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1. Introducción
2. En testimonios
3. En memorias
4. En biografías
5. En novelas
6. En cuentos |
“La inmigración portuguesa ha sido comparativamente pequeña en la Argentina porque las razones idiomáticas han influido en la preferencia por el vecino Brasil –señalan Marcelo Alvarez y Luisa Pinotti. Sin embargo, esta colectividad ocupó el primer lugar entre los grupos extranjeros en los últimos años del Virreinato. Hacia 1850 sus integrantes eran marineros y pequeños comerciantes procedentes de Lisboa y Oporto; luego se incorporaron artesanos, jornaleros y trabajadores agrícolas. El Club Portugués, en el barrio de Isidro Casanova, reconoce como orígenes fundantes la migración de un grupo de familias durante la dictadura militar de Antonio Oliveira Salazar (entre 1933 y 1968), que se instalaron como quinteros, horneros y comerciantes en el área metropolitana, especialmente en el partido de La Matanza” (1).
En La gran inmigración, afirma Ema Wolf:, a partir de la investigación de Cristina Patriarca: “Los portugueses que -exceptuando a los españoles- eran mayoría antes de 1816, siguieron llegando en flujo ininterrumpido a lo largo de todo el siglo XIX. Una proporción importante se estableció en el interior del país; pero Buenos Aires -ciudad y provincia- fue el principal lugar de asentamiento. Al promediar el siglo ya eran muchos los hombres llegados de Lisboa, Oporto y regiones costeras de Portugal, que se concentraban particularmente en las parroquias del sur desplegando múltiples ocupaciones, pero principalmente las navales: marineros, estibadores, changadores. En el ’70 comenzaron a nuclearse y organizarse étnicamente, y su vida comunitaria (mutual, club, periódico), se hará más activa en las décadas siguientes. En Salliqueló llegó a formarse un grupo importante a partir de un asentamiento de 1905” (2).
En “Crónica de barcos”, Rafael Ielpi se refiere a Rosario –localidad en la que se afincaron muchos inmigrantes portugueses- como “la Ciudad del Encuentro”.
“Aquellos hombres y mujeres llegados de muy lejos, atravesando el mar, imaginando cómo sería esa tierra a la que iban en búsqueda de trabajo, de felicidad, de progreso; aquellos italianos, españoles, árabes, judíos, alemanes, franceses, ingleses, austríacos, suizos, portugueses, que eligieron esta ciudad para construir su casa, para formar su familia, para perpetuar su genealogía; aquellos provincianos que arribaron en lentos trenes cargueros que cruzaban campos y pueblos perdidos en medio de la llanura para encontrar trabajo, techo, comida, esperanzas: todos ellos llegaron y se encontraron en Rosario”.
“La ciudad los albergaba e integraba a su vida. Así también vinieron a quedarse bolivianos, paraguayos, chilenos, peruanos, todos ellos con su cultura, con sus usos y costumbres que iban a formar parte después de nuestra propia cultura. Con todos ellos, la ciudad se hizo más grande, extendió sus barrios, multiplicó sus servicios y también es cierto, enfrentó problemáticas inéditas, nacidas de esa misma acumulación demográfica que iba a demandar soluciones cada vez más imperiosas”.
“Pero en la amplitud de la ciudad de 1910, amplia y descampada, en espera de nuevos pobladores, como en la abigarrada geografía de hoy, dónde se acumulan barrios marginales para albergar a una cada vez más numerosa inmigración interior, Rosario sigue siendo la abierta posibilidad del encuentro con un horizonte de esperanza, con una sociedad solidaria ante la necesidad”.
“Aquellos abuelos inmigrantes también lo sintieron así y aunque mantuvieron su sentido de colectividad, para preservar válidamente la cultura y la tradición de sus pueblos, también arraigaron aquí, se quedaron aquí, cerca de ese río que les recordaba seguramente a otros ríos de la infancia, los de la patria lejana. Cada año, el Encuentro de Colectividades vuelve a patentizar de modo ejemplar, ese sentimiento de pertenencia que une a los rosarinos cualquiera sea su ascendencia”.
