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Indice

 

1. Introducción
2. Personalidades
3. Novelas
4. Cuentos
5. Notas

En esta monografía me refiero a algunos de los inmigrantes belgas que llegaron a la Argentina entre 1850 y 1950 y se destacaron en diversos ámbitos; transcribo testimonios sobre Julio Steverlynck y la Algodonera Flandria, y la biografía de Polidoro Segers, el primer médico en Tierra del Fuego. Me ocupo de las novelas De aquí hasta el alba, de Eugenio Juan Zappietro y Virgen de Gabriel Báñez, y del cuento “Van Houten”, de Horacio Quiroga, en los que aparecen personajes inmigrantes de origen belga.

Introducción

"Los belgas se radicaron en la Colonia San Carlos (de Santa Fe), en la Colonia Urquiza (de Entre Ríos) y una gran cantidad de pueblos y colonias, en donde se fusionaron con otras corrientes de inmigración” (1).
Cien lecturas se titula el libro destinado a alumnos de quinto grado, que pubicó la Editorial Guillermo Kraft Limitada. Son sus autores José Mazzanti e I. Mario Flores. La lectura n° 41 de esas cien, es “Los inmigrantes”. Transcribo un fragmento de la misma: “¿Quiénes son los que se han atrevido a desafiar así las penurias de la travesía, abandonando su hogar y su patria? Son los inmigrantes. A medida que van desembarcando, les oímos hablar veinte idiomas distintos. Ved aquel italiano, que baja, de amplio pantalón de pana y raro sombrero; aquel español, de chaqueta corta y ajustada; aquel alemán, rubio y mofletudo... Y desfilan así, con sus trajes y rasgos característicos, rusos, franceses, turcos, belgas... ciudadanos de todos los países que vienen en procura del pan y del bienestar que ofrece nuestro pródigo suelo a todos los hombres de buena voluntad que deseen habitarlo” (2).

Personalidades

De ese origen fueron destacadas personalidades de nuestra historia:

El militar y periodista Alfredo M. Du Gratry nació en 1827; falleció en su tierra natal en 1891. “Llegó al país en 1850. Opositor a Juan M. De Rosas, se exilió en Montevideo. En 1852 combatió en Caseros. Diputado por Entre Ríos (1853), ejerció la dirección del Museo Nacional fundado por la Confederación Argentina en Paraná en 1854. Dirigió el diario El Nacional Argentino. Electo diputado por Tucumán (1858), su diploma fue impugnado por ‘no tener cuatro años de ciudadano en ejercicio’. En 1862 regresó a su país natal. Es autor de La Confederación Argentina (1850) y La República del Paraguay (1862)” (3).

El belga Carlos de Mot fue el responsable de la segunda colonización de Sunchales, provincia de Santa Fe. Roxana Lusso lo evoca en un trabajo que transcribo parcialmente, en el que afirma:
“El gobernador de Santa Fe, Mariano Cabal, con su obra de gobernar poblando, buscó a hombres de empresa para llevar a cabo sus proyectos, entre ellos estaba Carlos de la Mot o de Mot, de nacionalidad belga, de origen noble, a quien le encargaron la colonización de Los Sunchales. De Mot concibió la empresa de traer agricultores de Europa y afincarlos alrededor del Fuerte, en las mismas tierras de la colonización anterior”.
“El 18 de mayo de 1868, se firmó el contrato de colonización con Carlos de Mot, y el 16 de julio de ese año se estableció la segunda colonización de Los Sunchales”.
“Después de firmado el contrato con el gobierno de la provincia de Santa Fe, Carlos de Mot se trasladó a Europa a buscar las familias de agricultores. Después de un año, apareció con los primeros colonos, italianos, franceses, suizos, ingleses, españoles, alemanes y algunos belgas”.
“El gobierno, como primera medida para gobernar a esos inmigrantes, designó un Juez de Paz, Fermín Sosa.”
“Sin embargo, Carlos de Mot, como organizador técnico de la colonia, se preocupó más de los detalles que de las principales necesidades de la colonia. Se sintió el nuevo colonizador, dueño de casi un país, convirtiéndose en un noble señor, con súbditos que trabajarían para él. Pidió que se le trazaran los planos de un palacio, para que todo se pareciera a un castillo feudal”.
“En el pueblo, alrededor del fuerte, enclavado en el centro de la plaza, se habían levantado unos 178 ranchos para los colonos y los obreros; en las concesiones, unos 18 ranchos; o sea que la mayor parte de la gente vivía en el pueblo, dedicada a la huerta, al comercio o artesanías. Había poco entusiasmo agrícola”.
“Todo lo plantado y edificado en esta segunda colonización de Los Sunchales, hacía suponer un emporio de riqueza y una fuente de producción extraordinaria. Pero al frente de la administración estaba De Mot, que iba poco a Los Sunchales y en su lugar había dejado al Dr. Flabet a quien, ajeno a todo cuanto se relacionara con la agricultura, cualquier rendimiento le parecía extraordinario”.
“Diversos factores influyeron para que, en Los Sunchales, la gente no se pusiera de acuerdo, prevaleciendo los factores étnicos, los idiomas, las costumbres y la falta de leyes adecuadas que rigieran la vida colonial, teniendo dificultades en las transacciones comerciales por la variedad de medidas de peso, superficie y valores. Todo esto sumado a la inexperiencia de De Mot, no podía dar los resultados que se esperaban”.
“El Juez de Paz, quien veía toda esa confusión entre los colonos, consideró que solamente la instrucción pública podía organizar la vida de esa gente. Para ello habló con un poblador, Eugenio Meert, interesándolo en la apertura de una escuela. Logró el apoyo oficial del gobierno y consiguió abrir la escuela, nombrándose preceptor a Eugenio Meert en 1871”.
“Una escuela en una colonia constituía una novedad y un gran progreso. Funcionó todo el año 1871 y parte de 1872, ya que en marzo de ese año se produjo el éxodo de la colonia”.
“No había sacerdotes, ya que se había destruido el templo para construir sobre sus cimientos el palacio de De Mot”.
“Las fiestas de mayor solemnidad las constituían las patronales, que no se celebraban en Los Sunchales, por no tener patrono para venerar, pero la gente iba a los pueblos vecinos”.
“Hacia 1870, en la colonia, las cosas no andaban muy bien. De Mot estaba necesitado de dinero, por haberlo gastado excesivamente y no podía cumplir con el contrato, por lo que solicitó una prórroga de sus obligaciones”.
“Las cosechas de 1871-1872 no habían rendido como se esperaba. El disgusto con la administración era general, porque se sufría escasez de todo, reinaba la miseria y las privaciones”.
“La desorganización con que se había iniciado la empresa produjo sus frutos: algunas familias alemanas emigraron a Grutly hacia 1872, otras a Cavour, los italianos a San Carlos y Pilar y los franceses y alemanes a Humboldt”.
“Sin embargo, no todos los colonos abandonaron sus chacras y el pueblo”.
“El Fuerte iba desmoronándose, pero no estaba vencido. Los indios ya no eran una amenaza y nuevas colonias fueron surgiendo. En esta vorágine colonizadora, Los Sunchales no podía sucumbir, y de sus ruinas surgió otro pueblo, más pujante que nunca: la actual ciudad de Sunchales” (4).

Foto

 

El arquitecto Jules Dormal nació en 1846. Arribó a la Argentina en 1868, “para trabajar en el alzamiento de unos frigoríficos en la provincia de Entre Ríos, tras lo cual en 1870 se afincó en la ciudad de Buenos Aires. Fue autor de la Casa de Gobierno de La Plata (un señorial edificio con preponderancia estilística ligada al renacimiento francés), diseñó el trazado del Parque Tres de Febrero (los Bosques de Palermo) y fue responsable del Monumento a San Martín que se encuentra en la Catedral de Buenos Aires. Estuvo también involucrado en el proyecto del Palacio Pereda (hoy Embajada del Brasil) y dirigió los trabajos finales del Congreso de la Nación, tras la muerte de su autor Víctor Meano en 1904, sin modificar sus planos. Además llevó a cabo la construcción del lamentablemente demolido Palacio de Inés Ortiz Basualdo de Peña, ubicado en Arenales y Maipú, de la Residencia Julio Peña –hoy sede de la Sociedad Rural Argentina, en Florida entre Corrientes y Lavalle- y de otras obras de menor envergadura, con lo que ya podemos asegurar la importancia de la trayectoria e impronta que el autor dejó en nuestro país”.
Fue “autor de innumerables obras en el país pero particularmente reconocido por su participación en la construcción del Teatro Colón. Fue el último de los tres arquitectos que intervino en su edificación y lo hizo principalmente en los interiores, donde puso en evidencia toda su generosidad artística y su influencia estilística borbónica” (5).

