|
|
|
|
|
|
|
|
1. Introducción
2. En testimonios
3. En memorias
4. En biografías
5. En periodismo
6. En novelas
7. En novelas juveniles
8. En cuentos
9. En cine
10. Música y danza
En este trabajo me refiero a la inmigración irlandesa que llegó a nuestro país, a los novelistas, cuentistas y memorialistas que la evocan y a los músicos y cuerpos de baile que perpetúan las tradiciones de ese origen.
|
“Pueblo de agricultores y de pastores, los irlandeses han reunido en una misma tradicion, el origen celta, la influencia vikinga, la fe de San Patricio, el terror a Cromwell y el heroismo intrepido de aquel general Sarsfield, antepasado del autor de nuestro Codigo Civil”.
“Al promediar el siglo pasado, diversas razones lanzan a un millón de irlandeses a la emigracion. Muchos vinieron a la Argentina”.
“Ya se sabía, en Irlanda, que era ésta una tierra hospitalaria. Irlandeses hubo, en nuestro suelo, desde la colonizacion española: sacerdotes jesuitas de las Misiones, militares y funcionarios del gobierno virreinal, comerciantes. Irlandes fue Guillermo Brown, figura maxima de nuestra marina”.
“A comienzos del siglo XIX, la pequeña comunidad irlandesa estaba concentrada en Buenos Aires. Hacia 1850, ya estaba dispersa en una superficie comparable a la de Irlanda y, e.n general, dedicada a la cria de ovejas”.
“Juan T. O'Brien, irlandes, que fue edecan de San Martin y general de nuestro ejercito, intentó, con el apoyo de Rivadavia, atraer inmigrantes de su primera patria a aquella por cuya bandera se batió. Mas tarde, el padre Antonio Fahy, patriarca de los irlandeses argentinas, alentó la venida hacia nuestra tierra de muchos de sus compatriotas”.
“La colonia irlandesa se extendió a Santa Fe. En 1869, de los 8623 inmigrantes de ese origen que poblaban la Argentina, 647 residian en Carmen deAreco, 458 en Lujan, 717 en Mercedes y Suipacha, 431 en Exaltacion de la Cruz, Navarro, Capilla del Señor, Ranchos, San Pedro, Chascomus y muchas otras ciudades de hoy, poseen colonias irlandesas centenarias, arraigadas indisolublemente en nuestro pais. En 1875, los 26.000 irlandeses tenían ya cinco millones de ovejas”.
" ‘No existe en el mundo otro lugar en donde el irlandés sea tan respetado v estimado’, escribía Patrick J. Dillon en 1875. Veinte años despues, los irlandeses de Santa Fe eran 1223 y los de Cordoba y Entre Ríos sumaban mas de 600”.
“La gran inmigracion irlandesa ceso hacia fines de siglo. Mas de 200.000 hijos y nietos de irlandeses habitan hoy la Argentina y son argentinos sin distinción”.
“Hubo entre aquellos inmigrantes notables personalidades y anonimos agricultores. El ingeniero Juan Coghlan trazo ferrocarriles y canales y proyecto puertos que ayudaron al progreso de nuestro pais. Juan Dillon fue político y Comisario General de Inmigracion. Eduardo Casey fue empresario audaz, creador del Mercado Central de Frutos de Avellaneda-que tuvo el edificio mas vasto del mundo- y organizador de colonias agricolas en Buenos Aires y en Santa Fe. Edward T. Mulhall trajo, en 1862, desde Manchester, las primeras semillas de algodón que llegaron a nuestro pais. De alli trajo, tambien la maquinaria industrial”.
“De una antiquisima familia irlandesa era Tomas Armstrong, que llego en 1817, y promovio el ferrocarril, creo una compañia de seguros, organizo colonias agricolas y fundo, en Santa Fe, un establecimiento agropecuario modelo. Irlandes era, tambien, un sencillo agricultor de Entre Rios, cuya hija, maestra, recibio el espaldarazo de Sarmiento y fue la primera medica argentina: Cecilia Grierson”.
“Irlandeses fueron grandes estancieros como Tomas Mahon (Ensenada), la señora de Mulleady (Magdalena), Miguel Allen (Castilla), Juan Brown (Lujan), Juan Harrington (Santa Lucia), Santiago Connaughton (Navarro)yTomas Duggan, que tuvo mas de una docena de establecimientos en donde llego a criar un millon de ovejas”.
“Irlandeses que hicieron del trabajo de campo una continuidad entre su tierra natal y la Argentina, haciendose argentinos de un modo casi natural. Cultivaron el suelo. Sirvieron a la Patria. Y agrandaron nuestro patrimonio espiritual” (1).
En su libro Cómo fue la inmigración irlandesa en Argentina, Juan Carlos Korol e Hilda Sábato sostienen que los inmigrantes “Ya desde 1840 comenzaron a llegar desde Irlanda. Empujados por el hambre, la pobreza y el afán de buscar nueva fortuna; atraídos por un país en crecimiento, desconocido pero promisorio, lejano pero posible. Pocas décadas más tarde constituían una comunidad rica e influyente, que pasó a formar parte de esa sociedad compleja y heterogénea que se fue dibujando en el Río de la Plata a fines del siglo XIX”.
Los ensayistas señalan que la década del ’40 es un período clave en el proceso de inmigración, pues “En ese momento Irlanda atraviesa una profunda crisis, que agrava la situación socioeconómica de ese país y desata una corriente de emigración, contribuyendo a acelerar las tendencias estructurales que caracterizaban a la sociedad irlandesa a principios del siglo XIX”. Y aunque la emigración no es un hecho nuevo –agregan-, “es a partir de la hambruna que el proceso adquiere características de éxodo masivo de población” (2).
Con motivo del 152° aniversario de la Hambruna de Irlanda, el periódico Viajero Celta publicó a modo de homenaje un fragmento de un relato de Doreann Mc Dermott, quien fuera catedrática de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Zaragoza. Mc Dermott considera que “Muy arraigados a su tierra, y con escasa inclinación a emigrar, es posible que la clase obrera y campesina nunca hubiese abandonado su país de no haberse producido la gran catástrofe de los años 1845 a 1849. Pero esos años fueron fatídicos y decisivos. Parecía como si de pronto todas las fuerzas de la naturaleza se hubieran confabulado para dar al traste con un pequeño país que, tras siglos de abandono y mala administración, carecía enteramente de reservas. Los verdes campos asolados por la terrible plaga de la papa; epidemias de tifus y escorbuto diezmando cruelmente a la población. En el breve período de aquellos cuatro años, dos millones aproximadamente de sus pobladores perecieron a causa del hambre o las fiebres, ya en su propia tierra, ya en el curso de los espantosos viajes a que les llevó el intento de salvarse” (3).
En 1845 la roya, plaga de la papa, ataca a la especie afectando una parte de la cosecha –escriben Korol y Sábato-: pero al año siguiente la pérdida es total. El hambre se expande. En 1848 la situación se agrava por una mala cosecha de granos, y si bien la roya va disminuyendo, continúan sus efectos, aún hasta 1850” (4).
Korol y Sábato consideran que había muchas desventajas en la elección de la Argentina como país para emigrar: “Por una parte, una lengua diferente, costumbres desconocidas, y una cultura totalmente ajena a la propia aparecen como problemas adicionales a los que el traslado y el desarraigo imponen de hecho al que decide emigrar. Por otra parte, la distancia que separa a Irlanda de nuestro país se convierte en obstáculo insalvable para los sectores más pobres, que generalmente no pueden llegar más allá de Inglaterra, o con mucha suerte consiguen un pasaje para América del Norte. Finalmente, la infraestructura que se crea para fomentar y facilitar la emigración desde Irlanda hacia países de raíz anglosajona no puede compararse con la precaria organización que promueve el traslado de irlandeses hacia el Plata”.
“En general –explican- es la relación más o menos casual del futuro migrante con el núcleo de irlandeses que reside en Buenos Aires uno de los factores determinantes en su decisión de trasladarse al Plata”. Esa relación se denomina “cadena migratoria” y –según John Mc Donald- se la puede definir “como el movimiento por el cual los migrantes futuros, toman conocimiento de las oportunidades laborales existentes, reciben los medios para trasladarse y resuelven su alojamiento y su empleo inicial, por medio de sus relaciones sociales primarias con migrantes anteriores” (5).
Baily sostiene que “La mayoría está de acuerdo en que esencialmente, el concepto se refiere a los vínculos personales entre la familia, amigos, paisanos, tanto en la comunidad de origen como en la receptora los que influyen en la destinación, el asentamiento, las ocupaciones, la movilidad y la interacción social. Lo importante aquí es que el uso del concepto, más que ninguna otra idea en particular, nos permite aumentar el nivel de predicción en lo que se refiere a la operación del proceso migratorio, incluyendo la naturaleza de los patrones de residencia” (6).
