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 Indice

1. Introducción
2. En testimonios
3. En memorias
4. En biografías
5. En novelas
6. En novelas infantiles y juveniles
7. En cuentos
8. En cuentos infantiles y juveniles
9. En poesías
10. En milongas
11. En canciones
12. En teatro
13. En cine
14. En televisión
15. En historietas

 
Introducción

“Hubo judíos en nuestro pais desde la epoca virreinal. En 1862 fue fundada la Congregacion Israelita Argentina; sin embargo la colectividad era muy pequeña aún. Pero en 1881, bajo la inspiracion de Carlos Calvo, el Presidente Roca -gran benefactor de los judíos- dicta un decreto especifico, designando un agente de inmigracion para que alentara la venida a nuestro suelo de los israelitas radicados en el territorio del imperio ruso”.
“Enterados de esta buena predisposicion argentina, los primeros colonos lIegaron en 1888, por decision espontanea; y nuevos grupos se les sumaron en los años siguientes. EI 14 de agosto de 1889, 824 inmigrantes judios de Rusia fundaron Moisesville, en Santa Fe, primera colonia agricola judia. Llegaban de Ucrania, asesorados en Paris”.
“Al año siguiente, Guillermo Loewenthal propuso al gran filantropo israelita, el Baron Mauricio de Hirsch, que ayudara a los emigrantes judios a dirigirse a la Argentina. Ese fue el origen de la Jewish Colonization Association, fundada en Londres por el Baron de Hirsch, entidad filantropica destinada a facilitar la emigracion, que concretó sus afanes en la Argentina y en Palestina durante varias decadas. Su proposito fue la creacion de colonias agrícolas”.
“Fruto de la accion de esa entidad fue la creacion de la Colonia Mauricio (Pcia. de Bs. As., 1892), de la Colonia Clara (Entre Rios, 1892) -200.000 hectareas donde se radicaron 3500 personas-, de la Colonia San Antonio (Entre Rios, 1892), de la Colonia Lucienville (Entre Rios, 1894) -370 familias, de las cuales surgió la fundacion de la Sociedad Agricola de Lucienville, primera cooperativa agraria-, de la Colonia Montefiore (Santa Fe, 1902) -20.075 hectareas-, de la Colonia Baron Hirsch (80.266 hectareas en Buenos Aires v 30.000 en La Pampa, 1905), de las colonias Lopez y Berro, Santa Isabel y Curbello-Moss (todas en Entre Rios), de la colonia Narcisse Leven (La Pampa, 1909), de la Colonia Dora (Santiago del Estero, 1911) -que posee obras de riego y canales-, y de las colonias Palmar Yatay y Louis Oungre (Entre Rios, 1912 y 1925). Dos nuevas colonias se sumaron en 1936 y 1937: Avigdor -con colonos procedentes de Alemania- y Leonard Cohen, ambas en Entre Rios”.
“Hubo, tambien, colonias independientes, como Villa Alba (La Pampa, 1901) y Medanos (Pcia. de Bs. As., 1906), que se produjeron por migraciones internas, y la Colonia "Rusa" (General Roca), del valle de Rio Negro (1906) o la Colonia EI Chaco (Chaco, 1923), fruto de inmigraciones espontaneas”.
“En 1895 llegó a Buenos Aires un colono de Rajil. De pequeño habia venido con su familia, desde Proskuroff hasta Moisesville; desde allí fue a Rajil, cerca de Villaguay. En Entre Rios fue labrador; en Buenos Aires trabajo en talleres y fabricas, fue periodista y notable escritor. Se llamaba Alberto Gerchunoff. En su libro, "Los gauchos judios", de 1910, inmortalizó a estos colonos que vinieron a cobijarse bajo el cielo despejado de nuestro pais y bajo las garantias de nuestra Constitución”.
“Gauchos judios. Colonos judios de Entre Rios, La Pampa, Buenos Aires y del Chaco. Muchos hijos de aquellos colonos fueran escritores, cientificos, filosofos y músicos . Muchos son, hoy, importantes hacendados. Otros muchos, agricultores. Trabajan alrededor de 650.000 hectareas, el 2% del area sembrada del pais”.
“Gauchos judios, estancieros, agricultores. Cultivaron el suelo, sirvieron a la Patria, y agrandaron nuestro patrimonio espiritual” (1).

