|
INMIGRANTES EN CUENTOS ARGENTINOS
Indice
1. alemanes
2. belgas
3. checoslovacos
4. daneses
5. escoceses
6. españoles
7. franceses
8. griegos
9. ingleses
10. irlandeses
11. italianos
12. japoneses
13. polacos
14. portugueses
15. rusos
16. sirios
17. suizos
18. turcos
19. ucranios
20. sin mención de origen
21. varios
22. cuentos infantiles y juveniles
23. antología
24. apéndice
En este trabajo cito muchos de los cuentos en los que los inmigrantes llegados a la Argentina entre 1850 y 1950, sus descendientes u otros escritores argentinos, escriben sobre la tierra de origen, la inmigración, los inmigrantes y sus descendientes.
Transcribo parcialmente uno o más cuentos de cada autor, sin que ello signifique que no han escrito otros cuentos sobre la inmigración, además de los que incluyo en este trabajo. En general, utilizo un criterio cronológico para ordenar los textos, a excepción de los cuentos sobre españoles e italianos, que han sido ordenados por la región de origen, dejando al final de cada apartado aquellos que no indican procedencia del inmigrante.
alemanes
Eduardo L. Holmberg evoca en “La pipa de Hoffmann” a un judío alemán: “Era de mediana estatura, proporcionalmente delgado, cara oval, ojos negros, pestañas largas, y vestía siempre traje del mismo color de sus ojos y de su cabello, negro también. Al verle era difícil no reconocer en él un representante de la raza hebrea” (1).
Narra Jorge Luis Borges en “El sur”: “El hombre que desembarcó en Buenos Aires en 1871 se llamaba Johannes Dahlmann y era pastor de una iglesia evangélica; en 1939, uno de sus nietos, Juan Dahlmann, era secretario de una biblioteca municipal en la calle Córdoba y se sentía hondamente argentino” (2).
En “La tos” Ezequiel Martínez Estrada presenta a Rauch, un descendiente de alemanes, quien recibe la visita de “un señor corpulento, rubio”, un “empresario de reducciones orgánicas”. “Rauch se extrañó de la corrección con que se expresaba en castellano ese hombre evidentemente extranjero, de su raza” (3).
Juan José Hernández relata, en “El inocente”, que ha desaparecido un gato. “(...) Poco tiempo después Julia y yo lo descubrimos muerto en la quinta del alemán. Ocultamos nuestro hallazgo. Nos habían prohibido subir a la pared del fondo que daba a la quinta, pero a menudo desafiábamos el peligro para robar naranjas. Nunca saltábamos la tapia; hacerlo hubiera sido correr la misma suerte del gato” (4).
En "Bajo la luna, sobre la tierra, bajo la noche", el autor presenta a una pareja de gringos. El marido habla alemán, y la esposa, "su media lengua" (5).
Magdalena Ruiz Guiñazú evoca, en “El sortilegio”, la relación entre una pareja de alemanes y la novia del hijo: “Digamos que aquellos germanos, los Sachs, mostraron sólo una educada indiferencia. ¿Qué podía importarles aquella criolla rioplatense, exuberante, alegre y pobre, que ni siquiera sabía hablar el alemán? Sin embargo, guardaron las apariencias con formalidad. Se cumplirían las reglas y sus amistades sólo percibirían que aquella no era la nuera esperada, pero que la vida es tal como es y que las personas inteligentes saben adaptarse a cualquier circunstancia” (6).
El protagonista de “Esperanza”, de Santiago Korovsky, “Con la gente del conventillo se había ido encariñando, había cinco polacos, una pareja de gallegos, una pareja de judíos con un hijo, tres italianos y dos alemanes. Era gente humilde, cariñosa, generosa y solidaria. Algunos habían probado suerte como él, pero, también, habían perdido” (7).
En “El hombre frío”, Horacio Vázquez-Rial presenta a un descendiente de alemanes: “Ese rubiecito flaco, que seguramente vivía en el barrio, aunque nadie sabía exactamente dónde, daba para todo: para una madre represiva, posesiva, castradora, que no le permitía tener una novia como todo el mundo, o para un padre violento, de tradición prusiana”.
En “Tablero desierto”, de Héctor Alvarez Castillo, un alemán contrae enlace en la nueva tierra. Relata el protagonista: “La historia familiar que alcancé a conocer es sencilla. Si soy sincero debo confesar que a ella la vi más de un par de veces. Mi amigo descendía de alemanes. Su padre llegó a Buenos Aires durante el segundo gobierno de Irigoyen en un barco que lo trajo de África, de un continente que no era su país, a otro más alejado aún del mundo en el que se había criado. Provenía de una ciudad cercana a Berlín. En ella había logrado un título de ingeniero que lo conectó dentro de la comunidad germana ya instalada en el Río de la Plata y, en una de las reuniones a las que con frecuencia era invitado, la esposa del hombre con quien comenzara a trabajar le presentó a Eloisa. Una joven delgada que vio a su primer hombre en esa velada con el pudor y la ambición en tornadizo vaivén” (8).
En el cuento "En la Hostería del Alemán", por María Laura Amuchástegui, relata la narradora: "Plena selva salteña. Fuera de temporada. (...) viene llegando el dueño, Helmuth, me pregunta si me gusta el paisaje, y en vez de contestar lo obvio le comento que están a la vanguardia, hasta los visitan los extraterrestres" (9).
Notas
1. Holmberg, Eduardo L.: ”La pipa de Hoffmann”, en Holmberg, Eduardo L.: Cuentos fantásticos. Buenos Aires, Hachette, 1957.
2. Borges, Jorge Luis: “El sur”, en Ficciones. Buenos Aires, Sur, 1944.
3. Martínez Estrada, Ezequiel: “La tos”, en Arlt, Roberto, Borges, J.L. y otros: El cuento argentino. 1930-1959***. Buenos Aires, CEAL, 1981. (Capítulo, vol. 83).
4. Hernández, Juan José: “El inocente”, en Hernández, Juan José: “La señorita Estrella” y otros cuentos antología. Selección por el autor. Prólogo por Daniel Moyano. Buenos Aires, CEAL, 1982. (Capítulo, vol. 134).
5. Angelino, Diego: "Bajo la luna, sobre la tierra, bajo la noche", en Con otro sol, Corregidor, 1993, volumen que acompaña las ediciones de Diario Popular (Buenos Aires), El Día (La Plata) y Democracia (Junín).
6. Ruiz Guiñazú, Magdalena: “El sortilegio”, en La Nación, 20 de diciembre de 1998.
7. Korovsky, Santiago: “Esperanza”, en Aequalis.
8. Alvarez Castillo, Héctor: “Tablero desierto”, en Metamorfosis, Buenos Aires, Alvarez Castillo Editor, 2005.
9. Amuchástegui, María Laura: "En la Hostería del Alemán", en Ciudad de arena (www.ciudaddearena.org), 28 de marzo de 2007.
|
austríacos
Una muñeca despierta dolorosos recuerdos en la refugiada creada por Zahira Juana Ketzelman: "Cerró los ojos y se transmutó en aquella niñita de diez años, que en otro idioma clamaba por Hilda. Y la noche, y el miedo, y la voz de papá y mamá tratando de explicarle que no había tiempo, que era necesario huir. Y vivió nuevamente el largo viaje, y la tierra lejana y extraña. Los padres sacrificándose, y el empezar de nuevo, los nuevos rostros, las nuevas palabras. Y el tiempo, el estudio, y ser grande y estar sola" (1).
Notas
1. Ketzelman, Zahira Juana: "Hilda", en Autorretrato al infinito. Buenos Aires, el gRillo, 2006.
|
belgas
En varios cuentos de Horacio Quiroga aparecen inmigrantes. Uno de estos cuentos es “Van-Houten”, que toma su tìtulo del apellido del protagonista, un “belga, flamenco de origen”, al que “se le llamaba alguna vez Lo-que-queda-de-Van-Houten, en razòn de que le faltaba un ojo, una oreja, y tres dedos de la mano derecha. Tenìa la cuenca entera de su ojo vacìo quemada en azul por la pòlvora. En el resto era un hombre bajo y muy robusto, con barba roja e hirsuta” (1).
Notas
1. Quiroga, Horacio: “Van Houten”, en Los desterrados- El regreso de Anaconda. Buenos Aires, Losada, 1997.
|
checoslovacos
Abelardo Castillo evoca, en “El candelabro de plata”, a Franta, un pordiosero checoslovaco. Recuerda el narrador. “El viejo, cohibido al principio, de pronto empezó a hablar. Tenía un acento raro, dulce. Se llamaba Franta, y creo no haberme sorprendido al darme cuenta de que no era un hombre vulgar: hablaba con soltura, casi con corrección. Acaso yo le había preguntado algo, o acaso, rota la frialdad del primer momento (para esa hora ya estábamos bastante borrachos), la confesión surgió por sí misma” (1).
En “La golem”, Horacio Vázquez-Rial relata que “en la Patagonia, cerca del mar”, vivían Raquel Grein y su padre: “Alrededor de mil novecientos diez, Raquel Grein había puesto ahí su propia casa de putas, junto a un poblado transitoriamente próspero cuyo nombre es preferible olvidar, tan helado como la miserable aldea judía del este de Chequia en la que ella había visto su primera luz, una luz espesa y perturbadora, de lámpara de aceite, que en nada se parecía a la del sol”.
Notas
1. A. Castillo, D. Sáenz, H. Conti y otros: El cuento argentino 1959-1970. Selección, prólogo y notas por el Seminario de Crítica Literaria Raúl Scalabrini Ortiz. Buenos Aires, CEAL, 1980. Pág. 48. (Capítulo).
|
daneses
Víctor Juan Guillot, en “Un hombre”, evoca a un danés, el protagonista. El teniente Juan Christiansen de la jerarquía revolucionaria “era un mocetón musculoso, alto y deslabazado, con ojos azules de fulgor triste, y largos bigotes rubios, de guías caedizas. Parece que era un dinamarqués establecido muchos años en Punta Arenas. De allí, quién sabe por qué, ganó la Patagonia, donde cuidara ovejas. Un día apareció en Resistencia, grandote, callado y pensativo. El comandante allende lo había visto imponerse a tres forajidos norteamericanos que ‘banqueaban’ en una jugada de monte inglés, armados de grandes revólveres y temidos hasta por la policía del territorio. Como entonces organizaba una expedición de acuerdo con los colorados, lo dio de alta con grado de teniente. Le entregó unas libras esterlinas y le prohibió el whisky, porque el dinamarqués, acriollado y todo, bebía como un guerrero de los tiempos de Odín. A un hombre así no se le dice que miente sin consecuencias” (1).
Notas
1. Guillot, Víctor Juan: “Un hombre”, en El cuento argentino 1900-1930 antología. Buenos Aires, CEAL, 1980.
|
escoceses
En “Un hombre”, Víctor Juan Guillot evoca al escocés Mc Dougall, “un antiguo administrador de yerbales, del que se contaban en voz baja muchas cosas” (1).
En “Revelación”, Augusto Mario Delfino presenta a una institutriz hija de escoceses: “Miss Eveline, la institutriz –una joven de Quilmes, hija de escoceses- les recomendó mientras los peinaba: ‘No olviden que en sociedad es preciso tener mucho tacto’. Angélica sabe que tacto es un sentido, como olfato y vista, y Ricardito ha comprendido que tacto es callar cuando las personas mayores hablan, comer la gelatina aunque no le agrade” (2).
Notas
1. Guillot, Víctor Juan: “Un hombre”, en Historias sin importancia. Incluido en R. J. Payró, J. C. Dávalos, R. Mariani y otros: El cuento argentino 1900-1930 antología. Buenos Aires, CEAL, 1980. Pág. 105-109. (Capítulo, vol. 60).
2. Delfino, Augusto Mario: “Revelación”, en Cuentos de Nochebuena.. Reproducido en Stang, Margarita R. de: América habla. Buenos Aires, Gram Editora, 1975. Pág. 194.
|
españoles
Andaluces
Francisco Montes es el autor de Leyendas y Aventuras de Alpujarreños. En “El desafío” (1) relata que un andaluz de dieciséis años ganó la competencia de doma que se realizaba para las fiestas patrias: “El domador con carita de extranjero, flaco, velludo y colorado, de ojos azules era el mismo que desde las Alpujarras había llegado con dos años de edad en la búsqueda de insondables destinos”.
En un cuento de Marta Lynch, “Chola, la hija del sastre, de la misma edad de Rosa, entró como si estuviera en su casa, con la pollera de volados de española en una mano y unas castañuelas alquiladas en la otra” (2).
Carmela, personaje de un cuento de María del Carmen García, era “una gitana como toda gitana, morena y habladora, activa y vigorosa, que criaba a sus siete hijos como si no le costara esfuerzo. La ropa siempre limpia y ordenada, la pieza pulcra donde no faltaba un altarcito para la Virgen del Rocío y una guitarra que a veces su Rafael sonaba con melancólicos rasguidos andaluces” (3).
Pierre Cottereau es el autor de “La abuela Augusta”, cuento en el que evoca un episodio de la ancianidad de un inmigrante andaluz. En los recuerdos del hombre, “Las mesetas se extienden hacia un horizonte claro, lejano; desde muy lejos llega el perfume de las manzanas en flor y los almendros son ramos blancos por doquier. Más allá, las praderas que bordean la ría están salpicadas de florecillas, desborda la primavera sobre toda Andalucía” (4).
Notas
1. Montes; Francisco: “El desafío”, en Leyendas y Aventuras de Alpujarreños, en Unisex. Buenos Aires, Bruguera. 163 pp.
2. Lynch, Marta: “Entierro de Carnaval”, en Los cuentos tristes. Buenos Aires, CEAL, 1967. Pág. 129.
3. García, María del Carmen: “Ojos gitanos”, en Cuentos de criollos y de gringos. Buenos Aires, Vinciguerra, 1996. En colaboración con Fanny Fasola Castaño.
4. Cottereau, Pierre: “La abuela Augusta”, en El Tiempo, Azul, 12 de octubre de 1997.
Asturianos
En “Carroza y reina”, cuento que da título al libro de Isidoro Blaisten premiado en el Concurso Literario de la Fundación Fortabat, aparece el asturiano Alvarez, mozo del café y bar El Aeroplano: “Los parroquianos empujan para llegar hasta las mesas del privilegio y arrastran al mozo, Alvarez el asturiano, el de los enormes pies, que se escurre entre los cuerpos con la bandeja en alto cargada de choppes, express y especiales de matambre que son la especialidad de la casa” (1).