En "El Padrecito Félix", escribe Roberto E. Landaburu:
"Estaba la duda sobre el origen del padre Gomond, si seria belga, o francés. Reiteradamente se lo ha reputado como belga, y creo a la luz de esta investigación, que es correcto. Tengo información de que este párroco habrìa venido por influencia de los capitales belgas, que se encontraban en la zona, principalmente en la estancia San Mauricio --actual La Barrancosa - zona de Maria Teresa, que pertenecía a la firma “Inmobiliere Argentine” con sede en Verviers, Bèlgica.
Por ello, y por lo que a continuación se narrara, estimamos que efectivamente, el padre Félix Gomond, era belga, vino gracias a la influencia de dicha firma, y enviado por la diócesis de Bélgica. Esto, además se ve corroborado por la familia Dimmer, quien expresa que era de ese origen, y el destino, al hacerse cargo de la capilla de Venado Tuerto, fue precisamente la estancia San Mauricio, que pertenecía a sus compatriotas.
Posteriormente, y producido el fallecimiento del padre Félix, se d.C. cuenta por referencias dadas al cura reemplazante, de que la madre y hermanas del benemérito párroco, residirían en Normanda...
Descendientes de Guillermo Dimmer, que estuvo muchos años como administrador de San Mauricio, dicen que el padre Gomond, antes de estar radicado en esta ciudad, se hospedaba en dicha estancia y venia los fines de semana en sulky a dar misa al pueblo de Venado Tuerto. Recorría la colonia y los feligreses, tanto en sulky como a caballo, y llegado a la Iglesia, ataba los mismos a un árbol de la plaza...
(...)
La primitiva capilla - donada por el pionero Dn. Eduardo Casey - fue cada vez mas estrecha para los asistentes, y el padre Félix se deshacía el cerebro, pensando donde colocar a sus feligreses, que muchos domingos hacían cola hasta en la calle....Primero se pensó en ensancharla; pero por ultimo, se tomo la resolución de edificar un nuevo templo. Después de innumerables contratiempos y dificultades a vencer, triunfo el padre Félix, y pudo inaugurar la nueva iglesia el 15 de agosto de 1899.
Es evidente de que el “padrecito Félix”, debe haber tenido notorias dificultades para la edificación de la nueva capilla, y ello se ve expresado en las escuetas notas informativas a la superioridad, donde en forma lacónica y propia de hombre práctico, da cuenta de la obra.
(...)
Los ladrillos con los que se construyo el nuevo templo, fueron fabricados por el vasco Francisco Echevarrìa, en su chacra ubicada camino al cementerio.
(...)
Un pionero colonizador que también colaboro estrechamente con el padre Gomond, para la construcción de la Iglesia, fue el irlandés Patricio Maxwell, padre de quien fuera el recordado cura José P.Maxwell.
(...)
La atención de la grey católica demandaba un esfuerzo tremendo al padre Félix, ya que debía recorrer una extensa área, mayormente rural, y comprendía a colonias ya asentadas en los alrededores.
(...)
El fallecimiento del padre Gomond, se produjo el dìa 5 de octubre de 1901, y como dice su acta de defunciòn, la causa habrìa sido “pulmonìa”, cuando tenia solo 50 años de edad, habiéndose constatado que el Dr. Correa Llobet fue su medico en tan dolorosa circunstancias. Huhn dice, que conforme a su última voluntad, se le dio sepultura en la iglesia delante del pulpito.
(...)
Hay dos anécdotas recogidas del padre Félix, que lo ubican en la posición de un verdadero cura gaucho, al estilo del cura Brochero.
La primera esta en el reciente libro de Cayetano Silva, escrito por el propio hijo del maestro y por su neto, y donde se hace mención al padre Félix, de esta manera:
“..Ya hemos dicho que Cayetano Silva no era católico militante, puesto que sus creencias filosofas religiosas estaban en la teosofía - masón -...Entre sus buenos amigos, figuraba el cura párroco del pueblo el padre Félix, con quien mantenía frecuentes controversias; ambos se estimaban sinceramente, y fue precisamente el padre Feliz, quien hizo que bautizara a sus hijos. Este cura era una especie de reproducción del cura Brochero, el cura gaucho de Córdoba. El recorría a caballo o en sulky las chacras vecinas para reclamar a los colonos llevaran sus chicos para bautizarlos. Cuando algún chacarero pobre aducía su falta de medios para pagar los derechos eclesiásticos, el padre Félix insistía hasta que lograba ver el domingo siguiente, al colono con su hijito ante la pila bautismal. Entonces no solo no cobraba derecho alguno, sino que en la fajita del niño depositaba un billetito de cinco pesos como regalo. Silva que mas de una vez presencio esto, le preguntaba como se las componía para desenvolverse, con una parroquia que apenas daba para la subsistencia, y el padre Félix, con una sonrisa bonachona explicaba: “ Yo no pierdo nada, lo que doy a esta pobre gente se lo saco luego a los que tienen de sobra”. Este relato lo hemos escuchado reiteradas veces de labios del propio maestro....” (Vida y Obra de Cayetano A.Silva’ Edic. Dunken -Bs.As.1997), pag. 65.
Otro relato es el que pertenece a Roberto Ledesma, recogido de Eduvigis Zabala, cuando fue entrevistada en el año 1971, y contaba 99 años de edad. En este hermoso recuerdo que Ledesma publicara en La Siembra Feliz, doña Eduvigis narra su vida cuando siendo una niña se vino desde Cortaderas, provincia de San Luis, con sus padres a los “pagos del Hinojo”, como también se le denominaba en el paisanaje, al Venado Tuerto. Luego de unas rémoras, y refiriendo al padre Gomond, dice:”...el padrecito Félix, como lo llamaban, solía vérselo pasar todos los días con su caballo ruano,que al decir de dona Eduvigis,debe haber tenido algo de santo también,porque su dueño,en el afán de predicar la fe se olvidaba, la mayoría de la veces de darle su ración...” ( Ref. La Siembra Feliz - Roberto Ldesma, pag. 55.)
La narradora le ha contado a Roberto Ledesma, que el padre Félix, iba casa por casa predicando la fe, convenciendo con su sonrisa y su palabra sencilla, tomando mate en cuando lugar se le ofrecía. Recordaba como muy sentidos, los responsos que oficiaba cuando fallecía algún vecino, dedicándose a reconfortar afectuosamente a los deudos. Era muy criollo en su trato...
Enterado de este trabajo, mi amigo Roberto Ledesma, me informa que también le dio detalles del padre Félix, don Mariano López, el ultimo cochero que tuvo Venado Tuerto, nacido prácticamente con la fundación de la ciudad, y muerto hace ya unos años...Según parece, Marianito López, cuando niño, se la pasaba haciendo travesuras en lo que ahora es la Plaza San Martín, cazando pájaros y matando ranas contra el jagüel que allí había. Cuando llegaba el cura Félix, ataba los “matungos” en la plaza, y con rebenque en mano “arriaba” a Marianito para el templo, y de esa forma aplacaba sus travesuras conminándolo a ayudarlo en las “cosas de la fe”. Axial fue su monaguillo durante muchos años.
Ya anciano, don Mariano López, recordaba al padre Félix con lágrimas en los ojos...!.
La familia Pacheco, me ha contado, por comentarios de sus antepasados, que el padre Feliz, se lo veía trabajar su chacra de calle Santa Fe, con la azada en la mano y las sotanas arremangadas, a pleno sol y calor, y decía, a quien le sugería que se las quitara. -
-¡No! _ Estas - por las sotanas - cuando te la pones no te podes sacar mas....!
En otro testimonio, Susana Rooney, cuya madre era Maxwell, nieta de don Patricio Maxwell, me ha contado que sus ancestros sabían comentar que el padre Feliz, andaba siempre a caballo, y que en los tientos llevaba siempre atada una pavita y una sartén, con ellos en cualquier lugar se tomaba unos mates o se comía algunos huevos. Y doña Brígida Downes, me relata que Gomond sabía parar de su abuelo el irlandés John Downes, en sus recorridas por el campo, donde descansaba y le prestaban algún caballo para seguir viaje.
El padre Félix era infaltable en los velorios de cualquier criollo, donde se dedicaba a los rezos del caso, y principalmente a consolar a los deudos.
Es todo lo que he conseguido reunir del “Padrecito Félix”, a quien los venadenses le deben la construcción de la Iglesia, en aquellos lejanos y difíciles años del 1890 y tanto...
Un hombre bueno, un predicador incansable, un señorito belga que vino a morir criollo en la pampa santafesina, en Venado Tuerto, y seguramente desde allá, desde arriba, estará mirando a su pueblo, a su Iglesia... " (6).

