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INMIGRANTES EN NOVELAS ARGENTINAS
Indice
1. Introducción
2. africanos
3. alemanes
4. árabes
5. armenios
6. austríacos
7. belgas
8. bielorrusos
9. checoslovacos
10. croatas
11. dinamarqueses
12. egipcios
13. escoceses
14. españoles
15. estadounidenses
16. franceses
17. galeses
18. griegos
19. holandeses
20. húngaros
21. ingleses
22. irlandeses
23. italianos
24. japoneses
25. libaneses
26. lituanos
27. polacos
28. portugueses
29. rumanos
30. rusos
31. sirios
32. suizos
33. turcos
34. ucranios
35. uruguayos
36. yugoslavos
37. varios
38. antología
39. novelas infantiles y juveniles
40. apéndice
Introducción
La llegada de los inmigrantes a suelo argentino significó una transformación de gran importancia. El porteño se encontró conviviendo con extranjeros de diversas nacionalidades y esa realidad se vio reflejada en la literatura. Las novelas sobre la inmigración son una constante en la literatura argentina, y han sido objeto de serios estudios.
En La inmigración en la literatura argentina (1880-1910) (1), Gladys Onega se propone “analizar el reflejo del fenómeno inmigratorio en la literatura”. En la década del 80, “frente a la masa cosmopolita que poblaba Buenos Aires, Miguel Cané reaccionaba aconsejando a los de su clase cerrar el círculo y velar las armas. El curso de estas transformaciones y su incorporación a la literatura son los que este libro registra, a través de la narrativa y el ensayo positivista (de Cambaceres a Martel y de Ramos Mejía a Bunge), de la reacción nacionalista del Centenario (Rojas, González y Lugones) y de la perspectiva más comprensiva de hombres que, como Sánchez, Payró y Fray Mocho, no sentían la amenaza extranjera de un hipotético legado nacional”.
Años más tarde, se publica Aspectos del inmigrante en la narrativa argentina (2), de Hemilce Cárrega, otra estudiosa de esta temática, quien sostiene que nuestra literatura “tal vez como pocas, abunda en páginas pobladas por figuras representativas de inmigrantes. Así como estos incorporaron rasgos peculiares en nuestra sociedad, del mismo modo lograron estampar –sin saberlo ellos mismos- un sello distintivo en los temas, motivos, tipos y caracteres presentes en obras de muchos escritores nuestros. Una singular realidad de la vida vernácula pública tiene, de esta manera, su versión en las letras, con mayores o menores logros estético-literarios, según los casos, pero casi siempre con una proyección documental interesante” .
En este trabajo reúno muchas de las novelas en las que aparecen inmigrantes. Algunas obras, como Hacer la Amèrica, de Pedro Orgambide, reflejan a la inmigración de varios países; en otras novelas, en cambio, la evocación se restringe a una nacionalidad, aunque se hace referencia a otras comunidades.
Notas
1. Onega, Gladys: La inmigraciòn en la literatura argentina (1880-1910). Santa Fe, Universidad del Litoral, 1965.
2. Cárrega, Hemilce: Aspectos del inmigrante en la narrativa argentina. Buenos Aires, El Francotirador, 1997.
africanos
“Hacia 1870, en Buenos Aires se desencadenó la fiebre amarilla y Cata, la bambollera, se enfermó. Fue por el tiempo en que los porteños se volvieron blancos. A los indios los acababan de ultimar, y los negros, con la peste, se acabaron por sí solos” (1).
Notas
1. Dujovne Ortiz, Alicia: El árbol de la gitana. Buenos Aires, Alfaguara, 1997.
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alemanes
Diego Angelino es el autor de Sobre la tierra.
Jorge Isaac escribió Una ciudad junto al rìo (1), novela en la que señala: “Los alemanes –que también suelen arribar en grupos familiares- ofrecen un marcado contraste con aquellos. Hablan lo indispensable y se mueven con marcada compostura. Nunca cantan. Las diferencias físicas, se advierten con más claridad en las mujeres y en los niños, rubios y de cutis rosado éstos cuya belleza despierta siempre admiración”.
El viajero de Agartha (2), de Abel Posse, fue distinguida con el Premio Internacional de Novela Novedades y Diana 1988-1989 en México. Transcribo un resumen de su argumento: “En 1943, cuando el curso de la Segunda Guerra Mundial se vuelve contra Alemania, Hitler ordena a un oficial de su confianza emprender una importante misión secreta. Deberá iniciar un viaje solitario a través de Asia Central con el objetivo de descubrir, en algún lugar oculto de la India o del Tibet, la mítica Agartha, Ciudad de los Poderes. Irá con la falsa identidad de un arqueólogo británico ejecutado por la Gestapo. Esta aventura a través de la geografía exótica se va transformando en un viaje hacia el universo esotérico de las mitologías paganas, en las que el nazismo fundamentó su ‘Teología de la violencia’. Retomando el tema de Los demonios ocultos, esta gran novela de Abel Posse es, en definitiva, una metáfora reveladora del fracaso de la ideología nazi” (3).
En la nota que abre el volumen, Posse se refiere a los nazis y a la forma en que surgió esta novela: “Conocí algunos nazis refugiados en la Argentina de mis años de estudiante. Desde entonces se instaló en mí la pregunta: ¿Qué convicción oculta, inexplicable, llevó a estos hombres a optar por la muerte, el sacrificio sangriento y la autodestrucción individual y nacional? ¿Qué fuerza secreta los hizo saltar del previsible surco de la burguesía alemana y de su encomiable cultura? Sin duda un dios tan sediento de sangre como el dios de los mexicas tuvo que haberlos impulsado. Este texto nació en torno de aquella pregunta. El tema, todavía hoy, ha sido escamoteado con entusiasmo por los autores alemanes, pero está ligado a la esencia del autoritarismo y de la locura de este siglo que expira. Es por lo tanto un tema universal, un tema profundamente americano” (4).
El teniente coronel Walther Werner, de las fuerzas especiales nazis, intenta imaginar la ciudad en la que crece su hijo: “¿Cómo sería esa ciudad de Buenos Aires? Tengo referencias vagas, fotos vistas en un álbum de turismo. Imagino una ciudad de casas bajas, calles muy quietas, con avenidas largas y monótonas como las de ciertos barrios de Londres. Es un pueblo bastardo, pero casi blanco y amigo de Alemania”. Lo narra Abel Posse en El viajero de Agartha, novela que obtuvo el Premio Internacional de Novela Novedades y Diana 1988-1989 en México (5).
En Frontera Sur, Horacio Vázquez-Rial escribe, acerca del alemán Frisch: “Todos vieron alejarse al hombre alto y rubio que durante la travesía de Montevideo a Buenos Aires había tocado aires tristes en ese instrumento nuevo, el bandoneón. Ni le mareaba el barco, ni deslucían su aspecto las infames acrobacias del traslado a la costa. Había plantado cara a las autoridades de inmigración, y eludido la barraca en que los más aceptaban asilo provisional. Llevaba sus bienes –prendas escasas, libros, y aún su rara caja de música- atados a una improvisada carretilla: dos varas de madera nudosa clavadas a un travesaño, que iban a dar a los lados del eje de una única rueda” (6).
En Secretos de familia (7), Graciela Cabal describe al vecino alemán: “Don Oscar, que es el padre de mi novio, es alto y colorado. ‘Porque es alemán’, dice mi mamá. Pero éste no es maldito como los alemanes de Punta Mogotes y los que hacen la guerra: es alemán nomás, y arregla los barcos que se rompen”.
En La matriz del infierno (8), Marcos Aguinis relata: "Rolf había tenido que viajar en tren a la austral Bariloche. (...) El almanaque que colgaba en la vasta cocina del conventillo donde bebió café antes de dirigirse a la estación terminal le recordó que ya era el 11 de febrero de 1930. Don Segismundo, mientras sorbía ruidosamente de su tazón, trató de infundirle ánimo y le aseguró que Bariloche era bellísimo, que encontraría allí los panoramas disfrutados en su infancia, en las vecindades de la Selva Negra. Muchos inmigrantes austríacos, suizos y alemanes la había elegido por su semejanza con la tierra natal".
En 1999 se publica Hotel Edén (9), novela en la que Luis Gusmán escribe: “En el frente del edificio, el águila imperial había dominado el valle hasta que a comienzos del 45 Argentina declaró la guerra a Alemania. Seguramente todo el pueblo asistió a la demolición del águila, símbolo de un poder que se extinguía en el mundo. Posiblemente también ese mismo día destruyeron la antena de onda corta que estaba en la torre y permitía que se comunicaran clandestinamente con Alemania. (...) Observó el hueco que el águila había dejado y después localizó la fecha borrosa de la fundación del Edén. De inmediato vino a su mente el nombre de los primeros propietarios sobre los que caía, desde tiempos remotos, una leyenda negra”.
Notas
1. Isaac, Jorge: Una ciudad junto al río. Buenos Aires, Marymar, 1986.
2. Posse, Abel: El viajero de Agartha. Buenos Aires, Emecé, 1989.
3. S/F: en Posse, Abel: El viajero de Agartha. Buenos Aires, Emecé, 1989.
4. Posse, Abel: El viajero de Agartha. Buenos Aires, Emecé, 1989.
5. ibídem
6. Vázquez Rial, Horacio: Frontera sur. Barcelona, Ediciones B, 1998.
7. Cabal, Graciela Beatriz: Secretos de familia. Buenos Aires, Sudamericana, 2003. 280 pp.
8. Aguinis, Marcos: La matriz del infierno. Buenos Aires, Sudamericana, 1997.
9. Gusmán, Luis: Hotel Eden. Buenos Aires, Norma, 1999.
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árabes
En Barrio Gris, de Joaquín Gómez Bas, una genovesa se enamora de un árabe, abandonando a su marido napolitano: “La susodicha desapareció de su casa, del barrio y sus contornos, embaucada por el meloso palabrerío de un ambulante vendedor de puntillas, un árabe enamoradizo que alborotó el corazón y la sangre de la genovesa con su prestancia de caudillo picaflor” (1).
Notas
1. Gómez Bas, Joaquín: Barrio Gris. Buenos Aires, Compañía General Fabril Editora, 1963.
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armenios
Eduardo Bedrossian es el autor de una trilogìa acerca de La Cuestiòn Armenia, integrada por la novela Hayrig Detrás del silencio de un millón y medio de voces (1) –distinguida con la Faja Nacional de Honor 1993, por la Asociación de Escritores Argentinos-, el ensayo Hayrig II y la novela Memorias para no olvidar (2).
En esta última novela, un inmigrante relata: “-Estábamos en el barco. Sí... a los pocos días comencé a sentirme mal. No eran solamente los mareos. Sentía sobre mí una carga aplastante que iba creciendo. Mis compañeros creían que se debía a la alimentación y hasta me daban parte de sus escasas raciones. Yo no tenía apetito. Es sorprendente comprobar cómo las desventuras nos quitan hasta las ganas de comer y qué corta es la distancia entre el bienestar y las miserias. Yo escapaba mientras los míos quizás estaban muertos o muriendo, en el momento que más se necesita la compañía de los seres queridos. Pues, allí no estaba yo. Los muertos eran mejores que yo. Me di muchas respuestas que no sirvieron para aliviarme. Nacía en mí un sentimiento de culpa, pero la peor de todas, la más difícil de soportar: la culpa de sobrevivir a una tragedia familiar. Los otros polizones también escapaban, pero ninguno con mis cargas”.
En 2004, a ochenta y nueve años del genocidio armenio, el autor dedica Morir en Marash (3), su nueva novela, prologada por el Embajador Leandro Despouy, “A los armenios de Marash. Al millón y medio de niños, mujeres y hombres masacrados en el primer genocidio del siglo XX. A sus descendientes, a sus familias. A la Nación Argentina y a todos los países que los acogieron con generosidad. A cada hombre y a cada mujer que lucha honestamente para sobrevivir en un mundo envilecido por los poderosos de turno”.
Notas
1. Bedrossian, Eduardo: Hayrig Detrás del silencio de un millón y medio de voces. Buenos Aires, 1991.
2. Bedrossian, Eduardo: Memorias para no olvidar. Buenos Aires, 1998.
3. Bedrossian, Eduardo: Morir en Marash. Buenos Aires, 2004. 448 pp.
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austríacos
En Herederos sin historia, escribe Jovita Epp: "Afuera se había hundido el rojo y las vidrieras ilumnadas se reflejaban en rectángulos sobre las veredas. ¡Qué maravilla todo lo que muestran!, pensó Lisa. Habría que hacer la comparación con la Rue St. Honoré; quzás allá la mercadería ofrecida sea de mejor calidad, aquí se conforman por lo general con un 'más o menos', con tal de que 'lo parezca'. Pero las palmas se las llevan las decoraciones de vidrieras de la avenida Santa Fe. Y Lisa, que en Viena se había llamado Liesl, diminutivo de Elisabeth, sonrió en el atardecer iluminado por las luces de neón, porque repentinamente se le ocurrió pensar si los jesuitas, de los que tanto gustaba hablar el marido de Valentina, hubiesen soñado con que el nombre de su 'reducción' sería una vez el nombre de una elegante avenida, con artículos de lujo y bagatelas en las vidrieras artísticamente decoradas" (1).
En La madriguera, Tununa Mercado recuerda a Myriam Stefford: "la melancolía triunfaba cuando aparecía en medio del panorama el monumento erigido por un llamado Barón Biza a su amada, la aviadora Myriam Stefford. El altísimo obelisco, ala estilizada, parecía un mástil sin esperanzas de mar entre las nubes del costado sombrío del camino y la historia de esos personajes ocupaba en nuestro interés el lugar del paisaje: los restos de un avión que se había precipitado; una mujer pionera que había volado más allá, por sobre las montañas y los ríos, amada por un hombre que tenía título de barón, o que así se llamaba como otros se llaman Conde o Rey, un amor que la muerte había desintegrado. En una cripta de mármoles negros como la obsidiana, se leía en la tumba una inscripción que maldecía por anticipado a quien la violara" (2).
En La matriz del infierno (3), Marcos Aguinis relata: "Rolf había tenido que viajar en tren a la austral Bariloche. (...) El almanaque que colgaba en la vasta cocina del conventillo donde bebió café antes de dirigirse a la estación terminal le recordó que ya era el 11 de febrero de 1930. Don Segismundo, mientras sorbía ruidosamente de su tazón, trató de infundirle ánimo y le aseguró que Bariloche era bellísimo, que encontraría allí los panoramas disfrutados en su infancia, en las vecindades de la Selva Negra. Muchos inmigrantes austríacos, suizos y alemanes la había elegido por su semejanza con la tierra natal".
Notas
1. Epp, Jovita: Herederos sin historia. Buenos Aires, Emecé, 1978. 283 pp.
2. Mercado, Tununa: La madriguera. Buenos Aires, Tusquets Editores, 1996.
3. Aguinis, Marcos: La matriz del infierno. Buenos Aires, Sudamericana, 1997.
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belgas
Eugenio Juan Zappietro escribió De aquì hasta el alba (1), novela en la que narra lo acontecido a colonos, soldados e indios durante la Conquista del Desierto, en el año 1879. Dos europeos son presentados como figuras antitèticas, encarnaciones del bien y del mal. Se trata de un cirujano belga y de un comerciante flamenco, los cuales, como dos caras de una misma moneda, muestran que la vida de un ser humano responde a los principios morales que lo orientan, y no a las circunstancias en que se encuentra. En una misma situaciòn, el belga se muestra probo una vez màs, mientras que el flamenco vuelve a evidenciar su egoìsmo criminal.
Leroy “había asistido a un Napoleón y a varios príncipes de Europa en su clínica de París. Había asimilado las enseñanzas de la escuela de Viena y seguido las doctrinas de Semmelweiss, como el más aplicado cirujano de su época. Pensó en Crimea, operando al paso de las cargas de las brigadas inglesas. Habían sido buenos tiempos. Tiempos dignos necesariamente de un final de escena más brillante que morir a manos de un muchacho indio, en un continente todavía virgen. Siguió costosamente el hilo de sus recuerdos y las mujeres que había amado comenzaron a reír, mostrando sus dientes delgados, que se clavaban en su piel, en tanto un vals de Viena nacía en un costado de su herida, la piedad de unas, el ardor de otras, todo aquello mezclado en su viaje al norte de sí mismo, buscando huir, como el cazador de la nada”.
Debió dejar Francia, pues durante una operaciòn matò intencionalmente a un ministro asesino: “Decidiò matar a Desquerres cuando extirpò las tres cuartas partes de su hìgado. (...) Cuando Francia descubriò el crimen, Hubert Leroy estaba ya en Amèrica”. De Buenos Aires, donde se habìa establecido, debe huir tambièn, ya que se ha conocido su pasado y eso sirve para la extorsiòn. La opciòn era partir o morir, y èl escoge marchar hacia el sur: “Bajo una lluvia incoherente, Leroy divisò el carruaje, con un auriga inmòvil, al modo de una estatua. Tambièn presintiò un arma en la pretina del pantalòn de su visitante. La situaciòn no le encolerizò; lo poseyò una desagradable sensaciòn de frialdad, como si estuviese presenciando la decapitaciòn de un extraño”.
Gabriel Báñez se refiere en Virgen (2), novela finalista del Concurso Editorial Planeta 1997,.a la inmigración de un belga y su hija, quienes llegan “a un país de tanos y gallegos y de rusos y turcos, y todo lo que no entrara en el dos por cuatro de esa conclusión elemental era una rareza de apellido pero nunca de nacionalidad”.
“La Ensenada mìtica de los años cuarenta es el escenario de la historia de amor entre un cura y una chica belga, judìa y milagrosa. Novela de la Anunciaciòn y el Descenso y poderosa convergencia de fuerzas narrativas, Virgen revela en un presente audaz –la escritura de las cartas que intercambian el protagonista y su amada- una memoria negada que nos avasalla y nos conmueve, vaticina el fin de los tiempos y devela el estigma polìtico de un secreto y su traiciòn: el del hijo del mariscal Tito de Yugoslavia y de Evita Broz. Virgen, que es también ‘la parte más rota y verdadera del lenguaje’, nos convierte en lectores plenos del tiempo tatuado sobre la letra. Gabriel Báñez, el autor de El curandero del cuarto oscuro, celebra en Virgen secretas nupcias entre lo real y lo imaginario y, haciendo gala de enorme poder evocativo y de una prosa a la vez precisa y mágica, produce una novela maravillosa” (3).
Notas
1. Zappietro, Eugenio Juan: De aquì hasta el alba. Barcelona, Planeta, 1971.
2. Bañez, Gabriel: Virgen. Buenos Aires, Sudamericana, 1998.
3. S/F: Bañez, Gabriel: Virgen. Buenos Aires, Sudamericana, 1998.
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bielorrusos
Manuela Fingueret es la autora de Hija del silencio (1), obra en la que la hija de una sobreviviente del Holocausto recuerda, durante su prisión en la ESMA, el padecimiento de su madre y de otros prisioneros en Terezín y Auschwitz, la llegada a la Argentina de la madre y su vida en la nueva tierra.
A la madre y los abuelos de la joven argentina les advertían el peligro, en Minsk, en 1941: “a Tínkele le asombra comprobar que gran parte de esos jóvenes vestidos a la usanza gentil son los primeros en hablar de las desgracias que sobrevendrán a los judíos si no huyen a tiempo hacia Palestina o América. Los religiosos oran y esperan pasivos el destino que Dios les depara. Esto la subleva porque sus padres oscilan entre ambos y ella, naturalmente opuesta a la generalidad, intuye que los que están en contacto con el mundo exterior pueden analizar mejor el futuro. Los padres de Leie también creen que hay que emigrar, pero no les es fácil movilizarse con una familia tan grande y sin dinero”.
Notas
1. Fingueret, Manuela: Hija del silencio. Buenos Aires, Planeta, 1999.
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checoslovacos
Complot (1), de Perla Suez, es la historia de “Bruno Edels y ‘el inglés’ a comienzos de siglo en la provincia de Entre Ríos. Edels es un judío que escapó de Praga luego de que asesinaran a sus padres, y que –con el tiempo y a fuerza de muchas privaciones- logró convertirse en un hacendado poderoso, y casarse con una mujer más joven. Hacia los años treinta, Edels comienza a recibir ofrecimientos de negocios oscuros por parte del inglés, un personaje sin escrúpulos vinculado al trazado de ferrocarriles, al contrabando de jóvenes norteñas con destino a los burdeles de Buenos Aires y a la exportación de carnes en el marco del pacto Roca-Runciman. El inglés se convierte además en amante de Elsa. Pero es Mora, la hija del capataz de la hacienda, quién contará esta historia” (2).
Notas
1 Suez, Perla: Complot, en Trilogía de Entre Ríos. Buenos Aires, Editorial Norma, 2006. (Colección La otra orilla).
2. S/F: “Complot, de Perla Suez”, en www.perlasuez.com.ar.
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croatas
En La logia del umbral, escribe Ricardo Feierstein: "se decía que a la vuelta, sobre Tequendama, vivía de incógnito un criminal de guerra, el croata Ante Pavelic. Nuestras minuciosas indagaciones infantiles –en la vivienda con amplio parque indicada- sólo confirmaron la presencia de un niño delgado y de pelo amarillento, que no hablaba bien el idioma y al que no le permitían juntarse con nosotros" (1).
En 2006, El camino del norte (2), de Horacio Vázquez-Rial, ganó el Premio de la Editorial Norma de Bogotá, Colombia. "Entre otros personajes que desfilan por la páginas del libro -comenta Antonio Requeni- figura Lustiger o Heisenberg, ex oficial nazi, colaborador de Martín Borman, que llegó a la Argentina en tiempos de Perón, organizó con Ante Pavelic la ‘sección especial’ y le enseñó métodos de tortura al comisario Lombilla" (3).
Notas
1 Feierstein, Ricardo: La logia del umbral. Buenos Aires, Galerna, 2001.
2 Vázquez-Rial, Horacio: El camino del norte. Norma, 2006. 216 pp.
3 Requeni, Antonio: "Pasado, presente y realidad", en La Nación, Buenos Aires, 24 de diciembre de 2006.
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dinamarqueses
La piedra madre (1), por Néstor Tirri, "narra los desvelos de un grupo de vecinos de Tandil, empeñados en una empresa descomunal: restaurar la fabulosa Piedra Movediza, un prodigio de la naturaleza que en el siglo XIX atrajo a viajeros de todo el mundo, y cuya ausencia (después de su caída en 1912) sumió a la ciudad en la nostalgia por la perdida gloria. En una narración ágil, en clave irónica y naïve, la novela recorre cuarenta años de aventuras y represiones sexuales y políticas. Y, con humor hiperbólico, registra la presencia de figuras reales, personajes notables que en verdad transitaron por Tandil.
A principios de los años ochenta La piedra madre resultó finalista del Premio Internacional de Novela Plaza & Janés (cuyo jurado fue presidido por Ángel J. Battistessa) y fue publicada poco después. Hoy se erige en una “novela de anticipación” (o profética) a raíz del emprendimiento turístico que 25 años después plasmó, en la realidad, una variante del proyecto de ficción de la delirante 'Comisión Vecinal Pro Restauración de la Movediza' " (2).
Notas
1. Tirri, Néstor: La piedra madre. Buenos Aires, Galerna, 2007. 208 páginas. (Literatura)
2. S/F: en Tirri, Néstor: La piedra madre. Buenos Aires, Galerna, 2007. 208 páginas. (Literatura)
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egipcios
En su novela Un noviazgo, Bernardo Verbitsky se refiere a la ocupación de un egipcio. El protagonista “conoció asimismo a don Alí. Era un individuo de unos 40 años, de cara oscura, nariz aguileña, con mejor humor de lo que dejaba suponer cierta expresión torva de su cara. Sabía reír con ganas. Decían que era egipcio, aunque las mujeres lo designaban entre sí como ‘el Turco’. Venía de otro cabaret y se había propuesto traer con él a las mujeres más lindas, y las fue hablando una a una, para lo cual le servía su perfecto dominio de varios idiomas. Alternaba el inglés y un francés al parecer correctos con un castellano aporteñado de indudable naturalidad. ‘Vas a estar mejor que allá –decía persuasivamente-. Dejáte de embromar, dáte una vuelta por acá. Veníte bien bañada, eso sí. Y a portarse bien, que el nuevo empleo lo vale. Hay que andar derechas, que si no les corto una teta’. ‘Don Alí es el mejor gerente que hemos tenido’, decían todas convencidas” (1).
Notas
1 Verbitsky, Bernardo: Un noviazgo. Buenos Aires, Planeta, 1994.
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escoceses
En Fuegia, Eduardo Belgrano Rawson evoca el oficio de los escoceses en Tierra del Fuego: “Cuando les resultó evidente que habían echado mano a los mejores campos del mundo, los criadores de toda la isla resolvieron cruzar sus mediocres ovejas con padrillos europeos. Para entonces ya nadie soñaba con transformar a los lugareños en sus pastores perfectos. En realidad, a los parrikens les sobraban condiciones para el puesto: corrían treinta kilómetros de un tirón, podían dormir al sereno en invierno y resistían sin probar bocado como el más bruto de los galeses. Pero nada aborrecían más en el mundo que el trabajo de ovejeros, de modo que los criadores olvidaron por fin el asunto y junto con los padrillos importaron pastores de Escocia, quienes trajeron hasta los perros” (1).
Notas
1 Belgrano Rawson, Eduardo: Fuegia. Buenos Aires, Sudamericana, 1991.
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españoles
Andaluces
A criterio de Delfín Garasa, “Una de las más cumplidas descripciones de un heterogéneo desembarco es la que ofrece Luis Pascarella en su novela-alegato documental, El conventillo. Llega el Christoforo Colombo y primero bajan los hombres de negocio con su apoplética cerviz, con el paso resuelto de los acostumbrados a dar órdenes y ser obedecidos, los turistas ingleses con sus máquinas fotográficas y algunas señoras un tanto perplejas por no ver en el muelle indios con plumas y taparrabos. Por ese entonces, el viaje a Europa empezaba a otorgar prestigio social, y los argentinos que regresan cambian opiniones en alta voz sobre los modelos de París, el mobiliario inglés o la sinfonía escuchada en la Opera de Viena. Y, finalmente, aparecen los inmigrantes, tan fustigados en los azares de las proclamas políticas, un ‘enorme hormiguero’ que había viajado en el mayor hacinamiento. Rostros curtidos, exhaustos, azorados. En todos se presiente la pregunta: ¿Qué les deparará esta nueva tierra? De pronto, una mirada se ilumina o un brazo se agita en alto porque se ha reconocido a alguien en la muchedumbre que espera. Van bajando los hebreos de desgreñadas barbas y gastados levitones, los ‘turcos’ con sus espaldas combadas, los nórdicos enjutos, los napolitanos pequeños y retorcidos como raíces, los andaluces gárrulos, los gallegos pacientes, los holandeses esponjosos, los genoveses de músculo recio e insaciable voracidad. Una mujer besa la tierra que los acoge y tras su actitud ritual se adivina un pasado de penurias y recelos. Y agrega Pascarella: ‘La gran ciudad de calles dirigidas hacia el Oeste recibe en su seno aquella semilla que purificada en un ambiente de libertad (...) se reproducirá en su inmensidad desierta” (1).
En El juguete rabioso, de Roberto Arlt, relata el protagonista: “Cuando tenía catorce años me inició en los deleites y afanes de la literatura bandoleresca un viejo zapatero andaluz que tenía su comercio de remendón junto a una ferretería de fachada verde y blanca, en el zaguán de una casa antigua en la calle Rivadavia entre Sud América y Bolivia” (2).
Eugenio Juan Zappietro narra, en De aquì hasta el alba (3), la historia de un irlandés que llegó al desierto en 1866, y el socio granadino que lo traicionó. La posta en la que vivían los Bary había sido construida por O’Flaherty, quien “juraba que Argentina era el país del futuro. No se equivocó por mucho en cuanto a la tierra; se equivocó de hombres, pero una lanza araucana había terminado con él para evitarle la amargura de comprobarlo”.
En La madriguera, escribe Tununa Mercado: "la guerra era también salvarse de la guerra, emigrar y buscar tierra de exilio (...)habían cuerpeado un destino los que antes huyeron de otras guerras acalladas por remotas e innombrables, como los pogroms, y la muerte también los alcanzaba en los sueños con aldeas devastadas por el fuego y sótanos de barcos sin rumbo declarado; cuerpeaban un destino refugiados de toda laya que se avecindaban en colonias, atolondrados por la fuerza de la lengua ajena y la incomunicación, y la muerte del ghetto se repetía en el silencio de los nuevos ghettos del destierro. Poco podíamos saber las niñas de ese estado de guerra y entreguerras pemanente: los fuegos de la guerra para muchos no eran más que la danza de Manuel de Falla aporreada por madres y tías en los cumpleaños y otras fiestas familiares, y cada cual asentía interiormente como diciendo qué destino el de este republicano, aislado en su casita de Alta Gracia, un gran músico, fíjese usted qué destino" (4).
En La fuga (5), film basado en la novela homónima de Eduardo Mignogna distinguida con el Premio Emecé 1998/99, Camilo Vallejo, uno de los anarquistas, habla con acento español y, al evadirse, es esperado por dos hombres con boinas vascas que lo ocultan en un carro lechero. En el film –al igual que en la novela- aparecen otros inmigrantes; entre ellos, Aldo Mazzini, el catalán Escofet, el mozo andaluz.
Belén Gache es la autora de Lunas eléctricas para las noches sin luna (6). En esa obra, relata la protagonista: “En 1890 mis abuelos llegaron a ese puerto, provenientes también de Sevilla. Junto con ellos traían a sus dos jóvenes hijas, que se habían pasado todo el viaje encerradas en sus camarotes vomitando. Venían a Buenos Aires porque mi abuelo, que trabajaba en el Banco de España, había sido transferido a esta sucursal del fin del mundo”.
A través de sus ojos, asombrados e intensos, vemos la Buenos Aires que se prepara para los festejos del Centenario. Una Buenos Aires cosmopolita, que evidencia un marcado rechazo hacia los extranjeros, quienes son vistos como una fuerza nociva que es necesario devolver a su tierra de origen. La visita de la Infanta exacerbará los sentimientos patrióticos de los hispanos afincados en la Argentina, y los sentimientos xenófobos de quienes se agrupan en la misteriosa Brigada del Nandú”.
“Editorial Losada publicó Mientras la luz se va, novela de Noemí Cohen (216 pp). Esta es la historia de Elena, una joven sefardí que viaja desde Alepo a la Argentina, a principios del siglo XX, para encontrarse con su futuro y desconocido esposo. Pero es también la parábola de Setti, a quien Elena conoce en el interminable viaje hacia América y que se ha embarcado para restañar la herida de haber sido repudiada por su marido y haber perdido contacto con su única hija. Y es, además, la peripecia de Amparo, una andaluza alegre pero sumida en la desgracia de un novio muerto por amor a la anarquía en el sur argentino. Y es, entre otras, la historia de Elenita, la nieta adorada de Elena que, víctima de la última dictadura militar argentina, repite el camino de exilio de su abuela. Noemí Cohen ha creado, con esta novela admirable, un delicado tapiz donde se traman los destinos de un puñado de mujeres de ayer y de hoy. Las separan la edad, la lengua, la cultura o la religión, pero las une sutilmente una similar voluntad de conocimiento, de libertad, de belleza y de justicia” (7).
Las patrias lejanas (8) "señala el regreso de Pacho O'Donnell a la ficción narrativa y cuenta una historia de más de dos ciudades, de uno y otro lado del océano inmenso que separa pero también une. Con una escritura notable, con un ritmo narrativo extraordinario, O'Donnell recrea las relaciones entre los habitantes de la Argentina y los de la lejana madre patria durante los años crueles de la Guerra Civil española (1936- 1939) y de los del exilio a que muchos fueron condenados. Su talento para la pesquisa histórica le permite revelarnos episodios olvidados o insospechados por las crónicas corrientes. Los acontecimientos, extraídos de periódicos, memorias y epistolarios de quienes buscaron asilo en el Río de la Plata, como Rafael Alberti, María Teresa León, Manuel de Falla, Ramón Gómez de la Serna, José Ortega y Gasset, Juan Ramón Jiménez, Margarita Xirgu, son absolutamente ciertos y dan una dimensión inusitada a la intriga central protagonizada por el joven Radomiro. En ella también toman parte Victoria Ocampo, Jorge Luis Borges, Natalio Botana y otros argentinos que a favor o en contra interactuaron con aquéllos. Es éste un libro en el que se mezclan los tonos de la épica, la elegía y también, por momentos, la comedia y la sátira. Las patrias lejanas es un testimonio entrañable a la vez que una novela que no se puede abandonar" (9).
Notas
1 Garasa, Delfín Leocadio: La otra Buenos Aires. Paseos literarios por barrios y calles de la ciudad. Buenos Aires, Sudamericana-Planeta, 1987.
2 Arlt, Roberto: El juguete rabioso. Buenos Aires, CEAL, 1981. Prólogo de Jorge Lafforgue. Pág. 5. (Capítulo).
3 Zappietro, Eugenio Juan: De aquì hasta el alba. Barcelona, Hyspamèrica, 1971.
4 Mercado, Tununa: La madriguera. Buenos Aires, Tusquets, 1996.
5 Mignogna, Eduardo: La fuga. Buenos Aires, Emecé, 1999.
6 Gache, Belén: Lunas eléctricas para las noches sin luna. Buenos Aires, Sudamericana, 2004.
7 S/F: “Novela de Noemí Cohen en Losada”, en Raíces, www.revista-raíces.com. Noviembre de 2005. 216 pp.
8. O'Donell, Pacho: Las patrias lejanas. Buenos Aires, Sudamericana, 2007. 320 pp.
9. S/F: en O'Donell, Pacho: Las patrias lejanas. Buenos Aires, Sudamericana, 2007. 320 pp.
Aragoneses
Manuel Gálvez presenta, en Nacha Regules, a un aragonés encargado de un conventillo: “El encargado era un aragonés testarudo, insolente y entrometido. Su pequeña cabeza desgonzábase sobre un cogote interminable. El tronco, angosto en los hombros, ensanchábase hasta las caderas, cuya anchura contrastaba ridículamente con la longitud de las flacas piernas, movedizas y simiescas. La expresión adusta del semblante y la nariz de perro, caricaturizábanle aún más. Reía explosivamente, empalmando la agonía de una carcajada con el brusco estallido de otra, lleno de gesticulaciones, agitándose íntegro, dando al cuerpo la línea oblícua y caídos los brazos que temblequeaban chocando contra los flancos y subían y bajaban sin ritmo, como émbolos descompuestos. Gustaba hacerse el gracioso, hablando a lo andaluz” (1).
Notas
1 Gálvez, Manuel: Nacha Regules. Citado en Páez, Jorge: El conventillo. Buenos Aires, CEAL, 1970.
Asturianos
En Hermana y sombra, de Bernardo Verbitsky, aparece una sirvienta asturiana. Narra el protagonista, un niño hijo de rusos: “Otra clase de confidencias inició una tarde, al referirse al reciente casamiento de Rosario quien seguía sirviendo allí y compartía ahora con su marido la misma habitación que antes ocupaba sola, pegada a la de él, que aplicaba el oído a la puerta que las separaba. Creyó al principio que se divertiría con lo que imaginó sólo podían ser cómicas parodiasde amor, pero lo que oía no lo hizo reír precisamente sino que lo indujo a inevitables y manuales desahogos, terminando por sentir miedo a la propia actuación de excitado testigo invisible, que lo perturbaba intensamente, y aún más allá de su papel de escucha pues ahora, le confesó, miraba con otros ojos las piernas blancas como la leche de la asturiana” (1).
