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1. Testimonios
2. Memorias
3. Biografías
4. Novelas
5. Cuentos
6. Notas
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En " ‘Colonia Médici’ o "La Suiza’, la ‘colonia’ que no pudo ser ‘pueblo’ “, escribe Gerardo Alvarez:
“Fue un recordado escritor de Santa Fe, Alcides Greca, quien acuñó la expresión "pampa gringa" para hacer referencia a las amplias regiones del centro y sur de esa Provincia y a una amplia comarca de Córdoba que fueron colonizadas desde el último tercio del s. XIX, tiempo durante el cual comenzaron a arribar al Río de la Plata miles de hombres venidos del otro lado del mar que fueron impulsados a emprender su viaje por las favorables condiciones ofrecidas por la Argentina, especialmente a partir de las presidencias de Mitre, Sarmiento, Avellaneda -quien hacia 1876 promulgó la generosa Ley de Inmigración- y del general Roca”.
“Según lo expresado por Guillermo Wilcken en su informe "Las Colonias", redactado luego de un viaje que realizó en 1872 por las existentes entonces en el país en cumplimiento de las funciones propias de inspector nacional de las mismas, "La Germania" estaba integrada por cuarenta y seis concesiones de veinticinco cuadras cada una cuya extensión superaba las mil de ellas. En ese momento vivían en ese establecimiento cinco familias dinamarquesas, cuyos apellidos eran Peterson, Brenstedt, Gerart y Wolf; siete alemanas, Petersen, Osmers, Schultz, Stiefel, Marbach y Bawer; una sueca, los Christensen; otra inglesa, cuyo jefe era John Ross y la restante suiza, de apellido Schwal”.
“Tiene interés señalar, además, que el minucioso Wilcken apuntó que "los terrenos son hermosos, ondulantes, de buenos pastos", que "el empresario facilita de su establecimiento de campo, a los colonos los animales y mantención de carne y harina que pudieran necesitar para la primera cosecha" y que "la administración ha construido un molino á vapor, tiene máquinas de segar y una trilladora, sirviéndose ya de todos estos instrumentos para el beneficio de su propia cosecha que alcanzó á ser de mil seicientas fanegas de trigo de quince arrobas’ " (1).
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María M. Bjerg es la autora de Entre Sofie y Tovelille Una historia de los inmigrantes daneses en la Argentina (1848-1930), “una versión revisada y abreviada” de su tesis doctoral, dirigida por Fernando Devoto. En esa obra, ella evoca a su abuela dinamarquesa, que vivía en Necochea: “Entre mis recuerdos infantiles guardaré para siempre aquellos viajes familiares que hacíamos desde Juan N. Fernández a Necochea para pasar el día en lo de la abuela Frida. Los ochenta kilómetros que separaban esos dos lugares resumían el tránsito imaginario a un mundo mucho más distante por el que yo sentía una profunda fascinación. En el porche de la casa los visitantes éramos recibidos por un elocuente anfitrión: un zueco rojo de madera que la abuela había traído de Dinamarca. Aquel zueco, que colgaba a un costado de la puerta principal y en el que nadie parecía reparar, me señalaba la entrada al mundo de Frida. Un mundo en el que esa mujer –por momentos inescrutable, que no hablaba bien el castellano y que se dirigía a mi padre casi siempre en danés- había recreado una parte de su pasado y de su tierra a la que ya sólo la unía la nostalgia y la certeza de que el retorno al lugar de nuestros orígenes nos condena a movernos en un paisaje de imágenes y sensaciones que ya no podemos reconocer” (2).
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El danés Juan Fugl "El 24 de octubre de 1811 habia nacido en Lolland, una isla Dinamarquesa. Cuentan distintos testimonios que a los 33 años, por primera vez, había oido hablar de la Argentina. El 11 de Noviembre de 1844, de un velero danés, descendía Juan Fugl con el proposito de "evangelizar Indios". Fugl trajo la buena nueva del trigo y del molino.
Por aquella época, en Buenos Aires, trabajó como lechero.
Debido a la tensión internacional que establecían Francia Inglarerra, decidió abandonar la ciudad. Se internó en la pampa a 200 Km. Al sur de Buenos Aires. Como era muy habilidoso trabajó como carpintero. Le hablaron de Tandil y de la falta que hacia aquí una persona de ese oficio.
En 1848 se puso en camino a las sierras del Tandil. Eligió la tierra y sembró grano. Fué en 1850 cuando una mala cosecha no lo desanimó. Mando a traer unas muelas de piedra de Buenos Aires para montar una Tahona, y como al desembarcarlas del carretón se le rompían, talló otras con piedras de los cerros cercanos al Fuerte Independencia.