María del Carmen García presenta, en “Ojos gitanos” (2), a unos asturianos: “Algún tiempo atrás habían llegado a Buenos Aires como otros tantos inmigrantes, esperanzados en un futuro sin miseria ni guerras. (...) Se habían conocido de niños en la aldea de Asturias en la que nacieron y se encontraron en Buenos Aires gracias a los oficios del padrino Manuel y como era de suponer se casaron en un septiembre lluvioso de 1910”.
Es asturiano un personaje de uno de los relatos de Hilel Resnizky: “En 1870 su abuelo, José Molinas, era el propietario de grandes estancias, de casas de comercio, e incluso de buqyes y astilleros en la Patagonia. En 1870 apareció un judío ruso, Jacobo Alter Grun, quien se convirtió y casó a su hijo Marcos con la hija de Molinas (...) -El viejo José Molinas era testarudo y, para decirte la verdad, tacaño. Por muchos años alejó de sí a su yerno judío, enfrentándose con el rencor de su hija. Al final se rindió y lo hizo socio. Molinas & Grun. ‘San Jacobo’. Así llamó Marcos Grun a la estancia que compró en Santa Cruz, en recuerdo de su padre” (3).
En uno de sus cuentos (4), Claudia Rodríguez evoca al asturiano Narciso Ibáñez Menta.
Notas
1. Blaisten, Isidoro: “Carroza y reina”, en Carroza y reina. Buenos Aires, Emecé, 1986.
2. García, María del Carmen: “Ojos gitanos”, en Cuentos de criollos y de gringos. Buenos Aires, Vinciguerra, 1996. En colaboración con Fanny Fasola Castaño.
3. Resnizky, Hilel: Puentes de papel. Buenos Aires, Milá, 2004.
4. Varios autores: Cuentos de la Abadía de Carfax - Historias contemporáneas de horror y fantasía. Comentado, recopilado y seleccionado por Nomi Pendzik. Buenos Aires, Pasoborgo, 2006. 188 pp.
Baleares
En “La niña de Ibiza” (1), Jorge Alberto Reale refleja la emigración y la nostalgia de una familia oriunda de esa localidad: “Esta historia comenzó un poco antes de la Guerra Civil Española del Año 36, en la baleárica isla de Ibiza, que es cuando los Ramallets decidieron abandonar su terruño y emigrar a Sud América. Fue así que un día del mes de febrero del año siguiente recalaron en Buenos Aires. No conocían a nadie. Estaban solos. Debían comenzar de nuevo. Primero se alojaron en el Hotel de Inmigrantes, después en otros albergues aún menos confortables hasta que Don Diego, el padre, consiguió un empleo remunerado y una casa”.
Notas
1. Reale, Jorge Alberto: “La niña de Ibiza”, en el grillo, N° 42, Noviembre-Diciembre 2005.
Castellanos
En “Fuera de juego”, cuento de Horacio Vaccari, el hijo de un italiano zapatero habla a su padre muerto: “Cuando conocí a Julia, tardé meses en explicarle cómo era mi familia y dónde vivía yo. A ella nada pareció importarle. Me presentó a los suyos. Su padre era dueño de una confitería del centro, un local deslumbrante de luces. Hablaba un español rotundo, aprendido en su pueblo castellano. Me apabullaba su seguridad. Lo sentí tan superior, que no supe explicarle cómo era usted” (1).
Notas
1. Vaccari, Horacio: “Fuera de juego”, en Cuentos elegidos. Buenos Aires, Troquel, 1978. 138 pp.
catalanes
H. Bustos Domecq es el seudónimo con el que firmaban Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares algunas obras escritas en conjunto. En uno de estos textos, que se titula “Las noches de Goliadkin”, un personaje expresa: “-Comparto su aversión a la radio. Como siempre me decía Margarita -Margarita Xirgu, usted sabe- los artistas, los que llevamos las tablas en la sangre, necesitamos el calor del público. El micrófono es frío, contra natura. Yo mismo, ante ese artefacto indeseable, he sentido que perdía la comunión con mi público” (1).
En “Las señoritas de la noche”, Marta Lynch presenta un almacenero catalán: “(...) El almacenero arreció en su reyerta milagrosa, recrudeció en los gritos y en los golpes con su férrea y antigua furia de anarquista; los vecinos oían ahora incomprensibles vocablos catalanes y su recia decisión de no dejar al cura aquel que hiciera un marica de su hijo. La cabra, esa piojosa de almacén, su mujer que seguía siendo linda todavía pasó a un segundo plano” (2).
Patricio Pron es el autor de “La espera”. El protagonista “era porteño. Había nacido allá por 1908 en La Boca, en el Hotel de Inmigrantes, un día de lluvias frías. Sus padres, llegados hacia días de Cataluña, le habían transmitido casi sin saberlo esa sensación de ya no pertenecer a ninguna parte, ni a Cataluña ni a Buenos Aires. Juan Vera era el primer argentino” (3).
Notas
1. Bustos Domecq, H. (Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares): “Las noches de Goliadkin”, en H. Bustos Domecq, A. Pérez Zelaschi y otros: El cuento policial. Selección de Jorge Lafforgue y Jorge B. Rivera. Buenos Aires, CEAL, 1981. (Capítulo).
2. Lynch, Marta: “Las señoritas de la noche”, en Los cuentos tristes. Buenos Aires, CEAL, 1967.
3. Pron. Patricio: “La espera”, en De manos abiertas... Cuentos por adolescentes. Buenos Aires, Tu Llave, 1992.
Gallegos
ver http://volveragalicia.blog.arnet.com.ar
Madrileños
En “Invocaciones a la dama del espejo”, de María Rosa Lojo, un personaje escribe sobre su madre: “Erase una vez una reina, venida de un lejano país a otro caído en el extremo del mundo, casi allí donde empiezan los grandes hielos. Era orgullosa y nostálgica, y la devoraba el temor secreto de haber perdido su rostro verdadero. Para eso se miraba todos los días en el gran espejo de su cuarto regio, para reconocerse. En realidad –desdichada reina-, ella nunca supo cuál era ese rostro suyo buscado y preservado y lo que con tanto afán perseguía, lo quiso en vano” (1).
Notas
1. Lojo, María Rosa: “Invocaciones a la dama del espejo”, en el grillo, N° 41, Julio-Agosto de 2005.
Vascos
En “La pesquisa” (1), de Paul Groussac, aparece una sirvienta vasca. La mujer es descripta por el empleado de correo: “joven aún, vestida como sirvienta y de aspecto extranjero, había retirado una carta, exhibiendo un pasaporte español a su mismo nombre”.
En “El Hombrecito” (2), escribe Benito Lynch: “A fuerza de transpirado y jadeante, Bustingorri casi no habla, y recuerda, por su aspecto, a un gran buey cansino y sudoroso volviendo del trabajo”.
En “Hotel Comercio”, Bernardo Kordon presenta un comerciante vasco: “Un agente de policía cuidaba la puerta del Hotel Comercio. Los curiosos pujaban por entrar. Acosaron a preguntas al viajante. Divisó un rostro conocido: era Efraín Gutiérrez, el dueño de ‘El Vasquito’. Fueron andando juntos y cambiaron ideas sobre esa enfermiza y feroz voluntad de quitarse la vida. Ambos le tenían miedo y terror a la muerte, y se pusieron de acuerdo en que matarse era una cobardía” (3).
En “Los trotadores”, de Elías Carpena, dice uno de los personajes: “-¡Mire, patrón: de los troteadores que ahí, en la Coronel Roca, corrieron el domingo, ni los que corrieron antes, le hacen ninguna mella... : ni siquiera el del vasco Estévez, que ganó sobrándose por el tiro largo, ni el de la cochería Tarulla, que ganó con el oscuro a la paleta! ¡Usted tiene el oro y lo confunde con el cobre!” (4).
Es vasco un personaje de “Mundo, mundo” (5), de Cristina Siscar.
En “La fotografía”, Celia Matilde Caballero relata que un vasco logra ingresar a la foto en la que estaban su esposa y sus hijos (6).
En la provincia de Buenos Aires se afinca el protagonista de un cuento de Arturo M. García: “Don Javier Echegaray y Tarragona, oriundo de San Sebastián en el país vasco y como su nación, fuerte de temperamento, férrea voluntad, constante en el trabajo y perseverante en sus ideas había llegado a la Argentina a los doce años con unas ansias inconmensurables de hacerse la América. Recaló en Buenos Aires, pero la ciudad que crecía no le brindaba muchas ilusiones y esperanzas” (7).
Arturo M. García relata, en “Ella eligió así”, lo sucedido a Raquel Amanda Olascoaga, hija de vascos tomada cautiva por Biguá, con quien pidió contraer matrimonio cristiano, rehusando volver a la sociedad. Cuando la llevaron los indios, ella era una “mujer de treinta años de edad, dama de recio temple y extraordinaria hermosura, hija única de un matrimonio de origen vasco, que después de haber habitado muchos años en el Río de la Plata, donde cosecharon una ingente fortuna a través de negocios de importación de bebidas espirituosas, traídas de Europa, se volvieron a su país natal, dejando a su hija ya madura, al frente de sus casas en Buenos Aires y Montevideo” (8).
En "El comisario Gorra Colorada", de Alberto E. Azcona, relata uno de los personajes: "Yo fuí amigo también del comisario 'Gorra Colorada'. Lo conocí en la batalla de La Verde, era alsinista como yo. En esa ocasión éramos menos, pero nos salvaron los rémington, y además el coronel Arias colocó a la tropa muy bien protegida en el monte de la estancia. Una noche, mientras comíamos un asado a la orilla de la laguna, me contó este vasco Aldaz, que en Navarra durante las 'carlistadas', estuvo preso en setenta y dos cárceles. Consiguió escapar y llegar a la Argentina, donde peleó contra López Jordán".
'Después -continuó el dueño de casa- se hizo famoso en toda la Provincia de Buenos Aires. Lo llamaban 'Gorra Colorada', no sé si por la 'chapela gorri' de los carlistas, por el distintivo de los conservadores, o porque en aquella época el quepis colorado formaba parte del uniforme de los comisarios'.
Sorbió el mate meditativamente, y continuó: 'Limpió todo el sur de la Provincia de vagos y criminales, y una vez él solo atropelló a facón al 'Tigre del Quequén, un tal Felipe Pachecho, que debía catorce muertes. Lo desarmó y lo ató'.
'Sí, -concluyó mirando más allá de las glicinas-, fuimos muy amigos con Luis Aldaz. Era un hombre de esos antiguos, muy capaz y, sobre todo, de pocas palabras...' ".
Notas
1. Groussac, Paul: “La pesquisa”, en H. Bustos Domecq, A. Pérez Zelaschi y otros: El cuento policial. Selecc. de Jorge Lafforgue y Jorge B. Rivera. Buenos Aires, CEAL, 1981. (Capítulo).
2. Lynch, Benito: “El hombrecito”, en Lynch, Benito: Cuentos. Selección, prólogo y notas por Ana Bruzzone. Buenos Aires, CEAL, 1980. (Capítulo, vol. 70).
3. Kordon, Bernardo: “Hotel Comercio”, en R. Arlt, J. L. Borges y otros: El cuento argentino 1930-1959*** antología. Selección y prólogo de Eduardo Romano, notas de Marta Bustos. Buenos Aires, CEAL, 1981. (Capítulo).
4. Carpena, Elías: “Los trotadores”, en Carpena, Elías: Los trotadores. Buenos Aires, Huemul, 1973. Pág. 155.
5. Siscar, Cristina: “Mundo, mundo”, en Reescrito en la bruma. Buenos Aires, Per Abbat, 1987.
6. Caballero, Celia Matilde: “La fotografía”, en Fantasía y amor. Buenos Aires, Ediciones Arlequín de San Telmo, 1998.
7. García, Arturo: “El cóctel”, en el grillo N° 22. Buenos Aires, 1999.
8. García, Arturo M.: “Ella eligió así”, en el grillo, Suplemento: Gabinete de Letras y Arte El tema es la libertad, N° 18, 2004.
Sin mención de origen
En “La pesquisa” (1), de Paul Groussac, aparece un español que había logrado un buen pasar: “La señora de C., viuda de un comerciante español, después de liquidar la sucesión había colocado en diferentes bancos el importe de su modesta fortuna, para retirarse a aquella casita-quinta de su propiedad”.
Ante la posibilidad de que su hija se case con un cristiano, dice a la joven el protagonista de “Mate amargo”, de Samuel Glusberg: “-Es imposible. No se van a entender. En la primera pelea –y son inevitables las primeras peleas- él a manera de insulto, te llamará judía, y tú le gritarás cabeza de goi. Y puede que hasta se burle de cómo tu padre dice ‘noive’... él, que ha oído decir siempre al suyo: ‘Madriz’ “ (2).
En “El hombre de la radio a transistores”, cuento incluido en El yugo y la marcha, Andrés Rivera relata que al restorán Aguila llegó El Español: “A las ocho menos cuarto de la noche de ese martes se levantaron las persianas del restorán; se prendieron las luces; llameó, pálida, la pantalla del televisor. A la ocho y media llegó El Español. Era fuerte y alto, la nuca rapada en una cabeza pequeña; los ojos verdes, estrechos, jóvenes. La piel del rostro, quemada por el sol, tenía un color rojizo, vestía overall y saco, camisa de algodón, oscura, boina y borceguíes” (3).
En su cuento “Seguir viviendo”, Ana María Torres evoca a las modistas españolas: “Josefina se hacía los vestidos con una modista. Yo, en cambio, con una que venía a coser a casa. Siempre eran españolas y siempre dificilísimas de conseguir, se las recomendaba pero no mucho, pues de recomendación en recomendación aumentaban su clientela y cuando uno las necesitaba no las conseguía. Los diálogos interminables entre mamá y la modista, los reproches, las promesas de venir, las demoras... hasta que por fin aparecía” (4).
En “Historia de José Montilla”, Fernando Sorrentino da vida a un tendero inmigrante: “Don José Montilla vivía en la calle Bonpland, bastante cerca de casa. Mi padre tenía cierta amistad tenue con él, amistad que no iba mucho más allá del saludo y de alguna breve conversación. Pero quiero decir que don José Montilla y mi padre sentían un mutuo afecto silencioso. Gracias a esta relación, yo puedo ahora contar la historia de don José Montilla” (5).