En Santo Oficio de la Memoria, Mempo Giardinelli habla de un oficio que desempeñaban los asturianos. En 1886, “Había muchos policías, allí. Casi todos asturianos, gallegos. No sé por qué. También usaban bigote de manubrio y llevaban pistolas al cinto, capote invernal, quepís duro y alzado y linterna en mano. Cuando se hizo la noche, los policías se movían como luciérnagas nerviosas” (2).
En Las libres del Sur, de María Rosa Lojo, dice Victoria Ocampo, refiréndose a Fani, la empleada nacida en Oviedo: “me trata como a una menor de edad. Pero como su tiranía es útil, protesto un poco y la dejo hacer su voluntad. Igual que los pueblos cómodos, como el nuestro” (3).
Notas
1 Verbitsky, Bernardo: Hermana y Sombra. Buenos Aires, Editorial Planeta Argentina, 1977.
2 Giardinelli, Mempo: Santo Oficio de la Memoria. Buenos Aires, Seix Barral, 1991.
3 Lojo, María Rosa: Las libres del Sur Una novela sobre Victoria Ocampo. Buenos Aires, Sudamericana, 2004.
Castellanos
Rubén Benítez escribió una novela sobre la inmigración española, además de una biografía y algunos cuentos. En esa novela, La pradera de los asfódelos (1), plantea la pregunta acerca de lo trascendente: ¿Cuàl es la pradera de los asfòdelos? ¿Dònde podemos encontrarla? Algo debe permanecer en este agitado mundo, en medio de tanto caos. Quizàs lo trascendente sea la memoria y la misma sangre que, evolucionada o involucionada, aparece de generaciòn en generaciòn, en una aldeana española y en un universitario patagònico. La sangre es, en definitiva, lo que une a seres que ya no tienen nada en comùn, pues el progreso mal entendido los ha distanciado.
Afirmó el escritor bahiense: “Lo sentì como una necesidad. Tal vez por haber pertenecido a un nùcleo de inmigrantes que desde la infancia me transfirieron sus vivencias y sus nostalgias por la tierra lejana. El tiempo, la muerte de casi todos ellos, incorporò a ese sentimiento la idea de caducidad que convierte a cada ser humano en un emigrante de la vida, de este escenario que tambièn ama. Creo que ambas perspectivas se mezclan y fluyen como temas paralelos” (2).
En la obra, una madre exclama: “No, hermano. Prefiero que lo manden a Marruecos antes de que escape a la Patagonia. De Marruecos regresan todos, de la Patagonia no vuelve ninguno”.
El viajero de Agartha (3), de Abel Posse, fue distinguida con el Premio Internacional de Novela Novedades y Diana 1988-1989 en México. El protagonista de la novela es Walther Werner, graduado en lenguas orientales y arqueología, teniente coronel de las fuerzas especiales nazis, quien se define como “el mensaje de salvación arrojado al mar enfurecido”. “Soy un SS –afirma-: mi primer mandato es matar o morir matando esa sucia rémora hija de una cultura pestilente y sentimental: la nostalgia, la roñosa humanidad y su engendro bastardo, el mentado ‘humanismo’ “. Es justamente esa postura ante la vida la que hace que se desvincule del hijo que tuvo con una española, que apareció muerta en Burgos “cuando entraron las fuerzas vencedoras de Franco”. Recuerda el momento en el que, en Madrid, cortó el débil lazo que lo unía al niño; entonces aparecen las referencias a la Argentina, país en el que se cría el pequeño, lejos de su padre.
En Las libres del Sur, Una novela sobre Victoria Ocampo (4), de María Rosa Lojo, aparece un castellano. Uno de los personajes ”no supo decirles nada nuevo, salvo pedirles que esperasen al patrón, un gallego de Logroño que conocía probablemente a todos los españoles de la zona”.
Notas
1 Benítez, Rubén: La pradera de los asfódelos. Bahía Blanca, Siringa, 1989.
2 González Rouco, María: “Rubén Benítez: el regreso a la entrañable tierra”, en El Tiempo, Azul, 10 de septiembre de 1989.
3 Posse, Abel: El viajero de Agartha. Buenos Aires, Emecé, 1989.
4 Lojo, María Rosa: Las libres del Sur, Una novela sobre Victoria Ocampo. Buenos Aires, Sudamericana, 2004.
catalanes
En la adolescencia, el protagonista de La gran aldea (1), de Lucio V. López, acude a la escuela de dos maestros. Uno de estos maestros era inmigrante: “Don Josef era oriundo de Cataluña y se vanagloriaba de haber nacido en el castillo Monjuich, de haber salvado la vida a varias personas, de haber presenciado un naufragio y de haber sido casi víctima del hambre de una tigra mansa; preciábase de haber conocido a la reina de España, doña Cristina, de haberla visto comer una olla podrida en un día de toros. Hacía sacrificio de confesarse descendiente de don Gonzalo de Córdoba, pero no se prestaba a pregonar mucho el parentesco, y lo repudiaba con majestad, porque no quería que nadie sospechase que él aprobaba las rendiciones de cuentas de su poco escrupuloso antepasado. Vivía crónicamente colérico, sin que esto importe decir que no supiera interrumpir sus accesos para hablar con fruición, de los tesoros de Potosí y de fortunas colosales como las de los cuentos de hadas, porque el buen viejo tenía altamente desarrollada la nota de la codicia”.
María Angélica Scotti evoca, en Diario de ilusiones y naufragios (2), la vida de una inmigrante española, desde que, en la infancia, deja España con su madre; a ellas se unirá un italiano que la mujer conoce a bordo. “El primer recuerdo que me aparece es el viaje”, dice la protagonista de la novela que mereció el premio Emecé 1995/6. “En verdad, es más lo que me contaron que lo que vi con mis propios ojos –continúa. No sólo porque era muy pequeña sino también porque hice la travesía encerrada en un camarote muy especial: viajé oculta bajo las faldas de mamita”, porque “apenas zarpamos de Barcelona, mamita notó que yo tenía el cuerpo y las mejillas repletos de manchuelas coloradas. Ella ya había oído decir que a los enfermos los obligaban a bajar en el primer puerto, y por eso resolvió esconderme”.
En Lunas eléctricas para las noches sin luna, de Belén Gache (3), la protagonista se refiere a un canillita de ese origen: “A unos metros, un grupo de muchachos se reúne alrededor de una caja de zapatos. Son los canillitas. Llevan medias largas y pantalones cortos y sus cabezas se encuentran cubiertas con boinas. Cargando pesadas pilas de diarios, se encaraman a los tranvías en movimiento de forma tan descuidada que, más de una vez, han provocado accidentes. Ya varias veces he visto cómo los agentes de policía les llaman la atención. Entre los muchachos, reconozco a Gregorio, un chico de origen catalán, amigo de Mirko”.
El padre de Gregorio, imprentero, es anarquista: “Hoy por la tarde por fin me decidí y fui a buscar el reloj de papá a la relojería. Estaba por llegar al local de Copelius cuando vi que de ahí salía un policía. Pocos segundos después, salían dos agentes más llevando a la rastra a don Antonio, el padre de Gregorio, ataviado con su mameluco gris manchado de tinta”.
En El infierno prometido, de Elsa Drucaroff, Vittorio “salió a buscar a Julián Soto, el hombre que le había indicado el Catalán. Si, tal como prometió, el Catalán había enviado un telegrama, los compañeros tenían que estar aguardándolos” (4).
Notas
1. López, Lucio V.: La gran aldea. Costumbres bonaerenses. Buenos Aires, CEAL, 1980. (Capítulo).
2. Scotti , María Angélica: Diario de ilusiones y naufragios. Buenos Aires, Emecé, 1996.
3. Gache, Belén: Lunas eléctricas para las noches sin luna. Buenos Aires, Sudamericana, 2004.
4. Drucaroff, Elsa: El infierno prometido. Una prostituta de la Zwi Migdal. Buenos Aires, Sudamericana, 2006. 336 pp. (Narrativas históricas). Pág. 265.
Gallegos
ver http://volveragalicia.blog.arnet.com.ar
Madrileños
En 1955, Marco Denevi es distinguido con el Premio Kraft por Rosaura a las diez. En esa obra, declara “la señora Milagros Ramoneda, viuda de Perales, propietaria de la hospedería llamada ‘La madrileña’, de la calle Rioja, en el antiguo barrio del Once”. “Todo esto (...) empezó hace doce años, cuando vino a vivir a mi honrada casa un nuevo huésped que confesó ser pintor y estar solo en el mundo. Aquellos eran otros tiempos, ¿sabe usted?, tiempos difíciles, sobre todo para mí, viuda y con tres hijas pequeñas. Los pensionistas escaseaban, y los pocos que habían eran, hablando mal y pronto, de culo mal asentado, quiero decir, que hoy estaban en una pensión y mañana en otra y en todas dejaban un clavo, o, apenas usted se descuidaba, le convertían su honrada casa en un garito o alguna cosa peor, de modo que a los dueños de hospederías decentes nos era necesario si queríamos conservar la decencia y la hospedería, un arte nada fácil, ahora desconocido y creo que perdido para siempre: el arte de atraer, seleccionar y afincar, mediante cierta fórmula secreta, hecha a base de familiardad y rigor, una clientela más o menos honorable” (1).
Notas
1. Denevi, Marco: Rosaura a las diez. Buenos Aires, Corregidor, 1999. 319 pp. Estudio preliminar y glosas de Juan Carlos Merlo.
Valencianos
En La canción de las ciudades, Matilde Sánchez evoca la inmigración alicantina. En esa obra –afirma Juan José Becerra-, “Alicante es un relato familiar de una familia anterior a la narradora, quien, excluida de los pormenores del relato paterno (que siempre es un arcano), intenta ajustarlos a su manera” (1).
Una hija de españoles acompaña a sus padres a visitar su tierra natal. Al regresar, la joven señala: “Después de un tiempo de descanso en Barcelona –mamá, siete días para pulir borradores, una semana de caligrafía china-, todos nos volvimos. Ante sus vecinos, ellos ponderarn la acelerada modernización de España. Pero yo sabía que su patria no era ésa sino el piso de la avenida Callao, ese alto contrafrente que los abstraía de todas las vicisitudes, suspendido en regiones del recuerdo. España había dejado de pertenecerles. El origen ya era un lugar desconocido” (2).
Notas
1 Becerra, Juan José: “Mapa familiar”, en Clarín, Buenos Aires, 16 de mayo de 1999.
2 Sánchez, Matilde: “Alicante, 84”, en La canción de las ciudades. Buenos Aires, Planeta, 1999.
Vascos
En 1884, en el periòdico Sud Amèrica se publica como folletìn La gran aldea (1), obra que Lòpez dedica a Miguel Canè, su “amigo y camarada”.
“El subtìtulo de La gran aldea, “Costumbres bonaerenses”, previene ya las caracterìsticas del realismo a que recurrirà su autor, Lucio Vicente Lòpez (1848-1894): una actitud crìtica, no disolvente sino reformista, encaminada a registrar tipos y hàbitos de una sociedad, y a poner de relieve algunos de entre ellos mediante el sarcasmo, la ironìa o la simple caricatura. (...) la propuesta fundamental de La gran aldea es la de demostrar que el Buenos Aires provinciano de 1860 pervive en el Buenos Aires cosmopolita de 1880, que la clase social que manejaba sus destinos en la època de Pavòn continuaba controlando los hilos de la polìtica y de las finanzas y dando el tono de la sociabilidad en la època del alumbrado a gas y de los tranvìas a caballo” (2).
“Aunque esperanzada con el potencial talento literario del autor, ya en el momento de su publicaciòn la crìtica fue en general adversa con la novela, pero ùtil, segùn Lòpez, porque ‘ha despertado la curiosidad y me ha favorecido la venta’. En ella pesa màs la crònica que la densidad literaria -Rojas la ve ‘inferior a su fama’-, y asì parece haber sido desde que se publicò: en su època influyeron tanto su calidad de instrumento de lucha polìtica e ideològica como el hecho de ser una novela en ‘clave’, por la que desfilaban las figuras del dìa (Mitre, Sarmiento, Avellaneda, etcètera); en nuestros dìas pesa el valor testimonial, intenciòn que ya proclama el autor desde el subtìtulo (Costumbres bonaerenses), que permite rastrear el pasaje de un Buenos Aires ‘patriota, semisencillo, semitendero, semicurial y semialdea’, a la ciudad ‘con pretensiones europeas’ en diversos registros: en lo urbano, con la transformaciòn de la ciudad que es màs modernizaciòn que ampliaciòn, con la incorporaciòn a la vida cotidiana del gas de alumbrado, el tranvìa, las nuevas formas de la arquitectura y la decoraciòn; en lo social, con el advenimiento de las nuevas burguesìas, el gallego sirviente al lado del mulaterìo, la desapariciòn del tendero criollo; en lo polìtico, con la consolidaciòn del roquismo, que impone la unificaciòn del paìs desde el poder central –y desde la ciudad capitalizada- y las tensiones que eso provoca; en lo econòmico, con el pasaje de los buenos tiempos del Estado de Buenos Aires al manejo financiero que culminarà con la crisis de 1890; en lo religioso, con el progresivo avance del laicismo estatal y la nueva religiòn de la burquesìa; en lo literario, con el pasaje del Romanticismo al Realismo y al teatro ligero francès...” (3).
López relata cómo trataba a sus clientas vascas uno de aquellos tenderos criollos: “Entre los prìncipes del mostrador porteño, el màs cèlebre, sin disputa, era don Narciso Bringas: gran tendero, gran patriota, nacido en el barrio de San Telmo, pero adoptado por la calle del Perù como el rey del mostrador. No habìa mostrador como el de aquel porteño: todo el barrio junto no era capaz de desdoblar una pieza de madapolàn y de volverla a doblar como don Narciso; y si la piràmide misma le hubiera querido disputar su amor a Buenos Aires, a la piràmide misma le habrìa disputado ese derecho”.
Describe la estrategia del tendero para dirigirse a su clientela: “Don Narciso subìa o bajaba el tono segùn la jerarquìa de la parroquiana: dominaba toda la escala; poseìa toda la preciosidad del lenguaje culto de la època y daba el do de pecho con una dama para dar el sì con una cocinera”.
“Los tratamientos variaban para èl segùn las horas y las personas. Por la mañana se permitìa tutear sin pudor a la parda o china criolla que volvìa del mercado y entraba en su tienda. Si la clienta era hija del paìs, la trataba llanamente de hija; hija por arriba e hija por abajo. Si èl distinguìa que era vasca, francesa, italiana, extranjera, en fin, iniciaba la rebaja, el ùltimo precio, el ‘se lo doy por lo que me cuesta’, por el tratamiento de madamita. ¡Oh!, ese madamita lanzado entre 7 y 8 de la mañana, con algunas cuantas palabras de imitaciòn de francès que èl sabìa balbucir, era irresistible. Durante el dìa, los tratamientos variaban entre hija e hijita, entre tù y usted, entre madamita y madama, segùn la edad dela gringa, como èl la llamaba cuando la compradora no caìa en sus redes”.
Pedro Antón, protagonista de una novela de Julián de Charras, añora cuanto dejó: “Veía, allá lejos, como en una neblina, las escarpadas pendientes de los Pirineos, las casetas ruinosas de los montañeses, las miserables veladas, con pan negro y escaso y luz humeante de candil de aceite; el padre, con su rostro anguloso y cetrino, en un rincón, con la barba en la mano, mirando fijamente la pared, como pensando en algo indefinido; la madre hilando, hilando en la penumbra, diestros los dedos, aunque fatigada la vista... Y él, rapaz, sin raciocinio, raídas las ropas, que remendaba la mano materna, al lado del fuego, hurgándose la nariz, recordando las consejas del oso negro, de las brujas sabáticas, del ahorcado...” (4).
En Secretos de familia (5), Graciela Cabal evoca al vasco que les vendía la leche: “El que sí viene con carro y caballo es el lechero. Cada vez que el carro se para delante de la ventana, el caballo, que tiene sombrero con claveles y dos agujeros para las orejas, hace pis. Un chorro que suena más fuerte que cuando mi papá va al baño. El lechero tiene pelo colorado, usa boina y nunca hace chistes porque es extranjero. Mi mamá deja la lechera en la puerta y el lechero, que viene con un tarro grande y un tarro chiquito, pasa la leche de un tarro al otro y después a la lechera, sin derramar una gota. Al rato viene mi mamá y derrama todo, porque a ella siempre le tiemblan las manos, pobre mi mamá”.
Eduardo Belgrano Rawson evoca, en Noticias secretas de América, a los inmigrantes vascos: “Cantabas un himno más light, como regía desde principios de siglo. Lo habían lijado un poco. ¿Qué otra cosa podían hacer? Necesitaban cortarla con los insultos, como explicó en su momento un operador del Ministro. ‘Tigres sedientos de sangre’ y todo eso. Culpa del himno el embajador no pisaba la presidencia, sobre todo los 9 de julio. A decir verdad, tampoco mostraban mucho aspecto de tigres los vascos y los gallegos que desembarcaban todos los días frente al Hotel de Inmigrantes, pero ésta era otra cuestión” (6).
Jorge Torres Zavaleta evoca, en La noche que me quieras, a los inmigrantes vascos (7).
Notas
1 López, Lucio V.: La gran aldea. Costumbres bonaerenses. Buenos Aires, CEAL, 1980.
2 Prieto, Adolfo: “La generaciòn del 80. La imaginaciòn”, en Historia de la Literatura Argentina. Buenos Aires, CEAL, 1980.
3 Figueira, Ricardo: “Pròlogo” a Lòpez, Lucio V.: La gran aldea. Costumbres bonaerenses. Buenos Aires, CEAL, 1980.
4 Charras, Julián de: “La historia de Pedro Antón”, en La novela semanal, Año VII, N° 294, Buenos Aires, 2 de julio de 1923.
5 Cabal, Graciela Beatriz: Secretos de familia. Buenos Aires, Debolsillo, 2003.
6 Belgrano Rawson, Eduardo: Noticias secretas de América. Buenos Aires, Planeta, 1998.
7 Torres Zavaleta, Jorge: La noche que me quieras. Buenos Aires, Planeta, 2000.
Sin mención de origen
Narra el protagonista de Divertidas aventuras del nieto de Juan Moreira, de Roberto J. Payró: “Acabé por acostumbrarme un tanto a la escuela. Iba a ella por divertirme, y mi diversión mayor consistía en hacer rabiar al pobre maestro, don Lucas Arba, un infeliz español, cojo y ridículo, que, gracias a mí, se sentó centenares de veces sobre una punta de pluma o en medio de un lago de pega-pega, y otras tantas recibió en el ojo o la nariz bolitas de pan o de papel cuidadosamente masticadas. ¡Era de verle dar el salto o lanzar el chillido provocados por la pluma, o levantarse con la silla pegada a los fondillos, o llevar la mano al órgano acariciado por el húmedo proyectil, mientras la cara se le ponía como un tomate! ¡Qué alboroto, y cómo se desternillaba de risa la escuela entera! Mis tímidos condiscípulos, sin imaginación, ni iniciativa, ni arrojo, como buenos campesinos, hijos de campesinos, veían en mí un ente extraordinario, casi sobrenatural, comprendiendo intuitivamente que para atreverse a tanto era preciso haber nacido con privilegios excepcionales de carácter y de posición” (1).
En Barrio Gris, Joaquín Gómez Bas presenta a una española que vende leche en Sarandí: “El agua cubre ya la mitad de la calle. La gente comienza a utilizar el puente esquinero para atravesarla. Es un artefacto endeble y cimbreante que se yergue a más de cinco metros sobre el nivel del camino ordinario. Representa una hazaña ascender la escalera de carcomidos peldaños de madera, recorrer su piso de tablas inseguras y bajar por el extremo opuesto aferrándose a la barandilla resquebrajada por el sol y las lluvias. (...) Doña Micaela sube trabajosamente la escalera del puente acarreando un tarro de leche en cada mano. Trastabilla en los tramos y acompaña el peligroso tambaleo con imprecaciones más sucias que su indumentaria. Es grotesca como una vaca que bailara sobre sus patas traseras” (2).
Mario, protagonista de Hermana y sombra, de Bernardo Verbitsky, recuerda al español que les vendía leche: “Dejamos en Bahía Blanca varias cuentas impagas, pero la que realmente nos preocupaba era la del lechero, un español bajito y menudo, a quien se le formaban unas arruguitas alrededor de los ojos al sonreír, lo que hacía con frecuencia. Vestía algo parecido a un chaleco oscuro, sin magas, usaba faja, y un chambergo negro echado ligeramente hacia la nuca. Teóricamente, le pagábamos mensualmente los cinco litros que nos dejaba cada día pero siempre fue tolerante para el cobro, aceptando los pretextos con que explicábamos nuestra condición de deudores morosos. En los últimos meses no pudimos darle un centavo sin que él suspendiera el suministro de nuestro principal alimento. Nuestra convicción, reafirmada más de una vez por mamá, era que a ese pequeño español bondadoso debíamos el no haber muerto de hambre, sobre todo nuestra hermanita a quien no le faltaron nunca varias mamaderas diarias para suplir los pechos casi secos de mamá” (3).
En Un dandy en la corte del rey Alfonso, María Esther de Miguel refiere a propósito de unas monedas, el motivo que llevó a su padre a emigrar y la situación económica en la que debió hacerlo: “todas habían pertenecido a mi papá, quien vino de España por no hacer la conscripción en Marruecos. Llegó con una mano atrás y otra adelante, en su maleta un mantón de mi abuela y... Y nada más. ¡Ah, sí: las monedas!” (4).
En El infierno prometido, de Elsa Drucaroff, Vittorio “Siguiendo las instrucciones de Beppo, el estibador del puerto de Buenos Aires, encontró a Julián en El Marinero Negro, uno de los bodegones de la calle Roca, frente al río. Era un hombre sombrío y corpulento de más de treinta años, usaba boina azul y chaleco de cuero sobre la camisa. Estaba sentado en el mostrador cuando se lo señalaron, Vittorio se abrió paso hasta él entre los marineros. Julián lo escuchó con el ceño fruncido, sin mover una ceja ni sacarse el cigarrillo de la boca”. El español dice a Vittorio y Dina que es necesario que ella aprenda a tirar: “Si mi mujer hubiera sabido usar un arma, ahora estaría viva aquí conmigo. (...) me la mataron en Asturias los carabineros de Primo de Rivera. Habíamos tomado las minas, yo estaba en la toma y ella estaba sola en casa. Yo tenía un arma, ella no, y no tenía cómo defenderse. Lo hicieron a propósito, fueron por ella porque era el modo de matarme a mí... Saben lo que hacen... Bueno, basta pues, pasaron ya más de tres años y sin embargo aquí estoy, ¿no?” (5).
Notas
1. Payró, Roberto J.: Divertidas aventuras del nieto de Juan Moreira. Prólogo y notas por Graciela Montes. Buenos Aires, CEAL, 1980. (Capítulo).
2. Gómez Bas, Joaquín: Barrio Gris. Buenos Aires, Compañía General Fabril Editora, 1963.
3. Verbitsky, Bernardo: Hermana y Sombra. Buenos Aires, Editorial Planeta Argentina, 1977.
4. Miguel, María Esther de: Un dandy en la corte del rey Alfonso. Buenos Aires, Planeta, 1999.
5. Drucaroff, Elsa: El infierno prometido. Una prostituta de la Zwi Migdal. Buenos Aires, Sudamericana, 2006. 336 pp. (Narrativas históricas). Pág. 265.
Varios
Mempo Giardinelli escribió Santo oficio de la memoria, obra galardonada con el VIII Premio Internacional "Rómulo Gallegos" en 1993. En esa obra -a la que Carlos Fuentes se refiere como a una “saga migratoria tan hermosa, tan conmovedora, tan importante para estos tiempos de odio, racismo y xenofobia”-, habla de un oficio que desempeñaban algunos españoles. En 1886, “Había muchos policías, allí. Casi todos asturianos, gallegos. No sé por qué. También usaban bigote de manubrio y llevaban pistolas al cinto, capote invernal, quepís duro y alzado y linterna en mano. Cuando se hizo la noche, los policías se movían como luciérnagas nerviosas” (1).
En Noticias secretas de América, Eduardo Belgrano Rawson evoca a los inmigrantes gallegos: “Cantabas un himno más light, como regía desde principios de siglo. Lo habían lijado un poco. ¿Qué otra cosa podían hacer? Necesitaban cortarla con los insultos, como explicó en su momento un operador del Ministro. ‘Tigres sedientos de sangre’ y todo eso. Culpa del himno el embajador no pisaba la presidencia, sobre todo los 9 de julio. A decir verdad, tampoco mostraban mucho aspecto de tigres los vascos y los gallegos que desembarcaban todos los días frente al Hotel de Inmigrantes, pero ésta era otra cuestión” (2).
En La fuga (3), film basado en la novela homónima de Eduardo Mignogna distinguida con el Premio Emecé 1998/99, Camilo Vallejo, uno de los anarquistas, habla con acento español y, al evadirse, es esperado por dos hombres con boinas vascas que lo ocultan en un carro lechero. En el film –al igual que en la novela- aparecen otros inmigrantes; entre ellos, Aldo Mazzini, el catalán Escofet, el mozo andaluz.
En Lunas eléctricas para las noches sin luna, escribe Belén Gache: “Bordeando el convento, la calle Viamonte se extiende alternando fondas llenas de marineros con casas de remates, regenteadas por catalanes, gallegos o andaluces que venden objetos dorados por oro fino y piedras transparentes por diamantes” (4).
Notas
1 Giardinelli, Mempo: Santo Oficio de la Memoria. Buenos Aires, Seix Barral, 1991.
2 Belgrano Rawson, Eduardo: Noticias secretas de América. Buenos Aires, Planeta, 1998.
3 Mignogna, Eduardo: La fuga. Buenos Aires, Emecé, 1999.
4 Gache, Belén: Lunas eléctricas para las noches sin luna. Buenos Aires, Sudamericana, 2004.
En conjunto
En Una ciudad junto al río (1), Jorge E. Isaac escribe, acerca de los españoles: “llegan solos o en parejas. De ellos, más bien habría que decir: siguen llegando. Se muestran desenvueltos, casi altaneros como si –por razones históricas- aún se sintieran un tanto dueños del país, del que en verdad lo han sido. No son pocos los que traen dinero suficiente como para establecerse en ésta u otras ciudades, villas o poblaciones con algún negocio de comestibles –las más de las veces ‘por mayor’- que es una de sus actividades preferidas. Si hay algo que en mí más llame la atención es su manejo preciso del idioma. Se me antoja que, en ellos, lo recibo en estado de real pureza, sin la contaminación que aquí ya está sufriendo por la influencia de los italianos que parecieran confabularse todos para deformarlo”.
En Moira Sullivan (2), de Juan José Delaney, la protagonista escribe una carta fechada en 1932, en la que expresa:
“Debo decir que pese a que los hijos de Erín se jactan de haberse integrado con el resto de la población, la verdad no es exactamente así. Tienen sus propios colegios, sus propios templos y clubes, y quien comete la osadía de casarse con un “nap” (¿napolitano y por extensión italiano?) o con un “gushing” (derivado, probablemente, del verbo inglés to gush, que significa hablar con excesivo entusiasmo y que es un neologismo para aludir a los gallegos y también por extensión a los españoles), se aíslan o son lenta pero inexorablemente segregados. En verdad esto ocurre con casi todas las comunidades extranjeras que se han radicado acá: árabes, armenios, ucranios y, muy especialmente, judíos. Para no hablar de los británicos que a su injustificado desdén agregan cierto cinismo ancestral”.
Tínkele, bielorrusa sobreviviente de Auschwitz, es uno de los personajes de Hija del silencio, de Manuela Fngueret. A ella “Se le mezclan las historias con la suya. La llegada a Buenos Aires, el primer día de trabajo en la fábrica de camisetas a unas cuadras de la casa de sus primos. Allí emplean también a otras mujeres inmigrantes como ella: italianas, españolas o polacas, con las que casi no intercambian palabra en agotadoras jornadas de trabajo. Una Babel de rostros e idiomas” (3).
Notas
1. Isaac, Jorge E.: Una ciudad junto al río. Buenos Aires, Marymar, 1986.
2. Delaney, Juan José: Moira Sullivan. Buenos Aires, 1999.
3. Fingueret, Manuela: Hija del silencio. Buenos Aires, Planeta, 1999.
estadounidenses
Eugenio Juan Zappietro escribe en De aquì hasta el alba: “Un hombre delgado y macilento que era ingeniero del ejèrcito, habìa llegado para estudiar la posibilidad de trasladar el asiento de las tropas un poco màs hacia el mar. Se habìa llamado Jewison y era un americano de Tejas, muy golpeado por la enfermedad que habìa contraido al atravesar la Florida. Jewison tenìa treinta y cinco años y un Colt Forntier a la cintura; vestìa levitòn Prìncipe Alberto y fumaba cigarrillos muy suaves, ambarinos, de Virginia”. Una noche, “quedò con los ojos abiertos, mirando el techo de paja trenzada, inmòvil como una piedra. Habìa muerto sonriendo, cara a un cielo extraño, tal vez muy semejante al de las interminables noches de su Tejas natal” (1).
En 1999 apareció Moira Sullivan (2), de Juan José Delaney, cuya protagonista emigra desde los Estados Unidos a la Argentina. La historia de esta mujer -que se inicia con su nacimiento en los primeros años del siglo XX o al finalizar el anterior- es una historia en sí, desarrollada hábilmente, pero permite también al novelista explayarse acerca de las circunstancias en que esta historia se desenvuelve. Al hablar de los primeros años de la anciana, nos ilustra acerca de la vida en Estados Unidos, no sólo de los irlandeses, sino también de emigrantes de otras nacionalidades que se dirigieron allí en busca de la fuente laboral que significaban las minas carboníferas.
La cautiva que protagoniza La casa de Myra, de Aurora Alonso de Rocha, es atendida por un médico norteamericano: “Myra yacía sobre las mantas y los pelleros al modo de la csa, envuelta en un lienzo blanco que después supe que lo humedecen de cocciones balsámicas. No se le notaba delirio alguno. Me dijo que tenía ‘susto’. Saltaba del camastro presa de pesadillas y allí corrían todos creyendo que ya comenzaban las visiones. A mí no me pareció que tuviera mal la razón ni los miembros duros o la lengua trabada o los ojos virados para atrás, todo lo que el Dr. Cross me había indicado como síntomas desgraciados. El cacique se puso de uñas para arriba cuando mencioné al doctor. Es doctor y es norteamericano pero lo que le molesta es que sea mitrista y arrogante en el trato cuando en otro tiempo había sido Juez de Paz. Es, además, un hombre grande, tanto como el cacique, que se inclina a ser condescendiente sólo cuando mira al otro desde arriba (eso me parece)” (3).
Notas
1 Zappietro, Eugenio Juan: op. cit.
2 Delaney, Juan José: Moira Sullivan. Buenos Aires, 1999.
3 Alonso de Rocha, Aurora: La casa de Myra. Buenos Aires, Fundación El Libro, 2001.
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franceses
En 1884, en el periòdico Sud Amèrica se publica como folletìn La gran aldea Costumbres bonaerenses (1), obra que Lucio V. Lòpez dedica a Miguel Canè, su “amigo y camarada”.
En esta obra aparecen franceses –tenderos y clientas-, vistos desde la perspectiva de un escritor que añora un pasado que no volverà. Lòpez compara a los tenderos de antaño con los del presente: “¡Y què mozos! ¡Què vendedores los de las tiendas de entonces! Cuàn lejos estàn los tenderos franceses y españoles de hoy de tener la alcurnia y los mèritos sociales de aquella juventud dorada, hija de la tierra, ùltimo vàstago del aristocràtico comercio al menudeo de la colonia”.
Recuerda a uno de aquellos tenderos criollos: “Entre los prìncipes del mostrador porteño, el màs cèlebre, sin disputa, era don Narciso Bringas: gran tendero, gran patriota, nacido en el barrio de San Telmo, pero adoptado por la calle del Perù como el rey del mostrador. No habìa mostrador como el de aquel porteño: todo el barrio junto no era capaz de desdoblar una pieza de madapolàn y de volverla a doblar como don Narciso; y si la piràmide misma le hubiera querido disputar su amor a Buenos Aires, a la piràmide misma le habrìa disputado ese derecho”.
Describe la estrategia del tendero para dirigirse a su clientela: “Don Narciso subìa o bajaba el tono segùn la jerarquìa de la parroquiana: dominaba toda la escala; poseìa toda la preciosidad del lenguaje culto de la època y daba el do de pecho con una dama para dar el sì con una cocinera”.
“Los tratamientos variaban para èl segùn las horas y las personas. Por la mañana se permitìa tutear sin pudor a la parda o china criolla que volvìa del mercado y entraba en su tienda. Si la clienta era hija del paìs, la trataba llanamente de hija; hija por arriba e hija por abajo. Si èl distinguìa que era vasca, francesa, italiana, extranjera, en fin, iniciaba la rebaja, el ùltimo precio, el ‘se lo doy por lo que me cuesta’, por el tratamiento de madamita. ¡Oh!, ese madamita lanzado entre 7 y 8 de la mañana, con algunas cuantas palabras de imitaciòn de francès que èl sabìa balbucir, era irresistible. Durante el dìa, los tratamientos variaban entre hija e hijita, entre tù y usted, entre madamita y madama, segùn la edad dela gringa, como èl la llamaba cuando la compradora no caìa en sus redes”.
La novela En la sangre “comienza a publicarse en forma de folletín en el Sud-América el lunes 12 de setiembre de 1887 y continúa apareciendo en forma ininterrumpida hasta el viernes 14 de octubre. Ya el sábado 15, en la Sección Noticias, se anuncia su aparición en un volumen de 300 páginas impreso en los mismos talleres del diario” (2).
En la novela, relata: “Existía en la calle Reconquista, entre Tucumán y Parque, un llamado ‘Café de los Tres Billares’, cuya numerosa clientela en gran parte era compuesta de hijos de familia, empleados públicos, dependientes de comercio y estudiantes de la Universidad y de la Facultad de Medicina. Su dueño, un bearnés gordo, ronco, gritón, gran bebedor de ajenjo, pelado a la mal content e insigne disputador de achaques en historia guerrera y de política, tenía, leguleyo a medias él mismo, una predilección marcada por los últimos. Iba, en su profundo amor a la ciencia representada para él por el gremio estudiantil, hasta hacer crédito a sus miembros de la hora de la mesa y del chinois en épocas adversas de pobreza” (3).
En la Bolsa de Comercio, Julián Martel encuentra “Promiscuidad de tipos y promiscuidad de idiomas. Aquí los sonidos ásperos como escupitajos del alemán, mezclándose impíamente a las dulces notas de la lengua italiana; allí los acentos viriles del inglés haciendo dúo con los chisporroteos maliciosos de la terminología criolla; del otro lado las monerías y suavidades del francés, respondiendo al ceceo susurrante de la rancia pronunciación española” (4).
En Adán Buenosayres, de Leopoldo Marechal, tres personajes discuten acerca de la nacionalidad de unos rufianes. Un personaje afirma: “¡Esos caften son marselleses! (...) y juró que los había visto a montones en las casas del ramo, con sus galeritas melón, sus bigotes mediterráneos y sus pesadas cadenas de oro”. Otro personaje sostiene que son polacos, y un tercero, que son rumanos. Doña Venus emite un “fallo inapelable”, cuando dice “De todo hay, como en botica” (5).
