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En este trabajo me refiero a algunos de los inmigrantes alemanes y alemanes del Volga –reales o de ficción- que llegaron a la Argentina entre 1850 y 1950. Ellos son recordados en enciclopedias, diccionarios, testimonios, biografías, obras literarias y filmes.
1. Introducción
2. En testimonios
3. En biografías
4. En textos escolares
5. En novelas
6. En cuentos
7. En poesías
8. En teatro
9. En cine |
Entre los inmigrantes que llegaron a la Argentina entre 1850 y 1950, vinieron los alemanes.
“ ‘Los inmigrantes alemanes son muy particularmente deseados por los nacionales, por su honradez proverbial, sus costumbres laboriosas y su carácter pacífico y tranquilo’, decía Sarmiento en 1847 y proponía que dos millones de alemanes se radicaran en el país, para dedicarse a la agricultura, a la fabricación de quesos y manteca y a la cría de merinos. Las propuestas alemanas de Sarmiento no se concretaron, pero, entre 1810 y 1860, el 22% de los inmigrantes fue alemán. Y tambien lo era Augusto Krause (el padre de Otto Krause), amigo de Sarmiento y co-fundador de Chivilcoy, la colonia que mereció el mas exaltado elogio del prócer”.
“Hugo Stroeder tambien fue fundador de pueblos (SalliqueIó) y propulsor de la colonización agricola en Santa Fe, Entre Rios, Santiago del Estero y La Pampa, de quien Roca decia que la Argentina necesitaba muchos hombres como este aleman. En 1909 Stroeder fundó Villa Iris, cerca de Bahia Blanca”.
“Alberto Runge fundó la bodega Santa Ana y tuvo viñedos en Mendoza y en Rio Negro. Juan Plate fue pionero del desarrollo patagónico y hacia 1890 fundó la estancia Nueva Lubecka. Enrique Klein tuvo en PIa, provincia de Buenos Aires, una empresa de cultivo de semillas para trigo cuyos logros Ie valieron el doctorado honoris causa de la Universidad de Bonn. Phillipp Schwarz fabricó en su taller de Magdalena, las primeras trilladoras”.
“Altgelt, Ferber y Cia, sucesores de Carlos Bunge, se dedicaron a la exportación de lanas y cueros y a la importación de maquinaria agricola. La firma se transformó, luego, en Ernesto Tornquist y Cia, continuando la evolución familiar. EI padre de Ernesto Tornquist habia llegado en 1823. EI hijo tuvo un importante saladero, luego un frigorifico en Rosario, una refineria de azucar y adquirió tierras en Santa Fe, Entre Rios, y en los territorios de la Conquista del Desierto. Fue el mas notorio financista de la epoca de Roca, y tambien fue fundador de colonias agricolas de inmigración”.
“En 1867, Adolfo J, Bullrich, hijo de un militar aleman hecho prisionero por el ejercito de Alvear, fundó la empresa que lleva su nombre. Consignatario de hacienda y empresario inmobiliario organizó importantes y resonantes remates de reproductores, Con mas de 120 años de actuación, es la suya una de las empresas mas antiguas del pais. Su historia es la historia misma de la Exposición Rural”.
“En 1884 fue fundada la empresa Bunge y Born, como extensión de su casa matriz de Amberes. Asociada a la "revolución del trigo", en la decada de 1920 fue la principal exportadora de cereal, con vasta red de representantes en el exterior”.
“Klaus Stegmann tuvo, hacia 1850, una estancia en Flores, En 1856, German Frers administraba otra en Rosario, German Frers fue el fundador de la Colonia Suiza, de Baradero, Su hijo ocupó importantes cargos en el Ministerio de Agricultura de la Nación”.
“Hubo colonos alemanes en Santa Fe (en las colonias Esperanza, San Carlos, Helvecia, Humboldt, Germania, Hansa, Guadalupe y varias mas), Los Tiejten, de Colonia Hansa, trajeron las primeras liebres que llegaron al pais. En Corrientes, en Colonia Liebig, se establecieron alemanes del sur. En la Provincia de Buenos Aires, por iniciativa de Carlos Heine, se fundó la colonia de Chorroarín, que no prosperó. Hubo alemanes en Rio Gallegos y en Neuquen. Bariloche fue fundada y colonizada por alemanes en primer lugar. En 1930, la "Unión de Campesinos" alemanes de Buenos Aires radicó en el Chaco a los colonos que huian de las sequias de La Pampa”.
“Pero es en Misiones donde la colonización alemana fue mas singular. Al fin de la Primera Guerra Mundial, v mas aun despues de la Gran Inflación de 1923, cientos, miles de colonos alemanes llegaron a Misiones, radicandose en la Colonia Eldorado fundada por Adolfo Schwelm-, a la colonia Puerto Rico y a Monte Carlo, Los alemanes venidos entonces, superan los veinte mil.”.
“En 1910, en homenaje al Centenario, las colectividades de inmigrantes donaron a la Argentina monumentos conmemorativos, que se hallan en la Capital. El donado por los alemanes es una fuente llamada ‘Riqueza Agropecuaria Argentina’, un nombre, sin dudas, elocuente".
"Riqueza agropecuaria a la que los alemanes han ayudado en forma sustancial, como estancieros, colonizadores, empresarios y agricultores. Cultivaron el suelo, sirvieron a la Patria y ampliaron nuestro patrimonio espiritual”
“En 1877, al llegar a nuestro pais el primer grupo de "Alemanes del Volga" , fue suscripto, entre ellos y el Comisario General de Inmigracion --don Juan Dillon- un convenio de radicacion sumamente alentador, que fue un gran aliciente para la instalacion, en la Argentina, de un gran numero de familias de aquellos agricultores alemanes que, en el siglo XVIII, habian emigrado a Rusia, asentandose en la cuenca del Volga”.
“El convenio les otorgaba tierras fiscales (6 millas de campo), manutencion por un año, madera para construir sus casas, arados, bueyes, vacas lecheras y la semilla necesaria. Sin embargo, no fueron necesarias demasiadas facilidades para que este pueblo esforzado y emprendedor de empeñosos labriegos, se arraigara definitivamente en el campo argentino. La primera colonia -"General Alvear" , 20.000 hectareas, en Entre Rios-, se hizo prospera y mas de 3000 habitantes, propietarios del suelo y del fruto de su labor, manteniendo el acervo de sus tradiciones al amparo de nuestra Constitucion, se convirtieron en nuevos argentinos de origen rusoaleman”.
“En la Provincia de Buenos Aires, la colonia madre de "Hinojo" --cerca de Olavarria- se extendió: en 1878 se fundo "Nievas"; en 1881, "San Miguel". En Entre Rios surgieron San Jose, Maria Luisa, Santa Maria, Eigenfeld, Colonia Merou, Centeraio, Colonia San Simon y tantas mas.
Al principio, se agruparon segun la "aldea" a que pertenecian en su Alemania ancestral. Mas tarde, la vastedad de la Pampa y de la llanura entrerriana, propiciaron su dispersion. Con todo, en medio de la inmensidad, -en medio del paisaje rural- las esbeltas agujas de sus iglesias, señalan la constancia de su presencia, de su arraigo y de su devoción”.
“Alemanes del Volga hicieron crecer a Coronel Suarez, en Buenos Aires, a Colonia Winifreda, en La Pampa, a Presidencia Roque Saenz Pena, en el Chaco y a muchas otras colonias en Rio Negro, Neuquen y otras provincias. Mas de 800.000 descendientes, hijos de los hijos de aquellos primeros pioneros que aqui encontraron su segunda patria en nuestra libertad, viven hoy integrados indisolublemente a la nación”.
“Alemanes del Volga -hombres rubios del surco- fueron agricultores y ganaderos en Buenos Aires y en Entre Rios; transformaron su campo virgen y selvatico, en la zona productora de trigo mas importante del pais en su hora; mas tarde, de la agricultura se volcaron a la avicultura, dando nacimiento a esa fuente de la riqueza entrerriana, y desarrollando la produccion de alimentos balanceados”.
“Alemanes del Volga, cultivaron el suelo, sirvieron a la Patria y agrandaron nuestro patrimonio espiritual” (1).
Ema Wolf señala, a partir de una investigación de Cristina Patriarca: “Es un alemán, Josef Fucks, el que en 1906 descubre petróleo en Comodoro Rivadavia mientras buscaba agua potable. Era alemana la empresa que en 1936 construyó el obelisco de Buenos Aires y fueron alemanes los primeros que ensayaron el cultivo sistemático de la vid en Mendoza” (2).
De 1933 a 1945 –afirma Carlota Jackisch-, hubo una “inmigración involuntaria”, que se caracterizó por su elevado nivel cultural; en efecto, la mayoría de ellos eran profesionales y comerciantes, que debieron aprender labores rurales, ya en Alemania, para procurarse la subsistencia en la nueva tierra. Muchos de estos alemanes escaparon de su patria con pasaje de primera clase, como turistas, ya que a veces era imposible hacerlo de otro modo. En Argentina se plantea un problema: los emigrantes se dividen en dos grupos, aunque de diferente magnitud. Algunos de ellos desean trabajar por sus ideales, opuestos al nazismo; otros, en cambio, son fervorosos seguidores de esa corriente en el extranjero. Esta divergencia se traslada, como era de esperar, a los medios de comunicación masiva y a la educación. Así como aparecieron diarios oficialistas y opositores, también encontramos colegios en los que se inculcaba el nazismo y otros que rechazaban esta influencia. La diferencia que no podía existir en el país europeo se verificaba allende el mar.
Señala Jackisch: “A pesar de las restricciones inmigratorias, aproximadamente 30.000 alemanes, judíos y no-judíos que huían del nazismo ingresaron en Argentina. Paradójicamente al llegar al pais, estos alemanes descubrieron que la comunidad de su mismo origen nacional, estaba bajo la influencia de grupos nacionalsocialistas, y que desde las asociaciones tradicionales hasta las escuelas alemanas respondían a las directivas de la Auslandsorganisation del NSDAP en Alemania. La forma en que organizaron su existencia; sus organizaciones de ayudas, sus escuelas y su expresion politica, a trayes de "La Otra Alemania", ha sido bosquejada en este trabajo. La actividad del nacionalsocialismo en la Argentina gozó de total impunidad durante los primeros años. Los primeros ataques surgieron desde la prensa. Con la llegada al poder del presidente Ortiz -al mismo tiempo que se cerraban las posibilidades de ingreso al país de las victimas del nazismo- se limitaban, a traves de distintas medidas que tomó el Poder Ejecutivo, las actividades de los grupos nazis. El radicalismo y el socialismo, a traves de los diputados Damonte Taborda y Dickmann respectivamente, logran imponer un proyecto de resolución para encarar una investigacion destinada a mostrar el grade de infiltracion de los activistas nazis, en distintas organizaciones alemanas. Todas estas medidas repercuten sobre la estrategia de la AO para Argentina, como para otros paises sudamericanos. Como el imperativo era lograr mantener la neutralidad de estos paises en caso de una guerra que era cada vez mas inminente, en la lucha sorda entre el Ministerio de Asuntos Extranjeros del Reich y la Auslandsorganisation, triunfó v. Ribbentrop sobre Bohle. Sin. embargo la influencia nacionalsocialista, ahora de manera menos visible, sobre la comunidad alemana continuó hasta finalizar la guerra. Mientras tanto los judios alemanes se habian instalado en Argentina y si alguno pensó en volver a Alemania finalizada la guerra, el conocimiento del holocausto cortó de raíz esa posibilidad. Los opositores políticos del nacionalsocialismo, en cambio, regresaron a Alemania, por lo menos los que actuaron desde aquí en alguna organizacion política como por ejemplo, «La Otra Alemania". El regreso de aquellos que nunca cortaron los lazos con Alemania y por eso quisieron prestar testimonio de la existencia de "otra Alemanla" no nacionalsocialista, comenzó a producirse a partir de 1949, es decir cuando Alemania volvía a organizarse desde sus ruinas por carriles democraticos. No quisiera terminar este trabajo, sin mencionar al menos -aun sabiendo que no esta directamente relacionado con esta obra-- que a partir de 1949, nuevamente comienzan a llegar a la Argentina alemanes que ya no tenían lugar en Alemania. Esta vez se trataba de dirigentes nacionalsocialistas de distintas jerarquías y profesionales alemanes comprometidos con el III Reich. El gobierno de Perón les dio albergue en universidades, en empresas, y se creó una organización especial para ubicar a los ahora exnazis en Argentina. Con la caída de Perón en 1955, muchos emigraron hacia Colombia y actualmente algunos viven en Alemania” (3).