Notas
1. S/F: “Para todos los hombres del mundo que quieran habitar el suelo argentino”. Buenos Aires, Clarín.

Testimonios

Húngaros

Un documento falso permitió indirectamente la llegada al país de Pedro Roth, “el mayor cronista gráfico de la plástica argentina”, nacido en Budapest en 1938. El vivió en Hungría durante la Segunda Guerra Mundial y llegó a Buenos Aires –explica- “gracias a un negocio algo oscuro del doctor Liber, un primo segundo de Rosalía, mi madre, que le compró un pasaporte falso al cónsul argentino en Montecarlo el año de mi nacimiento. Puede que el funcionario fuese algo informal, pero le salvó la vida y nunca dejaremos de recordarlo. Bueno, Liber llegó e instaló una fábrica de jabón en San Martín. Mi madre, mi abuela Eugenia y yo llegamos en 1954 y nos establecimos en Florida” (1).

“Un día cualquiera de 1981, 18 años después de haber nacido, Federico Andahazi se encontró por primera vez con Bela Andahazi, el húngaro que era su padre y del que sabía pocas cosas: que era psicoanalista y que había escrito un libro de poemas, en cuya solapa había una foto: la única que Federico Andahazi conocía” (2).

En septiembre de 2000, se inauguró Casa FOA en el Hotel de Inmigrantes. El estudio de Laura Ocampo y Fabián Tanferna, que tuvo a su cargo la ambientación de uno de los dormitorios, “antes que una reconstrucción histórica, prefirió hacer un homenaje a todos aquellos que vinieron con el coraje de iniciar una nueva vida” (3). Para ello, contaron con la colaboración de algunos de los inmigrantes que se hospedaron en el Hotel, quienes narran sus historias en sendas grabaciones. Entre estos hombres y mujeres estuvieron los húngaros Antonieta Rubido Zichy de Eicket, Américo de Gosztonyi, Esteban Bergner y Eugenio Weisz; y Ana Wasinger de Schaab, nieta de ruso alemanes.

Después de viajar durante cuatro años, los húngaros Horogh llegaron al Hotel de Inmigrantes porteño. “Por fortuna apareció allí un señor descendiente de suizos –propietario de un molino harinero- que buscaba emplear a un técnico electricista, la profesión de Béla. Así fue que de inmediato consiguió trabajo y la familia se trasladó a Estación Matilde, un pequeño pueblo del interior de la provincia de Santa Fe” (4).

Relatado por el profesor Ochoa, conocemos el testimonio de una húngara: “Es curioso algún recuerdo de una muchacha, hoy día una señora ya de edad que vino a los trece años con sus padres y contaba que en el desayuno se le servían unos enormes tazones de café con leche o mate cocido con leche –cosa que ellos no conocían, el sabor a la yerba mate- y se servían en regaderas –ése era el concepto de ella. Se refería a esas enormes cafeteras que tienen mango de costado con un pico largo, por supuesto sin la regadera, pero el pico estaba y para la mentalidad de la chica se servía con regaderas. (...) Ella estaba muy enojada cuando llegó porque no había visto las palmeras y cocoteros que imaginaba en el Puerto de Buenos Aires –era la visión europea de América- y después, como había estado en muy buena posición y habían quebrado en Hungría tuvieron que venirse acá sin nada, pero les quedaba el recuerdo de la vida de buen pasar y pensó que ella venía a un hotel de tres o cuatro estrellas actuales y se encontró con que venía a este hotel de cantidad de personas, grandes dormitorios para todos –los hombres de un lado, las mujeres y los niños de otro- y sintió desagrado, desagrado que dice que se le fue cuando empezaron a comer. Dice que nunca habían comido –ni aún en su posición buena primaria en Hungría- como habían comido en el Hotel de Inmigrantes” (5).