Polidoro Segers, el primer médico en Tierra del Fuego, nació en Gante en 1852; falleció en la Argentina en 1917.
En “Polidoro Segers, el primer médico de Tierra del Fuego”, Raúl Agustín Entraigas escribe la biografía del belga que llegó a la Argentina en el siglo XIX. Transcribo ese trabajo:
“¡Qué hombre extraordinario fue don Polidoro A. Segers! Nació el 7 de mayo de 1852 en Gante, Bélgica. Era oriundo de una noble familia flamenca, los condes de Van Laer. Su abuelo, Adrián Segers, fue uno de los que se jugaron por la independencia de Bélgica. Estuvo a punto de ser quemado vivo por los enemigos, lo que le valió las medallas de la Legión de Honor y la de la Orden de Leopoldo”.
“Cuando, después del 70, en Buenos Aires se respiraba paz y se vivía de Ia abundancia que proporcionaban nuestros campos ubérrimos (era nuestra era augustana...) los argentinos pensamos en la buena música. Y nuestros abuelos tendieron la vista hacia París. Solicitaron un cuarteto clásico. Y vino. Tocaba el piano un joven de veintidós años, de buena presencia, cabello rubio, ojos celestes, mirada penetrante, frente amplia y además cordial: era Polidoro A Segers”.
“El director del conservatorio a quien se había pedido el cuarteto, puso los ojos en él, lo invitó y Polidoro aceptó. En Buenos Aires fue maestro de música y canto. Las jóvenes más distinguidas de nuestra sociedad aprendieron de él a interpretar a Liszt, a Beethoven y a Chopin. Pero no lo sedujeron. El había dado palabra a una joven parisina, María Craemers, la hizo venir y el 20 de febrero de 1875 se desposaron en la iglesia de San Ignacio”.
“Y era feliz. Ganaba dinero. Era querido por cuantos lo trataban. Pero a su espíritu inquieto esto no le bastaba. Se empeñó en estudiar medicina. Junto con el doctor Gutiérrez, Ramaugé y Milone estudiaban de noche la ciencia de Hipócrates. De día, trabajo; de noche estudio hasta caldearse los cascos”.
“Segers tenía ya treinta y cuatro años. Cuando se trató de dar examen, se encontró con que necesitaba título habilitante para ingresar en la Facultad... ¿Qué hará? ¿Plantará todo? ¡Qué esperanza! Esperará. El tiempo y el ingenio le darían medios para llegar. Entre tanto se le cruzó una oportunidad magnífica para conocer Tierra del Fuego”.
“Iba don Ramón Lista a explorar aquellas regiones y a sentar definitivamente nuestra soberanía sobre ellas. Necesitaba un médico. Ningún profesional criollo quiso arriesgarse en esa "patriada". El poeta Olegario V. Andrade, padre político de Lista, lo exhortó e embarcarse y Segers no se hizo de rogar...”.
“Con los conocimientos científicos que poseía no le pareció imposible ser "cirujano de segunda" en la expedición... Y en noviembre de 1886 lo tenemos sobre el Villarino rumbo a Tierra del Fuego”.
“Como capellán iba el padre José Fagnano, salesiano. Se hicieron grandes amigos. Cuando pisaron tierra firme en San Sebastián, y los 25 hombres de Lista y del capitán Marzano hicieron fuego sobre los onas, dejando sobre la virgen tierra fueguina veintiocho cadáveres, el sacerdote y el médico se levantaron, coléricos, en.nombre de la justicia y de la humanidad”.
“En su interesante obrita ‘Hábitos y costumbres de los Onas’ describe don Polidoro la impresionante muerte de un joven de dieciocho años, atrincherado en una roca, con sólo su arco... Recibió veintiocho balazos, sin contar el tiro de gracia. Su perro estuvo llorando toda la noche al lado del heroico ona. Cuando a la mañana siguiente fueron el capellán y el médico para enterrar el cadáver del mancebo, vieron un espectáculo macabro: el perro se había comido todo lo que pudo de su amo, como para que esos despojos queridos no cayeran en manos enemigas...”.
“Desde aquel día, siempre que había que vérselas con indios, eran Segers y Fagnano los encargados de parlamentar. La primera vez que les tocó la no fácil misión, se vieron en figurillas cuando toparon de buenas a primeras con una tribu. Estaban ambos perplejos. Entonces el médico -narra Fagnano- comenzó a hacer piruetas, a dar saltos y otras niñerías. Fue la salvación de ambos. Los indios bajaron sus arcos y se acercaron, riendo, a los embajadores. Desde entonces fueron los amigos de los onas”.
“Y cuando a principios de enero de 1887, en Bahía Thetis, se levantó la primera capilla, donde celebró monseñor Fagnano, fueron las manos piadosas de Segers las que más trabajaron en los rudos menesteres de albañil y carpintero. El fue quien juntó flores en la selva y aderezó admirablemente aquella humildísima Casa de Dios”.
“Se trataba de bautizar a los indios. Para ello había que vestirlos, antes. Pues bien: la carpa de don Polidoro se transformó en sastrería y él, tijeras en mano, cortaba y cosía mientras Fagnano instruía a la indiada”.
“El 3 de enero: primera misa del Prefecto Apostólico en sus tierras. Hasta entonces no había podido celebrar misa por falta de altar portátil”.
“El 25 de enero estaban de nuevo en Carmen de Patagones. De- ahí a Buenos Aires”.
“Sin duda el doctor Segers en el Sur comió calafate. Dice la leyenda que el que come calafate siempre vuelve al Sur. El hecho es que a fines de junio de ese año, ya encontramos a don Polidoro embarcado en un funesto barco, el Magallanes, que hacía su primer viaje al Austro”.
“¿A dónde iba con su esposa y sus hijos Carlos, Alfredo y Graciela? Volvía a la Tierra del Fuego. Había ahorrado unos 8.000 $ y los iba a invertir en ovejas. De paso estudiaría a los onas, yaganes y alacalufes del punto de vista de su especialidad. Para vivir: el sueldo de médico de ese territorio nacional”.
“Pero sucedió que el golfo de San Jorge los recibió con una de esas borrascas que sólo conocemos los que hemos viajado por ahí... Al llegar a Puerto Deseado, el viento amainó. Pero la marea bajaba. Y cuando en esa ría, la marea baja, tiene el agua una fuerza exorbitante. Cosa que el capitán del barco, Teniente de Navío Méndez, "el gallego Méndez" como lo llamaban, parecía ignorar”.
“El hecho es que cuando entró en la ría y quiso dominar al Magallanes, la tremenda violencia de las aguas lo arrojó sobre la famosa Piedra del Diablo. Eran las 14. El barco crujió. Los pasajeros ruedan por la cubierta. Las mujeres y niños lloran. Se descuelgan los botes. Estaban repletos de víveres. Al agua con ellos. Cunde el pánico. El barco se escora a estribor...”.
" ‘Primero las mujeres y los niños...’ Segers coloca a su mujer y a sus hijos en el bote que hace agua. Mientras unos reman, otros baldean... Luego corre a su camarote. Va a buscar sus 8.000 nacionales. Un guardia, con rémington, le impide entrar. Vio don Polidoro que a otro que insistía, lo dejaron sentado de un culatazo... Se retira dando el adiós a sus ahorros...”.
“Perdió también cuarenta cajones de equipaje que llevaba. Allá, a lo lejos, se divisaban techos. Habría población... Pero no: eran galpones para la lana. Eso y unas cuevas, viviendas primitivas de la Colonia que fundaron los españoles en el siglo XVIII, serán las moradas de los casi doscientos náufragos”.
“A las 16, el Magallanes se acostaba pausadamente, dejando apenas ver el trinquete que afloraba como un brazo que pidiera auxilio a los navegantes. El Subprefecto cedió su lecho a la señora Segers, que dividió sus penurias con la esposa del marino. El padre Beauvoir hizo cama redonda con el teniente Villarino y el comisario Segovia. Y así treinta y cuatro días... Y los más crudos del invierno patagónico...”.
