, 1990.
20. Arias, Abelardo: op. cit.
21. Grosso, Marcela y Baldoni, Marta: op. cit.
22. Arias, Abelardo: op. cit.
23. Querejazu, Fernando de: El pequeño obispo. Buenos Aires, Lumen, 1986.
24. Entrevista en El Tiempo, Azul.
25. Gòmez-Santos, Marino: Vida de Gregorio Marañòn. Plaza & Janès.
26. Isaac, Jorge E.: Una ciudad junto al rìo. Buenos Aires, Marymar, 1986.
27. S/F: en La Capital, Rosario, 24 de julio de 1988.
28. ibídem
29. S/F: “Para todos los hombres del mundo que quieran habitar suelo argentino”. Buenos Aires, Clarín.
30. S/F: “Viaje a la tierra de uno”, en Clarín, Buenos Aires, 27 de septiembre de 1998.
31. Gonzàlez Rouco; Marìa: “Jorge Isaac: novelista de la inmigraciòn àrabe”, en La Capital, Rosario, 24 de julio de 1988.
32. Suez, Perla: Memorias de Vladimir. Buenos Aires, Editorial Colihue, 1993. (Libros del malabarista)
33. S/F: en www.perlasuez.com.ar
34. Suez, Perla: Dimitri en la tormenta. Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1997. (Primera Sudamericana)
35. S/F: en www.perlasuez.com.ar
36. Sorrentino, Fernando: Aventuras del capitán Bancalari. Buenos Aires, Editorial Alfaguara, 1999. Ilustraciones de Pablo Zweig. (Alfaguara Infantil)
37. S/F: “La autora”, en Andruetto, Marìa Teresa: Benjamino. Buenos Aires, Sudamericana, 2003.
38. Andruetto, Marìa Teresa: Stèfano. Buenos Aires, Sudamericana, 2001.
39. Andruetto, María Teresa: Stéfano. Ilustraciones: Daniel Roldán. Buenos Aires, Sudamericana, 2004. (La pluma del gato).
40. Pisos, Cecilia: Como si no hubiera que cruzar el mar. Ilustraciones: Eugenia Nobati. Buenos Aires, Alfaguara, 2004. 216 pp. (Serie azul).
41. S/F: “Datos biográficos”, en Imaginaria, 28 de septiembre de 2005.
42. S/F: en Pisos, Cecilia: Como si no hubiera que cruzar el mar. Ilustraciones: Eugenia Nobati. Buenos Aires, Alfaguara, 2004. 216 pp. (Serie azul).
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Cuentos
Fray Mocho nació en Gualeguaychú, Entre Ríos, en 1858; falleció en Buenos Aires en 1903. “Contemporáneo de la generación del 80, su obra mantuvo un perfil independiente. Fray Mocho fue considerado uno de los máximos representantes del relato costumbrista. En 1882 publicó su primer libro, Esmeraldas. Fruto de su trabajo como policía, comisario y cronista policial, en 1887 ganó popularidad con Vida de los ladrones célebres de Buenos Aires y sus maneras de robar y con Galería de ladrones de la capital (1880-1887), colección de fotografías y datos sobre delincuentes famosos. En 1897 escribió Memorias de un vigilante, con el seudónimo de Fabio Carrizo. Ese mismo año, como Fray Mocho, publicó Un viaje al país de los matreros, libro que recrea el lenguaje regionalista en la descripción del paisaje y los habitantes rurales. En 1898 dirigió Caras y Caretas, revista de gran influencia en el periodismo argentino. Entre sus obras sobresale En el mar austral. Con motivo del tercer aniversario de su muerte, Caras y Caretas publicó una selección de sus colaboraciones periodísticas con el título de Cuentos de Fray Mocho. En 1920, apareció Salero criollo, recopilación de su obra periodística” (1).
Dice Eduardo Romano en un estudio sobre el escritor: ‘Heterogénea, polifacética, conflictiva, la realidad político-social que abarca de 1880 a 1910 contenía los gérmenes propicios para la aparición de una nueva literatura costumbrista’. Sostiene que la anterior ‘había coincidido con nuestra primera generación romántica y se había expresado en publicaciones como La Moda (1837-1838), cuyo principal animador fue Juan B. Alberdi; El Iniciador, de Montevideo (con la base del mismo elenco de la anterior); El Zonda sanjuanino, con que Domingo F. Sarmiento buscara emular a la revista porteña’. Considera que aquella era una ola de costumbrismo reformista, inspirada fundamentalmente en la prédica del español Mariano José de Larra y se manifestó, por lo menos, en “una página clásica de las letras argentinas: El Matadero, de Esteban Echeverría“.
En el resurgimiento de este género, señala la importancia de “una prensa periódica que aspiraba a presentar, por encima de las polémicas partidarias que hasta entonces la habían absorbido, otra clase de colaboraciones”. Menciona al respecto dos autores: “Ciertas notas de Bartolito Mitre en La Nación o los sueltos de actualidad insertados por Manuel Láinez en El Diario, al que dirigía, señalaron un rumbo”, pero fue –a su criterio- más significativo Juan Piaggio, una “figura, bastante desdibujada hoy día, cuyos artículos prefiguran –por el título, por la temática- lo que será el costumbrismo hacia 1900”.
Fue importante, asimismo, una publicación que comenzó a editarse casi al final del siglo: “fue con la aparición de Caras y Caretas (1898-1939) que el género costumbrista halló canal de transmisión indicado, pues sus páginas estuvieron casi enteramente dedicadas a la captación y procesamiento de la actualidad porteña mediante fotografías, acompañadas o no de comentarios; reportajes; cuadros de costumbres; escenas callejeras; viñetas; aguafuertes, etc., sin negar un espacio a las tradiciones y a los Tipos y paisajes –así tituló sus colaboraciones al semanario Godofredo Daireaux- camperos” (2). En esta revista se publicaron los cuentos de Fray Mocho.
En sus cuentos (3), el escritor presenta escenas cotidianas, que podían ser protagonizadas por cualquier habitante de la ciudad. En ellas encontramos personajes verosímiles, con los que sin duda habría trabado relación, dada la fidelidad con que los describe y la coherencia con que los vemos actuar. Si bien es importante la habilidad para escribir, no lo es menos la capacidad de observación, y Fray Mocho posee ambas. Sus cuentos lo demuestran.
Muchos de estos personajes que retrata son inmigrantes. Entre las diversas nacionalidades que evoca, se destacan los italianos. Un comerciante de esa procedencia aparece en plena labor, intentando convencer a una compradora de que el producto que desea no es el adecuado, y le dice eso simplemente porque no tiene lo que la mujer le solicita. La descripción del inmigrante es elocuente: “Pascalino se siente arrebatado; las venas del cuello se le inflan, los ojos se le inyectan; le revuelve la bilis, evidentemente, la terquedad de una cliente que quiere longanizas cuando él no tiene y se encamina apresuradamente a su carro como para marcharse, pero vuelve con la misma rapidez, se encara con ella, desocupa la boca de la mascada que le dificulta la palabra, y dice con tono despreciativo, aunque casi lloriqueando de puro meloso y derretido: ‘-¡Ma!... Perqué non parlate guiaro allora?... ¡Voi volete artigoli fate con gose di pero!... ¡Ebene!... ¡Andate al meregato sui volete!... ¡Pascalino non dimenticará de la sua fama!’ ”. La reproducción del idioma del extranjero hace que su retrato sea aún más logrado, y evidencia el esfuerzo por adaptar su lengua nativa a la de la nueva tierra.
En “Instantánea”, es una italiana la que dialoga con un criollo, tratando en vano de convencerlo de que no le conviene vivir con ella: “Ma... ¿dícame un poco?... ¿Cosa li parece inamuramientos tra ina lavandiera e in bombiero? ... E anque... tra ina gringa come me e ono criollo come osté... que é propio in chino...”. El criollo no entiende razones, y lo expresa con estas palabras: “-¿Pobre?... ¡La gran perra, que había sido avarienta!... ¿Y tuavía querés ser más rica de lo que sos, mi vida?... ¡Pucha!... ¡si al pensar que me vi’a juntar con vos, me parece que me junto con el Banco e Londres!...”. El mismo tema es abordado por Fray Mocho en “Tirando al aire”, cuandro en el que un italiano, requerido de casamiento, afirma no poder hacerlo por estar ya casado en su tierra.