Además de las que enumeran los estudiosos, hubo otra clase de dificultades para quienes elegían la Argentina como destino. En 1998, el Buenos Aires Herald llegó a sus primeros 122 años, y los conmemoró publicando “The Argentine Mosaic. Who we are and how we got here”, un suplemento dedicado a la historia de las colectividades que habitan el país. En el trabajo referido a los irlandeses, Michael John Geraghty relata un lamentable suceso en el que se menciona el Hotel. En 1889 arribó el SS City of Dresden, con alrededor de dos mil pasajeros. “The episode was a total fiasco. When the ship docked, the Hotel de Inmigrantes was full and the parched, starving passengers were forced to sleep in the open”. Estos inmigrantes fueron finalmente destinados a Napostá, cerca de Bahía Blanca, desde donde en 1891 quinientos veinte colonos regresaron a Buenos Aires, “broken in spirit, uterly destituted”. Los adultos quedaron librados a su suerte; los niños y niñas fueron enviados a la primera Fahy School y al Irish Girl’s Orphanage, respectivamente (7). Este es sólo un ejemplo de los avatares que debieron soportar quienes buscaban un mundo mejor.
En su Guía de las colectividades extranjeras en la Republica Argentina (8), la doctora Rosa Majián incluye información sobre los irlandeses. Se refiere a sus representaciones diplomáticas, a sus iglesias en Buenos Aires, Mercedes, San Antonio de Areco, Rosario y Villa Elisa, a la Federación de Sociedad Argentino-Irlandesas. Se ocupa, asimismo, de las instituciones sociales, benéficas, religiosas, deportivas, culturales, entre las que mencionamos la Asociación Católica Irlandesa, la Asociación Damas de San José, el Centro Argentino de Cultura Irlandesa y la congregación de los Padres Palotinos, en Buenos Aires. En la provincia homónima, se refiere a la Asociación Argentino-Irlandesa de Bahía Blanca, a la Asociación Hogar San Patricio de Villa Elisa, al Centro Argentino Irlandés de Bella Vista, entre otras. Instituciones similares se encuentran también en las provincias de Córdoba, Mendoza y Santa Fe.
Son importantes los colegios pertenecientes a esa comunidad. La investigadora menciona, entre otros, el Santa Brígida, San Cirano y St. Brendan’s College, en la ciudad de Buenos Aires, y colegios de Boulogne, Moreno y Vicente López, en la provincia de Buenos Aires. Se refiere luego a institutos de las provincias de San Juan y Santa Fe, cuyas direcciones brinda al interesado. En el campo periodístico, Majián menciona el periódico The Southern Cross. Este último es la “publicación católica de este tipo más antigua del país y la primera que existió en lengua inglesa en América del Sur. Fue fundado por el padre Patricio Dillon en enero de 1875, destinado a la comunidad irlandesa afincada en el país” (9).
Los irlandeses trajeron su religión y sus festividades. Entre ellas, la de San Patricio, quien “fue obispo y apóstol de Holanda. Nació en Escocia en 385. Por orden del Papa Celestino evangelizó Irlanda, conocida como la ’Isla de los Santos’. Murió en 493” (10). Su día es la “fiesta de todos los celtas”. “El 17 de marzo, como todos los años, los irlandeses festejan su santo patrono. Pero desde hace tres años se unen a esta celebración, celtas de varias nacionalidades. Sólo bastó dar una recorrida por todos los pubs que se aglutinan, curiosamente, cerca de Retiro –y de la Torre de los Ingleses- para encontrarse con parejas formadas por individuos de diferentes comunidades celtas y una sola idea: beberse toda la cerveza Guiness y todo el whisky irlandés que hallaron durmiendo desde hace justo un año” (11).
Notas
1. S/F: “Los irlandeses”, en Para todos los hombres del mundo que quieran habitar el suelo argentino. Buenos Aires, Clarín.
2. Korol, Juan Carlos y Sábato, Hilda: Cómo fue la inmigración irlandesa en Argentina. Plus Ultra, 1981
3. Mac Dermott Doreann: “Quinquenio de terror”, en Viajero Celta. Año II, N° 17. Buenos Aires, mayo de 1997.
4. Korol: op. cit.
5. Mac Donald, John: citado por Nélida Boulgourdjian-Toufeksian, en Los armenios en Buenos Aires. La reconstrucción de la identidad (1900-1950). Buenos Aires, Centro Armenio, 1997.
6. Baily, S.: citado por Nélida Boulgourdjian-Toufeksian, en Los armenios en Buenos Aires. La reconstrucción de la identidad (1900-1950). Buenos Aires, Centro Armenio, 1997.
7. Geraghty, Michael John: “Land, lambs, churches... and schools”, en Buenos Aires Herald, 15 de septiembre de 1998.
8. Majián, Rosa: Guía de las colectividades extranjeras en la Republica Argentina Buenos Aires, Ediciones Culturales Buenos Aires, 1989.
9. S/F: en La Nación, 23 de enero de 2000.
10. S/F: “Irlandeses de festejo”, en El Barrio. Periódico de Noticias. Año 5, N° 49, Abril de 2003.
11. S/F: “San Patricio Fiesta de todos los celtas”, en Viajero Celta. Año III, N° 26. Buenos Aires, Marzo de 1998.
|
Ema Wolf y Cristina Patriarca transcriben, en La gran inmigración (1), el testimonio de un irlandés, acerca del Padre Fahy: “La vida de estos inmigrantes se desarrolló únicamente dentro de la comunidad, fieles al principio de que para ayudar a un irlandés nada mejor que otro irlandés. Y por encima de todos ellos como abrazando amorosamente el redil para que no se dispersaran, actuaron los sacerdotes católicos. Entre ellos, el legendario Padre Fahy. Un compatriota lo evocó así: ‘Benditos sean aquellos tiempos cuando el padre Fahy partía de (la ciudad de) Buenos Aires a caballo para visitar a su rebaño de fieles desperdigados. Frecuentemente galopaba de cuarenta a sesenta millas por día, cambiando caballos cuando se le presentaba la oportunidad. Muchas noches dormía en su recado envuelto con su poncho, con el techo de paja de algún rancho sobre su cabeza y a veces nada más que el estrellado cielo de la pampa. Muchas de sus comidas las comía (en lugares) donde el huésped debía tomar la carne con los dedos y usar su propio cuchillo de campo como mejor le pareciese”.
Graciela Montes recuerda a las monjas irlandesas con las que se educó un tiempo: “Lo oral ocupaba en ese entonces mucho espacio, y no estaba depositado exclusiva ni fundamentalmente, como ahora, en los medios de comunicación masiva (de la radio se escuchaba en mi casa alguna novela, música y los partidos el domingo, y la televisión llegó a casa cuando yo ya tenía ocho años). Me acuerdo de lo que contaban y cantaban mi abuela y mi tía Elvira, como la historia del asno cagador de monedas o el Mariasantanaporquelloraelniño (con esa perdurable imagen de las dos manzanas consoladoras, ‘una para el niño y otra para vos’ ), de las conversaciones en la mesa y de los tangos (mi madre y sus hermanos cantaban y tarareaban tangos en cualquier momento, y los bailaban cuando había fiesta). Sumo a esto la imaginería cristiana, que entró en mi vida más bien tarde, en tercer grado, cuando me cambiaron a una escuela de monjas irlandesas, pero que me impresionó vivamente (a menudo teníamos que dibujar escenas de la Biblia o del martirio de los santos en los cuadernos y se hablaba mucho, y como de algo muy concreto, del infierno y del purgatorio, que se me volvieron visualizables)” (2).
En la Patagonia vive Sulko Romero Roberts, “un estanciero de 58 años, descendiente de españoles e irlandeses. Sus tierras están en Río Grande, Tierra del Fuego, cerca de la estancia Sara, de la familia Braun, dueños de setenta mil hectáreas y sesenta y dos mil ovejas“ (3).
Susana Casati escribe acerca de su adolescencia en Floresta, en 1943: “El Sr. Pérez es bajito y de tez morena. Se sienta en el viejo banco de hierro y madera del patiecito central y por la puerta de doble hoja, abierta de par en par, mira bailar a los jóvenes mientras hace girar, parsimoniosamente, su sombrero Orión. De tanto en tanto, una de sus tres muchachas se le acerca: ‘Un ratito más, Tatita’, y un beso o una masita. Giran y giran muchachos y chicas. El Orión del Sr. Pérez gira y gira... (...) Paula y Cunco Pérez –un ratito más, Tatita- se divierten como locas con los dos vecinos nuevos de la cuadra, los rubios irlandeses Wilfi y Noldo” (4).