En 1851 entraron al pais dos trilladoras, una de estas fué para el. En 1854 ya estaba incorporado a la política, era miembro de la Corporación Municipal. También había construído una panadería junto a su chacra. Además, ese año, con Narciso Rodriguez organizaron un servicio de diligencia de Tandil a Dolores.
En 1856, Sarmiento le encomendó la tarea de crear una escuela. Fué en 1857 que la escuelita abrió sus puertas.
Años mas tarde viajó a Dinamarca y regresó casado con su sobrina Ana Dorotea. El 17 de Noviembre de 1860 nació en Tandil su primer Hijo, Juancito.
Ya de regreso en nuestro país, dos años después del nacimiento de su hijo, este hombre de acción y voluntad inquebrantable, construyó un terraplén de tierra y piedras para formar un lago en el cuál la caída de agua accionara la rueda del molino. Pero una tormenta de enero inundó el valle, desbordó el arroyo y se llevó el trabajo de meses, tras el desastre de la tempestad, Fugl recomenzó el trabajo.
El molino dinamarqués, pronto no dió a basto, de las 5 hectáreas sembradas en 1850, llega a tener 4 mil hectáreas de las cuales 3 mil eran de trigo.
Cuando cumplió 63 años regresó a Dinamarca con su mujer y su hija, su hijo los aguardaba allí, estudiando.
En aquel lugar hizo construir una bellísima finca en cuyo frontispicio se leía "Villa del Tandil".
El 25 de enero de 1900 a los 88 años, luego de una vida fecunda, al servicio de la comunidad del trabajo y la creación, murió Juan Fugl, el pionero sembrador" (3).
En sus Memorias (4) “relató que después del sitio indígena de Tandil en el mes de noviembre de 1855, ‘Al fin de cuentas, los soldados que llegaron no habían resultado mucho mejor que los salvajes, pues en las casas abandonadas que encontraron, robaron todo lo que pudieron y les fuera útil’. Resultaba notorio que la Guardia Nacional por lo general llegaba después de que los indios habían hecho los peores destrozos”.
Acerca del juez de paz, manifiesta en esos escritos: ”En el fondo de su alma sentía odio a los extranjeros y al creciente agro en la zona de Tandil, tanto porque él, familiares y amigos tenían tierras y grandes estancias lindantes, y se sentían molestos por las leyes que los obligaban a pagar los daños causados por animales en las tierras sembradas, y ahora protegidas. También porque repartía tierras entre criollos o nativos, en general muy simples y sin ningún ánimo de mejorar, no a extranjeros que aunque vivían pobres, con su trabajo y amistoso relacionamiento, pronto formaban un capital y vivían holgadamente”.
Señala John Lynch que “Los pioneros, en muchos casos, fueron los colonos inmigrantes y desde el comienzo de la década de 1880 la cría de ovejas también llegaría a Tandil. (...) Los inmigrantes también podían convertirse en víctimas de la especulación con la tierra; cuando los especuladores compraban tierras a bajo costo y las vendían a los recién llegados a precios más altos o cuando se subdividían o arrendaban las grandes propiedades” (5)
El dinamarqués Andreas Madsen es el autor de La Patagonia vieja. María Sonia Cristoff señala que “Para Andreas Madsen, como para W. H. Hudson, la combinación de aves y postración derivó en escritura sobre el territorio patagónico: mientras el segundo asegura que no hubiese escrito sus Días de ocio en la Patagonia si el tiro que recibió en una rodilla no le hubiera impedido continuar el estudio de los hábitos migratorios por el cual había ido hasta Río Negro, Madsen dice que se le ocurrió por primera vez la idea de escribir sus relatos cuando a él –que había domado una cantidad considerable de caballos salvajes y matado a otra cantidad de pumas- la persecución malograda de una gallina que se resistía a entrar al gallinero lo dejó todo un invierno inmovilizado en una cama. Hasta ahí las coincidencias. Luego, sus obras se diferencian claramente: lo que para Hudson fue parte de un proyecto literario, para Madsen fue una manera de dejar testimonio de sus años como pionero en la Patagonia, más específicamente en la región de Lago Viedma”.
“Dentro de su producción figuran tres volúmenes de poemas, un libro sobre la caza de pumas, el proyecto de otro sobre la capacidad de razonar de los animales y la que es su obra emblemática, La Patagonia vieja, editada por primera vez en 1948 por El Ateneo y reeditada en 1998 por Zagier y Urruty. Esta misma editorial, que desde el último enero agregó a su catálogo esta colección de textos inéditos en castellano sobre la Patagonia, publica ahora Relatos nuevos de la Patagonia vieja, una recopilación hecha por Martín Alejandro Adair de las cartas privadas y de los artículos que Madsen publicó en distintos medios”.