“Cinco hombres se ofrecieron para navegar hacia el Norte y llevar la noticia. Bordejeando, llegan en un mal lanchón, tras veinte días de viaje. De Patagones telegrafían a Buenos Aires. Acá la gente se alarma. Los amigos del doctor Segers están en ascuas. Su compadre Arturo B. Paz, a fuer de buen cristiano, le escribe una carta emocionante y con criolla generosidad le gira 300 $ a Patagones, creyendo que desistiría de su viaje”.
“Pero Paz no conocía los puntos que calzaba Segers. Desde Bahía Blanca llegan dos barcos de la armada: el Azopardo y el Uruguay. Uno de ellos llevaba un cajón de ropa para la familia Segers, obsequio de Alejandro Sorondo. Dos días después de estos, llegó el Mercurio, barco enviado por el gobierno chileno. Lo habian pedido de Punta Arenas”.
“En éste se embarcaron: el doctor Segers y familia, el padre Beauvoir y algunos otros que se animaron a proseguir viaje. El resto volvió a Buenos Aires. Pero ¡qué invierno el de 1887 para aquella gente! ... Faltaba de todo. Narraba el doctor Alfredo Segers, médico del Hospital de Niños de Buenos Aires hasta hace pocos años, y entonces sólo el mimado Tití de siete años de edad, que fue una fiesta para las señoras, el día en que él, corriendo por la playa, encontró un peine desdentado... Ya tenían las damas por lo menos algo con qué acicalarse...”.
“Y llegaron a Ushuaia. Allí hubo que crearlo todo. Levantar una choza, hacer ropa para los niños, plantar legumbres, cuidar animales. Y a todo se avino el animoso belga. Su señora se enfermó a poco de estar allá: ¡la dama de París en aquel Ushuaia!... Hay una fotografía en que aparece ‘la mansión Segers’: adelante se ven los surcos del sembrado. Hay otra foto en que está la familia con el indiecito Keppenau, luego cacique y médico de la tribu y una chinita ya domesticada. Ahí está Tití, con un par de botas que un buen amigo le había conseguido en Punta Arenas, y que él cuidaba como la niña de sus ojos.
Ahí Segers sufrió mucho. Pero no fue poco lo que aprendió... Fruto de sus observaciones y experiencias médicas son unos artículos que publicó ‘La Prensa’ de julio y agosto de 1891 y ‘La Semaine Médicale’ de París en noviembre. Ambos trabajos ingresaron al Congreso Médico de Burdeos de 1895. Sus trabajos fueron citados por médicos tan famosos como Hanot, Tissier y Planté. Y Bouchard en su ‘Pathologie Générale’ lo menciona especialmente”.
“Las autopsias realizadas lo llevaron a encontrar una nueva causa de la extinción de los aborígenes: una enfermedad de hígado, hipertrofiado por la absorción de tomainas y toxinas de mejillones en estado de putrefacción que frecuentemente se hallaban entre los moluscos que juntaban los indios en la playa y que ellos ingerían grandes cantidades”.
“El pastor anglicano John Lawrence da un hermoso testimonio de la seriedad de los trabajos del todavía no laureado médico belga”.
“¡Y allá estuvo dos años y medio Segers sin poder cobrar un céntimo como médico de la Gobernación! Cuando se le ofreció la oportunidad se vino a Buenos Aires. Y como no podía cobrar sus honorarios, ganados en buena ley, y ¡en Tierra del Fuego! tuvo que dar el 50 % a un quídam para que los rescatara...”.
“Pero no tenía título oficial. Venía también por eso. ¿Cómo hará? Emprende un viaje a Bolivia, se inscribe en la universidad de Chuquisaca y el 19 de mayo de 1890 se gradúa de médico. Su tesis oral abarcaba tres temas: el vómito, el dipsomanía y la melancolía. Por escrito, en cambio, desarrolló el tema: tomainas y lucomainas. Legalizó su diploma en La Paz y en Sucre, operó al obispo de aquella ciudad (a tanto llegaba la fe que tenían al neolaureado ...) y regresó a Buenos Aires”.
“Y no trajo solamente el diploma. Visitando un día el taller de un carpintero notó que usaba como hule de una mesa un cuadro al óleo ... ¡Era nada menos que una tela de Sneyders el gran colaborador de Rubens! En la actualidad lo tienen sus nietos...”.
“En esta capital dio exámenes de reválida y comenzó a ejercer”.
“Pero él no quería aburguesarse sobre el asfalto. Y enderezó hacia el interior. Fue médico de Las Flores en la provincia. Allí se mezcló en las luchas políticas y resultó herido por un ‘matón’ de esos que nunca faltaban en las luchas de antaño...”.
“De Las Flores volvió a Banfield. Era cura de ese pueblo el padre Juan Bernardino Lértora. El médico y el poeta trabaron íntima relación”.
“En 1906 se embarcó para París. No fue a pasear. Fue en busca de más amplios horizontes. En el Instituto Pasteur alterna con los grandes profesores de medicina. Y tuvo el insigne honor de ser nombrado ayudante de cátedra del doctor Eugenio Doyen”.
“A su regreso fundó la Cruz Roja en Banfield, el Círculo Médico junto con el doctor Paz, recibió un premio por un porta-esponias de su invención, etc”.
“En 1909 va de nuevo a París. Desde allá colaboró en ’La Prensa’. Trabajó de nuevo junto al maestro Doyen. Pero la Argentina lo atraía. Los amigos de acá, que eran legión, lo reclamaban. Y volvió...”.
“Ya al filo de los sesenta años, un día sus hijos lo vieron pasearse con un libro en la mano declinando: rosa, rosae, rosam... Se alarmaron: ¿estaría chocheando el papá? El les explicó: había resuelto hacerse sacerdote. Viudo desde hacía unos años, reverdeció la vocación que acariciara allá en Gante en sus mocedades”.
“El 1° de mayo de 1911, mientras una rugiente manifestación se arremolinaba en el Congreso, un hombre golpeaba a la puerta del colegio Don Bosco. El padre Picabea le abrió y el médico se presentó con una carta de monseñor Espinosa... Se le recibió con los brazos abiertos: ¡era el compañero de monseñor Fagnano en Tierra del Fuego!”
“Fueron sus maestros en esa ‘escuela de fuego’ el padre Picabea y el padre Ciolfi. Fue al colegio Pío Latino Americano. Pero allá se enfermó gravemente. Tuvo de volver a Buenos Aires... al seminario conciliar y a sus dos maestros de la calle Solís...”.
“El 19 de diciembre de 1914 era ordenado sacerdote por monseñor Espinosa. En Navidad cantó su primera misa en el colegio de las Hermanas del Huerto de la calle Rincón. Padrinos el doctor Arturo Paz y el señor Miguel Meroño con sus esposas. Orador: el padre Lértora. Un coro a ocho voces formado por más de sesenta personas y artistas de los conservatorios ‘Melani’ y ‘Rosseger’ ejecutaron trozos litúrgicos. La primera misa rezada por su esposa fue de intensa emoción”.
“Y el que fuera médico de las Hermanas del Huerto fue su capellán. A sus hijos les daba pena verlo en invierno, salir todavía oscuro para rezarles la misa de 6. ¡Pero él iba gozoso porque marchaba de cara al deber, el ideal de su vida!”
“El 9 de octubre de 1916 bautizó a un nietecito que lleva el nombre del bisabuelo del clérigo: Adrián...”.
“Y un día gris del mes de mayo de 1917, el 14, al regresar de su sagrado ministerio, después de haberse servido el desayuno, se sentó en el sillón. Se respaldó bien, cerró los ojos y se durmió en la paz del Señor Ese el apacible ocaso de este gran hombre de carácter de acero y voluntad inquebrantable”.
“Tierra del Fuego tiene una deuda con él. Estoy seguro que la saldará, porque los fueguinos son así: pueden ignorar, pero no saben olvidar” (7).