Desde México, Ricardo Clark me escribe: “Pilar de Lusarreta tiene una magnifica novela (Niño Pedro), sobre la construccion de La Plata, con sus inmigrantes y como personajes principales a dos franceses.(...) Un gran trabajo” (6).
En Un noviazgo, escribe Bernardo Verbitsky: “En Montevideo se anunció que el gobierno había iniciado gestiones para ‘repatriar los restos del cantor uruguayo Carlos Gardel’, y esto permitió explotar el asunto con nuevos bríos. Sostuvo Tribuna que era un gesto senil del dictador Terra, a quien acusó de querer explotar el afecto a Gardel para atraerse la adhesión del pueblo al que tenía sometido; quería despojar a los argentinos de los restos del más porteño de los cantores nacionales para capitalizar en propio beneficio su gran popularidad. Magalhaes, admitiendo que era un hombre de suerte, hizo rodar, como cañonazos de una pesada artillería, comentario tras comentario contra Terra. Era una campaña muy simpática en la que atacaba a un dictador y defendía la argentinidad de Gardel, reconociendo la verdad de que era francés de nacimiento, exponiendo generosas razones humanas opuestas a un mezquino concepto de ‘territorialidad’. Y el dia en que de la Torre dio fin a la lectura de su dictamen, ‘en minoría’, publicaba Tribuna en primera página, con grandes títulos y fotografías, la noticia de que la madre de Gardel había pedido por teléfono, desde Toulouse, con voz entrecortada por el llanto, que trajeran el cuerpo de Carlitos a la Argentina” (7).
La justicia por mano propia es otro de los motivos para dejar el país. En De aquí hasta el alba, novela de Eugenio Juan Zappietro, el cirujano belga Hubert Leroy debe huir de Francia pues durante una operación dio muerte intencionalmente a un ministro asesino: “Cuando Francia descubrió el crimen, Hubert Leroy estaba ya en América” (8).
No sólo en el conventillo o en la escuela se aprendían otras lenguas. Gaetano, uno de los personajes de Santo Oficio de la Memoria, lo hace en su lugar de trabajo, el “tranguay”, donde “La gente hablaba en todos los idiomas. Yo aprendí algo de inglés, de francés, de alemán. De polaco también y de yídish. La mayoría de los pasajeros eran inmigrantes. Uno tenía que saludarlos en sus lenguas. Había veinte maneras de decir buen día. Y muchas veces uno tenía que ayudarlos con el cambio, con las monedas” (9).
En Frontera Sur, Horacio Vázquez-Rial describe la llegada a la Argentina de Carlos Gardel y su madre: “Adormilada por el traqueteo del carro y la monotonía del paisaje, Berthe recordaba el agua espesa del río. Charles dormía, envuelto en una manta no muy limpia, encima de la carga informe del vehículo”. El hijo “era robusto, algo grueso, de piel muy blanca y pelo recio, y tenía una voz clara y redonda. Seguramente, era menor de lo que parecía” (10).
Acerca de Mireya (11), de Alicia Dujovne Ortiz, escribió Ivonne Bordelois: “Inspirado en una fantasía de Cortázar, este relato narra las vicisitudes de Mireya, una prostituta inmortalizada por Toulouse-Lautrec, que habría recalado en Buenos Aires, donde acaso inspirara el célebre tango que la recuerda. En la recreación de Dujovne Ortiz, la pelirroja Mireille, que se distingue de sus congéneres por un espíritu original y poético sumamente idiosincrático, es elevada por Toulouse-Lautrec al rango de modelo y musa predilecta de su atelier, que convoca a la bohemia más prestigiosa del París plástico y literario. Luego, presa del infaltable, sensual y depravado argentino de la época, se traslada a Buenos Aires, donde no sólo aprenderá a bailar tango, sino que inventará nuevos y memorables pasos, y acabará cotizando la gloria de iniciar sexualmente a un adolescente de pelo lacio y excesivo peso, llamado nada menos que Carlos Gardel. Incapaz de perder una sola ocasión de enlazarse proféticamente con la historia, Mireya -cuyo nombre ha sufrido la transformación fonética necesaria al emigrar a las tierras del Plata- llegará a conocer el eléctrico roce de los dedos de Jean Jaurés, entrevisto fugazmente en un apasionado alegato político. Dujovne Ortiz es una escritora en la plenitud de su oficio: es delicioso su vuelo en las escenas eróticas, tan delicadas como intensas. Las descripciones de las sesiones de tango, que acaban por desencadenar duelos mortales entre los malevos trenzados a Mireya, alcanzan una brillantez poética que sorprende a los agradecidos lectores, ya que se sabe que, en esos dominios, nuestra narrativa contemporánea suele alternar chatura con sordidez. Una ironía sagaz y desacralizadora permea su relato, lleno de alusiones inteligentes y citas sobreentendidas que no dejan de sonreír al lector. Sin embargo, en cierto sentido, la cuidadosa documentalista que dio obras tan espléndidas como la insuperada biografía de Eva Perón, traiciona en Dujovne Ortiz a la novelista. En efecto, si bien cronológicamente posible, el intento de crear una figura verosímil que, de un modo psicológico coherente, pueda enlazar, en trato íntimo sucesivo, a protagonistas culturales tan distintos como Carlitos Gardel y Toulouse-Lautrec, resulta un tanto forzado. Al enfrentar ese desafío, la autora corre el riesgo de distraer al lector de una sostenida atención por la trama misma del relato. Una vez leída esta novela, Mireya aparece ante nuestra memoria como una sucesión de brillantes y agudos posters, sintetizadores de una época rica y desgarrada, expuesta bajo el foco potente de un ojo despiadado y de una pluma tan ágil, humorística y lúcida como los bocetos del genial enano de Montmartre. No imprime, en cambio, esa huella profunda que dejan a su paso las historias con que podemos identificarnos más plenamente. Historias menos habitadas acaso por personajes y trasfondos culturales célebres o populares, pero en las cuales el hilo mismo de la narración nos va estrangulando de ansiedad por saber, no sólo lo que ocurre después, sino cómo pudo ocurrir lo sucedido antes. Historias donde los móviles misteriosos y absurdos del corazón de seres a veces mediocres, esnobs, cotidianos o provincianos (como Swann o Mme. Bovary) son los motores inconscientes del devenir, y no las fechas o los lugares del kitsch o el pop histórico que recogerán los investigadores del futuro. Más brillante y pictórica que íntima y profunda, Mireya podrá permanecer en nuestra memoria, sin embargo, como un talentoso fresco realizado con brío innegable por una de nuestras menos frívolas y mejores escritoras actuales” (12).
Carlos Enrique Pellegrini, padre del Presidente de la Nación, nació en Saboya en 1800; falleció en Buenos Aires en 1875. El hijo, protagonista de La última carta de Pellegrini, de Gastón Pérez Izquierdo, manifiesta en esa obra que su padre era “un inmigrante. Inteligente y culto, sí, pero desprovisto de fortuna y de linaje, que llegó a esta tierra cuando el esplendor rivadaviano convocó a una gran conscripción de inteligencias para transformar el país. Crédulo de la estabilidad política que podría tener la incipiente nación desembarcó pensando en grandes obras públicas: puerto, alcantarillas, desagües y las demás ensoñaciones que un joven ingeniero de talento puede alojar en su cabeza. Pero Rivadavia cayó y con él los sueños de tecnificación y ornato; en realidad se convirtieron en una larga siesta colonial, que mantendría al país al margen de las calderas y el vapor. No trabajó como ingeniero y se debió ganar la vida con la paleta de pintor. Todo el gran mundo porteño intentó quedarse quieto delante de él para que perpetuara sus rasgos en un lienzo. El profesional cedió paso al artista que con el trabajo del pincel pudo fundar una familia, educarla con dignidad y por la aristocracia de su inteligencia y cultura –sólo por ellas- vincularse igualitariamente con las viejas familias del país” (13).
En La noche que me quieras, de Jorge Torres Zavaleta, un protagonista de avanzada edad recuerda su juventud, cuando, después de matar en un duelo al marido de una amante, decidio viajar a Paris. El presente de ese anciano que recuerda transcurre en 1988 y se altema con su rememoracion, que se inicia con episodios sucedidos a partir de 1928. La juventud de ese hombre, tan lejana ya, está unida indisolublemente a una figura mitica, Carlos Gardel, quien lo trata afectuosamente. Las paginas en que el protagonista se entrevista con El Zorzal para ofrecerIe las letras de tango que compuso brindan al lector una imagen vivida del cantor. Un personaje lo describe asi, recordando lo comentado por uno de los peones: «Gardel Ie hablaba en lunfardo, y como este muchacho era del interior y recien habia llegado a Buenos Aires, no Ie entendia ni medio. Dijo que siempre le hacía preguntas sobre su trabajo: si losyobacas dormian bien, como habian trabajado, Carlitos se interesaba por la gente, por eso lo adoraban».
Para algunos, hablar más de un idioma, era testimonio de su condición de inmigrantes. Para otro, en cambio, era un sello de clase. En La noche que me quieras, Torres Zavaleta muestra el conocimiento de otras lenguas vinculado a un estamento social: “Arturo era un muchacho educado, se vestía bien, por supuesto, se la arreglaba con los idiomas. Algo te ha quedado de tantas profesoras franchutas e inglesas de cuando eras borrego” (14).
Orellie Antoine de Tounnens “encontró la manera de convencer a los mapuche, y a un mes de haber llegado al territorio araucano decretó el nacimiento de la primera monarquía constitucional y hereditaria de La Araucanía. Según la interpretación del biógrafo más importante de Tounnens, Armando Braun Menéndez, los caciques lo aceptaron debido a que en él veían el símbolo de la resistencia frente al Estado chileno. Asimismo, por una leyenda mesiánica, influida por su cristianización colonial, que decía que la guerra y la esclavitud terminarían el día en que llegara un hombre blanco a la región. A su proclamación como Rey, muy pronto siguieron la promulgación de la Constitución de la Monarquía, su difusión en varios periódicos y las cartas de aviso al gobierno de Manuel Montt. El 20 de noviembre de 1860 decidió además incorporar la Patagonia a su reino, fijando los límites de la Monarquía en el río Biobío por el norte, la costa del Pacífico por el este, la costa atlántica desde el río Negro al sur por el oeste, y el Estrecho de Magallanes por el sur” (15).
El protagoniza El rey de la Patagonia (Orellie Antoine I), de Claudio Morales Gorleri (16). Transcribo unas líneas: “Esa noche empezaron los desplazamientos para iniciar los ataques al amanecer en forma simultánea. Orellie montaba junto a Catriel. Los dos ministros quedaron en el aduar. El objetivo de su columna de mil indios era el Azul. Se apostaron al sur del camino real desde donde se podían ver algunas luces del pueblo. El silencio era sorprendido por el grito de algún chajá. Al aclarar avanzaron al paso de sus caballos. Se fueron formando grupos para irrumpir por varias calles. Catriel levantó su lanza con el brazo derecho. Todos estaban pendientes de su orden. Cuando la bajó, la gritería fue infernal. Entraron al galope llevándose todo por delante. En cada comercio entraban de a cientos y rompían, quemaban o se llevaban lo que querían. A cuanto cristiano se cruzaba lo atravesaban con las afiladas lanzas. Era un baño de sangre en una borrachera de furia. A las mujeres las tiraban al suelo en un rincón, las amontonaban para llevarlas después. Al mediodía un capitanejo informaba a Catriel: 400 cristianos muertos, 500 cautivas y 300.000 animales en el arreo.Orellie vomitaba sosteniéndose en un palenque, mientras algunos indios enchastrados en sangre y con sus botines a cuestas, lo miraban con desdén”.
En La logia del umbral, de Ricardo Feierstein, narra uno de los personajes, que vivía en Villa Pueyrredón, a mediados del siglo pasado: “Por las mañanas, en la escuela pública donde todos concurríamos, conviví con el inglés Stanley y el italiano Badaracco, protagonistas de una pelea memorable donde vi correr sangre por primera vez; con el galleguito Pérez y un francés medio raro que se hacía dibujos en las manos con hojitas de afeitar” (17).
En El infierno prometido Una prostituta de la Zwi Migdal (18), Elsa Drucaroff demuestra su talento en la composición de los personajes, especialmente los femeninos. Muestra una Dina que evalúa los beneficios y los perjuicios de las decisiones a tomar. Ella sabe; es esa sabiduría la que la vuelve distinta de las demás. La protagonista puede escapar –o al menos, intentarlo-, pero no lo hace en un principio. Ahí es cuando se pone sobre el tapete la trama de intereses privados, familiares y sociales que permitían que estas mujeres llegaran en esa forma a la Argentina, eludiendo controles, con documentos falsos, burlando a la Asociación Judía para la Protección de Niñas y Mujeres. Porque -demuestra Drucaroff- las mujeres que trae el tratante de blancas, o ya saben a qué vienen, o cuando se enteran, son más seducidas por un plato de comida que atemorizadas por los golpes. La escritora ejemplifica esta aseveración mediante los personajes de Dina, sometida voluntariamente por temor a volver a su tierra, y Rosa, una mujer que creía haberse casado por poder y, ya en Buenos Aires, se niega a trabajar. A ella, le surtió más efecto una buena cena que el castigo físico y el encierro. En esta obra, la autora se refiere a las prostitutas francesas y polacas, destacando que las primeras eran mejor pagadas que las segundas.
Notas
1 López, Lucio V.: La gran aldea Costumbres bonaerenses. Buenos Aires, CEAL, 1980.
2 Frugoni de Fritzsche, Teresita: “En la sangre”, en Cambaceres, Eugenio: En la sangre. Buenos Aires, Plus Ultra, 1968.
3 Cambaceres, Eugenio: En la sangre. Buenos Aires, Plus Ultra, 1968.
4 Martel, Julián: La Bolsa. Buenos Aires, Huemul, 1979. Prólogo de Diana Guerrero.
5 Marechal, Leopoldo: Adán Buenosayres. Buenos Aires, Sudamericana, 1984.
6 Lusarreta, Pilar de: Niño Pedro. Buenos Aires, Guillermo Kraft Limitada, 1955.
7 Verbitsky, Bernardo: Un noviazgo. Buenos Aires, Planeta, 1994.
8 Zappietro, Eugenio Juan: De aquí hasta el alba. Barcelona, Planeta, 1971.
9 Giardinelli, Mempo: Santo Oficio de la Memoria. Buenos Aires, Seix Barral, 1991.
10 Vázquez-Rial, Horacio: Frontera Sur. Barcelona, Ediciones B, 1998.
11 Dujovne Ortiz, Alicia: Mireya. Alfaguara, 1998. 239 páginas.
12 Bordelois, Ivonne: “Peripecias de una musa de Toulouse-Lautrec y de Gardel Brillante fresco de época”, en La Nación, 26 de agosto de 1998. Reproducido en www.literatura.org.
13 Pérez Izquierdo, Gastón: La última carta de Pellegrini. Buenos Aires, Sudamericana, 1999.
14 Torres Zavaleta, Jorge: La noche que me quieras. Buenos Aires, Emece, 2000.
15 http://www.icarito.cl
16 Buenos Aires, Planeta, 1999.
17 Feierstein, Ricardo: La logia del umbral. Buenos Aires, Galerna, 2001.
18 Drucaroff, Elsa: El infierno prometido Una prostituta de la Zwi Migdal. Buenos Aires, Sudamericana, 2006. 336 pp. (Narrativas históricas).
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galeses
En Tama, novela de María Teresa Andruetto distinguida con el Premio Novela Luis José de Tejeda/92, aparece una galesa. Timoteo, “cuando era todavía un muchachito se enganchó en el ejército de Roca y se fue a servir al Sur a cambio de unas leguas, aunque se pareciera más a las víctimas que a sus compañeros de milicias. En una de esas andanzas robó, a los dueños de un molino de trigo, una galesa de las primeras que vinieron a este país y por temor al padre de la joven o por que ya estaba cansado de ir de un sitio a otro, dejó las leguas ganadas con sangre ajena y regresó con ella al Norte. La galesa se llamaba Clydwin Jones y era extraña como su nombre. (... La extranjera se resistió los primeros tiempos, hasta que la desidia terminó por ganarla y se dejó acariciar como una cosa, mientras el deseo del hombre que no había elegido le resbalaba más y mas. Jamás lograron vencerla ni la ternura, ni el dolor, ni la bronca que él puso empeño en demostrar y ni siquiera reaccionó cuando Linares se hizo asiduo visitante del prostíbulo donde una hembra desmesurada hacía estragos” (1).
Hacia el sur se dirigen los galeses –escribe Andrés Rivera en Guido-: “a los que eran menos ricos, a los que sabían trabajar y callar, y ser ordenados, y recordar cómo era Gales, y cómo su idioma, se les deparó la Patagonia. Otro país, la Patagonia, en el Sur, en el confín del mundo, al que bautizaron, un manchón aquí y otro allá entre la uniformidad silenciosa de lagos, bosques y piedra, con nombres recios y venerables” (2).
En Hay que matar (3), de Andrés Rivera, “Milton Roberts, galés, tuvo unas pocas leguas de tierra en El Sur del Sur, algunas ovejas, cuatro o cinco perros y dos o tres caballos, y un hijo llamado Byron Roberts. Hasta que La Compañía hizo su oferta y él dijo, impávido, no. Bill Farrell había escapado, hambriento, de Irlanda, y era comisario de policía en El Sur del Sur. Tenía una mujer a la que llamaban Rosario. Con Bill Farrell, Byron Roberts aprendió, entre otras cosas, el oficio de matar. En El Sur del Sur sobran el petróleo y la violencia. El poder es propiedad de unos pocos, pero la venganza -a diferencia del sexo y del whisky- es una de las cosas que no se compran ni se venden. Allí un hombre mata como Andrés Rivera escribe: en busca de conocimiento y de justicia. En El Sur del Sur hubo un imperio. El imperio no se disolvió: tiene otros nombres, más impersonales. Pero todavía dicta la ley. Todavía mata” (4).
Al publicarse la novela, Demian Orosz entrevista al autor. Transcribimos un fragmento de ese reportaje:
“El título de su último libro sacude el aire como un disparo en la noche. Posee, además, la precisión y la contundencia que requiere un imperativo: Hay que matar. Podría pensarse que esas tres palabras que son la inversión exacta del quinto mandamiento merecerían una aclaración, una trama que despeje los posibles malentendidos. Quien piense así se verá defraudado. El centenar de páginas que componen la reciente novela de Andrés Rivera no se detiene en explicar nada. Entre otras razones, porque no es tarea de la literatura redactar un nuevo decálogo. Quizá, también, porque el ahorro de palabras que viene marcando a fuego la prosa del autor es algo más que un rasgo de estilo. Las ausencias, los vacíos que el lenguaje apenas alcanza a cubrir requieren un lector que no retroceda ante los silencios. Lo que Rivera denomina, sin abundar demasiado, un ‘lector inteligente’ ”.
“Tampoco el protagonista de Hay que matar (recién publicado por Editorial Alfaguara) sabe porqué cumple con lo que el título le reclama. Durante 20 años, Byron Roberts fue comisario en un pueblo perdido en la Patagonia. Durante 20 años se acostó con mujeres propias y ajenas, bebió toneladas de whisky y recorrió a caballo una tierra helada y fría mientras se decía a sí mismo cosas que apenas comprendía. No ha olvidado: sin saber las razones, sin esperar nada a cambio, una noche sale en busca de los tres hombres que 20 años antes ejecutaron a su padre”.
“Así mata Byron Roberts, que a esta altura de la historia ha cambiado de nombre y ahora se llama Nadie: ‘Nadie tocó el gatillo dócil de su revólver, desde la distancia necesaria para no mancharse con la boca de El Sargento. Saltaron, en la luz de la casa que Nadie calificó de mugrienta, astillas del paladar, pedazos de lengua, dientes, pedazos de labios, de lo que fue la boca viva de El Sargento’ ”. (...)
“Byron Roberts sabe bien que la justicia por mano propia o la que puede hacer un solo hombre carece de valor. Byron sabe que lo que hace no cambia nada. Hay que matar arrancó como arrancan la mayoría de sus libros. Cuando empezó a escribirlo tenía el título, algunas líneas del comienzo y otras tantas del final. Lo que había que poner en el medio es una historia que Rivera escuchó a mediados de los ‘60. ‘Yo estaba mucho en el Sindicato de Prensa de Buenos Aires —cuenta el autor—. Uno de los periodistas que frecuentaban la sede se llamaba Milton Roberts, un hombre muy british. Las patotas fascistas tenían por costumbre agredir la casona, y una noche, al término de uno de esos asaltos, Milton me contó la historia de su padre: había sido comisario en el sur. Un día le avisaron que tres personas habían asesinado a un poblador. Salió a buscarlos, mató a dos y volvió con la confesión del tercero’. Milton Roberts también le contó a Rivera que los hombres que su padre había perseguido eran asesinos a sueldo de lo que en la novela se llama La Compañía: ‘No la menciono con su verdadero nombre porque seguramente hay descendientes de quienes fueron sus dueños, y me advirtieron que podían iniciarme un juicio’ " (5).
Notas
1 Andruetto, María Teresa: Tama. Córdoba, Alción Editora, 2003.
2. Rivera, Andrés: Guido, en Para ellos, el Paraíso. Buenos Aires, Alfaguara, 2002.
3. Rivera, Andrés: Hay que matar. Buenos Aires, Alfaguara, 2000. 120 páginas. (Biblioteca Andrés Rivera).
4. S/F: en www.alfaguara.com.ar
5. Orosz, Demian: “Rivera Andrés: Soy un hombre entre los hombres”, en La Voz del Interior, Córdoba, 22 de junio de 2001.
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griegos
En su novela Un noviazgo, Bernardo Verbitsky presenta a un griego con ocupaciones no muy claras: El Checato “Tenía mandíbula muy ancha, y aunque su cara era flaca, ahondada debajo de los pómulos, sus maxilares estaban recubiertos de fuertes músculos. ‘Un etrusco sonriente con anteojos’, pensaba. Y la verdad era que sus anteojos de cristales sin virola, quedaban incluidos en su ancha risa que le llegaba silenciosa. Los anteojos quedaban en medio de las arruguitas. Era un efecto raro y más bien siniestro. (...) Trigo limpio, no es. Es un vivo que ve bajo el agua. (...) Dicen que anda en veinte asuntos. Pero no anda, corre detrás de los pesos, claro. Vende alhajas de fantasía. Compra no sé qué. Además es amigo de don Alí y lo peor es que los dos lo disimulan. Quién sabe en qué andarán. A lo mejor son socios” (1).
En Un árbol lleno de manzanas, escribe Marta Lynch: “La casa del griego es triste como la del sexto B pero sucia. En las paredes tienen anotadas medidas y clavados alfileres y fotografías de elegancia en Epsom. Tiene además dos maniquíes también elegantísimos” (2).
Un griego es el propietario del copetín al paso Acrópolis. Relata el hijo –protagonista de Latas de cerveza en el Río de la Plata, novela de Jorge Stamadianos que fue distinguida con el Premio Emecé 1994/95-: “El Acrópolis está ubicado sobre el andén de una estación de la zona norte del Gran Buenos Aires que años atrás, en la década del 50, había conocido su época de esplendor. El lugar había crecido rápidamente en esos años dando origen a una calle principal donde se amontonaron todo tipo de comercios. (...) Mi viejo había hecho pintar el Partenón sobre los vidrios como un símbolo triunfal de su país, pero el paso del tiempo descascaró el dibujo, metamorfoseando esa imagen idílica –pintada de dorado- en la actual del monumento en ruinas” (3).
Notas
1 Verbitsky, Bernardo: Un noviazgo. Buenos Aires, Planeta, 1994.
2 Lynch, Marta: Un árbol lleno de manzanas. Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1974.
3 Stamadianos, Jorge: Latas de cerveza en el Río de la Plata. Buenos Aires, Emecé, 1995.
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holandeses
A criterio de Delfín Garasa, “Una de las más cumplidas descripciones de un heterogéneo desembarco es la que ofrece Luis Pascarella en su novela-alegato documental, El conventillo. Llega el Christoforo Colombo y primero bajan los hombres de negocio con su apoplética cerviz, con el paso resuelto de los acostumbrados a dar órdenes y ser obedecidos, los turistas ingleses con sus máquinas fotográficas y algunas señoras un tanto perplejas por no ver en el muelle indios con plumas y taparrabos. Por ese entonces, el viaje a Europa empezaba a otorgar prestigio social, y los argentinos que regresan cambian opiniones en alta voz sobre los modelos de París, el mobiliario inglés o la sinfonía escuchada en la Opera de Viena. Y, finalmente, aparecen los inmigrantes, tan fustigados en los azares de las proclamas políticas, un ‘enorme hormiguero’ que había viajado en el mayor hacinamiento. Rostros curtidos, exhaustos, azorados. En todos se presiente la pregunta: ¿Qué les deparará esta nueva tierra? De pronto, una mirada se ilumina o un brazo se agita en alto porque se ha reconocido a alguien en la muchedumbre que espera. Van bajando los hebreos de desgreñadas barbas y gastados levitones, los ‘turcos’ con sus espaldas combadas, los nórdicos enjutos, los napolitanos pequeños y retorcidos como raíces, los andaluces gárrulos, los gallegos pacientes, los holandeses esponjosos, los genoveses de músculo recio e insaciable voracidad. Una mujer besa la tierra que los acoge y tras su actitud ritual se adivina un pasado de penurias y recelos. Y agrega Pascarella: ‘La gran ciudad de calles dirigidas hacia el Oeste recibe en su seno aquella semilla que purificada en un ambiente de libertad (...) se reproducirá en su inmensidad desierta” (1).
La logia del umbral, de Ricardo Feierstein, cuenta el proyecto de cuatro generaciones de una familia, que se propone llegar a caballo desde Moisesville, Santa Fe, mediante postas de dos jinetes por vez, con una caja de madera de cerezo que contiene tierra de la primera colonia judía en la Argentina y “una mezuzá, estuche de hueso con un trozo de papel escrito con letras hebreas”, hasta la Plaza de Mayo, donde la enterrarán bajo la Pirámide. Uno de los personajes reflexiona, eufórico: “cuando se corra la voz, italianos y españoles y franceses y todos los otros harán lo mismo. Y tendremos, allí en esa Plaza del centro de Buenos Aires, la ceremonia simbólica del crisol de razas o del mosaico de identidades”.
En esa obra, dice uno de los personajes: “Incluso, antes de la guerra, vinieron judíos de Alemania, Holanda y Polonia. Esto era Sión para ellos, la tierra de la libertad, de la leche y la miel, donde pudieron salvar sus vidas y tratar de rehacerlas. Más polacos y lituanos llegaron después, en los años ‘40” (2).
En Países Bajos (3), de Federico Jeanmaire, se hace referencia a inmigrantes de ese origen. Sobre esta obra, escribe Sylvia Saítta: “Recién emigrado al país de sus ancestros, sin dinero y sin trabajo, Juan Hilkema, un argentino descendiente de holandeses, conoce a la enigmática y pelirroja Ruska, en un bar de La Haya. En ese casual encuentro, la mujer le ofrece un trabajo: ser una especie de ‘conejillo de Indias’ en un gabinete experimental de la Facultad de Medicina. Juan acepta; durante cuarenta y cinco días estará encerrado, sometido a inyecciones y controles médicos, sin otra relación con el afuera que las cartas de Ruska que, cada cinco días, llegan a su gabinete” (4).
Notas
1. Garasa, Delfín Leocadio: La otra Buenos Aires. Paseos literarios por barrios y calles de la ciudad. Buenos Aires, Sudamericana-Planeta, 1987.
2. Feierstein, Ricardo: La logia del umbral. Buenos Aires, Galerna, 2001.
3. Jeanmaire, Federico: Países Bajos. Buenos Aires, Planeta, 2004. 242 pp.
4. Saítta, Sylvia: “Relato de amor y vida”, en La Nación, Buenos Aires, 28 de noviembre de 2004.
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húngaros
José Martín Weisz relata en ...mientras los violines tocaban csárdás. Un viaje a Hungría (1), la historia de un judío húngaro que debió dejar su tierra, y el viaje que él realiza con su hijo, muchos años después: “Acompañado por su hijo y con la ilusión de recuperar las tierras de su familia, regresa a un país ahora muy diferente al de su infancia. En un viaje lleno de dificultades y emociones, una Hungría devastada por los sucesivos invasores sólo tiene un amargo reencuentro para ofrecerle. Sin embargo, inesperadamente, el sabor de la satisfacción lo alcanza en algún lugar”.
Notas
1 Weisz, José Martín: ...mientras los violines tocaban csárdás. Un viaje a Hungría. Buenos Aires, Milà, 2002.
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ingleses
Ralf Herne (1), por William H. Hudson "transcurre en Buenos Aires en 1871. Es una historia de amor, pero las circunstancias que la rodean, desencadenan las sucesivas desgracias que aquejan al joven médico inglés, protagonista del romance" (2).
“Con El agua publicada póstumamente en 1968, culmina la importante producción de Enrique Wernicke(1915-1968)” (3). En este libro, el escritor evoca el menosprecio que un personaje evidencia por su descendencia: “Era una casa para vivir bien. Ahora que las chicas crecían, tal vez hubiese venido bien otro baño o, por lo menos, un toilette. Pero don Julio pensaba que las chicas algún día se iban a casar y además, no olvidaba, él también tendría que morir. Un baño es suficiente cuando se convive con gente bien educada... como él. O Julito. No se podía decir lo mismo de las nietas, hijas de una hija de un judío polaco, sin eso imperceptible, casi diríamos inexplicable, que se llama ‘tener sangre inglesa en las venas’ ” (4).
En Fuegia, de Eduardo Belgrano Rawson, la viuda del reverendo Dobson evoca los planes que hacìan sobre la emigraciòn, alentados por noticias tendenciosas: “Despuès de pasar una tarde en la Uniòn Misionera, volvìan a casa con su marido por un sendero de gramilla perfumada. Llevaba seis meses de casada con Dobson. Hicieron un alto en el parque y abrieron un paquete de bollos. Charlaron del futuro viaje a Sudamèrica. Dobson dibujò la misiòn sobre el papel de los bollos. Habìa un grupo de canaleses entonando sus himnos y un paquebote en el horizonte. Los canaleses figuraban como ‘naturales amistosos’ en todas las publicaciones del Almirantazgo, de modo que agregò un nativo haciendo cabriolas. Su mujer le suplicò que dibujara una huerta. Dobson puso la huerta y metiò algunas ovejas. Estuvo tentado de añadir el cementerio, pero desistiò a ùltimo momento. Ella estudiò bien el dibujo y concluyò que nada faltaba. Tratò vanamente de hallarle algùn parecido con su aldea de Sussex. Pero igual le propuso: ‘Pongàmosle Abingdon’. Pensò emocionada: ‘El Señor es mi pastor’ “ (5).
Un personaje de Frontera sur, novela de Horacio Vázquez-Rial, dice que a Sarmiento le parecía mal que se abrieran escuelas italianas, o alemanas, o inglesas”. Otro interviene: “”Era lógico que le pareciera mal. (...) No estaba loco. (...) Un Estado. Quería un Estado, con mayúscula. Y eso se hace con la escuela pública. Esto no puede ser eternamente un centón mal cosido. La gente que llegue tiene que adaptarse, recomponerse, mezclarse para formar una raza argentina” (6).
Carlos Pellegrini, protagonista de la novela histórica escrita por Gastón Pérez Izquierdo, recuerda a Bridges: “Un predicador inglés, Mr. Thomas Bridges, había pasado una larga temporada en la Tierra del Fuego como misionero de la Iglesia Anglicana y de paso criando lanares que había introducido desde las Islas Malvinas. Estaba en Buenos Aires preparándose para embarcar a Inglaterra –y disfrutar una temporada de sus buenos negocios- de manera que no rehusó una invitación de la Sociedad Literaria Inglesa para pronunciar una conferencia sobre su inquietante experiencia” (7).
En La logia del umbral, de Ricardo Feierstein, narra uno de los personajes, que vivía en Villa Pueyrredón, a mediados del siglo pasado: “Por las mañanas, en la escuela pública donde todos concurríamos, conviví con el inglés Stanley y el italiano Badaracco, protagonistas de una pelea memorable donde vi correr sangre por primera vez; con el galleguito Pérez y un francés medio raro que se hacía dibujos en las manos con hojitas de afeitar” (8).
El inglés se titula una novela de Susana Cella (9). En 1892, Jimmy –“nacido James Radburne”- llegó a la Patagonia, “huyendo de la pobreza y los prejuicios ingleses, y pasó toda una vida improvisando oficios para sobrevivir y métodos para huir de las policías argentina y chilena”. Se dirigió a esa región pensándola “como garantía de anonimato para pasados difíciles” (10).
En La casa de Myra (11), obra distinguida con el Segundo Premio Xerox para autores inéditos, escribe Aurora Alonso de Rocha: “Al cura que lo quiere adoctrinar el cacique le recordó que uno de los ingleses que están enterrados en la parte de disidentes era tenido por hombre santo aunque vivía con una reunión de mujeres nunca bien contadas por los cambios que hubo, y muchas hijas y sobrinas que complicaban la cuenta, pero que no eran menos de cuatro esposas y una de ellas inválida. (Y ahí es donde se prueba cómo los argumentos de los curas tienen anverso y reverso. Esa mujer que había perdido una pierna por una infección siendo niña y que tuvieron que amputarla, llevaba un artefacto de madera y metal que rechinaba al andar y era horrible de verse para los que lo habían visto, y se decía tanto que el pastor era un refinado monstruo que oía como música el sonar del artificio aquel y se complacía en la desnudez mecánica, como que era un santo porque la amaba y era capaz de cohabitar con tal aparato”.
En La noche que me quieras, Jorge Torres Zavaleta evoca la intolerancia criolla ante los diferentes paladares. De “los gringos y los ingleses” afirma el narrador que eran “unos animales” porque arrimaban “hacia un costado del plato los restos del dulce de leche” porque no les gustaba. Eso era vivido por el hombre como una verdadera “falta de educación” (12).
Notas
1 Hudson, William H.: Ralf Herne. Buenos Aires, Editorial Letemendia, 2006. 116 pp. Traducción de Alicia Jurado.
2 Gainza de Aldatz, Felicitas: crítica en el gRillo N° 46, Marzo-Abril de 2007.
3 S/F: en Wernicke, Enrique: El agua. Buenos Aires, CEAL, 1980. (Capítulo)
4 Wernicke, Enrique: El agua. Buenos Aires, CEAL, 1980. (Capítulo).
5 Belgrano Rawson, Eduardo: Fuegia. Buenos Aires, Sudamericana, 1991.
6 Vázquez Rial, Horacio: Frontera Sur. Barcelona, Ediciones B, 1998.
7 Pérez Izquierdo, Gastón: La última carta de Pellegrini. Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1999.
8 Feierstein, Ricardo: La logia del umbral. Buenos Aires, Galerna, 2001.
9 Cella, Susana: El inglés.
10 Cristoff, María Sonia: “Inglés en fuga”, en La Nación, Buenos Aires, 19 de noviembre de 2000.
11 Alonso de Rocha, Aurora: La casa de Myra. Buenos Aires, Fundación El Libro, 2001.
12 Torres Zavaleta, Jorge: El día que me quieras. Buenos Aires, Planeta, 2000.
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irlandeses
Carlos Marìa Ocantos es el autor de Quilito (1), una de las tres obras màs representativas del “Ciclo de la Bolsa”. En esa obra, él escribe que Quilito “miraba a Mìster Robert y se encogìa de hombros con làstima. No, no se verìa èl en ese espejo. Allì estaba desde la mañana casi hasta la noche, la espalda encorvada, los dedos agarrotados sobre el lapicero, sentado en el banco de patas largas, sin descanso, sin distracciòn, esclavo del trabajo, prisionero del deber; y asì todos los dìas, todos los dìas... hasta que la enfermedad le clavase en el lecho, la vejez le baldara o le sorprendiera la muerte. Entretanto, habrìa pasado los mejores años de su vida sin gozarlos, dejando para otros el fruto de lo que èl sembrara...”.