Para conjurar la nostalgia, algunos inmigrantes traen de su tierra algo que les resulta especialmente querido: un retrato, un mantón, fotos... O el olivo que la española plantó en el fondo de su casa, en el cuento “Don Paulino”, de Marita Minellono (6).
En “El encuentro”, de Jonatan Gastón Nakache, encontramos un mozo español (7).
El protagonista de “La foto”, de Alicia Pombar de Tourón, es un descendiente de hispanos: “Se llamaba Juan Carlos, era argentino, porteño, y había nacido en Versalles (...) Era nieto de inmigrantes españoles, agricultores por parte paterna, que buscaron alejar a sus hijos mayores de la guerra, y dejaron sus campos soñando volver. Su padre, uno de los menores, no compartía ese sueño” (8).
En "Un cambio inesperado", de Leticia Marcori, una pareja viaja a España a buscar una herencia (9).
Notas
1. Groussac, Paul: “La pesquisa”, en H. Bustos Domecq, A. Pérez Zelaschi y otros: El cuento policial. Selección, Jorge Lafforgue y Jorge B. Rivera. Buenos Aires, CEAL, 1981. (Capítulo).
2. Glusberg, Samuel (“Enrique Espinoza”): “Mate amargo”, en La levita gris. Cuentos judíos de ambiente porteño. Buenos Aires, BABEL.
3. Rivera, Andrés: “El hombre de la radio a transistores”, en A. Castillo, D. Sáenz, H. Conti y otros: El cuento argentino 1959-1970* antología. Selección, prólogo y notas del Seminario de Crítica Literaria Raúl Scalabrini Ortiz. Buenos Aires, CEAL, 1981. (Capítulo, vol. 107).
4. Torres, Ana María: “Seguir viviendo”, en Seguir viviendo. Buenos Aires, Marymar, 1984. 152 pp.
5. Sorrentino, Fernando: “Historia de José Montilla”, en www.badosa.com.
6. Minellono, Marita: “Don Paulino”, en Reunión. Buenos Aires, Corregidor.
7. Nakache, Jonatan Gastón: “El encuentro”, en Escritura Joven III Concurso Literario para Jóvenes “Clara Kliksberg”. Buenos Aires, Milá.
8. Pombar de Tourón, Alicia: “La foto”, en el grillo, Suplemento: Gabinete de Letras y Arte El tema es la libertad, N° 18, 2004.
9. Marcori, Leticia: "Un cambio inesperado", en Varios autores: Nosotros el sur. Compilado por Nené D'Inzeo, directora del Taller Literario del Museo Histórico Sarmiento. Buenos Aires, Ediciones Tu Llave, 2007. 244 pp.
|
franceses
“La escalinata de mármol (1852)” es uno de los cuentos de Misteriosa Buenos Aires, de Manuel Mujica Láinez. Lo protagoniza Monsieur Benoit, de quien se dice que era en realidad Luis XVII. En sus postreros instantes, el francés recuerda su vida: “¡Cuánto dibujó! ¡Cuántos planos nacieron bajo sus dedos hábiles! Desde que llegó a la Argentina, en 1818, no cesó de dibujar. Dibujó flores y animales extraños para el naturalista Bonpland; dibujó bellas fachadas para el Departamento Topográfico: edificios neoclásicos con frontones y columnatas, proyectos de canales, de muelles, de puentes, un mundo fantástico surgió de su pluma finísima, en la trabazón aérea de las cúpulas, de las torres, de los arcos. Antes, en Francia, había sido marino. Sirvió en las cañoneras del Emperador y en las goletas del Rey. Antes estuvo en muchas partes, en las Antillas, en Oriente, en Inglaterra, en Calais... Antes... antes había una terrible enfermedad, dolores agudos, una neblina que le sofocaba... Por más que se afanara en despejar las sombras que envolvían a su infancia, nada conseguía ver. Sin duda aquella enfermedad esfumó su memoria. Lo único que como un solitario peñón emergía en mitad del lago negro, era la escalinata de mármol” (1).
En “Trampa”, escribe Elías Carpena: “Don Julio Sosa era patrón de una tropa de carretas y trabajaba con los hornos y con las quintas de los franceses”. Alberto Oscar Blasi, autor de las notas, explica: “En la Loma Verde de Morón, las quintas de melones y espárragos, y los montes de duraznos, pertenecían a familias francesas” (2).
En “El piola”, Adolfo Pérez Zelaschi presenta a un individuo que se quiere hacer pasar por francés: “Monsieur Gastón, un traficante de dinero extranjero a quien acudían sus compañeros del Banco, y él mismo, para algunas especulaciones menores, tipo de confianza, honesto delincuente del mercado negro que jamás había vendido un dólar o un marco falsos” (3).
En "Un caprichito muy francés", Eduardo Gudiño Kieffer escribe: "Nada: las francesas, sólo las francesas y sólo la Borchemiel entre las francesas. París se le nota en el modo de moverse, de vestirse, de desnudarse. De caminar. ¡Y de hablar! De hablar haciendo rodar las erres. Y de mostrar esos caprichitos muy franceses que uno no entiende. No, uno no entiende pero los soporta. Total, al fin y al cabo es de hombres" (4).
El ingeniero Ebelot es el protagonista de “El francés de la zanja”, cuento de María del Carmen García: “El ingeniero Alfredo Ebelot llegaba con su andar de trancos largos, sombrero de fieltro cubriendo su rubia y rizada cabellera, botas altas y un poncho pampa cubriendo el hombro izquierdo. El francés se sumaba con frecuencia a beber unas ginebras y a oír y narrar los avatares de un día más en ese confín del mundo en América” (5).
En “Unico testigo”, Jorge Alberto Reale se refiere a una inmigrante: “Manón, Griseta, La Francesita, eran los nombres de la misma mujer. Su aspecto absurdo, de melena recortada y la cruz de su boca bien roja, acompañaban la soledad de aquel lugar. Aquel lugar era el rincón del Bar 103” (6).
En "Mujer de facón en la liga", escribe Edgardo Cozarinsky: "El nombre del viejo Kutschinski era impronunciable para nosotros; de allí derivó que a su farmacia la llamáramos la farmacia de K. y a su hija Irene K. Sabíamos que eran franceses, los habíamos oído hablar francés entre ellos, aunque otros juraban que en aquella casa hablaban una especie de dialecto alemán. Nos desorientaba la consonancia eslava del apellido. ‘Habrán venido de Francia nomás, pero para mí que son judíos’ murmuraba mi padre antes de añadir, cabizbajo, ‘están en todos lados...’ " (7).
Notas
1. Mujica Láinez, Manuel: Misteriosa Buenos Aires. Buenos Aires, Sudamericana, 1977.
2. Carpena, Elías: “Trampa”, en Carpena, Elías: Los trotadores. Buenos Aires, Huemul, 1973.
3. Pérez Zelaschi, Adolfo: “El piola”, en H. Bustos Domecq, A. Pérez Zelaschi y otros: El cuento policial. Selección, Jorge Lafforgue y Jorge B. Rivera. Buenos Aires, CEAL, 1981. (Capítulo).
4. Gudiño Kieffer, Eduardo: "Un caprichito muy francés", en La vida clandestina, volumen que integra la colección Nuestro siglo - Historia de la Argentina, dirigida por Félix Luna. Buenos Aires, Crónica, 1992.
5. García, María del Carmen: Cuentos de criollos y de gringos, en colaboración con Fanny Fasola Castaño. Buenos Aires, Editorial Vinciguerra, 1996.
6. Reale, Jorge Alberto: “Unico testigo”, en el grillo, Buenos Aires, N° 37, Mayo-Junio de 2004.
7. Cozarinsky, Edgardo: “Mujer de facón en la liga”, en Tres fronteras. Buenos Aires, Emecé, 2006.
|
griegos
La protagonista de “La rapiña”, de Marta Lynch, se refiere a los Stavros, una familia griega: “El mismo apellido desconcertaba de entrada. Como si vinieran de lejos con un confuso prestigio de Medio Oriente acerca del cual no había obligación de estar bien enterado o con un franco y honesto aire de inmigrante en primera generación, exudando inteligencia para abrirse paso y un límpido chusmaje que a fuerza de ser admitido dejaba de estorbar” (1).
“Michel Moljo: El epigrafista” (2) se titula el cuento en el que Isaías Leo Kremer evoca a este hombre que, “en 1950, dolorido por la devastación de toda la comunidad judía de Grecia, se embarcó hacia Buenos Aires para hacerse cargo de la conducción del templo SHALOM”. “De prisa Michel Moljo –escribe Kremer-, trata de descifrar rápido esas antiguas inscripciones, que ya vendrán los marmoleros para llevarse las placas y no habrá otra oportunidad para hacerlo. Tu reacción fue instantánea, cuando el alcalde de Salónica decidió tomar una parte del antiguo cementerio judío por “razones urbanísticas”; te apuraste a rescatar ese testimonio que arranca de épocas tan antiguas y que nutrieron con sus nombres a tantas familias de hidalgos españoles“.
Notas
1. Lynch, Marta: “La rapiña”, en Lynch, Marta: Los cuentos tristes. Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1967.
2. Kremer, Isaías Leo: “Michel Moljo: El epigrafista”, en SEFARaires, N° 18, Octubre de 2003.
|
ingleses
En “Nelly”, de Eduardo L. Holmberg, uno de los personajes es inglés: “El señor Phantomton era rubio y delgado, usaba bigote caído, y en sus ojos vagaba una niebla de misteriosa sugestión. Vestía correctamente, como todos los ingleses acomodados, y conversaba con la franqueza de un hombre que dice lo que piensa, lo cual no suele ser agradable para los que no piensan lo que dicen” (1).
En “Un sepelio atmosfèrico (Crònica de 1891)”, Juan Carlos Dàvalos relata el destino que un astrònomo inglès radicado en Salta, eligiò para sus restos: “A toque de clarines, la ceremonia dio comienzo a las 3, hora en que el globo, totalmente hinchado, cernìase por encima de la muchedumbre apeñuscada. Debajo del globo, sobre una mesa, notàbase un bulto largo, especie de tùmulo cubierto por un amplio trapo negro: ahì estaba el cadáver de Mr. Stop” (2).
Un británico protagoniza “Mister Meaney”, de Juan Carlos Dávalos: “ ‘El gringo Meaney’ fue en el Colegio Nacional de Salta una de las últimas víctimas de nuestra incultura, en una época en que la buena crianza de mucha gente bien nacida estaba lejos de alcanzar el excelente nivel medio que observamos hoy” (3).
Un inglés protagoniza el relato que un personaje narra en el cuento “Al rescoldo”, de Ricardo Güiraldes: “-Est’ era un inglés –comenzó el relator-, moso grande y juerte, metido ya en más de una peyejería, y que había criao fama de hombre aveso para salir de un apuro. (...) El inglés, poco amigo de alcagüeterías, prometió cayarse y dejarlo al infelis yorando su amargura. Esto pasó hase muchos años, y dicen que al inglés, como premio a su güena alma, nunca le salió más redondo un negocio” (4).
Uno de los cuentos reunidos en Carroza y reina -libro de Isidoro Blaisten premiado en el Concurso Literario de la Fundación Fortabat-, es “Lotz no contesta”. En ese cuento, el narrador, Pecheny, recuerda a Míster Donovan. Pecheny y Lotz “Desde el veinticuatro que usaban el Longines. Desde el veintidós que estaban juntos en el ferrocarril. En el veinticuatro los ascendieron a los dos. Míster Donovan los hizo llamar y él en persona les entregó el Longines. Cuando entraron al despacho, Míster Donovan tenía ya los dos Longines encima del escritorio. Los felicitó y los mandó en comisión especial” (5).
Pedro Orgambide describe, en “La señorita Wilson”, a una inmigrante inglesa, acerca de la que manifiesta uno de los personajes: “Yo he visto a la señorita Wilson en la terraza, escuchando una sinfonía de Mozart que se empinaba por las paredes grises y subía hasta los cables tendidos y las antenas de televisión y las nubes de un atardecer en Buenos Aires. Y me pareció que la señorita Wilson sonreía” (6).
El protagonista de “Huella digital”, de Marta Celina Linardi, “Recordó los años transcurridos en el White School. Su educación había sido un privilegio. Y aquel comedor con enormes arañas y las mesas de roble pulcramente cubiertas con manteles almidonados. Las sillas eran muy pesadas para sus cuerpos de niños pero había que aprender a correrlas sin hacer ruido. Y las aulas. Y los jardines. ‘Eres afortunado’ decía mamá. Ella siempre me trajo regalos. Los mejores. Claro que no era fácil tolerar los fines de semana allí adentro. Por suerte Miss Focker me entretenía leyendo cuentos en inglés” (7).
En “Pleamar”, Oscar González evoca al capitán Griffith George, quien, tras naufragar en 1883, se radicó en la estancia “Los Yngleses”, en el Partido de General Lavalle (8).
A Amy Stirling –que “había sido inglesa, linda y joven”- se refiere el narrador, en un texto de María Esther de Miguel: “Como no hay males completos tuvo su porción de dicha: murió una tía y la dejó heredera. Amy Stirling, buscando defender su sueño hecho polvo, cerró la casa de Liverpool y dispersó sus días por el ancho mundo. Su meta fueron las ciudades con puertos: en ellos recorría muelles y cafetines, días y noches, los ojos bien abiertos y la foto del marinerito en la mano” (9).
En “La noche de la cruz de plata” -uno de los cuentos por los que Jorge Torres Zavaleta mereció el Premio Fortabat en 1987-, la guerra, que parecía tan lejana, tan europea, llegó a la Argentina. Tan argentino se siente el hijo de Miss Lucy que, cuando se declara la guerra de las Malvinas, se alista para combatir a los ingleses. Muere en el combate, luchando contra los soldados de la nación de sus padres. Miss Lucy, al enterarse de la muerte del joven, “pensó que de lejos, sin advertirlo, sus compatriotas la habían mutilado” (10).
Don Domingo, personaje creado por Fanny Fasola Castaño para su cuento “Y el paisano va”, recuerda su infancia: “Los niños tenían una mesa aparte, alrededor de la cual podían mezclarse en sus juegos. Y él se veía corriendo atrás de sus primas, algunas criollas y otras gringas. Sí, porque su madre era una de esas inglesas que habían llegado con su familia buscando mejores horizontes, huyendo de conflictos religiosos e intentando afianzarse en la campiña que tanto les agradaba” (11).