“La enorme perspectiva de una ciudad a la que se reconoce como capital del Mercosur, vuelve a actualizar el tema del encuentro: no es ilusorio suponer (así como los abuelos imaginaron la Rosario de hoy) una ciudad otra vez protagonista, movilizando sus industrias, activando su comercio, conectada con el país y el mundo a través de sus negocios pero también de su cultura”.
“A esa posibilidad, a esa certeza, la ciudad debe apostar otra vez: está acostumbrada a hacerlo” (3).
Notas
1. Alvarez, Marcelo y Pinotti, Luisa: A la mesa. Ritos y retos de la alimentación argentina. Buenos Aires, Grijalbo, 2000.
2. Wolf, Ema y Patriarca, Cristina: La gran inmigración. Buenos Aires, Sudamericana, 1991.
3. Ielpi, Rafael: “Crónica de barcos”, en www.Rosario.gov.ar.
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En “Sabores de una historia”, varios jóvenes autores de esa ascendencia recogen el testimonio de una abuela portuguesa, matizado por recetas culinarias.
Ellos escriben: “Vamos a contar una historia de una abuela que podría ser la de cualquiera de nosotros y a través de ella tratar de conocer parte de la cultura de la colectividad portuguesa en la Argentina pero todavía no hablamos del ingrediente que servirá para hacer de una historia individual algo que abarque a muchas más personas. Y hablando de ingredientes ¿Qué mejor que la gastronomía?”.
“La cocina nos transporta al pasado automáticamente. Los olores, sabores, ruidos de ollas o del aceite hirviendo nos recuerdan pedazos de nuestra infancia más vivamente que una foto. Casi podemos vernos a nosotros mismos desde la cuna observando a nuestra madre haciendo una papilla o ya más grandecitos recibiendo reproches por hurgar entre las sartenes calientes en busca de nuestra comida favorita. Es imposible no asociar ciertas comidas a una persona o a un lugar que ha quedado en el pasado y es por eso que la gastronomía es uno de los elementos más sencillos y efectivos para hacer fuertes los lazos que nos unen a nuestros ancestros y a esas historias comunes de las que hicimos referencia anteriormente”.
“No hay que esperar un arduo trabajo de recopilación de información o datos concretos, es solamente un relato de vida de una inmigrante contada a través de recetas que por supuesto dejará muchos puntos en el tintero pero al mismo tiempo muy probablemente sirva para conocer parte del Patrimonio Gastronómico de la colectividad Portuguesa y lo que es aún más importante para conocer un poco más acerca de nosotros mismos y de nuestro pasado”.
“Llegamos a la casa de Zulmira una tarde de Mayo comentándole el trabajo que se nos había planteado realizar. Vive en una casa pintoresca y sencilla en Villa Elisa, una localidad cercana a La Plata, donde existe una comunidad muy importante de portugueses que llegaron hasta aquí por diversas razones. Para nuestra suerte esa misma tarde estaba preparando unos ‘Felhoses’ (buñuelos de zapallo) que desaparecieron antes de terminar la primera pava de mate”.
“Le comentamos que íbamos a realizar un trabajo sobre la colectividad portuguesa en Argentina y más específicamente sobre el patrimonio culinario de dicha colectividad y cómo era reproducido en esta tierra adoptiva. Luego de este comentario ya no pudimos hablar, fue como encender una máquina del tiempo impulsada por el motor de los recuerdos y la melancolía. Eran tantos datos, recetas, relatos, historias, personas, lugares que no nos daban las manos para volcarlos al papel. Así fue que esa tarde decidimos olvidarnos del trabajo y dedicarnos a escuchar, escuchar como un nieto escucha un cuento en los brazos de su abuelo esperando que esa historia nunca termine” (1).
José Muchnik recuerda la tragedia de sus mayores: “Argentina es el pulso de múltiples venas en un mismo estuario…por eso somos todos argentinos… Ahí anclaron , gallegos o andaluces, sicilianos o calabreses, franceses del Béarn o del Aveyron, portugueses, japoneses, libaneses, sirios, rusos, ucranianos, serbios, croatas… judíos expulsados por los pogroms, armenios huyendo del genocidio turco …paraguayos, bolivianos o brasileros…acentuaron el sabor latino de esas tierras…y hasta millares de coreaneos aportaron hace poco su encanto oriental a esta odisea. Argentina…raíces no sólo de tierra sino también de cielo. Mi palabra, estas palabras, no artículos y adjetivos, sí sangre y silencios…mi padre dejó madre y hermano degollados en un « shteitl » ukraniano antes de ser el más criollo de los criollos con sus mates de madrugada en la ferretería de Boedo, barrio de tango, barrio de mis primeros amores…” (2).