No sòlo Mister Robert era probo; tambièn lo era su familia: el inglès “no concurrìa a cafès ni a teatros; su distracciòn ùnica, suprema, que saboreaba con el deleite de un goloso, era su familia: la mujer, un àngel; el hijo, otro àngel, y el padre, viejo patriarca de Irlanda, màs catòlico que el Papa y de una honradez a toda prueba; de esos caracteres que ya no se estilan y que, temerosos, se esconden en el santuario del hogar, como prenda pasada de moda, para no exponerse a la irrisiòn del pùblico”.
En De aquí hasta el alba (2), Eugenio Juan Zappietro escribe sobre un irlandès que llegò al desierto en 1866, y el socio granadino que lo traicionò. O’Flaherty “juraba que Argentina era el paìs del futuro. No se equivocò por mucho en cuanto a la tierra; se equivocò de hombres, pero una lanza araucana habìa terminado con èl para evitarle la amargura de comprobarlo”.
“Vivía con una muchacha de Glasgow, que no tenía miedo a empuñar un mosquete y lo había seguido muchas millas para tener una hacienda propia donde pensaban criar ganado Hereford. La tierra no daba todavía para esas aventuras y O’Flaherty puso un saladero en compañía de un granadino llamado Ozores, que le robó el negocio y trató de hacer lo mismo con la chica de Glasgow. Ella pudo huir y el granadino tuvo que matarla. El irlandés la enterró con todo el rito de su Eire, con azaleas que consiguió nunca se supo dónde, y se sentó a esperar la muerte”.
En Barcelona se edita Frontera Sur, de Horacio Vázquez-Rial. En esa novela, evocó la inmigración irlandesa. Una joven de esa nacionalidad se presenta para un puesto de maestra: “Era una muchacha rubia, con pecas, casi una niña. Se sentó ante el tribunal familiar en el borde de una silla, con las manos juntas y las rodillas juntas, paseó sus ojos claros por el fondo de los ojos que la observaban y sonrió”. Se llama Mildred Llewellyn y habla castellano con dificultad. Dice la joven: “Llego de Irlanda hace tres días y vengo aquí”. Su empleador le enseña: “-Llegué –corrigió Roque, mostrando el pasado con el índice, en un lugar situado detrás de su hombro derecho-. Y vine”.
Durante la entrevista se desmaya: “La natural palidez de Mildred se acentuó de pronto. Roque vio nacer dos trazos morados sobre sus pómulos. (...) Ramón echó a correr hacia el fondo, pero, apenas pasada la puerta, le detuvo el ruido grave, como lejano, discreto de la caída del cuerpo de Mildred. Roque, que la alzó del suelo, pensó que jamás había conocido ser tan leve”. Es que –como explica en su trabajoso castellano- había comido por última vez en el barco, ya que no había parado en el Hotel de Inmigrantes (3).
En Secretos de familia (4), de Graciela Beatriz Cabal, relata la protagonista: “El Padre Mulleady era pobre, era bueno, ayudaba a las personas y también a los indios (no como el tío de Gran Mamá), y siempre estaba tan contento que cantaba ‘Los ojazos de mi negra son como soles...’ Una sola vez en la vida metió la pata el Padre Mulleady, pero fue sin querer: cuando la casó a mi mamá con mi papá, dice mi mamá. Después de eso, se murió. Cuando yo sea grande me voy a tomar un barco, me voy a bajar en Irlanda y voy a empezar a caminar buscando la casa y la olla del puchero de la abuelita de Gran Mamá y del Padre Mulleady. Y como a cada rato voy a repetir ‘Padre Mulleady, Padre Mulleady, Padre Mulleady’, seguro que encuentro todo perfecto”.
En 1999 aparece la novela Moira Sullivan (5) de Juan José Delaney. La historia de esta mujer -que se inicia con su nacimiento en los primeros años del siglo XX o al finalizar el anterior- es una historia en sí, desarrollada hábilmente, pero permite también al novelista explayarse acerca de las circunstancias en que esta historia se desenvuelve. "Lo importante era el silencio escribe Delaney-. Todas las noches lo buscaba, especialmente los domingos cuando las otras recibían visitas y ella más sentía el acoso de la soledad. En rigor, a nadie tenía pese a haber estado en la vida de muchos y a que, por esa acción secreta y persistente del arte, continuaba gravitando sobre gentes extrañas y lejanas. El silencio de ese anochecer dominical le permitiría entregarse serenamente al ensueño en el que resucitarían vivencias y pensamientos provenientes de zonas postergadas por su memoria, y también secretas conexiones que su visión de la vida, del mundo y de los hombres concertaba con cierta independencia”.
En Hay que matar (6), de Andrés Rivera, “Milton Roberts, galés, tuvo unas pocas leguas de tierra en El Sur del Sur, algunas ovejas, cuatro o cinco perros y dos o tres caballos, y un hijo llamado Byron Roberts. Hasta que La Compañía hizo su oferta y él dijo, impávido, no. Bill Farrell había escapado, hambriento, de Irlanda, y era comisario de policía en El Sur del Sur. Tenía una mujer a la que llamaban Rosario. Con Bill Farrell, Byron Roberts aprendió, entre otras cosas, el oficio de matar. En El Sur del Sur sobran el petróleo y la violencia. El poder es propiedad de unos pocos, pero la venganza -a diferencia del sexo y del whisky- es una de las cosas que no se compran ni se venden. Allí un hombre mata como Andrés Rivera escribe: en busca de conocimiento y de justicia. En El Sur del Sur hubo un imperio. El imperio no se disolvió: tiene otros nombres, más impersonales. Pero todavía dicta la ley. Todavía mata” (7).
Al publicarse la novela, Demian Orosz entrevista al autor. Transcribimos un fragmento de ese reportaje:
“El título de su último libro sacude el aire como un disparo en la noche. Posee, además, la precisión y la contundencia que requiere un imperativo: Hay que matar. Podría pensarse que esas tres palabras que son la inversión exacta del quinto mandamiento merecerían una aclaración, una trama que despeje los posibles malentendidos. Quien piense así se verá defraudado. El centenar de páginas que componen la reciente novela de Andrés Rivera no se detiene en explicar nada. Entre otras razones, porque no es tarea de la literatura redactar un nuevo decálogo. Quizá, también, porque el ahorro de palabras que viene marcando a fuego la prosa del autor es algo más que un rasgo de estilo. Las ausencias, los vacíos que el lenguaje apenas alcanza a cubrir requieren un lector que no retroceda ante los silencios. Lo que Rivera denomina, sin abundar demasiado, un ‘lector inteligente’ ”.
“Tampoco el protagonista de Hay que matar (recién publicado por Editorial Alfaguara) sabe porqué cumple con lo que el título le reclama. Durante 20 años, Byron Roberts fue comisario en un pueblo perdido en la Patagonia. Durante 20 años se acostó con mujeres propias y ajenas, bebió toneladas de whisky y recorrió a caballo una tierra helada y fría mientras se decía a sí mismo cosas que apenas comprendía. No ha olvidado: sin saber las razones, sin esperar nada a cambio, una noche sale en busca de los tres hombres que 20 años antes ejecutaron a su padre”.
“Así mata Byron Roberts, que a esta altura de la historia ha cambiado de nombre y ahora se llama Nadie: ‘Nadie tocó el gatillo dócil de su revólver, desde la distancia necesaria para no mancharse con la boca de El Sargento. Saltaron, en la luz de la casa que Nadie calificó de mugrienta, astillas del paladar, pedazos de lengua, dientes, pedazos de labios, de lo que fue la boca viva de El Sargento’ ”. (...)
“Byron Roberts sabe bien que la justicia por mano propia o la que puede hacer un solo hombre carece de valor. Byron sabe que lo que hace no cambia nada. Hay que matar arrancó como arrancan la mayoría de sus libros. Cuando empezó a escribirlo tenía el título, algunas líneas del comienzo y otras tantas del final. Lo que había que poner en el medio es una historia que Rivera escuchó a mediados de los ‘60. ‘Yo estaba mucho en el Sindicato de Prensa de Buenos Aires —cuenta el autor—. Uno de los periodistas que frecuentaban la sede se llamaba Milton Roberts, un hombre muy british. Las patotas fascistas tenían por costumbre agredir la casona, y una noche, al término de uno de esos asaltos, Milton me contó la historia de su padre: había sido comisario en el sur. Un día le avisaron que tres personas habían asesinado a un poblador. Salió a buscarlos, mató a dos y volvió con la confesión del tercero’. Milton Roberts también le contó a Rivera que los hombres que su padre había perseguido eran asesinos a sueldo de lo que en la novela se llama La Compañía: ‘No la menciono con su verdadero nombre porque seguramente hay descendientes de quienes fueron sus dueños, y me advirtieron que podían iniciarme un juicio’ " (8).
En Los Jardines del Carmelo (9), Ana María Guerra relata: “El garito hervía: chacareros irlandeses, comerciantes de San Benito, parroquianos del Social y de Socorros Mutuos. Se apostaba fuerte esa noche, y en consonancia el clima era tirante”. En otros pasaje, la autora se refiere a “el irlandés Mac Loren, que tenía en sus espaldas dos muertes, sin otro atenuante que el pequeño barril de cerveza bebido sin respirar”.
Notas
1 Ocantos, Carlos Marìa: Quilito. Madrid, Hyspamèrica, 1984.
2 Zappietro, Eugenio Juan: De aquí hasta el alba. Barcelona, Hyspamérica, 1971.
3 Vázquez Rial, Horacio: op. cit
4 Cabal, Graciela Beatriz: Secretos de familia. Buenos Aires, Sudamericana, 2003.
5 Delaney, Juan José: Moira Sullivan. Buenos Aires, Corregidor, 1999.
6 Rivera, Andrés: Hay que matar. Buenos Aires, Alfaguara, 2000. 120 páginas. (Biblioteca Andrés Rivera).
7 S/F: en www.alfaguara.com.ar
8 Orosz, Demian: “Rivera Andrés: Soy un hombre entre los hombres”, en La Voz del Interior, Córdoba, 22 de junio de 2001.
9 Guerra, Ana María: Los Jardines del Carmelo. Buenos Aires, Corregidor, 2003.
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italianos
Abruzzos
Mempo Giardinelli fue distinguido con el Premio Rómulo Gallegos en 1993, por Santo Oficio de la Memoria (1), novela a la que Carlos Fuentes se refiere como a una “saga migratoria tan hermosa, tan conmovedora, tan importante para estos tiempos de odio, racismo y xenofobia”.
La obra cuenta un siglo de historia privada, argentina y mundial, desde la llegada a nuestro país de Antonio Domeniconelle, su esposa y su primogénito, a fines del siglo XIX, quienes emigran porque eran “muy pobres. Muy pobres. Más pobres que toda la pobreza que hayas visto”.
Relata el hijo mayor, refiriéndose al padre: “Llegaron casados, ya. Conmigo. El decidió que Vincenzo y Nicola se quedaran allá. Luego los buscaría, dijo. No atendió el llanto de Angela. No escuchó las razones de nadie. Nunca. (...) El sabía cuanto sufría ella por los hijos que dejaron en Italia, pero jamás hizo nada por traerlos. Cómo un hombre puede ser así, es algo que yo no me explico. Fue terrible, eso”. Otro personaje relata que el hombre también pensaba en i bambini: soñaba que en la nueva casa “habría rosas en los floreros y comerían bien, tres veces al día, o cuatro, con todos los chicos, porque iban a traer a Vincenzo y a Nicola de Italia. El país progresaba a pesar de todo, y él también”, pero murió antes de concretar su proyecto.
Entrevistado por Mona Moncalvillo, Giardinelli habla sobre su novela. “Es una novela histórica, sobre la inmigración, y a lo largo de varias generaciones viene recorriendo los distintos cruces históricos, que son los cruces dramáticos de nuestra historia: memoria versus olvido, vida-muerte, noche-día, pacificación-violencia, intolerancia-democracia. Hay una serie de dicotomías, es una cosa muy doble, una especie de gran esquizofrenia que va recorriendo la historia argentina. Al mismo tiempo hice una novela en la que quise meterme con un montón de temas que para mí tenían que ver. Es una discusión sobre la literatura argentina, y también quise hacerla ahí porque la literatura argentina acompaña y se contrapone con la historia. Los epígonos literarios de la Argentina, son en general gente que pertenece a élites que difícilmente llegan a ser valores populares” (2).
Notas
1 Giardinelli, Mempo: Santo Oficio de la Memoria. Buenos Aires, Seix Barral, 1991.
2 Moncalvillo, Mona: reportaje a Mempo Giardinelli, en Humor, 1991. Reproducido en www.literatura.org.
Calabreses
En el Libro Tercero de Adán Buenosayres, de Leopoldo Marechal, aparece Juan Sin Ropa, el que derrotò a Santos Vega. Juan Sin Ropa –explica el folklorista Del Solar- “es el gringo desnudo que vence a Santos Vega en una clase de lucha que nuestro paisano ignoraba: la lucha por la vida”. En ese momento, “el vistoso gaucho fue borràndose para dejar sitio a un hombretòn forzudo y coloradote, de camisa y bombachas a cuadros, botas amarillas, facòn ostentoso y un rebenque guarnecido de plata casi hasta la lonja. No sin una efusiòn de simpatìa, los aventureros identificaron al punto la imagen risueña de Cocoliche”.
“ Sono venuto a l’Argentina per fare l’América –declaró el aparecido-. E sono in América por fare l’Argentina. -¡Ajá! –le gritó Del Solar-. ¡Así quería verte! ¿No sos el gringo bolichero que con hipotecas y trampas robó la tierra del paisanaje? Cocoliche tendió y exhibió sus grandes manos encallecidas. –Io laboro la terra –dijo-. Per me si mangia il pane. Risas hostiles mezcladas a voces de aliento festejaron el retrueque de Cocoliche. –En eso tiene razón el gringo – admitió Pereda. -¡Es un bolichero! Insistía Del Solar-. ¡Sólo ha venido a enriquecerse!”.
“Y aquí la figura de Cocoliche se transformó a su vez en la de un anciano cuyas barbas patriarcales relucían como latón fino. Miraba como abriendo grandes horizontes, vestía un poncho de vicuña y un chiripá sombrío; y Adán Buenosayres, temblando como una hoja, reconoció la efigie auténtica del abuelo Sebastiàn, el antepasado europeo de Adàn Buenosayres, quien le dice a Del Solar: “Cien veces crucè la pampa en mi carreta, y cien veces el rìo en mi ballenero de contrabandista. Arè la tierra virgen y agrandè rebaños. Y no es mìa ni la tierra donde se pudren mis huesos” (1).
En Sobre héroes y tumbas, Ernesto Sábato evoca la partida desde la tierra de origen: “ ‘Addio patre e matre,/ Addio sorelli e fratelli’ Palabras que algún inmigrante-poeta habrá dicho al lado del viejo, en aquel momento en que el barco se alejaba por las costas de Reggio o de Paola, y en el que aquellos hombres y mujeres, con la vista puesta sobre las montañas de lo que en un tiempo fue la Magna Grecia, miraban más que con los ojos del cuerpo (débiles, precarios y finalmente incapaces) con los ojos del alma, esos ojos que siguen viendo aquellas montañas y aquellos castaños, a través de los mares y de los años” (2).
En “La memoria de la tierra”, discurso pronunciado al recibir en 1999 la ciudadanía italiana y la Medalla de Oro a la Cultura Italiana en la Argentina, dijo Sábato: “Yo fui el décimo hijo de una familia de once varones a quienes, junto con el sentido del deber y el amor a estas pampas que los habían cobijado, nuestros padres nos transmitieron la nostalgia de su tierra lejana”. El sentimiento se transforma en literatura: “Ese desgarro, esa nostalgia del inmigrante le he volcado en un personaje de Sobre héroes y tumbas, el viejo D’Arcángelo, que extrañaba su viejo terruño, sus costumbres milenarias, sus leyendas, sus navidades junto al fuego”. Y se asocia a una etapa de la vida: “¿Cómo no comprender la nostalgia del viejo D’Arcángelo? A medida que nos acercamos a la muerte nos acercamos también a la tierra, pero no a la tierra en general sino a aquel ínfimo pedazo de tierra en que transcurrió nuestra infancia. Así también mi padre, descendiente de esos montañeses italianos acostumbrados a las asperezas de la vida, en sus años finales, para defenderse de lo irremediable con el humilde recurso del recuerdo, evocaba la Paola de su infancia. Aquella misma Paola de San Francesco, donde un día se enamoró de mi madre. (...) En el siglo pasado, mis padres llegaron a estas playas con la esperanza de fecundar una tierra de promisión. Se instalaron en la ciudad de Rojas, donde tuvieron un pequeño molino harinero. (...) Al igual que tantos hijos de inmigrantes, crecimos oyendo sus mitos, sus leyendas y sus cantos tradicionales, viendo casi sus montañas y sus ríos de los cuales mi padre me hablaba por las tardes, cuando yo era apenas un niño sentado en sus rodillas (3).
Roberto Raschella hace decir, en Diálogos en los patios rojos (4), a uno de los personajes: “alguno me recuerda la efigie de los paisanos que retornaban al país desde América... y nosotros éramos niños... y no sabíamos si estaban animados o disperados... y cuál era la ambición que los dominaba, hacia atrás, hacia delante... de sí mismos, de los otros seres queridos... ¿Y qué traían debajo? Una turbia enfermedad asemejante a la malaria, una galera vivida... Y recogían los dichos sobre sus mujeres, y apenas querían oír... Por que no hay humano que soporte años de abandono sin covar la venganza que te pone en igualdad.......... Todo es el poder también, ¿comprendes? Es el poder si te hacen viajar y estacionarte, sospechar y medir... Un día estás aquí en buena compañía... al otro día te encuentras distante, isolado... y golpeas y te golpean, envueltos todos en boca de tormentos... Y no es un hombre, no son hombres que golpean, es una fuerza exterminada.......... Pero sientes un progreso,, un bien... quieres subir, quieres abrazarte a los giros del caso... Y si eres vencedor, persigues a los inútiles... a los melancólicos... a los pícaros... a las levadoras... Persigues, persigues, como un jacobino...”.
En 1998, fue distinguido con el Segundo Premio Nacional de Novela, por Si hubiéramos vivido aquí (5). Reporteado por Pablo Ingberg, el escritor afirma: “Mi padre vino varias veces desde la primera preguerra, hasta que, perseguido por el fascismo, se quedó aquí para siempre en 1925. Mi madre, después de muchas dificultades para poder salir de Italia, llegó en 1929. (...) Hasta pasados los treinta años, me dediqué al cine y también a la política. En 1964 abandoné las dos cosas. Viajé a Italia, el pueblo de mis antepasados, y al volver empecé a escribir la que fue mi segunda novela. La época anterior y posterior al viaje va a ser la base de mi tercera novela” (6).
Notas
1 Marechal, Leopoldo: Adán Buenosayres. Buenos Aires, Sudamericana, 1984.
2 Sábato, Ernesto: Sobre héroes y tumbas. Buenos Aires, Losada, 1966.
3 Sábato, Ernesto: “La memoria de la tierra”, en La Nación, 5 de diciembre de 1999.
4 Raschella, Roberto: Diálogos en los patios rojos. Buenos Aires, Paradiso Ediciones, 1994. 202 pp.
5 Raschella, Roberto: Si hubiéramos vivido aquí... Buenos Aires, Losada, 1998.
6 Ingberg, Pablo: “El amor a los vencidos”, en La Nación, Buenos Aires, 14 de febrero de 1999.
Campania
Cambaceres, en la novela En la sangre (1), alude al italiano, padre del protagonista, con estas palabras: “Arrojado a tierra desde la cubierta del vapor sin otro capital que su codicia y sus dos brazos, y ahorrando asì sobre el techo, el vestido, el alimento, viviendo apenas para no morirse de hambre, como esos perros sin dueño que merodean de puerta en puerta en las basuras de las casas, llegò el tachero a redondear una corta cantidad”.
Un napolitano, personaje de Barrio Gris, de Joaquín Gómez Bas, hace música: “Madruga diariamente, como vendedor de periódicos que es. Al mediodía llega con una amplia correa cruzada en bandolera. Almuerza; duerme la siesta, riega después un pequeño jardín para despabilarse y practica en la guitarra hasta el atardecer. Entonces se sienta a tocar en el umbral hasta la hora de la cena. Y retorna al instrumento, una pieza tras otra, sin pausa” (2).
“Alguien le hizo una broma al napolitano –escribe Dal Masetto, en La tierra incomparable-: le robó un zapato. El napolitano está parado en cubierta con un pie descalzo. Anda así desde hace varios días porque no tiene otro par. Habla en voz alta, acusa, está dolorido y furioso. Los demás lo miran desde lejos, divertidos y expectantes. Por fin el napolitano se quita el zapato que le queda, lo levanta sobre su cabeza, lo muestra y después lo arroja al mar. En ese momento, venido desde alguna parte, el otro zapato cruza el aire y cae a sus pies. El napolitano lo levanta y lo tira también por encima de la borda. ‘Ahora’, grita, ‘tendré que desembarcar descalzo’ “ (3)
Notas
1 Cambaceres, Eugenio: En la sangre. Buenos Aires, Plus Ultra, 1968.
2 Gómez Bas, Joaquín: Barrio Gris. Buenos Aires, Compañía General Fabril Editora, 1963.
3 Dal Masetto, Antonio: La tierra incomparable. Buenos Aires, Sudamericana, 2003.
Friuli
En Hermana y Sombra, de Bernardo Verbitsky, dos inmigrantes presumiblemente rusos fundan una cartonería que se llama “La Friulana”, en honor a la esposa de uno de ellos (1).
En el año 1961, Gente conmigo (2) de Syria Poletti, fue distinguida con el Premio Internacional de Novela convocado por la Editorial Losada. Al año siguiente, dicha obra mereció el Segundo Premio Municipal de Buenos Aires y fue seleccionada entre las diez mejores novelas sudamericanas por la editorial Alan Williams de Nueva York. Fue traducida al inglés, alemán y ruso, y se realizó una adaptación cinematográfica y otra televisiva.
En esa obra, un médico niega a la protagonista el permiso para emigrar, a causa de una malformación en la espalda: “Entramos a un salón vasto y desnudo. Era el lugar reservado a la revisión sanitaria. Junto a unas mesas, los médicos revisaban a mujeres y chicos con ráoida indiferencia. Pase usted, pase usted, adelante, otra, rápido. Y las mujeres esperaban pacientemente, con la ropa a medio quitar y los críos berreando”. Comienza entonces el peregrinar de la hermana mayor, que debió emigrar sola, y no se resigna a que Nora quede en Italia, cuando ya están todos en América.
En 1965 Jorge Masciángioli adapta para cine Gente conmigo, novela de Syria Poletti que obtuvo el Premio Municipal de Buenos Aires en 1962.. “La película es dirigida por Jorge Darnell e interpretada por Milagros de la Vega, Norma Aleandro, Alberto Argibay y otros actores. Esta versión fílmica es elegida para el Festival Internacional de Venecia por el Instituto Nacional de Cinematografía, y obtiene una importante distinción en el Festival Cinematográfico Internacional de Locarno (Suiza)” (3). En 1967, Syria Poletti adapta para televisión su novela Gente conmigo (4).
En 1971 apareció Extraño oficio (5), novela por la cual Poletti fue nominada para el Premio Nacional de Literatura.
Notas
1 Verbitsky, Bernardo: Hermana y Sombra. Buenos Aires, Editorial Planeta Argentina, 1977.
2 Poletti, Syria: Gente conmigo. Buenos Aires, Losada, 1962
3 S/F: “Biobibliografía de Syria Poletti”, en Poletti, Syria: Taller de imaginería. Buenos Aires, Losada, 1977.
4 ibídem
5 Poletti, Syria: Extraño oficio. Buenos Aires, Losada, 1971
Liguria
En la casa de Quilito, protagonista que da título a la novela de Ocantos (1), trabajaba una italiana: “Un apetitoso olor de guisado salía de la cocina abierta, donde una genovesa cerril movía espátulas y zarandeaba cacerolas, envuelto en el humo espeso del asado, que chirriaba sobre las parrillas". Más adelante dirá de esta mujer que cantaba “un aire de su país, con acompañamiento de platos y cacerolas”.
Notas
1 Ocantos, Carlos María: Quilito. Madrid, Hyspamérica, 1984.
Lombardía
Atilio Betti escribió La noche lombarda (1), libro en el que se narra el viaje del hijo de un italiano a la tierra de sus mayores. “La noche lombarda es el encuentro de un hombre con las fuentes originarias y es, también, a través de la emoción y el lirismo, un documento humano de hondo contenido” (2).
A Italia viaja Atilio Betti en 1967; también lo hace el protagonista de su novela, premiado por el Gobierno de la península. El personaje vive su premio como una revancha: “Mi padre me había negado la educación. Me había condenado, por no querer trabajar bajo su mando, en su fabrica, a una juventud de lucha. A defenderme a puñetazos por las calles y las oficinas, con tal de salir con la mía. Y ahora me hallaba allí, en viaje hacia Italia, en calidad de invitado y futuro huésped de su patria. Libre y solo. Solo, sí, pero libre y triunfante”.
En Milán, en 1947, dice uno de los personajes de La crisálida, de Nisa Forti Glori: “Nosotros no somos emigrantes. Llevamos capital y brindaremos trabajo. No nos empuja la necesidad. Simplemente estamos hartos de esta miserable lucha de partidos. De gente que te escupe sólo porque desciendes del automóvil bajo el porch de La Scala...” (3).
Notas
1 Betti, Atilio: La noche lombarda. Buenos Aires, Plus Ultra, 1984.
2 S/F: en Betti, Atilio: La noche lombarda. Buenos Aires, Plus Ultra, 1984.
3 Forti Glori, Nisa: La crisálida. Buenos Aires, Corregidor, 1984.
Piamonte
Antonio Dal Masetto es el autor de Oscuramente fuerte es la vida (1), distinguida con el Primer Premio Municipal y el Premio Club de los XIII. La protagonista dejó su tierra, para reunirse con su marido: “Hasta último momento, yo seguía formulándome preguntas que no encontraban respuesta. Teníamos lo que habíamos querido siempre: la casa, el terreno, la posibilidad de trabajar. Habíamos defendido esas cosas, las habíamos mantenido durante esos años difíciles. Ahora, cuando aparentemente todo tendía a normalizarse, ¿por qué debíamos dejarlas? Me costaba imaginar un futuro que no estuviese ligado a esas paredes, esos árboles, esas montañas y esos ríos. Había algo en mí que se resistía, que no entendía. Sentía como si una voluntad ajena me hubiese tomado por sorpresa y me estuviese arrastrando a una aventura para la cual no estaba preparada. (...) Llevaba en la mano una bolsita de tela y la llené de tierra. Me acordé de mi abuelo abonando esa tierra, de mi padre punteando, sembrando hortalizas. (...) Entré en la casa, abrí una valija y guardé la bolsita con la tierra. Recorrí las habitaciones como había recorrido el terreno. Con el brazo extendido rocé las paredes, las puertas, las ventanas. Me senté en un rincón y me quedé ahí, sin moverme, hasta que fue la hora de despertar a Elsa y Guido”.
La tierra incomparable (2), obra en la que narra la visita de la emigrante a su pueblo, cuarenta años después, fue distinguida con el Premio Planeta Biblioteca del Sur 1994.. En una entrevista, aclara quién viajó: “En realidad, fui yo el que regresó. Allí se dio algo interesante desde el punto de vista del oficio: me propuse contarlo desde la visión de Agata y mi esfuerzo fue tratar de ver todo con los ojos de ella. Ese cambio de personalidad me obligaba a cierto tipo de asombro. Mi mamá -por ejemplo- nunca subió a un avión. Al terminar el libro se lo mandé, ella tenía entonces 80 años. Después la llamé por teléfono y al preguntarle si lo había leído, me respondió tan sólo: Sí, está bien. Hoy tiene 86 años, es un personaje obcecado, sin violencia, pero duro como un roble” (3) .
En la Feria del Libro 2005 se presentó la novela La sed (4), de Hernán Arias, galardonada con el Premio en el Concurso de Novela Daniel Moyano. A criterio de Carlos Gazzera, “La novela de Hernán Arias está narrada desde la óptica de un niño del interior de la pampa gringa, casi campero. Cinco capítulos-historias, independientes entre sí en lo que respecta a la anécdota, pero todos conformando un mismo ambiente. Cada uno de los capítulos está escuetamente marcado por una fecha que precisa el tiempo histórico. Lacónica, esa fecha no tiene ninguna conexión con lo que se cuenta: una salida a cazar perdices con el padre, el tío y el abuelo, la tala del primer árbol para la leña de la casa, el encuentro con el primo que viene de la gran ciudad y la novia de su tío, una tarde de sábado en las cuadreras del pueblo más cercano, un asado en familia. En fin, episodios cotidianos, sin trascendencia para cualquier adulto, pero que resultan vitales para ese niño que lee en los intersticios de esa vida cotidiana, gris, la gramática de una vida que deberá aprender a sobrellevar. La sutileza del lenguaje es notable. Hernán Arias, se diría, intenta abolir el adjetivo. Una descarnada economía busca dotar a ese niño y a los personajes que lo rodean del lenguaje que mejor les cabe. El ejemplo más logrado es el cocoliche de la abuela piamontesa. Tres, cuatro líneas, nada más, para que esa abuela se convierta en la enigmática figura del dolor trágico que se ciñe sobre la familia. La enfermedad que postra a la abuela organiza las metáforas del dolor en esa familia. No hacen falta lágrimas, palabras de queja. Nada. La economía textual se reduce a marcar los gestos, los diálogos. El dolor –como todo otro sentimiento–se dice por elipsis” (5).
Notas
1 Dal Masetto, Antonio: Oscuramente fuerte es la vida. Buenos Aires, Sudamericana, 2003.
2 Dal Masetto, Antonio: La tierra incomparable. Buenos Aires, Sudamericana 2003.
3 Roca, Agustina (texto), Digilio, Rubén (fotos): “Antonio Dal Masetto Historia de vida”, en La Naciòn Revista, 12 de julio de 1998.
4 Arias, Hernán: La sed.
5 Gazzera, Carlos: “Rostros grises en la pampa gringa” en La Voz del Interior, Córdoba, 19 de mayo de 2005.
Sicilia
La ginebra consuela a un siciliano. Don Pico Sanzone, personaje de Gabriel Báñez, salía de noche con un vagón negro; “lo que en verdad ocurría era que Sanzone sacaba el fúnebre para emborracharse y terminar descarrilado en alguna curva. Mataba la nostalgia de Sicilia con ginebra y manivela, y terminaba llorando como un chico hasta que los compañeros lo sacaban de la cabina y se lo llevaban a dormir la mona ‘Su la vía sento macanudo’, gemía mientras era arrastrado” (1).
Notas
1 Báñez, Gabriel: Virgen. Barcelona, Sudamericana, 1998.
Toscana
Sabemos que muchos extranjeros regresaron a sus patrias, pero otros dejaron atrás su pasado y crearon familias con mujeres de nuestra tierra. Alrededor de esta situación gira la existencia del protagonista de El mar que nos trajo, de Griselda Gambaro, quien se ve obligado a regresar a su país de origen.
Gambaro escribió la novela (1) remitiéndose a sus vivencias: “La historia familiar relatada en El mar que nos trajo transcurre alternativamente en Argentina e Italia. Comienza en el año 1889 y concluye poco después de la Segunda Guerra Mundial, en la época del peronismo. En la Argentina e Italia pasaron en ese lapso muchas cosas. Pero la historia de ambos países sólo es un fondo para la novela, aunque a veces determine muertes, expulsiones y alejamientos. Sólo recurrí a material de investigación histórica para corroborar algunas fechas, algunos datos como los que se referían, por ejemplo, a las condiciones sociales y laborales a fines del siglo XIX y principios del XX. En otro orden, me fue muy útil un libro hoy agotado de Edmundo D’Amicis que me prestó Leopoldo Brizuela. D’Amicis había viajado a Buenos Aires precisamente en 1889, fecha en la que por coincidencia comienza la novela, y lo había hecho en primera clase, pero, observador sagaz, proporciona en su libro En el océano. Viaje a la Argentina, enriquecedores aportes sobre la vida y la navegación de los inmigrantes que viajaban en tercera. En lo que respecta a Italia, acudí a mis propios recuerdos de los lugares que se mencionan: la isla de Elba, un pueblo de la Calabria, Bonifati, y otro innombrado que fue Pizzo, la cuna de mi abuelo materno, también en Calabria. Recordaba particularmente la isla de Elba, donde sucede el relato cuando se traslada a Italia. La había visitado hacía muchos años, conocido a los descendientes de Agostino, quienes me acompañaron al pueblo bajo cercano a la playa y al alto, sobre la cumbre de una colina, a ‘la playa de arena y piedras romas’ ” (2).
En la novela, Agostino “Cada atardecer, salvo que el tiempo lo impidiera, salía en barca bajo patrón en jornadas que, según la pesca, concluían al amanecer o al mediodía siguiente. Se trabajaba mucho y se ganaba poco. (...) Ellos estarían condenados al mismo ritmo de trabajo toda la vida: la pesca, la venta a precios viles y el ocio destinado al arreglo de las redes”.
En Los jardines del Carmelo, novela de Ana María Guerra, Ferrario, un artista florentino que vuelve a su tierra, “embriagado, gritaba a los cuatro vientos: Questo é un paese bruto, molto bruto, tutti sono indio, baguale, sporcachone” (3).
Notas
1 Gambaro, Griselda: El mar que nos trajo. Buenos Aires, Norma, 2001.
2 Gambaro, Griselda: “Crónica de una familia”, en Clarín, Buenos Aires, 25 de febrero de 2001.
3 Guerra, Ana María: Los jardines del Carmelo. Buenos Aires, Corregidor, 2003.
Sin mención de origen
Lucio Vicente López dedica La gran aldea (1) a Miguel Canè, su “amigo y camarada”. En esta obra aparecen inmigrantes, vistos desde la perspectiva de un escritor que añora un pasado que no volverà. Lòpez compara a los tenderos de antaño con los del presente: “¡Y què mozos! ¡Què vendedores los de las tiendas de entonces! Cuàn lejos estàn los tenderos franceses y españoles de hoy de tener la alcurnia y los mèritos sociales de aquella juventud dorada, hija de la tierra, ùltimo vàstago del aristocràtico comercio al menudeo de la colonia”.