Con “La tarde que oscureció de tristeza”, Julio Enrique Juárez obtuvo el Primer Premio Categoría Narrativa 2004 en el Concurso Literario Identidad, en la Ciudad de Azul, Provincia de Buenos Aires. En ese texto se alude al mal proceder de un inglés: “Don Carlos Azcona, el hombre entrañable y admirado por la sociedad azuleña, se había quitado la vida. En una nublada tarde de verano de 1987 cuando aquel benemérito empresario pujante y exitoso, se dejó vencer por la ira y sacando de un cajón del escritorio el lustroso 38 Smith & Wesson que siempre lo acompañaba, gatilló tres veces” (12).
Notas
1. Holmberg, Eduardo L.: “Nelly”, en Cuentos fantàsticos. Buenos Aires, Hachette, 1957.
2. Dávalos, Juan Carlos: “Un sepelio atmosférico (Crónica de 1891)”, en Los buscadores de oro. Incluido en Dávalos, Juan Carlos: La muerte de Sarapura Antología. Buenos Aires, CEAL, 1980. Págs. 96 a 101. (Capítulo, vol. 66).
3. Dávalos, Juan Carlos: “Mister Meaney”, en Los buscadores de oro. Incluido en Dávalos, Juan Carlos: La muerte de Sarapura Antología. Buenos Aires, CEAL, 1980. Págs. 102 a 106. (Capítulo, vol. 66).
4. Güiraldes, Ricardo; “Al rescoldo”, en R. J. Payró, J. C. Dávalos, R. Mariani y otros: El cuento argentino 1900-1930 antología. Selección y prólogo por Eduardo Romano; notas por Alberto Ascione. Buenos Aires, CEAL, 1980. (Capítulo, vol. 60).
5. Blaisten, Isidoro: “Lotz no contesta”, en Carroza y reina. Buenos Aires, Emecé, 1986. 219 pp.
6. Orgambide, Pedro: “La señorita Wilson”, en La buena gente. Buenos Aires, Sudamericana. Incluido en A. Castillo, D. Sáenz, H. Conti y otros: El cuento argentino 1959-1970 antología. Buenos Aires, CEAL, 1981. (Capítulo, vol. 107).
7. Linardi, Marta Celina: “Huella digital”, en Varios autores: Nosotros el Sur. Selección de Nené D’Inzeo. Buenos Aires, Tu Llave, 1992. 124 pp.
8. González, Oscar: “Pleamar”, en El Tiempo, Azul, 1° de diciembre de 1996.
9. Miguel, María Esther de: “Amy Stirling”, en el grillo, Buenos Aires, Marzo-Abril de 2003, Año 12, N° 34.
10. Torres Zavaleta, Jorge: “La noche de la cruz de plata”, en El palacio de verano. Buenos Aires, Grupo Editor Latinoamericano, 1987.
11. Fasola Castaño, Fanny: “Y el paisano va”, en “Cuentos de criollos”, en Cuentos de criollos y de gringos, Breves historias con Historia, en colaboración con María del Carmen García. Buenos Aires, Vinciguerra, 1996.
12. Juárez, Julio Enrique: “La tarde que oscureció de tristeza”, en El Tiempo, Azul, 28 de noviembre de 2004.
|
irlandeses
William Bulfin, escritor irlandés que llegó a la Argentina en 1880 y fue director de The Southern Cross, es el autor de Tales of the pampas. Alejandro Clancy, el traductor de la obra, afirmó: “Cuentos de la Pampa –escritos por Bulfin a partir de 1880- narra cómo era la vida de los irlandeses y de los argentinos en el campo, cerca de los fortines. Los irlandeses –que sobre todo eran ovejeros- llegaban acá sin un centavo y empezaban haciendo las tareas manuales que no querían hacer los gauchos” (1).
En el cuento “Los afanes”, Adolfo Bioy Casares alude a las irlandesas: "Milena tenía el pelo castaño –lo llevaba muy corto-, la piel morena, los ojos grandes y verdes (menospreciaba los ojos azules de las Irish-porteñas), las manos cubiertas de mataduras. Era alta y fuerte” (2).
“Elisa Brown” se titula el cuento en el que María del Carmen Garcia evoca la suerte corrida por la hija del almirante: “Cuando el sol de una de las ultimas mañanas de diciembre comenzo a hacer brillar las aguas del rio con pequeños destellos dorados y el aire se lleno de la fragancia de los jazmines, Elisa creyo comprender que esa era la hora de la cita, ese era el momento que habia estado esperando dia tras dia. Bajo descalza al jardin, recogio al pasar unas flores, bajo la barranca que la separaba del rio y sin volver la cabeza se fue hundiendo en el agua viendo los ojos amados en sus ojos, oyendo sus dulces promesas en su oido y sintiendo el abrazo del ancho pecho que la protegeria para siempre” (3).
Juan José Delaney es el autor de Tréboles del Sur (4), quince textos que transcurren a lo largo de más de un siglo. En “Destinos (1929)”, escribe una inmigrante irlandesa: “No te enojes porque no haya escrito antes. Me fue imposible hacerlo debido a la angina tabacal que me arrancó la promesa de no fumar más. Aciertas al suponer que no soy feliz. La vida es algo difícil por acá y confieso que estoy dudando de si mi arrojo de hace diez años valió la pena”.
En Los viejos cuentos de la tía Maggie (Una irlandesa anida en las pampas) (5), Susana Dillon reúne cuentos traidos desde otras tierras por la tía que, afincada en la Argentina, formó un hogar con un vasco, y fue madre de cinco varones. Es a ella, a quien la autora dedica estas páginas: “Estos cuentos son un homenaje a tía Maggie, aquella irlandesa prototípica que una vez fue trasplantada a las pampas con toda la magia de sus artes domésticas y el inefable encanto de las personas dulces y simples cuyo recuerdo aroma mi infancia. (…) En su memoria reconstruyo estas leyendas de la tierra de nuestros ancestros, para que otros también tengan oportunidad de participar de la oralidad de este pueblo nuestro, tan tocado por los infortunios, pero también por la varita mágica de la fantasía”.
Notas
1. S/F: en El Tiempo, Azul, 16 de noviembre de 1997.
2. Bioy Casares, Adolfo: “Los afanes”, en Mi mejor cuento. Buenos Aires, Orión, 1973.
3. García, María del Carmen: “Elisa Brown”, en Cuentos de criollos y de gringos. Buenos Aires, Vinciguerra, 1996. En colaboración con Fanny Fasola Castaño.
4. Delaney, Juan José: “Destinos (1929)”, en Tréboles del sur. Buenos Aires, Grupo Editor Latinoamericano, 1994.
5. Dillon, Susana: Los viejos cuentos de la Tía Maggie (Una irlandesa anida en las pampas). Ilustración de tapa e interiores: Angel Vieyra. Río Cuarto, Córdoba, Universidad Nacional de Río Cuarto, 1997. 91 páginas.
|
italianos
Abruzzos
Doménico, un campesino italiano herido durante una huelga en Buenos Aires, en 1919, siente nostalgia de su país. El personaje creado por María del Carmen García “Se quedó pensando en su casa de Pescara, la casa de sus padres, las paredes amarillas, las viejas tejas rotas, descoloridas, que cobijaban en una cocina y en una sola habitación a una numerosa familia de doce almas” (1).
Notas
1. García, María del Carmen: “Dóménico, el campesino obrero”, en “Cuentos de gringos”, en Cuentos de criollos y de gringos, Breves historias con Historia, en colaboración con Fanny Fasola Castaño. Buenos Aires, Vinciguerra, 1996.
Basilicata
Morini, Martha: "Inmigrante italiana", en el gRillo, N° 45, Noviembre-Diciembre 2006.
Friuli
Una madre deja en Italia a sus hijas, y viaja a la Argentina llevando al hijo, en el cuento “El tren de medianoche” de Syria Poletti: “Era un atardecer iluminado al rojo cuando mi madre se acercó al tren excitada y hermosa como todas las mujeres cuando van a reunirse con el marido y le llevan un hijo varón. Atrincherada en mi espeso mutismo, no quise besarla. Y ella, para aliviar su culpa, quiso creer que no la quería. –Todavía no comprende...-justificó su cobardía” (1).
Notas
1. Poletti, Syria: “El tren de medianoche”, en Mi mejor cuento. Buenos Aires, Orión, 1974.
Lacio
En “La conquista de Buenos Aires”, de Enrique Loncán, Cicerón vuelve a la vida en el siglo XX y emprende, “para los idus de marzo de 1932 (d.C.)”, un viaje del que se arrepentirá amargamente. El latino escucha que “más allá del Atlante existe una ciudad nueva, maravillosa, pletórica de esperanzas. Es la tierra prometida de los inmigrantes, la meta de los destinos fantásticos y las riquezas fabulosas. Se cuentan por millares los hijos del Lacio que en Buenos Aires hicieron fortuna...” (1).
Notas
1. Loncán, Enrique: “La conquista de Buenos Aires”, en Cuentos y esquicios. Buenos Aires.
Lombardía
Un personaje de “El día de las grandes ganancias”, de Alberto Gerchunoff, es italiano. El dueño de la “Tienda de las cuatro estaciones” es descripto así por el narrador adolescente: “Lombardo de fuertes piernas, espaldas enormes y cara redonda como un plato, en la que brillaban dos ojos grises, rientes y móviles, hallábase siempre instalado en el fondo del negocio, colgando de los labios la curva pipa de barro. Hombre de cuarenta años, obeso y jovial como un párroco de aldea, no concebía entre las paredes de la tienda el malhumor que amargaba mis planes” (1).
En “Santana”, de Roberto Mariani, una lombarda sufre un percance: “Después de aquel temporal en que un aletazo de viento tumbó al suelo a la lombarda del segundo patio destrozándole la sopera y derramándole el humeante caldo, las vecinas todas, en un acuerdo defensivo, decidieron cocinar en sus respectivas habitaciones durante los días de recio viento o dura lluvia, rebeldes a la obstinada reclamación del negro Apolinario, encargado del conventillo” (2).
Notas
1. Gerchunoff, Alberto: “El día de las grandes ganancias”, en Cuentos de ayer. Buenos Aires, Ediciones Selectas Amèrica, Tomo I, Nº 8, 1919. Págs. 227/8.
2. Mariani, Roberto: “Santana”. Citado por Páez, Jorge en El conventillo. Buenos Aires, CEAL, 1970.
Piamonte
En "La torre del amor", Marcos Aguinis relata la historia de un piamontés afincado en Río Cuarto y su descendencia (1).
Notas
1. Aguinis, Marcos: "La torre del amor", en Aguinis, Marcos: Todos los cuentos. Buenos Aires, Sudamericana, 1995.
Sin mención de origen
Guillermo House evoca, en “El mangrullo”, la agonía de un hijo de inmigrantes, y el heroísmo del camarada sanjuanino que intenta protegerlo: “El conscripto Colombo (un hijo de gringos de la provincia de Santa Fe) es regular tirador, pero flojazo para las penurias. (...) Como Colombo no puede moverse, él le introduce en la boca su dedo meñique húmedo de rocío. Pero el sol no tarda en disipar este engaño, y desde temprano se deja sentir” (1).
En “El salón dorado 1904” (2), de Manuel Mujica Láinez, la dueña de una mansión en decadencia se entera de que muchas de las habitaciones se han transformado en locales. Uno de ellos es ocupado por un sastre presumiblemente italiano: “El ama de llaves la detiene delante de la puerta que da al comedor. En su panel central hay clavado un cartel: ‘Bruno Digiorgio, sastre’. Entran allí. Los cortes de género se apilan sobre un mostrador; los maniquíes rodean a la estufa, encima de la cual permanece, como un testigo irónico, el lienzo pintado de la ‘Carrera de Atalanta’ que imita un gobelino”.
Sebastián Jorgi es el autor de "Un día de vida", cuento en el que evoca la triste existencia de una italiana y su hija, víctimas de un padre despótico (3).
Giusseppe el zapatero protagoniza un tango de Guillermo del Ciancio. En un cuento de Horacio Vaccari, el hijo médico escribe una carta a Giuseppe. Le dice: “Hoy me duele decir todo esto, pero necesito torturarme con la verdad, con mi triste verdad y he de asumirla hasta el fin. Cumplí con la voluntad que usted me impuso desde la cuna. Estudié Medicina, fui uno más en el montón, aunque sacaba buenas notas. Tenía que hacerme perdonar mi origen, si bien mis compañeros me respetaban porque era callado y estudioso” (4).
Humberto Costantini escribe acerca de un gringo; en su “Historia de una amistad”: “a mí me gustaba cuando don Aldo me hablaba de sus cosas. Cuando vine a América, ¿sabe?, me soñaba tener una casa y una familia. Muchos hijos, sabe. Así como usted. O más todavía. Ocho, diez. Una mesa larga, larga, y todos allí a la noche comiendo con buen apetito. En mi ciudad había un sastre que tenía doce. Todos carabineros. ¿Se imagina? Con estos sombreros grandes..., me decía“ (5).
En el cuento “Niebla”, escribe José Luis Pérez: “Era el patio de ladrillos de un inquilinato, pulido por los pasos de fatigados inmigrantes, con enrejados verdes de varillas de maderas entrecruzadas, grandes macetas rojas y amarillas de formas acampanadas llenas de plantas, un gran piletón en el centro, el parral cubriéndolo todo y en una silla baja, sentado, con una chaqueta en su falda y una aguja en su mano, cosiendo con destreza y chupando su pipa, estaba él. Un aroma de uva madura y tabaco fuerte llenaba el espacio, de una vieja radio salía la voz de Beniamino Gigli, cantando “Wien, Wien, nur du allein’ ” (6).
Un amor imposible causa la emigración de un italiano, en un cuento de José Luis Cassini: “El mismo día en que Enrico se hizo cargo de la sastrería, el único auto de la villa se detuvo enfrente. El chofer entró: ‘La hija del Patrón se va a casar con un doctor de Zóppola, como él ha dispuesto; y aquí te manda este dinero a cuenta del traje de novia que le vas a confeccionar’. Enrico lo entregó y se embarcó” (7).
En “La confesión” (8), Víctor Casafús relata un extraño suceso en el que intervino un italiano: “Antes de irme, se me ocurrió pasar por la Sacristía para averiguar el nombre del Santo que tanto bien me había hecho. Para mi sorpresa me dijeron: -No. Con motivo de la pintura se quitaron todos los Santos. Al único que puede encontrar por ahí es a Don Giuseppe, el pintor”.