A criterio de Fernando Sorrentino, “Con la única excepción del gringuito cautivo / que siempre hablaba del barco (pasaje maestro de conmovedora y sobria ternura —II:853-858—), todos los gringos del Martín Fierro (I, 1872; II, 1879) son presentados en situaciones de error, de cobardía, de ridiculez. Es evidente que José Hernández (1834-1886) no sentía la menor simpatía por ellos. El mismo sentimiento muestra seis años antes Estanislao del Campo (1834-1880) en su Fausto (1866). En el diálogo con Anastasio el Pollo, don Laguna no pierde las dos oportunidades que se le presentan para verter expresiones desvalorizadoras hacia dos gringos, uno real y el otro hipotético. Al primero, remiso en pagarle una deuda, lo califica como gringo (...) de embrolla (119); al desconocido ladrón que, en el teatro, le ha robado el puñal a Anastasio, sin dudar lo identifica prejuiciosamente: —Algún gringo como luz / para la uña ha de haber sido (233-234). Estas opiniones de don Laguna, lejos de ser casuales, reflejan el desprecio que los gauchos sentían por los gringos, vocablo que genéricamente incluía a cualquier extranjero no hispanohablante (con la posible salvedad del portugués y del brasileño) y que, por simple acción de mayoritaria presencia, se refería con más frecuencia al italiano” (3).
Respecto de la inmigración en Tigre, afirma Mabel Trifaro: “En el período que va desde 1870 hasta 1910, que luego se prolongó en menor escala, fueron entrando al país gran cantidad de inmigrantes de diversas procedencias, que llegaron también hasta Las Conchas (Tigre) y se establecieron formando sus familias. (...) Los inmigrantes se ubicaron en diferentes lugares del país según su procedencia, formando colonias. En el caso del delta, si bien no formaron colonias, se distribuyeron en los ríos con cierta proximidad los que provenían de determinadas regiones de Europa. Enrique Udaondo en su libro “Reseña histórica del partido de Las Conchas”, menciona que según el Censo de agosto de 1854, la población de Las Conchas era de 960 habitantes, de los cuales: 757 eran porteños, 112 provincianos, 21 españoles, 11 ingleses, 12 franceses, 15 italianos, 2 norteamericanos, 6 portugueses y 20 de otras nacionalidades. En 1886 encontramos registrados 2500 habitantes, en 1890 ya son 8370 y así iría multiplicándose la población con el establecimiento de los inmigrantes. Podemos destacar de modo general a los españoles de diferentes regiones en el comercio, los vascos-franceses en los tambos, los italianos en la industria y la mecánica, los turcos (sirio-libaneses) en el comercio itinerante, los japoneses en la floricultura, por lo que se instalaron en las zonas altas de General Pacheco, Benavidez y Escobar y éstos también se destacaron en la industria tintorera. Se desarrolló en el delta, gracias al impulso de los inmigrantes la fruticultura y la horticultura, y como necesidad para el traslado de la producción, la mimbrería, la cestería y debieron multiplicarse también los aserraderos. La industria naviera tuvo el aporte de importantes familias de inmigrantes y los astilleros fueron la respuesta a la demanda creciente de embarcaciones de diferentes calados” (4).
“En la cocina portuguesa predominan los ingredientes de origen marino, pero los menúes incluyen tanto pescados y mariscos como animales de criadero, cerdos, leche de cabra, queso de oveja, verduras y frutas. En Argentina, la lejanía del mar hizo variar los ingredientes de la alimentación, consumiéndose más carne y leche de vaca. En la actualidad se incluyen elementos tanto de procedencia de origen como nacional: el bacalao, el salmón, las sardinas, el atún, las almejas, los caracoles, el pulpo, las almendras, el oporto, el aguardiente, el aceite de oliva, el vinagre de manzanas y el pimiento. Los ingredientes más emblemáticos son el bacalao y la papa, condimentados con aceite de oliva y vinagre de manzana” (5).