En “Carnavalesca”, el escritor desliza la crítica social, al afirmar que a la doméstica gallega, la patrona la explota. De la abusadora señora dice el personaje: “se aprovecha de que sos d’España para sacarte el jugo por unos cuantos centavos”. El retrato que hace del temible gallego hermano de la joven, es despectivo, ya que pone en boca de la doméstica este concepto: “Yo lo conozco a mi hermano y sé que a bruto y terco no le han de ganar muy fácil...”. Un italiano aporta su opinión, completando la imagen que Fray Mocho quiere dar de los peninsulares.
La conversación que se reproduce en “Nobleza del pago” evidencia en qué medida se confundían los orígenes de los habitantes de nuestro país. Una mujer cree que su abuela es vasca. A esa convicción, le responde una parienta: “Más bien tirab’a pampa o a correntina por l’habla... ¡Si era bosalísima! El viejo parece que se juntó con ella cuando andaba de picador de carros, p’allá, pa la cost’el Salao, que fue de an’de comenzó a internarse pa l’Azul...”.
En ese mismo texto se hace referencia a un inmigrante inglés que no era trigo limpio. Recordando la historia de su familia, dice un personaje: “Yo no sé, che, si eran nobles, pero sé que les caían y que con algunos hasta tuvo que ver l’autoridá, como le pasó a tu tío Ramón, que al fin se quedó en la calle, y a tu tía Robustiana, mal casada con un inglés que tenía el finao de mi padre de puestero y que lo pilló cerdiándole las yeguas, a medias con el juez de paz...”.
“En familia” cuenta la historia de otra supuesta inmigrante. En esta oportunidad, es un equívoco, pero de otra clase. “Que Pepa es portuguesa, decís? ¿Pero estás loco? –exclama una mujer. Si hemos ando juntas en l’ escuela ’e Misia Pamela y nos conocemos desde chicas... El padre’ra un chino gordo...”. El hijo aclara el malentendido: “no es portuguesa de nacionalidad sino de oficio... En los tiatros les llaman así ¿sabés? A las familias que sirven p’al relleno de la sala no más”. La madre le sugiere que vea si puede ser portugués en una sastrería, para que le arreglen la ropa y no deba hacerlo ella. La señora demuestra así haber incorporado el término a su habla cotidiana.
Estos y muchos más son los inmigrantes eternizados por Fray Mocho en sus colaboraciones escritas para Caras y Caretas. En esas páginas aparece como el testigo de un momento clave de la historia argentina, en el que supo ver con nitidez al hombre, más allá del fenómeno social. Simpáticos o no, sus personajes son esencialmente creíbles y es por eso que debe recurrirse a ellos cuando se trata de conocer nuestro pasado y la diversidad de nacionalidades que forman nuestro presente.
Alberto Gerchunoff nació en Proskuroff en 1883, y falleció en Buenos Aires en 1949. Fue escritor y periodista. “A su llegada a la Argentina, se trasladó con su familia a la colonia judía de Moisésville, en Santa Fe, y posteriormente a la colonia Rajil, en Entre Ríos. Allí transcurrió su infancia y trabajó de agricultor y boyero. En 1895 viajó a Buenos Aires, donde trabajó de obrero fabril, vendedor ambulante y, finalmente, en periodismo. Fue redactor del diario La Nación, donde publicó relatos sobre su niñez en Entre Ríos. Amigo de Juan B. Justo y Alfredo Palacios, se afilió al Partido Socialista. Entre sus obras se destacan Cuentos de ayer; Entre Ríos, mi país; Historias y proezas de amor; Pequeñas prosas, La clínica del Dr. Mefistófeles; El problema judío; Argentina, país de advenimiento; Buenos Aires, metrópoli de mañana y El pino y la palmera, entre otras” (4).
Escribió Los gauchos judíos (5) para celebrar un momento culminante de nuestra historia. Beatriz Sarlo señala que “la celebración del Centenario no fue sólo oficio de poetas de origen argentino o americano. La inmigración se hizo presente a través de un libro de relatos y estampas: Los gauchos judíos de Alberto Gerchunoff. (...) estos textos de Gerchunoff participan de la naturaleza mixta del recuerdo autobiográfico, el ‘cuadro’ y la estampa; no son simples testimonios” (6). En esta obra, publicada en La Nación entre 1908 y 1910, el escritor “muestra –a criterio de Estela Dos Santos- el grado de asimilación de la colectividad hebraica a la vida argentina. Asimilación de la que el mismo Gerchunoff fue el ejemplo” (7).
Décadas más tarde, el libro fue llevado al cine. Al respecto, Jorge Miguel Couselo afirma que “La briosa versión de Los gauchos judíos (Jusid, 1975), con la originalidad de una interrelación folclórica nunca tocada por el cine argentino, sufrió el torpe tronchamiento de la censura, que no admitió en imágenes pasajes que cuatro generaciones de estudiantes leyeron en la prosa de Alberto Gerchunoff” (8). Sobre el film escribe Ricardo Manetti: “La pantalla también devuelve (...) el retrato nostálgico y épico de la gesta de los inmigrantes” (9).
Horacio Quiroga nació en Salto, Uruguay; falleció en Buenos Aires en 1937, “Es considerado uno de los mayores autores de cuentos de la literatura en castellano. Su vida estuvo marcada por ribetes trágicos: asistió de pequeño a la muerte de su padre, mató accidentalmente a su mejor amigo y su primera esposa se suicidó. Dedicado a la química y la fotografía, en 1900 emprendió un viaje a París. De regreso, su vida transcurrió entre Buenos Aires, Chaco y Misiones, donde llega en 1903 acompañando a Leopoldo Lugones. Alternó la docencia y el oficio de juez de paz y oficial del Registro Civil. Entre sus principales obras cabe destacar Cuentos de amor, de locura y de muerte (1917), Cuentos de la selva (1918), Anaconda (1921), La galina degollada y otros cuentos (1925) y El regreso de Anaconda (1926), además de las novelas Historia de un amor turbio (1908) y Pasado amor (1929)” (10).
En “Van-Houten”, que toma su tìtulo del apellido del protagonista, aparece un “belga, flamenco de origen”, al que “se le llamaba alguna vez Lo-que-queda-de-Van-Houten, en razòn de que le faltaba un ojo, una oreja, y tres dedos de la mano derecha. Tenìa la cuenca entera de su ojo vacìo quemada en azul por la pòlvora. En el resto era un hombre bajo y muy robusto, con barba roja e hirsuta. El pelo, de fuego tambièn, caìale sobre una frente muy estrecha en mechones constantemente sudados. Cedìa de hombro a hombro al caminar y era sobre todo muy feo, a lo Verlaine, de quien compartìa casi la patria, pues Van-Houten habìa nacido en Charleroi” (11).
Acerca de ese texto, escribe Eduardo Romano: “Quiroga trazó, en Los tipos, varios notables perfiles con relieve. Entre ellos, y el lector emplazó una primera persona muy autobiográfica, directamente vinculada con la acción, según se aprecia ya en ‘Van Houten’: ‘-¡Ya vé! –me dijo, pasándose el antebrazo mojado por la cara aún más mojada- que hice mi canoa. Timbó estacionado, y puede cargar cien arrobas. No es como esa suya, que apenas los aguanta a usted’. O que tiñe el relato con su propia subjetividad: ‘Yo siempre había tenido curiosidad de conocer de primera fuente qué había pasado con el ojo y los dedos de Van Houten. Esa siesta, llevándolo insidiosamente a su terreno con preguntas sobre barrenos, canteras y dinamitas, logré lo que ansiaba’. Que el personaje mismo le contara tres cruentos accidentes de los que había salvado la vida –ya que no la integridad- por milagro. La impersonal desaprensión de Van Houten, quien se limita a comentar con un ‘¡Bah...! ¡Soy duro!’ cada uno de esos relatos, da la pauta del poder autodestructivo de esos tipos quiroguianos, producto en parte de observar a ciertos habitantes de la zona,y en parte remoción de sus propios fantasmas interiores” (12).