Trajeron su religión y sus costumbres; fundaron sus periódicos, influyeron en la enseñanza y en la alimentación. Se los evoca en testimonios, memorias, biografías, obras literarias y filmes, que evidencian la importancia de esta colectividad en la sociedad argentina.
Notas
1. S/F: Para todos los hombres del mundo que quieran habitar el suelo argentino. Buenos Aires, Clarín.
2. Wolf, Ema y Patriarca, Cristina: La gran inmigración. Buenos Aires, Sudamericana, 1991.
3. Jackisch, Carlota: El nazismo y los refugiados alemanes en la Argentina 1933-1945. Buenos Aires, Ed. de Belgrano, 1989.
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Emigró Silvio Gesell: “Para los argentinos el apellido Gesell es familiar, primero por la casa de venta de artículos para bebés y luego por la figura del pionero Carlos Gesell quien puso su apellido en la villa turística que fundó luego de domesticar la naturaleza de esa zona de la costa atlántica. Lo que pocos saben es que la villa hace honor a la memoria del padre de Carlos Gesell, Silvio Gesell, otro pionero en el mundo de los negocios primero y en el campo de las teorías económicas después. Silvio Gesell fue un próspero comerciante alemán, radicado en Argentina en 1887. A los 25 años llegó al país acompañado solamente por un cajón de madera repleto de instrumentos odontológicos, cajón que su hermano le había confiado para intentar fortuna en América. Liquidados los trámites aduaneros y con el cajón ya en su poder alquiló una modesta pieza de pensión donde se instaló sin más muebles que un armario y una mesa que usaba para comer y sobre la cual dormía de noche. En pocas semanas consiguió ubicar la mercadería en los consultorios de los odontólogos que visitó. Al tiempo y luego de un corto viaje a Alemania para organizar mejor las entregas, el moblaje de su pieza mejoró y ya compró una cama. Con el tiempo, aparecen también otros muebles hechos del material de los cajones que recibe regularmente con artículos desde Alemania. Trabajo y ahorro son sus lemas” (1).
La investigadora Olga Weyne escribe: “Un modesto testigo criollo de la época de la inmigración masiva a la provincia de Entre Ríos, vio de esta manera a los alemanes recién llegados: ‘Vimos llegar la cantidad de inmigrantes como quien ve llegar la langosta, le via (sic) ser franco; parecía una invasión. Pero se nos dijo que el gobierno les había entregado la tierra. Ultimamente no perdimos nada porque la tierra era de los estancieros y habrán tenido sus arreglos (...). Había que dejar la tierra a los nuevos dueños. (Pero) mienten si dicen que los peliamos (sic). (...) Los colonos son gente buena y tengo muchos amigos entre ellos, pero pa’ comprenderlos con la jerigonza que hablaban (...); bueno, le hablo de los viejos y no pa’ ofenderlos” (2).
Don Pedro Goette, alemán del Volga, relató: “En Diamante nos esperaban con carros los colonos de Valle María y San Francisco (...). (Una vez en la primera de estas aldeas) ... me convidaron con el primer mate. Yo creía que esto era tabaco y que debía fumarse en una pipa bastante diferente de las que usábamos (en el Volga). Chupé fuerte, como es natural. Las consecuencias (fueron) una formidable neblina que produje con mi resoplido al sentir la quemazón. La gente se moría de risa. Para ellos, el mate ya había desalojado el té de China que tomábamos en Rusia” (3).
Entre los alemanes del Volga, “había otra tradición secular que es descripta de la siguiente manera por José Brendel, en su evocación de San Miguel Arcángel: ‘Para Año Nuevo, existe en la colonia una tradición multisecular, única, no en su fondo sino en su ritual. No en cualquier parte se puede formular el deseo de prosperidad, sino que está sujeto a un estricto código ancestral, sin el cual el augurio no vale nada. No es colectivo, ni siquiera familiar, sino estrictamente personal, de cada uno, ya frente a sus padres o amigos. Entra en la categoría de los actos serios’ ” (4).
Víctor Dorsch recuerda sus años escolares, en Entre Ríos, a principios del siglo XX: “Nosotros asistíamos a las dos escuelas, por la mañana a una y por la tarde a otra (...). Regresábamos de la escuela al caer la tarde, y tras una breve pausa para ingerir algún alimento, había que entregarse a la tarea de hacer los deberes para la escuela castellana, tarea que se prolongaba hasta bien entrada la noche. Y a la mañana éramos los primeros de la casa en abandonar la cama (para) memorizar la parte que se nos había asignado del catecismo, en idioma alemán, por supuesto. La tarea de memorizar, que se prolongaba a lo largo de todo el año escolar, nos resultaba terriblemente engorrosa y, como es natural, disminuía nuestra posibilidad de obtener las mejores notas en (...) la escuela castellana” (5).
En 1910, los alemanes del Volga fundaron Santa María. “Pese a su nacimiento tardío, esta colonia conservó con decisión muchas de sus antiguas tradiciones. El diseño de su planta, por ejemplo, fue el rigurosamente establecido desde siempre: una sola calle dividida en medio por otra, con las casas dando su frente a la calle principal. Cada casa, a su vez, poseía fondos de 500 metros en los que se encontraban jardines, huertas y establos”.
Alejandro Guinder, descendiente de un pionero pampeano, escribe: “Nuestros chacareros fueron vilmente explotados, (...). Se les daba una lonja, (...) 100 o 200 hectáreas cubiertas de caldenes y sucias de piquillines y chañares; el colono contratista debía limpiarlas y podía luego trabajar para dos cosechas. Cuando estaban limpias les daban otra parcela (...) sucia para limpiar, y así. Cuando todas (las hectáreas de la estancia, de enorme extensión) estuvieron limpias, el señor Larrague hizo tirar a la calle de un día para otro, allá por los años 1930, a todos los 30 colonos, sin ninguna indemnización, habiéndose quedado con las cosechas en muchos casos sin pagar siquiera lo convenido en porcentaje. Así fueron tratados muchos de los agricultores vendios del Volga; con familias de 12 o más hijos debieron cargar sus herramientas y muebles y demás en sus carros y carritos, sus arados y sembrados e irse a una calle vecinal a hacer una Hütte (choza) techada con paja puna, para su familia con sus hijos menores de edad” (6).
María Brunswig de Bamberg es la autora de Allá en la Patagonia (7), obra en la que evoca la inmigración alemana a través de las cartas que su madre enviaba a su abuela, que había quedado en la tierra natal. "El 3 de febrero de 1923, después de una travesía de treinta días desde Hamburgo, Ella Hoffman llega con sus tres hijas a Buenos Aires, rumbo a la Patagonia, donde Hermann Brunswig, su marido y padre de las niñas, trabaja como administrador de una estancia y espera ansioso el reencuentro con su familia después de tres años y medio de separación. Esta es una selección de las cartas intercambiadas hasta 1930 entre Ella y Mutti, su madre, y que fueron recuperadas setenta años después por María Brunswig, la hija mayor. Pero no se trata de una simple recopilación, sino de un juego de tiempos y voces, pleno de agilidad y riqueza, en el que intervienen tres generaciones de mujeres: Mutti, Ella y la propia María. Algunas cartas de Hermann incorporan, por su parte, una visión masculina y un toque de humor. El diálogo epistolar le otorga a la obra una intensidad inusual, además de una visión europea del sur argentino en los años veinte. Ella habla a su madre del mundo nuevo que está descubriendo y se revela como una gran luchadora. Educada para ir a la Ópera, aprender francés y tocar el piano, ahora lava ropa en el arroyo, friega, zurce, remienda, come huevos de avestruz e incluso carnea zapones. En síntesis, una sensible crónica familiar que abre distintos horizontes sobre una región inhóspita y al mismo tiempo generosa” (8).
Con la autora y su familia viajó una mucama. Pedro Dobrée relata que esta empleada “Nació en la ciudad de Kiel, puerto alemán sobre el mar Báltico. De familia de escasos recursos, se empleó como cocinera y mucama en la casa del general Franz Sydow, en Berlín. Además del general, en esta casa vivían su esposa y una hija de ella que esperaban, con sus tres niñas pequeñas, la oportunidad para viajar a la Patagonia argentina y reunirse con su esposo”.
“Hermann Brunswig, el esposo que aguardaba, había llegado a la Argentina en 1919 para emplearse como ovejero en la cordillera santacruceña y cuando fue nombrado administrador de la estancia Lago Guío, propiedad de Mauricio Braun, Rudolf Stubenrauch y Lucas Bridges, decidió que era el momento de hacer viajar a su joven familia”.
“Berta Freytag se había encariñado con las nenas y sentía la seguridad de un hogar que no tenía en Kiel. Esto fue motivo suficiente para ofrecerse a viajar también hacia Argentina, acompañando a la joven Ella de Brunswig y a las pequeñas en el vapor Vigo, que partió de Hamburgo en enero de 1923. Llegados a Buenos Aires se reembarcaron para viajar hasta San Julián, puerto del entonces territorio nacional de Santa Cruz”.
“Mientras el barco en el que viajaron anclaba en la bahía, Berta se desembarazó momentáneamente de las niñas, para observar la costa y el pequeño villorio que en la madrugada ventosa aparecía ante sus ojos”.
“Por Dios, ¿será esto un puerto? La única similitud con su Kiel era el olor a pescado muerto y el de las algas secándose al sol. Pero 20 ó 30 casas dispersas sobre una playa barrida por el viento y varios centenares de fardos de lana apilados sobre la línea de la marea más alta, no parecían formar un puerto. Al menos no lo era en el criterio de esta alemana de 40 años que acababa de llegar. Pues, ¿dónde estaban los muelles, los demás barcos, los remolcadores, los equipos de carga y descarga, el ruido de las máquinas y el humo de las chimeneas, el aceite en el agua, los marineros, las enormes pilas de carbón y los depósitos de mercaderías que provenían de las más diversas ciudades del mundo?”.
“Las gaviotas revoloteaban por encima de los techos de estas casas grises, de chapas acanaladas y puertas despintadas; sus solitarios graznidos inundaban el aire y con el viento llegaban hasta la cubierta del barco sobre el que, con angustia, escudriñaba Berta su nuevo paisaje. Y estos graznidos eran la representación exterior de los gritos de silencio que la solitaria mujer dirigía a nadie, impulsada por una sensación de dolor, soledad e impotencia, ante una decisión que consideraba ahora equivocada”.
“A media mañana bajaron a un pequeño bote a remos y fueron llevadas, ella, las niñas y la madre, hasta la playa. El corto viaje sobre la pequeña embarcación que por instantes se elevaba permitiendo ver toda la costa y por otros se hundía en los estrechos callejones que formaban las olas, le pareció interminable. El agua salada que golpeaba su rostro se confundió con las lágrimas que caían por sus mejillas”.
“Mojada la ropa por el salpicar de las olas, mojados los zapatos por el difícil desembarco, sintieron el frío del viento que soplaba por detrás de las casas y llenaba de polvo el aire sobre las aguas de la bahía. Varios hombres, al reparo de las paredes de las primeras construcciones, las miraron con curiosidad. Con la ayuda de los remeros con los que habían llegado a tierra firme, trasladaron varios bultos grandes de ropa y enseres hasta la puerta de una de las casas en cuyo frente había tres caballos ensillados y atados. Sobre la puerta colgaba un pequeño cartel que indicaba que era el hotel Miramar”.
“El ánimo de Berta se hacía cada vez más pesado. A la incomprensión absoluta del idioma castellano y al reducido hotel de camas incómodas y un escusado compartido en el fondo de un patio sucio, se sumó un viaje de dos días en un Ford T, abierto al viento y al sol del desierto”.