La portuguesa Zulmira Rosa Alves recuerda a sus vecinos húngaros. Ella llegó a la Argentina en 1950 y se afincó en Villa Elisa. “Villa Elisa es una localidad de cerca de 50000 habitantes cercana a la ciudad de La Plata. Este es su hogar ahora, aquí tuvo su familia y vivió toda su vida desde vino a este país. Llegó cuando al regreso de su padre a la Argentina no pudo volver a trabajar en Loma Negra. Las tierras de Pereyra Iraola habían sido expropiadas en gran parte y esos terrenos eran alquilados a familias de inmigrantes que trabajaban la tierra. En una de esas tierras se instalaría su familia para comenzar a pelear en esta Argentina. Los primeros tiempos fueron difíciles, se encontraron en medio de una comunidad húngara con la que se hacía muy complicado comunicarse. Existía un importante asentamiento de portugueses que se dedicaban a la floricultura pero se encontraban del lado oeste de las vías del Ferrocarril Roca y no tenían contacto con los quinteros (húngaros)" (6).

Notas
1. Aubele, Luis: “A boca de jarro. Pedro Roth ‘Soy un testigo privilegiado’ “, en La Nación, Buenos Aires, 23 de febrero de 2003.
2. Guerriero, Leila: “¿Quién es Andahazi?”, en La Nación, Revista, Buenos Aires, 11 de diciembre de 2005. Fotos Daniel Pessah.
3. Ocampo, Laura y Tanferna, Fabián: “Testimonios”, en Casa FOA 2000. Desembarcadero y Hotel de Inmigrantes.
4. Masjoan, Lía: “Nosotros. Contratiempos y alegrías de inmigrantes húngaros”, en El Litoral on line, Santa Fe, 4 de mayo de 2002.
5 Markic, Mario: “En el camino”, TN, 12 de septiembre de 2002.
6. Da Conceiçao, Mauro; Euguaras, Mariano; Flibert; Francisco; Marino, Roberto; Sánchez, Julián: “Sabores de una historia”, en www.ciet.org.ar.

Lituanos

Dina Dolinsky afirma: “Llegué a la poesía tras un largo camino. El uso de la palabra fue mi capital como psiquiatra. El humor me ayudó a bien envejecer. Así surgió mi primer libro: Entre mates y mojitos, crónica de mi vida viajera que el periodismo ayudó a rescatar. Rebobinando la madeja volví a las memorias de la infancia y pude escribir Las Doce Casas, historia de familias de inmigrantes en la Argentina a fines del siglo XIX. En este libro me ronda la poesía y doy gracias a la vida, que me ha permitido completar el círculo” (1).

Los descendientes de una inmigrante cuentan la forma en que ella y sus hijos salvaron la vida: “Ana Dubroff vino vía Génova, con León (hijo) y Berta. Una señora que viajaba en el mismo barco se enfermó gravemente. Ana era o se hizo muy amiga y cuando el capitán del barco decidió que la enferma debía bajar en Génova por la gravedad de su estado, Ana decidió a su vez bajar con su familia y quedarse a cuidarla. El barco siguió su viaje y naufrago, sin llegar jamas a Argentina. Eso explica por que la familia Dubroff era de las pocas que arribo a Argentina sin samovar: la mayor parte de sus cosas se hundieron con el barco” (2).