Notas
1. Da Conceiçao, Mauro; Euguaras, Mariano; Flibert; Francisco; Marino, Roberto; Sánchez, Julián: “Sabores de una historia”, en www.ciet.org.ar.
2. Muchnik, José: “Somos todos argentinos”, en El Damero. www.icarodigital.com.ar.
3. Trifaro, Mabel: “La inmigración”, en www.bpstigre.com.ar/revista/inmigrantes.htm.
4. Sorrentino, Fernando: “El trujamán Gauchos lingüistas (II)”, en Centro Virtual Cervantes, 1° de agosto de 2005.
5. Alvarez, Marcelo y Pinotti, Luisa: op. cit
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En sus memorias de infancia, Alcides J. Bianchi recuerda al heladero portugués que vendía en Mendoza: “el portugués ‘Lurdeos’, cuyo sobrenombre provenía de su forma de expresarse al ofrecer los helados, con la típica ruleta de la suerte, donde uno pagaba cinco centavos, y tenía el derecho a dos tiros de ella. -¡Chicos!, a probar suerte, van a sacar tantus heladus como lurdeos míos –y levantando su rústica mano derecha mostraba sus dedos en pantalla” (1).
Notas
1. Bianchi, Alcides J.: Aquellos tiempos... Buenos Aires, Maymar, 1989.
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Rubèn Benìtez es el autor de Los dones del tiempo (1), biografía de la asturiana Cecilia Caramallo. En esa obra se refiere a los inmigrantes en Bahìa Blanca, sus expectativas cumplidas y fallidas, sus recuerdos, sus abnegaciones. Entre esos inmigrantes, hay portugueses.
Amèrica aparece –al igual que en todas las novelas de inmigraciòn- como el destino soñado, que desconcierta a los extranjeros con su forma de entender la vida y las distancias. Para un portuguès, para una asturiana, las tierras son enormes, la cantidad de ganado es tal que debe dormir a la intemperie. Son realidades difìciles de aceptar para quienes vienen acostumbrados a lo exiguo, a lo mìnimo.
En Bahìa Blanca, en Pelicurà, se desarrolla la acciòn y esta circunstancia la vuelve de especial interès para quienes habitan la ciudad y para quienes, desde cualquier parte del mundo, quieran saber sobre la forma de vida de los inmigrantes en ese punto de la Argentina. Aporta datos sobre la vida de portugueses, asturianos, escoceses e ingleses en la provincia de Buenos Aires, a partir de fines del siglo pasado y hasta nuestros dìas, en que la anciana transita con su coche causando espanto a los transeùntes y a los otros automovilistas.
En “José Balbino, el portugués” (2), Maria Elena Massa de Larregle relata la historia de este inmigrante. Su ensayo fue distinguido con el Segundo Premio en el Certamen “Recuerdos de Olavarría”, en el que actuaron como Jurados los profesores María Teresa Sanseau de Marino, Marta Spaltro de Pantín y Roberto Forte.
Transcribimos algunos pasajes:
“El había nacido en Portugal el 9 de marzo de 1900. Casado con Ana Brígida Ferreyra y padre de una niña (María, hoy señora de Elbey), pasó con ellas a Francia por un breve tiempo, y desde allí vinieron todos a la Argentina en 1930. Su lugar de radicación fue una cantera próxima a Villa Mónica, llamada según referencias Cerro del Aguila, donde trabajó como picapedrero. Era ése un oficio duro pero muy requerido en tiempos en que continuaba avanzando el empedrado en ciudades del interior (recién después del año 1938 fue desplazado por el asfalto, llegando esa tarea de recambio a Olavarría, hasta tiempos de la intendencia de Alfieri, en los años setenta”.
Por participar en una huelga de obreros, se quedó sin empleo. “Una circunstancia fortuita lo constituyó en dueño de un colectivo marca Chevrolet: fue la forma de poder cobrar una suma que le adeudaban por salarios. Y con ese vehículo, tuvo la posibilidad de iniciar lo que sería su ocupación de allí en más: conducir el UNICO medio para viajar entre Bolívar y Olavarría en forma directa y en colectivo”.