“Antes de llegar a destino, Berta había tomado la decisión: volver a Alemania, de donde nunca debía haber salido. Tras arribar al lago Guío buscó excusas; la vajilla no era de su agrado, la ropa había que lavarla en el frío arroyo cercano, rondaban animales salvajes y no quería compartir su pequeña habitación con las niñas. El vehículo con el que llegaron debía volver a San Julián y con él se volvería ella. Nuevamente el desierto, la estepa interminable cubierta de "mata negra" y calafate y el Ford T, que perseguía lentamente el sinuoso camino de los carros que, tirados por caballos, transportaban lana hacia el puerto”.
“Pero, ¿qué puede hacer una mujer, que sólo habla en alemán, sin dinero, que está sola en San Julián y que quiere volver a Europa ? Sólo quedarse en San Julián. Dos años más tarde la familia Brunswig "bajó al pueblo", parando en el Hotel Aguila. Berta, con tristeza y desde la oscuridad, observó a las pequeñas niñas a quienes había aprendido a querer durante todo el tiempo en que convivieron. Pero no se dejó ver por ellas; sería imposible explicarles su vida ahora. Esa vida que, con el tiempo, la llevaría a ser conocida por los hombres de toda la costa atlántica como ‘La emperatriz de San Julián’ ".
“Mucho tiempo después, en la década de 1980, en Berlín, María Brunswig de Bamberg -una de aquellas pequeñas con las cuales Berta llegó a la Argentina austral y que luego fue autora de ese muy simpático libro llamado Allá en la Patagonia, editado por Vergara - asistía a una conferencia de Osvaldo Bayer. Al finalizar le preguntó si en sus trabajos de investigación sobre la vida patagónica había tomado conocimiento de Berta Freytag. ‘Cómo no -le contestó Bayer- Berta Freytag fue amante del comisario del pueblo durante muchos años, hasta que un día éste la ultimó de dos tiros, por celos’ " (9).
Grete Stern nació en 1904; falleció en Buenos Aires en 1999. “Estudió con Walter Peterhaus en la Bauhaus y con Wassily Kandinsky. Fue amiga de Paul Klee, Oskar Sclemmer, Johannes Itten y otros creadores. En 1935, ante la persecución nazi, se refugió en la Argentina. Fue fotógrafa del Museo Nacional de Bellas Artes y retratista de personalidades como Jorge Luis Borges, Victoria Ocampo y María Elena Walsh, entre otras. Realizó, además, series sobre distintos lugares del país” (10).
Acerca de la retrospectiva “Retratos”, escribió Alberto Giudici: “Es una invitación a la nostalgia, al reencuentro con entrañables figuras de las letras y el arte que alimentaron lo mejor de lo que llevamos dentro. Un Borges, un Spilimbergo, un Berni, una María Elena Walsh, un Badíi, una Grete Stern, autorretratándose, y autora de esta galería de rostros realizados a lo largo de medio siglo. La mágica luz de la fotógrafa, envolvente, plástica, alienta la ilusión de vida que tienen esos instantes congelados. La mirada que es pura ensoñación en los claros ojos de don Lino; la límpida y casi infantil sonrisa de Borges cuando todavía no había sido atacado por ese ligero rictus nacido, quizás, por la progresiva barrera de la ceguera; una niña apenas entrando en la adolescencia, recostada en el marco de una ventana como quien se asoma a la vida, lejos todavía de sus célebres canciones infantiles, "capturada" en 1947, en Ramos Mejía, donde vivía el matrimonio Grete Stern-Horacio Coppola (otro grande de la fotografía)”.
“El alma se devela a través del rostro, y la luz, como quería Harmenszoon Rembrandt van Rijn, es el medio de ese aflorar del espíritu a través del cuerpo. Una vibración, un aleteo misterioso, que asoma en cada una de las imágenes. La potencia constructiva de Emilio Petorutti, de cuerpo entero en un balcón mientras las verticales de la puerta caen a plomo como si fueran un lienzo del propio pintor”.
“El barroquismo del taller de Santiago Cogorno, como encerrando su desbordada y sensual producción; la límpída geometría del estudio de Noemí Gerstein; Berni, con su imagen duplicada en un espejo, como si la avidez inquieta del Picasso argentino se proyectara a infinitos desafíos crea tivos. Ningún detalle —un caballete, cuadros apilados, un muñeco gigante junto a Horacio Butler— es anecdótico. Hace al clima de intimidad del retratado, integra el hábitat que rodea su mundo interior. Son retratos psicológicos excepcionales. Por eso, conjetura Ricardo Coppa Oliver, director de la galería Principium, sus fotos no gustaban en los que buscaban tomas de estudio, escenografías ficticias y luces desmedidas, para mostrar no lo que se es sino lo que se quiere ser. Protesta feliz en última instancia, porque Grete se volcó a los que dieron su savia al país, incluyendo los curtidos rostros de los aborígenes del Norte, en lo que fue el primer relevamiento antropológico de nuestros ancestros, tan negados en Buenos Aires y mirados con una sensibilidad única por esta alemana que arribó a la Argentina en 1936 huyendo del nazismo”.
“Por entonces, había transitado por la Bauhaus, el mayor intento de socialización del arte desde el Renacimiento. De ahí vino, de la Bauhaus de Dessau, la de Walter Groppius, pero lo maravilloso en ella es que el rigor formativo y de vanguardia -como los collages fotográficos surrealistas, cargados de ironía feminista-, no anularon su sensibilidad a la hora de captar la atmósfera de un país lejano”.
“Ventanas, espejos, encuadran la sugestión de un espacio que se prolonga fuera de la imagen vinculando al retratado con su mundo físico: la casa, el taller o simplemente la naturaleza, como en esa obra maestra que es el de Margarita Guerrero: el rostro de perfil sobre un espejo que devuelve el otro perfil pero también un jardín restallante de luz a espaldas de la cámara. El ratio lumínico de Grete es estricto: nunca un blanco quemado, jamás un negro saturado. En las medias tintas, apasteladas, la luz baña sus inefables criaturas”.
“Todas las fotos exhibidas son primeras copias. Algunas, sacadas en los 40, fueron pasadas al papel medio siglo después. "Es que ella no tenía dinero para hacer las copias", acota Coppa Oliver. Así vivió, en un humilde dos ambientes sobre la calle Uruguay. Tras su muerte, en 1999, a los 95 años de edad, su hija Silvia atesoró el inmenso legado materno, soñando con una Fundación que lo preservara. No llegó a concretarlo ni a ver esta muestra que armó con el inestimable aporte de Luis Priamo: Silvia murió hace un par de semanas”.
“Sin descendencia, ahora, este inmenso patrimonio visual, inició el errático destino de los estrados judiciales y el riesgo de su dispersión. Quizás ésta sea la última muestra de Grete Stern. Otro dato para la nostalgia” (11).
Annemarie Heinrich nació en Darmstadt en 1912. Es una de las fotógrafas “más destacadas del país. Cursó estudios en Berlín y en 1926 se trasladó a la Argentina con su familia, iniciando su formación fotográfica en la provincia de Entre Ríos. Ante la carencia de escuelas de esa especialidad, se formó de manera práctica trabajando en laboratorios y tomando fotos hasta que, en 1930, abrió su primer estudio en Buenos Aires. Dos años más tarde se trasladó a un estudio mayor, y empezó a trabajar para revistas y a fotografiar a las grandes figuras locales y extranjeras que actuaban en el Teatro Colón. Sus fotos fueron también tapa de las revistas Antena y Radiolandia durante cuarenta años”.
“En 1937 hizo los primeros envíos para Salones nacionales e internacionales y a partir de entonces fue requerida por el cine como fotógrafa permanente de publicidad y escenas con primeras figuras, trabajando así más de veinte años. Realizó la primera exposición individual en 1947 y sus fotos comenzaron a aparecer en revistas europeas y americanas. Recibió premios y fue designada miembro de las más importantes asociaciones extranjeras, de la Federación International d’Art Photographique y de la Academia Argentina de Artes y Ciencias Fotográficas. Viajó a Europa y presentó sus trabajos en Francia, Italia y Alemania”.
“En 1953 fue cofundadora del grupo de fotografía ‘La Carpeta de los Diez’, que funcionó varios años con trabajos de seminario y exposiciones, y fue miembro de ‘Amigos de la danza’. En 1960, y continuó cinco años consecutivos, ganó el primer puesto en el ranking mundial de Fotoclub Buenos Aires. Como resultado de su tarea de fotografiar durante veinticinco años a bailarines y ballets publicó en 1962 su libro El ballet en la Argentina, con 233 fotos seleccionadas entre miles, un testimonio de esa disciplina entre 1934 y 1960. Fue contratada para las fotos del Pressbook del ‘American Ballet Theater’ de Nueva York. Recibió numerosas distinciones y premios e integra organismos de la especialidad”.
“En 1975 fue designada Académica de la Comisión Nacional de Cultura, en 1979 fue miembro fundador del Consejo Argentino de Fotografía, en 1980 invitada de honor al VII Salón Nacional de Fotografía, y en 1982 a la Exposición Colectiva de Fotografía Latinoamericana en Suiza y París. Recibió el diploma de la Fundación Konex como uno de los cinco mejores fotógrafos del país. Fue homenajeada al cumplir sus cincuenta años en la fotografía e invitada por el Centro Cultural General San Martín, donde expuso 350 obras. El Centro Editor de América Latina publicó un fascículo en la Serie Fotógrafos Argentinos en 1982. En 1983 expuso en Berlín. Se desempeñó como directivo de la Asociación de Fotógrafos Profesionales. Ha sido declarada Ciudadana Ilustre de la Ciudad de Buenos Aires” (12). Falleció en Buenos Aires en 2006.
Entrevistada por Matilde Sánchez, Alicia Sanguinetti –hija de la alemana- se refiere a las fotos que su madre tomó a Eva Perón “durante su etapa artística”: “Cuando mi madre fotografía a Eva, ella llega al estudio para iniciarse en la vida artística, un poco como las modelitos del pasado de Korda. Heinrich no podía imaginar la proyección que ella tendría. Por entonces, Evita era una más. Pero dentro de esa situación, tenía un algo en su personalidad. La fotógrafa no se iluminó, no dijo: "Esta mujer va a ser alguien en Argentina". Y eso también ocurre con frecuencia en el estudio. Estás con alguien y así sea Juan de los Palotes, de pronto irradia ese algo que te hace trabajar y crear. Pero creo que ella captó una verdad interior que luego adquirió sentido en la historia. Porque es la historia la que nos hace leer las fotos con otro sentido. (...) De las decenas de fotos que Heinrich hizo de Eva, sólo quedan ocho en el país. Las demás se dispersaron en el mundo. Desde el punto de vista fotográfico, de esas ocho fotos mi madre reconoce una sola como una obra perfecta. Me refiero a la foto del anillo de oro y el peinado con banana. Las demás son meramente documentales, lo que no quita que el público las haya cargado de aura. La foto del anillo es de 1944. Eva se la hizo tomar especialmente para el escritorio de Perón en la Secretaría de Trabajo, y no debía ser empleada ni colocada en ningún otro sitio. Una copia de esa misma foto estaba colgada en la pared del departamento del general en la calle Posadas. Ninguna de esas fotos fue usada por el peronismo, pero esto también obedece a la posición de mi madre a partir de 1945. Ella tenía una buena relación con Eva, comenzado tiempo atrás, pero no era peronista. De hecho, Annemarie se negó a retratar a Perón” (13).
Renate Schotellius, pionera de la danza argentina, emigrada en 1936 a los catorce años, manifestó: “Yo viajaría treinta y ocho días en barco y llegaría un día determinado, que mi tío sabía cuál era. El problema fue que el barco se atrasó tres días y, al llegar era carnaval. Me sentí muy asustada, porque pensaba que mi tío me dejaría allí y tendría que ir a los hoteles para inmigrantes. Finalmente llegó sin ningún problema, le habían avisado” (14).