Carlitos Gardel protagoniza una historia de Graciela Beatriz Cabal, quien relata que el pequeño ”se había ido por esas calles de Dios, colgado del pescante de algún carro lechero. Cuando aparecía de vuelta en el conventillo, la madre lo corría por el patio, con la chancleta en lo alto, las peinetas a medio salir y los pelos tapándole los ojos. -¿Dónde anduviste metido, desgraciado?- parece que quería decirle. Pero como estaba muy enojada se lo decía en francés (idioma rarísimo pero que era el de ella). Y entonces los vecinos, que habían sacado las sillitas a la puerta de las piezas para observar todo con detalle (sin intervenir porque una madre es una madre), se quedaban en ayunas” (13).
Elsa Bornemann “es una de las escritoras más relevantes de la literatura para niños y jóvenes en lengua castellana. Títulos como Un elefante ocupa mucho espacio, El libro de los chicos enamorados, Los desmaravilladores, Queridos monstruos y La edad del pavo (...) son obras inolvidables y fundamentales” (14).
En “No hagan olas”, ella escribe: “En aquel conventillo de Buenos Aires, cercano al puerto y donde vivían hace muchos años, los inquilinos argentinos tenían la costumbre de poner apodos a los extranjeros que –también- alquilaban alguna pieza allí. No eran nada originales los motes, y errados la mayoría de las veces, ya que –para inventarlos- se basaban en el supuesto país o región de procedencia de cada uno. Tan supuesto que –así, por ejemplo- don José era llamado ‘el Ruso’, aunque hubiera nacido en Ucrania... A Sabadell, Berenguer y sus esposas les decían ‘los gallegos’, si bien habían llegado de Barcelona sin siquiera pisar Galicia... Apodaban ‘los turcos’ al matrimonio de sirilibaneses; ‘los tanos’, a la pareja de jóvenes italianos de Piamonte que jamás habían conocido Nápoles e –invariablemente- ‘el Chino’, a cualquier japonés que diera en fijar allí su transitorio domicilio. Sin embargo, podríamos deducir un poco más de conocimientos geográficos, de información y hasta cierto trabajo imaginativo por parte de aquellos pensionistas argentinos, de acuerdo con los sobrenombres que les habían adjudicado a la dueña de la casona y a su hijo. Ambos eran griegos. Por lo tanto ‘la Homera’ y ‘el Homerito’, en clara alusión al autor de La Ilíada y La Odisea, el genial Homero. Por supuesto, a todas las criaturas que habitaban esa construcción tipo ‘chorizo’ (cuartos en hilera, cocina y bañitos ídem, abiertos a ambos lados de un patio), los `rebautizaban’ con los mismos motes que sus padres, sólo que en diminutivo” (15).
Ema Wolf afirma que no sólo venían personas en los barcos. Venían también extraños personajes como el Mamucca, un duende que llegó desde Sicilia: “Con toda seguridad llegó acá en un barco. Lo habrá traído algún inmigrante en su bolsillo, en la bocamanga de los pantalones o en el pliegue del sombrero. Lo habrá traído sin querer, sin darse cuenta. Porque uno puede mudarse de continente llevando hasta un ropero, pero a nadie se le ocurriría cargar a propósito con algo tan fastidioso como el Mamucca” (16).
“Elena Guimil nació en Pellegrini, provincia de Buenos Aires, en un pueblito de ancho horizonte en el que a la sombra de los árboles aprendió a amar la naturaleza. A los trece años su familia se trasladó a Buenos Aires. Se dedicó a la docencia. Fue maestra durante treinta años y se especializó en el área de Lengua. Siempre escribió sin dar a conocer su producción. Esta es la primera vez que un texto suyo se publica” (17).
“Mi búho” es uno de “los seis relatos del Premio La Nación 1999 de Cuento Infantil. La tarea de selección se llevó a cabo a partir de 1.267 cuentos enviados por autores de habla española, argentinos y de otros países. El jurado estuvo compuesto por Ema Wolf, Oche Califa y Canela (Gigliola Zecchin de Duhalde). El éxito de la convocatoria puso en evidencia la gran cantidad y variedad de voces talentosas que se asoman hoy a la literatura para chicos” (18).
En ese relato, la escritora recuerda la oportunidad en que su padre, “un gallego fornido” le trajo un pichón. Cuando el padre volvía de cazar –dice la hija- “yo me sentaba en un banquito impaciente, mirando fijamente la bolsa cerrada que descansaba olvidada junto a la puerta. Adentro había algo que se movía, algo que era para mí. Mi padre sólo la abriría después de tomar su café caliente. Unicamente él podía hacerlo. Pero no parecía tener ningún apuro. Me miraba de hito en hito y sonreía detrás de su taza. Creo que disfrutaba con mi impaciencia. El contenido de la bolsa de arpillera era un misterio para mí, aquel que esperaba ansiosa todas las semanas. ¿Qué sería esta vez? ¿Un tero, un lechuzón o un zorrito? La criatura asomó sus gigantescos ojos amarillos y se posó en la mano de mi padre. Emitió una especie de silbido cuando me acerqué” (19).
Acerca del texto premiado, afirma la autora: “Este cuento nació en un momento muy especial de mi vida, donde los recuerdos de la niñez se hacen vívidos, provocados por un hecho sutil: encontrarme de frente con los grandes ojos amarillos de un pichón de lechucita, parado en un alambre de un camino de tierra rumbo a un campo” (20).
“Oche Califa nació en Chivilcoy (en araucano, todo agua), ciudad emplazada en el corazón de la pampa húmeda, en 1955. Tiene esposa, tres hijos, y una colección de mates. Ha trabajado como periodista en diarios y revistas de Buenos Aires y dirigió “La Nación de los chicos”. Es autor de varios libros para niños, entre ellos La vuelta de Mongorito Flores, Una escuela para crear, Valseado del piojo enamorado, Rimas y bailongos y Canciones sin corbata. Vive en Palermo, ‘barrio arisco que tiene un cielo con pasto y estrellas mordidas por caballos’, según su opinión” (21).
Es el autor de “Un bandoneón vivo”, cuento en el que un hijode emigrantes rusos dice a su pequeño que los abuelos, a los que no conoció, “llegaron en barco a Buenos Aires y fueron a vivir a una pieza de conventillo donde nací yo. Mi papá era alto y blanco, pero andaba casi siempre con la cara sombría. Y hablaba poco. (...) Esa vez que yo tiré el brasero, en lugar de enojarse se rió. Mi vieja lo miró desconcertada. Pero él se puso contento y yo no me voy a olvidar más de eso. Después mi mamá dijo que desde el día que había tomado el barco para escapar de Rusia, no lo había visto reír”. Escaparon “por el ejército del zar. Cada vez que aparecía por la aldea donde vivían era para llevarse a los jóvenes a pelear en alguna guerra en la otra punta del país” (22).
Sobre el origen de ese texto y del otro que lo acompaña en el volumen, manifiesta: “Las historias que se cuentan en estos dos relatos ocurrieron en la década de 1940, o sea unos diez años antes de que yo naciera. Me disculpo: no debí decir ‘ocurrieron’ sino ‘pudieron haber ocurrido’, ya que tanto los sucesos como los protagonistas han sido inventados. Sin embargo, hay una parte de verdad en ellas, debido a que el ambiente, las costumbres y las formas de pensar, hablar y actuar de los personajes se ajustan a la realidad de esos años. Doy fe de ello porque el pasado inmediato sobrevive en el presente, y yo siempre le he prestado atención. Debo agradecer a O’Kif haber escrito la primera, ya que me insistió para que lo hiciera porque él quería ilustrar un cuento con clima de tango y un patio como el de su infancia” (23).
“Alejandro O’Keefe (de bisabuelos irlandeses) nació en 1959 en Rosario, donde se crió con lápices, pinceles, una camiseta de Rosario Central y alguna pelota de fútbol. Su padre, dibujante gráfico, le dio, casi sin querer, el estímulo necesario para seguir esta profesión. Estudió en la Facultad de Humanidades y Arte de Rosario y trabaja como ilustrador en distintos medios y editoriales. Ha sido distinguido por ALIJA y comparte con Luis María Pescetti el premio White Ravens, otorgado por la Internationale Jugendbibliothek de Alemania. Actualmente publica una tira en el diario Clarín” (24). Ilustró los libros Viaje en globo, Pahicaplapa y Un bandoneón vivo, editados por Sudamericana.