Años más tarde, la muerte se le anunció estando al volante: “Continuó en Olavarría un tiempo más en viajes particulares para CORPI, para escuelas de educación especial. En una de estas tareas de transporte, llevando en su viejo colectivo chicos de una Escuela Diferenciada (como se llamaban entonces) lo alcanzó el invisible rayo de su destino. Sintiéndose mal, tuvo lucidez y un último gesto de responsabilidad, por las vidas que transportaba, para quitar el pie del acelerador y llevar con suavidad la marcha hacia el borde de la vereda. Y dejó que el infarto hiciera su obra. Falleció a los cuatro días, el 30 de enero de 1968. Preguntó por ‘los chicos’ –los escolares- y cerró los ojos. Se había cumplido un ciclo en una vida”.
Notas
1 Benítez, Rubén: Los dones del tiempo. Buenos Aires, Grupo Editor Latinoamericano.
2 Massa de Larregle, María Elena: “José Balbino, el portugués”, en Revista N° 4, 2000, Dirección y coordinación: Aurora Alonso de Rocha. Archivo Histórico “Alberto y Fernando Valverde”, Municipalidad de Olavarría, Secretaría de Gobierno.
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Carlos Marìa Ocantos es el autor de Quilito (1), una de las tres obras màs representativas del “Ciclo de la Bolsa” (las otras dos son La Bolsa, de Juliàn Martel, y Horas de fiebre, de Segundo Villafañe).
Andrès Avellaneda señala que “dos grandes grupos de novelas filiadas en mayor o menor grado al naturalismo, se refieren a los temas decisivos en el momento ochentista: el inmigrante y la fiebre financiera” (2). En Quilito, estos temas aparecen entrelazados, al tiempo que se transmite una visiòn selectiva sobre la inmigraciòn europea, destacando las virtudes de los ingleses y tolerando a los latinos.
En 1888 apareciò Leòn Zaldìvar, de Ocantos. Adolfo Prieto afirma que el escritor “iniciò con esta novela una larga serie de obras dedicadas, en lo fundamental, a reflejar diversos aspectos de la realidad argentina. Con Quilito (1891), El candidato (1893), Tobi (1896), el ciclo alcanzò sus logros màs felices, pero por su ubicaciòn cronològica y sus temas especìficos, estas obras seràn consideradas como representativas de la novelìstica de la dècada del 90” (3).
A criterio de quien escribe este texto preliminar, “Quilito no se centra exclusivamente en la quiebra de la Bolsa y en sus derivaciones. (...) La difìcil y conflictuada sociedad del noventa encuentra en Quilito un reflejo fiel y acabado. En sus pàginas quedò impreso para siempre el retrato de las costumbres, las formas de ser, de relacionarse y de sentir en las que se gestò la esencia del argentino de hoy” (4).
En la obra aparecen inmigrantes de distintas nacionalidades, a los que Ocantos retrata en forma diferente. Siente predilecciòn por el personaje inglès, en el que hace encarnar todas las virtudes, al tiempo que demuestra desdèn por los italianos. El portuguès, en cambio, le parece corrupto y oportunista, a juzgar por los apelativos con que lo evoca.
Ocantos no se cierra a la postura generalizada en su època, que consistìa en combatir la inmigraciòn. El advierte los rasgos buenos en los criollos y en los inmigrantes, y tambièn sabe ver en ambos grupos los procederes que evidencian la decadencia moral y que llevan a una existencia desgraciada o, incluso, a la muerte.
El portugués era el usurero Raimundo de Melo Portas e Azevedo. De los italianos de Ocantos puede decirse que no tenían muchas luces, ni una educación refinada, en cambio el lusitano era para el autor una persona ruin. Lo define como “el ángel protector de empleados impagos y pensionistas atrasados, el agente de funeraria de toda quiebra, el cuervo voraz de toda desgracia, el pastor de los hijos de familia descarriados”. Vemos que utiliza también en esta oportunidad la comparación con animales, como lo hiciera con los italianos, pero el sentido es bien distinto.