Juan Carlos Marina tenía diecinueve años cuando presenció, el 17 de diciembre de 1939, el hundimiento del Graf Spee, acorazado alemán “destinado a hundir buques que llevaban alimentos de acá para Europa”, que se encontraba en el Río de la Plata. Marina relató sus recuerdos de aquella jornada memorable; en su relato se refirió al Hotel de Inmigrantes de Puerto Madero: “a las ocho de la noche de ese día lo hundió el mismo comandante, la misma tripulación. Un capitán, que después vivió en La Falda, Córdoba, fue el encargado de ponerle tres cargas de dinamita. Sacaron la pólvora de los cartuchos de las balas, formaron tres paquetes explosivos y los pusieron uno en la popa, otro en las máquinas y otro en la proa. Después el comandante hizo bajar a toda la tripulación a los remolcadores y desde una lancha fue el que accionó la percusión de los explosivos. Todos se salvaron y fueron al Hotel de Inmigrantes de Buenos Aires”.
Es en ese establecimiento donde el comandante toma una trágica decisión: “de acuerdo a las órdenes de Hitler tenía que salir a presentar batalla. Pero eso era un suicidio. Fue tan impresionante que después de hundirlo, el comandante se pegó un tiro en el Hotel de Inmigrantes” (15).
Un militar alemán que llegó en el acorazado escribe en su diario: “Hace calor. En el patio de la inmigración florecen las hortensias y las acacias y no podemos creer que estemos cerca de la Navidad. Esto es bueno, porque la idea de esta fiesta, la más grande para nosotros los alemanes, nos llena de tristeza sin esperanzas. Para esta fecha deberíamos estar navegando rumbo a nuestra tierra y cada uno de nosotros habíamos soñado y hecho proyectos para el año nuevo, cuando estuviéramos en casa. Y ahora estamos aquí, en la Argentina, a 8000 millas de la patria, y con miras a ser internados hasta el fin de la contienda, que recién está en sus principios. ¿Qué será de nosotros? Esta es la pregunta que llena nuestros pensamientos” (16).
En un libro de Uki Goñi se relata lo siguiente: en 1998, el investigador se presenta en el Hotel de Inmigrantes para consultar “expedientes individuales donde se registraban exactamente las rutas de escape que habían seguido los fugitivos más perversos de todo el siglo XX”. Así evoca Goñi el encuentro con “la persona letrada de Migraciones que había redactado la respuesta de Franco”: “Salimos, pues, al extenso parque situado frente al Hotel de Inmigrantes, junto a los viejos árboles bajo los que muchos criminales nazis agradecidos debieron de dar sus primeros pasos en la Argentina. ‘Esos expedientes resultaban extremadamente embarazosos. Fueron destruidos hace dos años. Eso es todo lo que puedo decirle. Obviamente, no podíamos ponerlo por escrito en una carta oficial. Estoy seguro de que lo comprenderán’. La pálida sombra del viejo hotel se extendía detrás de nosotros como una gigantesca ballena varada. Otros funcionarios de Migraciones confirmaron la quema, añadiendo más detalles. Los expedientes individuales que contenían el voluminoso papeleo de la admisión de Eichmann, Mengele, Priebke y otros se habían guardado en una caja fuerte para documentos secretos hasta 1996, cuando todos fueron destruidos. Se encendió una hoguera de noche, detrás del antiguo hotel, en el borde del muelle. Todo desapareció. La tapadera peronista había perdurado hasta el mismo final del siglo” (17).
Ida y Walter Eichhorn, los dueños “más famosos” del Hotel Edén, de La Falda, provincia de Córdoba, “eran amigos personales del führer, y se sabe que no poco dinero de las arcas del Edén sirvió para solventar parte de la campaña de ascenso a la Cancillería de Hitler, en 1934”. El hotel llegó a manos de los Eichhorn en 1912: “Cuando arribaron por primera vez a La Falda desde Alemania, Walter y Bruno Eichhorn tenían 35 y 37 años. Bruno estaba casado con Gretel. Walter, con Ida, una mujer que, poco a poco, los superaría en liderazgo y se convertiría en el alma mater del hotel. Ida había llegado a la Argentina en 1909 a bordo del barco ‘Koning Friedrich August’ con una niña en sus brazos: Sigune Vitze. Tres años después se casó con Walter y opacó a sus tres socios. Se puso al frente del lugar. Y de la historia”.
Un cordobés aporta a la periodista Marta Platía su testimonio: “ ‘Doña Ida era una mujer hermosa. Hermosa y temible’, dice acariciándose su espesa cabellera blanca Héctor Montoya, un médico de 71 años. Su papá fue el primer cartero del pueblo. Montoya se recuerda a sí mismo, pequeño, de la mano de su padre y de punta en blanco para ir a saludar a ‘Tante (tía) Ida’, como todos la conocían por aquí. Era altísima, tenía unos ojos azules profundos, una cara redonda y su presencia imponía respeto. Yo la quería. Me acuerdo que me pasaba la mano por los rulos, me decía ‘Hola, negrito’ y abría un cajón de su escritorio. De allí sacaba una latita octogonal con unos bombones con los que yo soñaba día y noche. Se imagina. ¿De dónde, un chico como yo, hijo de un cartero de pueblo, podía sacar esos bombones finísimos? Mi infancia, cuando la recuerdo, tiene ese sabor’, rememora” (18).
En Entre Ríos conoce Javier Villafañe a un extraño personaje: “Un día, caminando por las calles de Gualeguaychú, entré en una librería. Allí conocí a Carolus Günge, un pintor alemán, ex combatiente de la guerra de 1914. Vivía en una canoa y se ocupaba de alimentar a los peces de esos grandes ríos de la Mesopotamia argentina. Con él nos dedicamos a recorrer los puertos fluviales del Uruguay y la Argentina, haciendo títeres para los pobladores ribereños. Por supuesto, navegábamos en la canoa de Carolus. (...) Pasado un tiempo, (...) Carolus se fue a vivir río arriba; años después moriría de lirismo, reumatismo y pena en un pueblo perdido de esas latitudes” (19).
Aurora Alonso de Rocha relata que era alemán uno de los pretendientes que los padres habían elegido para Alejandra Pizarnik. Los padres de la escritora “eran judíos polacos; el padre, corredor de joyerías. Buma estudiaba hebreo y, como le gustaba todo lo extremado, contaba historias de pogromos, cosacos, incendios de aldeas. (...) Sus padres le hablaban con interés de dos presuntos pretendientes, hijos de un almacenero alemán uno, y de un sedero sefaradí el otro. Buma se burlaba o enojaba. Un día le dijo a su madre que se iba a casar con los dos para tener aseguradas ropa y comida, la madre la miró ceñuda y disparó una rápida respuesta en idish. Me tradujo: ‘Que sean tres, así también hay vivienda’. Creo que, por lo menos en parte, las sutilezas de Buma nacían de la dialéctica, escondida en un mal castellano, de los Pizarnik” (20).
“El libro Yo, Oskar Schindler (21), una recopilación de documentos fidedignos y originales, según su autora, Erika Rosenberg, intenta reivindicar la imagen de Schindler frente a la que presentó Steven Spielberg en su película sobre este empresario alemán salvador de miles de judíos. La escritora argentina, quien presentó en Budapest la versión húngara de este libro escrito originalmente en alemán y presentado el año pasado en la Feria Internacional del Libro de Frankfurt, recalcó que siente ‘una obligación moral, como amiga de la viuda de Schindler, de borrar esa imagen de 'don Juan' y especulador que ofreció Spielberg en La Lista de Schindler'. Rosemberg señaló que ‘quizás ésta sea una de las mejores formas de recordar la memoria de Oscar Schindler, fallecido en Alemania en 1974, y de la viuda de Schindler, Emilie, quien falleció hace una semana, a los 93 años de edad, en Brandemburgo’. Schindler, junto a su esposa, salvó la vida de más de 1.300 judíos al darles trabajo en su fábrica y protegerles así de la deportación, recalcó la autora del libro y biógrafa de Emilie Schindler. El industrial alemán, además, repartió más de dos millones de marcos entre los judíos a quienes salvó, según atestiguan los documentos, explicó Rosenberg. ‘Yo nunca vi que los estadounidenses hayan puesto en una película las buenas actuaciones de un alemán, así que Spielberg no podía hacer otra cosa que lo que hizo», señaló Rosenberg. ‘Una película nacida de un sentimiento estadounidense, dirigida por un director estadounidense y escrita por un australiano presentado al público como americano, no pudo tener otro resultado que La lista de Schindler’, comentó la escritora argentina. ‘Es cierto que Spielberg no pudo utilizar la documentación que aparece en mi libro porque no sabía de su existencia, ya que la misma apareció en el año 1998, pero mi pregunta es que por qué no utilizó a la viuda’, recalcó Rosenberg. Agregó que, ‘según la carta que tengo en mi poder, Spielberg invitó a Emilie Schindler a Jerusalén para rodar las últimas imágenes de su película, como una sobreviviente y nada más’ “ (22).
Oskar Schindler “Después de la guerra, dirigió un rancho en Argentina (1949-1957), quebró y regresó a Alemania. En 1961 fue invitado a Israel, donde recibió la Cruz del Mérito en 1966 y una pensión del Estado en 1968. La novela de Thomas Keneally, El arca de Schindler (1982), fue llevada al cine con el título de La lista de Schindler, en 1994 por el director Steven Spielberg, y obtuvo los premios Oscar más importantes, entre otros al mejor director y a la mejor película en ese año, dando a conocer las actividades de este héroe de guerra a un público mucho más numeroso” (23).
“Al terminar la guerra, Eichmann se ocultó en un monasterio católico en Italia. Wiesenthal decidió dedicar ‘unos años’ a buscar justicia y se enroló para trabajar con los aliados en la recolección de evidencias de crímenes de guerra. En 1947, cuando Eichmann huyó a América del Sur usando un nombre falso, Wiesenthal creó el Centro Judío de documentación en Lidz, para reunir evidencias para juicios futuros. (...) Ese año la esposa de Eichmann trató de conseguir que se declarara muerto a su marido. (...) Aunque Wiesenthal tomó contacto con la Mossad nuevamente, y también con Nahum Goldman, presidente del Congreso Judío Mundial, no pasó nada hasta 1959, cuando Israel recibió la información de Alemania de que Eichmann estaba en Buenos Aires. Se organizó una operación encubierta. Un equipo de agentes secretos de la Mossad secuestraron al ex nazi y lo llevaron a Israel. (...) fue encontrado culpable de todos los cargos, sentenciado a muerte y colgado justo después de la medianoche el 1 de junio de 1962” (24).