Julio Steverlynck, fundador de la Algodonera Flandria, era belga; emigró a nuestro país, donde tuvo realizó una importante labor empresaria.
En “Flandria, la ciudad-fábrica cuyo espíritu vive en una banda”, Jorge Iglesias se refiere a Steverlynck; presenta, además, el testimonio de personas que estuvieron vinculadas a la Algodonera Flandria. Transcribo parcialmente ese trabajo:
“A comienzos de los años veinte, la firma Stablissements Steverlynck exportaba telas hacia la Argentina desde sus fábricas de Bélgica. Cuando en 1923 el gobierno argentino, dando el primer impulso de lo que hoy conocemos como industrialización sustitutiva, arancela los tejidos importados y favorece la introducción de maquinarias, la empresa belga abre una filial en el país”.
“Como era corriente por aquellos días, los Steverlynck eligieron a uno de sus hijos, Julio, para que se hiciera cargo de la nueva empresa: Algodonera Flandria”.
“Moldeado en el capitalismo belga, que por esos días estaba más cerca de un feudalismo campesino que del industrialismo humeante de las chimeneas de Manchester, don Julio más que una fábrica quiso construir ‘una comunidad relativamente aislada de las áreas urbanas en donde predominaran las relaciones de cooperación entre patronos y obreros y donde se evitaran las consecuencias negativas que habían acompañado el desarrollo de la industria en los países con capitalismo más avanzado’, contó a La Nación Mariela Ceva, docente e historiadora de la Universidad de Luján. También, seguramente, alejada del fantasma rojo que había vivido en Europa”.
“Quiso desarrollar una empresa paternalista inspirada en los principios del catolicismo social, buscando poner en práctica las bases que el Papa León XIII plasmó en la encíclica Rerum Novarum. También en la Quadragésimo Anno”.
Telares en el campo
“Con todo ello llegó Steverlynck a Jáuregui en 1928. Venía de un país que había tenido fuertes crisis de identidad (Bélgica fue parte de Francia hasta 1815 y, entre dicha fecha y 1830, formó parte de los Países Bajos), por lo tanto sabía que lograr un sentido de pertenencia entre los trabajadores de Flandria era algo primordial. ¿Cómo hacerlo?”
“Una forma fue la segregación residencial. Así, se lanzó a levantar el pueblo-fábrica en Jáuregui, donde sólo había un viejo molino y la estación de tren. Otra fue aplicar el molde que él tenía bien arraigado: el paternalismo. No hay que olvidar que provenía de una empresa familiar formada en un naciente capitalismo, con sesgo feudal campesino. Paternalismo que, como lo explicaría por esos días Freud, está montado en la internalización de la ambigüedad entre dependencia y afecto que surge en la primera relación social: la relación con el padre”.
“Por cierto, en la Argentina de finales de los veinte, encontrar un obrero textil calificado era tarea de cíclopes. Así, Steverlynck le abrió las puertas de la fábrica a gran cantidad de inmigrantes españoles e italianos. Toda gente que había dejado sus raíces. Gente que venía a ‘hacer la América’. Mejor, ¿por qué no?: a hacer la Flandria... Pero, como la gente trabajando se hace, de los telares no sólo salieron telas, como se verá, también salieron ‘hombres de Flandria’ “.
“La política social fue otra de las formas elegidas por Steverlynck para que ese villorrio se conviertiera en el pueblo que llegó a ser en los sesenta, donde 2000 de los 10000 habitantes trabajaban en Flandria. Ceva, que lo sabe bien ya que no sólo vive en Jáuregui, sino que además su padre entró en la fábrica en sus comienzos, cuenta que dicha política consistía en el pago de salarios altos y el reconocimiento de una serie de derechos sociales –como las ocho horas diarias, el salario familiar o la licencia por casamiento y maternidad. Todo antes de que se legislara sobre ellos. Pero, sin duda, el mayor beneficio que se ofrecía a los trabajadores era la posibilidad de acceder a una vivienda propia”.
Símbolos
“Pero la identidad no sólo nace del paternalismo, el trabajo y las mejoras sociales. Hacían falta símbolos, instituciones. Entre 1930 y 1945, Steverlynck fundó dos parroquias, una cooperativa obrera, un colegio, una biblioteca, un teatro, un club de ciclismo y un club náutico. En 1941, los trabajadores crearon el club de fútbol Villa Flandria”.
“Pero hay una institución en la que don Julio puso todo su corazón: la banda Rerum novarum. Según Ceva, cuando en 1937 se le ocurrió formar una banda, ‘era una forma de tirar puentes hacia su Bélgica natal. Ya que las fábricas de su padre habían tenido bandas similares’. Tal fue la búsqueda de lazos con el origen, que trajo a Pablo Kinderman, un maestro de música que había tocado en la banda paterna”.
“Por aquellos días, Américo Alvarez, con sus doce años, batía el parche de su joven tambor en la Banda Municipal de Luján. Luego vino el tiempo del trabajo en los telares de Flandria. Así, 1937 lo encontró con 16 años y enrolado en la banda Rerum novarum”.
“Hoy, con sus frescos ochenta años, recuerda que, de los cincuenta y cinco músicos que tenía la banda en sus comienzos, la mayoría eran inmigrantes. Así, el 25 de mayo de 1937, día del debut de la formación musical, sólo cuatro supieron tocar el Himno Nacional”.
“ ‘¿Qué significaba la banda para don Julio?’, le preguntamos a Ceva. ‘La banda era lo que le permitía traspasar las fronteras de la patria chica, cómo él decía. Era la que llevaba, más allá del pueblo, los valores de Flandria. Eran sus abanderados’ “.
“¿Abanderados de qué? Sin duda de la concepción que Steverlynck tenía del mundo, del trabajo. Sólo tocaban obreros o hijos de obreros”.
“Así, como recuerda José Chiurco, que con setenta y cuatro años ya lleva sesenta y tres en soplar su bombardino en la Rerum Novarum, tocaron en el Luna Park, en los seis días de ciclismo. También lo hicieron para Perón, el papa Juan Pablo II, los reyes de Bélgica... Claro está, además tocaban todos los fines de semana en los bailes que se armaban en el pueblo”.
La Algodonera Flandria, “Tras la quiebra, cerró sus puertas definitivamente en 1996”. “La banda musical Rerum Novarum sobrevive a la ex empresa textil de origen belga, que fue ejemplo de pueblo-fábrica” (8).