La historia secreta de un italiano es el tema de “El último patio” (9), de Haydee Massa, que se inicia con estas palabras: “Resolví ir a Jujuy porque en una de las últimas cartas tío Antonio rogaba que lo visitase. Era el hermano menor de mi padre y a éste le hubiese gustado que satisficiera su deseo. Ambos vinieron muy jóvenes desde Italia para establecerse en la Argentina. Después de convivir varios años en Buenos Aires, la afición por la arqueología incitó a tío Antonio a promover investigaciones en los yacimientos indígenas del país. Con el paso del tiempo quedóse definitivamente a vivir en Jujuy”.
En “Desarraigo”, cuento de Ana María de Benedictis, el narrador, que piensa en emigrar de la agobiada Argentina del siglo XXI, se arrepiente, evocando una historia familiar vinculada con la guerra: “Recordó que una mañana muy temprano llegó una carta bordeada de una franja verde, blanca y roja; que la abrió su abuela materna y comenzó a secarse las lágrimas con el delantal; que una a una iban llegando sus tías tratando de frenar el llanto que brotaba sin pedir permiso” (10).
Escribe Marta Díaz Gioffré, en su cuento “El nieto del italiano”, que al protagonista “Siempre lo asombraron los ojos de su abuelo, claros como gotas de agua, y el pincel descarnado con que compuso sobre las paredes de la casa antigua paisajes montañeses hechos con puntitos de colores; debían mirarse de lejos para entenderlos: rebaños derramando su blancura sobre praderas verdes; de cerca, un tul de pintitas sin forma. Se quedó sin preguntarle si conocía la escuela puntillista o era sólo su intuición y la nostalgia de su tierra hecha paisaje. A Vicente esa añoranza se le fue cayendo, como propia, por una mejilla” (11).
Notas
1. House, Guillermo: “El mangrullo”, en L. Gudiño Kramer, J.P. Sáenz y otros:: El cuento argentino 1930-1959* antología. Selecc. prólogo y notas de Eduardo Romano. Buenos Aires, CEAL, 1981. Pág. 83.(Capítulo, vol. 77).
2. Mujica Láinez, Manuel: “El salón dorado 1904”, en Misteriosa Buenos Aires. Buenos Aires, Sudamericana, 1977.
3. Jorgi, Sebastián: "Un día de vida", publicado en la revista Unión Personal Civil de la Nación, Enero-Abril de 1967.
4. Vaccari, Horacio: “Final de juego”, en Cuentos elegidos. Buenos Aires, Troquel, 1978. 138 págs.
5. Costantini, Humberto: “Historia de una amistad” (fragmento), en www.abanico.edu.ar.
6. Pérez, Jose Luis: “Niebla”, en Varios autores: Nosotros el Sur. Selección de Nené D’Inzeo. Buenos Aires, Tu Llave, 1992. 124 pp.
7. Cassini José L.: “El mar en los ojos”, en Rotary Club de Ramos Mejía Comité de Cultura. Buenos Aires, 1994.
8. Casafús, Víctor: “La confesión”, en La esquina literaria. Buenos Aires, Ediciones Tu Llave, 1996.
9. Massa, Haydee: “El último patio”, en La esquina literaria. Buenos Aires, Ediciones Tu Llave, 1996.
10. De Benedictis, Ana María: “El desarraigo”, en El Tiempo, Azul, 24 de marzo de 2002.
11. Díaz Gioffré, Marta Iris: “El nieto del italiano”, en Ni siquiera molinos.de viento. Buenos Aires, Ediciones Tu Llave, 2006.
|
japoneses
Anna Kazumi Stahl es la autora de “Sueño tanguero de un japonés” (1), cuento que comienza así: “Toshiuri Matsushiro arribó a Buenos Aires en 1947 a bordo de un enorme barco vacío. Había viajado –a buen precio- en las apagadas cámaras frigoríficas de la Estrella Austral que proveía al mayor país exportador de carne vacuna en todo el mundo. Cuando bajó, se puso a caminar por la ciudad. Era una figura pequeña y enflaquecida entre tantas personas corpulentas y bien nutridas que poblaban las calles”.
Notas
1. Kazumi Stahl, Anna: “Sueño tanguero de un japonés”, en Catástrofes naturales. Buenos Aires, Sudamericana, 1997. Pp. 200-206.
|
polacos
En “Una patada”, escribe Samuel Glusberg, bajo el seudónimo de Enrique Espinoza: “es necesario estar al tanto de las crueles trabas impuestas en Rusia y Polonia por los secuaces zaristas, para impedir a los jóvenes judíos llegar a las profesiones liberales; y conocer los sacrificios heroicos de aquellos estudiantes de toda la vida, para explicarse el valor que una madre judía concede a su diploma universitario” (1).
En "El barón polaco", Adolfo Pérez Zelaschi relata la historia de un impostor que decía tener esa nacionalidad (2).
En “Permiso, maestro”, Isidoro Blaisten presenta a “La Colorada”, “una polaca llamada Vlasta, es la prima de la pollera” (3).
En “Carroza y reina”, escribe: “Ya se ven las guirnaldas en la laca restallante, las guardas, las cenefas y las volutas de color de fuego, las letras en alegre novecientos en la madera calada, y los lises, las rosas, los tréboles, las fustas con diamantes, los escudos argentinos, las amapolas de cinco pétalos, las guitarras encintadas, los facones con chispitas y el bandoneón desplegado que el maestro filetero León Untroib ha pintado en las cuatro barandas de la carroza, en seis días desde el alba al crepúsculo” (4).
Los inmigrantes padecen las secuelas de la guerra. En un cuento de Sebastián Jorgi, un hombre dice a su mujer: “A la semana de vivir juntos, mamá Freda se largaba a llorar todas las noches en la habitación contigua. Vos me explicaste que estuvo en el Ghetto de Varsovia y no quiere dormir sola porque tiene mucho miedo de sólo pensar que los nazis la llevarán a la casona del fondo del campo” (5).
En “El hijo de Butch Cassidy”, escribe Osvaldo Soriano: “La guerra en Europa había interrumpido los mundiales. Los dos últimos, en 1934 y 1938, los había ganado Italia y los obreros piamonteses y emilianos que construían la represa de Barda del Medio en la Argentina y las rutas de Villarrica en Chile se sentían campeones para siempre. Entre los obreros que trabajaban de sol a sol también había indios mapuches conocidos por sus artes de ilusionismo y magia y sobre todo europeos escapados de la guerra. Había españoles que monopolizaban los almacenes de comida, italianos de Génova, Calabria y Sicilia, polacos, franceses, algunos ingleses que alargaban los ferrocarriles de Su Majestad, unos pocos guaraníes del Paraguay y los argentinos que avanzaban hacia la lejana Tierra del Fuego. Todos estaban allí porque aún no había llegado el telégrafo y se sentían a salvo del terrible mundo donde habían nacido” (6).
Weronicka, la protagonista de un cuento de Natalia Kohen, manifiesta: “vinimos a la tierra elegida por nosotros, a la Argentina, donde rehice mi vida y tuve a mi hija. A pesar de eso, a veces añoro mi tierra natal. En Polonia, cuando tenía dieciocho años, soñaba con ser médica. Aquí soy masajista, hice masajes a todos los que me llamaban, a las gentes más dispares. Ahora, gracias a Dios me doy el lujo de poder elegir...” (7).
El protagonista de “Esperanza”, de Santiago Korovsky, “Con la gente del conventillo se había ido encariñando, había cinco polacos, una pareja de gallegos, una pareja de judíos con un hijo, tres italianos y dos alemanes. Era gente humilde, cariñosa, generosa y solidaria. Algunos habían probado suerte como él, pero, también, habían perdido” (8).
En “Gratitud” (9) -cuento de Leonel Giacometto distinguido con la Tercera Mención en el Concurso Internacional de Cuentos de Temática Judía, convocado por la AMIA-, la narradora recuerda a su abuela inmigrante: “Abuela había nacido en Polonia, y muy joven llegó, en barco, a la Argentina, más precisamente a la ciudad de Rosario. Era lo único, en mis tardes de siete años, que sabía sobre la vida de abuela, que se llamaba Hanna, y no Anna, así, como decía madre que se escribía, con dos enes”.
En “1994 Treblinka: 52 años despues; la carta del abuelo”, de Alberto Mazor, el antepasado le escribe: “Es triste pensar que voy a ser asesinado a sangre fría, es por eso que prefiero no aceptarlo y vivir en funcion del desentendimiento” (10).
Notas
1. Espinoza, Enrique (Samuel Glusberg): “Mate amargo”, en La levita gris Cuentos judíos de ambiente porteño. Buenos Aires, BABEL.
2. Pérez Zelaschi, Adolfo: "El barón polaco", en el gRillo Año 16, N° 47, Julio-Agosto de 2007.
3. Blaisten, Isidoro: “Permiso, maestro”, en Carroza y reina. Buenos Aires, Emecé, 1986. 219 pp.
4. Blaisten, Isidoro: “Carroza y reina”, en Carroza y reina. Buenos Aires, Emecé, 1986. 219 pp.
5. Jorgi, Sebastiàn Antonio: “Tardes del Lorraine”, en Tardes del Lorraine. Buenos Aires, Ediciones del Valle, 1996.
6. Soriano, Osvaldo: “El hijo de Butch Cassidy”, publicado originalmente en el diario Página/12, forma parte de "Cuentos de los años felices", Editorial Sudamericana, 1993. Incluido en Letrópolis (www.letropolis.com.ar), Diciembre de 2006.
7. Kohen, Natalia: “Weronicka, la masajista polaca”, en Todas las máscaras. Buenos Aires, Temas Grupo Editorial, 1997.
8. Korovsky, Santiago: “Esperanza”, en El Jardín de la Esquina / ÆQUALIS
9. Giacometto, Leonel: “Gratitud”, en León, Luis et al.: Rostros de una identidad. Relatos premiados del Concurso Internacional de Cuentos de Temática Judía. Buenos Aires, Editorial Milá, 2004. 96 pp.
10. Mazor, Alberto: Sobre encuentros y despedidas. Buenos Aires, Milá, 2006. 88 pp. (Imaginaria)
|
portugueses
Carlos Molina Massey, en uno de sus cuentos, evoca a un comerciante portugués establecido en la provincia de Buenos Aires. Es el 25 de Mayo. En Mercedes se aprestan a conmemorar la fecha patria. “En la plaza, embanderada, había música y cueterío. Desfile de escolares. Aglomeración de curiosos. Por las calles jinetes gauchos paseaban el lujo de sus fogosos caballos. Don Contreras realizaba su programa anual desde el almacén de don Quintino, el portugués, situado en la esquina crucera de la plaza. Allí tenía concentrada su gente” (1).
En “La caza del yacaré”, escribe Elías Carpena: “de pronto se oyeron unos gritos que surgían de la maraña del monte. Era el portugués Jaime. Entró en la senda con los mismos gritos y se nos allegó. Lo descubrimos transfigurado: en él se dibujaba el espanto. Se puso en los más descontorsionados aspavientos; con el habla trabada e hipando” (2).
Notas
1. Molina Massey, Carlos: “La muerte del pingo”, en El cuento argentino 1930-1959 antología. Buenos Aires, CEAL, 1981.
2. Carpena, Elías: “La caza del yacaré”, en Los trotadores. Buenos Aires, Huemul, 1973.
|
rusos
“La siesta” (1) se titula uno de los cuentos que Alberto Gerchunoff incluyó en Los gauchos judíos. Así comienza: “Sábado, día del santo reposo, día bendecido por los escritos rabínicos y saludado en las oraciones de Yehuda Halevi, el poeta. La colonia duerme en una tibia modorra. Blancas las paredes y amarillos los techos de paja, las casuchas lucen al sol, sol benigno de la primavera campestre. Del cielo, lavado por la lluvia de la víspera, desciende una paz religiosa, y de la tierra se elevan rumores apacibles”.
Alberto Gerchunoff dejó, en el cuento “El día de las grandes ganancias”, testimonio de su época de vendedor ambulante, durante la adolescencia. “Necesitaba poco para abandonar el comercio a que me dedicaba. Era yo entonces alumno del colegio nacional. Había dado examen de primer año, encontrándome imposibilitado para continuar los cursos. Me faltaba el dinero para la matrícula, carecía de libros, del traje de cierta apariencia, a fin de que los camaradas de aula no se burlasen demasiado de mi aspecto gringo” (2).
En “Mate amargo”, escribe Samuel Glusberg: “Las alpargatas criollas y el mate amargo fueron los primeros síntomas de adaptación del tío Petacovsky. Pero la prueba definitiva, la evidenció dos meses más tarde, concurriendo al entierro del general Mitre. Aquella imponente manifestación de duelo popular, lo conmovió hasta las lágrimas, y durante muchos años la recordó como la expresión más alta de una multitud acongojada por la muerte de un patriarca”.
Glusberg evoca en ese cuento, a propósito de la circuncisión del hijo del inmigrante llegado a la Argentina en 1905, un hecho luctuoso: “Sabido es que: de cien judíos que llegan a juntar algunos miles de pesos, noventa y nueve gustan instalarse como verdaderos ricos. De ahí que el tío Petacovsky, que no era de la excepción, amueblara regiamente su casa, comprara piano a la pequeña Elisa, y con motivo del nacimiento de un hijo argentino, celebrara la circuncisión en una digna fiesta a la manera clásica. Era justo. Desde el asesinato del primogénito, en Rusia, el tío Petacovsky esperaba tamaño acontecimiento. Igual que Jane Guitel, él había soñado siempre un hijo varón que a su muerte dijera en su recuerdo esa oración del huérfano judío, que el mismo Heine recordaba en su tumba de lana: Nadie ha de cantarme misa,/ Nadie ‘cádish’ me dirá,/ Sin cantos y sin plegarias/ Mi aniversario fatal...” (3).
En “Las noches de Goliadkin”, H. Bustos Domecq –seudónimo de Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares- evoca el exilio argentino de una princesa rusa. Goliadkin relata su historia: “Veinte años lo separaban de esa noche de pasión, de robo y de fuga; en el interín, la ola roja había expulsado del Imperio de los Zares a la gran dama despojada y al caballerizo infidente” (4).
En “Permiso, maestro”, de Isidoro Blaisten, el narrador cuenta: “Estaba cortando un kilo de colita para la Raquel porque era viernes. (...) La Raquelita, maestro, la de la tiendita, la hija del ruso Mauricio. Todos los viernes me compra colita. La religión de ellos. Los jueves compran marucha, los miércoles entraña de adentro o tortuguita, o entraña finita. Los otros días no compran nada. Le dan al pescado. La religión de ellos” (5).