Recuerda a uno de los tenderos criollos: “Entre los prìncipes del mostrador porteño, el màs cèlebre, sin disputa, era don Narciso Bringas: gran tendero, gran patriota, nacido en el barrio de San Telmo, pero adoptado por la calle del Perù como el rey del mostrador. No habìa mostrador como el de aquel porteño: todo el barrio junto no era capaz de desdoblar una pieza de madapolàn y de volverla a doblar como don Narciso; y si la piràmide misma le hubiera querido disputar su amor a Buenos Aires, a la piràmide misma le habrìa disputado ese derecho”.
Describe la estrategia del tendero para dirigirse a su clientela: “Don Narciso subìa o bajaba el tono segùn la jerarquìa de la parroquiana: dominaba toda la escala; poseìa toda la preciosidad del lenguaje culto de la època y daba el do de pecho con una dama para dar el sì con una cocinera”.
“Los tratamientos variaban para èl segùn las horas y las personas. Por la mañana se permitìa tutear sin pudor a la parda o china criolla que volvìa del mercado y entraba en su tienda. Si la clienta era hija del paìs, la trataba llanamente de hija; hija por arriba e hija por abajo. Si èl distinguìa que era vasca, francesa, italiana, extranjera, en fin, iniciaba la rebaja, el ùltimo precio, el ‘se lo doy por lo que me cuesta’, por el tratamiento de madamita. ¡Oh!, ese madamita lanzado entre 7 y 8 de la mañana, con algunas cuantas palabras de imitaciòn de francès que èl sabìa balbucir, era irresistible. Durante el dìa, los tratamientos variaban entre hija e hijita, entre tù y usted, entre madamita y madama, segùn la edad dela gringa, como èl la llamaba cuando la compradora no caìa en sus redes”.
A criterio de Delfín Garasa, “Una de las más cumplidas descripciones de un heterogéneo desembarco es la que ofrece Luis Pascarella en su novela-alegato documental, El conventillo. Llega el Christoforo Colombo y primero bajan los hombres de negocio con su apoplética cerviz, con el paso resuelto de los acostumbrados a dar órdenes y ser obedecidos, los turistas ingleses con sus máquinas fotográficas y algunas señoras un tanto perplejas por no ver en el muelle indios con plumas y taparrabos. Por ese entonces, el viaje a Europa empezaba a otorgar prestigio social, y los argentinos que regresan cambian opiniones en alta voz sobre los modelos de París, el mobiliario inglés o la sinfonía escuchada en la Opera de Viena. Y, finalmente, aparecen los inmigrantes, tan fustigados en los azares de las proclamas políticas, un ‘enorme hormiguero’ que había viajado en el mayor hacinamiento. Rostros curtidos, exhaustos, azorados. En todos se presiente la pregunta: ¿Qué les deparará esta nueva tierra? De pronto, una mirada se ilumina o un brazo se agita en alto porque se ha reconocido a alguien en la muchedumbre que espera. Van bajando los hebreos de desgreñadas barbas y gastados levitones, los ‘turcos’ con sus espaldas combadas, los nórdicos enjutos, los napolitanos pequeños y retorcidos como raíces, los andaluces gárrulos, los gallegos pacientes, los holandeses esponjosos, los genoveses de músculo recio e insaciable voracidad. Una mujer besa la tierra que los acoge y tras su actitud ritual se adivina un pasado de penurias y recelos. Y agrega Pascarella: ‘La gran ciudad de calles dirigidas hacia el Oeste recibe en su seno aquella semilla que purificada en un ambiente de libertad (...) se reproducirá en su inmensidad desierta” (2).
En la Bolsa de Comercio, Julián Martel encuentra “Promiscuidad de tipos y promiscuidad de idiomas. Aquí los sonidos ásperos como escupitajos del alemán, mezclándose impíamente a las dulces notas de la lengua italiana; allí los acentos viriles del inglés haciendo dúo con los chisporroteos maliciosos de la terminología criolla; del otro lado las monerías y suavidades del francés, respondiendo al ceceo susurrante de la rancia pronunciación española” (3).
En Don Segundo Sombra, Ricardo Güiraldes escribe acerca de ”la desvergüenza del gringo Culasso que había vendido por veinte pesos a su hija de doce años al viejo Salomovich, dueño del prostíbulo” (4).
En Matanzas se afincó el gringo Sardetti, a quien Juan Moreira, protagonista que da nombre a la obra de Eduardo Gutiérrez, mata por haber negado la deuda que tenía con el gaucho: “Concluyamos que es tarde –dijo levantándose de pronto-. Amigo Sardetti, vengo a que me pague los diez mil pesos o a cumplir mi palabra empeñada. El pulpero vaciló, miró con espanto a Moreira, y dirigiendo una mirada de suprema súplica al paisano que había tratado de disuadir a aquel terrible acreedor, respondió de una manera humilde y quejumbrosa: -Yo no tengo plata, amigo Moreira; espérese unos días, y le juro por Dios que le he de pagar hasta el último peso. -No espero más –contestó el paisano con suprema altivez-; vengan los diez mil pesos o te abro diez bocas en el cuerpo, para que por ellas puedas contar que Juan Moreira cumple lo que promete, aunque lo lleve el diablo. Y con la mano segura desnudó su daga, que brilló con un fulgor siniestro” (5).
En Irresponsable, su novela de 1889, escribe M. T. Podestá: "A lo lejos empezó a divisar una caravana de hombres, mujeres y niños, que parecían acudir a alguna feria. Era una larga fila de inmigrantes que cruzaban la plaza marchando detrás de sus equipajes que ellos mismos ayudaban a transportar. Jóvenes en su mayor parte, fuertes, vigorosos, con esa robustez peculiar de los hijos de las montañas. Vestían sus mejores trajes: los hombres, sus chaquetillas lustrosas, con botones de metal, colgadas del hombro derecho, y dejando ver su camisa blanca, amplia, de hilo crudo, sujeta al cuello con un pañuelo de seda multicolor; sombrero de fieltro, en cuya cinta habían colocado algunos una pluma; el brazo izquierdo desnudo, musculoso, férreo, caras plácidas, de hombres sanos, contentos, sanguíneos; hablaban fuerte en su dialecto especial, echando tal vez sus cuentas sobre la probabilidad de una próxima fortuna. Algunos llevaban en sus brazos criaturas rollizas, rubias, con la plasticidad exuberante de la buena pasta con que estaban amasados; otros iban encorvados, cargando sobre sus espaldas cuadradas sus baúles y sus valijas, jadeantes, colorados, dejando caer gruesas gotas de sudor sobre la arena caliente y brillante del suelo. Las mujeres, con sus trajes de aldeanas, de colores vivos, con sus caderas anchas, redondeadas, sobre las que apoyaban negligentemente su mano” (6).
Antonio Argerich (7), en ¿Inocentes o culpables?, publicada por primera vez en 1884, fundamenta su aversiòn en supuestos provenientes de las ciencias mèdicas, refutados oportunamente por un sacerdote. Esgrimiendo razones de ìndole cientìfica, a todas luces discutibles, Argerich se opone a la llegada de los extranjeros, reflejando la posiciòn de muchos argentinos de la època. “¿Inocentes o culpables? es una de las pocas obras que registran abiertamente aquel sentimiento, tan comùn en los habitantes de esa Argentina que se veìa invadida por otras razas y otras costumbres. Por eso su testimonio es valioso” (8).
En el prólogo a su novela, Argerich manifiesta: “me opongo franca y decididamente a la inmigración inferior europea, que reputo desastrosa para los destinos a que legítimamente puede y debe aspirar la República Argentina; (...) La intromisión de una masa considerable de inmigrantes, cada año, trae perturbaciones y desequilibra la marcha regular de la sociedad, -y en mi opinión no se consigue el resultado deseado, esto es, que se fusionen estos elementos y que se aumente la población. En efecto, si buscamos unidad, sería importante encontrarla: se habla de colonias aun aquí mismo en la Capital de la República y ya tenemos los oídos taladrados de oír hablar de la patria ausente, lo que implica un estravío moral y hasta una ingratitud, inspirada, muchas veces, por el interés que azuza un sentimiento exótico y apagado para que se ame a una madrastra hasta el fanatismo”.
Sostiene que “para mejorar los ganados, nuestros hacendados gastan sumas fabulosas trayendo tipos escogidos, -y para aumentar la población argentina atraemos una inmigración inferior. ¿Cómo, pues, de padres mal conformados y de frente deprimida, puede surgir una generación inteligente y apta para la libertad? Creo que la descendencia de esta inmigración inferior no es una raza fuerte para la lucha, ni dará jamás el hombre que necesita el país”. Considera que “tenemos demasiada ignorancia adentro para traer todavía más de afuera” y que “es deber de los Gobiernos estimular la selección del hombre argentino impidiendo que surjan poblaciones formadas con los rezagos fisiológicos de la vieja Europa”.
En esa obra, al nacer el primer hijo de los inmigrantes italianos, Argerich habla de la influencia que “la raza, el medio y el momento” ejercerían en él, tal como afirmaba Hipólito Taine. Le resta toda capacidad de decisión, pues “todo estaba preestablecido. Todo lo habían ordenado voluntades y cerebros anteriores”.
Escribe Ocantos, en Quilito, sobre un “italianito vendedor de diarios” y sobre Rocchio, un corredor de Bolsa, “un hombrazo con muchas barbas, italiano con sus ribetes de criollo”. Este hombre es descripto por Ocantos con rasgos animales: “un italiano atlético, cuadrado, con las crines erizadas, cuya voz era un rugido; (...) Trabajador, eso sí, como una mula de carga, y ahorrativo como una hormiga; Rocchio no perdía un minuto de su día comercial, ni gastaba un centavo más de su cuenta del mes” (9).
En Libro extraño, obra de 1894, escribe Francisco A. Sicardi, un inmigrante añora su tierra. Relata el hijo: “muchas veces, cuando volvía de noche de su trabajo y yo estaba al lado de la vela de sebo, leyendo la cartilla, él me contaba las cosas de su tierra, un pueblito todo blanco, al lado de la playa, donde los pescadores cantaban con las piernas desnudas hasta la rodilla, sacando en hileras paso a paso la red, que traía agua verde y pescados; y a mí me enseñaba las cantinelas que tenían como rumores y estruendos de borrascas y bofetadas del mar contra los barcos perdidos y solitarios...” (10).
En “La casa endiablada” (11), de Eduardo L. Holmberg, aparecen italianos de humilde condición, carreros y verduleros, holgazanes y supersticiosos. Antonio Páges Larraya considera que “ ‘La casa endiablada’ tiene para nosotros tres motivos de interés: es su primera obra de imaginación a la que traslada nuestra realidad ciudadana; es la primera novela policial escrita en el país, y finalmente, es la primera en la literatura universal en que se descubre un delito por el sistema dactiloscópico” (12).
El gringo (13) que protagoniza la novela de Fausto Burgos, se enorgullece de su sangre: “yo soy gringo, gringo puro, más gringo que todos lo gringo que hanno formato la colonia italiana en San Rafael”, dirá. Para la familia del protagonista, en cambio, ser inmigrante es una vergüenza que se debe ocultar: ‘Usted no es un gringo –afirma el yerno que vive a expensas del italiano-; usted ya puede llamarse criollo; ya tiene títulos para ello’ “. Burgos reitera a lo largo de la novela la acusación que los nativos hacen a los extranjeros: “’¿No son ustedes los que nos vienen a quitar la tierra y el vino y el pan y todo? Los peones inmigrantes miran con lástima a quien esto dice y comentan: ‘Povero nero’, ‘povero chino’, ‘é una bestia’”.
Alamos talados (14) fue distinguida en 1942 con el Primer Premio de Literatura de Mendoza, el Primer Premio Municipal de Buenos Aires y el Primer Premio de la Comisión Nacional de Cultura. La clase alta, representada fundamentalmente por los abuelos, se mostraba bondadosa con los criollos y los inmigrantes, en general, aunque había excepciones. Don Ramón Osuna sentía un “desprecio soberano por los gringos, como él llamaba a cuantos no hablaran el castellano. Desprecio que alcanzaba a toda idea que de ellos proviniera. No quiso alambrar su estancia; sembrar era cosa de gringos y nunca el arado rompió sus tierras” .
La diferencia entre terratenientes e inmigrantes es señalada por uno de los personajes: “Doña Pancha aún no podía comprender cómo abuela había recibido, ‘con aire de visita’, a uno de esos gringos bodegueros, decía ella recalcando la palabra con retintín. Ella no podía entenderlo y menos disculparlo. Entre tener una viña y tener bodega para hacer vino había un abismo infranqueable. Eran dos castas distintas, y la Pancha se había constituido guardián insobornable de esa separación”.
Los criollos, que se agrupan bajo la protección de la señora y sus descendientes, ven como algo degradante el trabajo en la viña, pues nacieron para domar potros y para hacer tareas que exijan valor y destreza: “ ‘Los criollos no somos muy guapos pa’ estos menesteres, eso di’ andar cortando racimitos son cosas pa’ los gringos y las mujeres –había dicho Eulogio-. Ahora, lidiar con toros, jinetear potros, trenzar tientos de cuero crudo, marcar animales, ésas son cosas di’ hombre’ y hasta si se trataba de dar una manito para cargar las canecas, entonces se ajustaban el cinto y la faja, acomodaban el cuchillo en la cintura, ‘y no le hacían asco a juerciar un poco’ ” .
En el Segundo Libro de Adán Buenosayres (15), de Leopoldo Marechal, los personajes se trenzan en un debate acerca de las responsabilidades de criollos y de gringos. Samuel Tesler, filòsofo villacrespense, exclama: “Estoy harto de oìr pavadas criollistas (...). Primero fue la exaltación de un gaucho que, según ustedes y a mí no me consta, haraganeó donde actualmente sudan los chacareros italianos. ¡Y ahora les da por calumniar a esa pobre gente del suburbio, complicàndola en una triste literatura de compadritos y milongueros!”.
En un conventillo reúne a sus discípulos José Luna, personaje de Marechal en Megafón: “En la sala única del púgil se juntaban sin armonizar el comedor, el dormitorio y una cocina de leña, cuyo tiraje pésimo fue un manantial de humo que, sin embargo, nunca molestó en adelante ni a José Luna ni a sus tres discípulos, en las discusiones que mantuvieron sobre las metáforas del Apocalipsis. Los tres discípulos eran Juan Souto, llamado ‘el gaita’, Vicente Leone, o ‘el tano’, y Antenor Funes, conocido por ‘el salteño’ “ (16).
Syria Poletti narra en Gente conmigo lo sucedido a una pareja italiana: “El llegó primero; trabajó duro y construyó la casa. Entonces se casaron por poder y ella tomó el barco. Un barco hacia América, hacia él, hacia el nuevo hogar. Durante la travesía la contagió el tracoma y no pudo desembarcar. Las prescripciones sanitarias no lo permitieron. Y él tampoco pudo subir a la nave. Debió conformarse con agitar el pañuelo desde el muelle cuando el buque zarpó de regreso a Italia”. La narradora sabe bien por qué sucedió eso a la infortunada pareja de emigrantes: “Ella había contraído el tracoma por viajar junto a algún enfermo clandestino. Un enfermo a quien alguien –un médico o un traductor- habría posibilitado el embarco eludiendo o alterando un diagnóstico” (17).
En Hacer la América, de Pedro Orgambide, aparecen varios italianos. Los más importantes son Enzo Bertotti, Giovanni Valetta y Gina Spaventa (18).
Carolina de Grinbaum narra en La isla se expande, la forma en la que una niña aprende otra lengua. En un conventillo recalaron una mujer italiana y sus dos hijas, apenadas aún por una desgracia familiar: “Tenemos instalada en una habitación próxima a la gentil señora que llega al caserón un día, a acomodar su viudez ya las dos hijas casi adolescentes a un nuevo ambiente, lejos de sus tristezas que permanecían adheridas al duelo paternal. Llenaban las jóvenes sus horas y lúgubres espacios, con cantos entonados en la dulce lengua de su lugar de origen: ‘la alta Italia’. La más grata variedad de composiciones que hasta entonces había tenido Mariana la oportunidad de conocer, vibraban a diario, todas ellas deleitaban sus oídos. No disponía siquiera de un modesto aparato de radio, cuya adquisición en esos momentos en especial, resultaba inaccesible a su padre. En un acompañamiento desafinado pero voluntarioso, hizo Mariana un aprendizaje veloz de las letras y las melodías con las que pudo acceder al conocimiento de un nuevo idioma, canto y música, al mismo tiempo. De esa manera lo entendía cuando intervenía con su voz, haciendo coro" (19).
En esa novela, la pequeña protagonista evoca sus sensaciones ante la comida de una familia italiana: “Mi olfato hambriento extendía los tentáculos a fin de transferir los perfumes de la comida cercana, hasta mi desabrido plato. Escudriñaba las sopas que deglutían, el caldo sustancioso rumoreante como las olas del mar, los enormes fideos dedalito que flotaban como infinidad de barcos veleros, el abundante queso rallado, que esparcían como lluvia generosa –esa lluvia que deja un olor feliz sobre las tierras secas“.
Salvador Petrella, personaje de Frontera sur (20), de Horacio Vázquez-Rial, muere de fiebre amarilla en el barco. Su cuerpo fue cremado en el horno del lazareto de la Isla Martín García. La novia que lo esperaba “pone el brazo izquierdo sobre la mesa, la mano abierta, la palma arriba, y con la derecha se da un hachazo...”. Esa fue la espantosa forma en que se suicidó.
María Angélica Scotti evoca, en Diario de ilusiones y naufragios (21), la vida de una inmigrante española, desde que, en la infancia, deja España con su madre; a ellas se unirá un italiano que la mujer conoce a bordo. “Padrazo chapurreaba bastante el español; lo venía practicando desde antes de embarcarse en Génova”, dice la protagonista de la novela que mereció el premio Emecé 1995/6.
Andrés Rivera es el autor de Guido (22), protagonizada por un italiano a quien se le aplica la Ley de Residencia. Reflexiona el inmigrante: “Estoy aquí, en un camarote o calabozo, de dos por dos y medio, tirado en una roñosa cucheta, vestido, el cigarrillo en la mano, roja la brasa del cigarrillo, y sobre mí, encendida, una lámpara que ellos rodearon con tiras de metal. Idiotas, creen que trasladan a suicidas. Sé quién soy. Soy un tipo que llegó, joven, y tan tierno que, ahora, hoy, no me reconozco en esa estampa de víctima de algún estrago arrasador de la Naturaleza que pisa las maderas y piedras del puerto de Buenos Aires”.”
Rivera conoció a Guido: “Alrededor de esa mesa se sentaban los responsables sindicales del Partido Comunista argentino, el más incondicionalmente estalinista de América del Sur. Entre ellos estaban Guido Fioravanti, Secretario General de la FONC (Federación Nacional de Obreros de la Construcción), y mi padre. Guido Fioravanti era bajo y flaco. Músculo puro. Una cara pequeña, de piel, huesos y una barba rubia de dos días. Ojos verdes y furiosos. Manos encaladas. Guido Fioravanti bajaba del andamio para atender, hasta las primeras horas de la madrugada, sus tareas gremiales. Y yo, un chico de diez años o algo así, asistía, mudo, a esas citas vehementes, y después, cuando ingresaron a mi recuerdo, épicas. Mi madre, silenciosa. Repartía sándwiches de milanesa y vasos de vino. Aquellos hombres duros y sanos siempre tenían hambre” (23).
Notas
1. López, Lucio V.: La gran aldea, Costumbres bonaerenses. Buenos Aires, CEAL. (Capítulo).
2. Garasa, Delfín Leocadio: La otra Buenos Aires. Paseos literarios por barrios y calles de la ciudad. Buenos Aires, Sudamericana-Planeta, 1987.
3. Martel, Julián: La Bolsa. Buenos Aires, Huemul, 1979. Prólogo de Diana Guerrero.
4. Güiraldes, Ricardo: Don Segundo Sombra. Buenos Aires, CEAL, 1979. 216 pp. (Capítulo).
5. Gutiérrez, Eduardo: Juan Moreira. Buenos Aires, CEAL, 1980. (Capítulo).
6. Podestá, M. T.: Irresponsable. Buenos Aires, Editorial Minerva, 1924.
7. Argerich, Antonio: ¿Inocentes o culpables?. Madrid, Hyspamérica, 1984.
8. S/F: en Argerich, Antonio: ¿Inocentes o culpables?. Madrid, Hyspamérica, 1984.
9. Ocantos, Carlos M.: op.cit.
10. Sicardi, Francisco A.: Libro extraño. Buenos Aires, Imprenta Europea, 1894.
11. Holmberg, Eduardo L.: “La casa endiablada”, en Cuentos fantásticos. Buenos Aires, Hachette, 1957. Prólogo de Antonio Pagés Larraya.
12. Pagés Larraya, Antonio: “Prólogo”, en Cuentos fantásticos. Buenos Aires, Hachette, 1957.
13. Burgos, Fausto: El gringo. Buenos Aires, Tor, 1935.
14. Arias, Abelardo: Alamos talados. Buenos Aires, Sudamericana, 1990.
15. Marechal, Leopoldo: Adán Buenosayres. Buenos Aires, Sudamericana, 1970.
16. Marechal, Leopoldo: Megafón. Citado en Páez, Jorge: El conventillo. Buenos Aires, CEAL, 1970.
17. Poletti, Syria: Gente conmigo. Buenos Aires, Losada, 1962.
18. Orgambide, Pedro: Hacer la América. Buenos Aires, Bruguera, 1984.
19. Grinbaum, Carolina: La isla se expande. Buenos Aires, ig, 1992.
20. Vázquez-Rial, Horacio: Frontera Sur. Barcelona, Ediciones B, 1998.
21. Scotti , María Angélica: Diario de ilusiones y naufragios. Buenos Aires, Emecé, 1996.
22. Rivera, Andrés: Guido, en Para ellos, el Paraíso. Buenos Aires, Alfaguara, 2002.
23. Rivera, Andrés: “El hombre que nadie pudo comprar”, en La Nación, Buenos Aires, 3 de marzo de 2002.
Varios
Esther Goris es la autora de Agatha Galiffi, la flor de la mafia, obra acerca de “una joven mujer quien luchó en los años 30s, pese a su corta edad, contra la mafia imperante en Buenos Aires. La novela fue publicada por la editorial Sudamericana, y fue elegida por el jurado de la Feria del Libro, como una de las destacadas de este año” (1). Fue la novela más vendida del año 2000” (2).
En esa novela (3), junto al siciliano Galiffi, padre de la protagonista, Goris presenta calabreses, napolitanos y piamonteses, además de inmigrantes no italianos.
Notas
1. Salinas, Martín: “Esther Goris presentó dos proyectos para filmar en San Luis”, en El Diario de la República, San Luis, 13 de julio de 2005.
2. S/F: “Entrevista con Esther Goris 'Quiero devolver en San Luis lo que la vida me ha dado' ”, en El Diario de la República, San Luis, 22 de enero de 2006.
3. Goris, Esther: Agatha Galiffi, La flor de la mafia. Buenos Aires, Sudamericana, 1999. 415 pp.
En conjunto
Relata el narrador, en Una ciudad junto al río, de Jorge Isaac: “Los italianos –que forman la corriente numérica más importante en este tiempo- lo hacen en grupos compuestos por una o muchas familias que cantan, ríen o gritan tanto como pueden, volcando su entusiasmo contagioso y vital. Son los barulleros por excelencia. Y parece que el puerto, luego que ellos pasan, necesitase cuanto menos un par de días para reponerse de tanto ruido y retornar a su estado de serena quietud” (1).
En Moira Sullivan (2), de Juan José Delaney, la protagonista escribe una carta fechada en 1932, en la que expresa: “Debo decir que pese a que los hijos de Erín se jactan de haberse integrado con el resto de la población, la verdad no es exactamente así. Tienen sus propios colegios, sus propios templos y clubes, y quien comete la osadía de casarse con un “nap” (¿napolitano y por extensión italiano?) o con un “gushing” (derivado, probablemente, del verbo inglés to gush, que significa hablar con excesivo entusiasmo y que es un neologismo para aludir a los gallegos y también por extensión a los españoles), se aíslan o son lenta pero inexorablemente segregados. En verdad esto ocurre con casi todas las comunidades extranjeras que se han radicado acá: árabes, armenios, ucranios y, muy especialmente, judíos. Para no hablar de los británicos que a su injustificado desdén agregan cierto cinismo ancestral”.
Tínkele, bielorrusa sobreviviente de Auschwitz, es uno de los personajes de Hija del silencio, de Manuela Fngueret. A ella “Se le mezclan las historias con la suya. La llegada a Buenos Aires, el primer día de trabajo en la fábrica de camisetas a unas cuadras de la casa de sus primos. Allí emplean también a otras mujeres inmigrantes como ella: italianas, españolas o polacas, con las que casi no intercambian palabra en agotadoras jornadas de trabajo. Una Babel de rostros e idiomas” (3).
En La logia del umbral, de Ricardo Feierstein, narra uno de los personajes, que vivía en Villa Pueyrredón, a mediados del siglo pasado: “Por las mañanas, en la escuela pública donde todos concurríamos, conviví con el inglés Stanley y el italiano Badaracco, protagonistas de una pelea memorable donde vi correr sangre por primera vez; con el galleguito Pérez y un francés medio raro que se hacía dibujos en las manos con hojitas de afeitar” (4).
Notas
1 Isaac, Jorge: Una ciudad junto al río. Buenos Aires, Marymar, 1986.
2 Delaney, Juan José: Moira Sullivan. Buenos Aires, Corregidor, 1999.
3 Fingueret, Manuela: Hija del silencio. Buenos Aires, Planeta, 1999.
4 Feierstein, Ricardo: La logia del umbral. Buenos Aires, Galerna, 2001.
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japoneses
En Flores de un solo día (1), Anna Kazumi Stahl evoca a una inmigrante que llega a la Argentina: “Se paralizó un instante antes de lanzarse al mundo externo: desde chica sufría tanto miedo a la calle. Se debía a que, japonesa de origen y nacida en 1937, había visto la Segunda Guerra Mundial hacer su tremenda carrera y terminar en derrota antes de cumplir los nueve años de edad. Peores eran sus circunstancias, porque a causa de una enfermedad infantil había quedado sin habla, con daños en el centro del habla del cerebro, y no podía entender las explicaciones que le daban la empleada doméstica y el coronel mismo, su padre”.
Acerca de la escritora y su obra, expresa Martín Kohan: “la riqueza narrativa y la intensidad de los climas que logra la novela responden a la manera en que todo eso se potencia con los enigmas de un viaje inexplicado, con el dramatismo ajustado de una historia que proviene de la Segunda Guerra Mundial, con la sutil manera en que se deja ver el pasado en el presente, con la complejidad sin rebuscamientos de un personaje como Hanako (y su expresividad sin palabras) o como Aimée (oscilando entre su deseo de saber y su deseo de no saber qué es lo que se aloja exactamente en el pasado de su historia familiar)” (2).
Con Gaijin. La aventura de emigrar a la Argentina (3), Maximiliano Matayoshi ganó el Premio Primera Novela UNAM-Alfaguara, otorgado por el Jurado integrado por Mario Bellatin, Sandra Lorenzano, Jorge F. Hernández, Mónica Mansour y Alberto Vital.
En esa obra, relata un adolescente, poco antes de dejar Okinawa: “Quiero que vayamos todos juntos, dije. Mamá me miró y me tomó de las manos. No podemos ir todos, no tenemos el dinero, además Yumie es chica para viajar y yo debo quedarme a cuidarla. Irás solo. Si tu papá estuviera sería diferente, dijo”.
Entrevistado por Flavia Costa, él señaló: “—La novela combina dos realidades. Es la historia de mi padre en los itinerarios —Hong Kong, Singapur, Ciudad del Cabo, Buenos Aires, Mendoza—, pero los personajes y sus relaciones son escenas de mi vida. Siempre escribo a partir de experiencias reales. (...) Los personajes pueden ser inventados, porque son siempre aspectos del propio escritor, pero si uno quiere escribir algo intenso, hay que respirar el clima, el ambiente donde ocurrió la historia” (4).
Tardío es el funeral de una japonesa. Oshiro Tana, personaje de Virgen, de Gabriel Báñez, “se hizo célebre en una tarde cuando la policía descubrió que convivía con el cadáver de su legítima esposa desde hacía por lo menos dos años. Era tanto el amor del japonés por su mujer que a la hora de su muerte la vació, la limpió con acaroína y formol y la rellenó con estopa para conservarla a su lado. El bonsai conyugal pareció funcionar mejor que el matrimonio mismo, pues durante esos dos años Oshiro Tana no sólo continuó compartiendo el progreso de las flores junto a su esposa sino que además empezó a prepararle sus platos favoritos y a festejarle los aniversarios. El día en que lo descubrieron ella estaba tomando el café con leche en la cama, y parecía tan verídica y lozana en su desayuno que apenas si sospecharon cuando vieron que no mojaba la medialuna. Lo que más le impresionó al padre Bernardo fue la dulzura tranquila de la mujer; tanto, que no supo si rezarle un responso o concederle la extremaunción” (5).
Notas
1. Kazumi Stahl, Anna: Flores de un solo día. Buenos Aires, Seix Barral, 2002. 336 pp.
2. Kohan, Martín: “RELATOS La encarnadura de los recuerdos”, en Clarín, Buenos Aires, 11 de enero de 2003
3. Matayoshi, Maximiliano: Gaijin. La aventura de emigrar a la Argentina. Buenos Aires, Alfaguara, 2002.
4. Costa, Flavia: "GAIJIN. De nombre extranjero Un relato de viaje, de migración y recuerdo”, en Clarín, 21 de junio de 2003.
5. Báñez, Gabriel: op. cit.
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libaneses
En 1988, durante la Feria del Libro, el doctor Renè Baròn entregò personalmente a Jorge Isaac el premio que lleva su nombre, distinguiendo a Una ciudad junto al rìo (1) como la mejor novela editada durante los años 1986 y 1987. El jurado que lo otorgò -designado por la Sociedad Argentina de Escritores- estuvo integrado por Luis Ricardo Furlàn, Raùl Larra y Juan Josè Manauta.
La novela fue presentada en la Uniòn Arabe por el profesor Elio C. Leyes -”escritor y presidente de la Universidad Popular, autor de Voz telùrica de Gerchunoff, editado por el Ateneo Judeo Argentino ‘19 de abril’ de Rosario”, quien “señalò que el libro bien podìa llamarse ‘Los gauchos àrabes’, en justo parangòn –según dijo-con la celebrada obra de Gerchunoff, en la cual no debe haber escritor que haya profundizado tanto como èl” (2).
El Gobierno de Entre Rìos la declarò, por iniciativa del Consejo General de Educaciòn, de lectura complementaria en las escuelas superiores de la provincia, a partir del sèptimo grado, recomendando su utilizaciòn en la enseñanza.
La obra està dedicada “a los inmigrantes àrabes –sirios y libaneses- y, por natural extensiòn, a españoles, italianos, alemanes, judìos, suizos, rusos, polacos, yugoslavos, y de cuanto otro origen y procedencia màs, que se lanzaron un dìa por los riesgosos caminos del mar a la aventura de ‘hacer la Amèrica’ “.Partiendo de su propia etnia, la mirada de Isaac se vuelve abarcadora, hasta incluir a hombres de diversa procedencia, cuya gesta evoca.
Notas
1. Issac, Jorge E.: Una ciudad junto al río. Buenos Aires, Marymar, 1986.
2. S/F en: González Rouco, María: “Jorge Isaac, novelista de la inmigración árabe”, en La Capital, Rosario, 24 de julio de 1988.
Imagen de la portada enviada por Gabriela McEvoy, California, Estados Unidos
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lituanos
En La logia del umbral, de Ricardo Feierstein, uno de los personajes: “afirma: “Incluso, antes de la guerra, vinieron judíos de Alemania, Holanda y Polonia. Esto era Sión para ellos, la tierra de la libertad, de la leche y la miel, donde pudieron salvar sus vidas y tratar de rehacerlas. Más polacos y lituanos llegaron después, en los años ‘40” (1).
Notas
1. Feierstein, Ricardo: La logia del umbral. Buenos Aires, Galerna, 2001.
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polacos
“Con El agua publicada póstumamente en 1968, culmina la importante producción de Enrique Wernicke(1915-1968)” (1). En este libro, el escritor evoca el menosprecio que un personaje evidencia por su descendencia: “Era una casa para vivir bien. Ahora que las chicas crecían, tal vez hubiese venido bien otro baño o, por lo menos, un toilette. Pero don Julio pensaba que las chicas algún día se iban a casar y además, no olvidaba, él también tendría que morir. Un baño es suficiente cuando se convive con gente bien educada... como él. O Julito. No se podía decir lo mismo de las nietas, hijas de una hija de un judío polaco, sin eso imperceptible, casi diríamos inexplicable, que se llama ‘tener sangre inglesa en las venas’ ” (2).
En 1988, durante la Feria del Libro, el doctor Renè Baròn entregò personalmente a Jorge Isaac el premio que lleva su nombre, distinguiendo a Una ciudad junto al rìo (3) como la mejor novela editada durante los años 1986 y 1987. El jurado que lo otorgò -designado por la Sociedad Argentina de Escritores- estuvo integrado por Luis Ricardo Furlàn, Raùl Larra y Juan Josè Manauta.
La novela fue presentada en la Uniòn Arabe por el profesor Elio C. Leyes -”escritor y presidente de la Universidad Popular, autor de Voz telùrica de Gerchunoff, editado por el Ateneo Judeo Argentino ‘19 de abril’ de Rosario”, quien “señalò que el libro bien podìa llamarse ‘Los gauchos àrabes’, en justo parangòn –según dijo-con la celebrada obra de Gerchunoff, en la cual no debe haber escritor que haya profundizado tanto como èl” (4).
El Gobierno de Entre Rìos la declarò, por iniciativa del Consejo General de Educaciòn, de lectura complementaria en las escuelas superiores de la provincia, a partir del sèptimo grado, recomendando su utilizaciòn en la enseñanza.
La obra està dedicada “a los inmigrantes àrabes –sirios y libaneses- y, por natural extensiòn, a españoles, italianos, alemanes, judìos, suizos, rusos, polacos, yugoslavos, y de cuanto otro origen y procedencia màs, que se lanzaron un dìa por los riesgosos caminos del mar a la aventura de ‘hacer la Amèrica’ “.Partiendo de su propia etnia, la mirada de Isaac se vuelve abarcadora, hasta incluir a hombres de diversa procedencia, cuya gesta evoca.
Se refiere al arribo a la nueva tierra: “Los inmigrantes, aunque vengan en el mismo barco, llegan y descienden aquí de manera diferente según sea su origen que nosotros, con sólo mirarlos y hasta a veces sin oírlos, hemos aprendido a determinar con riesgo escaso de equivocarnos”. Seguidamente, describe el desembarco de italianos, alemanes, españoles, judíos y árabes, señalando las peculiares características de cada grupo.
Describe el desembarco de un polaco enfermo: “Llegó la segunda tanda de ‘polacos’. Uno, vino enfermo. Lo bajaron dificultosamente del barco, lo llevaron casi arrastrándolo sobre la larga planchada y luego, alzándolo en vilo, lo trasladaron hasta debajo de los árboles donde se hallaban, en varios grupos, los demás. (...) De vez en cuando retorcíase y gemía, sin abrir los ojos. (...) Media hora después, llegó la ambulancia. Un carretón tétrico, tirado por cuatro alazanes bien alimentados, muy parecido a otro que sirve de fúnebre pero del que tiran unos caballos renegridos. Casi podría decirse que la variante consiste tan sólo en el color de los animales. Lo cargaron al enfermo sin que él se diese cuenta. Mantenía los ojos cerrados y los miembros blandos, sin fuerza, exhalando de vez en cuando un gemido corto”. Un largo rato después, el narrador recibe el legado del polaco: una bolsa conteniendo una colchoneta, varios tarros ennegrecidos por el humo de las fogatas y un paquete con hierbas de varias clases (5).