El médico Rafael Voet nació en 1903; falleció en su tierra natal en 1958. “Doctorado y premiado en 1929 en la Universidad de Lovaina, Bélgica, desarrolló en nuestro país (1948-1957) una actividad de trascendencia internacional. Fue miembro de la Sociedad de Gastroenterología y Nutrición de Buenos Aires, de la Sociedad Argentina de Cancerología y mimebro fundador del Ateneo de Gastroenterología del Instituto de Gastroenterología de Buenos Aires. Fue profesor titular de Fisiología Humana y Director del Instituto de Fisiología de la Universidad del Litoral y fundador de cursos de Fisiología en la Facultad de Ciencias Médicas de Rosario” (9).

El pianista y organista Julio Miguel Adolfo Perceval nació en Bruselas, en 1903, y falleció en Santiago de Chile en 1963. Fue “fundador y director de la Escuela de Música de la Universidad Nacional de Cuyo, Mendoza. Asimismo, realizó la música para el filme El jugador (1947) y fue arreglador en la orquesta de Julio De Caro. Entre sus obras se destacan Triste me voy a los campos, No se puede olvidar, La madrugada y Te he soñado. El 30 de diciembre de 1950 estrenó en Mendoza, al pie del Cerro de la Gloria, el Canto de San Martín, obra con letra del poeta Leopoldo Marechal” (10).

 

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En novelas

Eugenio Juan Zappietro es un conocido autor de cuentos policiales, que colaborò durante mucho tiempo en La Prensa y participò en antologìas sobre el gènero. Firmó varias obras con el seudónimo “Ray Collins”. “Comienza su carrera de guionista en 1960, en Misterix, con el western dibujado por Vogt, ‘Joe Gatillo’, continúa muchas series ya creadas hasta crear la propia, ‘Garret’, con dibujos de Arturo del Castillo. En 1962 crea ‘Precinto 56’, con dibujos de José Muñoz. Esta serie sería retomada en el ‘74, para Récord, con dibujos de Fernández. En esta editorial también publicó ‘Henga’, con Zanotto, bajo el seudónimo de Diego Navarro. Ha escrito decenas de series para Editorial Columba. Su actividad se reparte, además, entre investigador policíaco, guionista de radio y televisión, periodista y literato” (11). El escribió De aquì hasta el alba (12), novela en la que narra lo acontecido a colonos, soldados e indios durante la Conquista del Desierto, en el año 1879.
El lìder de esta gesta fue Julio Argentino Roca, “el joven y brillante militar prestigiado por el èxito de la campaña que concluyò con el dominio del indio en el desierto”, asì lo define Adolfo Prieto (13). La Conquista del Desierto fue –a criterio de Exequiel Cèsar Ortega- uno de los “hechos y factores que dieron nueva tònica a nuestra Argentina moderna. (...) La empresa decisiva del General Julio Argentino Roca (1878-1879) y las complementarias hasta 1884, terminaron con el pleito secular. Se tuvo el control territorial en momentos de casi inminente guerra con Chile por la posesiòn de la Patagonia. Los caciques resultaron vencidos, se entregaron como Namuncurà; fueron apresados como Pincèn y otros como Baigorrita combatieron hasta el fin. Sus escasas gentes (pocos guerreros sobrevivientes y ‘chusma’ o no combatientes, mujeres, ancianos y niños) esperaron a merced de los vencedores, o huyeron, transmitièndose su alarma y su miedo mediante las señales de humo que describe Zeballos. Estos ya no eran los centauros que domesticaban sus caballos de guerra sin castigarlos, ni los àgiles y huidizos maloneros. Eran los integrantes del ocaso, descriptos por Estanislao S. Zeballos en ‘Viaje al paìs de los araucanos’ “ (14).
Por el tema que aborda, la obra de Zappietro se inscribe en la vertiente de la “literatura de fronteras”, que ha tenido grandes cultores. Prieto considera que “la Argentina moderna parece no guardar rastros del problema que la agitara rudamente durante medio siglo, luego de convertirse en una no resuelta herencia de la Colonia. El importante ciclo de la literatura de fronteras, con Callvucurà, los ya mencionados libros de Mansilla y de Barros, los artìculos periodìsticos de Hernàndez, la prèdica de Nicasio Oroño, el simple material de informaciòn cotidiana recogida durante años en diarios como La Prensa de Buenos Aires y La Capital de Rosario, y los registros de testigos calificados, como Ignacio Josè Garmendia en Cuentos de tropa (Entre indios y milicos) (1891), el Comandante Prado en La guerra al malòn (1907) e Ignacio Fotheringham en La vida de un soldado (reminiscencias de la frontera) (1908), vienen a recordarnos la inconsistencia de esa opiniòn o prejuicio”.
En la novela de Zappietro, varios inmigrantes comparten con los criollos y los indios un destino aciago. Se trata de hombres que se alejaron de la civilizaciòn, por su voluntad o por causas ajenas a ella, y se ven envueltos en una historia que les permitirà mostrar su grandeza o su cobardìa.
Dos europeos son presentados como figuras antitèticas, encarnaciones del bien y del mal. Se trata de un cirujano belga y de un comerciante flamenco, los cuales, como dos caras de una misma moneda, muestran que la vida de un ser humano responde a los principios morales que lo orientan, y no a las circunstancias en que se encuentra. En una misma situaciòn, el belga se muestra probo una vez màs, mientras que el flamenco vuelve a evidenciar su egoìsmo criminal.
Hubert Leroy, el cirujano belga, está herido. Un indio lo encuentra: “Era rubio, con barba arenosa, y el sombrero yacía a su lado, con las alas embarradas. Pensó que la única vez que viera a Catriel, cabalgando en las oscuras llanuras del Pigüé, el dios llevaba un capelo similar, con las armas del 5 de caballería, cuyo jefe, Hilario Lagos, hacía largo tiempo estaba acampado en Trenque Lauquen, esperando la última limpieza que prometiera Roca en aquel año de 1879. Volvió a recular; tendría un sombrero igual. Sería importante entre los aucas, que, al fin y al cabo, eran los únicos que conservaban la leyenda de su nación al norte del río Colorado”.
Leroy “había asistido a un Napoleón y a varios príncipes de Europa en su clínica de París. Había asimilado las enseñanzas de la escuela de Viena y seguido las doctrinas de Semmelweiss, como el más aplicado cirujano de su época. Pensó en Crimea, operando al paso de las cargas de las brigadas inglesas. Habían sido buenos tiempos. Tiempos dignos necesariamente de un final de escena más brillante que morir a manos de un muchacho indio, en un continente todavía virgen. Siguió costosamente el hilo de sus recuerdos y las mujeres que había amado comenzaron a reír, mostrando sus dientes delgados, que se clavaban en su piel, en tanto un vals de Viena nacía en un costado de su herida, la piedad de unas, el ardor de otras, todo aquello mezclado en su viaje al norte de sí mismo, buscando huir, como el cazador de la nada”.
Debió dejar Francia, pues durante una operaciòn matò intencionalmente a un ministro asesino: “Decidiò matar a Desquerres cuando extirpò las tres cuartas partes de su hìgado. (...) Cuando Francia descubriò el crimen, Hubert Leroy estaba ya en Amèrica”. De Buenos Aires, donde se habìa establecido, debe huir tambièn, ya que se ha conocido su pasado y eso sirve para la extorsiòn. La opciòn era partir o morir, y èl escoge marchar hacia el sur: “Bajo una lluvia incoherente, Leroy divisò el carruaje, con un auriga inmòvil, al modo de una estatua. Tambièn presintiò un arma en la pretina del pantalòn de su visitante. La situaciòn no le encolerizò; lo poseyò una desagradable sensaciòn de frialdad, como si estuviese presenciando la decapitaciòn de un extraño”.
El flamenco Roger Bary, era “mercader en aquella esquina del infierno”. “En sus mocedades, el flamenco había destilado un buen sucedáneo del coñac francés, motivo por el cual estuvo tres años preso en Marsella, hasta que un buque pirata lo llevó a Méjico, donde conoció a Guadalupe, su mujer; de ella tuvo dos hijas y algunos adulterios, porque era rubia y blanca, como la cerveza, y tenía genio vivo, además de no haber nacido para tendera, sino para reina. En algún recodo de Acapulco la perdió en brazos de un militar que había llegado desde Prusia a correr la aventura de Maximiliano o para plegarse a otros aventureros que pululaban por el país. De allí pasó a Tejas. Donde en una partida de faro ganó lo necesario para embarcar con sus hijas hacia el Brasil”.
“A los cincuenta años, Roger Bary era un astuto y cansado ser humano que había perdido el tema moral de la vida. En Verónica, su hija menor, habíase reencarnado Guadalupe, igual de rubia y de blanca, la piel áspera y ardiente, bajo el corpiño apretado; en Paula, la mayor, nacida en el corazón de Méjico, latía, en cambio, su mocedad soñadora, una dimensión mejor de la vida, tal vez la parte que exime al hombre de darse un tiro cuando descubre lo irrisorio que es el rey de la Creación”.
“Cuando llegó al sur de la enorme extensión que alguna vez sería la provincia de Buenos Aires, eran pocos los pioneros que se aventuraban más allá de la precaria línea de fortines. Llevó allí a sus hijas no para quitarlas del paso del pecado, sino porque temía quedarse solo y le enamoraban las comodidades que da el dinero. Bary era un pirata de sí mismo, que moriría el día en que sus hijas siguiesen a su hombre. Así era de débil quien había cruzado las dos Américas buscando un rincón bajo el sol, una isla donde bien morir”.
Entra en tratativas con los indìgenas, aùn a costa de la vida de sus hijas, sòlo para salvar el pellejo: “Bary habìa negociado con los indios, en especial con Kachipuè, cuya devociòn por su hija Paula era conocida en todo el sudoeste; ese amor animal del bàrbaro por la muchacha habìa dejado muy buenos beneficios en las arcas del comerciante; ahora, el negocio tocaba a su fin y debìa disponerse a levantar su tienda. Habìa exprimido a soldados y paganos, vendièndoles por igual armas y municiones. Ginebra y vicios. Y todos los elementos que necesitaba una tribu en constante movimiento, amenazada por la ùltima campaña nacional contra las tolderìas”.