En “Carroza y reina”, Blaisten escribe: “conseguí que el ruso Kaminski donase las banderas y los banderines” (6).
El libro Cuentos bíblicos y cuentos de la diáspora, de Eugenia Calny, fue distinguido con el primer premio en el Premio Jerusalén 1986, convocado por el Instituto de Intercambio Cultural y Científico Argentino Israelí. Integraron el jurado Raúl H. Castagnino, Angel Mazzei y Haydée Jofré Barroso. El noveno cuento de la diáspora es el titulado "Fantasía"; en él uno de los personajes afirma: "Tu tatarabuelo no viajó nunca a Italia -los ojos se le humedecieron- ni a ningún otro lado. Era un pobre sastre. Sólo conoció privaciones y miseria. Como todos nosotros" (7).
En “El baile”, Jorgi relata: “Había sido Mariuska, hija de una princesa rusa con veleidades de artista plástica, la que lo inició en pormenores del arte. Con tal de conquistarla al fin, le siguió el tren. Después de haberla conocido –recién finalizada la Segunda Guerra Mundial- en un bailongo de la Boca, simuló interesarse por la pintura” (8).
El bisabuelo de Zahira Juana Ketzelman llegó a Azul con su familia, pero, molesto por la actitud de los lugareños para con sus hijas casaderas, se fue de esa localidad (9).
En uno de sus relatos, narra Hilel Resnizky: “En 1870 su abuelo, José Molinas, era el propietario de grandes estancias, de casas de comercio, e incluso de buques y astilleros en la Patagonia. En 1870 apareció un judío ruso, Jacobo Alter Grun, quien se convirtió y casó a su hijo Marcos con la hija de Molinas” (10).
Notas
1. Gerchunoff, Alberto: “La siesta”, en Los gauchos judíos. Incluido en R.J.Payró, J.C.Dávalos, R.Mariani y otros: El cuento argentino 1900-1930 antología. Selección y prólogo por Eduardo Romano, notas por Alberto Ascione. Buenos Aires, CEAL, 1980. (Capítulo, vol. 60).
2. Gerchunoff, Alberto: “El día de las grandes ganancias”, en Cuentos de ayer. Buenos Aires, Ediciones Selectas Amèrica, Tomo I, Nº 8, 1919.
3. Espinoza, Enrique (Samuel Glusberg): “Mate amargo”, en La levita gris Cuentos judíos de ambiente porteño. Buenos Aires, BABEL.
4. Bustos Domecq, H.: “Las noches de Goliadkin”, en H. H. Bustos Domecq, A. Pérez Zelaschi y otros: El cuento policial. Selección de Jorge Lafforgue y Jorge B. Rivera. Buenos Aires, CEAL, 1981. (Capítulo, vol. 104).
5. Blaisten, Isidoro: “Permiso, maestro”, en Carroza y reina. Buenos Aires, Emecé, 1986.
6. Blaisten, isidoro: “Carroza y reina”, en Carroza y reina. Buenos Aires, Emecé, 1986.
7. Jorgi, Sebastián: “El baile”, en Fuga y vigilia. Buenos Aires, Ediciones del Valle, 1996.
8. Ketzelman, Zahira Juana: "Hilda", en Autorretrato al infinito. Buenos Aires, el gRillo, 2006.
9. Resnizky, Hilel: Peregrinación entre patrias. Buenos Aires, Milá, 2001.
10. Calny, Eugenia: Cuentos bíblicos y cuentos de la diáspora. Buenos Aires, Plus Ultra, 1996.
|
sirios
En “El camello ciego”, relata Francisco Montes: “Los sirios sueñan siempre con la dorada esperanza de América. Y Rachid no era diferente. Esas esperanzas, los sueños de riqueza y unas libras en oro que Ibrahin colocó en su bolsillo, lo decidieron. Y días, después, en Lataquia tomaba un buque atiborrado de mugrientos emigrantes con su carga de sueños” (1).
Notas
1. Montes; Francisco: “El camello ciego”, en Leyendas y Aventuras de Alpujarreños, en Unisex. Buenos Aires, Bruguera. 163 pp.
|
suizos
Víctor Juan Guillot, en “Un hombre”, evoca a “Morand, el suizo Morand, tirador infalible, que arrojaba al aire una caja de fósforos y la incendiaba de un tiro de revólver; de él sabíase que más de una vez hiciera blanco sobre cosa seria que una caja de fósforos” (1).
En el cuento "En la Hostería del Alemán", de María Laura Amuchástegui, relata el alemán:
"-No sé si habrá leído en el diario de la capital que dos suizos de por acá, que vivían en un lugar alejado, de una manera bastante primitiva, fueron masacrados por un peón.
Parece que era gente que estaba muy bien en su país, eran empresarios o algo así, y un mal día decidieron dejar todo e instalarse en medio de la selva. Se hicieron construir una casita. No les iba mal alquilando caballos y con los turistas armaban fiestas que duraban toda la noche y hasta se sacaban fotos para recordar. Uno cree que los suizos son prolijos pero viera la mugre de la casita, el teléfono tenía una capa así de mugre.
El mismo peón, un brasilero que hacía trabajos de lo que fuera, que había trabajado para mí, también, me comentaba a veces que iba con los suizos porque necesitaba, que si no. Nunca en su vida ningún ser humano lo había humillado, lo había tratado con el desprecio con que lo hacía esa mujer. Y el problema era sólo con ella, racista la suiza. Le decía Negro, negro, al pintor y hasta lo insultaba por cualquier cosa. Él no, el marido no se metía, se llevaba bien hasta con el negro, con cualquiera" (2).
Notas
1. Guillot, Víctor Juan: “Un hombre”, en El cuento argentino 1900-1930 antología. Buenos Aires, CEAL, 1980.
2. Amuchástegui, María Laura: "En la Hostería del Alemán", en Ciudad de arena (www.ciudaddearena.org), 28 de marzo de 2007.
|
turcos
En la “Cantata para los hijos de Gracimiano”, escribe Daniel Moyano: “Yo conocí a Gracimiana cuando ella todavía era una niña. (...)Los obrajeros y los turcos más ricos de la zona querían casarse con ella. Su desgracia fue Gracimiano. Todavía iba a la escuela cuando lo conoció. Gracimiana envejeció a los treinta años, gastada por él y por los hijos. Después la perdimos de vista, pero quien tuvo la suerte de conocer a Anita, su hija, podía ver otra vez a Gracimiana con las mejillas paspadas por el aire” (1).
En “El mundo, una vieja caja de música que tiene que cantar”, Héctor Tizón describe al “Turco”: “Con la negra barba cortada a golpes de tijera, el pelo sucio, abundante y revuelto de tal manera que pueda encajar dentro del pasamontaña y mantenerse allí por días y noches y días y sobre todo con su andar cauteloso, asentando con seguridad la planta de los pies evoca sin lugar a dudas largas travesías de camelleros en los arenales de Yemen, o en las faldas de Sinaí, o quién sabe dónde” (2).
Escribe Marta Lynch, en “Entierro de carnaval”: “Pasó una murga en traje de raso negro y amarillo que llevaba un cartelón ‘Los pesados de San Justo’ y un conjunto de chicas de la fábrica, disfrazadas de hawaianas. Pasó el carro del lechero adornado como para las fiestas patrias con una familia entera que cantaba cumbias y estribillos de Perón y pasó también el turco de la carnicería con un traje nuevo” (3).
El protagonista de “Rubishimón Benyojai”, cuento de Luis León, recuerda los relatos de su abuela sefaradí: “- Rubí Shimón Ben Iojai, mos acompaña akí y en la kái, Alfridico. Cuando lo bushkaron para matarlo, fuyieron él y su isho a la muntanyia. Era un cuento como cualquier otro. A la abuela Masaltó le agradaba narrarnos trozos bíblicos, que de vez en cuando mechaba con un poco de cábala y fábulas de Esopo. Yo la escuchaba con admiración, y habitualmente, haciendo dibujos sobre cartón, yo levantaba cada tanto mi cabeza, para controlar que no callara, y volvía a bajarla en silencio, para zambullirme en el dibujo, sin saber en realidad si debía entender todo lo que ella me contaba, o simplemente disfrutar del misterio de escucharla” (4).
En el cuento de Luis León, “Izmir, Vísperas de Pésaj”, judíos de Esmirna preparan su viaje hacia la “Aryintina, como Ierushalám, tierra prometida de leche y miel...” (5).
En “Chacarita, Vísperas de Pésaj”, otro sefaradí proveniente de Esmirna recuerda con disgusto su paso por el hotel de inmigrantes: “Cuarenta días en el vapor no fueron menos que cuarenta años en el desierto, y al llegar, ese hotel. Parecido a la timaraná de Chesmé, igual a ese manicomio donde murió Doudou, su madre que nunca lo abandonaba, y comenzó a dejarlo un día, de a poco, en su cerebro, poco a poco hasta olvidar quién era su único hijo, y otro día se fue entre esas paredes ajenas. Esas inmensas salas llenas de camas, donde cada uno hablaba de lo suyo y sin que nadie los entienda” (6).
Dyusepo –protagonista de “El sueño de Dyusepo”, cuento de Luis León distinguido con el Primer Premio en el Concurso Internacional de Cuentos de Temática Judía, convocado por la AMIA- ”reconocía su dicha al llegar al Río de la Plata. Dios había sido hartamente piadoso con él, aquel día en que Nissim Janná esperó largas horas en el puerto hasta que el enorme cuerpo de metal llegó a la dársena y con su mujer y sus dos pequeñas hijas, subieron al carro que los llevaría a esa pieza de 25 de Mayo y Viamonte” (7).
Un inmigrante, personaje de un cuento de José Mantel, relata su historia: “-Apenas tenía quince años cuando vine de Izmir con mi padre viudo. No tuvo suerte, y al tiempo decidió probar en otro lado, dejándome con una prima suya. No lo vi nunca más, no sé nada de él, ni siquiera si está vivo o muerto. La prima estaba casada con un mal hombre, que cuando se hacía ‘preto candil’ le daba ‘jaftonás’. Un día quiso pegarme a mí, y le partí la cabeza con un banco que había en la cocina. Salí de la casa, sabiendo que no podría volver más” (8).
En dos cuentos de Carolina de Grinbaum aparece el turco comerciante. En “La inocencia de los culpables”, escribe: “Nadie faltó al convite, desde el boticario, el Juez de Paz, el turco del almacén, el cura párroco, el comisario y algunos vecinos de vieja data. La cosa daba para gran jolgorio”. En “Un amarillo hiriente”, leemos: “Estaban sólo ellos y el pudor en la rústica cortina comprada al turco, única escenografía florida, entre esa aridez” (9).
En “El elegido”, Alberto Benchouam relata: “Los bordes ajados lo dificultaban, pero tras un minucioso examen a trasluz, Víctor Pardo logró descifrarla: la fotografía había sido tomada en el mes de marzo de mil novecientos veinticinco. Desde la imagen en sepia, amarillenta y borrada en la parte inferior, una mujer joven semi acostada en un sillón, sostenía sentados, uno en cada rodilla, a dos niños vestidos de idéntica forma y aparentemente de la misma edad, de rasgos iguales, aunque uno de ellos miraba la cámara de frente, mientras que el otro giraba un poco el rostro, como si en ese momento se hubiera distraído con una imagen o palabra. Un poco más atrás, y sosteniendo el vestido de la mujer, una niña de unos cuatro años, con una muñeca cuyas piernas se iban del encuadre” (10).
En "El comisario Gorra Colorada", de Alberto E. Azcona, relata uno de los personajes: 'Nadie se movía. Mejor dicho, algunos movimientos se escuchaban, pasos, sables, espuelas, desde los árboles donde estábamos emboscados; pero nadie aparecía en el claro que rodeaba el refugio del 'Turco Azul'.
No insistí, por que es malo ordenar y que no le obedezcan; así que para no complicarme en esa cobardía del montón, enderecé callado y ligero como una luz hacia el rancho.
Y cuando todos creían que iba a forzar la puerta y ya veían salir al Turco a trabucazos y cuchilladas, me trepé por los costados y subí al techo de paja brava de aquella miserable habitación.
Separé un poco las pajas, y allí abajo lo ví dormido al gigantesco matrero. Rápido me largué hacia adentro y caí parado con el revólver en la mano, que lo puse despacito con la boca del caño en la sien del paisano. Abrió los ojos muy grandes, se hizo cargo de la situación, y mansito se entregó.
Cuando salimos, él adelante con los brazos en alto y yo cargándolo de atrás con el 45 gatillado, los vigilantes avanzaron y le apuntaron aparatosamente con los rémington. Nada me dijeron y nada les dije".
Notas
1. Moyano, Daniel: “Cantata para los hijos de Gracimiano”, en Hernández, J.J., Tizón, H., Blaisten, I. y otros: El cuento argentino 1959-1970 antología. Buenos Aires, CEAL, 1980.
2. Tizón, Héctor: “El mundo, una vieja caja de música que tiene que cantar”, en Hernández, J.J., Tizón, H., Blaisten, I. y otros: El cuento argentino 1959-1970 antología. Buenos Aires, CEAL, 1980.
3. Lynch, Marta: “Entierro de Carnaval”, en Los cuentos tristes. Buenos Aires, CEAL, 1967, pp. 132-3.
4. León, Luis: “Rubishimón Benyojai”, en SEFARaires, Nº 4, 2002. Buenos Aires. (sefaraires@fibertel.com.ar).
5. León, Luis: “Izmir. Vísperas de Pésaj”, en SEFARAIRES.
6. León, Luis: “Chacarita. Vísperas de Pésaj”, en SEFARAIRES.
7. León, Luis: “El sueño de Dyusepo”, en León, Luis et al.: Rostros de una identidad. Relatos premiados del Concurso Internacional de Cuentos de Temática Judía. Buenos Aires, Editorial Milá, 2004. 96 pp.
8. Mantel, José: “La historia de Yaquito Péres (3) La confesión de Yusef”, en SEFARaires, N° 13, Mayo de 2003..
9. Grinbaum, Carolina de: La inocencia de los culpables. Buenos Aires, e.g, 2003.
10. Benchouam, Alberto: “El elegido”, en SEFARAires, Nª 49, Mayo de 2006.
|
ucranios
En “Lotz no contesta” (1), el narrador, Pecheny, tiene el apellido de algunos inmigrantes llegados de Ucrania.