El libro de los recuerdos, de Ana María Shua, “es la novela de una familia argentina, con sus abuelos inmigrantes, hijos comerciantes y nietos atorrantes. Una sucesión de afectos y de envidias, de nacimientos y de penas, de matrimonios públicos y de amores prohibidos. Sin grandes escándalos, sin secretos horrendos ni crímenes brutales: con la cuota de humor, de fracaso y ternura que corresponde al país que, vaya uno a saber por qué, eligieron nuestros abuelos o sus padres para sufrir y gozar” (6).
Es el patriarca de esta familia el abuelo que, en la juventud, debió empezar a llamarse Gedalia Rimetka, dejando de lado su nombre verdadero. En Polonia, donde comía papas todos los días, esperó escondido que falleciera algún paisano más o menos parecido para heredar su identidad, y poder así emigrar: “Murió Gedalia Rimetka, medianamente joven, de bigotes. Con su documento fue el abuelo al consulado de América, la verdadera, la del Norte, y le dijeron que no. No lo bastante joven murió Gedalia, no lo bastante joven como para pasar por el abuelo. En Polonia siempre hacía frío, siempre había nieve. Cuando se derretía la nieve, había mucho barro. El barro también era frío. El barro de Tomachevo cruzó el abuelo, que quería cruzar el mar. Y llegó al consulado de esta pobre América. Allí, le habían dicho, no se fijan mucho, no entienden nada, les da lo mismo. Allí también es América, aunque no tanto. Lo que vale es salir de Europa, lo que vale es cruzar el mar. Desde una América ya será posible llegar a la otra. Y no se fijaron, o no les importó, o no entendían nada, y el abuelo pudo ponerse en camino para cruzar el mar” (7).
En La isla se expande, Carolina de Grinbaum presenta a una familia judeo-polaca: “No puedo dejar extraviados en el ingrato olvido al matrimonio judeo-polaco y su hija, gnomos que poblaban uno de los cuartos intermedios dentro de esa casa de sorpresas. La mujer, aun en su corpulencia y aparente acritud, era modesta hasta lo invisible, tan hacendosa y esforzada que lindaba con lo increíble. El hombre, como corresponde a su naturaleza de duende, siempre oculto. Enfermo y resignado trataba de cubrir con su propio y esmirriado cuerpo el panorama tétrico de los frecuentes accesos, escupitajos y demás síntomas evidentes del mal que lo volcaría inexorablemente al fin. Marianita sentía cariño y respeto, en especial hacia esa esposa y madre, geniecillo movido por el amor. En un afán constante por tratar de alimentar y alegrar a la familia, la señora Matilde –ése era su nombre- pasaba largas horas dentro de la cocina, manipulando ollas y sartenes de las que finalmente extraía los mejores manjares elaborados a la manera europea. Al suponer que para obtener esos excelentes resultados frotaba las cazuelas como lo hiciera el legendario Aladino con su lámpara maravillosa, no dejaba de observarla. Gracias a Matilde adquirió buen gusto y habilidad para la cocina” (8).
Un personaje de Mestizo, novela de Ricardo Feierstein, relata por qué emigraron sus padres: “Moishe Búrej realmente no quería venir a la Argentina, pero ¿qué iba a hacer? Se fueron los hijos mayores y después me fui yo, luego Carlos con mi hermana. ¿Quién quedaba? Nadie, salvo Jacobo, que vino con ellos, en 1936. Cuando viajaron ya había guerra civil en España, salieron justo, justo. En Polonia quedaron otros parientes, tíos y primos: nunca más supimos algo de ellos. La zona de Lemberg fue muy castigada durante la Segunda Guerra, los alemanes entraron allí. Me contaron después que han hecho un verdadero desastre de mi pueblo. Fue una masacre en el centro, la zona de la feria, donde vivían las famlias judías. A los ucranianos no les hicieron nada, porque estaban con ellos. Pero de los nuestros no quedó ninguno vivo. Por suerte, nosotros nos fuimos antes. Dijimos ‘no va más acá, el futuro está muerto’. Y nos fuimos” (9).
Liliana Díaz Mindurry es la autora de Pequeña música nocturna, novela distinguida con el Premio Emecé en 1998. En esa obra, ella se refiere a las ocupaciones de una inmigrante, “una rubia gorda y polaca que ha dormido en la calle, que ha sido sirvienta en el colegio de la Santísima Trinidad. Y también prostituta los fines de semana por entretenimiento, por higiene, como dice con su acento extraño” (10).
Gabriel Báñez relata que la Zwi Migdal era una organización de trata de blancas que tenía en Ensenada el centro de sus operaciones. Casi todas las pupilas “venían de Varsovia, engañadas por un correo que les prometía casamiento y fortuna en la nueva tierra y con el cual refrendaban un contrato que avalaban los padres de las jóvenes. En cuanto pisaban puerto, debían enfrentarse sin embargo con la letra chica del contrato: la prostitución o el remate” (11).
Juan Jorge Nudel presenta, en Pensión “La Rosales”, la historia de una inmigrante que “llegó de Polonia y viajó a Rosario. Contratadas como artistas, pronto descubrieron de qué arte se trataba y siguieron el camino como les fue trazado”. Ella le dice a su hija, que se avergüenza del trabajo de la madre: “-No me mires con esa cara, escucháme, vinimos con contrato de trabajo para salir de Polonia; era probable que debimos asegurarnos mejor, pero no lo hicimos. Una vez aquí, hubo que defenderse”. La hija, a su vez, evoca: “Se escucharon rumores de la guerra en Europa, de la persecución a los judíos y mi mamá pensaba en su familia. Nunca supe nada de ellos. Mi mamá sólo sabía lo que recordaba hasta el día anterior a subir al barco. Subió sola y bajó acompañada por otras contratadas. Nadie fue a despedirla y nadie fue a recibirla” (12).
El polaco Sovotnik, personaje creado por María Rosa Lojo en Las libres del Sur, dice: “Nunca fui un gran señor ruso, pero sí el heredero de un buen comerciante polaco. ¿Por qué cree que ahora soy portero? Ya salí de Varsovia con la mitad de mi herencia gastada, y me acabaron de desplumar en París. Por eso estoy aquí, limpiando casas y vigilando puertas, ya que ni estudio ni oficio tengo. Menos mal que no me falta alguna facilidad para los idiomas” (13).
En Kadish para el hombre de la valija (14), de Mauricio Goldberg, “Samuel Glezer, un pequeño comerciante casado y con dos hijos adolescentes, es el responsable de exhumar el recuerdo de su padre, súbitamente fallecido. Su hermano es una figura ausente y su madre oscila entre la sobreprotección y la melancolía; ambos parecen desentenderse a su modo del duelo que toda pérdida conlleva. A instancias de su madre, Samuel escribe a los amigos de su padre, como él emigrantes forzados y sobrevivientes del exterminio nazi. A medida que recibe sus respuestas, Samuel se ve involuntariamente impulsado a un viaje en la memoria, que lo llevará a recordar su adolescencia en Colonia Doctor Levin y a rescatar situaciones y voces que resuenan en la identidad del pueblo judío. A través de una voz narradora pródiga en emoción contenida, Mauricio Goldberg ofrece en esta novela una reconstrucción de la figura paterna, al tiempo que reflexiona sobre los ciclos implícitos en toda vida” (15).
En El infierno prometido (16), de Elsa Drucaroff, Dina anuncia a su madre que no se casará aún, pues seguirá estudiando. Su padre la apoya en esa decisión, y costea los estudios de la joven. La madre, furiosa, la amenaza: “¡Vos vas a terminar en Buenos Aires!”. Poco después, el vaticinio materno comienza a cumplirse: Dina es violada por un compañero de estudios. Este hecho trae la vergüenza a la familia, y el desprecio de quienes los conocen. Es entonces cuando aparece un hombre que llega desde la Argentina, buscando novia para casarse. El habla con el padre de una joven judía polaca. “Señor Hamer, yo soy un hombre práctico –dijo sonriendo-. Busco una buena judía trabajadora que pueda manejar mi casa y criar a mis hijos. Buenos Aires es una gran ciudad, con costumbres diferentes. No es fácil encontrar chicas bien preparadas para el matrimonio en una ciudad grande. Y en el caso de su hija, precisamente por lo que ella vivió, sé que va a valorar lo que voy a darle, y me lo va a retribuir como merezco. Porque va a ser muy difícil que encuentre a otro que pueda y esté dispuesto a dar lo que yo estoy ofreciendo” .
En La rabina, escribe Silvia Plager: “Poca atención le había prestado Esther a la música, pero de pronto el solo de violín la arrastró a un misterioso ámbito y en él su madre le volvió a contar que cuando se declaró el Estado de Israel, papá tomó el violín y se puso a tocar, a pesar de que sólo lo había aprendido de chico y mal, como si Shmuel, su virtuoso hermano mayor asesinado por los nazis lo guiara...” (17).
Notas
1. S/F: en Wernicke, Enrique: El agua. Buenos Aires, CEAL, 1980. (Capítulo)
2. Wernicke, Enrique: El agua. Buenos Aires, CEAL, 1980. (Capítulo).
3. Isaac, Jorge: Una ciudad junto al río. Buenos Aires, Marymar, 1986.
4. S/F: en La Capital, Rosario
5. Issac, Jorge E.: op. cit.
6. Shua, Ana María: El Libro de los Recuerdos. Buenos Aires, Sudamericana, 1994. (contratapa).
7. Shua, Ana María: El Libro de los Recuerdos. Buenos Aires, Sudamericana, 1994.
8. Grinbaum, Carolina de: La isla se expande. Buenos Aires, ig, 1992.
9. Feierstein, Ricardo: Mestizo. Buenos Aires, Planeta, 1994.
10. Díaz Mindurry, Liliana: Pequeña música nocturna. Buenos Aires, Emecé, 1998.
11. Báñez, Gabriel: op. cit.
12. Nudel, Juan Jorge: Pensión “La Rosales”. Buenos Aires, Editorial Milá, 2002.
13. Lojo, María Rosa: Las libres del Sur Una novela sobre Victoria Ocampo. Buenos Aires, Sudamericana, 2004.
14. Goldberg, Mauricio: Kadish para el hombre de la valija. Buenos Aires, Galerna, 2005.
15. "Kadish para el hombre de la valija", Mauricio Goldberg, Galerna, 2005 El Día, La Plata. 23 de Abril de 2005
16. Drucaroff, Elsa: El infierno prometido Una prostituta de la Zwi Migdal. Buenos Aires, Sudamericana, 2006. 336 pp. (Narrativas históricas)
17. Plager, Silvia: La rabina. Buenos Aires, Planeta, 2006.
18. Escliar, Myriam: BLACKIE con todo respeto. Biografía novelada. Buenos Aires, Milá, 2007. 262 pp. (novela biográfica)
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portugueses
Carlos Marìa Ocantos es el autor de Quilito (1), una de las tres obras màs representativas del “Ciclo de la Bolsa” (las otras dos son La Bolsa, de Juliàn Martel, y Horas de fiebre, de Segundo Villafañe).
Andrès Avellaneda señala que “dos grandes grupos de novelas filiadas en mayor o menor grado al naturalismo, se refieren a los temas decisivos en el momento ochentista: el inmigrante y la fiebre financiera” (2). En Quilito, estos temas aparecen entrelazados, al tiempo que se transmite una visiòn selectiva sobre la inmigraciòn europea, destacando las virtudes de los ingleses y tolerando a los latinos.
En 1888 apareciò Leòn Zaldìvar, de Ocantos. Adolfo Prieto afirma que el escritor “iniciò con esta novela una larga serie de obras dedicadas, en lo fundamental, a reflejar diversos aspectos de la realidad argentina. Con Quilito (1891), El candidato (1893), Tobi (1896), el ciclo alcanzò sus logros màs felices, pero por su ubicaciòn cronològica y sus temas especìficos, estas obras seràn consideradas como representativas de la novelìstica de la dècada del 90” (3).
A criterio de quien escribe este texto preliminar, “Quilito no se centra exclusivamente en la quiebra de la Bolsa y en sus derivaciones. (...) La difìcil y conflictuada sociedad del noventa encuentra en Quilito un reflejo fiel y acabado. En sus pàginas quedò impreso para siempre el retrato de las costumbres, las formas de ser, de relacionarse y de sentir en las que se gestò la esencia del argentino de hoy” (4).
En la obra aparecen inmigrantes de distintas nacionalidades, a los que Ocantos retrata en forma diferente. Siente predilecciòn por el personaje inglès, en el que hace encarnar todas las virtudes, al tiempo que demuestra desdèn por los italianos. El portuguès, en cambio, le parece corrupto y oportunista, a juzgar por los apelativos con que lo evoca.
Ocantos no se cierra a la postura generalizada en su època, que consistìa en combatir la inmigraciòn. El advierte los rasgos buenos en los criollos y en los inmigrantes, y tambièn sabe ver en ambos grupos los procederes que evidencian la decadencia moral y que llevan a una existencia desgraciada o, incluso, a la muerte.
El portugués era el usurero Raimundo de Melo Portas e Azevedo. De los italianos de Ocantos puede decirse que no tenían muchas luces, ni una educación refinada, en cambio el lusitano era para el autor una persona ruin. Lo define como “el ángel protector de empleados impagos y pensionistas atrasados, el agente de funeraria de toda quiebra, el cuervo voraz de toda desgracia, el pastor de los hijos de familia descarriados”. Vemos que utiliza también en esta oportunidad la comparación con animales, como lo hiciera con los italianos, pero el sentido es bien distinto.
A pesar de sus condiciones para vivir indignamente, el portuguès no es el peor en esta historia; alguien lo supera, y es, paradòjicamente, un criollo, para demostrar que Ocantos no es prejuicioso: “entre don Raimundo y èl, igualmente criminales y condenados a la misma pena por la opiniòn pùblica, habìa una capitalìsima diferencia: la que existe entre el ladròn y el ratero, no porque el portuguès se contentara con pequeños robos al por menor, que era un pez de primera magnitud, sino porque ante las hazañas de don Bernardino, quedàbase en mantillas”.
Eugenio Juan Zappietro escribió De aquì hasta el alba (5), novela en la que narra lo acontecido a colonos, soldados e indios durante la Conquista del Desierto, en el año 1879.
El lìder de esta gesta fue Julio Argentino Roca, “el joven y brillante militar prestigiado por el èxito de la campaña que concluyò con el dominio del indio en el desierto”, asì lo define Adolfo Prieto (6). La Conquista del Desierto fue –a criterio de Exequiel Cèsar Ortega- uno de los “hechos y factores que dieron nueva tònica a nuestra Argentina moderna. (...) La empresa decisiva del General Julio Argentino Roca (1878-1879) y las complementarias hasta 1884, terminaron con el pleito secular. Se tuvo el control territorial en momentos de casi inminente guerra con Chile por la posesiòn de la Patagonia. Los caciques resultaron vencidos, se entregaron como Namuncurà; fueron apresados como Pincèn y otros como Baigorrita combatieron hasta el fin. Sus escasas gentes (pocos guerreros sobrevivientes y ‘chusma’ o no combatientes, mujeres, ancianos y niños) esperaron a merced de los vencedores, o huyeron, transmitièndose su alarma y su miedo mediante las señales de humo que describe Zeballos. Estos ya no eran los centauros que domesticaban sus caballos de guerra sin castigarlos, ni los àgiles y huidizos maloneros. Eran los integrantes del ocaso, descriptos por Estanislao S. Zeballos en ‘Viaje al paìs de los araucanos’ “ (7).
Por el tema que aborda, la obra de Zappietro se inscribe en la vertiente de la “literatura de fronteras”, que ha tenido grandes cultores. Prieto considera que “la Argentina moderna parece no guardar rastros del problema que la agitara rudamente durante medio siglo, luego de convertirse en una no resuelta herencia de la Colonia. El importante ciclo de la literatura de fronteras, con Callvucurà, los ya mencionados libros de Mansilla y de Barros, los artìculos periodìsticos de Hernàndez, la prèdica de Nicasio Oroño, el simple material de informaciòn cotidiana recogida durante años en diarios como La Prensa de Buenos Aires y La Capital de Rosario, y los registros de testigos calificados, como Ignacio Josè Garmendia en Cuentos de tropa (Entre indios y milicos) (1891), el Comandante Prado en La guerra al malòn (1907) e Ignacio Fotheringham en La vida de un soldado (reminiscencias de la frontera) (1908), vienen a recordarnos la inconsistencia de esa opiniòn o prejuicio”.
En la novela de Zappietro, varios inmigrantes comparten con los criollos y los indios un destino aciago. Se trata de hombres que se alejaron de la civilizaciòn, por su voluntad o por causas ajenas a ella, y se ven envueltos en una historia que les permitirà mostrar su grandeza o su cobardìa.
Un portuguès se ofrece como voluntario para defender el fuerte 36 del Ejèrcito Nacional Argentino. Lucharìan doscientos bomberos de lanza contra veintidòs idiotas”, en una contienda que tendrìa como hèroes al capitàn Càrdenas, a Paula Bary y a un indio converso. Era Martins, el portuguès, “a quien las bajamares habìan hecho recalar allì, como ùltimo puerto”, un hombre “delgado, macilento, comido por la malaria”, que tenìa un poderoso motivo para luchar: “-Me mataron una china en Italò –dijo-. Me dije que iba a arrancarle las tripas a cien puercos de èsos. Todavìa no cumplì”. Seguramente, le llegò el fin antes de poder concretar su propòsito.
“En la cubierta del barco –escribe Alicia Dujovne Ortiz, en El árbol de la gitana-, los judíos rezaban hamacándose hacia delante y hacia atrás. El movimiento del mar les cuadruplicaba el balanceo. Una hierática madre portuguesa derramaba sus senos sobre dos criaturas ya mayores, que mamaban sin pausa. De a ratos, los tres interrumpían la tarea para vomitar sobre un talit que alguna vez fue blanco, abandonado por su dueño que, por lo menos, vomitaba de boca al mar” (8).
Hija de un italiano y una española, Regina Pacini nació en Lisboa en 1871. En Regina y Marcelo (9), Ana María Cabrera recrea la historia de amor entre la soprano y el presidente; la suya es “una novela de pasiones, renunciamientos, éxitos y fracasos, y por sobre todo, la historia de un amor indestructible” (10). “La boda de Marcelo T. de Alvear y la famosa soprano portuguesa Regina Pacini despertó los más insidiosos comentarios de la sociedad porteña, que no podía admitir que el soltero más codiciado del ambiente se casara con una artista. Cuando Alvear asume la presidencia de la Nación en 1922, Regina se convierte en la Primera Dama del siglo XX. Y, a pesar de la injusta indiferencia de los argentinos, demuestra la generosidad de su alma al crear la Casa del Teatro, un emprendimiento por entonces único en el mundo, destinado a la protección de sus colegas artistas” (11).
Norma Pérez Martín se refiere a esta obra y al contexto en el que surge: “Si bien los personajes que enuncia este título no son desconocidos, merece destacarse el subtítulo de la novela. ¿Por qué un ‘duetto de amor’? no sólo porque alude a la relación de Regina Pacini con Marcelo T. de Alvear, sino porque la música justifica en esencia a la protagonista y ofrece recursos discursivos metafóricos y sonoros a la novelista. La famosa soprano portuguesa Regina Pacini, al casarse con el privilegiado y donjuanesco Marcelo (que llegaría a la presidencia de la nación) traía una rica y exitosa carrera artística desarrollada en los más importantes teatros líricos de Europa. Reconocida y aplaudida por gobernantes, reyes y afamados maestros de la ópera, abandonará la fama y los escenarios por amor y sumisión a su marido. Marcelo, amante de la música, fascinado por la voz de aquella mujer al casarse le exigirá que abandone el canto. Ana María Cabrera con minucioso tratamiento psicológico focaliza a estos dos personajes movidos entre la pasión, la sumisión, la entrega y el autoritarismo machista. La trayectoria de Regina no culmina como primera dama (junto al triunfante candidato del radicalismo). Ella llevará a cabo la fundación y dirección de la Casa del Teatro. A partir de esta perspectiva la novelista acentúa la sensibilidad social y la calidad humana de quién fuera menospreciada por la oligarquía porteña (por su pasado como actriz). Regina Pacini decidió levantar la Casa del Teatro (que hoy perpetúa su nombre en nuestra ciudad) pues le preocupaba dar albergue a los hombres y mujeres de la escena nacional que carecieran de familiares y recursos para sobrevivir. Luces y sombras: estas y otras obras de nuestro tiempo revelan realidades opacadas o calladas totalmente por la historia oficial” (12).
Notas
1 Ocantos, Carlos Marìa: Quilito. Hyspamèrica.
2 Avellaneda, Andrès: “El naturalismo y Eugenio Cambaceres”, en Historia de la Literatura Argentina. Buenos Aires, CEAL, 1980.
3 Prieto, Adolfo: “La generaciòn del 80. La imaginaciòn”, en Historia de la Literatura Argentina. Buenos Aires, CEAL, 1980.
4 S/F: en Ocantos, C.M.: Quilito, Hyspamèrica.
5 Zappietro, Eugenio Juan: De aquì hasta el alba. Barcelona, Hyspamèrica, 1971
6 Prieto, Adolfo: “La ideas y el ensayo”, en Historia de la literatura argentina, Tomo II. Buenos Aires, CEAL, 1980.
7 Ortega, Exequiel Cèsar: Còmo fue la Argentina (1516-1972). Buenos Aires, Plus Ultra, 1972.
8 Dujovne Ortiz, Alicia: El árbol de la gitana. Buenos Aires, Alfaguara, 1997. 293 pp.
9 Cabrera, Ana María: Buenos Aires, Sudamericana, 2001.
10 S/F: “Sudamericana digital”, en www.edsudamericana.com.ar.
11 Ibídem
12 Pérez Martín, Norma: “Escritoras de hoy miran a las mujeres de ayer”, en www.elmuro.com.
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rumanos
Un personaje de Hermana y Sombra, de Bernardo Verbitsky, tiene dificultades con el castellano; el protagonista, un niño hijo de inmigrantes rusos, le presta un libro: “Por la calle Campana entraba regularmente un hombre gordo, Jacobo para todos, o Jacoibos para quienes le imitaban el habla, y él a su vez llamaba Doña María a todas sus clientas, que le adquirían ropa, platos, y hasta muebles, siempre en cuotas semanales, nunca muy elevadas. Salí, al notar que la conversación se prolongaba, y también intervine, pues eliminada ya la posibilidad de una venta, apreciamos la simpatía del joven. El explicó que era un judío de Rumania donde había sido estudiante, pero obligado aquí a ganarse la vida, encontró su actual ocupación de cuentenik. Deseaba perfeccionar su mal castellano, y a mí se me ocurrió una excelente idea, la de prestarle mi ejemplar del Quijote, regalo de mi padre unos meses antes. Como yo lo había leído, no tenía inconveniente en facilitárselo por un tiempo. ¿Qué mejor libro para practicar el español?” (1).
Julius Popper es el protagonista de Popper. La Patagonia del Oro, escrita por Daniel Ares (2).
“Dueño de una de las mayores leyendas de la Patagonia austral, Popper fue un emperador en potencia que sedujo a los popes de la Generación del 80, en Buenos Aires para introducir la fiebre del oro en Tierra del Fuego, donde fundó una ciudadela, acuñó una estampilla y una moneda propia. También manejó su propio ejército y una comisaría. El Páramo, donde funcionó la “cosechadora” fue, bajo sus dominios, el sitio más poblado de la isla lo que derivó en un enfrentamiento con el gobernador Féliz Paz. Murió, se cree, envenenado por sus enemigos poderosos cuando, a los 35 años, diseñaba un plan para conquistar el Polo Sur y ampliar así sus dominios”.
“ ‘Se le doblaron las piernas y al caer quiso aferrarse a la cómoda junto a la cama, pero eran tantas las camas y las cómodas que veía –y tan poca su suerte- que se agarró a la que no era, manoteó la nada (otra ilusión que no lo quiso), y muy dentro de sí –como de lejos, muy lejos-, oyó el golpe seco de sus rodillas contra el piso y se fue de boca hacia la muerte suspendido en la eternidad de aquel instante que no duró un segundo y fue infinito en su segundo’. Así ficcionó el periodista y escritor Daniel Ares la medianoche del 5 de junio de 1893, hace 110 años, en la que el genial rumano Iulius Popper encontró la muerte posiblemente envenenado por sus enemigos, en el cuarto de un hotel porteño de la calle Tucumán al 300, cuando tenía unos trajinados 35 años de edad” (3).
Notas
1 Verbitsky, Bernardo: Hermana y Sombra. Buenos Aires, Editorial Planeta Argentina, 1977.
2 Ares, Daniel: Popper. La Patagonia del Oro. Buenos Aires, Alfaguara.
3 S/F: “A 110 AÑOS DE LA MUERTE DEL RUMANO SE DESCONOCE DÓNDE ESTÁN SUS RESTOS Julio Popper, el primer desaparecido”, en Tiempo Fueguino, Ushuaia, 8 junio de 2003.
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rusos
Mario, el protagonista de Hermana y Sombra (1), de Bernardo Verbitsky, es hijo de inmigrantes rusos. El se refiere a la pobreza que los agobiaba: “Dejamos en Bahía Blanca varias cuentas impagas, pero la que realmente nos preocupaba era la del lechero, (...). Teóricamente, le pagábamos mensualmente los cinco litros que nos dejaba cada día pero siempre fue tolerante para el cobro, aceptando los pretextos con que explicábamos nuestra condición de deudores morosos. En los últimos meses no pudimos darle un centavo sin que él suspendiera el suministro de nuestro principal alimento. Nuestra convicción, reafirmada más de una vez por mamá, era que a ese pequeño español bondadoso debíamos el no haber muerto de hambre, sobre todo nuestra hermanita a quien no le faltaron nunca varias mamaderas diarias para suplir los pechos casi secos de mamá”.
A criterio de Pedro Orgambide, Verbitsky “es, de manera bien explícita, el novelista del alud inmigratorio de la Argentina, de los inmigrantes y de sus hijos, porque en estos prevalece todavía, por imperio de la sangre, la vital intimidad de los padres” ” (2).
Pedro Orgambide escribió la trilogía integrada por El arrabal del mundo, Hacer la América y Pura memoria (1984-1985). En Hacer la América (3) evoca a los inmigrantes que llegaban a nuestro puerto, alentados por la consigna que da tìtulo a la obra. Españoles, italianos, judìos, griegos, son los protagonistas de este relato que muestra la faceta màs cruda del fenòmeno social que conmoviò al paìs al iniciarse el siglo XX. La novela narra sucesos acaecidos en las postrimerías del siglo XIX y en los primeros años de la centuria siguiente.
En esa novela, evoca un carnaval de la década del 20: “Sonaban las gaitas de los gallegos. Los vascos (pantalón y camisa blanca, pañuelo al cuello, boinas, alpargatas) bailaban golpeando sus palos, combatiendo en una esgrima de pies que se lanzaban al aire y volvían en un paso de danza. Los cosacos desenvainaban sus sables, degollaban a Israel Mitzer en la puerta de la sinagoga y gritaban, sudados y coléricos, fidelidad al zar y a la zarina. Bailaban los capoeiras del Brasil y los gitanos y los muchachos de Barracas. Bailaban los hombres disfrazados de osos, de monos, de tigres, de gigantescos perros y caballos. Bailaban los hombres disfrazados de mujeres y las mujeres disfrazadas de hombre; bailaba el disfraz hermafrodita: mitad hombre, mitad mujer, mitad novio, mitad novia; danzaba el lanzador de dardos, el salvaje que besaba al explorador en la boca; bailaban los enanitos, los viejos, los enclenques. En el palco, las orquestitas de Retiro, de las viejas romerías, tocaban los tanguitos de otro tiempo, puro flautín, pura guitarra, pero ahora subía una orquesta típica nacional que dirigía el maestro Arrieta.
“¿Qué es lo que uno cuenta cuando está contando? –se pregunta Orgambide- Seguramente, algo más que una historia, una anécdota, un hecho, una realidad imaginada en algún momento de nuestra vida. Lo que uno cuenta, casi siempre tiene que ver con nuestra ‘novela Familiar’, con nuestro origen, con nuestra identidad, al Fin” (4).
Afirma el escritor: “La presencia de una tipología judía es más notoria en la novela Hacer la América (1984) donde aparece David Burtfishtz y Raquel, su mujer y su hija Liuba; la imagen patriarcal de su suegro, Israel Mitzer, las figuras de la picaresca judía como la señorita Yurkovsky o el actor Iehuda Midlin o el señor Katz, profesor de teatro. La vida de los inmigrantes judíos en una colonia judía o en la ciudad, revivió en mí una ‘memoria olvidada’ y fui muy feliz al poder escribirla” (5).
En Aventuras de Edmund Ziller, Orgambide presenta –ademàs de muchos inmigrantes de diferentes nacionalidades- a un narrador nieto de un ruso, quien afirma: “descubro que Ziller se parece de una manera cruel a mi propio abuelo, al pobre abuelo loco, al chiflado que vivìa en un triste y oscuro cuartito cercano a la terraza, donde, a los cinco años yo lo vi sin comprender la tempestad y el desgarramiento del exilio (...) oculto por la enfermedad y la locura del mundo que arrastra a los hombres lejos de su tierra, y que un dìa los devuelve, crèame, como las olas de la `playa” (6).
En Donde sopla la nostalgia (7),novela de Mauricio Goldberg, Max Gurovitz, su esposa Fany y su hijo David emigran de Polonia –donde habían emigrado anteriormente- porque “Otra vez los gritos de ‘yid’ atronaban la calle. El viaje había sido inútil. Se culpó por haberla dejado sola mientras él iba al mercado. Aún tenía el uniforme ruso de inválido, si no ya estaría hecho pedazos. Para ellos la guerra había terminado pero no su odio por los judíos”.
Señala Reiner Kornberger: “Tanto el protagonista de Donde sopla la nostalgia como también su autor, Mauricio Goldberg, adelantan su aliá para prestarle servicios a una Israel agredida por los países árabes en junio de 1967. Los 114 párrafos de la novela narran alternativamente las vivencias del protagonista Mario en Israel desde su llegada hasta su retorno a Buenos Aires (capítulos pares) y la historia de sus padres en Polonia/Rusia antes de la Segunda Guerra Mundial hasta su emigración a la Argentina (capítulos impares)” (8).
Hay rusos en el Chaco. Magdalena Kramenenko, uno de los personajes de Mempo Giardinelli en Santo Oficio de la Memoria, se interesa por los platos de diferentes colectividades y, cuando los cocina, es digna de elogios: "Todas cosas judías, deliciosas, bien condimentadas. Arenque ahumado, y unos blintzes, madre mía, para chuparse los dedos. Y no solamente judías porque también hacía unas paellas que te dejaban de cama. Y no te cuento las mermeladas que preparaba: de rosa mosqueta, de grosellas, de granadas, de higos. O las ravioladas con salsa a la bolognesa o la Príncipe di Nápoli, mamma mía. También hacía unos guisos carreros que le enseñó tu papá, muy delicados, porque tenían las dosis exactas de hierbas, especias exótica, pizcas de esto y de lo otro, todo hecho con amor, el morfi con amor es otra cosa” (9).
En El árbol de la gitana, de Alicia Dujovne Ortiz (10),los Dujovne “Se vistieron de negro riguroso, él con un hongo redondito en la cabeza, ella con un pañuelo y, de inmediato, se encontraron extraños. Parecían vestidos con ropa ajena. La crispación del hombro o la cadera hacía chingar la falda o la chaqueta. Se las habían puesto miles de veces, pero lo que ahora las hacía diferentes era la actitud de los cuerpos con el adiós adentro: nadie se para del mismo modo cuando parte para siempre. Al marcharse perdían su familia y su país pero también su nombre. Nadie más los llamaría Dujovne con el matiz exacto de la e, esa e tan ambigua, de origen tártaro, que se desliza entre la e y la y, mientras la lengua, casi pegada al paladar, deja pasar el aire. Lo sabían tan bien, que ya apartaban de sus rostros, como espantándose una mosca, la tentativa de explicar cómo se pronunciaba el apellido, admitiendo de entrada que Dujovnie se volviera Dujovne, con una e castellana sosa y desabrida como matse sin té. (...) No se iban solos a la Argentina Sara y Samuel. La caravana rumbo al Sur era nutrida, vibrante y esperanzada. Muchos otros Dujovnes con sus perdidas letras finales viajaban para afincarse en aquel sitio del mapa de forma nadadora, pero trunca, sin brazos ni piernas: Entre Ríos”.
Ricardo Feierstein es el autor de La logia del umbral (11),novela sobre la inmigración judía a lo largo de cien años. En ella cuenta el proyecto de cuatro generaciones de una familia, que se propone llegar a caballo desde Moisesville, provincia de Santa Fe, mediante postas de dos jinetes por vez, con una caja de madera de cerezo que contiene tierra de la primera colonia judìa en la Argentina y ‘una mezuzà, estuche de hueso con un trozo de papel escrito con letras hebreas’, hasta la Plaza de Mayo, donde la enterraràn bajo la Piràmide.
Cuando el miembro màs joven de este grupo està por concretar la iniciativa de su familia y de èl mismo, al pasar frente a la AMIA, una terrible explosiòn lo “revolea por el aire. Todo se vuelve negro –rememora-, el rugido ensordecedor parece indicar que, con la oscuridad de un eclipse gigante, ha llegado el fin del mundo. En ese instante, cien años de vida familiar y comunitaria se atropellan para desfilar ante los ojos desorbitados de mi conciencia en fuga”.
Entre los personajes se encuentran los fundadores de Moisésville. No acompañó la suerte a los pioneros. Cuando fueron al campo, pasaron “Días y días sin masticar. Los niños enfermaban...”. Se refiere el escritor a la colonia santafesina a la que se trasladaron desde el Hotel. Allí comprobaron que no tenían alimento ni dónde guarecerse: “Nada hay donde todo debiera estar: ni carpas, ni elementos de labranza, ni semillas. Ni siquiera un hombre del lugar, en representación del propietario, para entregar esas tierras tan laboriosamente adquiridas a través del cónsul comercial argentino en París, que actuaba en nombre del terrateniente”.
María Inés Krimer es la autora de La hija de Singer (12), obra en la que –escribe Damián Tabarovsky- “cuenta una historia sencilla pero potente: la muerte del padre y el duelo de treinta días que según la tradición judía deben transcurrir hasta la despedida” (13). La novela fue distinguida con el Premio del Fondo Nacional de las Artes.
En La pasión de un visionario Theodor Herzl (14), Miryam E. Gover de Nasatsky se refiere a los colonos del Barón Hirsch. El Barón dialoga con Theodor Herzl acerca de la conveniencia de sacar a los judíos de los lugares en los que se los oprime, pero, mientras Hirsch está orgulloso de su obra, para Herzl, no es más que beneficencia. Además –opina Herzl-, el Barón logra salvar a unos cuantos judíos, no a todos, objetivo que se lograría si existiera un Estado.