Gabriel Báñez, “escritor y periodista, nació en La Plata en 1951. Como periodista, se desempeñó en La Prensa, El Cronista, Página 12, La Nación, Diario Popular, El Día y Clarín, en el Suplemento ‘Cultura y Nación’ de este último diario. Fue asesor de ediciones en las editoriales De la Flor y Atántida. Actualmente, es editor y director del Suplemento Literario del diario El Día de La Plata”.
“Su producción literaria incluye: Parajes, novela, Primer Premio Provincial de Novela ‘Roberto J. Payró’, 1975; El Capitán Tresguerras fue a la guerra, novela. Ediciones De la Flor, 1980.Sello de Honor de la Sade; Hacer el odio, novela. Editorial Bruguera, 1982. Editorial Almagesto, 1995. Editorial Hanser Verlag (traducción al alemán y al sueco), 1990; Góndolas, novela. Ediciones De la Flor, 1985; El curandero del cuarto oscuro, novela. Editorial Sudamericana, 1991; Paredón, paredón, novela. Editorial Sudamericana, 1993; Los chicos desaparecen, novela. Editorial Atlántida, 1995. Editions Alphil, (traducción al francés), 1997; El circo nunca muere, relato. Editorial Almagesto, 1996. Editions Alphil, (traducción al francés), 1998. Primer Premio de calidad, concurso ‘Juan Rulfo’, París, 1996. Primer Premio Internacional Helguero editores de cuentos (versión de Berenice), 1984; Octubre amarillo, relato. Editorial Almagesto, 1998” (15)
Es el autor de Virgen (16), novela finalista del Concurso Editorial Planeta 1997, sobre la que se afirmó: “La Ensenada mítica de los años cuarenta es el escenario de la historia de amor entre un cura y una chica belga, judía y milagrosa. Novela de la Anunciación y el Descenso y poderosa convergencia de fuerzas narrativas, Virgen revela un presente audaz –la escritura de las cartas que intercambian el protagonista y su amada- una memoria negada que nos avasalla y nos conmueve, vaticina el fin de los tiempos y devela el estigma político de un secreto y su traición: el del hijo del mariscal Tito de Yugoslavia y de Evita Broz. Virgen, que es también ‘la parte más rota y verdadera del lenguaje’, nos convierte en lectores plenos del tiempo tatuado sobre la letra. Gabriel Báñez, el autor de El curandero del cuarto oscuro, celebra en Virgen secretas nupcias entre lo real y lo imaginario y, haciendo gala de enorme poder evocativo y de una prosa a la vez precisa y mágica, produce una novela maravillosa” (17).
En esa obra evoca la inmigración del belga Divas y su hija, Sara. Para proteger a la niña de lo que vendría, la madre quiso que padre e hija dejaran Europa. “El no era judío, y lo único que ella atinó a sentir fue la culpa, no tanto por su condición como por ser la hija de la que había sido su esposa. Una sola cosa le había inculcado Flora Divas de manera recalcitrante: ser judía a pesar de todo. Ese todo quería significar muchas cosas en su entendimiento de siete años: su padre, el odio racial, el crecimiento intempestivo al que se había visto obligada en los últimos meses en Bélgica y, en particular, aquella orden, esa casi amenaza lanzada a su marido desde el filo de la tumba: ‘ma fille doit arriver en Amérique avant que mon cadavre refroidisse’. El viudo había cumplido y ella ya estaba en América, pero en el hecho de haber arribado la chica percibía, no sabía bien por qué, un lastre de culpas y sometimientos”.
La inmigrante, décadas después, recuerda: “Había llegado a Ensenada a finales de los treinta, con apenas nueve años y un padre belga que, además de venir huyéndole al antisemitismo, tenía la abstracta pretensión de vender sombreros en una tierra en que los hombres apenas si se cubrían las ideas con el sudor y los sueros del frigorífico inglés que se sostenía junto a las charcas del puerto. Todavía podía escuchar el rolido de las aguas contra el casco del lanchón de amarre, los saludos violentos de la tripulación a lo lejos, y la mano aterrada de su padre mientras le ayudaba a bajar de la planchada. No iba a olvidarla jamás: era una mano con consistencia de pez, húmeda y avergonzada. Desde ese día Sara Divas sintió la exacta revelación de qué cosa eran los hombres: personitas indefensas y minúsculas a las que había que proteger, pero en las que nunca se podía confiar. También conservaba una foto percudida y oxigenada de la casa natal, en Bruselas, y algunos moldes de cabezas humanas que su padre había ido descartando a medida que el país se le hacía carne o corned beef y se alejaba de los moldes ideales del pensamiento”.
En la Argentina, la pequeña Sara advierte que confunden su origen: “Durante estos primeros tiempos lo único que no logró explicar fue su propia nacionalidad. No era francesa, era belga, pero resultaba inútil aclarar semejante diferencia cuando las erres se le estiraban hasta la gangosidad y cuando los ucranianos, judíos, rumanos, lituanos y polacos eran rusos o los sirios y los libaneses resultaban turcos. Había llegado a un país de tanos y gallegos y de rusos y turcos, y todo lo que no entrara en el dos por cuatro de esa conclusión elemental era una rareza de apellido pero nunca de nacionalidad. Para colmo, odiaba el francés; era el idioma de su madre, y aunque no tenía conciencia le venía a reflotar la rutina de su voz. No tenía nada de dulce ni de armonioso, al contrario, en todo caso era una gárgara que se hacía funeraria por las tardes y que empezaba a provocarle náuseas. Se lo extirpó casi a la fuerza, después de descubrir en los fondos de la pensión lo que nunca antes imaginó que iba a ver: cómo lloraba su padre”.
El llanto del hombre está relacionado con sus fracasos laborales, en un país cuyo idioma desconoce: “El viudo de Flora Divas debió salir al nuevo mundo de buscar trabajo y fue entonces cuando cayó en la cuenta de una realidad aterradora y elemental: no sabía una sola palabra de castellano. Ese día sería inolvidable. Sarita lo vio trasponer el portón de la pensión y llegar luego hasta el fondo de la galería para deshacerse en un llanto tibio y cordial a los pies del único árbol que detestaba, la glicina. Esa fue la impresión: el llanto como de seda de su padre y la burla de los ramilletes de flores sobre su cabeza. Nunca antes lo había visto llorar, ni en el funeral de su madre. Se acercó, lo miró de lleno y en seguida lo tomó por los hombros como una madre chiquita. El viudo dijo algo incomprensible: que lloraba por el castellano que no entendía”. No obstante, “en su apatía vegetal jamás llegó a interesarse ni a comprender enteramente el castellano. O peor: lo padecía como un idioma oscuro y maldito”.
La pequeña recurre a la religión, aún siendo judía, para dominar el nuevo idioma. Al ver mujeres católicas que se confiesan, Sara Divas “imaginó que la fe era un idioma en voz muy baja y que esas mujeres aprendían las lecciones de rodillas, murmurando y repitiendo. (...) Era una buena manera de aprender el idioma que tanto atormentaba a su padre y, llegado el caso, de hablar por él”.
El sacerdote le da una estampita de la Virgen de Luján, “a partir de ese entonces Sarita empezó a comulgar con el castellano, porque lo aprendió a los rezos y gracias a las oraciones que venían en el reverso de las estampitas. Todas las tardes el padre Bernardo la sometía a la misma liturgia: la sentaba en un taburete y frente al San Miguel arcángel le hacía repetir letra por letra y palabra por palabra las plegarias enteras. Oraba con verdadera vocación didáctica y no dejaba de leer sino hasta que llegaba al imprimátur de las tarjetas. Cuando por fin pudo seguir el rosario de las primeras conversaciones, sintió algo mejor que el placer de estar aprendiendo: la revancha de estar olvidando. Creía estar dejando atrás el odioso francés y se prometía que con el castellano sepultaría el murmullo que había agotado a su madre y anulado a su padre. Bernardo Benzano celebraba los avances de la niña pero no comprendía la disputa: ‘entre idiomas no hay peleas’, decía”.
Juan José Becerra manifestó acerca de esta obra: “El pacto entre el sacerdote Benzano y una judía envuelta en la mitología del milagro se introduce como relato privado dentro de otros menos particulares: las loas enfebrecidas a Cristo y al rumor ascendente del peronismo que acunan los inmigrantes de Ensenada. Pero la superposición de texturas narrativas -el fanatismo religioso y la superstición, la efervescencia proletaria de los frigoríficos, la historia de un amor incomprendido aun por los amantes- establece, sin embargo, una estructura de jerarquías. La pareja distante es un dúo de fugitivos que construye un escenario íntimo que difiere el momento del encuentro y radica allí una razón de ser fuera de la Historia, la religión y la idea de lo colectivo (18).