“De viaje por el pueblo de Westmeath, en Irlanda, Teresa Deane Reddy de pronto se topó, en vivo y en directo, con el mismo puente de piedra que ella veía dibujar a su abuelo. Para esta argentina de pura sangre celta que hacía su primera visita al país de sus ancestros fue como si una distancia de 10.000 kilómetros y más de cien años quedaran abolidos en un instante”.
“ ‘Estaba igual. Mi abuelo dibujaba siempre ese puente, que a su vez le había visto dibujar a su padre’, recuerda Teresa, secretaria de Redacción de The Southern Cross, el periódico de la comunidad irlandesa en la Argentina. Mi bisabuelo dejó Irlanda cuando promediaba el siglo XIX. Y como tantos de los irlandeses que entonces llegaron a la Argentina, lloraba porque no había podido volver” (5).
“Go west! Esa era la consigna del padre Antonio Fahy, uno de los personajes más emblemáticos de la comunidad irlandesa en el país. ‘Entre 1840 y 1850, Fahy recibía a los irlandeses en el puerto de Buenos Aires y los convencía de que se fueran al campo, al Oeste, a criar ovejas. Después los visitaba y los iba casando entre ellos’, cuenta Teresa Deane”
“ ‘Allí donde se juntan dos irlandeses aparece la música, los bailes, los cuentos –agrega Teresa Deane-. En la casa de mi abuelo había gaitas, arpas, piano’ “ (6).
“ ‘A mi abuelo Gaynor lo cargaron los ingleses en un barco a los 19 años, por rebelde, en 1857. Los últimos quince días antes de embarcarse lo único que comió fueron ortigas hervidas, porque no había ni para pan. A su hermano lo mandaron a Tasmania, donde se convirtió en un bandolero legendario. Eran barcos de vela, los cargaban para que se hundieran en el mar, y si llegaban a algún lado era por obra de Dios. La gente venía desnutrida y muchos morían durante el viaje. Mi abuelo fue a dar al Hotel de Inmigrantes, con apenas 45 centavos en el bolsillo’ “.
“Mateo Kelly –botas y bombachas de gaucho- ofrece un mate en su casa de San Antonio de Areco. Tiene 86 años, una memoria prodigiosa y cientos de historias. ‘Los criollos les daban a los irlandeses mil ovejas y un pedazo de campo –sigue-. Exigían el 66 por ciento de los corderos y la lana. Los irlandeses se quedaban con el tercio restante y así, en ocho o diez años, salían a flote. Era una vida dura. Vivían en taperas, ranchos de adoba, con puertas de cuero de oveja y en la frontera con el indio. Pero así mi abuelo Gaynor, que llegó sin nada, pudo comprar campo en San Andrés de Giles”.
“Gauchos y todo, fueron celosos de su identidad. Mateo Kelly, por ejemplo, hasta los 10 años casi no habló castellano. Y en su casa paterna, las reuniones se animaban con violín y verdulera para entonar The wedding of the green y Mother Machree” (7).
“Los separaba el idioma – afirma Héctor M. Guyot-. Pero aquí, claro, no eran perseguidos por su catolicismo. Enseguida adoptaron las botas y se aficionaron al mate y al asado. Un paseo por los cementerios de Areco y Junín da cuenta no sólo de los muchos irlandeses que allá lejos y hace tiempo confluyeron en la zona, sino también de una curiosa simbiosis: Edward Geoghegan (“Gaucho Ted”) 1874-1928 reza una lápida, entre cruces celtas y otros apellidos irlandeses como Farrell, O’Neill o Murphy” (8).
“ ‘El irlandés es un pueblo que luchó por mantener su religión y sus costumbres’, dice Kevin Farrell, vecino de Areco y presidente de la Federación de Asociaciones Argentino-Irlandesas, que agrupa a unas cuarenta instituciones en todo el país. ‘La lucha le dio convicciones profundas’ “ (9).
“ ‘Ya en los años 50 el padre Fidelius Rush y el asturiano Manolo del Campo organizaban festivales de música y baile celta, pero en el 85 se hizo el Primer Encuentro Pan Celta en el Club Fahy’, recuerda Susana Shanahan, periodista y conductora del Plum Pudding (por el budín de ciruela con whisky, plato típico irlandés), un programa de radio que gira, obviamente, alrededor de la cultura celta. ‘Este auge era un eco de lo que pasaba en el mundo, donde The Chieftains, U2, Clannad o Enya ganaban grandes audiencias’ “ (10).
“ ’Hay un justificado orgullo por la herencia cultural entre las nuevas generaciones de la comunidad’, dice Juan José Delaney, escritor y profesor universitario, autor de Tréboles del Sur y Moira Sullivan, obras de ficción sobre la inmigración irlandesa en el país. Y agrega que la transmisión de esa herencia ha convertido a la Argentina en una suerte de Arca de Noé lingüística y cultural” (11).
“ ‘Muchas de las tradiciones que se mantienen aquí, los cuentos, las canciones o los chistes, son los que había en Irlanda en el siglo XIX y no las que hoy imperan en la isla’, dice Guillermo MacLoughlin Bréard, cuyo tatarabuelo llegó a estas tierras en 1851 y que participó, en 1991, del Primer Congreso de Genealogía Irlandesa, en Dublín. ‘Fui una rareza –dice-. Era el único expositor que no venía de un país de habla inglesa” (12).
Mariana Gaynor Heduan relata lo sucedido a uno de sus antepasados: “¿Qué motivos lo llevaron a Thomas Gaynor a emigrar a la República Argentina? De inmediato se puede señalar uno que alcanzó a ser dominante para muchísimos irlandeses de toda esa comarca: la noticia, insistentemente difundida, que se podía alcanzar muy pronto una gran prosperidad en dicho país a través del cultivo de la oveja que comenzaba a tener entonces un gran desarrollo en la ‘pampa bonaerense’. Todos esos jóvenes eran ovejeros desde su infancia y se creían capaces de convertir la lana pampeana velozmente en oro. Parece también que después de 1840 un cierto Michael Murray (apodado en Buenos Aires ‘Spanish Mickey Murray’ por sus aptitudes como lingüista), emigró de la región a Buenos Aires estableciéndose luego en Capilla del Señor y construyendo una gran fortuna en lanares. El éxito de ‘Spanish Mickey Murray’ sirvió de imán para muchos jóvenes ovejeros. En el caso de Thomas Gaynor, había también otro motivo para emigrar. La Irlanda de mediados de siglo pasado se hallaba muy agitada; no sólo por el motivo político de la dominación británica, sino también por el desgraciado sistema agrario que se venía heredando desde siglos atrás. El irlandés medio no era propietario de la tierra que labraba, era un simple arrendatario que podía ser desposeído en cualquier momento por su propietario, que las más de las veces, poseía su título fundado en conquista bélica y solía habitar lejos de las poblaciones a él sometidas. Cualquier mejoría introducida en la propiedad del arrendatario era motivo para un aumento de alquiler; se dio inclusive el caso de un arrendatario que vio aumentada su prima porque a su mujer se le había ocurrido plantar unas flores en la puerta de su cabinita. ‘Si tienen plata para flores, tienen plata para pagar un mejor alquiler’. ¡Mentalidad no totalmente desconocida tampoco en la República Argentina!. A mediados del siglo pasado los propietarios encontraron que podían aprovechar sus tierras echando a sus inquilinos, algunos de los cuales habían habitado el mismo sitio por centenares de años y, reemplazándolos con vacunos, cuya venta redituaría un interés mayor que el alquiler hasta entonces recabado. Estas medidas puestas en práctica, provocaron grandes reacciones entre la juventud de la población agrícola; estas se manifestaron no sólo en los sectores políticos, sino también mediante la proliferación de sociedades agrarias, más o menos secretas, más o menos violentas, dedicadas a la protección de la población indefensa frente a la agresividad brutal de los terratenientes. Estas sociedades accionaban contra los propietarios y también contra los ocupantes de tierra cuyas antiguas poblaciones habían sido ‘barridas’; como las leyes y la justicia estaban al servicio de los propietarios, se entiende como la policía, la milicia y el ejército, fueron pronto movilizados contras estos defensores del pobre. Thomas Gaynor se vinculó en su juventud con algunas de estas sociedades y atrajo sobre si la atención de los guardianes del orden y creyó prudente alejarse de su país. Su ‘pecado’ no pudo haber sido muy pequeño, porque al volver a Irlanda muchos años más tarde, con la intención de radicarse allí definitivamente, y habiendo ya elegido una propiedad donde pensaba constituir su hogar, tuvo noticias, por alguna vía reservada, que la policía andaba haciendo preguntas a fondo sobre su persona, circunstancia que lo indujo a tomarse prontamente el vapor y volver a la República Argentina” (13).