En Un bandoneón vivo dibujó al nieto de rusos que intenta aprender a tocar ese instrumento. Acerca de las ilustraciones que dieron origen al libro de Oche Kalifa, escribe: “Que uno guarde imágenes en su memoria, no es ninguna causa de asombro. Lo que resulta asombroso es la forma en que esas imágenes aparecen después de algún tiempo. Así fue como, sin proponérmelo, un día me encontré dibujando cosas de aquel patio de la casa de mi abuela en Rosario. Eso me trajo bellísimos recuerdos y cierta nostalgia. Me dije: ¿será esa cosa tanguera que llevamos la mayoría de los rosarinos? Sin dudarlo, lo ubiqué a mi amigo Oche (nadie mejor para esto) y le propuse que escribiera un cuento para chicos con espíritu de tango. El texto superó mis expectativas. Lo ilustré con un placer especial, y dibujando soñé que era Gardel” (25).
María Teresa Andruetto es la autora de Benjamino (26). Dedica este libro, en el que reescribe dos cuentos tradicionales, “a la nonna Felicitas”. Sobre ella expresa: “Mi abuela Felicitas, la mamà de mi mamà, fue colchonera, en el tiempo en que los colchones eran de lana, se apelmazaban y debìan desarmarse y rehacerse cada tanto. De ella recuerdo casi todo, porque la tuve hasta que fui grande: su casa de Arroyo Cabral, donde nacì, el piso fresco de ladrillos de esa casa, las màquinas de tisar lana, sus amigas hablando en una lengua desconocida para mì, sus comidas deliciosas (¡el dulce de leche azucarado!), su cara gordita, las mejillas coloradas, el pelo blanco que prendìa con horquillas en un rodete... Horquillas, rodetes, colchones apelmazados, màquinas de tizar lana... nombres de cosas que ya no existen”.
Comenta el origen de los dos cuentos incluidos en el libro –“Benjamino” y “Zapatero pequeñito”-: “Ella habìa nacido en un pequeño pueblo del Piamonte, al norte de Italia, y de esa regiòn vinieron hasta mì las aventuras de Gioaninn ca boija (Juancito, el que se las ingenia) y Ciavtin cit (el zapatero pequeñito) que nos contaba, tal vez para mostrarnos que, por màs pequeño que uno sea, puede, con algo de astucia y un poco de suerte, engañar a los lobos y a los ogros” (27).
En Palermo, en las primeras décadas del siglo XX, vive Fernando Da Salerno, protagonista de un cuento de Fernando Sorrentino, con su madre. En la calle Costa Rica -relata el narrador-, “en un cuartucho de un conventillo grisáceo, nos arrinconábamos mi madre y yo. Mi madre, llamada doña Ferdinanda, y siempre vestida de negro, pertenecía, simultáneamente, a tres categorías (no incompatibles), a saber: a) santa viejecita; b) viuda; c) napolitana. A pesar de lo Rica que era la Costa de nuestra calle, vivíamos en la peor de las pobrezas y no teníamos ni dónde caernos muertos”. Da Salerno se casa con una descendiente de libaneses. Relata el narrador: “En aquella época los árabes –o, al menos, los libaneses de doña Ibrahima- tenían la costumbre de que los recién casados se retirasen temprano de la fiesta para tener su primera cena en su nueva casa” (28).
Cuentan en la Patagonia (29), de Nelvy Bustamante, reúne siete relatos en los que se honra al indígena y en los que se homenajea la gesta de los galeses que cruzaron el mar para asentarse en Chubut. "Rachel” evoca las penurias de los galeses en sus primeros tiempos en la nueva tierra. Cuando todo parece perdido, una idea de la mujer hace que la situación se revierta. “El trueque”, narrado a partir del cuento “Kaliats”, de Huberto Cuevas Acevedo habla acerca de la bonhomía del indio que cambia su caballo por un reloj y, al ser sospechado de robar el animal, lo busca hasta restituírselo al dueño. “Una nota para el Hen Wlad” se titula este cuento basado en un relato que forma parte de las memorias de John Daniel Evans; en él se denuncia la crueldad de algunos hombres blancos para con los indígenas, y el inmenso dolor de un galés que encuentra prisionero a su amigo tehuelche: “John se arrimó a su amigo. Le dio el pan y los alimentos que tenía, y apretando sus manos cuarteadas a través del alambre, se despidió prometiéndole que volvería a buscarlo”. Cuando el galés vuelve, el indio ha fallecido. “Malacara” relata la historia del caballo que salvó al galés Evans, caballo que vuelve como fantasma para salvar a un descendiente del hombre.
Notas
1. Varios autores: Enciclopedia visual de la Argentina. Buenos Aires, Clarín, 2002.
2. Romano, Eduardo: “Fray Mocho. Del costumbrismo hacia 1900”, en Historia de la literatura argentina. Buenos Aires, CEAL, 1980.
3. Alvarez, Sixto (Fray Mocho): Cuentos. Buenos Aires, Huemul.
4. Varios autores: Enciclopedia visual de la Argentina. Buenos Aires, Clarín, 2002.
5. Gerchunoff, Alberto: Los gauchos judíos, en Alberto Gerchunoff, judío y argentino. Selección y prólogo de Ricardo Feierstein. Buenos Aires, Milá, 2001.
6. Sarlo, Beatriz: en Historia de la literatura argentina. Buenos Aires, CEAL, 1980.
7. Dos Santos, Estela: en Historia de la literatura argentina. Buenos Aires, CEAL, 1980.
8. Couselo, Jorge Miguel: en Historia de la literatura argentina. Buenos Aires, CEAL, 1980.
9. Manetti, Ricardo: “El cine de la digresión”, en Cien años de cine. Buenos Aires, La Nación Revista, Tomo II.
10. Varios autores: Enciclopedia visual de la Argentina. Buenos Aires, Clarín, 2002.
11. Quiroga, Horacio: “Van Houten”, en Los desterrados- El regreso de Anaconda. Buenos Aires, Losada, 1997.
12. Romano, Eduardo: “Horacio Quiroga”, en Historia de la literatura argentina. Buenos Aires, CEAL, 1980.
13. Cabal, Graciela Beatriz y Contarbio, Delia: Carlitos Gardel. Buenos Aires, Libros del Quirquincho, 1991.
14. S/F: en NO HAGAN OLAS (SEGUNDO PAVOTARIO ILUSTRADO. 12 CUENTOS), por Elsa Bornemann. Ilustraciones: O´Kif. Buenos Aires, Alfaguara. 1ª edición: 1993. 4ª reimpresión: 1998.
15. Bornemann, Elsa Ines: "No hagan olas", en NO HAGAN OLAS (SEGUNDO PAVOTARIO ILUSTRADO. 12 CUENTOS). Ilustraciones: O´Kif. Buenos Aires, Alfaguara. 1ª edición: 1993. 4ª reimpresión: 1998.
16. Wolf, Ema: “El mamucca” en Clarín, Buenos Aires, 22 de marzo de 1998.
17. S/F: en Varios autores: El desafío. Buenos Aires, Sudamericana, 2000.
18. ibídem
19. Guimil, Elena: “Mi búho”, en El desafío. Buenos Aires, Sudamericana, 2000.
20. Guimil, Elena: “De la autora”, en Varios autores: El desafío. Buenos Aires, Sudamericana, 2000.
21. S/F: “El autor”, en Califa, Oche: Un bandoneón vivo. Buenos Aires, Sudamericana, 2002.
22. Califa, Oche: “Un bandoneón vivo”, en Un bandoneón vivo. Buenos Aires, Sudamericana, 2002.
23. Califa, Oche: “Del autor”, en Califa, Oche: Un bandoneón vivo. Buenos Aires, Sudamericana, 2002.
24. S/F: “El ilustrador”, en Califa, Oche: Un bandoneón vivo. Buenos Aires, Sudamericana, 2002.
25. O’Kif: “Del ilustrador”, en Califa, Oche: Un bandoneón vivo. Buenos Aires, Sudamericana, 2002.
26. Andruetto, Marìa Teresa: Benjamino. Buenos Aires, Sudamericana, 2003.
27. Andruetto, María Teresa: “De la autora”, en Andruetto, Marìa Teresa: Benjamino. Buenos Aires, Sudamericana, 2003.
28. Sorrentino, Fernando: “Hombre de recursos”, en La venganza del muerto y otros cuentos con astucias. Ilustr. Jorge Sanzol. Buenos Aires, Alfaguara, 2003.