En “Pensamientos Incorrectos ¡Pobre alemán Blumberg!”, escrbe Rolando Hanglin: “Un importante comunicador argentino se refiere al ingeniero Juan Carlos Blumberg con el epíteto "¡ese alemán!". En el contexto, la palabra "alemán" está dicha con la carga denigratoria de un insulto, lo que conocemos en otros casos más frecuentes, por ejemplo: "¡Ese judío!", "¡ese gitano!", "¡ese negro de m...!". Está bien, cada uno habla como quiere y piensa como puede. Hace unos días, el ingeniero Blumberg se reunió con un referente de la protesta social, el sonriente piquetero Raúl Castells. Fue un encuentro armado por una revista de actualidad, aprovechando que uno (¿la derecha?) y el otro (¿la izquierda?) coincidirían en una manifestación. Durante la charla, el Sr. Blumberg expresó alguna idea sobre el crimen y el castigo, a lo que replicó Castells: " No, ingeniero, ahí está lo que no me gusta de los alemanes; son muy rígidos, muy despiadados. Otra cosa, más cálida, son los italianos, por ejemplo". Blumberg se limitó a responder que los italianos hablaban con las manos y resultaban más expresivos, pero sus excusas fueron rápidamente rechazadas. Se encontró con el racismo antialemán. A veces pienso: ¡pobres, los alemanes! Cargan con la cruz de ser los inventores del nazismo y, antes, del autoritarismo prusiano. Por falta de cultura histórica, Castells y otros ignoran que el maestro de Adolfo Hitler fue un simpático italiano que hacía muchos gestos: ¡Benito Mussolini! Porque no hay nazismo, sino nazifascismo. Y es básicamente italiano. Los auténticos fachos de los años 40 tenían pocos ídolos: Hitler, Mussolini, Franco, Perón. Sí, Perón también. Lo lamento. En realidad, el nazifascismo fue un movimiento paneuropeo de vasta repercusión: hubo millones de nazis franceses e ingleses, croatas y serbios, árabes y sudamericanos, húngaros y turcos, españoles y hasta rusos. Hoy resulta que los nazis fueron solamente alemanes. Qué pena, y qué mentira. Por otra parte, las lacras del nazismo (tiranía, genocidio, estado policial, supresión de la libertad, nacionalismo bélico, crueldad inaudita, fanatismo irracional) son compartidas por muchos movimientos sociales, líderes "carismáticos" y héroes de cualquier tiempo. Es lindo pensar en Alemania como la tierra del trabajo, la perseverancia, la fuerza, la profundidad. Y, sobre todo, como la patria de las ideas. Basta recordar a los creadores del marxismo (Karl Marx y Friedrich Engels), a filósofos de toda tendencia (Wittgentstein, Kant, Feuerbach o Hegel), a los fundadores del psicoanálisis (Freud y Jung), al mentor del nudismo, Richard Ungewitter, y a los que desarrollaron el automóvil, Benz y Daimler. Cuando un país ha conocido tantas caricaturas del káiser Guillermo, tantos pavos reales que se hacen llevar en carroza hasta la Rural, tantos zonzos dispuestos a afirmar que "la situación es gravísima y debemos proceder manu militari" , cuando uno ha visto el desfile de Fidel Castro (47 años sojuzgando a un país, decretando fusilamientos y dirigiendo la policía), Onganía, Videla, Chávez, Pinochet, Franco, Oliveira Salazar. ¿Por qué no dejan en paz a los alemanes?(In memoriam Gustavo Ruprecht)” (25).
Notas
1 Ambrosini, Cristina: “Una mirada filosófica Lugares: Villa Gesell, en homenaje al economista Silvio Gesell. Un profeta entre Marx y Keynes”, en La Unión Digital, Edición Número 2539, Miércoles 28 de Enero de 2004.
2 Weyne, Olga: El último puerto. Del Rhin al Volga y del Volga al Plata. Buenos Aires, Editorial Tesis/Instituto Torcuato Di Tella, 1986.
3 ibídem
4 ibídem
5 ibídem
6 ibídem
7 Brunswig de Bamberg, María: Allá en la Patagonia. Buenos Aires, Vergara, 1995.
8 S/F: en Ediciones B América Allá en la Patagonia.
9 Dobrée, Pedro: “La emperatriz de San Julián”, en Río Negro on line, General Roca, 19 de julio de 2003.
10 Varios autores: Enciclopedia Visual de la Argentina. Buenos Aires, Clarín, 2002.
11 Giúdici, Alberto: “Grete Stern, la fotógrafa que ponía el alma en cada retrato”, en Clarín, Buenos Aires, 5 de abril de 2003.
12 Sosa de Newton, Lily: Diccionario biográfico de mujeres argentinas. Buenos Aires, Plus Ultra, 1986 / Varios autores: Enciclopedia Visual de la Argentina. Buenos Aires, Clarín, 2002.
13 Sánchez, Matilde: “El aura de la Historia”, en Clarín, Buenos Aires,. 6 de julio de 1997.
14 Schönthal, Colegio: Bajaron de los barcos. www.monografias.com.
15 Urús, Mariana: “En el combate del Graf Spee el mar estaba calmo”, en El Tiempo, Azul, 3 de marzo de 2002.
16 S/F: “El episodio Graf Spee”, en La Voz del Interior on line, 24 de julio de 2002.
17 Goñi, Uki: La auténtica Odessa. Paidós, 2002.
18 Platía, Marta: “Los gozos y las sombras”, en Clarín Viva, Buenos Aires, 26 de septiembre de 1999.
19 Medina, Pablo: “Historias de ida y vuelta”, en Villafañe, Javier: Antología. Obra y recopilaciones. Buenos Aires, Sudamericana, 1990.
20 Alonso de Rocha, Aurora: “Entonces la mujer”, en El Tiempo, Azul, 2003.
21 Rosenberg, Erika: Las memorias de Oskar Schindler. Buenos Aires, Distal, 1998.
22 S/F: “Un matiz diferente”, en www.grupopayne.com.ar.
23 Pérez García, José Javier: “Biografía de Oskar Schindler”, en www.alipso.com.
24 Vallely, Paul: “Justicia, justicia perseguirás SIMON WIESENTHAL”, en La Nación, Buenos Aires, 25 de septiembre de 2005. Traducción: Gabriel Zadunaisky.
25 Hanglin, Rolando: “Pensamientos Incorrectos ¡Pobre alemán Blumberg!”, en La Nación Revista, Buenos Aires, 1º de octubre de 2006.
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En Victoria Ocampo, escribe María Esther Vázquez:
"Delfina Bunge, a quien Victoria imploraba amistad, era una muchacha muy diferente a ella y quizá la mejor influencia posble que pudo encontrar. Tenía entonces 24 años, había nacido en la Nochebuena de 1881. Su abuelo, Carlos Augusto Bunge, descendía de una larga línea de pastores luteranos enfrascados en arduos problemas ideológicos y ocupó un lugar de relieve dentro de la colonia extranjera en la época de Rosas. Había llegado a la Argentina en 1827 con sólo 23 años. Fue miembro fundador del Club de Residentes Extranjeros, ayudó a levantar la Iglesia Luterana de Buenos Aires y actuó como Cónsul de Prusia y de los Países Bajos. Se casó con Genara Peña Lezica y de este matrimonio nacieron ocho hijos, varios de los cuales se destacaron en la política, el comercio, el campo y en las llamadas profesiones liberales.
Una de las tías paternas de Delfina, Sofía Bunge, fundó una orden religiosa femenina, lo que da a su personalidad un rasgo no habitual entre las mujeres de esa clase social de la época.
El padre de Delfina, Octavio Bunge, abogado, fue un magistrado con gran vocación y su carrera judicial culminó con el cargo de ministro de la Corte Suprema de Justicia de la Nación. Se casó con María Luisa Arteaga, de origen uruguayo, y se dedicó con verdadero fervor a la educación de sus hijos, transmitiéndoles su amor por la literatura, en especial por la poesía alemana, por la música y por la naturaleza; además de inculcarles un espíritu creativo, tesonero y metódico.
En este ambiente de excepcional formación intelectual se criaron Delfina y sus hermanos varones, de los que puede decirse que fueron personas notables: Carlos Octavio, el mayor y por el cual ella sentía particular afecto y admiración, fue jurista, sociólogo y escritor de novelas y cuentos; Augusto, socialista, se dedicó a la medicina de tipo higienista, es decir preventiva; Alejandro fue ingeniero y economista de ideas avanzadas e innovadoras; Jorge, arquitecto y urbanista, fundó el balneario de Pinamar.
Delfina, de caracter introspectivo y espiritual por un lado y razonador y artístico por otro, fue alumna de la Santa Union. Allí encontró en algunas religiosas delicadeza, dedicación a la tarea educativa, aspiración a una vida de discreta perfeccion espiritual y estos modelos muy seductores para su forma de ser ofrecían un serio contraste con el de jeune fille que le ofrecia su clase social. Debió abandonar el colegio contra su voluntad; entonces comenzó a escribir un diario, en el que aprendió a dialogar consigo misma y a buscar con coraje su vocación artistica y religiosa. En algun momento de su adolescencia se planteó la posibilidad de entrar en un convento y aunque fue desechada, contribuyo a fortalecer su convicción de que pese a ser mujer y casarse, podría preservar su independencia y su creatividad" (1).
Nora Ayala evoca en Mis dos abuelas. 100 años de historias (2) las vidas de Gerònima, su abuela criolla que vivìa en Misiones, y la de Christina, su abuela alemana que se estableciò en Trelew.
Christina es una mujer con estudio que viaja a la Argentina contratada como ama de llaves en casa de un director de un banco de su paìs. Ya en Adroguè, provincia de Buenos Aires, conoce a un italiano con el que se casa. Habiendo nacido los hijos, el hombre decide que lo mejor es volver a su tierra, para vivir de rentas. No imaginaba que, para ello, deberìa dejar aquì a una de sus hijas, que no pudo embarcar a causa de una enfermedad. Cuando el hombre, dos años despuès, vuelve temporariamente a la Argentina, no es a la niña a quien lleva a Italia -como le había pedido su esposa-, sino al padre, deseoso de ver su pueblo. Se avecina la guerra y el italiano hace oídos sordos a su mujer, quien insiste en que deben regresar, aprovechando que los hijos –salvo la menor- son argentinos.
Finalmente vuelve Christina, sin marido y con algunos de los hijos, ya que otros quedan trabajando y uno está preso por haberle pegado a un superior, durante una estadía forzada en la milicia. Comienza entonces una vida nueva para la alemana, quien, utilizando los conocimientos que traía de su tierra, además de su ingenio y esfuerzo, pone un negocio que prospera y se sobrepone a las dificultades.
Si la abuela criolla era soberbia y dominante, la alemana –con un carácter tan fuerte como el de su consuegra- era afable y comprensiva: “cada una en su tribu gozò de respeto y predicamento. En el caso de Christina, además, de cariño; en el de Gerònima del Rosario, por què no, de temor”.
Ayala narra en què circunstancias llegò a la Argentina su abuela, en 1891: “Un aviso en el Bremer Zeitung en el que se solicitaba una ama de llaves dispuesta a viajar a Buenos Aires, la habìa conectado con herr Jantzen y su esposa, que irìan a instalarse en un remoto paìs sudamericano llamado Argentina. El caballero iba como gerente del Deutsche Transatlantik Bank y lo acompañaban su esposa y sus tres pequeños hijos”.
Se despide de su familia y de su tierra, a la que tardarìa años en regresar: “El puerto de Bremen se iba empequeñeciendo en la lejanìa mientras Christina, con los ojos llenos de làgrimas, abrazaba fuertemente la estatuita del Bremer-Staedt-Musikanten que su padre le habìa regalado al despedirse. Ya no se veìan las figuras de herr Peter con Lina, Ana y Johan, agitando los pañuelos”.
Otros alemanes tambièn viajaban hacia ese paìs desconocido. El ingeniero Walter Rathhof, afincado en el litoral, recuerda: “ ‘¿Còmo vine a parar acà? Hace tres meses ni sabìa que existìa este lugar. ¡Misiones!’ Apenas si habìa visto el nombre de Argentina en el mapa. En Alemania no conocìa a nadie que hubiera andado por esta parte del mundo, pero bastò una propuesta para dejar la familia, el empleo seguro, la patria, los amigos, por la aventura. (...) Allà era un ingeniero màs, sin mucha experiencia entre tantos otros, en cambio acà estaba todo por hacer ¡Y justo puentes! Si hubiera sabido que alguna vez tendrìa que hacer puentes, tan lejos y sin poder consultar con nadie, hubiera prestado màs atenciòn a aquel viejo profesor que siempre hablaba de los de la India y de la China. Despuès de todo, los que tendrìa que hacer acà tendrìan màs en comùn con esos que con los prolijos puentes de hierro que diseñaba en la facultad. Ademàs, habìa que hacer todo desde el principio, ni siquiera las mensuras estaban y los lugareños medìan las distancias en tiempo: dos dìas de barco, un dìa de a caballo”.
Para comunicarse en la nueva tierra, debìa aprender el idioma: “Tres meses estudiando español. Por suerte en el viaje habìa un valenciano que le sirviò de involuntario profesor y lo llamaba ‘el alemàn del diccionario’. Pero lo importante era que se hacìa entender y comprendìa bastante. Y a la fuerza, porque hasta ahora no habìa encontrado a nadie que hablara alemàn”.