A pesar de sus condiciones para vivir indignamente, el portuguès no es el peor en esta historia; alguien lo supera, y es, paradòjicamente, un criollo, para demostrar que Ocantos no es prejuicioso: “entre don Raimundo y èl, igualmente criminales y condenados a la misma pena por la opiniòn pùblica, habìa una capitalìsima diferencia: la que existe entre el ladròn y el ratero, no porque el portuguès se contentara con pequeños robos al por menor, que era un pez de primera magnitud, sino porque ante las hazañas de don Bernardino, quedàbase en mantillas”.
Eugenio Juan Zappietro escribió De aquì hasta el alba (5), novela en la que narra lo acontecido a colonos, soldados e indios durante la Conquista del Desierto, en el año 1879.
El lìder de esta gesta fue Julio Argentino Roca, “el joven y brillante militar prestigiado por el èxito de la campaña que concluyò con el dominio del indio en el desierto”, asì lo define Adolfo Prieto (6). La Conquista del Desierto fue –a criterio de Exequiel Cèsar Ortega- uno de los “hechos y factores que dieron nueva tònica a nuestra Argentina moderna. (...) La empresa decisiva del General Julio Argentino Roca (1878-1879) y las complementarias hasta 1884, terminaron con el pleito secular. Se tuvo el control territorial en momentos de casi inminente guerra con Chile por la posesiòn de la Patagonia. Los caciques resultaron vencidos, se entregaron como Namuncurà; fueron apresados como Pincèn y otros como Baigorrita combatieron hasta el fin. Sus escasas gentes (pocos guerreros sobrevivientes y ‘chusma’ o no combatientes, mujeres, ancianos y niños) esperaron a merced de los vencedores, o huyeron, transmitièndose su alarma y su miedo mediante las señales de humo que describe Zeballos. Estos ya no eran los centauros que domesticaban sus caballos de guerra sin castigarlos, ni los àgiles y huidizos maloneros. Eran los integrantes del ocaso, descriptos por Estanislao S. Zeballos en ‘Viaje al paìs de los araucanos’ “ (7).
Por el tema que aborda, la obra de Zappietro se inscribe en la vertiente de la “literatura de fronteras”, que ha tenido grandes cultores. Prieto considera que “la Argentina moderna parece no guardar rastros del problema que la agitara rudamente durante medio siglo, luego de convertirse en una no resuelta herencia de la Colonia. El importante ciclo de la literatura de fronteras, con Callvucurà, los ya mencionados libros de Mansilla y de Barros, los artìculos periodìsticos de Hernàndez, la prèdica de Nicasio Oroño, el simple material de informaciòn cotidiana recogida durante años en diarios como La Prensa de Buenos Aires y La Capital de Rosario, y los registros de testigos calificados, como Ignacio Josè Garmendia en Cuentos de tropa (Entre indios y milicos) (1891), el Comandante Prado en La guerra al malòn (1907) e Ignacio Fotheringham en La vida de un soldado (reminiscencias de la frontera) (1908), vienen a recordarnos la inconsistencia de esa opiniòn o prejuicio”.
En la novela de Zappietro, varios inmigrantes comparten con los criollos y los indios un destino aciago. Se trata de hombres que se alejaron de la civilizaciòn, por su voluntad o por causas ajenas a ella, y se ven envueltos en una historia que les permitirà mostrar su grandeza o su cobardìa.
Un portuguès se ofrece como voluntario para defender el fuerte 36 del Ejèrcito Nacional Argentino. Lucharìan doscientos bomberos de lanza contra veintidòs idiotas”, en una contienda que tendrìa como hèroes al capitàn Càrdenas, a Paula Bary y a un indio converso. Era Martins, el portuguès, “a quien las bajamares habìan hecho recalar allì, como ùltimo puerto”, un hombre “delgado, macilento, comido por la malaria”, que tenìa un poderoso motivo para luchar: “-Me mataron una china en Italò –dijo-. Me dije que iba a arrancarle las tripas a cien puercos de èsos. Todavìa no cumplì”. Seguramente, le llegò el fin antes de poder concretar su propòsito.
“En la cubierta del barco –escribe Alicia Dujovne Ortiz, en El árbol de la gitana-, los judíos rezaban hamacándose hacia delante y hacia atrás. El movimiento del mar les cuadruplicaba el balanceo. Una hierática madre portuguesa derramaba sus senos sobre dos criaturas ya mayores, que mamaban sin pausa. De a ratos, los tres interrumpían la tarea para vomitar sobre un talit que alguna vez fue blanco, abandonado por su dueño que, por lo menos, vomitaba de boca al mar” (8).