29. Bustamante, Nelvy: Cuentan en la Patagonia. Ilustraciones: Lucas Nine. Buenos Aires, Sudamericana, 2005. 64 pp. (Cuentamérica).
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Novelas, cuentos, memorias y obras de divulgación recuerdan a la inmigración que llegó a la Argentina entre 1850 y 1950. Entre los autores figuran personalidades de nuestro pasado, ganadores de Premios Nacionales y Municipales de Literatura e integrantes del jurado de prestigiosos concursos, lo cual da una idea de la relevancia de los creadores que abordaron esta temática. La edición de estas obras -y la utilización de algunas de ellas en la enseñanza- nos habla de la voluntad de transmitir a las nuevas generaciones testimonios valiosos acerca de este aspecto de la historia de nuestro país.
(Actualización del trabajo publicado en www.monografias.com)
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LOS ESCRITORES AMERICANOS Y LA INMIGRACION
Los inmigrantes que llegaron a América entre 1850 y 1950, fueron evocados en obras literarias por destacados escritores americanos. En narrativa, lírica y drama, se alude a las causas que los llevaron a dejar su tierra, las condiciones en que debieron realizar un viaje tan amargo, y la suerte que corrieron en el nuevo destino.
Nos referiremos a algunas de estas páginas, escritas por autores no nacidos en Argentina ni emigrados a ella, en las que inmigrantes de diversas nacionalidades se vuelven personajes literarios.
En narrativa
En 1952 aparece El viejo y el mar, de Ernest Hemingway, “una gran fábula basada en la vida de Sebastián, un pescador cubano, por la que conseguirá, al año siguiente, el premio Pulitzer. (...) Creador de héroes estoicos e individualistas, Hemingway retrató siempre en sus novelas un hombre que luchaba contra la adversidad aunque fuera incapaz de vencerla. Esto mismo le sucedió a él. Su impotencia ante la vida casi vegetal que llevaba en sus últimos años le llevó a acabar con su vida” (1). Se considera que Gregorio Fuentes, nacido en las Islas Canarias y llevado a Cuba por sus padres. inspiró la obra del escritor. “En la novela, un viejo pescador lucha a brazo partido desde su bote con un pez enorme, al que consigue dominar, pero del que sólo le queda el esqueleto mordido por los tiburones cuando llega a la playa. Sin embargo, logra de nuevo el respeto de los pescadores más jóvenes. En esa épica personal, Hemingway cifraba su filosofía vital: ‘Un hombre puede ser derrotado, pero jamás vencido’ " (2).
Susan Sontag, “una de las voces estadounidenses más críticas y comprometidas desde los años 60”, escribió En América. Esta obra es, a su criterio, “la mejor que ha escrito. Con ella ganó el National Book Award en el año 2000. (...) Inspirado en una historia real, ‘En América’ relata la historia de una gran actriz polaca que a finales del siglo XIX decide dejarlo todo e irse a EE. UU. con su marido, un escritor que la admira, su hijo y algunos amigos para formar en California una comunidad utópica”. (3).
Isaac Bashevis Singer escribió Sombras sobre Hudson (2000), novela acerca de la que expresó Marcelo Birmajer: “Aunque muchos de los personajes son sobrevivientes de la Europa nazi y la historia de amor de uno de ellos, el doctor Margolín, está envenenada de la peor manera por la hecatombe, lo cierto es que para el resto de los personajes la gran tragedia es más un escenario que la marca definitiva de sus vidas: no es la primera novela en que Singer da a entender que la imposibilidad para ser feliz y la unidad entre el amor y el fracaso no devienen de un suceso histórico, sino que suceden en todos. Hertz Grein y Anita Makaver, dos de los personajes centrales, habrían huido juntos antes o después de la guerra, y sus vaivenes sentimentales no habrían variado gran cosa. Es cierto que el desastre de la guerra, como telón de fondo, otorga más peso a cada una de las acciones, pero no es lo que las determina. Las bizarras sesiones de espiritismo en busca de los seres queridos muertos intercaladas a lo largo de la trama, pletóricas a un mismo tiempo de humor y desesperación, ya las narra Singer en sus cuentos situados en los años anteriores a la guerra” (4)
El cubano Miguel Barnet es el autor de Gallego. Acerca de esta obra, manifiesta Eduardo Galeano: ‘Miguel Barnet, certero escuchador, decidor de palabra clara, demuestra que el testimonio bien puede ser alta literatura. Nuestros países tienen una deuda pendiente con los miles y miles de inmigrantes que han venido a tierras de América desde Galicia. Por mano de Miguel, aquí cuenta su historia un hombre de dos patrias, un cubano en cuya memoria no han cesado de resonar los airinhos de la aldea donde nació. Pero más allá del personaje y su peripecia, este libro es un homenaje y un entrañable desagravio a los miles y miles de gallegos que tantas veces han recibido desprecio a cambio del mucho amor y trabajo que nos han entregado’ ” (5).
En Mi tesoro te espera en Cuba, novela del cubano Joel Franz Rosell, uno de los personajes relata la historia de un español: “-Tú sabes que Cuba fue colonia española hasta 1898. Después de la independencia muchos españoles continuaron yendo allí a buscar fortuna. Entre esos emigrantes estuvo tío Fermín, que se fue muy joven y sin un duro. No sabemos cómo logró hacerse con tierras, montar una fábrica de conservas y otros negocios. Llegó a tener buenos amigos en el gobierno y eso acabó por traerle la desgracia cuando la revolución de 1959... Los revolucionarios persiguieron a los del antiguo régimen y Fermín, sintiéndose en peligro, salió clandestinamente de la isla. Lo extraño es que su esposa no lo acompañó y murió en Cuba poco después. Como ella no tenía familia y a Fermín no le quedaban amigos en Cuba, nunca hemos logrado saber exactamente lo que ocurrió” (6).
La peruana Gabriella De Ferrari “Escribe en inglés, idioma en el que se expresa con más fluidez que en español o en italiano. Sin embargo, la conciencia de ser una gringa en Perú y una latina en Estados Unidos, sigue presente. "Una nube en la arena" y "Gringa Latina" fueron eso. Una memoria ‘saturada con poderosos ecos y profunda nostalgia de un lugar que no puedo dejar atrás’. (...) en "Gringa Latina" la trama transcurre en Tacna y la historia es la de Gabriella: su niñez, el colegio, su primer viaje a Italia para encontrarse con la tierra de sus ancestros. No es una novela propiamente autobiográfica ni costumbrista, aunque contenga ambos elementos, es más bien un retrato sicológico hábilmente compuesto con imaginación y vitalidad.” (7).
La boda del poeta, del chileno Antonio Skármeta, es “Una historia de amor legendario en clave de intriga y humor, una mirada inteligente y satírica sobre la Europa de preguerra, pero también la crónica de una estirpe de emigrantes que llegará a Chile a principios de siglo”. En La chica del trombón, “continuación de su novela anterior (...) Alia Emar comparte con el resto de los emigrantes el amor por el cine y las heroínas románticas, y la obsesión por Nueva York, donde sueña con encontrar algún día a su tío abuelo Reino Coppeta, probable fabricante del monstruo cinematográfico King Kong. La búsqueda de aliados para su aventura de escapar a Estados Unidos le hace conocer a toda clase de gente y vivir mil y una peripecias que Skármeta cuenta con el humor, la alegría y el encanto característicos de su prosa” (8).