Andrew Graham Yooll manifiesta que “tanto los irlandeses como los escoceses se reunían en las respectivas fechas de sus comunidades para cantar, emborracharse y llorar por sus aldeas perdidas, asumiendo como podían a éste como su lugar de residencia” (14).
El nombre de la localidad “El Trébol” “surgió durante la construcción del ramal del Ferro Carril Central Argentino que partió de Cañada de Gómez hacia Las Yerbas, el cual fue financiado con capitales de origen británico, siendo esta empresa subsidiaria la encargada de la denominación de las estaciones que iban surgiendo. Seguramente el recuerdo de su patria natal, provocó que tres estaciones seguidas recibieran el nombre de los símbolos de la Gran Bretaña. Así surgieron "Las Rosas" por las rosas rojas y blancas del escudo de Inglaterra; "Los Cardos" en recuerdo de Escocia; y "El Trébol" en homenaje a la flor típica de Irlanda” (15).
Notas
1. Incluido en Wolf, Ema (texto) y Patriarca, Cristina (investigación): La gran inmigración. Ilustraciones de Daniel Rabanal. Buenos Aires, Sudamericana, 1997. Sexta edición. 226 páginas. (Sudamericana Joven Ensayo).
2. Montes, Graciela: en www.gracielamontes.com.
3. González Toro, Alberto (texto) y González, Ricardo (fotos): “La Patagonia de Kirchner”, en Clarín Viva, Buenos Aires, 2 de noviembre de 2003.
4. Casati, Susana: “De otros tiempos. El ‘Orión del Sr. Pérez”, en El Tiempo, Azul, 13 de marzo de 2005.
5. Guyot, Héctor M.: “Sociedad. Irlandeses en la Argentina. Una verde pasión”, en La Nación Revista, Buenos Aires, 13 de marzo de 2005. Fotos de Daniel Pessah.
6. ibídem
7. ibídem
8. ibídem
9. ibídem
10. ibídem
11. ibídem
12. ibídem
13. Gaynor Heduan, Mariana: “Los Gaynor”, en www.irlandeses.com.ar.
14. Roca, Agustina: “Peripecias británicas”, en La Nación, Buenos Aires, 24 de diciembre de 2000.
15. S/F: “Origen y fundación”, en www.eltrebol.gov.ar.
|
En 1997, Germán Sopeña comentó el libro de una irlandesa nacida en Londonderry en 1922 y emigrada en 1945 a la Argentina. En el momento en que escribe el periodista, la inmigrante vivía en El Bolsón, Río Negro. Nos referimos a Maggie Pool, y a su obra, Where the devil lost his poncho (1), publicado en Edimburgo por The Pentland Press.
A criterio de Sopeña, “Su relato tiene poesía, emoción y reflexiones de fondo. Su escritura no pretende más que contar las cosas como sucedieron. Pero en cada página late la observación fina de alguien que descubrió un mundo nuevo, lo hizo propio y lo vivió con intensidad en todo lo que hubo de malo y de bueno durante más de medio siglo”.
La autora llega a la Argentina “no bien terminada la guerra, como modesta secretaria de un organismo británico, casi con lo puesto y con sólo 12 libras esterlinas, que era la máxima cantidad de dinero que se permitía sacar de Inglaterra en aquel momento de crisis. Queda deslumbrada por la riqueza que ve en Buenos Aires, por el tamaño de los bifes y los postres de un simple restaurant, donde se come lo que ninguna familia inglesa veía desde hacía años”. La prosperidad cede paso a una realidad distinta: “luego vendrán los años difíciles del peronismo, de la falta de democracia, del terrorismo, de los gobiernos militares, de la guerra de las Malvinas y, como tremendo final, de la hiperinflación, que Pool describe con la visión del economista que subyace en toda ama de casa”
Sin embargo, la evaluación de su vida en América es muy positiva. Agrega Sopeña: “Nada disminuye su amor por su segunda patria. Con los años se traslada a vivir a Bariloche y, por fin, al valle de El Bolsón. La Patagonia la atrapó y parece ser su punto de residencia definitiva en su larga vida iniciada –allá lejos y hace tiempo pero al revés que Hudson- en Irlanda y Escocia. ‘Aquí está el paraíso’, resume sobre el final. Lo transmite con la certidumbre de quien ha sabido ver mucho más allá de las vicisitudes de la vida cotidiana” (2).
Notas
1. Pool, Maggie: Where the devil lost his poncho. Edimburgo, The Pentland Press, 1997.
2. Sopeña, Germán: “Tierra lejana”, en La Nación, Buenos Aires,
|
|
Marcos Aguinis es el autor de El Combate Perpetuo: Una Biografía Admirable con Ritmo de Novela (1). El protagonista, Guillermo Brown, “ es una de las figuras decisivas de la historia argentina. Sin embargo, el trato que la historia le ha dado a menudo ha oscurecido al hombre y acartonado al prócer”.
“Este libro de Marcos Aguinis - "esta biografía con ritmo de novela", como el mismo la define - es, además, una lúcida y exitosa operación de rescate. Rescate del héroe y del personaje, puesto que el almirante Guillermo Brown aparece en toda su dimensión épica; pero también porque tal dimensión no borra ni excluye los rasgos que lo convierten en el protagonista de un libro de aventuras. Alguien, como consigna el autor, cuyas vicisitudes hubieran apasionado por igual a los novelistas del siglo diecinueve y del siglo veinte. Y que apasionarán asimismo a los lectores”.
“Redactada en tiempos difíciles, cuando la incertidumbre y el desaliento parecían volver impensable una obra de esta laya, El combate perpetuo invita a ser leída y releída como cautivante relato y también como forma de tratar la historia de un modo distinto, nunca esquemático ni maniqueo, siempre riguroso e inteligente”.
“Evoco la mezcla de entusiasmo y de miedo que me embargaban mientras escribía la vida de Guillermo Brown. Eran años de soberbia, maniqueísmo y corrupción esmeradamente disimulados con altas dosis de hipocresía. Una de las más cotizadas herramientas del encubrimiento era el culto de los héroes. Culto rígido, frío, estereotipado, que adora las apariencias. Yo quería humanizar al prócer. Devolverle carnadura, ambición, fatiga y rabia, transformando su gesta en algo verosímil, recuperando así nuestra capacidad de admiración. Quería desquitarme de los soporíferos textos que dificultaron en mi juventud el aprendizaje de la historia argentina. Proponía que, indirectamente, nos emocionáramos con la historia para mirar mejor nuestro presente" (2).
Sebastián Hamilton llega al puerto de Buenos Aires. “Todo comenzó allá por 1865, cuando el puerto de Buenos Aires funcionaba como una enorme puerta abierta a la inmigración. Se suponía que a través de esa puerta llegaría la civilización, la industria, el comercio, la cultura, todo lo cual contribuiría a aniquilar la barbarie. La historia después diría que eso sucedería más tarde, con el tiempo. ¿A la muerte de Rosas? Tal vez. Pero esta historia, la que narra don Sebastián comienza ese año, cuando Sebastián Hamilton, acompañado por su hermano Thomas, llega a la Argentina, donde su padre había adquirido tierras y donde William, su hermano mayor, ejercía la profesión de médico. Viajó de mala gana pero finalmente quedó seducido por la amplitud de las tierras pampeanas y por el estilo de vida de los gauchos, y obsesionado por la tierra que heredó. En el relato de esta historia familiar se intercalan los horrores de la epidemia de fiebre amarilla de 1871, la violencia de la dictadura de Rosas y la evolución de Buenos Aires, que deja de ser una ciudad colonial para convertirse en una sofisticada metrópoli”.
“Esta saga familiar tienen lugar durante la segunda mitad del siglo pasado que fue una época de dramáticos cambios para la Argentina. Buenos Aires era una ciudad de múltiples contrastes: los primeros trenes quedaban detenidos por el paso de las tropas de ganado con destino al matadero; las negras que lavaban ropa en el río, detrás de la Casa de Gobierno, regresaban ya de noche por calles iluminadas por los primeros faroles a gas; la alta sociedad asistía a veladas líricas pero el sistema cloacal aún estaba en proyecto; esto, unido a las deficientes condiciones sanitarias, facilitaría la propagación de la epidemia que mayores estragos causó en la historia de la ciudad. En esos años el puerto recibirá inmigrantes de todas las latitudes, que adoptan esta tierra y sus costumbres como propias y echarán en ella sus raíces” (3).
Acerca del protagonista de esta obra comentó Susana Pereyra Iraola: “El que da título al libro es el menor, el descreido, herido de secretas llagas. A medida que se interna a caballo en una interminable travesía, el aleteo de las lagunas, el horizonte y el cielo inabarcable maravillan sus ojos. La propia tierra, campo despoblado y rancho de adobe, se adueña de su vida para siempre. Convive con la brutalidad y el desamparo en sus peores formas; años después la familia conocería las más extremas durante la epidemia de fiebre amarilla, uno de los pasajes más estremecedores de un relato que no decae en intensidad” (4).