Notas
1. Dolinsky, Dina: en Rincones. Buenos Aires, Editorial Milá, 2004. 64 p.
2. Rotstein, Enrique y Fabio: “Fanny Dubroff y David Rotstein”, en www.math.bu.edu/people/ horacio/ anc-cast.htm

Moldavos

A un suceso de la infancia de Marcos Aguinis, se refiere Jorge Fernández Díaz: “El pibe tenía siete años y estaba parado junto a la puerta del dormitorio de sus padres escuchando exclamaciones y ruidos sordos. Había llegado por correo una carta desde Europa, y aquellos dos inmigrantes taciturnos se habían encerrado bajo llave a leerla en secreto. El hijo no entendía, en ese momento, por qué lo habían dejado afuera, donde permanecía con el aliento contenido. En esa vigilia y en ese desconcierto estaba cuando el padre salió despacio, doblado por el dolor, y entonces el hijo lo vio llorar por primera vez en toda su vida. La carta narraba sin eufemismos la suerte que habían corrido su abuelo y las dos tías que Marcos jamás llegaría a conocer, en la lejana República de Moldavia, donde los nazis arreaban judíos para hacinarlos en los campos de concentración o asesinarlos en los hornos de exterminio” (1).

Notas
1. Fernández Díaz, Jorge: “Marcos Aguinis. Un hombre del Renacimiento”, Fotos: Daniel Merle, en La Nación Revista, Buenos Aires, 6 de junio de 2004.

Polacos

Escribe Horacio Spinetto: “Conocí personalmente a don León Untroib, maestro de fileteadores, en 1984. En la Biblioteca Municipal de Toulouse, Francia, se iba a realizar la exposición denominada "Le Tango de Carlos Gardel", y su organizadora Anne Marie Duffau, deseaba poder exhibir "un trabajo de esos muy coloridos, que se hacían para decorar y distinguir los carros y los camiones", y que ella consideraba, y bien, característicos de la ornamentación popular de Buenos Aires. Estaba pidiendo un filete. No tuve ninguna duda, debía ver al maestro Untroib. Fue así que después de haber hablado telefónicamente, llegué al 1900 de la calle Catamarca, entre Brasil y Pedro Echagüe, a metros del Instituto Bernasconi, en el barrio de Parque de los Patricios. En su casa - taller lo conocí personalmente, junto a su esposa Emilia. Luego de contarle el motivo de mi visita, León dijo: "Voy a hacer el filete y lo donaré para esa ciudad". En noviembre de 1984 la imagen de Gardel, con su sonrisa franca, acompañada por elegantes curvas y volutas, ocupaba un lugar de honor en la exposición. Los visitantes se fotografiaban a su lado”.
“Untroib nació el 25 de diciembre de 1911 en Ostrow, provincia de Wolyn, Polonia. Su padre se dedicaba a la decoración de arcones. Allí comenzó su aprendizaje. La familia decidió viajar a América, y en octubre de 1923 llegaban a Buenos Aires”.
“A los trece años su padre le confió la responsabilidad de dibujar unas azucenas en dos jardineras que eran utilizadas para el reparto de pan. "Lo hice tan bien que al año siguiente comencé a trabajar solo". León amaba su oficio y reconocía como precursores a Salvador Venturo y a Miguelito, su hijo; a Vicente Brunetti y sus hijos Enrique y Alfredo; a Pedro Unamuno; a Laureano Ferrer; a los hermanos Assante; a Alejandro Mentaberri; a Cecilio Pascarella; a Natero; a Ernesto Magiori; a Federico González Irigoyen, y a Carlos Carboni”.
“(...) Untroib vendía tablas en su famoso puesto de la Plaza Dorrego; Carboni fileteaba camioncitos de juguete, y Martiniano Arce los llevaba a la tela, como en aquella serie de Gardeles realizada con el pintor Aldo Severi”.
“La bondad y la calidad humana de Untroib se reflejaban en su mirada, en cada uno de sus gestos y en sus palabras, como cuando destacaba, encendido, la obra de cada uno de los colegas que mantienen vivo al filete, como Luis Zorz, Ricardo F. Gómez, Enrique y Martiniano Arce, Juan Carlos y Roberto Bernasconi, Andrés Vogliotti, Armando Miotti, Alfredo Martínez y Jorge Muscia”.
“En noviembre de 1994 el refugio de la calle Catamarca quedó en silencio. El olor de las lacas todavía impregnaban el ambiente. En la oscuridad de la noche surgió inesperadamente una música como aquella que lo acompañaba siempre, y las sirenas con los dragones y las flores con los pinceles por él fabricados bailaron una última danza en su homenaje. Don León había fallecido” (1).