En Doña Flor y sus dos maridos, de Jorge Amado, aparecen inmigrantes. Entre ellos, un español. Relata uno de los personajes: “-Un día, hará más de cuatro años, en el mes de marzo, encontré a Vadinho en los ‘Tres Duques’, jugando al 17. Iba vestido con una capa bajo la cual no llevaba nada puesto: estaba desnudito. Había llevado todo al montepío. Lo había empeñado todo, saco y pantalón, camisa y calzoncillos, para poder jugar. Ramiro, aquel español avaro del “Setenta y Siete”, sólo quería aceptar los pantalones y el saco. ¿Qué diablos podía hacer con una camisa de cuello raído, unos calzoncillos viejos, una corbata gastada? Pero Vadinho logró que recibiera todo, hasta las medias, quedándose sólo con los zapatos. Era tan envolvente su palabra que consiguió que Ramiro, esa fiera que ustedes conocen, le prestase una capa casi nueva, pues no iba a salir desnudito calle adelante, en dirección a los Tres Duques...” (9).
La brasileña Nélida Piñón escribió La república de los sueños, obra en la que evoca la inmigración española que llegó al país limítrofe. “La república de los sueños es la República de Brasil, el lugar donde todas las esperanzas humanas pueden hallar cumplimiento. Madruga y Venancio nacieron con el siglo. Se conocieron en el barco inglés que los trasladó de Vigo a Río de Janeiro en el lejano año de 1913. apenas eran unos muchachos cuando dejaron atrás la miseria y el desamparo de su Galicia natal, para navegar detrás de un sueño, rumbo a los paraísos de ultramar. Madruga conquistará Brasil, levantando industrias, comercios, haciendas. Pero se extraviará en el camino. Venancio, en cambio, mantendrá intacta su condición de soñador: será él quien llore en nombre de Madruga, será el verdadero depositario de sus sentimientos vetados. En La república de los sueños, hecha de emociones, o sea, de palabras esenciales, Nélida Piñon sacude al lector y le transmite el sabor agridulce, de triunfo y frustración, de uno de los pocos países del mundo en que sobrevive la epopeya” (10).
En poemas
En “La confidencia” (11), escribe el mexicano Luis Gonzaga Urbina:
¡Pobre galleguito, rubio y candoroso,
que a América vino sin ir a la escuela!
Tiene torpes andares de oso
Y apacible mirar de gacela.
De Rubén Darío es el Canto a la Argentina”, que incluye estos versos:
Argentina, región de la aurora!
Oh, tierra abierta al sediento
de libertad y de vida,
dinámica y creadora!.
Gabriela Mistral nos dejó una visión de la inmigración en el poema “La extranjera” (12), en el que expresa:
Vivirá entre nosotros ochenta años,
pero siempre será como si llega,
hablando lengua que jadea y gime
y que le entienden sólo bestezuelas,
y va a morirse en medio de nosotros,
en una noche en la que mas padezca,
con solo su destino por almohada,
de una muerte callada y extranjera.
El uruguayo Fernán Silva Valdés Es el autor de “América” (13), poema que transcribimos parcialmente:
América no es sólo un poncho de colores,
Ni un indio, ni un cacharro,
Ni un gaucho, ni un rodeo;
La América de ahora,
la del tiempo presente,
la del tiempo futuro,
es todo eso, cierto, pero eso es la mitad,
la otra mitad es el gringo;
el gringo:
palabra chica que encierra un hecho enorme.
En dramas
Una bestia en la luna, de Richard Kalinovsky “es una historia de amor, una maravillosa historia de amor entre Aram Tomasián y Seta (su esposa). Aram Tomasian es un huérfano que llega a Estados Unidos huyendo del genocidio cometido por los turcos contra el pueblo armenio entre 1915 y 1923. El crimen sigue impune. El sueño de su vida es contruir una familia. Para lograr su objetivo se casa por correspondencia con una joven (Seta) a la que conoce por una fotografía. La obra comienza cuando Seta llega a los Estados Unidos y Aram descubre que es solo una niña de 15 años que aún juega con muñecas. Esto le genera muchas contradicciones dado que Aram es muy religioso y lleno de prejuicios. Pero el deseo de construir una familia y la simpatía y vitalidad de Seta lo hacen enamorarse de ella rápidamente” (14).
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Entre los autores que citamos figuran académicos y ganadores de Premios Nobel, lo cual da una idea de la relevancia de los creadores que abordaron esta temática. La elección del inmigrante como personaje nos habla de la voluntad de eternizar su gesta, sus victorias y sus fracasos en tierra americana.
Notas
1. Ferrer, Silvia: “Ernest Hemingway”, en www.portalmundos.com.
2. S/F: “Inspiró ‘El viejo y el mar’, de Hemingway Cumplió 100 años un marinero legendario”, en Clarín, Buenos Aires, 13 de julio de 1997.
3. Sánchez, Belén: “Susan Sontag: 'Siempre me ha resultado incómodo ser ciudadana americana´ '', en www.cultura.terra.es.
4. Birmajer, Marcelo: en www.pagina12.com.ar
5. S/F: en Barnet, Miguel. Gallego. Madrid: Alfaguara, 1986. 2° edición.
6. Rosell, Joel Franz: Mi tesoro te espera en Cuba. Ilustraciones: Pier Brito. 1° ed. Buenos Aires, Sudamericana, 2002. 160 pp. (La pluma del gato). Pág. 26.
7. Cornejo, María Elena: “Gabriella de Ferrari, peruana que ha hecho carrera en EE.UU”. Fotos José Vilca, en www.caretas.com.pe.
8. S/F: en www.clubcultura.com.
9. Amado, Jorge: Doña Flor y sus dos maridos. Buenos Aires, Losada, 1978.
10. S/F: “La república de los sueños”, en www.alfaguara.santillana.es
11. Urbina, Luis G.: “La confidencia”, en Berdiales, Germán: Cantan los pueblos americanos. Ilustraciones de David Cohen. Buenos Aires, Ediciones Peuser, 1957. 2° edición.
12. Mistral, Gabriela: “La extranjera”, en www.nodo50.org
13. Silva Valdés, Fernán: en Berdiales, Germán: op. cit.
14. S/F: “Una bestia en la luna”, en www.armeniosonline.com.ar.
LOS ESCRITORES EUROPEOS Y LA INMIGRACION A AMERICA (1850-1950)
Indice
Edmondo D’Amicis
Rosalía de Castro
Leopoldo Alas
Juan Antonio Cavestany
Pío Baroja
Rafael Alberti
Federico García Lorca
En este trabajo me refiero a los inmigrantes que llegaron a América, evocados en memorias y obras literarias por destacados escritores que no nacieron en la Argentina ni emigraron a ella. Son estos escritores el italiano Edmondo D’Amicis y los españoles Rosalía de Castro, Leopoldo Alas, Pío Baroja, Rafael Alberti, Federico García Lorca y Juan Antonio Cavestany.
Hemos leído obras escritas por inmigrantes que se establecieron en la Argentina, o acerca de ellos. Supimos, a través de drama, narrativa y lírica, de memorias, biografías y periodismo, cuáles fueron las causas que los llevaron a dejar su tierra, en qué condiciones debieron realizar un viaje tan amargo, y qué suerte corrieron en el nuevo destino.
Complementando estos textos de inmigración, se encuentran otros textos, escritos por autores de renombre nacidos en Europa, que nos hablan de aquellos que emigraron. Nos ocuparemos de algunas de estas páginas, referidas a inmigrantes de diversas nacionalidades, y a su vida en la tierra americana a la que se dirigieron.
Edmondo D'Amicis
Los italianos que se embarcan en Génova en 1884, hacia el Río de la Plata, son descriptos por Edmondo D’Amicis en su obra En el océano. Acerca del escritor, expresó Griselda Gambaro: "El autor de Corazón recoge, sin embargo, sus mejores frutos en la crónica. En este fresco están todos los que vinieron a América, en su mayoría obreros y campesinos, cada uno con su sueño particular. Y el sueño -y el destrozo del sueño- empieza en el Galileo, como si el barco navegara en un mar de tierra y sus pasajeros, en los múltiples tipos y pasiones, representaran a la humanidad entera" (1).