La autora de Don Sebastián es Susan Wilkinson, nacida en Bombay y formada en Dublín, quien “en 1970 se estableció en Buenos Aires, trabajó en el Consulado Británico poco menos que un año y viajó por el interior del país. Conoció entonces, la tierra que habían habitado sus ancestros –su tatarabuelo llegó con sus cinco hermanos a la Argentina en 1866, y fue entonces que la rama familiar quedó dividida, algunos volvieron a la Irlanda originaria y otros quedaron para siempre aquí, formando parte de la extensa llanura de la Pampa”. Uno de estos antepasados es Thomas Greene, el médico irlandés de veintiún años que llegó a bordo del Mimosa, junto a ciento cincuenta y tres inmigrantes galeses, precisamente en el año en que llega Don Sebastián.
Notas
1. Aguinis, Marcos: El Combate Perpetuo: Una Biografía Admirable con Ritmo de Novela. Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1971. 208 paginas.
2. S/F: en www.aguinis.net
3. S/F: Gacetilla de prensa acerca de Wilkinson, Susan: Don Sebastián. Buenos Aires, Vergara, 1996.
4. Pereyra Iraola, Susana: “De Irlanda a la Argentina”, en La Nación, Buenos Aires, 28 de julio de 1996.
|
|
|
En varias novelas aparece esta realidad de dos tierras. Nos referiremos a algunas de ellas.
Carlos Marìa Ocantos es el autor de Quilito (1), una de las tres obras màs representativas del “Ciclo de la Bolsa”. Se afirmó que “Quilito no se centra exclusivamente en la quiebra de la Bolsa y en sus derivaciones. (...) La difìcil y conflictuada sociedad del noventa encuentra en Quilito un reflejo fiel y acabado. En sus pàginas quedò impreso para siempre el retrato de las costumbres, las formas de ser, de relacionarse y de sentir en las que se gestò la esencia del argentino de hoy” (2).
En la obra aparecen inmigrantes de distintas nacionalidades, a los que Ocantos retrata en forma diferente. Siente predilecciòn por el personaje inglès –el escritor le atribuye ese origen, pero el padre del inmigrante es irlandés; esto nos hace pensar en la agrupación de ingleses, galeses, escoceses e irlandeses bajo una sola denominación. En él hace encarnar todas las virtudes, al tiempo que demuestra desdèn por los italianos. El portuguès, en cambio, le parece corrupto y oportunista, a juzgar por los apelativos con que lo evoca.
Ocantos no se cierra a la postura generalizada en su època, que consistìa en combatir la inmigraciòn. El advierte los rasgos buenos en los criollos y en los inmigrantes, y tambièn sabe ver en ambos grupos los procederes que evidencian la decadencia moral y que llevan a una existencia desgraciada o, incluso, a la muerte. En Quilito, escribe que la ola de emigraciòn europea nos aporta periòdicamente lo bueno y lo malo -al menos no piensa, como otros, que es todo malo-; Mister Robert, seguramente es el inmigrante ideal para el autor de las Novelas argentinas y para muchos màs. La oposiciòn entre los latinos incultos y el inglès culto nos hace pensar en Juvenilia (3), donde se hablaba de los vascos y del italiano, confrontados con la grandiosa figura de Monsieur Jacques. Evidentemente, el planteo no era nuevo; reflejaba, por otra parte, las preferencias del gobierno que –dice el historiador Exequiel Cèsar Ortega- “en lo social favorecerìa cada vez màs la inmigraciòn, sobre todo la europea en general, perdidas bastante las esperanzas de la anglosajona y francesa en particular” (4).
Las cualidades del inglès no son tomadas como modelo por los jòvenes criollos que especulan en la Bolsa. Quilito “miraba a Mìster Robert y se encogìa de hombros con làstima. No, no se verìa èl en ese espejo. Allì estaba desde la mañana casi hasta la noche, la espalda encorvada, los dedos agarrotados sobre el lapicero, sentado en el banco de patas largas, sin descanso, sin distracciòn, esclavo del trabajo, prisionero del deber; y asì todos los dìas, todos los dìas... hasta que la enfermedad le clavase en el lecho, la vejez le baldara o le sorprendiera la muerte. Entretanto, habrìa pasado los mejores años de su vida sin gozarlos, dejando para otros el fruto de lo que èl sembrara...”.
No sòlo Mister Robert era probo; tambièn lo era su familia: el inglès “no concurrìa a cafès ni a teatros; su distracciòn ùnica, suprema, que saboreaba con el deleite de un goloso, era su familia: la mujer, un àngel; el hijo, otro àngel, y el padre, viejo patriarca de Irlanda, màs catòlico que el Papa y de una honradez a toda prueba; de esos caracteres que ya no se estilan y que, temerosos, se esconden en el santuario del hogar, como prenda pasada de moda, para no exponerse a la irrisiòn del pùblico”.
Tantas buenas condiciones no le garantizaron al inglès una vida tranquila. Fue arrastrado a la quiebra por los señoritos inùtiles, ya que “èl no traìa sino la inteligencia y el trabajo, que no alcanzan en plaza cotizaciòn alguna, menos cuando van refrendados por la firma del favoritismo”.
De aquí hasta el alba, de Eugenio Juan Zappietro, está protagonizada por colonos, soldados e indígenas durante la Conquista del Desierto. Zappietro relata la trágica historia americana de un irlandès, que llegò al desierto en 1866, y el socio granadino que lo traicionò. O’Flaherty “juraba que Argentina era el paìs del futuro. No se equivocò por mucho en cuanto a la tierra; se equivocò de hombres, pero una lanza araucana habìa terminado con èl para evitarle la amargura de comprobarlo”.
“Vivía con una muchacha de Glasgow, que no tenía miedo a empuñar un mosquete y lo había seguido muchas millas para tener una hacienda propia donde pensaban criar ganado Hereford. La tierra no daba todavía para esas aventuras y O’Flaherty puso un saladero en compañía de un granadino llamado Ozores, que le robó el negocio y trató de hacer lo mismo con la chica de Glasgow. Ella pudo huir y el granadino tuvo que matarla. El irlandés la enterró con todo el rito de su Eire, con azaleas que consiguió nunca se supo dónde, y se sentó a esperar la muerte”.
El granadino cambiò al irlandès por un caballo. O’Flaherty resistiò el asedio de sus “compradores” durante diez dìas, “hasta que se quedò sin municiones. Entonces, fabricò una lanza con un cuchillo toledano, recuerdo de su ex socio, atàndolo fuertemente al cañòn del Sharp”. Asì, matò a los araucanos que quedaban y, cuando se enfrenta al caudillo, despuès de haber perdido un brazo, es el granadino quien lo entrega, pues “El araucano no bajò su brazo armado de cuchillo; estaba considerando que aquel pelirrojo hombre blanco era un dios; ni en toda la historia de su naciòn alguien habìa despachado a seis bravos con aquella terrible celeridad”.
El cacique termina con el traidor: “la gratitud era un sentimiento menor en el indio; la admiraciòn podìa màs. Metiò su lanza entre las costillas del español y los enterrò a ambos junto a la muchacha de Glasgow. Desde entonces –era leyenda ya- vagaba sin poder pegar ojo en torno a la posta, como si quisiera resucitar al hombre que habìa liquidado a su brigada” (5).
En Barcelona se edita Frontera Sur, del hispano argentino Horacio Vázquez-Rial. “Prostitutas, fantasmas, jugadores, gallos de riña, socialistas primitivos, héroes del trabajo, anarcosindicalistas o músicos que se cruzan en la vida de tres generaciones de emigrantes gallegos, van tejiendo la trama de Frontera Sur y la historia de Buenos Aires, entre 1880 y 1935. Roque Díaz Ouro, que llega viudo y con un hijo a la capital argentina, que se enamora de una prostituta de alto vuelo y que recibe en su carrera ascendente la ayuda del espectro de un compadrito degollado, es protagonista de este relato épico, junto al alemán Hermann Frisch, portador de un bandoneón y de los principios de la organización obrera. Pero también aparecen en él figuras legendarias como Yrigoyen, Durruti o el propio Gardel, que definieron el espíritu de una época y de una ciudad apasionantes” (7).