Natalia Kohen evoca, en “El gran sueño” (2), la festividad de Pesaj. Relata la narradora, refiriéndose a su abuela llegada desde Ucrania: “Me pide que la ayude ‘aunque sea un poquito’: estamos en Pesaj (1) y me transformo en su ayudante de cocina. Colaboro con el guefilte fish (2), con los farfalaj (3) para la goldene iuj (4), y con los kneidlaj (5). Con qué fruición hundo mis manitas en la harina de matze (6) húmeda, para moldear los bocadillos. Qué trabajo me da pronunciar esas palabras en idisch, la abuela me ayuda, y también a percibir los aromas apetitosos con que se va saturando nuestro entorno”. (1) conmemoración de la salida triunfal del pueblo judío de su cautiverio en Egipto / (2) pescado relleno / (3) masa cortada en trocitos para acompañar sopas y guisos / (4) caldo de gallina / (5) bocadillos de harina de matze / (6) pan ácimo.
Notas
1. Blaisten, Isidoro: “Lotz no contesta”, en Carroza y reina. Buenos Aires, Emecé, 1986. 219 pp.
2. Kohen, Natalia: “El gran sueño”, en Todas las máscaras. Buenos Aires, Temas Grupo Editorial, 1997.
|
sin mención de origen
En “Doña Rita Material”, relato de Juan Bautista Alberdi, una mujer se queja de la imparcialidad de un juez: “Mi primo, el alcalde de este barrio, con quien nos hemos criado juntos, uña y carne con Donato, mi marido, que todos los días viene a casa, y muchas veces se queda a comer, a quien no hace tres días le mandé un pastel de choclos, ha tenido alma de sentenciar en contra nuestra, en una demanda que tenemos contra un gringo, ¡y contra un gringo, vea Ud!, por unos espejos que nos vendió muy caros, y se los quisimos devolver a los seis días” (1).
En “El pozo” (2), de Benito Lynch, relata el narrador: “Si ‘El Gringo’ estaba en ‘La Fortuna’ a pesar de las múltiples ocupaciones que le reclamaban desde la capital: remar, nadar, levantar pesas, arrojar la bala ‘y hasta’ prepararse para dar alguna materia de ingeniería en los complementarios de febrero; era simplemente por hacer una obra de caridad...”.
En “Lotz no contesta”, cuento de Isidoro Blaisten que integra Carroza y reina, volumen distinguido con el Premio Fortabat, aparece una alusión a los gringos: “Pecheny (...) dio vuelta varias veces el sobre del papel, lo abrió, leyó todo lo que decía: Papel de fumar – 75 hojas. El Surubí . Marca registrada. Tírese suavemente de la hoja. Selecta SAIC – Goya. Corrientes Papel engomado. Lotz se reía: ¿Cuándo piensa comprar los cigarrillos hechos, Pecheny? Ya ni los gringos de las colonias” (3).
En “Esperanza”, escribe Santiago Korovsky: “Un 27 de Abril partió de su casa. En el viaje, la mitad de los días se los pasó en la borda, con la cara verde, el estómago revuelto, mirando cómo lo poco que había comido caía al mar. Cuando se sentía mejor lo obligaban a entrar de nuevo a una bodega, sin ventanas, donde había unas cuatrocientas personas más. Ahí era peor, el movimiento del barco se sufría más, y el aire no circulaba bien” (4).
En su cuento “El cardenal”, Márgara Averbach escribe: “Yo siempre habìa querido un cardenal. En ese entonces, habìa muchos en los àrboles de la casa de las tìas, como flores rojas màs ràpidas que las otras. Y el abuelo, -que había nacido en una ciudad de Europa y después se había visto obligado a convertirse en gaucho judío, una conjunción inimaginable para él, supongo- me habìa prometido cazar uno para mì ese verano” (5).
De otro agricultor judío, “Aarón”, y su esposa, dice María Inés Krimer: “Aarón cerró la Biblia y se puso de pie para apagar la hornalla de la cocina. Dio unos golpecitos al mate para asentar la yerba y empezó a cebar. Vivía en un campito con su mujer, Clara. Nadie pudo explicar por qué terminaron ahí, perdidos en el medio de la pampa, cuando parientes y amigos se habían dirigido a las colonias de Santa Fe, Entre Rios y Chaco” (6).
Hilel Resnizky dedica Peregrinación entre patrias a la memoria de sus padres y su hermano, “como homenaje a la judería argentina, que supo unir valores”. El volumen consta de tres partes, cada una de las cuales muestra “características distintas que van de un realismo sentimental a un surrealismo –o metarrealismo- de mirada alerta”. La primera, “Argentino y Judío a mucha honra pretende presentar esbozos, aunque sean aislados, de la epopeya de la colonización judía en la Argentina”. Aparecen entonces los gauchos judíos, los conservadores y radicales, la discriminación, el tesón, la victoria y la desazón que caracterizaron a toda una época (7).
Notas
1. Alberdi, Juan Bautista: “Doña Rita Material”, en Varios autores: 20 relatos argentinos 1838-1887. Selección y prólogo de Antonio Pagés Larraya. Ilustración en colores de Horacio Butler. Buenos Aires, Eudeba, 1961.
2. Lynch, Benito: “El pozo”, en Lynch, Benito: Cuentos. Selección, prólogo y notas por Ana Bruzzone. Buenos Aires, CEAL, 1980. (Capítulo, vol. 70).
3. Blaisten, Isidoro: “Lotz no contesta”, en Carroza y reina. Buenos Aires, Emecé, 1986. 219 pp.
4. Korovsky, Santiago: “Esperanza”, en El Jardín de la Esquina / ÆQUALIS /
5. Averbach, Màrgara: “El cardenal”, en Aquì donde estoy parada. Còrdoba, Alciòn, 2002.
6. Krimer, Marìa Inès: en El Tiempo, Azul, 9 de febrero de 1997.
7. Resnizky, Hilel: Peregrinación entre patrias. Buenos Aires, Milá, 2001.
|
varios
En “Santana”, uno de los Cuentos de la oficina, Roberto Mariani se refiere a los habitantes de un conventillo: “Una de estas antiquísimas mansiones actualmente agoniza en conventillo. En sus espaciosas habitaciones donde acaso en 1815 ó 1820 algún general de la Independencia abandona esposa e hijas para ir a satisfacer su sed patriótica en los abiertos campos de batalla, hoy conviven apretujadas seis u ocho familias de las más diversas nacionalidades, y costumbres contradictorias hasta la beligerancia. Italianos, franceses, turcos, criollos. La última habitación la ocupa un griego relojero” (1).
En “Una patada”, escribe Samuel Glusberg, bajo el seudónimo de Enrique Espinoza: “es necesario estar al tanto de las crueles trabas impuestas en Rusia y Polonia por los secuaces zaristas, para impedir a los jóvenes judíos llegar a las profesiones liberales; y conocer los sacrificios heroicos de aquellos estudiantes de toda la vida, para explicarse el valor que una madre judía concede a su diploma universitario” (2).
En “Trampa” (3), escribe Elías Carpena: “El niño Prudencio Suárez mantenía con Aquiles una amistad más entrañable que la fraternal. (...) Hacían juntos los deberes y estudiaban en la casa de Aquiles. Los afligían las mismas cosas y recibían por igual el contento. En las siestas de verano salían unidos a las quintas; a la del francés le quitaban los melones y sandías a las del vasco”.
Víctor Juan Guillot, en “Un hombre”, evoca a inmigrantes de varias nacionalidades. Un danés es el protagonista: “Como hombre, el teniente Christiansen era verdaderamente un hombre. Eso no lo había dicho el capitán Romero, y el capitán Romero, en Chile, se batiera con tres oficiales en tres días seguidos, matando a uno, hiriendo a otro y recibiendo del tercero ese sablazo que le alcanzaba de la sien izquierda al ángulo de la boca; ni el escocés Mac Dougall, un antiguo administrador de yerbales, del que se contaban en voz baja muchas cosas; ni, finalmente, Morand, el suizo Morand, tirador infalible, que arrojaba al aire una caja de fósforos y la incendiaba de un tiro de revólver” (4).
En “Mamá reencuentra a granmamá”, relata Anderson Imbert: “Jeanette creció en un hogar modesto: su padre, Humberto Groppa, fotógrafo: su madre, Yvonne, ama de casa. (...)¡Conque ella, Jeanette, descendia de una familia linajuda! AI menos por el lado de la madre, porque por el lado del padre... bueno... EI padre, socialista, Ie habia contado que los Groppa que dejó en Italia eran proletarios (del "Iumpenproletariat" recalcaba, orgulloso de haber superado ese humilde origen). Lo extraño era que su madre nunca Ie dijo que los Longueval fuesen de abolengo. 0 quiza se lo dijo, pero sin énfasis, y por eso ella tampoco Ie dio importancia” (5).
En “Carroza y reina”, relata Isidoro Blaisten: “La señora Zúñiga, subiendo la pollera de su largo sari turquesa, corre por el medio de la calle y sus altos tacones repiquetean como un eco. Detrás el padre Agustino del Mónaco y el maestro filetero León Untroib hablan mientras corren. En la vereda del Banco Popular, el vocal Cavalcanti ha abierto una brecha por donde pasan el representante de Sadaic, la viuda de Borsini y el presidente del Hogar Croata. Enredadas en los ruedos de sus vestidos, las esposas de los vocales suplentes corren detrás de sus esposos” (6).
El protagonista de “Unisex”, de Francisco Montes expresa: “Yo, Tufic Farjat Gurruchaga (hijo de libanés y catalana) funcionario municipal de la noble San Luis de la Punta de los Dos Venados, mercedino de nacimiento, categoría 22 en el escalafón municipal, con tres años de filosofía (que no me sirven para nada) y tres de francés en la Alianza Francesa (que de algo me sirven ahora), tomé la excursión a Europa con mi mujer y dos parientes, antes de jubilarme y quedar anclado por secula seculorun” (7).
En “El hijo de Butch Cassidy”, escribe Osvaldo Soriano: “La guerra en Europa había interrumpido los mundiales. Los dos últimos, en 1934 y 1938, los había ganado Italia y los obreros piamonteses y emilianos que construían la represa de Barda del Medio en la Argentina y las rutas de Villarrica en Chile se sentían campeones para siempre. Entre los obreros que trabajaban de sol a sol también había indios mapuches conocidos por sus artes de ilusionismo y magia y sobre todo europeos escapados de la guerra. Había españoles que monopolizaban los almacenes de comida, italianos de Génova, Calabria y Sicilia, polacos, franceses, algunos ingleses que alargaban los ferrocarriles de Su Majestad, unos pocos guaraníes del Paraguay y los argentinos que avanzaban hacia la lejana Tierra del Fuego. Todos estaban allí porque aún no había llegado el telégrafo y se sentían a salvo del terrible mundo donde habían nacido” (8).
En uno de sus relatos, narra Hilel Resnizky: “En 1870 su abuelo, José Molinas, era el propietario de grandes estancias, de casas de comercio, e incluso de buques y astilleros en la Patagonia. En 1870 apareció un judío ruso, Jacobo Alter Grun, quien se convirtió y casó a su hijo Marcos con la hija de Molinas” (9).
El protagonista de “Esperanza”, de Santiago Korovsky, “Con la gente del conventillo se había ido encariñando, había cinco polacos, una pareja de gallegos, una pareja de judíos con un hijo, tres italianos y dos alemanes. Era gente humilde, cariñosa, generosa y solidaria. Algunos habían probado suerte como él, pero, también, habían perdido” (10).
Notas
1. Mariani, Roberto: “Santana”. Citado por Páez, Jorge en El conventillo. Buenos Aires, CEAL, 1970.
2. Espinoza, Enrique (Samuel Glusberg): “Una patada”, en La levita gris Cuentos judíos de ambiente porteño. Buenos Aires, BABEL.
3. Carpena, Elías: “Trampa”, en Carpena, Elías: Los trotadores. Buenos Aires, Huemul, 1973. Pág. 121.
4. Guillot, Víctor Juan: “Un hombre”, en R. J. Payró, J. C. Dávalos, R. Mariani y otros: El cuento argentino 1900-1930 antología. Selección y prólogo por Eduardo Romano; notas por Alberto Ascione. Buenos Aires, CEAL, 1980. (Capítulo, vol. 60).
5. Anderson Imbert, Enrique: “Mamá reencuentra a granmamá”, en Dos mujeres y un Julián (1982), en Narraciones completas, Vol. II. Buenos Aires, Corregidor, 1990.
6. Blaisten, Isidoro: “Carroza y reina”, en Carroza y reina. Buenos Aires, Emecé, 1986.
7. Montes, Francisco: “Unisex”, en Unisex. Buenos Aires, Bruguera.
8. Soriano, Osvaldo: “El hijo de Butch Cassidy”, publicado originalmente en el diario Página/12, forma parte de "Cuentos de los años felices", Editorial Sudamericana, 1993. Incluido en Letrópolis (www.letropolis.com.ar), Diciembre de 2006.
9. Resnizky, Hilel: Puentes de papel. Buenos Aires, Milá, 2004.
10. Korovsky, Santiago: “Esperanza”, en “Bienvenidos al Concurso Literario 1997”, El Jardín de la Esquina / Aequalis.
|
Cuentos infantiles y juveniles
En Palermo, en las primeras décadas del siglo XX, Fernando Da Salerno, protagonista de un cuento de Fernando Sorrentino, se casa con una descendiente de libaneses. Relata el narrador: “En aquella época los árabes –o, al menos, los libaneses de doña Ibrahima- tenían la costumbre de que los recién casados se retirasen temprano de la fiesta para tener su primera cena en su nueva casa” (1).
Notas
1 Sorrentino, Fernando: “Hombre de recursos”, en La venganza del muerto y otros cuentos con astucias. Buenos Aires, Alfaguara, 1997.
Españoles
Gallegos
Elena Guimil es la autora de “Mi búho” (1), uno de los seis relatos del Premio La Nación 1999 de Cuento Infantil. En ese relato, la escritora recuerda la oportunidad en que su padre, “un gallego fornido” le trajo un pichón. Acerca del texto premiado, afirma la autora: “Este cuento nació en un momento muy especial de mi vida, donde los recuerdos de la niñez se hacen vívidos, provocados por un hecho sutil: encontrarme de frente con los grandes ojos amarillos de un pichón de lechucita, parado en un alambre de un camino de tierra rumbo a un campo”.