Perla Suez es la autora de la Trilogía de Entre Ríos (15): “Las tres nouvelles reunidas en este libro -Letargo, El arresto y Complot- comparten un territorio: aquel ubicado en una zona de la provincia de Entre Ríos, y que es al mismo tiempo el que se halla entre los ríos de la memoria. Esos espacios son a la vez la excusa y el fin de estas tres narraciones excepcionales” (16). El libro ha sido traducido al inglés por Rhonda Dhal Buchanan; actualmente se traduce al italiano, francés y al alemán.
En El Arresto, “El canto del cosaco, el ciclo de maduración del arroz, la palabra sólida del padre signan la vida de Lucien Finz durante sus primeros años y para siempre. Cuando la ciudad sea su nuevo ámbito, los recuerdos como voces traerán las palabras con que se nombra el miedo a la plaga de la lagarta militar, el peligro de las isocas, el arrozal anegado, la paciencia del calor del verano, los graznidos de las tijeretas. El viaje de Villa Clara a Buenos Aires no es más que un tramo que completa o simplemente continúa el recorrido más extenso y moroso de una familia de inmigrantes judío rusos que busca convertirse en habitante del suelo que pisan sus pies. Por ello, se arraigan al trabajo de la tierra primero y, cuando las lluvias continuas arruinan el sueño, el hijo reanuda el camino hacia las ilusiones que augura la capital. Pero el año 1919 dicta también su propio ritmo y la ciudad es una quimera convulsionada por el cruce violento de las ideas políticas” (17).
Acerca de Letargo se ha escrito: “Lete es uno de los ríos del infierno, cuyas aguas hacían olvidar el pasado. Lete es también el nombre de una mujer que pierde a uno de sus hijos y se sumerge en los días de solados para siempre. Queda una niña: Déborah. ¿Con qué voz puede explicar ese letargo que se dibuja en el nombre de su madre como un destino irrevocable? ¿Cómo se narra la enfermedad cuando aún no hay palabras infantiles que la nombren?. Para reconstruir lo que se ha roto en la memoria, ella deberá vagar entre sus voces, desdoblarse en niña y en mujer, en sombra y niebla. A través del recuerdo y de la tierra, Déborah marcha hacia un pueblo de Entre Ríos, donde moran el dolor de un padre taciturno y la bobe que aplasta con su mirada. Nada explica lo que una niña no debe oír, lo que una niña debe callar. Ni siquiera el iddish de la bobe, el silencio del padre. Un viaje al lugar donde la muerte sigue sucediendo como una acción impuntual, constante. El desafío de volver a esa casa donde la soledad crece cada vez que el viento deja de azotar las ventanas; la necesidad de ir a buscar a la niña que fue, cuyo rostro se esfuma en la bruma plomiza del pasado” (18).
Deborah, la protagonista, recuerda “las historias que le contaba su bobe, recolecciones que llevan al lector una gran distancia en el espacio y el tiempo, a la ciudad de Odessa a fines del siglo diecinueve. En aquel entonces, la familia de su abuela huyó de los pogroms del Zar Nicolás II, buscando refugio en Lyon, Francia antes de emigrar a la Argentina, donde se establecieron en una de las colonias agrícolas de Entre Ríos, como miles de otros judíos refugiados, incluso los antepasados de la autora” (19).
Con esta novela, Perla Suez fue Finalista del Premio Mundial de Literatura Rómulo Gallegos en 2001.
Notas
1. Verbitsky, Bernardo: Hermana y Sombra. Buenos Aires, Editorial Planeta Argentina, 1977.
2. S/F: en “Bernardo Verbitsky Nagasaki mon amour”, en Abanico de la Biblioteca Nacional, Mayo de 2005, www.abanico.edu.ar.
3. Orgambide, Pedro: Hacer la América. Bruguera, 1984.
4. Orgambide, Pedro: “La literatura en tiempos de intolerancia. Identidad y narración”, en Feierstein, Ricardo y Sadow, Stephen A. (comp.): Recreando la cultura judeoargentina / 2 Literatura y artes plásticas. Buenos Aires, Editorial Milá, 2004.
5. ibídem
6. Orgambide, Pedro: Aventuras de Edmund Ziller. Buenos Aires, Editorial Abril, 1984.
7. Goldberg, Mauricio: Donde sopla la nostalgia. Buenos Aires, Grupo Editor Latinoamericano, 1985.
8. Kornberger, Reiner: “Construir y reconstruirse: la experiencia kibutziana en la literatura judeoargentina”, en Feierstein, Ricardo y Sadow, Stephen A. (comp.): Recreando la cultura judeoargentina/2 Literatura y artes plásticas Tomo 2. Buenos Aires, AMIA/ Editorial Milá, 2004.
9. Giardinelli, Mempo: Santo Oficio de la Memoria. Buenos Aires, Seix Barral, 1991.
10. Dujovne Oriz, Alicia: El árbol de la gitana. Buenos Aires, Alfaguara, 1997.
11. Feierstein, Ricardo: La logia del umbral. Buenos Aires, Galerna, 2001.
12. Krimer, María Inés: La hija de Singer.
13. Tabarovsky, Damián: “La hija de Singer, por María Inés Krimer”, en Clarín, Buenos Aires, 29 de junio de 2002.
14. Gover de Nasatsky, Miryam E.: La pasión de un visionario Theodor Herzl. Buenos Aires, Milá, 2004. 163 pp. (Imaginaria).
15. Suez, Perla: Trilogía de Entre Ríos. Buenos Aires, Editorial Norma, 2006. (La otra orilla)
16. S/F: en www.perlasuez.com.ar
17. ibídem
18. ibídem
19. Buchanan, Rhonda Dahl: “La madriguera de la memoria en ‘Letargo’ de Perla Suez”, en Feierstein, Ricardo y Sadow, Stephen A. (comp.): Recreando la cultura judeoargentina / 2 Literatura y artes plásticas. Buenos Aires, Editorial Milá, 2004.
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sirios
En 1988, durante la Feria del Libro, el doctor Renè Baròn entregò personalmente a Jorge Isaac el premio que lleva su nombre, distinguiendo a Una ciudad junto al rìo (1) como la mejor novela editada durante los años 1986 y 1987. El jurado que lo otorgò -designado por la Sociedad Argentina de Escritores- estuvo integrado por Luis Ricardo Furlàn, Raùl Larra y Juan Josè Manauta.
La novela fue presentada en la Uniòn Arabe por el profesor Elio C. Leyes -”escritor y presidente de la Universidad Popular, autor de Voz telùrica de Gerchunoff, editado por el Ateneo Judeo Argentino ‘19 de abril’ de Rosario”, quien “señalò que el libro bien podìa llamarse ‘Los gauchos àrabes’, en justo parangòn –según dijo-con la celebrada obra de Gerchunoff, en la cual no debe haber escritor que haya profundizado tanto como èl” (2).
El Gobierno de Entre Rìos la declarò, por iniciativa del Consejo General de Educaciòn, de lectura complementaria en las escuelas superiores de la provincia, a partir del sèptimo grado, recomendando su utilizaciòn en la enseñanza.
La obra està dedicada “a los inmigrantes àrabes –sirios y libaneses- y, por natural extensiòn, a españoles, italianos, alemanes, judìos, suizos, rusos, polacos, yugoslavos, y de cuanto otro origen y procedencia màs, que se lanzaron un dìa por los riesgosos caminos del mar a la aventura de ‘hacer la Amèrica’ “.Partiendo de su propia etnia, la mirada de Isaac se vuelve abarcadora, hasta incluir a hombres de diversa procedencia, cuya gesta evoca.
En Un recuerdo para Raquel... o cómo tus padres llegaron a América, Walter Duer escribe que Raquel: "Era pobre, extranjera (había nacido en Siria, apenas unos 38 ó 39 años antes), madre de diez hijos, viuda, analfabeta y judía. 'Sólo le falta ser negra', dicen que dijo un vecino que hacía las cuentas sobre las desgracias y discriminaciones que sufriría esta mujer en el futuro inmediato, que comenzaba ese mismo día" (3).
Notas
1. Issac, Jorge E.: Una ciudad junto al río. Buenos Aires, Marymar, 1986.
2. S/F en: González Rouco, María: “Jorge Isaac, novelista de la inmigración árabe”, en La Capital, Rosario, 24 de julio de 1988.
3. Duer, Walter: Un recuerdo para Raquel... o cómo tus padres llegaron a América. San Justo, Provincia de Buenos Aires, Ediciones Escritores Argentinos de Hoy, 2003.
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suizos
Antonio Páges Larraya considera que “ ‘La casa endiablada’ tiene para nosotros tres motivos de interés: es su primera obra de imaginación a la que traslada nuestra realidad ciudadana; es la primera novela policial escrita en el país, y finalmente, es la primera en la literatura universal en que se descubre un delito por el sistema dactiloscópico” (1).
En esa obra, Holmberg imagina un crimen perpetrado contra un suizo. El juez relata: “-A principios de 1884, y unos tres meses después de partir usted para Europa, vino de Santa Fe a Buenos Aires un colono suizo llamado Nicolás Leponti, el cual, gracias a su actividad, a su esfuerzo, a su energía y a su inteligencia, había logrado reunir una fortuna que, si bien modesta, le permitía ocupar en su colonia una posición desahogada, y prestar, a sus compatriotas, servicios que le habían valido la estimación general”.
El escritor pone en boca del loro con cuya colaboración se esclarece el asesinato, consideraciones del ave acerca del coraje del europeo: “-Y era guapo el gringo... y duro para morir... ¿se acuerda, amigo?”. Este inmigrante encontró su fin cuando intentó hacer una operación comercial relacionada con su actividad: “El suizo quería comprar gallinas de raza, y sabiendo el 17 que aquella casa estaba sola, se dirigió a ella y allí consumó el crimen”. Durante mucho tiempo se ignoró qué había sucedido al colono: “La tierra cubrió el cuerpo de Nicolás Leponti, el aguardiente y el monte devoraron en pocos días el producto del crimen, y el misterio envolvió todo durante cinco años” (2).
En La madriguera, Tununa Mercado recuerda a Myriam Stefford: "la melancolía triunfaba cuando aparecía en medio del panorama el monumento erigido por un llamado Barón Biza a su amada, la aviadora Myriam Stefford. El altísimo obelisco, ala estilizada, parecía un mástil sin esperanzas de mar entre las nubes del costado sombrío del camino y la historia de esos personajes ocupaba en nuestro interés el lugar del paisaje: los restos de un avión que se había precipitado; una mujer pionera que había volado más allá, por sobre las montañas y los ríos, amada por un hombre que tenía título de barón, o que así se llamaba como otros se llaman Conde o Rey, un amor que la muerte había desintegrado. En una cripta de mármoles negros como la obsidiana, se leía en la tumba una inscripción que maldecía por anticipado a quien la violara" (3).
En La matriz del infierno (4), Marcos Aguinis relata: "Rolf había tenido que viajar en tren a la austral Bariloche. (...) El almanaque que colgaba en la vasta cocina del conventillo donde bebió café antes de dirigirse a la estación terminal le recordó que ya era el 11 de febrero de 1930. Don Segismundo, mientras sorbía ruidosamente de su tazón, trató de infundirle ánimo y le aseguró que Bariloche era bellísimo, que encontraría allí los panoramas disfrutados en su infancia, en las vecindades de la Selva Negra. Muchos inmigrantes austríacos, suizos y alemanes la había elegido por su semejanza con la tierra natal".
Notas
(1) Pagés Larraya, Antonio: “Prólogo”, en Cuentos fantásticos. Buenos Aires, Hachette, 1957.
(2) Holmberg, Eduardo L.: “La casa endiablada”, en Cuentos fantásticos. Buenos Aires, Hachette, 1957. Prólogo de Antonio Pagés Larraya.
(3) Mercado, Tununa: La madriguera. Buenos Aires, Tusquets Editores, 1996.
(4) Aguinis, Marcos: La matriz del infierno. Buenos Aires, Sudamericana, 1997.
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turcos
Hay turcos en una obra de Julián Martel. Afirma Noé Jitrik: “Durante 1890 escribiò La Bolsa; la ùltima frase fue redactada el 30 de diciembre. Dos hechos notables pueden observarse: el primero es que siendo una obra realista y de actualidad no ha incluido como tema la revoluciòn del mismo año; el segundo es que en el mismo año se publicò en Francia L'Argent, novela mediante la cual Zola investiga y condena el sistema financiero. (...) La Bolsa aparece en folletìn en La Naciòn desde el 24 de agosto hasta el 4 de octubre de 1891, con gran èxito de pùblico y de crìtica”.
El crìtico considera que la obra fundamental de este ciclo –la de Martel- tiene importancia desde diversos puntos de vista, a pesar de su escaso valor literario: “La Bolsa es una obra literariamente poco importante, inmadura, pero que asì y todo expresa varias cosas de interès; en primer lugar hay, conscientemente o no, una tentativa por trascender la literatura del 80 en su fisonomìa màs exterior; en segundo lugar, muestra un escritor desclasado, emergente del periodismo y que anticipa, por esas razones, un nuevo tipo de escritor, el profesional; en tercer lugar, se trata de un libro inspirado en hechos contemporàneos, ubicado en una actualidad, comprometido polèmicamente con sus interpretaciones” (1).
“La lectura màs superficial e ingenua de La Bolsa de Juliàn Martel sorprende por la enorme carga de xenofobia y antisemitismo –afirma Gladys Onega. (...) Martel traza con los más sombríos tonos naturalistas una realidad de la ciudad que absorbió el mayor pocentaje de inmigrantes creciendo en proporción geométrica frente al resto del país: la miseria, la enfermedad y la mendicidad eran lacras concretas de la sociedad superpoblada, que no se cebaban solamente en el lumpen que el autor selecciona como muestra del parasitismo que trae la inmigración, sino entre todos los habitantes de los barrios bajos del sur que se hacinaban en los conventillos; (...) en la abstractización del oro y del cosmopolitismo, Martel aísla y diseca casos extremos, los separa del contexto histórico, carga sobre ellos una culpa de la que son víctimas y finalmente ignora la situación real del resto de la población; los turcos con sus feces rojos y las bohemias idiotas o hermosísimas se han convertido en alegorías o en personajes pintorescos”. (2).
La ensayista se refiere a este pasaje: “El corazón de las corrientes humanas que circulaban por las calles centrales como circula la sangre en las venas, era la Bolsa de Comercio. A lo largo de la cuadra de la Bolsa y en la línea que la lluvia dejaba en seco, se veían esos parásitos de nuestra riqueza que la inmigración trae a nuestras playas desde las comarcas más remotas. Turcos mugrientos con sus feces rojos y sus babuchas astrosas, sus caras impávidas y sus cargamentos de vistosas baratijas; vendedores de oleografías groseramente coloreadas; charlatanes ambulantes que se habían visto obligados a desarmar sus escaparates portátiles pero que no por eso dejaban de endilgar sus discursos estrambóticos a los holgazanes y bobalicones que soportaban pacientemente la lluvia con tal de oír hacer la apología de la maravillosa tinta simpática o la de la pasta para pegar cristales; mendigos que estiraban sus manos mutiladas o mostraban las fístulas repugnantes de sus piernas sin movimiento, para excitar la pública conmiseración; bohemias idiotas, hermosísimas algunas, andrajosas todas, todas rotosas y desgreñadas, llevando muchas de ellas en brazos niños lívidos, helados, moribundos, aletargados por la acción de narcóticos criminalmente suministrados, y a cuya vista nacía la duda de quíén sería más repugnante y monstruosa; si la madre embrutecida que a tales medios recurría para obtener una limosna del que pasaba, o la autoridad que miraba indiferente, por inepcia o descuido, aquel cuadro de la miseria más horrible, de esa miseria que recurre al crimen para remediarse” (3).
En La costurerita que dio aquel mal paso..., Josué Quesada se refiere a un militar: "un sargento apellidado Jalil, y turco por más señas, castigaba a los reclutas con su sable" (4).
Alamos talados (5) fue distinguida en 1942 con el Primer Premio de Literatura de Mendoza, el Primer Premio Municipal de Buenos Aires y el Primer Premio de la Comisión Nacional de Cultura. Marcela Grosso y Marta Baldoni señalan la importancia de la inmigración en la novela: “El poder se ve amenazado por la presencia de lo otro, del elemento extraño: el inmigrante, figura que genera tres efectos correlativos: a) el enfrentamiento entre gringos y criollos, b) la exaltación del linaje y la hispanidad, c) el rechazo del progreso y las nuevas costumbres” (6).
La clase alta, representada fundamentalmente por los abuelos, se mostraba bondadosa con los criollos y los inmigrantes, en general, aunque había excepciones: “El inmigrante aparece descalificado, caricaturizado (...) o mirado con simpatía, en tanto se ciña al mandato de la abuela y no compita en el circuito de producción económica. Decir ‘gringo’ es un insulto (...) El atributo ‘criollo’, en cambio, tiene connotaciones positivas (...) se convierte en una abstracción, en un símbolo de pureza racial y moral” (7).
Cuando las penurias económicas obligan a la anciana señora a talar los álamos, allí está un inmigrante, posibilitando que el lector saque conclusiones sobre la personal postura del autor: “Con el pie en el estribo de su auto rojo, el turco hacía anotaciones en una libreta. Uno, tras otro, caían los álamos de mi adolescencia” (8). Grosso y Baldoni sostienen que “La presencia invasora del inmigrante aparece metaforizada por el coche rojo del turco, que recorre el texto en varios capítulos”. Acerca del propietario del vehículo comentan: “Claras son las connotaciones demoníacas que despliega este personaje (...) Las aspiraciones comerciales del turco, que exceden a las del agricultor contratado, lo convierten en una amenaza, un peligro para el sistema. La compra de la vid y de la madera es sustituida por la idea de usurpación, de estafa: el turco no compra sino que ‘se leva’. Caída, atropello, usurpación, tala, profanación, son los efectos del ingreso del inmigrante en el sistema, que es quebrado sin posibilidades de restauración” (9).
En Hermana y Sombra (10), de Bernardo Verbitsky, se alude a un turco. El protagonista vive en un conventillo, en Flores, donde también vive un empleado del turco: “La primera habitación era la de la encargada, Doña Antonia, y en su bien arreglado ambiente vivían ella y su viejo marido Don José, su hija mayor Rosita, el segundo Nicola, que acababa de hacer la conscripción y que, como pudimos comprobarlo, cumplía cada mañana con dignidad su oficio de quinielero, al servicio de un capitalista, el turco Emilio que tenía varios de esos agentes, a comisión. Era una actividad que la policía perseguía pero se desarrollaba públicamente sin dificultades. (...) (En el barrio llamaban turco a todo inmigrante venido del Medio Oriente)”.
En La noche lombarda, Atilio Betti recrea, al acostarse en su camarote del barco que lo lleva a Italia, el duro trance que sufrió el padre del protagonista, junto con otros pasajeros: “Un chorro de agua, un manguerazo brutal, le dio en la cara. Lo vi trastabillar, mojado. Lo vi llorar de indignación y afirmarse en los zapatos claveteados, agarrándose fuertemente del tirador negro, sobre el torso sin saco, para no caer bajo el golpe del agua. (...) En tropel, árabes y turcos aparecían y desaparecían alrededor de mi padre. Corrían, gritando, aullando, perros mojados, perros azotados a manguerazos, a refugiarse bajo mi cama mientras que papá, rascándose con furia las axilas, gritaba o gemía, o gritaba y gemía al mismo tiempo: ¡Piojosos! ¡Piojosos!” (11).
En La pradera de los asfódelos, Rubén Benítez evoca una Navidad de las de antes: “En Navidad la gente parecía distinta. No como ahora. Todos estaban alegres, salían a la calle y saludaban contentos. Había que pararse en todas las puertas. Hasta los turcos que vivían en la esquina festejaban la Navidad. Don José, el que hizo el aparador, abría una sidra... ‘No es como la de Asturias, pero tampoco está mal’ decía siempre después de probarla” (12).
En 1998, la novela Virgen, de Gabriel Báñez, resultó finalista del Premio Planeta. En ella evoca la confusión reinante, en la década del 30, en lo que respecta a las nacionalidades de los inmigrantes. La protagonista: “Durante esos primeros tiempos lo único que no logró explicar fue su propia nacionalidad. No era francesa, era belga, pero resultaba inútil aclarar semejante diferencia cuando las erres se le estiraban hasta la gangosidad, y cuando los ucranianos, judíos, rumanos, lituanos y polacos eran rusos o los sirios y loslibaneses resultaban turcos. Había llegado a un país de tanos y gallegos y de rusos y turcos, y todo lo que no entrara en el dos por cuatro de esa conclusión elemental era una rareza de apellido pero nunca de nacionalidad” (13).
En Tama, novela de María Teresa Andruetto, cuenta la narradora: “Durante los años que vivió con la galesa, mi abuelo estuvo vendiendo baratijas, tal como les había visto hacer con mayor suerte a los turcos que andaban por el Norte” (14).
Notas
1. Jitrik, Noè: “El ciclo de la Bolsa”, en Historia de la Literatura Argentina. Buenos Aires, CEAL, 1980.
2. Onega, Gladys: La inmigración en la literatura argentina (1880-1910). Buenos Aires, CEAL, 1982.
3. Martel, Juliàn: La Bolsa. Buenos Aires, Kraft, 1956.
4. Quesada, Josué: "La costurerita que dio aquel mal paso...", en La Novela Semanal (1917-1926) - Vol 1. Universidad Nacional de Quilmes - Página/12, 1999. Selección y prólogo: Margarita Pierini.
5. Arias, Abelardo: Alamos talados. Buenos Aires, Sudamericana, 1990.
6. Grosso, Marcela y Baldoni, Marta: “Guía de trabajo para el profesor”, adjunta a Arias, Abelardo: Alamos talados. Buenos Aires, Sudamericana, 1990.
7. ibídem
8. Arias, Abelardo: op. cit.
9. Grosso, Marcela y Baldoni, Marta: op. cit.
10. Verbitsky, Bernardo: Hermana y sombra.
12. Betti, Atilio: La noche lombarda. Buenos Aires, Plus Ultra, 1984.
13. Benítez, Rubén: La pradera de los asfódelos. Bahía Blanca, Siringa, 1989.
14. Báñez, Gabriel: Virgen. Buenos Aires, Sudamericana, 1998.
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ucranios
En Músicos y relojeros, escribe Alicia Steimberg: “Cuando la abuela migró de Kiev a Buenos Aires tenía once años. La mandaron a la escuela y aprendió muy bien el castellano. Cantaba tangos como un pájaro enfermo: Cicatriiiiiiiiiiiiiices (trino) imborrables de una heriiiiiiiiiiiida (trino). Nunca hablaba de cómo llegó a casarse con el abuelo. Una a una fue pariendo a sus hijas, con toda facilidad. Siempre se adelantaban a la partera, ansiosas por nacer y empezar a pelearse. Hubo tiempos muy malos. La desocupación. El desalojo. En un baile de beneficencia se reunieron fondos para procurarles, como a otros pobres, un nuevo techo. El Hogar publicó una nota sobre esa fiesta. Aprovechando la oportunidad, varias niñas fueron presentadas en sociedad. Se iniciaron varios noviazgos. En sucesivas notas de la revista aparecieron fotografías de las formalizaciones, las bodas y el nacimiento de los primogénitos. Las jóvenes madres eligieron nombres para sus históricos hijitos. Los mismos que llevan, hasta el día de hoy, los hijos de Otilia. Antes de casarse, Otilia y Amanda eran vendedoras en La Piedad, donde ensalzaban ante las clientas las bellezas de los batones y los pirineos. Mele, la dura de casar, nunca trabajó fuera de casa. A veces cosía algo, ayudaba en los quehaceres, y cuando terminaba se ponía a pintar. Pintaba flores, barcos a vela en crepúsculo, holandesas con tulipanes, parvas junto a casas de campo. Los copiaba de unas tarjetas postales que tenía” (1).
Un ucranio estaba confinado en la cárcel de Neuquén, en 1943. En El árbol de la gitana, escribe Alicia Dujovne Ortiz: “Carlos permaneció dos años en esa célebre prisión centenaria de la que parecía haber guardado los mejores recuerdos. Sus relatos eran tan seductores que provocaban la nostaliga de la gente libre: si era así la cárcel, para qué estar afuera. Según él, los comunistas encarcelados en 1943 se habían organizado con su proverbial disciplina, habían hecho gimnasia, habían dejado de fumar y se habían dado los unos a los otros cursos de ruso y de historia argentina. Un camarada ucraniano dirigía un coro. En ese entonces a nadie se le ocurría cantar el folclore de las provincias y, entre los presos políticos, más impensable aún hubiera sido un tango”. Años después, la escritora se entera de que la música no salvó a este inmigrante: “El ucraniano del coro se había vuelto loco y había terminado sus días en un manicomio” (2).
Notas
1. Steimberg, Alicia: Músicos y relojeros. Buenos Aires, CEAL, 1983.
2. Dujovne Ortiz, Alicia: El árbol de la gitana. Buenos Aires, Alfaguara, 1997.
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uruguayos
“Atilio Edel, nuestro profesor de Fisica, habia entrado como un torbellino en el aula y agitando un manojo de papeles nos dijo, con voz ronca de emoción, que acababa de recogerlos en la calle; nos dijo que no recogió los que todavía quedaban por no llegar tarde a clase: nos dijo que quería que Io acompañásemos, en seguida ¡por favor! y entre todos rescatáramos el manuscrito del libro que ¡ah, ah! Habían tirado a la basura.
Poco a poco de sus palabras atropelladas fui deduciendo lo que ocurría. Un matemático llamado Teobaldo Ricaldoni había publicado hasta entonces sólo manuales pero estimulado por el anuncio de que Albert Einstein visitaría la ciudad se decidió a terminar la gran obra que venía escribiendo en secreto y así poder mostrársela. ¿Llegó a terminarla antes de que la muerte lo sorprendiera, una semana atrás? Edel consideraba a Ricaldoni un genio capaz de reducir el cosmos a cifras. La mujer del genio no parecía opinar lo mismo pues ¡qué vergüenza! en sórdidas latas había sacado a la vereda, mezclados con los nardos marchitos del velatorio, los borradores que el sabio olvidó sobre su mesa” (1).
Notas
1. Anderson Imbert, Enrique: Evocación de sombras en la ciudad geométrica (1989), en Narraciones completas, Vol. II. Buenos Aires, Corregidor, 1990.
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yugoslavos
En El árbol de la gitana, escribe Alicia Dujovne Ortiz: “De pronto se oye la voz de un yugoslavo. Es un obrero del ferrocarril lo bastante borracho como para interrumpir la payada con una canción de su país” (1).
Notas
1. Dujovne Ortiz, Alicia: El árbol de la gitana. Buenos Aires, Alfaguara, 1997.
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varios
Lucio Vicente López dedica La gran aldea (1) a Miguel Canè, su “amigo y camarada”. En esta obra aparecen inmigrantes, vistos desde la perspectiva de un escritor que añora un pasado que no volverà. Lòpez compara a los tenderos de antaño con los del presente: “¡Y què mozos! ¡Què vendedores los de las tiendas de entonces! Cuàn lejos estàn los tenderos franceses y españoles de hoy de tener la alcurnia y los mèritos sociales de aquella juventud dorada, hija de la tierra, ùltimo vàstago del aristocràtico comercio al menudeo de la colonia”.
Recuerda a uno de los tenderos criollos: “Entre los prìncipes del mostrador porteño, el màs cèlebre, sin disputa, era don Narciso Bringas: gran tendero, gran patriota, nacido en el barrio de San Telmo, pero adoptado por la calle del Perù como el rey del mostrador. No habìa mostrador como el de aquel porteño: todo el barrio junto no era capaz de desdoblar una pieza de madapolàn y de volverla a doblar como don Narciso; y si la piràmide misma le hubiera querido disputar su amor a Buenos Aires, a la piràmide misma le habrìa disputado ese derecho”.
Describe la estrategia del tendero para dirigirse a su clientela: “Don Narciso subìa o bajaba el tono segùn la jerarquìa de la parroquiana: dominaba toda la escala; poseìa toda la preciosidad del lenguaje culto de la època y daba el do de pecho con una dama para dar el sì con una cocinera”.
“Los tratamientos variaban para èl segùn las horas y las personas. Por la mañana se permitìa tutear sin pudor a la parda o china criolla que volvìa del mercado y entraba en su tienda. Si la clienta era hija del paìs, la trataba llanamente de hija; hija por arriba e hija por abajo. Si èl distinguìa que era vasca, francesa, italiana, extranjera, en fin, iniciaba la rebaja, el ùltimo precio, el ‘se lo doy por lo que me cuesta’, por el tratamiento de madamita. ¡Oh!, ese madamita lanzado entre 7 y 8 de la mañana, con algunas cuantas palabras de imitaciòn de francès que èl sabìa balbucir, era irresistible. Durante el dìa, los tratamientos variaban entre hija e hijita, entre tù y usted, entre madamita y madama, segùn la edad de la gringa, como èl la llamaba cuando la compradora no caìa en sus redes”.
A criterio de Delfín Garasa, “Una de las más cumplidas descripciones de un heterogéneo desembarco es la que ofrece Luis Pascarella en su novela-alegato documental, El conventillo. Llega el Christoforo Colombo y primero bajan los hombres de negocio con su apoplética cerviz, con el paso resuelto de los acostumbrados a dar órdenes y ser obedecidos, los turistas ingleses con sus máquinas fotográficas y algunas señoras un tanto perplejas por no ver en el muelle indios con plumas y taparrabos. Por ese entonces, el viaje a Europa empezaba a otorgar prestigio social, y los argentinos que regresan cambian opiniones en alta voz sobre los modelos de París, el mobiliario inglés o la sinfonía escuchada en la Opera de Viena. Y, finalmente, aparecen los inmigrantes, tan fustigados en los azares de las proclamas políticas, un ‘enorme hormiguero’ que había viajado en el mayor hacinamiento. Rostros curtidos, exhaustos, azorados. En todos se presiente la pregunta: ¿Qué les deparará esta nueva tierra? De pronto, una mirada se ilumina o un brazo se agita en alto porque se ha reconocido a alguien en la muchedumbre que espera. Van bajando los hebreos de desgreñadas barbas y gastados levitones, los ‘turcos’ con sus espaldas combadas, los nórdicos enjutos, los napolitanos pequeños y retorcidos como raíces, los andaluces gárrulos, los gallegos pacientes, los holandeses esponjosos, los genoveses de músculo recio e insaciable voracidad. Una mujer besa la tierra que los acoge y tras su actitud ritual se adivina un pasado de penurias y recelos. Y agrega Pascarella: ‘La gran ciudad de calles dirigidas hacia el Oeste recibe en su seno aquella semilla que purificada en un ambiente de libertad (...) se reproducirá en su inmensidad desierta” (2).
En la Bolsa de Comercio, Julián Martel encuentra “Promiscuidad de tipos y promiscuidad de idiomas. Aquí los sonidos ásperos como escupitajos del alemán, mezclándose impíamente a las dulces notas de la lengua italiana; allí los acentos viriles del inglés haciendo dúo con los chisporroteos maliciosos de la terminología criolla; del otro lado las monerías y suavidades del francés, respondiendo al ceceo susurrante de la rancia pronunciación española” (3).
En Don Segundo Sombra, Ricardo Güiraldes escribe acerca de ”la desvergüenza del gringo Culasso que había vendido por veinte pesos a su hija de doce años al viejo Salomovich, dueño del prostíbulo” (4).
En Adán Buenosayres, de Leopoldo Marechal, tres personajes discuten acerca de la nacionalidad de unos rufianes. Un personaje afirma: “¡Esos caften son marselleses! (...) y juró que los había visto a montones en las casas del ramo, con sus galeritas melón, sus bigotes mediterráneos y sus pesadas cadenas de oro”. Otro personaje sostiene que son polacos, y un tercero, que son rumanos. Doña Venus emite un “fallo inapelable”, cuando dice “De todo hay, como en botica” (5).
Eugenio Juan Zappietro es el autor de la novela De aquì hasta el alba (6), en la que aparecen personajes de distinta nacionalidad: un belga, un flamenco, un irlandés, un andaluz, un portugués, un estadounidense.
En La noche lombarda, Atilio Betti recrea, al acostarse en su camarote del barco que lo lleva a Italia, el duro trance que sufrió el padre del protagonista, junto con otros pasajeros: “Un chorro de agua, un manguerazo brutal, le dio en la cara. Lo vi trastabillar, mojado. Lo vi llorar de indignación y afirmarse en los zapatos claveteados, agarrándose fuertemente del tirador negro, sobre el torso sin saco, para no caer bajo el golpe del agua. (...) En tropel, árabes y turcos aparecían y desaparecían alrededor de mi padre. Corrían, gritando, aullando, perros mojados, perros azotados a manguerazos, a refugiarse bajo mi cama mientras que papá, rascándose con furia las axilas, gritaba o gemía, o gritaba y gemía al mismo tiempo: ¡Piojosos! ¡Piojosos!” (7).
Pedro Orgambide escribió la trilogía integrada por El arrabal del mundo, Hacer la América y Pura memoria (1984-1985). En Hacer la América (8) evoca a los inmigrantes que llegaban a nuestro puerto, alentados por la consigna que da tìtulo a la obra. Españoles, italianos, judìos, griegos, son los protagonistas de este relato que muestra la faceta màs cruda del fenòmeno social que conmoviò al paìs al iniciarse el siglo XX. La novela narra sucesos acaecidos en las postrimerías del siglo XIX y en los primeros años de la centuria siguiente.
En esa novela, Orgambide evoca un carnaval de la década del 20: “Sonaban las gaitas de los gallegos. Los vascos (pantalón y camisa blanca, pañuelo al cuello, boinas, alpargatas) bailaban golpeando sus palos, combatiendo en una esgrima de pies que se lanzaban al aire y volvían en un paso de danza. Los cosacos desenvainaban sus sables, degollaban a Israel Mitzer en la puerta de la sinagoga y gritaban, sudados y coléricos, fidelidad al zar y a la zarina. Bailaban los capoeiras del Brasil y los gitanos y los muchachos de Barracas. Bailaban los hombres disfrazados de osos, de monos, de tigres, de gigantescos perros y caballos. Bailaban los hombres disfrazados de mujeres y las mujeres disfrazadas de hombre; bailaba el disfraz hermafrodita: mitad hombre, mitad mujer, mitad novio, mitad novia; danzaba el lanzador de dardos, el salvaje que besaba al explorador en la boca; bailaban los enanitos, los viejos, los enclenques. En el palco, las orquestitas de Retiro, de las viejas romerías, tocaban los tanguitos de otro tiempo, puro flautín, pura guitarra, pero ahora subía una orquesta típica nacional que dirigía el maestro Arrieta.
“¿Qué es lo que uno cuenta cuando está contando? –se pregunta Orgambide- Seguramente, algo más que una historia, una anécdota, un hecho, una realidad imaginada en algún momento de nuestra vida. Lo que uno cuenta, casi siempre tiene que ver con nuestra ‘novela Familiar’, con nuestro origen, con nuestra identidad, al Fin” (9).
En Una ciudad junto al rìo (10) Jorge Isaac evoca el momento en que los extranjeros arriban a la nueva tierra: “Los inmigrantes, aunque vengan en el mismo barco, llegan y descienden aquí de manera diferente según sea su origen que nosotros, con sólo mirarlos y hasta a veces sin oírlos, hemos aprendido a determinar con riesgo escaso de equivocarnos”. Seguidamente, describe el desembarco de italianos, alemanes, españoles, judíos y árabes, señalando las peculiares características de cada grupo.