En esa novela, Horacio Vázquez-Rial evocó la inmigración irlandesa. Una joven de esa nacionalidad se presenta para un puesto de maestra: “Era una muchacha rubia, con pecas, casi una niña. Se sentó ante el tribunal familiar en el borde de una silla, con las manos juntas y las rodillas juntas, paseó sus ojos claros por el fondo de los ojos que la observaban y sonrió”. Se llama Mildred Llewellyn y habla castellano con dificultad. Dice la joven: “Llego de Irlanda hace tres días y vengo aquí”. Su empleador le enseña: “-Llegué –corrigió Roque, mostrando el pasado con el índice, en un lugar situado detrás de su hombro derecho-. Y vine”.
Durante la entrevista se desmaya: “La natural palidez de Mildred se acentuó de pronto. Roque vio nacer dos trazos morados sobre sus pómulos. (...) Ramón echó a correr hacia el fondo, pero, apenas pasada la puerta, le detuvo el ruido grave, como lejano, discreto de la caída del cuerpo de Mildred. Roque, que la alzó del suelo, pensó que jamás había conocido ser tan leve”. Es que –como explica en su trabajoso castellano- había comido por última vez en el barco, ya que no había parado en el Hotel de Inmigrantes (8).
Secretos de familia (9), de Graciela Beatriz Cabal, fue publicado por primera vez en el año 1995. En él encontramos “Una abuela que calza trabuco y cruza los ríos a caballo, un abuelo que se desangra por amor, las uñas largas y filosas de la loca de la casa: ‘En la familia de nosotros –dice Graciela Cabal- hay secretos terribles. Yo mucho no puedo enterarme, porque soy chica, porque son secretos y porque son terribles’. Con la implacable y feroz lógica de la infancia, y a través de un humor entre corrosivo y tierno, la niña de Secretos de familia va registrando el inquietante mundo que la rodea. Las complejas y entrañables relaciones familiares, los grandes silencios, los suicidios, la muerte y sus rituales se entrelazan con la vida y el paisaje de un barrio del sur de Buenos Aires en un período que comienza en 1940 y culmina, no por azar, en 1952, con la muerte de Evita. Acaso la mayor conquista de este libro autobiográfico haya sido lograr un verdadero desafío lingüístico: el tono exacto para que la escritura no distorsione, opacándola, la voz de la infancia. Una voz obstinada y poco complaciente que parece haber nacido con el mandato de hurgar en la memoria. En la propia y en la ajena. De eso trata, entre otras cosas, la literatura” (10).
Es la voz de la infancia, por cierto, pero también la de la adulta que va reconstruyendo y a la vez, inevitablemente, recreando la historia de esa niña que fue: una pequeña rebelde y cuestionadora, consentida por la madre, acotada por la férrea disciplina de su padre maestro, que no compartía el criterio de la esposa acerca de la educación de la hija. Junto a ellos, una familia grande y peculiar, en la que siempre había discordia: “En Nochebuena nos juntamos la familia entera. Entonces todos aprovechan y se pelean”. Esa es la realidad que observa, dolida e impotente, la pequeña, esperando que pase pronto el mal rato y no tenga consecuencias terribles.
En esa obra, relata la protagonista: “El Padre Mulleady era pobre, era bueno, ayudaba a las personas y también a los indios (no como el tío de Gran Mamá), y siempre estaba tan contento que cantaba ‘Los ojazos de mi negra son como soles...’ Una sola vez en la vida metió la pata el Padre Mulleady, pero fue sin querer: cuando la casó a mi mamá con mi papá, dice mi mamá. Después de eso, se murió. Cuando yo sea grande me voy a tomar un barco, me voy a bajar en Irlanda y voy a empezar a caminar buscando la casa y la olla del puchero de la abuelita de Gran Mamá y del Padre Mulleady. Y como a cada rato voy a repetir ‘Padre Mulleady, Padre Mulleady, Padre Mulleady’, seguro que encuentro todo perfecto”.
En 1999 aparece la novela Moira Sullivan (11), relacionada con el libro anterior por la temática y por el modo de abordarla. Al igual que en Tréboles del Sur se advierte un minucioso y paciente trabajo de investigación, impulsado por el amor que siempre sintió por la cultura de sus ancestros.
En esta obra, el lenguaje, tan importante como factor sociabilizador, encarna una actitud de la protagonista. Ella nunca se interesó por aprender a comunicarse en castellano y esa negativa suya determina su relación con quienes la rodean. La anciana vive en su mundo y no quiere tener contacto con quien no pertenezca a él. Rechaza evidentemente toda forma de integración, y se repudio se patentiza en el aislamiento en el que se refugia. Aun cuando quisieran integrarse, el idioma era un serio problema para colectividades como la irlandesa; Delaney presenta dos paliativos para la incomunicación de los extranjeros: el cine mudo y el tango, por los que sienten gran afición.
La historia de esta mujer -que se inicia con su nacimiento en los primeros años del siglo XX o al finalizar el anterior- es una historia en sí, desarrollada hábilmente, pero permite también al novelista explayarse acerca de las circunstancias en que esta historia se desenvuelve. Al hablar de los primeros años de la anciana, nos ilustra acerca de la vida en Estados Unidos, no sólo de los irlandeses, sino también de emigrantes de otras nacionalidades que se dirigieron allí en busca de la fuente laboral que significaban las minas carboníferas.
Escribe Delaney asimismo acerca de la rígida educación religiosa que se impartía a niños y jóvenes. Muestra luego a la protagonista como una mujer decidida a trabajar en o que eligió, a no cejar ante los mandatos de la vocación, la que, empero, flaquea cuando las circunstancias se vuelven adversas, y llega a abandonar aquello que alguna vez le dio sentido a su existir. Abandona el cine, sí, pero el recuerdo de los años vinculados a él la acompaña y también la agobia, y los filmes que vio o aquellos en los que participó son evocados con la precisión con la que se dice que las personas mayores recuerdan hechos de sus años de juventud.
Tiempo y espacio tienen gran importancia en la novela y son descriptos minuciosamente. El tiempo de la narración abarca alrededor de ochenta años, y permite al escritor deslizar críticas acerca de la realidad argentina. El espacio abarca desde la primera visión que el inmigrante tiene de la nueva tierra, hasta lugares precisos como el Barrio Norte, Villa Urquiza, Arrecifes, Areco, General Pinto y Junín. Distinta será la forma de vivir la inmigración en cada lugar, y distinta, también, la añoranza que los extranjeros sienten por su lejana Irlanda.
Delaney se adentra en la vida de esta anciana luchadora, ya vencida, que encuentra en un niño de siete años una última razón para existir. Junto a ella, presenta a otros inmigrantes, algunos de los cuales resaltan como paradigmas de un modo de entender el destino; Cornelius Geraghty y Abraham Mullins son personajes que permiten al novelista mostrar otras opciones en el vasto mundo que se abre ante los recién llegados. Ellos se destacan en el panorama de la obra, que presenta no sólo a irlandeses, sino también a hombres y mujeres de diversas nacionalidades que llegaron a nuestra tierra en busca de un futuro mejor.
En Hay que matar (12), de Andrés Rivera, “Milton Roberts, galés, tuvo unas pocas leguas de tierra en El Sur del Sur, algunas ovejas, cuatro o cinco perros y dos o tres caballos, y un hijo llamado Byron Roberts. Hasta que La Compañía hizo su oferta y él dijo, impávido, no. Bill Farrell había escapado, hambriento, de Irlanda, y era comisario de policía en El Sur del Sur. Tenía una mujer a la que llamaban Rosario. Con Bill Farrell, Byron Roberts aprendió, entre otras cosas, el oficio de matar. En El Sur del Sur sobran el petróleo y la violencia. El poder es propiedad de unos pocos, pero la venganza -a diferencia del sexo y del whisky- es una de las cosas que no se compran ni se venden. Allí un hombre mata como Andrés Rivera escribe: en busca de conocimiento y de justicia. En El Sur del Sur hubo un imperio. El imperio no se disolvió: tiene otros nombres, más impersonales. Pero todavía dicta la ley. Todavía mata” (13).
Al publicarse la novela, Demian Orosz entrevista al autor. Transcribimos un fragmento de ese reportaje:
“El título de su último libro sacude el aire como un disparo en la noche. Posee, además, la precisión y la contundencia que requiere un imperativo: Hay que matar. Podría pensarse que esas tres palabras que son la inversión exacta del quinto mandamiento merecerían una aclaración, una trama que despeje los posibles malentendidos. Quien piense así se verá defraudado. El centenar de páginas que componen la reciente novela de Andrés Rivera no se detiene en explicar nada. Entre otras razones, porque no es tarea de la literatura redactar un nuevo decálogo. Quizá, también, porque el ahorro de palabras que viene marcando a fuego la prosa del autor es algo más que un rasgo de estilo. Las ausencias, los vacíos que el lenguaje apenas alcanza a cubrir requieren un lector que no retroceda ante los silencios. Lo que Rivera denomina, sin abundar demasiado, un ‘lector inteligente’ ”.