Sivul Wilenski –escribe Sara Facio- “llegó en 1920 como integrante de la compañía teatral de Iván Totsoff. En nuestra ciudad comienza a dedicarse a la fotografía y en 1930 abrió su estudio en la calle Florida. Más tarde se mudaría a la avenida Santa Fe. En sus pequeñas vidrieras exponía a las bellezas de la sociedad que publicaba cotidianamente en el diario La Razón. Fue el primer fotógrafo que expuso en las oficinas que ese diario tenía en París. Allí viajó Wilenski, en 1928, para inaugurar la muestra e hizo aprendizaje fotográfico en estudios parisinos durante tres años. A su regreso, continuó con las tomas de retratos que publicaba en la revista Sintonía. Sus retratos eran menos clásicos que los de sus colegas, componiendo fondos dibujados por él mismo sobre las placas fotográficas, con motivos estilo ‘déco’ muy de moda en la época. Era un maestro en el retoque de negativos y tuvo alumnos posteriormente tan admirados como Annemarie Heinrich. Su característica era que una vez que retocaba una placa, la firmaba. Así se puede ver en su archivo la diferencia entre dos tomas efectuadas en el mismo momento, con o sin retoque, que confirma su arte como retocador. El archivo completo de Wilenski fue donado por sus herederos al Museo Municipal del Cine” (2).

Boleslaw Senderowicz nació en Polonia en 1922; falleció en Buenos Aires en 1994. Sara Facio destaca su trayectoria: “comenzó su carrera como fotógrafo de teatro. Cuando ingresó a la Editorial Abril se convirtió en un exquisito fotógrafo de modas cubriendo todas las producciones de la revista Claudia. Hasta entonces las producciones con modelos y equipos de fotógrafos, maquilladores, etc eran desconocidas en nuestro país. Contar con bien equipados estudios en la editorial, o realizar viajes en búsqueda de nuevos escenarios eran una modalidad de trabajo nueva. En esas producciones descolló Senderowicz e impuso ese estilo en otras revistas de la misma editorial y de la competencia. Años después el fotógrafo encontró su verdadera vocación en la publicidad. Su Estudio –que hoy continúa su hijo Andrés- fue ejemplo de profesionalismo para la mayoría de los publicistas. Su sentido de la gracia, la elegancia y la sobriedad para presentar los productos más comunes, lo señalan como un ejemplo dentro del medio. En 1990 se presentó una muestra retrospectiva en la Fotogalería del Teatro San Martín –la única y última- que puso en evidencia su talento” (3).

" ’ Yo soy judío’, acentuó (Max Berliner). ‘Nací en Polonia en 1920 y llegué a la Argentina a los dos años. A los cinco debuté en el teatro", contó. "Tengo raíces judías, pero soy argentino cien por ciento". El primer parlamento que dijo sobre las tablas fue en idish, su lengua materna, en una obra de Scholem Aleijem. De ahí en más, alternó en su carrera obras en castellano y en idish. Hizo teatro de temática judía en castellano, "para que la gente conozca lo que ignora sobre esa comunidad"; en idish estrenó clásicos universales, con el fin de mantener viva esa lengua. "En Artea (1955-1971), el teatro que yo abrí en el año del ñaupa, estuvo dos años en cartel El zoo de cristal en idish", recuerda. "El idish tiene que ser un idioma y no un dialecto. Hay muchos que están luchando por el idish, como yo. Está bien que cuando surgió el Estado de Israel se haya impuesto el hebreo; pero no se puede eliminar el idish. Los seis millones de muertos en los campos de concentración hablaban idish", subraya” (4).