“Madsen llegó a la Argentina como marinero buscavidas y a la Patagonia como parte de la Comisión de Límites que lideraba Francisco Moreno. Fue después el primero en asentarse en la zona del Lago Viedma y uno de los pocos pequeños propietarios que resistieron a las ofertas tentadoras –seguidas de estrategias amenazantes- de las grandes compañías que empezaron a adquirir enormes extensiones estratégicas de la Patagonia a partir de la primera mitad del siglo XX. Fue también uno de los propietarios de tierras que, durante los levantamientos obreros de 1921, logró acuerdos de no agresión mutua con los huelguistas, basados fundamentalmente en el conocimiento y en el respeto previo que se tenían. Volvió a Dinamarca únicamente para buscar a la novia de la infancia y defendió su decisión de radicarse en la Patagonia a pesar de las oportunidades que le ofrecían en otros lugares, con una epifanía de tinte darwiniano: ‘los desiertos campos patagónicos me llamaban con voz irresistible. La Patagonia, con sus tormentas de arena sobre las pampa desiertas en verano, y con el frío y la nieve en invierno, donde pasé tres inviernos con el mínimo de alimentación... y seis meses sin ver persona alguna, completamente solo entre los Andes. La mayoría dirá que no es gran cosa para extrañar; pero así es la naturaleza humana. A mí esa soledad me llamaba’ “.
“Todo eso está en Relatos nuevos de la Patagonia vieja, libro que puede leerse como el relato paradigmático del pionero –allí están las remembranzas de un pasado duro, la consignación de los esfuerzos por adaptarse, del apego al territorio que los recibe y de su contribución a él- e incluso como una postulación de que el pionero es el eslabón que la Patagonia necesitaba para dejar de ser la tierra maldita que habían asentado los relatos de los primeros exploradores y convertirse en una tierra de paz. Los relatos de Madsen tienen, entonces, una hipótesis, y también gracia narrativa: dos méritos ausentes en muchas otras memorias” (6).
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Acerca de las preceptoras de Victoria Ocampo, escribe María Esther Vázquez: "Vitola fue la que insistió en darle una educación lo más esmerada posible; buscó a Mademoiselle Alexandrine Bonnemason, que era 'un pozo de ciencia' y fue quien enseñó a Victoria y Angélica literatura, historia, religión y matemáticas en francés. Mademoiselle era más temida que querida y libró un verdadero combate con Victoria para disciplinar su natural regalón y perezoso de niña mimada. 'Este combate singular tuvo lugar entre mis ocho y mis diez años. Cuando tuve veinte, Mademoiselle continuaba ejerciendo la dictadura en casa y ponía cara a la pared a mi hermana más chica, Silvina. Yo acababa de escapar a su mandato. Aparte de lo que nos enseñó... no me pareció merecer su reputación de un pozo de ciencia cuando estuve en edad de juzgarla'. Para la lengua inglesa tuvieron como preceptora a Miss Kate Ellis, 'un ángel de bondad', cuya actitud era muy diferente a la severa de Mademoiselle. Pero mucho más terrible fue Miss Kraus, una dinamarquesa que las inició en el misterio de la ciencia del piano y que podía llegar, si se impacientaba, a la violencia física con sus alumnas" (7).
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La piedra madre (8), por Néstor Tirri, "narra los desvelos de un grupo de vecinos de Tandil, empeñados en una empresa descomunal: restaurar la fabulosa Piedra Movediza, un prodigio de la naturaleza que en el siglo XIX atrajo a viajeros de todo el mundo, y cuya ausencia (después de su caída en 1912) sumió a la ciudad en la nostalgia por la perdida gloria. En una narración ágil, en clave irónica y naïve, la novela recorre cuarenta años de aventuras y represiones sexuales y políticas. Y, con humor hiperbólico, registra la presencia de figuras reales, personajes notables que en verdad transitaron por Tandil.
A principios de los años ochenta La piedra madre resultó finalista del Premio Internacional de Novela Plaza & Janés (cuyo jurado fue presidido por Ángel J. Battistessa) y fue publicada poco después. Hoy se erige en una “novela de anticipación” (o profética) a raíz del emprendimiento turístico que 25 años después plasmó, en la realidad, una variante del proyecto de ficción de la delirante 'Comisión Vecinal Pro Restauración de la Movediza' " (9).