Los criollos eran prejuiciosos con los inmigrantes: “Nosotros no vinimos a matarnos el hambre como los gringos, estuvimos siempre acà...”, afirma la abuela Gerònima. Los inmigrantes tambièn tenìan sus prejuicios. Un criollo era discriminado en el trabajo. Samuel estaba empleado en una empresa alemana: “al principio estuvo muy contento hasta que se dio cuenta de que los alemanes discriminaban a favor de los compatriotas en el momento de los ascensos”.
La religiòn era otro de los motivos de discriminaciòn, esta vez entre una inmigrante italiana y su futura nuera, alemana: “La señora Irene era muy catòlica, de comuniòn diaria y colaboraba con el pàrroco en las labores sociales de Adroguè. El hecho de que Christina fuera protestante no contribuyò a facilitar las cosas”.
Ayala nos habla de los oficios que desempeñaban los alemanes. Christina fue ama de llaves, luego repostera y empresaria. Walter era ingeniero.
Disfrutaban de la mùsica inmigrantes y criollos, en Misiones: “Por las noches, despuès de cenar, los martes y viernes en lo de Rathhof se hacìa mùsica. Venìa herr Engelsberg con su esposa y su violoncello y el señor Di Matteo con su violìn, Walter arrimaba su propio viloncello y rodeaban el piano de Zaida, dedicàndose a hacer mùsica durante un poco màs de una hora”.
La historia de estas dos abuelas permite a Ayala realizar un cuadro costumbrista de una época de la Argentina, a la que evoca a través de los relatos familiares y de su propia rememoración.
Notas
1 Vázquez, María Esther: Victoria Ocampo. Buenos Aires, Planeta, 1991. 239 páginas.(Colección Mujeres Argentinas, dirigida por Félix Luna). Foto de tapa: Man Ray, 1930. Investigación y edición fotográfica: Marisel Flores, Graciela García Romero Felicitas Luna. Reproducciones: Filiberto Mugnani.
2 Ayala, Nora: Mis dos abuelas. 100 años de historias. Buenos Aires, Editorial Vinciguerra, 1996.
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Cien lecturas se titula el libro destinado a alumnos de quinto grado, que publicó la Editorial Guillermo Kraft Limitada. Son sus autores José Mazzanti e I. Mario Flores. La lectura n° 41 de esas cien, es “Los inmigrantes”. Transcribo un fragmento de la misma: “¿Quiénes son los que se han atrevido a desafiar así las penurias de la travesía, abandonando su hogar y su patria? Son los inmigrantes. A medida que van desembarcando, les oímos hablar veinte idiomas distintos. Ved aquel italiano, que baja, de amplio pantalón de pana y raro sombrero; aquel español, de chaqueta corta y ajustada; aquel alemán, rubio y mofletudo... Y desfilan así, con sus trajes y rasgos característicos, rusos, franceses, turcos, belgas... ciudadanos de todos los países que vienen en procura del pan y del bienestar que ofrece nuestro pródigo suelo a todos los hombres de buena voluntad que deseen habitarlo” (1).
Notas
1. Mazzanti, José y Flores, I. Mario: “Los inmigrantes”, en Mazzanti, José y Flores, I. Mario: Cien lecturas. Buenos Aires, Editorial Guillermo Kraft Limitada, 1956. 19° edición. 249 pp.
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Acerca de Sobre la tierra, por Diego Angelino, manifestó Nicolás Sarquís: "La novela posee un mundo mágico y perturbador que se desarrolla entre gente solitaria. Es una historia de amor trágico. El mundo de Angelino se mezcló así con mis personajes que deben brotar desde lo más íntimo de mi ser" (1).
Jorge Isaac escribió Una ciudad junto al rìo (2), novela que el Gobierno de Entre Rìos declarò, por iniciativa del Consejo General de Educaciòn, de lectura complementaria en las escuelas superiores de la provincia, a partir del sèptimo grado, recomendando su utilizaciòn en la enseñanza.
La obra està dedicada “a los inmigrantes àrabes –sirios y libaneses- y, por natural extensiòn, a españoles, italianos, alemanes, judìos, suizos, rusos, polacos, yugoslavos, y de cuanto otro origen y procedencia màs, que se lanzaron un dìa por los riesgosos caminos del mar a la aventura de ‘hacer la Amèrica’ “.Partiendo de su propia etnia, la mirada de Isaac se vuelve abarcadora, hasta incluir a hombres de diversa procedencia.
La acciòn transcurre durante el año 1925. Cada acontecimiento se detalla prolijamente, ya que estos papeles eran un diario personal. El autor del diario, un joven, cuenta sus andanzas por el puerto, desde donde podìa observar la llegada de los extranjeros: “Los inmigrantes, aunque vengan en el mismo barco, llegan y descienden aquí de manera diferente según sea su origen que nosotros, con sólo mirarlos y hasta a veces sin oírlos, hemos aprendido a determinar con riesgo escaso de equivocarnos”.
“Los italianos –que forman la corriente numérica más importante en este tiempo- lo hacen en grupos compuestos por una o muchas familias que cantan, ríen o gritan tanto como pueden, volcando su entusiasmo contagioso y vital. (...) Los alemanes –que también suelen arribar en grupos familiares- ofrecen un marcado contraste con aquellos. Hablan lo indispensable y se mueven con marcada compostura. Nunca cantan. Las diferencias físicas, se advierten con más claridad en las mujeres y en los niños, rubios y de cutis rosado éstos cuya belleza despierta siempre admiración”.
El viajero de Agartha (3), de Abel Posse, fue distinguida con el Premio Internacional de Novela Novedades y Diana 1988-1989 en México. Transcribimos un resumen de su argumento: “En 1943, cuando el curso de la Segunda Guerra Mundial se vuelve contra Alemania, Hitler ordena a un oficial de su confianza emprender una importante misión secreta. Deberá iniciar un viaje solitario a través de Asia Central con el objetivo de descubrir, en algún lugar oculto de la India o del Tibet, la mítica Agartha, Ciudad de los Poderes. Irá con la falsa identidad de un arqueólogo británico ejecutado por la Gestapo. Esta aventura a través de la geografía exótica se va transformando en un viaje hacia el universo esotérico de las mitologías paganas, en las que el nazismo fundamentó su ‘Teología de la violencia’. Retomando el tema de Los demonios ocultos, esta gran novela de Abel Posse es, en definitiva, una metáfora reveladora del fracaso de la ideología nazi” (4).
En la nota que abre el volumen, Posse se refiere a los nazis y a la forma en que surgió esta novela: “Conocí algunos nazis refugiados en la Argentina de mis años de estudiante. Desde entonces se instaló en mí la pregunta: ¿Qué convicción oculta, inexplicable, llevó a estos hombres a optar por la muerte, el sacrificio sangriento y la autodestrucción individual y nacional? ¿Qué fuerza secreta los hizo saltar del previsible surco de la burguesía alemana y de su encomiable cultura? Sin duda un dios tan sediento de sangre como el dios de los mexicas tuvo que haberlos impulsado. Este texto nació en torno de aquella pregunta. El tema, todavía hoy, ha sido escamoteado con entusiasmo por los autores alemanes, pero está ligado a la esencia del autoritarismo y de la locura de este siglo que expira. Es por lo tanto un tema universal, un tema profundamente americano”.
El protagonista de la novela es Walther Werner, graduado en lenguas orientales y arqueología, teniente coronel de las fuerzas especiales nazis, quien se define como “el mensaje de salvación arrojado al mar enfurecido”. “Soy un SS –afirma-: mi primer mandato es matar o morir matando esa sucia rémora hija de una cultura pestilente y sentimental: la nostalgia, la roñosa humanidad y su engendro bastardo, el mentado ‘humanismo’ “.
Es justamente esa postura ante la vida la que hace que se desvincule del hijo que tuvo con una española, que apareció muerta en Burgos “cuando entraron las fuerzas vencedoras de Franco”. Sin embargo, el pensamiento en el niño aparece con persistencia y motiva la carta que le escribe en Singapur en 1943. “No puedo imaginar ya su rostro –afirma-. Le faltan los años necesarios para comprender el sentido de mis líneas y en especial las causas que me obligaron a abandonarlo”. Aunque quiera convencerse, no es tan indiferente a la paternidad como él desearía: “Tuve el acoso de la imagen, absolutamente imaginaria de mi hijo lejano. Curiosamente, al no conocerlo ni tener fotografías de él, fui creando un ser con facciones casi precisas, hasta con gestos individuales y un cierto tono de voz que no comprendo”.
Recuerda el momento en el que, en Madrid, cortó el débil lazo que lo unía al niño: “Un hijo puede provocar una extraña ternura cuando se lo alza y se oye su risa inocente y feliz. Pero me era indispensable extrañarme de él y de su madre. (...) Como había dicho Bullmann, un SS no tiene familia, ni origen, ni otra consecuencia que el desafío de construir un mundo nuevo. (...) ¿Cómo renunciar a todo y quedarme junto a mi hijo? El mito era ya más fuerte que la realidad”.
Entonces aparecen las referencias a la Argentina, país en el que se cría el pequeño, lejos de su padre: “Es un ser lejano que repite mi sangre. Nada sabe de mí. Crece en una ciudad periférica como al margen de la historia, Buenos Aires. (Estas palabras me suenan a paz, a tierras vacías y aventadas)”. Repite, sin convencerse, los principios que lo privaron de este niño que “Crece en Argentina. En Buenos Aires. Allí crece olvidado el hijo de mi sangre, de mi ‘etapa meramente humana’ (...) Cuesta liberarse de las trampas con las que nos castra el judeocristianismo: vivir cargando a la espalda un gran crimen innominable. La Culpa. Sobrevive en mí ese repudiable otro”.
Pero la moral es más fuerte que el adoctrinamiento, afortunadamente, y lo obliga a imaginar una ciudad de la que poco sabe: “¿Cómo sería esa ciudad de Buenos Aires? Tengo referencias vagas, fotos vistas en un álbum de turismo. Imagino una ciudad de casas bajas, calles muy quietas, con avenidas largas y monótonas como las de ciertos barrios de Londres. Es un pueblo bastardo, pero casi blanco y amigo de Alemania”. Una vez más, el racismo hace su nefasta aparición.
“Albert, Alberto, mi hijo. Ahora corre por esas calles abiertas donde suenan guitarras lejanas. Gute winde, Buenos Aires”. La pena sobrecoge a este hombre aparentemente tan duro, que muere sin ver a su hijo, y lo reencuentra más de treinta años después, cuando Albert –el periodista Alberto Werner Lorca- recibe en París el libro de notas de su padre, circunstancia en la que “Detrás del horror de la historia y de la atrocidad de la ideología, sin embargo, encontró las vibraciones del alma de ese padre al que nunca conoció”.
En Singapur, un hombre imagina la Argentina. En Buenos Aires, un hijo imagina a su padre. Esta es otra de las facetas del exilio, que encuentra en Posse una voz empeñada en evocarlo.
En Barcelona se edita Frontera Sur, del hispano argentino Horacio Vázquez-Rial. “Prostitutas, fantasmas, jugadores, gallos de riña, socialistas primitivos, héroes del trabajo, anarcosindicalistas o músicos que se cruzan en la vida de tres generaciones de emigrantes gallegos, van tejiendo la trama de Frontera Sur y la historia de Buenos Aires, entre 1880 y 1935. Roque Díaz Ouro, que llega viudo y con un hijo a la capital argentina, que se enamora de una prostituta de alto vuelo y que recibe en su carrera ascendente la ayuda del espectro de un compadrito degollado, es protagonista de este relato épico, junto al alemán Hermann Frisch, portador de un bandoneón y de los principios de la organización obrera. Pero también aparecen en él figuras legendarias como Yrigoyen, Durruti o el propio Gardel, que definieron el espíritu de una época y de una ciudad apasionantes” (5).