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Hija de un italiano y una española, Regina Pacini nació en Lisboa en 1871. En Regina y Marcelo (9), Ana María Cabrera recrea la historia de amor entre la soprano y el presidente; la suya es “una novela de pasiones, renunciamientos, éxitos y fracasos, y por sobre todo, la historia de un amor indestructible” (10). “La boda de Marcelo T. de Alvear y la famosa soprano portuguesa Regina Pacini despertó los más insidiosos comentarios de la sociedad porteña, que no podía admitir que el soltero más codiciado del ambiente se casara con una artista. Cuando Alvear asume la presidencia de la Nación en 1922, Regina se convierte en la Primera Dama del siglo XX. Y, a pesar de la injusta indiferencia de los argentinos, demuestra la generosidad de su alma al crear la Casa del Teatro, un emprendimiento por entonces único en el mundo, destinado a la protección de sus colegas artistas” (11).
Norma Pérez Martín se refiere a esta obra y al contexto en el que surge: “Si bien los personajes que enuncia este título no son desconocidos, merece destacarse el subtítulo de la novela. ¿Por qué un ‘duetto de amor’? no sólo porque alude a la relación de Regina Pacini con Marcelo T. de Alvear, sino porque la música justifica en esencia a la protagonista y ofrece recursos discursivos metafóricos y sonoros a la novelista. La famosa soprano portuguesa Regina Pacini, al casarse con el privilegiado y donjuanesco Marcelo (que llegaría a la presidencia de la nación) traía una rica y exitosa carrera artística desarrollada en los más importantes teatros líricos de Europa. Reconocida y aplaudida por gobernantes, reyes y afamados maestros de la ópera, abandonará la fama y los escenarios por amor y sumisión a su marido. Marcelo, amante de la música, fascinado por la voz de aquella mujer al casarse le exigirá que abandone el canto. Ana María Cabrera con minucioso tratamiento psicológico focaliza a estos dos personajes movidos entre la pasión, la sumisión, la entrega y el autoritarismo machista. La trayectoria de Regina no culmina como primera dama (junto al triunfante candidato del radicalismo). Ella llevará a cabo la fundación y dirección de la Casa del Teatro. A partir de esta perspectiva la novelista acentúa la sensibilidad social y la calidad humana de quién fuera menospreciada por la oligarquía porteña (por su pasado como actriz). Regina Pacini decidió levantar la Casa del Teatro (que hoy perpetúa su nombre en nuestra ciudad) pues le preocupaba dar albergue a los hombres y mujeres de la escena nacional que carecieran de familiares y recursos para sobrevivir. Luces y sombras: estas y otras obras de nuestro tiempo revelan realidades opacadas o calladas totalmente por la historia oficial” (12).
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Notas
1 Ocantos, Carlos Marìa: Quilito. Hyspamèrica.
2 Avellaneda, Andrès: “El naturalismo y Eugenio Cambaceres”, en Historia de la Literatura Argentina. Buenos Aires, CEAL, 1980.
3 Prieto, Adolfo: “La generaciòn del 80. La imaginaciòn”, en Historia de la Literatura Argentina. Buenos Aires, CEAL, 1980.
4 S/F: en Ocantos, C.M.: Quilito, Hyspamèrica.
5 Zappietro, Eugenio Juan: De aquì hasta el alba. Barcelona, Hyspamèrica, 1971
6 Prieto, Adolfo: “La ideas y el ensayo”, en Historia de la literatura argentina, Tomo II. Buenos Aires, CEAL, 1980.
7 Ortega, Exequiel Cèsar: Còmo fue la Argentina (1516-1972). Buenos Aires, Plus Ultra, 1972.
8 Dujovne Ortiz, Alicia: El árbol de la gitana. Buenos Aires, Alfaguara, 1997. 293 pp.
9 Cabrera, Ana María: Buenos Aires, Sudamericana, 2001.
10 S/F: “Sudamericana digital”, en www.edsudamericana.com.ar.
11 Ibídem
12 Pérez Martín, Norma: “Escritoras de hoy miran a las mujeres de ayer”, en www.elmuro.com.
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En sus cuentos (1), Fray Mocho presenta escenas cotidianas, que podían ser protagonizadas por cualquier habitante de la ciudad. En ellas encontramos personajes verosímiles, con los que sin duda habría trabado relación, dada la fidelidad con que los describe y la coherencia con que los vemos actuar. Si bien es importante la habilidad para escribir, no lo es menos la capacidad de observación, y Fray Mocho posee ambas. Sus cuentos lo demuestran.