Cuore (2), publicado en el año 1886, es una de las novelas "de intención moralista y didáctica" (3) de D’Amicis. En ella, presenta a una mujer debe buscar fortuna en otra tierra, agobiada por las deudas que había contraído. El relato incluido en Cuore se titula "De los Apeninos a los Andes".
La madre creada por el escritor –un ser admirable- sufre ante la partida, aún sabiendo que no existe otra posibilidad para ella y para los suyos. Evoca la despedida con amargura: "¡No me lo podía separar de mi cuello cuando partí; sollozaba que daba compasión oírle; parecía que supiese que no había de volver a ver a su madre! ¡Pobre niño mío! ¡Creía que estallaba mi corazón!".
Para la genovesa de Corazón, Argentina era una meta que le permitiría tener una vida más digna, a pesar de un sacrificio terrible. El italiano comenta: "No son pocas las mujeres valerosas que realizan tan largo viaje con aquel objeto, gracias a los buenos salarios que encuentra allí la gente de servicio, y al cabo de pocos años retornan a la patria con algunos millares de pesos".
Pese a su corta edad, Marcos, el protagonista del relato del italiano, comprende la situación, mas no descansa hasta el momento del reencuentro. Para distraerse del miedo, el adolescente "pensaba en muchas cosas de ella; traía a su mente sus palabras cuando salió de Génova y el modo como le solía arreglar las frazadas bajo el mentón, cuando estaba en la cama".
En 1895 apareció en Italia La maestrina degli operai, traducido al castellano como La maestrita de los obreros (4). En esa obra, en una oportunidad, la protagonista encuentra que, al ir a dar su clase, "Faltaba esa noche más de una docena de alumnos. La maestra investigó las razones de la ausencia, y supo que habían ido, con muchos otros, a pasar la velada en un establo, donde un viejo aldeano, de vuelta de América, un espíritu jovial y extraño, había invitado a medio arrabal para relatarle la historia de sus aventuras. Era algún alivio para ella; pero de la muchachada, por desgracia, no faltaba ninguno".
Notas
Gambaro, Griselda: "L’América: el sueño en italiano", en Clarín, Buenos Aires, 20 de julio de 2002.
Varios autores: Enciclopedia Clarín. Buenos Aires, Visor, 1999.
D’Amicis, Edmondo: Corazón.
D’Amicis, Edmondo: La maestrita de los obreros.
Rosalía de Castro
El 24 de febrero de 1837 nace en Santiago de Compostela Rosalía de Castro. "La emigración gallega es uno de los temas más constantes y sentidos de la poesía de Rosalía –destaca Emilio González López-, que en Follas Novas (1880) incluyó toda una parte, el quinto libro, a poetizar la triste situación de los emigrantes y de las familias que dejan su tierra, libro que tituló As viudas dos vivos e as viudas dos mortos. En Follas Novas Rosalía contempla el éxodo de las gentes de Galicia que emigran para América. Con inmensa tristeza los ve ir, pensando que no hay nada más doloroso que dejar la propia tierra en busca de un porvenir incierto". En su libro En las orillas del Sar, vuelve a tratar el tema, "pero contemplado ahora desde un punto de vista diferente. Ya no ve la poetisa la marcha de los emigrantes, sino que piensa en los que se han ido y están ya en América. Y Rosalía, entristecida por su larga ausencia de la tierra, los llama para que se reintegren a la patria amada. Esta llamada, que tiene el dolor de una madre que se dirige a sus hijos extraviados por el mundo, se expresa en una serie de poemas que recoge bajo el título de Volved, que son lo más sentido y bello que se ha escrito en la poesía castellana sobre la emigración. (...) No es Rosalía quien llama a los emigrantes, sino toda Galicia: es toda la tierra, su viento, sus ríos y sus bosques que se han quedado abandonados por los que se fueron".
Su visión es parcial –finaliza González López-: "El emigrante no es jamás en los versos de Rosalía el indiano enriquecido y vanidoso, satirizado principalmente en las obras de los novelistas asturianos y montañeses, sobre todo de Pérez de Ayala y de Pereda; sino el pobre y desgraciado que ha sido arrancado a la fuerza de su casa y de su terruño por el trágico destino que juega con el hombre como si fuera un muñeco. Rosalía no tiene ojos para ver, ni pensamientos para entretenerse en satirizar a los pocos que han triunfado a su manera en las tierras americanas; sólo tiene sentimientos para los tristes y para los desgraciados que no encontraron la felicidad en el mundo que dejaron y difícilmente tendrán mejor suerte en este otro nuevo al que vinieron" (1).
El tema de la inmigración aparece, fundamentalmente, en Follas Novas. Este libro –anota el prologuista-, que no se publicó hasta 1880, pero fue escrito, casi con certeza, entre los años 1870 y 1871, "representa una sensibilidad nueva, significa una distinta concepción de la poesía. Rosalía abandona el folklore, los tópicos costumbristas, el popularismo, para ahondar en los sentimientos, en la problemática social, para elaborar una metafísica del alma gallega. (...) En otra dimensión, volvemos a encontrarnos de nuevo con el dolor, con la saudade; con la vida trabajosa y dura de los labradores pobres; con los niños desamparados huérfanos, lacerados por el frío invernal; con la emigración; con el amor en todas sus manifestaciones: amor a la madre, a los hijos, amores femeninos agostados por el abandono, truncados por la muerte. Ahora bien, los temas de Cantares gallegos se adensan, se subliman, en Follas Novas. (...) Rosalía de Castro concibe sus versos "no fondo sin fondo do meu pensamento"; no son ‘follas novas’, son tojos y zarzas, ásperos, punzantes, como sus fieras penas, como su irremediable dolor; son la sombra misteriosa que merodea sus pasos, el dolor indescriptible del clavo hincado en el corazón, las viudas de muertos, las viudas de vivos que nadie consuela" (2).
Notas
González López, Emilio: Galicia, su alma y su cultura. Buenos Aires, Ediciones Galicia (Centro Gallego de Buenos Aires, Instituto Argentino de Cultura Gallega), 1978.
Varela Jácome, Benito: "Estudio preliminar", en Castro, Rosalía de: Castro, Rosalía de: Obra poética. Edición a cargo de D. Benito Varela Jácome. Barcelona, Bruguera, 1972.
Leopoldo Alas, Clarin
Leopoldo Alas nació en Zamora en 1852. De 1891 es Su único hijo, segunda y última novela larga del español Leopoldo Alas Clarín. En ella, se relata lo sucedido una noche en el teatro, cuando Emma Valcárcel hace su aparición lujosamente vestida. Esa situación permite al escritor reflejar qué sentía la esposa del hombre a quien denominaban "el americano" –no se aclara si por su origen o por haber regresado de este continente-: "Tal vez la que más envidiaba a la de Valcárcel era la mujer del americano Sariegos, el más rico de la provincia, que podría aturdir a todos los Valcárcel del mundo envolviéndolos en papel del Estado y en acciones del Banco y otras mil grandezas, pero Sariegos no permitía tales despilfarros, que en él no lo serían, y su señora tenía que contentarse con un lujo muy mediano. Por eso rabiaba ella". Pero también rabiaba él, aunque por otro motivo: "se puso de pronto a aborrecer a Emma, porque tenía la culpa de que en aquel momento su esposa estaría maldiciéndole y detestándole a él por avaro; y además, aunque parezca raro, también miraba con envidia el aderezo de la abogaducha. Mas luego se hizo superior a sentimientos tan humillantes para él" (1).
Notas
Alas, Leopoldo ("Clarín"): Su único hijo. Barcelona, Bruguera.
Juan Antonio Cavestany
Cavestany nació en Sevilla en 1861. Fue poeta y dramaturgo; académico. "Su mejor obra teatral es El esclavo de su culpa. Sus poesías se reúnen en dos tomos: Versos viejos y Al pie de la Giralda" (1).
En "Canto a la Argentina" (2), se refiere a quienes han dejado sus tierras en busca paz y prosperidad.
Canto a la Argentina
¡Salve noble Nación! Seguro puerto
guardado por las olas y los Andes;
ayer, triste desierto,
hoy pueblo rico, grande entre los grandes.
El Mundo Viejo que antes te enseñaba
Hoy aprende de ti; de ti recibe
Hasta el mismo sustento de que vive.