“Tampoco el protagonista de Hay que matar (recién publicado por Editorial Alfaguara) sabe porqué cumple con lo que el título le reclama. Durante 20 años, Byron Roberts fue comisario en un pueblo perdido en la Patagonia. Durante 20 años se acostó con mujeres propias y ajenas, bebió toneladas de whisky y recorrió a caballo una tierra helada y fría mientras se decía a sí mismo cosas que apenas comprendía. No ha olvidado: sin saber las razones, sin esperar nada a cambio, una noche sale en busca de los tres hombres que 20 años antes ejecutaron a su padre”.
“Así mata Byron Roberts, que a esta altura de la historia ha cambiado de nombre y ahora se llama Nadie: ‘Nadie tocó el gatillo dócil de su revólver, desde la distancia necesaria para no mancharse con la boca de El Sargento. Saltaron, en la luz de la casa que Nadie calificó de mugrienta, astillas del paladar, pedazos de lengua, dientes, pedazos de labios, de lo que fue la boca viva de El Sargento’ ”. (...)
“Byron Roberts sabe bien que la justicia por mano propia o la que puede hacer un solo hombre carece de valor. Byron sabe que lo que hace no cambia nada. Hay que matar arrancó como arrancan la mayoría de sus libros. Cuando empezó a escribirlo tenía el título, algunas líneas del comienzo y otras tantas del final. Lo que había que poner en el medio es una historia que Rivera escuchó a mediados de los ‘60. ‘Yo estaba mucho en el Sindicato de Prensa de Buenos Aires —cuenta el autor—. Uno de los periodistas que frecuentaban la sede se llamaba Milton Roberts, un hombre muy british. Las patotas fascistas tenían por costumbre agredir la casona, y una noche, al término de uno de esos asaltos, Milton me contó la historia de su padre: había sido comisario en el sur. Un día le avisaron que tres personas habían asesinado a un poblador. Salió a buscarlos, mató a dos y volvió con la confesión del tercero’. Milton Roberts también le contó a Rivera que los hombres que su padre había perseguido eran asesinos a sueldo de lo que en la novela se llama La Compañía: ‘No la menciono con su verdadero nombre porque seguramente hay descendientes de quienes fueron sus dueños, y me advirtieron que podían iniciarme un juicio’ " (14).
Los Jardines del Carmelo (15), de Ana María Guerra, “es la historia de un grandioso amor, nacido en un Villa sin lugar geográfico, similar a cuantas villas pueblan el mundo, pero de raíz evidentemente sudamericana. La autora, con inusual destreza, teje su trama en torno a dicha población, signada por el paso fugaz de las carmelitas, y a sus singulares habitantes a lo largo de dos generaciones. Asimismo, los cinco sueños milianochescos enlazados a Egidio y Sabina, los protagonistas, no sólo incorporan su sortilegio, sino que realzan ese ámbito de ficción y realidad, tan afín a la obra de la autora. Ana María Guerra logra, con esta novela de intensa textura narrativa, un podio de relevancia en el rico espectro de la literatura latinoamericana” (16).
En esa obra, Guerra relata: “El garito hervía: chacareros irlandeses, comerciantes de San Benito, parroquianos del Social y de Socorros Mutuos. Se apostaba fuerte esa noche, y en consonancia el clima era tirante”. En otros pasaje, la autora se refiere a “el irlandés Mac Loren, que tenía en sus espaldas dos muertes, sin otro atenuante que el pequeño barril de cerveza bebido sin respirar”.
Notas
1 Ocantos, Carlos Marìa: Quilito. Madrid, Hyspamèrica, 1984.
2 S/F: en Ocantos, C.M.: Quilito, Madrid, Hyspamèrica, 1984.
3 Canè, Miguel: Juvenilia. Buenos Aires, CEAL, 1980.
4 Ortega, Exequiel César: Cómo fue la Argentina (1516-1972). Buenos Aires, Plus Ultra, 1972.
5 Zappietro, Eugenio Juan: De aquí hasta el alba. Barcelona, Hyspamérica, 1971.
6 Molina, Enrique: Una sombra donde sueña Camila O'Gorman. Buenos Aires, Losada, 1973.
7 S/F: en Vázquez Rial: Frontera Sur.Barcelona, Ediciones B, 1998.
8 Vázquez Rial: Frontera Sur.Barcelona, Ediciones B, 1998.
9 Cabal, Graciela Beatriz: Secretos de familia. Buenos Aires, Sudamericana, 2003.
10 S/F: en Cabal, Graciela Beatriz: Secretos de familia. Buenos Aires, Sudamericana, 2003.
11 Moira Sullivan. Buenos Aires, Corregidor, 1999.
12 Rivera, Andrés: Hay que matar. Buenos Aires, Alfaguara, 2000. 120 páginas. (Biblioteca Andrés Rivera).
13 S/F: en www.alfaguara.com.ar
14 Orosz, Demian: “Rivera Andrés: Soy un hombre entre los hombres”, en La Voz del Interior, Córdoba, 22 de junio de 2001.
15 Guerra, Ana María: Los Jardines del Carmelo. Buenos Aires, Corregidor, 2003.
16 S/F: en Guerra, Ana María: Los Jardines del Carmelo. Buenos Aires, Corregidor, 2003.
|
William Bulfin, escritor irlandés que llegó a la Argentina en 1880 y fue director de The Southern Cross, es el autor de Tales of the pampas. Alejandro Clancy, el traductor de la obra, reiteró lo señalado por Korol y Sábato, pues dijo que “Los irlandeses llegan por primera vez a la Argentina en 1840; es la primera inmigración grande que llega, junto a la de los vascos. (...) era otra Argentina, un país deshabitado, y entonces esos treinta mil irlandeses parecían una cantidad increíble”.
Acerca del libro, afirmó: “Cuentos de la Pampa –escritos por Bulfin a partir de 1880- narra cómo era la vida de los irlandeses y de los argentinos en el campo, cerca de los fortines. Los irlandeses –que sobre todo eran ovejeros- llegaban acá sin un centavo y empezaban haciendo las tareas manuales que no querían hacer los gauchos” (1). Esta es la historia que evoca el irlandés en sus páginas, ahora publicadas en edición bilingüe.
Un personaje del cuento “Los afanes”, de Adolfo Bioy Casares, menosprecia a las irlandesas: "Milena tenía el pelo castaño –lo llevaba muy corto-, la piel morena, los ojos grandes y verdes (menospreciaba los ojos azules de las Irish porteñas), las manos cubiertas de mataduras” (2).
“Elisa Brown” se titula el cuento en el que María del Carmen Garcia evoca la suerte corrida por la hija del almirante: “Cuando el sol de una de las ultimas mañanas de diciembre comenzo a hacer brillar las aguas del rio con pequeños destellos dorados y el aire se lleno de la fragancia de los jazmines, Elisa creyo comprender que esa era la hora de la cita, ese era el momento que habia estado esperando dia tras dia. Bajo descalza al jardin, recogio al pasar unas flores, bajo la barranca que la separaba del rio y sin volver la cabeza se fue hundiendo en el agua viendo los ojos amados en sus ojos, oyendo sus dulces promesas en su oido y sintiendo el abrazo del ancho pecho que la protegeria para siempre” (3).
Juan José Delaney es profesor de Literatura Argentina en la Universidad del Salvador. Ha publicado, en distintos medios, cuentos, ensayos, trabajos de investigación y textos periodísticos. Dirigió la revista El gato negro. En 1993, becado por la Fundación Antorchas, participó del International Writing Program, de la Universidad de IOWA (Estados Unidos). Es autor de Papeles del desierto (cuentos), Tréboles del sur (cuentos) y Moira Sullivan (novela). En 2002 recibió una beca del Fondo Nacional de las Artes por el proyecto para Marco Denevi y la sacra ceremonia de la escritura (Corregidor, 2006).
Tréboles del Sur mereció elogiosos comentarios de Enrique Anderson Imbert y Rodolfo Modern. El escritor dedica a sus antepasados estos quince textos que transcurren a lo largo de más de un siglo. El tema común a todos estos textos es el de la inmigración irlandesa, de la esforzada búsqueda de un mundo mejor. En este libro presenta seres ficticios y hechos verosímiles, sin embargo, en él se evidencia una evocación de la realidad que surge de datos concretos que Delaney maneja con autoridad.
El se muestra como un conocedor de todo cuanto atañe a su colectividad. Nos habla de la religión, de las lecturas que hacen los irlandeses, la música que los emociona, los internados en los que se albergan niños y niñas, las comidas típicas, las bebidas, la educación sexual –inexistente en un modo de vida puritano-, el idioma –que aparece como un obstáculo en el trato cotidiano y como una ventaja en cuanto a las perspectivas laborales-, las localidades en que se encuentran los inmigrantes de ese origen –Rojas, Moreno, Palermo, Flores y Villa Urquiza-, los pensionados, las fiestas patronales, los apellidos castellanizados y la historia de Irlanda.