Notas
1. Guimil, Elena: “Mi búho”, en El desafío. Buenos Aires, Sudamericana, 2000.
Franceses
Carlitos Gardel protagoniza una historia de Graciela Beatriz Cabal, quien relata que el pequeño ”se había ido por esas calles de Dios, colgado del pescante de algún carro lechero. Cuando aparecía de vuelta en el conventillo, la madre lo corría por el patio, con la chancleta en lo alto, las peinetas a medio salir y los pelos tapándole los ojos. -¿Dónde anduviste metido, desgraciado?- parece que quería decirle. Pero como estaba muy enojada se lo decía en francés (idioma rarísimo pero que era el de ella). Y entonces los vecinos, que habían sacado las sillitas a la puerta de las piezas para observar todo con detalle (sin intervenir porque una madre es una madre), se quedaban en ayunas” (1).
En “El ovillo del destino”, escribe Emilio Saad: “no podía negarse que Buenos Aires progresaba. Ya tenía ferrocarril, calles empedradas y alumbrado público. La aduana proveía riquezas y al puerto llegaban cada vez más inmigrantes. Algunos llamados por el propio gobierno, como Monsieur Duclós, el otro habitante de la casa. Un biólogo que tenía la misión de estudiar la flora de la provincia. Era un caballero alto y distinguido y al hablar, apenas se notaba su acento. A Lina lo que mas le sorprendia era su sencillez” (2).
Notas
1 Cabal, Graciela Beatriz y Contarbio, Delia: Carlitos Gardel. Buenos Aires, Libros del Quirquincho, 1991.
2 Saad, Emilio: “El ovillo del destino”, en Varios autores: La ultima rebelion y otros cuentos de nuestra historia. Ilustraciones: Graciela Sennes. Buenos Aires, Amauta, 2006. 112 paginas. (Narrativa infantil argentina)
Galeses
Cuentan en la Patagonia (1), de Nelvy Bustamante, reúne siete relatos en los que se honra al indígena y en los que se homenajea la gesta de los galeses que cruzaron el mar para asentarse en Chubut. "Rachel” evoca las penurias de los galeses en sus primeros tiempos en la nueva tierra. Cuando todo parece perdido, una idea de la mujer hace que la situación se revierta. “El trueque”, narrado a partir del cuento “Kaliats”, de Huberto Cuevas Acevedo habla acerca de la bonhomía del indio que cambia su caballo por un reloj y, al ser sospechado de robar el animal, lo busca hasta restituírselo al dueño. “Una nota para el Hen Wlad” se titula este cuento basado en un relato que forma parte de las memorias de John Daniel Evans; en él se denuncia la crueldad de algunos hombres blancos para con los indígenas, y el inmenso dolor de un galés que encuentra prisionero a su amigo tehuelche: “John se arrimó a su amigo. Le dio el pan y los alimentos que tenía, y apretando sus manos cuarteadas a través del alambre, se despidió prometiéndole que volvería a buscarlo”. Cuando el galés vuelve, el indio ha fallecido. “Malacara” relata la historia del caballo que salvó al galés Evans, caballo que vuelve como fantasma para salvar a un descendiente del hombre.
Notas
1 Bustamante, Nelvy: Cuentan en la Patagonia. Ilustraciones: Lucas Nine. Buenos Aires, Sudamericana, 2005. 64 pp. (Cuentamérica).
Húngaros
En "El amigo", de Susana Goldemberg, relata el protagonista: "Hungría es mi país de origen. Argentina, mi patria. Mi casa natal, las casas de mis primos, las de todos los miembros de mi familia, eran hermosas y amplias residencias enclavadas en la campiña" (1).
Notas
1. Goldemberg, Susana: "El amigo", en Cuentos de la bobe. Santa Fe, Librería y Editorial Colmegna, 1976 (Colección Entre Ríos). Prólogo de César Tiempo. Foto de tapa: Pedro Luis Raota (E. FIAP).
Italianos
Campania
En Palermo, en las primeras décadas del siglo XX, vive Fernando Da Salerno, protagonista de un cuento de Fernando Sorrentino, con su madre. En la calle Costa Rica -relata el narrador-, “en un cuartucho de un conventillo grisáceo, nos arrinconábamos mi madre y yo. Mi madre, llamada doña Ferdinanda, y siempre vestida de negro, pertenecía, simultáneamente, a tres categorías (no incompatibles), a saber: a) santa viejecita; b) viuda; c) napolitana. A pesar de lo Rica que era la Costa de nuestra calle, vivíamos en la peor de las pobrezas y no teníamos ni dónde caernos muertos” (1).
Piamonte
Del Piamonte vino la abuela de María Teresa Andruetto, quien contaba a sus nietas los relatos que la escritora reunió en Benjamino (2). Dedica este libro, en el que reescribe dos cuentos tradicionales, “a la nonna Felicitas”. Sobre ella expresa: “Mi abuela Felicitas, la mamà de mi mamà, fue colchonera, en el tiempo en que los colchones eran de lana, se apelmazaban y debìan desarmarse y rehacerse cada tanto. De ella recuerdo casi todo, porque la tuve hasta que fui grande: su casa de Arroyo Cabral, donde nacì, el piso fresco de ladrillos de esa casa, las màquinas de tisar lana, sus amigas hablando en una lengua desconocida para mì, sus comidas deliciosas (¡el dulce de leche azucarado!), su cara gordita, las mejillas coloradas, el pelo blanco que prendìa con horquillas en un rodete... Horquillas, rodetes, colchones apelmazados, màquinas de tizar lana... nombres de cosas que ya no existen”.
Comenta el origen de los dos cuentos incluidos en el libro –“Benjamino” y “Zapatero pequeñito”-: “Ella habìa nacido en un pequeño pueblo del Piamonte, al norte de Italia, y de esa regiòn vinieron hasta mì las aventuras de Gioaninn ca boija (Juancito, el que se las ingenia) y Ciavtin cit (el zapatero pequeñito) que nos contaba, tal vez para mostrarnos que, por màs pequeño que uno sea, puede, con algo de astucia y un poco de suerte, engañar a los lobos y a los ogros” .
Sicilia
Ema Wolf afirma que no sólo venían personas en los barcos. Venían también extraños personajes como el Mamucca, un duende que llegó desde Sicilia: “Con toda seguridad llegó acá en un barco. Lo habrá traído algún inmigrante en su bolsillo, en la bocamanga de los pantalones o en el pliegue del sombrero. Lo habrá traído sin querer, sin darse cuenta. Porque uno puede mudarse de continente llevando hasta un ropero, pero a nadie se le ocurriría cargar a propósito con algo tan fastidioso como el Mamucca” (3).
Notas
1 Sorrentino, Fernando: “Hombre de recursos”, en La venganza del muerto y otros cuentos con astucias. Ilustr. Jorge Sanzol. Buenos Aires, Alfaguara, 2003.
2 Andruetto, María Teresa: Benjamino. Buenos Aires, Sudamericana, 2002.
3 Wolf, Ema: “El mamucca” en Clarín, Buenos Aires, 22 de marzo de 1998.
Rusos
Acerca de Cuentos de la bobe, escribe Susana Goldemberg: "El presente libro es netamente histórico. No me he apartado un ápice de la verdad. La totalidad de su contenido es auténtico, real; ha ocurrido tal cual como se narra. Por respeto a los niños. Por respeto a los protagonistas. Y porque son tan bellas y profundas sus experiencias, que no cabe ninguna modificación que las altere, ni en favor de la poesía, ni en pro de la fantasía".
Uno de los cuentos incluidos en este volumen escrito "Por y para" sus hijos, es “Papá”. En él, Goldemberg recrea una despedida: “Argentina. El nombre raro. Otro país. Del otro lado del mar. Papá trató de explicarme: -Es un país grande, rico, generoso. Allí respetan a todos los hombres del mundo que quieran trabajar sus tierras. No importa en qué templo o en qué idioma le hablen a Dios. Enseguida papá me alzó en sus brazos. Con torpes manos, recorrió mi cara: los rulos sobre la frente, las cejas, el dibujo de mi nariz, la línea de los labios. Y pellizcó mi mentón, como siempre lo hacía cuando me daba el beso de las buenas noches” (1).
El pequeño protagonista de “Historia con tango y misterio”, de Oche Califa, pregunta por qué sus abuelos emigraron de Rusia. El padre le contesta: “Por el ejército del zar. Cada vez que aparecían por la aldea donde vivía era para llevarse a los jóvenes a pelear en alguna guerra en la otra punta del país” (2).
Notas
1. Goldemberg, Susana: "Papá", en Cuentos de la bobe. Santa Fe, Librería y Editorial Colmegna, 1976 (Colección Entre Ríos). Prólogo de César Tiempo. Foto de tapa: Pedro Luis Raota (E. FIAP).
2. Califa, Oche: “Historia con tango y misterio”, en Un bandoneón vivo. Buenos Aires, Sudamericana, 2002.
Sin mención de origen
Marcelo Birmajer evoca su experiencia en la primaria. A propósito de un hecho que está relatando, dice: “La historia transcurre en el colegio Doctor Hertzl, una institución judío-laica donde cursé hasta el cuarto grado de la escuela primaria. No pasé de cuarto grado porque el estudio simultáneo del inglés, el hebreo y el castellano, sumado a una confusa situación familiar, me dejó varado en una dislexia consistente en escribir el castellano de derecha a izquierda, como el hebreo; y el hebreo de izquierda a derecha, como el castellano. Sin duda podría haberme presentado como atracción en un circo grafológico, pero no era la habilidad más indicada para cursar regularmente el cuarto grado” (1).
Notas
1 Birmajer, Marcelo: No es la mariposa negra. Buenos Aires, Sudamericana, 2000.
Varios
Había inmigrantes entre los personajes de “No hagan olas”, de Elsa Bornemann: “En aquel conventillo de Buenos Aires, cercano al puerto y donde vivían hace muchos años, los inquilinos argentinos tenían la costumbre de poner apodos a los extranjeros que –también- alquilaban alguna pieza allí. No eran nada originales los motes, y errados la mayoría de las veces, ya que –para inventarlos- se basaban en el supuesto país o región de procedencia de cada uno. Tan supuesto que –así, por ejemplo- don José era llamado ‘el Ruso’, aunque hubiera nacido en Ucrania... A Sabadell, Berenguer y sus esposas les decían ‘los gallegos’, si bien habían llegado de Barcelona sin siquiera pisar Galicia... Apodaban ‘los turcos’ al matrimonio de sirilibaneses; ‘los tanos’, a la pareja de jóvenes italianos de Piamonte que jamás habían conocido Nápoles e –invariablemente- ‘el Chino’, a cualquier japonés que diera en fijar allí su transitorio domicilio. Sin embargo, podríamos deducir un poco más de conocimientos geográficos, de información y hasta cierto trabajo imaginativo por parte de aquellos pensionistas argentinos, de acuerdo con los sobrenombres que les habían adjudicado a la dueña de la casona y a su hijo. Ambos eran griegos. Por lo tanto ‘la Homera’ y ‘el Homerito’, en clara alusión al autor de La Ilíada y La Odisea, el genial Homero. Por supuesto, a todas las criaturas que habitaban esa construcción tipo ‘chorizo’ (cuartos en hilera, cocina y bañitos ídem, abiertos a ambos lados de un patio), los `rebautizaban’ con los mismos motes que sus padres, sólo que en diminutivo” (1).
En Historias de inmigrantes, escriben María Cristina Alonso y Marta Pasut: “El mar es como una sábana grande, tan grande que no tiene bordes”, decía la mamá de Catalina mientras guardaba camisas, manteles, cacerolas y herramientas en un baúl enorme. Y del otro lado de esa sábana sin bordes hecha toda de agua, le contaba, estaba América. ¿Serían los campos de América como una sábana grande sin bordes, toda llena de hierba? Catalina llevaba sus tesoros: una muñeca de trapo, un librito con flores y peces y una caja con piedritas de colores. Como tenía miedo de olvidarse de las cosas que amaba, había anotado en papelitos las palabras que nombraban su mundo. Le parecía que si escribía fuente, río, montaña, oveja, árbol, casa, se llevaría esas cosas con ella. Y junto a esos papelitos, llevaba otro muy importante para ella: ¡una carta de amor!” (2).
Notas
1 Bornemann, Elsa: No hagan olas (Segundo pavotario ilustrado. 12 cuentos). Ilustraciones: O´Kif. Buenos Aires, Alfaguara, 1998.
2 Alonso, María Cristina y Pasut, Marta: Historias de Inmigrantes. Ilustraciones: Mirella Musri. Editorial Homo Sapiens, 2005. (La Flor de la Canela)
|
|
.....
Los inmigrantes que se afincaron en la Argentina aparecen en estos cuentos con sus sentimientos, sus costumbres y peculiaridades. Son personajes de ficción entrañables, testimonio de una época que muchos conocen sólo a través de los relatos de sus mayores.
|
|
Apéndice
INMIGRANTES Y EXILIADOS LLEGADOS A LA ARGENTINA HASTA 1810
Manuel Mujica Láinez, en “El espejo desordenado (1643)”, relata: “Simón del Rey es judío. Y portugués. Disimula lo segundo como puede, hablando un castellano de eficaces tartamudeos y oportunas pausas. Lo primero lo disfraza con el rosario que lleva siempre enroscado a la muñeca, como una pulsera sonora de medallas y cruces, y con un santiguarse sin motivo. Pero no engaña a nadie. Asimismo es prestamista y esto no lo oculta. Tan holgadamente caminan sus negocios, que sus manejos mueven una correspondencia activa, desde Buenos Aires, con Chile y el Perú. Se ha casado hace dos años con una mujer bonita, a quien le lleva veinte, y que pertenece a una familia de arraigo, parapetada en su hidalguía discutible. La fortuna y la alianza han alentado las ínfulas de Simón, hinchándole, y alguno le ha oído decir que si se llama del Rey por algo será, y que si se diera el trabajo de encargar la búsqueda a un recorredor de sacristías, no es difícil que encontraran un rey en su linaje” (1).
Notas
1 Mujica Láinez, Manuel: “El espejo desordenado (1643), en Misteriosa Buenos Aires. Buenos Aires, Sudamericana, 1977.
INMIGRANTES EN EL FUTURO
Uno de los personajes de "Tiresias", cuento de Carlos Gamerro incluido en Buenos Aires 2033 (1), es el Tano.
En "Timbuctú", cuento de Carlos Gardini, aparece el polaco Olsanski.
Notas
1 Guralnik, Gabriel (comp.): Buenos Aires 2033. Buenos Aires, Norma, 2006. 128 páginas. |
|
|
|