En cuentos

Horacio Quiroga nació en Salto, Uruguay; falleció en Buenos Aires en 1937, “Es considerado uno de los mayores autores de cuentos de la literatura en castellano. Su vida estuvo marcada por ribetes trágicos: asistió de pequeño a la muerte de su padre, mató accidentalmente a su mejor amigo y su primera esposa se suicidó. Dedicado a la química y la fotografía, en 1900 emprendió un viaje a París. De regreso, su vida transcurrió entre Buenos Aires, Chaco y Misiones, donde llega en 1903 acompañando a Leopoldo Lugones. Alternó la docencia y el oficio de juez de paz y oficial del Registro Civil. Entre sus principales obras cabe destacar Cuentos de amor, de locura y de muerte (1917), Cuentos de la selva (1918), Anaconda (1921), La galina degollada y otros cuentos (1925) y El regreso de Anaconda (1926), además de las novelas Historia de un amor turbio (1908) y Pasado amor (1929)” (19).
En “Van-Houten”, cuento que toma su tìtulo del apellido del protagonista, aparece un “belga, flamenco de origen”, al que “se le llamaba alguna vez Lo-que-queda-de-Van-Houten, en razòn de que le faltaba un ojo, una oreja, y tres dedos de la mano derecha. Tenìa la cuenca entera de su ojo vacìo quemada en azul por la pòlvora. En el resto era un hombre bajo y muy robusto, con barba roja e hirsuta. El pelo, de fuego tambièn, caìale sobre una frente muy estrecha en mechones constantemente sudados. Cedìa de hombro a hombro al caminar y era sobre todo muy feo, a lo Verlaine, de quien compartìa casi la patria, pues Van-Houten habìa nacido en Charleroi” (20).
Acerca de ese texto, escribe Eduardo Romano: “Quiroga trazó, en Los tipos, varios notables perfiles con relieve. Entre ellos, y el lector emplazó una primera persona muy autobiográfica, directamente vinculada con la acción, según se aprecia ya en ‘Van Houten’: ‘-¡Ya vé! –me dijo, pasándose el antebrazo mojado por la cara aún más mojada- que hice mi canoa. Timbó estacionado, y puede cargar cien arrobas. No es como esa suya, que apenas los aguanta a usted’. O que tiñe el relato con su propia subjetividad: ‘Yo siempre había tenido curiosidad de conocer de primera fuente qué había pasado con el ojo y los dedos de Van Houten. Esa siesta, llevándolo insidiosamente a su terreno con preguntas sobre barrenos, canteras y dinamitas, logré lo que ansiaba’. Que el personaje mismo le contara tres cruentos accidentes de los que había salvado la vida –ya que no la integridad- por milagro. La impersonal desaprensión de Van Houten, quien se limita a comentar con un ‘¡Bah...! ¡Soy duro!’ cada uno de esos relatos, da la pauta del poder autodestructivo de esos tipos quiroguianos, producto en parte de observar a ciertos habitantes de la zona,y en parte remoción de sus propios fantasmas interiores” (21).

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Testimonios, biografías y obras literarias nos hablan de esta inmigración que ha sabido dejar su huella en nuestro país.

Notas

1. S/F: Para todos los hombres del mundo que quieran habitar el suelo argentino”. Buenos Aires, Clarín.
2. Mazzanti, José y Flores, I. Mario: “Los inmigrantes”, en Mazzanti, José y Flores, I. Mario: Cien lecturas. Buenos Aires, Editorial Guillermo Kraft Limitada, 1956. 19° edición. 249 pp.
3. Varios autores: Enciclopedia Visual de la Argentina. Buenos Aires, Clarín, 2002.
4. Lusso, Roxana: “Segunda colonización de Los Sunchales”, en www.sunchanet.com.ar.
5. Luchetti, Jorge: “Del Teatro Colón a Villa Urquiza”, en El Barrio, Periódico de Noticias, Buenos Aires, Diciembre de 2002.
6. Landaburu, Roberto E.: “El Padrecito Félix”, en "El Informe", Venado Tuerto, 2001.
7. Entraigas, Raúl Agustín; “Polidoro Segers, el primer médico de Tierra del Fuego”, en Museo del Fin del Mundo. Biblioteca Virtual,:www.Tierra del Fuego.org.ar
8. Iglesias, Jorge: “Flandria, la ciudad-fábrica cuyo espíritu vive en una banda”, en La Nación, Buenos Aires, 28 de enero de 2001.
9. Varios autores: Enciclopedia Visual de la Argentina. Buenos Aires, Clarín, 2002.
10. ibídem
11. S/F: “Ray Collins”, en www.oniescuelas.edu.ar.
12. Zappietro, Eugenio Juan: De aquì hasta el alba. Barcelona, Planeta, 1971.
13. Prieto, Adolfo: “La ideas y el ensayo”, en Historia de la literatura argentina, Tomo II. Buenos Aires, CEAL, 1980.
14. Ortega, Exequiel Cèsar: Còmo fue la Argentina (1516-1972). Buenos Aires, Plus Ultra, 1972.
15. S/F: “Staff”, en www.lacomunalaplata.gov.ar.
16. Báñez, Gabriel: Virgen. Buenos Aires, Sudamericana, 1998.
17. S/F: en Báñez, Gabriel: Virgen. Buenos Aires, Sudamericana, 1998.
18. Becerra, Juan José: “En vidriera”, en Clarín, Buenos Aires, 18 de abril de 1999.
19. Varios autores: Enciclopedia visual de la Argentina. Buenos Aires, Clarín, 2002.
20. Quiroga, Horacio: “Van Houten”, en Los desterrados- El regreso de Anaconda. Buenos Aires, Losada, 1997.
21. Romano, Eduardo: “Horacio Quiroga”, en Historia de la literatura argentina. Buenos Aires, CEAL, 1980.

 
 

 

 
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