El autor nos dijo en una entrevista: “Como lector y autor, siempre me incliné por la literatura fantástica, pero la temática de este libro no me permitió alejarme de hechos históricos y concretos, como de situaciones que, de alguna manera, ocurrieron. Digamos entonces que, en general, los cuentos se inscriben dentro del realismo, aunque con ciertas vinculaciones con lo fantástico y lo psicológico”.
Sobre las fuentes a las que recurrió, comentó: “Toda la información que obraba en mi poder la había recibido por transmisión oral. Las memorias, nostalgias y anécdotas de mis padres, parientes y amigos mayores, en efecto, me habían dotado del material como para emprender la tarea sin incurrir en imprecisiones. No obstante ello, recorrí la escasa bibliografía que hay sobre el tema”. Entre esa bibliografía se cuenta el semanario hiberno-argentino, The Southern Cross, “que registra la actividad cultural, religiosa, social y deportiva de la comunidad”; cuyo director, el padre Federico Richards, le “permitió generosamente revisar todo ese valioso material”.
Le preguntamos si entre esas historias había muchas protagonizadas, veladamente, por gente ligada a él. Nos respondió: “Como se dijo –y al menos en mi caso, doy fe de que es cierto-, todo texto literario es, esencialmente, autobiográfico. Por más que haya disfrazado mis historias, detrás de las palabras, está mi propia experiencia vital. Debo decir que también redacté sucesos de los que me hubiera gustado ser protagonista. Finalmente, no por nada dediqué el libro ‘a los irlandeses, vivos y muertos, que andan por mi sangre’ “ (4).
En uno de los textos, fechado en abril de 1929, una inmigrante escribe en la Argentina a una coterránea que recaló en Nueva York. La primera ve frustradas sus ambiciones, principalmente por el obstáculo que es para ella el desconocimiento del lenguaje, aunque, en lo que respecta a lo material, se muestra agradecida: “no puedo pasar por alto la buena acogida que los irlandeses todos hemos tenido en este suelo; difícilmente brazos deseosos de trabajar no encuentren recompensa”, expresa la mujer. Le cuenta que el té es el único sedante para sus angustias y le pregunta si recuerda la bahía de Galway “y aquel hermoso y triste ‘Lament of the Irish Inmigrant’. Agrega: “Enseñé la canción a mis alumnos más avanzados pero me parece que no llegaron a captar su verdadero sentido”. A vuelta de correo, la amiga le pregunta: “¿Tendrá algo que ver con tu nostalgia esa desértica inmensidad que llamas Pampa?” (5).
Notas
1. S/F: en El Tiempo, Azul, 16 de noviembre de 1997.
2. Bioy Casares, Adolfo: “Los afanes”, en Mi mejor cuento. Buenos Aires, Orión, 1973.
3. García, María del Carmen: “Elisa Brown”, en Cuentos de criollos y de gringos. Buenos Aires, Vinciguerra, 1996. En colaboración con Fanny Fasola Castaño.
4. González Rouco, María: “La epopeya irlandesa”, en El Tiempo, Azul, 10 de abril de 1988. Reproducido en The Southern Cross, 30 de septiembre de 1988.
5. Delaney, Juan José: Tréboles del sur. Buenos Aires, Grupo Editor Latinoamericano, 1994.
|
En abril de 1998, anuncia una noticia de la agencia Télam: “La novela de Horacio Vázquez Rial, ‘Frontera sur’, finalmente fue elegida –después de cantidad de lecturas- por el cineasta español Gerardo Herrero para dar vida a una historia de inmigrantes. ‘La filmación se hará enteramente en la Argentina; hay muchas locaciones en Luján, donde el 27 de este mes empieza el rodaje, que durará ocho semanas’, confirmó el autor de ‘El soldado de porcelana’ a Télam. Entre los actores contratados figuran Federico Luppi, el alemán Peter Lomaier (conocido por su trabajo en ‘El enigma de Kaspar Hauser’, de Werner Herzog) y Maribel Verdú en los papeles principales. ‘Pero habrá varias sorpresas más’, dice el escritor, que prefiere no hacer adelantos. También dice que el guión de ‘Frontera...’ le pertenece: ‘Es una experiencia muy enriquecedora e intensa. Y es curioso, porque el director tiene un respeto por la novela mucho mayor que el autor’. ‘Me traiciona cada tres líneas, pero el resultado me gusta. Y, aunque no participo en el proceso (de producción, filmación, montaje, etc.), no iría nunca en plan Javier Marías quejándome porque me cambiaron la novela’, agrega. ‘Es un trabajo de ida y vuelta. Yo despojé la novela. Gerardo la devolvió. Después hicimos un trabajo de poda. En fin, agregamos cosas por indicación de los actores. El cine, en ese sentido, no tiene nada que ver con la literatura: es un trabajo en común’, dijo el escritor” (1).
Notas
1 S/F: “ ‘Frontera Sur’ llega a la pantalla grande”, en El Tiempo, Azul, 12 de abril de 1998.
|
|
La música y la danza irlandesas se interpretan en la nueva tierra. El Segundo Festival de Música Celta Keltoi (1) reunió en 1996 a algunos de los artistas que cultivan esa tradición.
The Sheperds “pasea por los ritmos folklóricos de Irlanda desgranando vitalidad y sentimiento. Con arreglos propios interpretan jigs, reels, danzas tradicionales, polcas y canciones, que cuentan historias de vida, de amor a la tierra y de lucha por la libertad. (...) Lo destacable de este grupo es que ninguno de sus integrantes es de origen irlandés. Cada uno de ellos se acerca a esta música a partir de experiencias personales como intérpretes. Algunos abrazando la música celta, otros de origen gallego y hasta algunos provenientes del rock. A partir de unir sus caminos definen un proyecto artístico que los lleva a ser reconocidos hoy en día como fieles exponentes de la música tradicional irlandesa”. Integran el conjunto Alejandro Sganga, Víctor Naranjo, Gabriel Irisarri e Inés Mouzo.
Ceol Sidhs “es una agrupación recientemente surgida que a partir de la idea de elaborar un proyecto basado en la música tradicional celta, principalmente irlandesa, busca formar una línea combinando el folk con lenguajes como el rock y el jazz. Sus integrantes son músicos provenientes de esas tendencias”. Ellos son Catalina Maguire, Raúl Tuero, Germán Lami, Fernando Valles, Mauro Gorognano y Rolo Márquez..
Potim, “grupo antológico de la música celta en la Argentina (...) Fue fundado en 1986 por Manuel Castro y Eliseo Mauas y, en 1988, se hizo cargo de su dirección musical Gustavo Fuentes (...). Sus objetivos son la investigación, estudio, difusión y perfeccionamiento de las tradiciones célticas intentando demostrar la evolución de la música tradicional y de todo el contexto cultural adecuado a los tiempos actuales. (...) continúa interpretando melodías tradicionales del folklore gallego, irlandés, escocés, bretón y galés, además de otras expresiones de la tradición bárdica”. Lo integran Gustavo Fuentes, Manuel Castro, Adriana Rodríguez, Guillermo Somaschini y Adriana González.
Brian Barthe es un “joven de origen franco.-irlandés nacido en agosto de 1972. Desde los seis años estudió danzas irlandesas, bajo la dirección de Christine Rasmussen, y allí comienza su inquietud por el aprendizaje de la gaita. (...) Se ha destacado como gaitero solista en diferentes eventos de la colectividad irlandesa”.
Celtic Argentina es un conjunto que “se formó en 1979 bajo la dirección de Christine Rasmussen, con la finalidad de impulsar el estudio de las danzas tradicionales de Irlanda. (...) Celtic Argentina es un grupo independiente y, aunque no pertenece a ninguna asociación, participa permanentemente en todas las actividades de la colectividad irlandesa, festivales folklóricos y programas televisivos, presentándose en Buenos Aires y en el interior del país”.
Notas
1. S/F: Programa del Segundo Festival de Música Celta Keltoi. Buenos Aires, Teatro Astral, 1996.
|
.....
Historiadores, escritores y artistas nos brindan su personal vivencia de este fenómeno social, que les atañe a ellos como irlandeses, como descendientes de quienes emigraron, o como espectadores de esa realidad, y a nosotros, como nación que recibió su aporte.
Diciembre de 2006
Nota: Desde Irlanda, Andrés Romera me escribe que hay que agregar en este trabajo las obras de Rodolfo Walsh, Eduardo Cormick ("Entre gringos y criollos") y Liliana Doyle ("Black 47")
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|