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“Porteño, Víctor Juan Guillot (1899-1940) fue periodista, poeta y dramaturgo. Al margen de esas actividades y de una militancia política radical que lo llevó a la Legislatura, dio a conocer tres tomos de relatos breves: Historias sin importancia (1921), El alma en el pozo (1925), que mereció el Primer Premio Municipal, y Terror: cuentos rojos y negros (1936). Si bien ensayó varios tipos de cuentos con aceptable solvencia técnica, sobresalió en las historias terroríficas a la manera de Horacio Quiroga, realizadas con un estilo aséptico, ceñido, sin concesiones ni rodeos innecesarios” (10).
En “Un hombre”, relato incluido en el primero de los volúmenes, evoca a inmigrantes de varias nacionalidades. Entre ellos se cuenta un danés, el protagonista:
“Como hombre, el teniente Christiansen era verdaderamente un hombre”.
Eso no lo había dicho el capitán Romero, y el capitán Romero, en Chile, se batiera con tres oficiales en tres días seguidos, matando a uno, hiriendo a otro y recibiendo del tercero ese sablazo que le alcanzaba de la sien izquierda al ángulo de la boca; ni el escocés Mac Dougall, un antiguo administrador de yerbales, del que se contaban en voz baja muchas cosas; ni, finalmente, Morand, el suizo Morand, tirador infalible, que arrojaba al aire una caja de fósforos y la incendiaba de un tiro de revólver; de él sabíase que más de una vez hiciera blanco sobre cosa seria que una caja de fósforos. Romero, Morand y Mac Dougall eran buenos, sin duda; pero su reputación no podía competir con la del comandante Allende quien dijera que Juan Christiansen era un hombre. El comandante Allende entendía de eso, lo conocían hasta en las Misiones argentinas, y era famoso en las fronteras del Brasil”.
El teniente Juan Christiansen de la jerarquía revolucionaria “era un mocetón musculoso, alto y deslabazado, con ojos azules de fulgor triste, y largos bigotes rubios, de guías caedizas. Parece que era un dinamarqués establecido muchos años en Punta Arenas. De allí, quién sabe por qué, ganó la Patagonia, donde cuidara ovejas. Un día apareció en Resistencia, grandote, callado y pensativo. El comandante allende lo había visto imponerse a tres forajidos norteamericanos que ‘banqueaban’ en una jugada de monte inglés, armados de grandes revólveres y temidos hasta por la policía del territorio. Como entonces organizaba una expedición de acuerdo con los colorados, lo dio de alta con grado de teniente. Le entregó unas libras esterlinas y le prohibió el whisky, porque el dinamarqués, acriollado y todo, bebía como un guerrero de los tiempos de Odín”.
“A un hombre así no se le dice que miente sin consecuencias” (11).
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1. Alvarez, Gerardo: " ‘Colonia Médici’ o ‘La Suiza’, la ‘colonia’ que no pudo ser ‘pueblo’ “, en www.pampagringa.com.ar.
2. Bjerg, María M.: Entre Sofie y Tovelille Una historia de los inmigrantes daneses en la Argentina (1848-1930). Buenos Aires, Editorial Biblos, 2001. 191 pp. (La Argentina plural).
3. Textual del Libro Guia "Como lo pensamos los chicos", Colegio San Ignacio. Incluido en http://www.tandil.com/ciudad/index.asp.
4. Fugl, Juan: Memorias, citado por Lynch, John: Masacre en las pampas. La matanza de inmigrantes en Tandil, 1872. Buenos Aires, Emecé, 2001.
5. Lynch, John: Masacre en las pampas. La matanza de inmigrantes en Tandil, 1872. Buenos Aires, Emecé, 2001.
6. Cristoff, María Sonia: “Los surcos de un pionero”, en La Nación, Buenos Aires, 19 de octubre de 2003.
7. Vázquez, María Esther: Victoria Ocampo. Buenos Aires, Planeta, 1991. 239 páginas.(Colección Mujeres Argentinas, dirigida por Félix Luna). Foto de tapa: Man Ray, 1930. Investigación y edición fotográfica: Marisel Flores, Graciela García Romero Felicitas Luna. Reproducciones: Filiberto Mugnani.
8. Tirri, Néstor: La piedra madre. Buenos Aires, Galerna, 2007. 208 páginas. (Literatura)
9. S/F: en Tirri, Néstor: La piedra madre. Buenos Aires, Galerna, 2007. 208 páginas. (Literatura)
10. S/F: en El cuento argentino 1900-1930 antología. Buenos Aires, CEAL, 1980.
11. Guillot, Víctor Juan: “Un hombre”, en El cuento argentino 1900-1930 antología. Buenos Aires, CEAL, 1980.
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