Muchos de estos personajes que retrata son inmigrantes. Entre las diversas nacionalidades que evoca, se destacan los portugueses. En “En familia” cuenta la historia de una supuesta inmigrante. “Que Pepa es portuguesa, decís? ¿Pero estás loco? –exclama una mujer. Si hemos ando juntas en l’ escuela ’e Misia Pamela y nos conocemos desde chicas... El padre’ra un chino gordo...”. El hijo aclara el malentendido: “no es portuguesa de nacionalidad sino de oficio... En los tiatros les llaman así ¿sabés? A las familias que sirven p’al relleno de la sala no más”. La madre le sugiere que vea si puede ser portugués en una sastrería, para que le arreglen la ropa y no deba hacerlo ella. La señora demuestra así haber incorporado el término a su habla cotidiana.
Carlos Molina Massey evoca, en uno de sus cuentos, a un comerciante portugués establecido en la provincia de Buenos Aires. Es el 25 de Mayo. En Mercedes se aprestan a conmemorar la fecha patria. “En la plaza, embanderada, había música y cueterío. Desfile de escolares. Aglomeración de curiosos. Por las calles jinetes gauchos paseaban el lujo de sus fogosos caballos. Don Contreras realizaba su programa anual desde el almacén de don Quintino, el portugués, situado en la esquina crucera de la plaza. Allí tenía concentrada su gente” (2).
Manuel Mujica Láinez, en “El espejo desordenado (1643)”, relata: “Simón del Rey es judío. Y portugués. Disimula lo segundo como puede, hablando un castellano de eficaces tartamudeos y oportunas pausas. Lo primero lo disfraza con el rosario que lleva siempre enroscado a la muñeca, como una pulsera sonora de medallas y cruces, y con un santiguarse sin motivo. Pero no engaña a nadie. Asimismo es prestamista y esto no lo oculta. Tan holgadamente caminan sus negocios, que sus manejos mueven una correspondencia activa, desde Buenos Aires, con Chile y el Perú. Se ha casado hace dos años con una mujer bonita, a quien le lleva veinte, y que pertenece a una familia de arraigo, parapetada en su hidalguía discutible. La fortuna y la alianza han alentado las ínfulas de Simón, hinchándole, y alguno le ha oído decir que si se llama del Rey por algo será, y que si se diera el trabajo de encargar la búsqueda a un recorredor de sacristías, no es difícil que encontraran un rey en su linaje” (3).
En “La caza del yacaré”, escribe Elías Carpena: “de pronto se oyeron unos gritos que surgían de la maraña del monte. Era el portugués Jaime. Entró en la senda con los mismos gritos y se nos allegó. Lo descubrimos transfigurado: en él se dibujaba el espanto. Se puso en los más descontorsionados aspavientos; con el habla trabada e hipando” (4).
Notas
1 Alvarez, Sixto (“Fray Mocho”): Cuentos. Buenos Aires, Huemul, 1966.
2 Molina Massey, Carlos: “La muerte del pingo”, en El cuento argentino 1930-1959 antología. Buenos Aires, CEAL, 1981.
3 Mujica Láinez, Manuel: “El espejo desordenado (1643), en Misteriosa Buenos Aires. Buenos Aires, Sudamericana, 1977.
4 Carpena, Elías: “La caza del yacaré”, en Los trotadores. Buenos Aires, Huemul, 1973.
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En distintos ámbitos, los portugueses contribuyeron con su aporte al engrandecimiento del país que los recibió, al tiempo que trasmitieron a su descendencia las tradiciones de la tierra que dejaron. Se los recuerda en estudios, testimonios, memorias, biografías y obras literarias.
Noviembre de 2006
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Fotos: Sala Regina Pacini de Alvear.Casa del Teatro. Buenos Aires, 2008. |
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