Magdalena Kramenenko, uno de los personajes de Mempo Giardinelli en Santo Oficio de la Memoria, se interesa por los platos de diferentes colectividades y, cuando los cocina, es digna de elogios: "Todas cosas judías, deliciosas, bien condimentadas. Arenque ahumado, y unos blintzes, madre mía, para chuparse los dedos. Y no solamente judías porque también hacía unas paellas que te dejaban de cama. Y no te cuento las mermeladas que preparaba: de rosa mosqueta, de grosellas, de granadas, de higos. O las ravioladas con salsa a la bolognesa o la Príncipe di Nápoli, mamma mía. También hacía unos guisos carreros que le enseñó tu papá, muy delicados, porque tenían las dosis exactas de hierbas, especias exótica, pizcas de esto y de lo otro, todo hecho con amor, el morfi con amor es otra cosa” (11).
El narrador describe, en Frontera sur (12), uno de los tantos desembarcos de inmigrantes, en la década del 80: “Los buques anclaban muy lejos de la costa, y viajeros, equipajes y mercancías pasaban, o eran arrojados, a una gabarra o a varios botes pequeños, que lo llevaban todo a los carros en que, finalmente, salía del agua. Si el calado no resistía una quilla, por escasa que fuese, las irregularidades del fondo lo hacían en algunos puntos excesivo par alguna de las ruedas de los vehículos, que encallaban o volcaban, arrastrando su carga al desastre. Padre e hijo presenciaron un desembarco, pendientes del bamboleo y los sobresaltos de los carros, del griterío de los que temían ahogarse en aquel tramo de su odisea, que imaginaban último, y de las voces de quienes, de pie en los pescantes, guiaban a las bestias. Ramón abandonó la contemplación de las inmundicias que las llantas arrancaban del limo y sacaban a la superficie cuando su padre fue a reunirse con un mayoral de mirada torcida”.
Un personaje dice, en esa novela, que a Sarmiento le parecía mal que se abrieran escuelas italianas, o alemanas, o inglesas”. Otro interviene: “”Era lógico que le pareciera mal. (...) No estaba loco. (...) Un Estado. Quería un Estado, con mayúscula. Y eso se hace con la escuela pública. Esto no puede ser eternamente un centón mal cosido. La gente que llegue tiene que adaptarse, recomponerse, mezclarse para formar una raza argentina”.
En la Semana Trágica de 1919 –cuenta otro personaje- “se desató la caza del ruso. Asi lo llamó la prensa. Eso del ruso... es un término muy amplio, que alude al judío, el polaco, el húngaro, al que se supone comerciante, o bolchevique, o terrorista, no importa lo incongruentes que parezcan estos términos... (...) los jóvenes que poco después serían organizados en la Liga Patriótica, armados, tomaron al asalto el barrio de Once, el barrio judío, identificándose con un brazalete celeste y blanco, apedreando tiendas y deteniendo a cuanto peatón con barba se les pusiera a tiro”.
María Angélica Scotti evoca, en Diario de ilusiones y naufragios (13), la vida de una inmigrante española, desde que viaja con su madre catalana y la pareja de la mujer, un italiano que conoce a bordo. “El primer recuerdo que me aparece es el viaje”, dice la protagonista de la novela que mereció el premio Emecé 1995/6, el Primer Premio Municipal de Buenos Aires "Eduardo Mallea" l999 y Segundo Premio Regional de la Secretaría de Cultura de la Nación.
“En verdad, es más lo que me contaron que lo que vi con mis propios ojos –continúa. No sólo porque era muy pequeña sino también porque hice la travesía encerrada en un camarote muy especial: viajé oculta bajo las faldas de mamita”, porque “apenas zarpamos de Barcelona, mamita notó que yo tenía el cuerpo y las mejillas repletos de manchuelas coloradas. Ella ya había oído decir que a los enfermos los obligaban a bajar en el primer puerto, y por eso resolvió esconderme”.
En La matriz del infierno (14), Marcos Aguinis relata: "Rolf había tenido que viajar en tren a la austral Bariloche. (...) El almanaque que colgaba en la vasta cocina del conventillo donde bebió café antes de dirigirse a la estación terminal le recordó que ya era el 11 de febrero de 1930. Don Segismundo, mientras sorbía ruidosamente de su tazón, trató de infundirle ánimo y le aseguró que Bariloche era bellísimo, que encontraría allí los panoramas disfrutados en su infancia, en las vecindades de la Selva Negra. Muchos inmigrantes austríacos, suizos y alemanes la había elegido por su semejanza con la tierra natal".
En La última carta de Pellegrini, de Gastón Pérez Izquierdo, escribe el protagonista: “La afluencia de inmigrantes seguía transformando la fisonomía física y social de la metrópoli con sus gritos, sus palabras mal pronunciadas, sus risas y sus nostalgias por la tierra dejada. En ese fragor positivista algunas pequeñas señales cada tanto advertían que éramos de carne y hueso y no estábamos en el Paraíso Terrenal. Las condiciones deficientes de alojamiento de los inmensos contingentes de extranjeros que desembarcaban pronto causaron una alarma general: un brote de cólera amenazaba con expandirse como epidemia y salirse de control. Para una ciudad que todavía guardaba en su memoria colectiva los horrores de la fiebre amarilla la noticia cayó como el anuncio de la llegada de los cuatro jinetes. El Presidente convocó de urgencia al gabinete y concurrí a la reunión para proponer medidas intrépidas, como las que se recordaban de los tiempos de la epidemia maldita” (15).
En Moira Sullivan (16), de Juan José Delaney, la protagonista escribe una carta fechada en 1932, en la que expresa: “Debo decir que pese a que los hijos de Erín se jactan de haberse integrado con el resto de la población, la verdad no es exactamente así. Tienen sus propios colegios, sus propios templos y clubes, y quien comete la osadía de casarse con un “nap” (¿napolitano y por extensión italiano?) o con un “gushing” (derivado, probablemente, del verbo inglés to gush, que significa hablar con excesivo entusiasmo y que es un neologismo para aludir a los gallegos y también por extensión a los españoles), se aíslan o son lenta pero inexorablemente segregados. En verdad esto ocurre con casi todas las comunidades extranjeras que se han radicado acá: árabes, armenios, ucranios y, muy especialmente, judíos. Para no hablar de los británicos que a su injustificado desdén agregan cierto cinismo ancestral”.
María Esther de Miguel evoca, en Un dandy en la corte del rey Alfonso, la actitud de los hombres del 80 ante el aluvión inmigratorio. Se trataba de “una tanda de hombres intelectuales y bien pensantes que pasarían a la historia, según decían, porque se dedicaban a ser diplomáticos, escribir libros interesantes y sacar adelante el país, sobre todo por el esfuerzo de los inmigrantes que habían llegado para ‘laburar’, como decían ellos. Aunque los habían confinado en fábricas, saladeros y conventillos, los pobres se manejaban bien y sacrificadamente, y no pasaría mucho tiempo sin que la mayoría de ellos tuvieran, de acuerdo a los sueños que los habían transportado a América, ‘m’hijo el dotor’ ” (17).
Tínkele, bielorrusa sobreviviente de Auschwitz, es uno de los personajes de Hija del silencio, de Manuela Fngueret. A ella “Se le mezclan las historias con la suya. La llegada a Buenos Aires, el primer día de trabajo en la fábrica de camisetas a unas cuadras de la casa de sus primos. Allí emplean también a otras mujeres inmigrantes como ella: italianas, españolas o polacas, con las que casi no intercambian palabra en agotadoras jornadas de trabajo. Una Babel de rostros e idiomas” (18).
Francesas e inglesas, probablemente inmigrantes, se empleaban como institutrices. En La noche que me quieras: “Arturo era un muchacho educado; se vestía bien, por supuesto, se las arreglaba con los idiomas. Algo le había quedado de tantas profesoras franchutas e inglesas de cuando era borrego" (19).
En La logia del umbral, de Ricardo Feierstein, narra uno de los personajes, que vivía en Villa Pueyrredón, a mediados del siglo pasado: “Por las mañanas, en la escuela pública donde todos concurríamos, conviví con el inglés Stanley y el italiano Badaracco, protagonistas de una pelea memorable donde vi correr sangre por primera vez; con el galleguito Pérez y un francés medio raro que se hacía dibujos en las manos con hojitas de afeitar” .
Otro personaje afirma: “Incluso, antes de la guerra, vinieron judíos de Alemania, Holanda y Polonia. Esto era Sión para ellos, la tierra de la libertad, de la leche y la miel, donde pudieron salvar sus vidas y tratar de rehacerlas. Más polacos y lituanos llegaron después, en los años ‘40” (20).
En Un recuerdo para Raquel... o cómo tus padres llegaron a América, Walter Duer escribe acerca de inmigrantes sirios, españoles e italianos (21).
En Lunas eléctricas para las noches sin luna, escribe Belén Gache: “Al igual que Mirko y mis padres, han llegado a estas tierras personas provenientes de Hong Kong, de Túnez, de Madeira, de Angola y del Orinoco. Si uno juntara los nombres de todas ellas, seguro se formaría, a su vez, un océano, un gran océano de nombres” (22).
“Editorial Losada publicó Mientras la luz se va, novela de Noemí Cohen (216 pp). Esta es la historia de Elena, una joven sefardí que viaja desde Alepo a la Argentina, a principios del siglo XX, para encontrarse con su futuro y desconocido esposo. Pero es también la parábola de Setti, a quien Elena conoce en el interminable viaje hacia América y que se ha embarcado para restañar la herida de haber sido repudiada por su marido y haber perdido contacto con su única hija. Y es, además, la peripecia de Amparo, una andaluza alegre pero sumida en la desgracia de un novio muerto por amor a la anarquía en el sur argentino. Y es, entre otras, la historia de Elenita, la nieta adorada de Elena que, víctima de la última dictadura militar argentina, repite el camino de exilio de su abuela. Noemí Cohen ha creado, con esta novela admirable, un delicado tapiz donde se traman los destinos de un puñado de mujeres de ayer y de hoy. Las separan la edad, la lengua, la cultura o la religión, pero las une sutilmente una similar voluntad de conocimiento, de libertad, de belleza y de justicia” (23).
En 2006, El camino del norte (24), de Horacio Vázquez-Rial, ganó el Premio de la Editorial Norma de Bogotá, Colombia. “Entre otros personajes que desfilan por la páginas del libro -comenta Antonio Requeni- figura Lustiger o Heisenberg, ex oficial nazi, colaborador de Martín Borman, que llegó a la Argentina en tiempos de Perón, organizó con Ante Pavelic la ‘sección especial’ y le enseñó métodos de tortura al comisario Lombilla” (25).
Elías Scherbacovsky es el autor de El Padre de los Monos (26), novela en la que aparecen personajes polacos y rusos.
"El padre de los monos era un hombre tangente, con una órbita propia. Un hombre que, engañosamente, de a ratos, parecía que sí, que iba a engranar con todos nosotros... pero no. No rodaba con la patria, tampoco con el universo, en el cual caben los que no caben en las patrias. A primera vista era un bulto ovillado y dormido con medio cuerpo sobre una mesa. Nunca lo vi enfermo y nunca nadie lo vio acostado. No tenia cama. Tampoco recuerdo que estornudara. Parecía un hombre de casualidad, sin reproches contra nada ni nadie, y esto lo hacía particularmente peligroso para los que, mirando de frente, sin ver a los costados, rodábamos con la ambición de ser mas que un hombre" (27).
Notas
1. López, Lucio V.: La gran aldea, Costumbres bonaerenses. Buenos Aires, CEAL. (Capítulo).
2. Garasa, Delfín Leocadio: La otra Buenos Aires. Paseos literarios por barrios y calles de la ciudad. Buenos Aires, Sudamericana-Planeta, 1987.
3. Martel, Julián: La Bolsa. Buenos Aires, Huemul, 1979. Prólogo de Diana Guerrero.
4. Güiraldes, Ricardo: Don Segundo Sombra. Buenos Aires, CEAL, 1979. 216 pp. (Capítulo).
5. Marechal, Leopoldo: Adán Buenosayres. Buenos Aires, Sudamericana.
6. Zappietro, Eugenio Juan: De aquí hasta el alba. Barcelona, Hyspamèrica, 1971
7. Betti, Atilio: La noche lombarda. Buenos Aires, Plus Ultra, 1984.
8. Orgambide, Pedro: Hacer la América. Bruguera, 1984.
9. Orgambide, Pedro: “La literatura en tiempos de intolerancia, identidad y narración”, en Feierstein, Ricardo y Sadow, Stephen A. (comp.): Recreando la cultura judeoargentina/2 Literatura y artes plásticas Tomo 1. Buenos Aires, AMIA/ Editorial Milá, 2004.
10. Isaac, Jorge E.: Una ciudad junto al río. Buenos Aires, Marymar, 1986.
11. Giardinelli, Mempo: op. cit.
12. Vazquéz-Rial, Horacio: op. cit.
13. Scotti Buenos Aires, Emecé, 1996.
14. Aguinis, Marcos: La matriz del infierno. Buenos Aires, Sudamericana, 1997.
15. Perez Izquierdo, Gastón: La última carta de Pellegrini. Buenos Aires, Sudamericana, 1999.
16. Delaney, Juan José: Moira Sullivan. Buenos Aires, Corregidor, 1999.
17. Miguel, María Esther de: Un dandy en la corte del rey Alfonso. Buenos Aires, Planeta, 1999.
18. Fingueret, Manuela: Hija del silencio. Buenos Aires, Planeta, 1999.
19. Torres Zavaleta, Jorge: La noche que me quieras. Buenos Aires, Emecé, 2000.
20. Feierstein, Ricardo: La logia del umbral. Buenos Aires, Galerna, 2001.
21. Duer, Walter: Un recuerdo para Raquel... o cómo tus padres llegaron a América. San Justo, Provincia de Buenos Aires, Ediciones Escritores Argentinos de Hoy, 2003.
22. Gache, Belén: Lunas eléctricas para las noches sin luna. Buenos Aires, Sudamericana, 2004.
23. S/F: “Novela de Noemí Cohen en Losada”, en Raíces, www.revista-raíces.com. Noviembre de 2005.
24. Vázquez-Rial, Horacio: El camino del norte. Norma, 2006. 216 pp.
25. Requeni, Antonio: “Pasado, presente y realidad”, en La Nación, Buenos Aires, 24 de diciembre de 2006.
26. Scherbacovsky, Elías: El padre de los monos. Buenos Aires, Milá, 2007. 340 páginas. (Imaginaria)
27. S/F en Scherbacovsky, Elías: El padre de los monos. Buenos Aires, Milá, 2007. 340 páginas. (Imaginaria)
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Novelas infantiles y juveniles
Españoles
Gallegos
Cecilia Pisos es la autora de Como si no hubiera que cruzar el mar (1), novela con la que resultó Finalista del Premio Jaén de Narrativa Infantil y Juvenil (Alfaguara y Caja General de Ahorros de Granada), Granada, España, 2003 (2). En esa obra, “Carolina tiene doce años y viaja por primera vez sola en avión hacia Madrid, donde la espera su tío. La acompañan las cartas de María, su bisabuela, que también cruzó el mar sola, pero en barco y desde España hacia la Argentina. Aunque las épocas son muy distintas y las historias se cruzan, las vivencias se parecen mucho y esas cartas le sirven a Carolina para crecer y entender tantas cosas que le suceden en ese país tan distinto y a la vez tan similar al suyo. Cartas, relatos, canciones, chistes, charlas telefónicas, recetas de cocina y muchos otros géneros pueblan esta novela inteligente y emotiva, que atrapa página tras página” (3).
En una de las cartas, escribe la bisabuela María del Pilar, que dejó su Santa Cruz de Portas: “Buenos Aires es muy grande. Tiene ruidos y olores extraños y las voces que se escuchan son de muchas partes, así que todos hablan pero no creo que ninguno se entienda. A mí me cuesta: dos o tres veces tengo que intentar hasta que encuentro a alguien que me hable en español y a quien yo pueda preguntar por una calle o un sitio cualquiera”.
Varios
Fernando de Querejazu publica El pequeño obispo (4), una novela “absolutamente autobiográfica, aunque parezca un disparate lo que ocurre allí”, surgida de “la necesidad de homenajear a mis padres, que eran admirables” (5).
El 10 de febrero de 1926 llegó a América el hidroavión Plus Ultra, piloteado por Ramón Franco, concretando así una proeza histórica. Ese mismo día, en un pueblo de inmigrantes de la provincia de Córdoba, veía la luz el protagonista de esta novela. Sus padres, castellanos, lo llamaron Fernando en homenaje a la isla Fernando de Noronha, en la que se produjo el aterrizaje. La evocación del escritor, que se inicia en la fecha de arribo del hidroavión, tiene como escenario el querido paisaje de Canals, provincia de Córdoba, donde “se vivía bien, atrayendo a las poblaciones cercanas, en un gran radio a la redonda, que buscaban los atractivos de este centro vitalizador”. En esta localidad, fundada por un naviero valenciano, no se conocían las desdichas; la naturaleza, pródiga, brindaba a los hombres todo lo necesario para ser felices. Su tesón y fe en el futuro de la nueva patria eran una fuerza vital y fecunda.
Notas
1 Pisos, Cecilia: Como si no hubiera que cruzar el mar. Ilustraciones: Eugenia Nobati. Buenos Aires, Alfaguara, 2004. 216 pp. (Serie azul).
2 S/F: “Datos biográficos”, en Imaginaria, 28 de septiembre de 2005.
3 S/F: en Pisos, Cecilia: Como si no hubiera que cruzar el mar. Ilustraciones: Eugenia Nobati. Buenos Aires, Alfaguara, 2004. 216 pp. (Serie azul).
4. Querejazu, Fernando de: El pequeño obispo. Buenos Aires, Lumen, 1986.
5. Prebble, Carlos: “Fernando de Querejazu: la experiencia personal en la novela”, en El Tiempo, Azul, 30 de abril de 1988.
Galeses
Incorporado al elenco de un circo, Stéfano -protagonista que da nombre a una novela de María Teresa Andruetto- “trabaja en la orquesta, tocando los solos en los números de acrobacia, un momento antes que los trapecistas se larguen de las hamacas y queden suspendidos en el aire”. Una trapecista es galesa: “En el trapecio trabaja la mujer de pelo colorado. Se llama Tersa, Tersa Williams, y, ahora lo sabe, toca la armónica. Se encarama por las noches al trapecio, se cuelga cabeza abajo y hace sonar la armónica. (...) Había venido con su madre desde Gales, desde un pueblo que se llama Cardigan. (...) Piensa en ella todo el tiempo: le molesta la risa que tiene, y no le gustan las pecas, ni los dientes demasiado grandes, pero a pesar de eso, se acostaría con ella. (...) Tersa tiene veintiocho años. Su madre y ella vinieron desde Gales hasta Gaiman, a trabajar en la granja de unos parientes lejanos. Y se quedaron ahí, hasta que pasó el circo de Juárez” (1).
Notas
1 Andruetto, María Teresa: Stéfano. Buenos Aires, Sudamericana, 2001.
Italianos
Lacio
En Aventuras del capitán Bancalari, Sorrentino incluye como personaje a un inmigrante ilustre. Relata el narrador: “A Rosita Rosales la conocí en cierta recepción que, en la Casa de Gobierno, se dio para agasajar a don Clemente Onelli. Este naturalista italiano, director del Jardín Zoológico de Buenos Aires, acababa de volver de una de sus tantas expediciones al lago Nahuel Huapi y al lago Argentino: aquí –se decía- había dado caza a un plesiosaurio, animal extinguido millones de años atrás. El científico, muy bien trajeado, era el centro de la atención general: en la mano derecha sostenía una copa de champaña; en la izquierda, una correa a cuyo extremo, del cuello, estaba atado el inexistente bicho en cuestión” (1).
Notas
1. Sorrentino, Fernando: Aventuras del capitán Bancalari Ilustr. De Pablo Zweig. Buenos Aires, Alfaguara, 2001.
Piamonte
En Stéfano (1), novela que dedica a su padre, María Teresa Andruetto relata la vida de un inmigrante italiano que llega a nuestro paìs con su bagaje de ilusiones y recuerdos; el hombre recuerda su pasado, desde la extrema pobreza que vivía en su tierra, hasta que se establece en la Argentina y espera la llegada de su primer hijo.
“Soy hija de un partisano que llegó desde el norte de Italia a la Argentina, en 1948 –escribió-, y por una sucesión de circunstancias más o menos azarosas, se instaló en un pueblo de la pampa húmeda, donde nací, y ahí vivió toda su vida. También mi mamá es hija de inmigrantes italianos que llegaron al país hacia finales del mil ochocientos. El agradecimiento a la tierra de llegada que le había permitido trabajar y formar una familia, fue la otra cara de la tristeza que le causaba a mi padre el desarraigo. A poco de venir, murió su madre y luego otros y otros, hasta que cada vez se hizo más fuerte la idea de ya no regresar” (2).
Notas
1 Andruetto, María Teresa: Stéfano. Buenos Aires, Sudamericana, 2001.
2 Andruetto, María Teresa: Stéfano. Ilustraciones: Daniel Roldán. Buenos Aires, Sudamericana, 2004. (La pluma del gato).
Rusos
Acerca de su novela Memorias de Vladimir (1), escribe Perla Suez: “Nací en Córdoba. Me crié en Basavilbaso, un pueblo de la provincia de Entre Ríos. Muy cerca de donde transcurre una etapa de la vida de Vladimir. A medida que la historia avanzaba me reencontraba con espacios vividos. Sabía que estaba escribiendo un episodio de mi vida. Buscaba dentro mío una voz propia que naciera de mis palabras. Soy nieta de inmigrantes judíos que escaparon de Rusia en la época en que el zar Nicolás II los perseguía. Durante el tiempo en que trabajé en este libro estuve muy preocupada por la suerte de mi personaje. Sentí ternura por él y esa ternura no me abandonó hasta el final. Mi personaje habla en esta historia como lo hacía mi abuelo. Vladimir tiene un aire a mi padre. Vera, el gran amor de Vladimir se me figura a mi madre” (2).
Relata el protagonista: “Nací en la aldea de Porskurov hace mucho tiempo. El zar mandaba en Rusia, el zar Nicolás II. No conocí a mis padres. Fui criado por mi tío Fedor. A los diez años hachaba leña de la mañana a la noche por apenas un copec. (...)Tío Fedor era colchonero, guardaba la máquina de cardar en el cobertizo. A veces para soportar el miedo yo cardaba lana. Cuando oía chirriar el cerrojo de la puerta y reconocía sus pasos, mi corazón volvía a su remanso”.
La novela fue galardonada con el White Ravens, 1992, Biblioteca Internacional de la Juventud de Munich, Alemania, y ALIJA, Asociación Argentina de Literatura Infantil, Sección Nacional del IBBY.
Notas
1. Suez, Perla: Memorias de Vladimir. Buenos Aires, Editorial Colihue, 1993. (Libros del malabarista)
2. Información publicada en www.perlasuez.com.ar
Turcos
En Stéfano aparece un turco tendero: “Stéfano le cuenta a Lina que en la tienda de rezagos hay un saxo, un instrumento para hacer música. Le ha pedido al dueño que no lo venda, él juntará el dinero para comprarlo”. Vittorio pregunta al muchacho “cómo se llama ese instrumento que ha visto en la tienda del turco Rasú” (1).
Notas
1 Andruetto, María Teresa: Stéfano. Buenos Aires, Sudamericana, 2001.
Varios
Dimitri es el nieto de Vladimir. En Dimitri en la tormenta (1), “Dimitri y su abuelo ayudan a Tania, que viene escapando del nazismo, a entrar al país. A través de lo que la mujer cuenta, el chico irá descubriendo el horror de la guerra. Comprenderlo se le hace difícil, muy difícil. Una novela donde se entrelazan sin tapujos tristeza, odio y dolor con momentos de intensa felicidad. Any, el amor y la emoción profunda de cumplir trece años y festejar el barmitzvá” (2).
Relata Tania: “Con el anillo de brillantes de mi madre compré a uno de los comandantes y escapé. Vagué por cloacas, estuve en una iglesia donde un sacerdote me ayudó. Disfrazada de mendiga, pude llegar a la bahía de Gdansk. Y logré esconderme en el barco carguero en el que llegué”.
Esta novela fue seleccionada por la Asociación de Literatura Infantil y Juvenil Argentina (ALIJA) y por la Fundación de Lectura, Fundalectura, Bogotá, Colombia, entre los mejores libros para jóvenes.
En la novela de María Teresa Andruetto, Stèfano se hospeda en el Hotel de Inmigrantes: “El hotel está a pocos pasos de la dársena; tiene largos comedores y un sinfín de habitaciones. Les ha tocado un dormitorio oscuro y húmedo. En la puerta, un cartel dice: Se trata de un sacrificio que dura poco. (...) Los dormitorios de las mujeres están a la izquierda, pasando los patios. Por la tarde, después de comer y limpiar, después de averiguar en la Oficina de Trabajo el modo de conseguir algo, los hombres se encuentran con sus mujeres. Un momento nomás, para contarles si han conseguido algo. Después se entretienen jugando a la mura, a los dados o a las bochas. (...) Cuando el sol baja, Pino y Stéfano salen a caminar por la ribera, hasta el muelle de los pescadores. Es la hora en que el organito pasa: lo arrastra un viejo de barba y gorra marinera que lleva un loro montado sobre el hombro. A veces, junto a las barcazas, se detienen a oír el mandolín que suena en una rueda y las canciones que cantan los hombres de mar. Pero no sólo hay italianos en el puerto. Ya el segundo día se habían hecho amigos, ni saben cómo, de unos gallegos que limpian pescado junto a la costa y van por la mañana a verlos, ayudan un poco, y regresan, los tres días siguientes, con algunas monedas” (3).
Notas
1. Suez, Perla: Dimitri en la tormenta. Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1997. (Primera Sudamericana)
2. S/F: en www.perlasuez.com.ar
3. Andruetto, María Teresa: Stéfano. Buenos Aires, Sudamericana, 2001.
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El deseo de dar a conocer la gesta propia o de un antepasado, el afán de homenajear o de denostar, motivan estas novelas, en las que se refleja un proceso social que cambiaría a la Argentina. Son testimonios de un tiempo que marcó definitivamente nuestra historia.
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Apéndice
INMIGRANTES Y EXILIADOS LLEGADOS A LA ARGENTINA HASTA 1810
UNA SOMBRA DONDE SUEÑA CAMILA O'GORMAN, por Enrique Molina. Buenos Aires, Seix Barral, 1994.
En esa novela, escribe el autor:
"Los Perichon de Vandeuil, gentes de grandes singladuras, eran unos nobles franceses arrojados lejos "por el océano y una ola". La Revolución amenazó cortarles el cuello. Prefirieron emigrar con sus titulos, su vajilla nobiliaria y la nostalgia de sus tierras. Esteban Hernand Perichon de Vandeuil fue a parar a la India. Allí contrajo enlace con Magdalena de Abeille, noble también. Luego se instalaron en la Isla Mauricio, (...).
En la isla nacieron sus cuatro hijos: Juan Bautista, Esteban Maria, Eugenio y Ana Maria. La niña creció entre el volcán del sol y los volcanes de la noche. Al llegar a la adolescencia instaló numerosas trampas eroticas ocultas en la vegetación, accionadas por el crepúsculo, la imperceptible capa de sudor que cubria su garganta y el gracioso poderio de su cintura. En una de ellas cayó Thomas 0' Gorman, cuya pelirroja cabeza entró de inmediato en combustion en aquella atmosfera.
A poco de la boda de su hija ¿qué impulso demente indujo al noble de Vandeuil, a los 53 años, a dirigirse con toda su familia a la capital del Plata? No es absurdo suponer alguna combinación de su yerno, ya enterado de la alta posicion de su tío en el pais. Hacen el viaje en la fragata francesa "Marie Eugenie", que enarbola pabellon americano ¿quizas alguna "empresa" de Thomas?). En julio de 1797 desembarcan en Buenos Aires, donde el padre declara "que la causa de su venida era por males que adolecía y deseos de criar a sus hijos en la religion católica, que siempre tuvo por suya, para lo cual pedia el amparo de Su Majestad con la suplica de que se le dejara naturalizarse en estos reinos".
POR AMOR A CRISTINA, Susana Biset. Córdoba, Ediciones del Boulevard, 2007. Segunda edición.
"Ambientada en la Argentina de 1810, la novela presenta una muchacha a quien la vida le ha brindado todo: un marido maravilloso, un hijo, una estancia importante y un lugar destacado en la clase alta porteña. Sorpresivamente todo cambia; se ve obligada a afrontar sola la dura tarea de criar a su hijo y administrar la estancia Los Naranjos, para lo cual debe enfrentar obstáculos impensados para una dama de la época: manejar a los peones que no están dispuestos a recibir órdenes de una mujer; lidiar con el ataque de los aborígenes y las consecuencias de la peste; y soportar las burlas de la sociedad; más la presencia de un personaje misterioso y siniestro, que la acosa entre las sombras ¿la está ayudando o la quiere destruir?
Con una impecable ambientación histórica y una prosa fluida y sensual, la trama de Por amor a Cristina se apodera del lector de la primera a la última página, e incluso más allá de ésta".
José Bertorello
"Susana Biset nació en Villa de la Concepción del Río Cuarto en la década del ´50, donde reside actualmente. Cursó estudios primarios y parte del secundario en colegios bilingües de Bs. As., y se recibió de Perito Mercantil en su terruño natal.
Desde su juventud se interesó por la naturaleza y su relación con el ser humano. Estudió diferentes etnias del territorio argentino, y sus problemáticas.
Curiosa por naturaleza, analiza y pone en práctica vivencias propias y ajenas que dan lugar a los libros que escribe".
El investigador Eduardo Tyrrell me envió este libro, pensando en que me interesaría. No sólo me interesó. Me atrapó. Empecé a leerlo y no pude dejarlo. En cada momento libre, volvía a él. Esa es la primera condición que destaco de la obra: su capacidad de llegar al lector, como si la autora fuera en realidad una narradora oral que nos está contando un relato. Al leer Por amor a Cristina, es su voz la que surge, plena de matices y reflexiones, con un lenguaje terso y cuidado, en el que no faltan las notas de asombrada belleza por el paisaje en el que se desarrolla la mayor parte de la ficción -una estancia cerca de la ciudad de Buenos Aires- y las connotaciones lóbregas para la misma ciudad, contrapartida de ese paisaje idílico.
Cristina Alonso, una joven hija de un nativo descendiente de españoles y de una española, regresa al Río de la Plata luego de haber pasado tres años en casa de su tía, en la península, refinando sus modales y adquiriendo cierta cultura. A su regreso, contrae matrimonio con un militar y se ve envuelta en hechos que hacen que su vida cambie diametralmente. No les adelanto más acerca de la trama. Sólo les puedo decir que el final es, a mi entender, logradísimo.
La acción transcurre entre 1808 y 1816, años cruciales para la historia de nuestro país. El conflicto entre los realistas y los patriotas tiene distintos ecos en los personajes. En la madre de Cristina, vemos la lealtad a su patria de origen; luego, con el correr del tiempo, la española irá evolucionando hasta adaptarse al presente en el que vive, treinta años después de haber dejado su tierra. Aunque ambientado en el siglo XIX, este conflicto se observa, con ligeras diferencias, en muchos de quienes por una u otra razón han debido dejar su hogar.
Otro de los temas interesantes es el de la función de la mujer dentro de la sociedad, ejemplificada, por un lado, en la madre y la hermana de Cristina -señoras dedicadas a la crianza de los hijos, la cocina y el bordado-, y por el otro, en esta maravillosa protagonista, que no vacila en tomar las riendas de una estancia, cuando la situación lo requiere. Valiosas consideraciones se desprenden de la confrontación entre ambos estilos de vida.
Y además, la obra de Susana Biset trasunta un importante sustento de información, no sólo histórico, sino también en lo referido a las tareas del campo, que describe con singular conocimiento.
Por todas estas razones, leí con mucho placer “Por amor a Cristina” y espero que el libro, que ya va por la segunda edición en pocos meses, tenga muchas más. Se las merece sobradamente.
http://poramoracristina.wordpress.com/
Novelas infantiles y juveniles
LA SOGA, por Esteban Valentino. Buenos Aires, Ediciones del Eclipse, 2006.
INMIGRANTES Y EXILIADOS LLEGADOS A LA ARGENTINA DESDE 1960
ALGO HABRAN HECHO (monjas francesas desaparecidas), por Elena Cabrejas. Buenos Aires, Solaris, 1997. (Personajes de la Historia). 203 páginas.
En esa novela, la autora evoca la partida de Alice Domon:
"Eran los golpes de tambor en el pecho, la mano invisible que le estrujaba la garganta, el dolor de las sienes ... aquel día en el aeropuerto, cuando la hermana Alice Domon, se despedía de los suyos. No había querido mirar a su madre para que no le adivinara la tristeza, sólo lo hizo furtivamente, cuando ella no se daba cuenta. La miraba bebiendola con la misma sed del que sabe que no tendrá mas agua. Contuvo el llanto hasta el instante en que sus padres y hermanos, fueron solo pequenas figuras; ellos tenían que creer que se iba contenta o que al menos no estaba despedazandose por dentro. Era la primera vez que los dejaba, parque a pesar de las obligaciones que le imponía su vocacion, pudo verlos muy a menudo. Reprimiendo las lagrimas, partio sin saber si era ella la que se iba o era Francia alejandose de aquel avion, que se hundía como un tajo profundo sobre las nubes.
Llevaba a su patria apretada en el pecho.
Abajo quedaba ese pequeño tumulto de caras queridas en las que se repetian sus rasgos. Intuía que iba a continuar buscandolos durante mucho tiempo dentro de sí misma, detras de la piel, del ultimo rincon del pecho. En ese momento sintio la necesidad de contarselo a su madre, pero lo haria de otro modo, menos cruel, sin angustia y decidio escribirle ni bien llegase a la Mision".
BOLIVIA CONSTRUCCIONES, por Sergio Di Nucci
UN CHINO EN BICICLETA, por Ariel Magnus. Obra ganadora del III Premio de novela La otra orilla. Buenos Aires, Norma, 2007.
“Siento el frío de la pistola en la nuca casi antes de oír la puerta del baño abriéndose de golpe, el brazo flaco y lampiño de una persona que no alcanzo a ver me cruza el pecho y me hace girar en redondo, me abrocho rápido el pantalón y avanzo empujado desde atrás, pienso con culpa en que no tiré de la cadena, quizá ni funcionaba“. Así empieza la asombrosa historia de Ramiro Valestra, un joven porteño que es secuestrado por un chino pirómano, llamado Li, después de oficiar de testigo en el juicio que condenaba a este por haber incendiado once locales en la ciudad. A partir de ese momento, la inmersión del protagonista en la desconocida cultura china de las calles de Buenos Aires será completa. El autor logra un retrato muy especial y un tanto surrealista de un mundo dentro de otro mundo, de una cultura dentro de otra cultura. En ese forzado exilio interior en el barrio chino es donde empieza la nueva vida de Ramiro. Las extravagantes relaciones con todos los personajes que conviven en el restaurante chino Todos Contentos serán la clave para darle verdadero sentido a la vida del protagonista. Entre predicciones apocalípticas, choques culturales, complots en búsqueda de la verdad, fuegos artificiales, amores apasionados y chinos que no saben ir en bicicleta se entreteje la historia más hilarante que se ha escrito sobre la inmigración china en Argentina.
Portada y texto: www.norma.com
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