Atravesando mares,
A ti llegan sus hijos a millares,
A realizar su anhelo
De beber de tu fuente,
De escoger riquezas en tu suelo
Y de aspirar venturas en tu ambiente.
Llegan... y hallan la suerte apetecida,
Pues dan a un tiempo, como doble palma,
Tu tierra, el rubio trigo: ¡el pan de vida!;
Tu aire, la Libertad: ¡el pan del alma!
Notas
Varios autores: Enciclopedia Clarín. Buenos Aires, Visor Enciclopedias Audiovisuales SA, 1999.
Cavestany, Juan Antonio: "Canto a la Argentina", en Berdiales, Germán: Cantan los pueblos americanos. Ilustraciones de David Cohen. Buenos Aires, Ediciones Peuser, 1957. 2° edición.
Pío Baroja
En Las inquietudes de Shanti Andía (1), novela, protagonizada por un marino, presenta Baroja a varios indianos. Se les llamaba así a quienes procedían de las Indias Occidentales (América), pero especialmente a aquellos que regresaban a España enriquecidos luego de muchos años en el Nuevo Continente. Los diversos pasajes en que describe a estos personajes nos permiten notar que no sentía por ellos, ciertamente, simpatía, en parte por su condición de comerciantes, pero también por su ignorancia y presunción.
En 1910 aparece César o nada (2), novela en la que aparece nuevamente su aborrecimiento por los indianos, encarnado esta vez en un personaje que "estudiaba en el colegio de Escolapios del pueblo y después ingresaba en el seminario de Tortosa". El alumno dejaba mucho que desear: "No se distinguió allí por su inteligencia ni por su buena conducta; pero a fuerza de tiempo y de recomendaciones, pudo ordenarse y decir misa en Villanueva".
En La sensualidad pervertida (3), el protagonista visita a una familia que le causa muy mala impresión: "Una casa donde me recibían amablemente era la de un americano, condiscípulo de mi padre, de niño, en Vergara. Este señor se llamaba Alpizcueta, y era un pobre hombre, bueno, débil y sin ningún carácter. Se hallaba dominado por su mujer, una americana despótica y altanera; tenían un hijo y dos hijas. El hijo era negado, de lo más incomprensivo que pudiera imaginarse, tonto, soberbio, caprichoso, rubio y con cara de negro; las hijas habían salido como la madre: altas, fuertes, guapas, voluntariosas y mandonas".
Los Cuentos, publicados por Alianza (4), incluyen "Elizabide el Vagabundo". En él, el narrador relata que próximo a casarse con la hija de un estanciero uruguayo "sintió la nostalgia de su pueblo, del olor a heno de sus montes, del pasiaje brumoso de la tierra vascongada (...) se embarcó en un transatlántico, y después de saludar cariñosamente la tierra hospitalaria de América, se volvió a España".
Cuando a Martín Zalacaín (5) le aconsejaban ir a la escuela, él exclamaba: " -¿Yo a la escuela? Yo me iré a América o me iré a la guerra". No se decidió por el primero de estos proyectos. Ortega (6) "estuvo de médico militar en Cuba, y se acostumbró a beber de una manera terrible". Son otros personajes que tuvieron en sus mentes la aventura trasatlántica. No la concretaron o volvieron derrotados. Sin embargo, es por estos por quienes el novelista siente aprecio, y no por los indianos a los que se ha referido reiteradamente.
Notas
Baroja, Pío: Las inquietudes de Shanti Andía. Cátedra.
Baroja, Pío: César o nada, en Baroja, Pío: Las ciudades. Madrid, Alianza.
Baroja, Pío: La sensualidad pervertida , en Baroja, Pío: Las ciudades. Madrid, Alianza.
Baroja, Pío: Cuentos. Alianza, 1966.
Baroja, Pío: Zalacaín el aventurero. Buenos Aires, Losada.
Baroja, Pío: El árbol de la ciencia. Alianza.
Rafael Alberti
El poeta Rafael Alberti y su esposa, la escritora María Teresa León, se exiliaron en la Argentina. En nuestro país, el gaditano escribe sus memorias, tituladas La arboleda perdida (1), obra en la que manifiesta: "Y ahora, esta afiebrada tarde del 18 de noviembre de 1954, en mi cercado jardinillo de la calle Las Heras, bajo dos florecientes estrellas federales, el mareante aroma de un magnolio vecino, cuatro pobres rosales, martirizados por las hormigas, y el apretado verde de una enamorada del muro, doy comienzo a este segundo libro de mis memorias".
En julio de 1959, Alberti puso punto final a La arboleda perdida. Considera que hay en esas páginas "innumerables blancos, que no son, de ningún modo, olvidos" y se pregunta cuándo completará sus memorias, con miras a una nueva edición: "¿Lo haré eso en España o todavía aquí, en la Argentina, donde fueron escritos el final de la primera parte y toda la segunda de la presente obra? No sé, pero hay algo en mi país que ya tambalea, y entre nosotros, los desterrados españoles, circulan vientos que nos cantan la canción del retorno".
Dejaría la Argentina pensando en su Cádiz amada, pero debió recalar mucho tiempo en Roma. Finalmente, regresó a su puerto de Santa María.
En 1963, María Teresa León escribe la nota titulada "Soñemos con el viaje", en la que expresa: "A lo lejos nos está esperando el itinerario previsto o tal vez la emoción de ver de nuevo la aldea que se dejó al venir o la visita a los parientes de los abuelos, que deben estar en tal lugar..., o las ciudades madres de civilizaciones ilustres o los museos donde se almacena el ingenio humano o las formas diferentes de la vida de los hombres en este mondo cane, que a veces se dulcifica en las fiestas" (2).
Notas
Alberti, Rafael: La arboleda perdida. Barcelona, Bruguera, 1980.
Leòn, Marìa Teresa: "Soñemos con el viaje", en Mucho Gusto, Nª 203. Buenos Aires, septiembre de 1963.
Federico García Lorca
Federico García Lorca nació en Fuente Vaqueros, Granada, probablemente en 1898. "Los Poemas Galegos -escribe Antonio Pérez-Prado- fueron publicados en 1935 por Anxel Casal, editor pobre y doméstico, quien solventó la malandanza de su imprenta con los aportes de su mujer, costurera. Un año más tarde, aquel negro año de 1936, Anxel Casal, en Galicia, y Federico García Lorca, en su Granada, fueron fusilados" (1). Uno de estos poemas es la Cantiga do neno da tenda (2), que transcribimos:
Bos Aires ten unha gaita
Sobro do Río da Prata,
Que toca o vento do norde
Coa súa gris boca mollada.
¡Triste Ramón de Sismundi!
Aló, na rúa Esmeralda,
Basoira que te basoira
Polvo d’estantes e caixas.
Ao longo das rúas infindas
Os galegos paseiaban
Soñando un val imposibel
Na verda riba da pampa.
¡Triste Ramón de Sismundi!
Sinteu a muñeira d’ágoa
Mentre sete bois da lúa
Pacían na súa lembranza.
Foise para veira do río,
veira do Río da Prata.
Sauces e cabalos múos
Creban o vidro das ágoas.
Non atopou o xemido
Malencónico da gaita,
Non viu o imenso gaitero
Coa boca frolida d’alas;
Triste Ramón de Sismundi,
Veira do Río da Prata,
Viu na tarde amortecida
Bermello muro de lama.
Notas
Pérez-Prado, Antonio: "A Lorca le hubiera gustado", en Alposta, Luis: Lorca en lunfardo. Los "Seis poemas galegos" en edición bilingûe. Traducción de Luis Alposta. Estudio preliminar de Antonio Pérez-Prado. Buenos Aires, Corregidor, 1996.
García Lorca, Federico: "Cantiga do neno da tenda", en Alposta, Luis: Lorca en lunfardo. Los "Seis poemas galegos" en ediciòn bilingûe. Traducción de Luis Alposta. Estudio preliminar de Antonio Pèrez-Prado. Buenos Aires, Corregidor, 1996.
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En los países de origen o en América, los escritores europeos evocaron a sus compatriotas emigrantes, los comprendieron y eternizaron.
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