Acerca del alemán Frisch, escribe Vázquez-Rial: “Todos vieron alejarse al hombre alto y rubio que durante la travesía de Montevideo a Buenos Aires había tocado aires tristes en ese instrumento nuevo, el bandoneón. Ni le mareaba el barco, ni deslucían su aspecto las infames acrobacias del traslado a la costa. Había plantado cara a las autoridades de inmigración, y eludido la barraca en que los más aceptaban asilo provisional. Llevaba sus bienes –prendas escasas, libros, y aún su rara caja de música- atados a una improvisada carretilla: dos varas de madera nudosa clavadas a un travesaño, que iban a dar a los lados del eje de una única rueda”.
El alemán recibe sugerencias acerca del idioma de la nueva tierra: “le adelanto un consejo, gratis, si se piensa quedar a vivir: agárrese al vos, con fuerza, como hizo antes. Si habla de tú, va a ser siempre un extranjero. Eso, si no lo toman por algo peor”.
Hay en la novela referencias a la educación orientada hacia los países de origen. Un personaje dice que a Sarmiento le parecía mal que se abrieran escuelas italianas, o alemanas, o inglesas”. Otro interviene: “”Era lógico que le pareciera mal. (...) No estaba loco. (...) Un Estado. Quería un Estado, con mayúscula. Y eso se hace con la escuela pública. Esto no puede ser eternamente un centón mal cosido. La gente que llegue tiene que adaptarse, recomponerse, mezclarse para formar una raza argentina” (6).
En Secretos de familia (7), de Graciela Beatriz Cabal, “Una abuela que calza trabuco y cruza los ríos a caballo, un abuelo que se desangra por amor, las uñas largas y filosas de la loca de la casa: “En la familia de nosotros –dice la autora– hay secretos terribles. Yo mucho no puedo enterarme, porque soy chica, porque son secretos y porque son terribles’. Con la implacable y feroz lógica de la infancia, y a través de un humor entre corrosivo y tierno, la niña de Secretos de familia va registrando el inquietante mundo que la rodea. Las complejas y entrañables relaciones familiares, los grandes silencios, los suicidios, la muerte y sus rituales se entrelazan con la vida y el paisaje de un barrio del sur de Buenos Aires en un período que empieza en 1940 y culmina, no por azar, en 1952, con la muerte de Evita. Acaso la mayor conquista de este libro autobiográfico haya sido lograr un verdadero desafío lingüístico: el todo exacto para que la escritura no distorsione, opacándola, la voz de la infancia. Una voz obstinada y poco complaciente que parece haber nacido con el mandato de hurgar en la memoria. En la propia y en la ajena. De eso trata, entre otras cosas, la literatura” (8).
En esa obra la autora se refiere a los vecinos alemanes. La pequeña protagonista manifiesta: “A la noche dormimos tranquilos porque el sereno nos cuida. Me gusta escuchar desde la cuna el pito del sereno, sobre todo si mi papá ya volvió a casa. Porque hasta que mi papá no llega yo tengo una cosa en la barriga que me sube y me baja. Me da miedo de que mi papá no vuelva nunca más. Me da miedo de que los alemanes se lo lleven para la guerra. Me da lástima de mi mamá, que llora en la cama grande... (...) Mi papá dice que los alemanes no son el peligro, que el peligro son los chinos, que hay muchísimos y se van a desparramar por el mundo para mandarnos a todos. (...) Doña Lola, que es la madre de mi novio, tiene anteojos azules y un diente negro. Don Oscar, que es el padre de mi novio, es alto y colorado. ‘Porque es alemán’, dice mi mamá. Pero éste no es maldito como los alemanes de Punta Mogotes y los que hacen la guerra: es alemán nomás, y arregla los barcos que se rompen”.
En La matriz del infierno (9), Marcos Aguinis relata: "Rolf había tenido que viajar en tren a la austral Bariloche. (...) El almanaque que colgaba en la vasta cocina del conventillo donde bebió café antes de dirigirse a la estación terminal le recordó que ya era el 11 de febrero de 1930. Don Segismundo, mientras sorbía ruidosamente de su tazón, trató de infundirle ánimo y le aseguró que Bariloche era bellísimo, que encontraría allí los panoramas disfrutados en su infancia, en las vecindades de la Selva Negra. Muchos inmigrantes austríacos, suizos y alemanes la había elegido por su semejanza con la tierra natal".
En 1999 se publica Hotel Edén (10), novela de Luis Guzmán a la que pertenece este párrafo: “En el frente del edificio, el águila imperial había dominado el valle hasta que a comienzos del 45 Argentina declaró la guerra a Alemania. Seguramente todo el pueblo asistió a la demolición del águila, símbolo de un poder que se extinguía en el mundo. Posiblemente también ese mismo día destruyeron la antena de onda corta que estaba en la torre y permitía que se comunicaran clandestinamente con Alemania. (...) Observó el hueco que el águila había dejado y después localizó la fecha borrosa de la fundación del Edén. De inmediato vino a su mente el nombre de los primeros propietarios sobre los que caía, desde tiempos remotos, una leyenda negra”.
Acerca de esta obra, expresó Jorgelina Nuñez: “Hotel Edén es un libro complejo, evasivo en una primera lectura. Una promesa de silencio pesa sobre la relación con Mónica y el pasado del hotel del título -"¿Quién quiere hablar de una pesadilla?", le dirá Ochoa a su segunda mujer-, una construcción que de a poco se va resquebrajando, mostrando sucesivas capas que dejan al descubierto no la verdad de la historia sino su fondo oscuro de catástrofe, de cataclismo interior. De allí que el curso temporal de los acontecimientos es rescatado como de un sueño turbulento, oscilando entre el presente que va en busca de la reconstrucción y el instante pretérito que se sabe perdido”. (...) La narrativa de Luis Gusmán, que desde hace tiempo no duda en llamar las cosas por su nombre, descree de los paraísos; por eso de este Edén no puede esperarse otra cosa que un módico infierno de clase media habitado por fantasmas difíciles de conjurar” (11).
Notas
1. Martínez, Adolfo "En la tierra de Sarquís", en La Nación, 17 de julio de 1996.
2. Isaac, Jorge: Una ciudad junto al río. Buenos Aires, Marymar, 1986.
3. Posse, Abel: El viajero de Agartha. Buenos Aires, Emecé.
4. S/F: en Posse, Abel: El viajero de Agartha. Buenos Aires, Emecé.
5. S/F: en Vázquez Rial, Horacio: Frontera sur. Barcelona, Ediciones B.
6. Vázquez Rial, Horacio: Frontera sur. Barcelona, Ediciones B.
7. Cabal, Graciela Beatriz: Secretos de familia. Buenos Aires, Sudamericana, 2003.
8. S/F: Gacetilla de prensa en www.sudamericanadigital.com.ar.
9. Aguinis, Marcos: La matriz del infierno. Buenos Aires, Sudamericana, 1997.
10. Gusmán, Luis: Hotel Eden. Buenos Aires, Norma, 1999.
11. Núñez, Jorgelina: “Fantasmas del edén”. Buenos Aires, Clarín, 15 de agosto de 1999
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Eduardo L. Holmberg evoca en “La pipa de Hoffmann” a un judío alemán que “Conocía profundamente la historia y la literatura antiguas, las pocas reliquias de la edad media, y era capaz de apreciar los grandes hechos y los grandes hombres de los tiempos modernos y contemporáneos” (1).
Jorge Luis Borges se refiriò a la inmigración alemana en uno de sus cuentos. El lector recordarà con què frase se inicia el cuento titulado “El sur”: “El hombre que desembarcò en Buenos Aires en 1871 se llamaba Johannes Dahlmann y era pastor de la iglesia evangèlica”. Pasados los años, nos enteramos de que este inmigrante dejò descendencia en suelo americano: “en 1939, uno de sus nietos, Juan Dahlmann, era secretario de una biblioteca municipal en la calle Còrdoba y se sentìa hondamente argentino” (2).
Marìa Teresa Gramuglio sostiene que “en ‘El Sur’, relato que Borges ha calificado de autobiogràfico, ‘al menos en sus primeras pàginas’, otra oposiciòn, la de lo criollo y lo europeo, se condensa en el protagonista, Juan Dahlmann, descendiente de un pastor alemàn y de un coronel argentino. En el nivel màs visible –agrega-, los datos ‘autobiogràficos’ se multiplican: Dahlmann trabaja en una biblioteca, sufre un accidente similar al sufrido por Borges en 1938, conserva unos vagos campos que no visita. (...) En un nivel menos visible, la dicotomìa entre lo criollo y lo europeo define una elecciòn que se resuelve en el relato (ir al sur, aceptar el duelo) y que a la vez lo resuelve con la muerte” (3).
Al igual que el escritor, Juan Dahlmann siente correr por sus venas sangre de dos tierras: “Su abuelo materno habìa sido aquel Francisco Flores, del 2 de infanterìa de lìnea, que muriò en la frontera de Buenos Aires, lanceado por indios de Catriel”. Elige una de estas ascendencias, por un motivo que arriesga el cuentista: “en la discordia de sus dos linajes, Juan Dahlmann (tal vez a impulso de la sangre germànica) eligiò el de ese antepasado romàntico, o de muerte romàntica”. Esa elecciòn marca su personalidad: “Un estuche con el daguerrotipo de un hombre inexpresivo y barbado, una vieja espada, la dicha y el coraje de ciertas mùsicas, el hàbito de estrofas del Martìn Fierro. (...) Esta elecciòn sella su destino: morir, o soñar que muere, en el Sur, en un duelo a cuchillo. ‘Sintiò que morir en una pelea a cuchillo, a cielo abierto, hubiera sido una liberaciòn para èl, una felicidad y una fiesta... Sintiò que si èl, entonces, hubiera podido elegir o soñar su muerte, èsta es la muerte que hubiera elegido o soñado’ “.
En “La tos” Ezequiel Martínez Estrada presenta a Rauch, un descendiente de alemanes, quien recibe la visita de un “empresario de reducciones orgánicas”. El visitante manifiesta ser alemán y dice a su interlocutor: “Supongo que usted también es de ascendencia alemana. –Rauch asintió con la cabeza-. Nos entenderemos mejor entonces; lo espero. Hablaremos un lenguaje de caballeros” (4).
Juan José Hernández relata, en “El inocente”, que ha desaparecido un gato. “Poco tiempo después Julia y yo lo descubrimos muerto en la quinta del alemán. Ocultamos nuestro hallazgo. Nos habían prohibido subir a la pared del fondo que daba a la quinta, pero a menudo desafiábamos el peligro para robar naranjas. Nunca saltábamos la tapia; hacerlo hubiera sido correr la misma suerte del gato. Provistos de un palo de escoba en cuyo extremo habíamos dispuesto un alambre en forma de gancho, cortábamos de un violento tirón las naranjas de los árboles cercanos. Abajo, los perros guardianes de la quinta ladraban, echaban espuma por la boca, mostraban los dientes, gemían de furia y de impotencia. El alemán, un ingeniero agrónomo que vivía en el centro de la ciudad, sólo les daba de comer una vez por semana para volverlos más feroces” (5).
En "Bajo la luna, sobre la tierra, bajo la noche", el autor presenta a una pareja de gringos. El marido habla alemán, y la esposa, "su media lengua" (6).
El protagonista de “Esperanza”, de Santiago Korovsky, “Con la gente del conventillo se había ido encariñando, había cinco polacos, una pareja de gallegos, una pareja de judíos con un hijo, tres italianos y dos alemanes. Era gente humilde, cariñosa, generosa y solidaria. Algunos habían probado suerte como él, pero, también, habían perdido” (7).
Magdalena Ruiz Guiñazú evoca, en “El sortilegio”, la relación entre una pareja de alemanes y la novia del hijo: “Digamos que aquellos germanos, los Sachs, mostraron sólo una educada indiferencia. ¿Qué podía importarles aquella criolla rioplatense, exuberante, alegre y pobre, que ni siquiera sabía hablar el alemán? Sin embargo, guardaron las apariencias con formalidad. Se cumplirían las reglas y sus amistades sólo percibirían que aquella no era la nuera esperada, pero que la vida es tal como es y que las personas inteligentes saben adaptarse a cualquier circunstancia” (8).
En “El hombre frío”, Horacio Vázquez-Rial presenta a un descendiente de alemanes: “Ese rubiecito flaco, que seguramente vivía en el barrio, aunque nadie sabía exactamente dónde, daba para todo: para una madre represiva, posesiva, castradora, que no le permitía tener una novia como todo el mundo, o para un padre violento, de tradición prusiana”.
En “Tablero desierto”, de Héctor Alvarez Castillo, un alemán contrae enlace en la nueva tierra. Relata el protagonista: “La historia familiar que alcancé a conocer es sencilla. Si soy sincero debo confesar que a ella la vi más de un par de veces. Mi amigo descendía de alemanes. Su padre llegó a Buenos Aires durante el segundo gobierno de Irigoyen en un barco que lo trajo de África, de un continente que no era su país, a otro más alejado aún del mundo en el que se había criado. Provenía de una ciudad cercana a Berlín. En ella había logrado un título de ingeniero que lo conectó dentro de la comunidad germana ya instalada en el Río de la Plata y, en una de las reuniones a las que con frecuencia era invitado, la esposa del hombre con quien comenzara a trabajar le presentó a Eloisa. Una joven delgada que vio a su primer hombre en esa velada con el pudor y la ambición en tornadizo vaivén” (9).
Notas
1. Holmberg, Eduardo L.: Cuentos fantásticos. Buenos Aires, Hachette, 1957.
2. Borges, Jorge Luis: “El sur”, en Ficciones. Buenos Aires, Sur, 1944.
3. Gramuglio, Marìa Teresa: “Jorge Luis Borges”, en Historia de la Literatura Argentina. Buenos Aires, CEAL, 1980.
4. Martínez Estrada, Ezequiel: “La tos”, en Arlt, Roberto, Borges, J.L. y otros: El cuento argentino. 1930-1959***. Buenos Aires, CEAL, 1981.
5. Hernández, Juan José: “El inocente”, en Hernández, Juan José; Tizón, H., Blaisten, I. y otros: El cuento argentino 1959-1970** antología. Buenos Aires, CEAL, 1981.
6. Angelino, Diego: "Bajo la luna, sobre la tierra, bajo la noche", en Con otro sol, Corregidor, 1993, volumen que acompaña las ediciones de Diario Popular (Buenos Aires), El Día (La Plata) y Democracia (Junín).
7. Korovsky, Santiago: “Esperanza”, en Aequalis.
8. Ruiz Guiñazú, Magdalena: “El sortilegio”, en La Nación, 20 de diciembre de 1998.
9. Alvarez Castillo, Héctor: “Tablero desierto”, del libro de cuentos inédito "En la noche".
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José Pedroni se refiere, en el poema “Peter y Anna”, a “los fundadores de Esperanza. Naturales de Hintertiefenbach (Alemania). Peter murió de pena a los catorce días de su llegada”. Su mujer no tiene dónde enterrarlo: “No hay una caja para Peter Zimmermann/ muerto en la madrugada./ -‘Los ataúdes de Hintertiefenbach/ eran de pino y haya’-./ Anna Elisabeth Leiser/ está vaciando el arca./ Sin hablar, sus tres hijos/ míranla arrodillada./ Por el suelo la ropa, los retratos,/ la Biblia deshojada” (1).
En su poema “En el día de la recolección de los frutos”, Alfredo Bufano dice “Salud!” “también a vosotros, hombres de la vieja Alemania” (2).
Notas
1 Pedroni, José: Hacecillo de Elena.. Santa Fe, Colmegna, 1987.
2 Bufano, Alfredo: “En el día de la recolección de los frutos”, en Para todos los hombres del mundo que quieran habitar el suelo argentino. Buenos Aires, Clarín.
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La urbe no consigue absorber del todo el aluvión tumultoso que avanza desde el puerto –afirma Luis Ordaz-, y si bien el inmigrante se va incorporando al medio que habita e integra. Éste (el medio) se conforma, asimismo, con dicha participación e incidencia. El inmigrante se adapta o no, pero, a la vez, impone un nuevo sentido a las cosas y hasta las nombra y condimenta con vocablos y giros que componen una nueva jerga de frontera. Italianos y españoles, particularmente, pero también ‘turcos’, polacos, ‘rusos’ (judíos de variadas procedencias), animan una población pintoresca por el enfrentamiento, habitualmente apacible y sin prejuicios de ninguna índole, de todas las nacionalidades, razas y credos. Todo esto resalta, de manera natural, en el ‘sainete porteño’ “ (1).
“En Mustafá, sainete que Armando Discépolo y Rafael José De Rosa escriben en colaboración, y estrenan en 1921, don Gaetano (tano típico del género) se entusiasma ante la fusión, la ‘mescolanza’, que se logra en las bulliciosas casas de vecindad porteñas” (2). Conversando con el turco que da nombre a la obra acerca del casamiento del hijo del primero con la hija del segundo. Destaca el clima amistoso del conventillo: “E lo lindo ese que en medio de esto batifondo nel conventillo todo ese armonía, todo se entiéndano: ruso co japonese; francese con tedesco; italiano co africano; gallego co marrueco. ¿A qué parte del mondo se entiéndono como acá: catalane co españole, andaluce co madrileño, napoletano co genovese, romañolo co calabrese? A nenguna parte. Este e no paraíso. Ese ne jauja. ¡Ne queremo todo!” (3).
A criterio de Ordaz, “Don Gaetano se refiere, efusivo, a una parte verdadera e importante del conventillo, mientras la otra parte, que sirve para completar la visión, queda soslayada: ¿quiénes habitan las enormes casonas, cómo se vive en un conventillo?” (4).
Andrea Bauab es la autora de Desde la cuna (5), obra en la que muestra algunas de las posturas posibles con respecto a la religión, la tradición, y el respeto por los ideales de la comunidad. Varios personajes encarnan esos puntos de vista, que los llevarán a plantear aspectos de una situación acerca de la cual todos ellos tienen algo valioso para decir.
En esa misma obra, un personaje se refiere a algunos exiliados: “lo que yo no entiendo es qué es lo que motiva a una mujer como vos, que vivió tantos años en Israel, que estudió aquí y sabe lo que es sentirse judío en el país de los judíos, qué la motiva a instalarse en uno de los más famosos nidos-refugios de nazis que existen, y a vivir rodeada por sus descendientes, y a elegir que tus hijos crezcan rodeados por los hijos de los nazis”.
Notas
1. Ordaz, Luis: “Armando Discépolo o el ‘grotesco criollo’ “, en Historia de la Literatura Argentina. Buenos Aires, CEAL, 1980.
2. Ordaz, Luis: ibídem
3. Discépolo, Armando y De Rosa, Rafael: Mustafá. Citado por Páez, Jorge en El conventillo. Buenos Aires, CEAL, 1970.
4. Ordaz, Luis: op. cit.
5. Bauab, Andrea: Desde la cuna, en Cuatro Obras de Teatro Judío Moderno. Buenos Aires, Milá, 2005. 160 pp.
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“En La Patagonia rebelde (1974), Héctor Olivera dramatiza las huelgas de los trabajadores anarquistas, en el sur de la Argentina, durante 1920 y 1921, según la investigación realizada por Osvaldo Bayer en Los vengadores de la Patagonia trágica. Rodada en momentos de gran tensión política, intenta una lectura aleccionadora de la historia. Para eso, el film se constituye en un vasto flash back, que protagonizan los cabecillas Soto, Facón Grande y el alemán Schultze, seguido de la secuencia que marca el presente de la narración, con la muerte del teniente coronel Zabala (Varela, en la realidad). Completando este juego de tiempos, sobre el final, un plano detalle de la mirada desconcertada del militar, mientras le hacen oír una canción en inglés, envía al espectador a una reflexión sobre el futuro. La crítica especializada destacó la esmerada dirección del elenco, encabezado por Héctor Alterio (Zavala), Federico Luppi, Luis Brandoni, Pepe Soriano, Osvaldo Terranova, Pedro Aleandro, José María Gutiérrez, entre otros. Obtuvo el Oso de Plata en el Festival de Berlín, mientras la exhibición local fue demorada dos meses en espera de la calificación del Instituto Nacional de Cinematografía. Cuatro meses después del estreno fue levantada de las pantallas por amenazas de grupos violentos, en el país. Las crudas imágenes de este film emblemático, lamentablemente premonitorias, son el ejemplo de un cine histórico en el que no se niega el compromiso del realizador, expuesto en el punto de vista desde donde se cuentan los sucesos” (1).
“En el cine de Héctor Olivera (La Patagonia rebelde, 1974) y de Ricardo Wullicher (Quebracho, 1974), la estructura épica se aprisiona en una heroicidad social y adopta la forma de un sujeto político y combativo. Desde la dialéctica historia pasada-tiempo presente se interpela el accionar ideológico del espectador. Ambos buscan su referente en los actos autoritarios de la historia argentina” (2).
En abril de 1998, anuncia una noticia de la agencia Télam: “La novela de Horacio Vázquez Rial, ‘Frontera sur’, finalmente fue elegida –después de cantidad de lecturas- por el cineasta español Gerardo Herrero para dar vida a una historia de inmigrantes. ‘La filmación se hará enteramente en la Argentina; hay muchas locaciones en Luján, donde el 27 de este mes empieza el rodaje, que durará ocho semanas’, confirmó el autor de ‘El soldado de porcelana’ a Télam. Entre los actores contratados figuran Federico Luppi, el alemán Peter Lomaier (conocido por su trabajo en ‘El enigma de Kaspar Hauser’, de Werner Herzog) y Maribel Verdú en los papeles principales. ‘Pero habrá varias sorpresas más’, dice el escritor, que prefiere no hacer adelantos. También dice que el guión de ‘Frontera...’ le pertenece: ‘Es una experiencia muy enriquecedora e intensa. Y es curioso, porque el director tiene un respeto por la novela mucho mayor que el autor’. ‘Me traiciona cada tres líneas, pero el resultado me gusta. Y, aunque no participo en el proceso (de producción, filmación, montaje, etc.), no iría nunca en plan Javier Marías quejándome porque me cambiaron la novela’, agrega. ‘Es un trabajo de ida y vuelta. Yo despojé la novela. Gerardo la devolvió. Después hicimos un trabajo de poda. En fin, agregamos cosas por indicación de los actores. El cine, en ese sentido, no tiene nada que ver con la literatura: es un trabajo en común’, dijo el escritor” (3).
En Saladillo "terminó el rodaje de El ultimo mandado, largometraje de Fabio Junco (36) y Juli Midú (31), protagonizado por Ellen Wolf, ganadora del premio Trinidad Guevara, que otorga el gobierno de la ciudad de Buenos Aires, como mejor actuación femenina de reparto, por su trabajo en La omisión de la familia Coleman, de Claudio Tocachir, y por el joven vecino saladillense Lucas Midú, hermano de uno de los cineastas. (...) 'Soy judía y hago de nazi, ¿qué le parece?, confesó la veterana actriz (su apellido de soltera es Rottemberg) hace dos meses, al iniciar el rodaje de este lagometraje de bajo presupuesto con locaciones en Saladillo y en Buenos Aires. (...) Según Junco y Midú, la película aborda una realidad argentina todavía inexplorada en la ficción: la de los pueblos del interior que sirvieron como refugio para numerosos personajes vinculados con el régimen nazi" (4).
Notas
1 Kriger, Clara: “La Patagonia rebelde”, en Cien años de cine. Buenos Aires, La Nación Revista, Tomo II.
2 Manetti, Ricardo: “El cine de la digresión”, en Cien años de cine. Buenos Aires, La Nación Revista, Tomo II.
3 S/F: “ ‘Frontera sur’ llega a la pantalla grande”, en El Tiempo, Azul, 12 de abril de 1998.
4 Minghetti, Claudio D.: "Saladillo ya es un pueblo de película", en La Nación, Buenos Aires, 10 de septiembre de 2006.
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Así se recuerda a la inmigración alemana que llegó a la Argentina. A lo largo del siglo al que nos referimos, distintos fueron los motivos que impulsaron a los alemanes a dejar su tierra, y distinta también, la forma en que se integraron al país que los recibió.
Octubre de 2006
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