Andrés Rivera fue entrevistado por Demian Orosz: “En 1992, el hombre en cuyo documento se lee Marcos Ribak (1928) ganó el Premio Nacional de Literatura por La revolución es un sueño eterno (1987). El reconocimiento ya había amagado en 1985, con la entrega a En esta dulce tierra del Segundo Premio Municipal de Novela. (...) nació en Villa Crespo en 1928. Su padre era un sastre de origen judío. (...) ’Yo he contado, creo, en Nada que perder, que mi padre comió cerdo a los 12 ó 13 años en la entrada de una sinagoga. Y tal vez en los genes eso me fue transmitido. Y hoy, cuando leo los diarios y advierto que los soldados israelíes cometen atrocidades, me pregunto en qué se diferencian de los nazis. Yo sí respeto mucho la literatura judía, y hay buena parte de la literatura norteamericana, que a mí me nutrió durante mucho tiempo, que ha sido escrita por novelistas y cuentistas de origen judío. (...) Yo fui obrero textil durante siete años, y mi patrón era judío. Ahora bien, yo no me detenía en que era judío, sino en que era patrón y se quedaba con parte de la plusvalía del personal de su fábrica. Podría haber sido tailandés’ ” (5).

Aurora Alonso de Rocha evoca a los padres de Alejandra Pizarnik: “Sus padres eran judíos polacos; el padre, corredor de joyerías. Buma estudiaba hebreo y, como le gustaba todo lo extremado, contaba historias de pogromos, cosascos, incendios de aldeas. (...) Sus padres le hablaban con interés de dos presuntos pretendientes, hijos de un almacenero alemán uno, y de un sedero sefaradí el otro. Buma se burlaba o enojaba. Un día le dijo a su madre que se iba a casar con los dos para tener aseguradas ropa y comida, la madre la miró ceñuda y disparó una rápida respuesta en idish. Me tradujo: ‘Que sean tres, así también hay vivienda’. Creo que, por lo menos en parte, las sutilezas de Buma nacían de la dialéctica, escondida en un mal castellano, de los Pizarnik” (6).

La música era la pasión de un antepasado de Ana María Shua: “un muchacho joven, polaco, bohemio, pobre y enamorado de la música. También un excelente tejedor, especialista en fajas, ducho en la destreza textilera de entrelazar los hilos de goma con los de algodón. No sólo de pan vive el hombre: el tío vivía también de su amor a la música. Se las había arreglado para que lo tomaran como comparsa en el Colón. Sus patrones apreciaban su trabajo, pero cuando había ensayo general, el hombre desaparecía. Inútil amenazarlo con el despido: nada le producía tanta felicidad como estar disfrazado, compartiendo el escenario con los mejores tenores del mundo. ¡Estuve a un metro de Tchaliapin! Gritaba entusiasmado. ¡Ian Kepura me cantó casi al oído! decía, con una alegría inmensa” (7).

Norma Manzur afirma: “Aunque en ese entonces lo ignoré, fueron años de mucho dolor y tristeza en nuestra familia. Las cosas importantes, serias y sobre todo las tristes se hablaban en idisch, idioma que nunca aprendí. La guerra en Europa mataba a los judíos y los padres, hermanos y otros parientes de mamá y papá no escaparon a ese destino. Sólo después que Gerardo viajó a Polonia al 50 aniversario del Levantamiento del Ghetto de Varsovia, supe que mis abuelos maternos murieron en el campo de concentración de Treblinka. Qué pasó con el resto de la familia, mi abuela paterna y mis dos tías y otros parientes cuyo registro nunca tuve, no lo sé” (8).

Escribe Diego Paszkowski: “Pienso con infinita tristeza en la gente que desprecia al distinto, al extranjero, al inmigrante, que hoy se refiere a, por ejemplo, coreanos, japoneses y chinos con las mismas expresiones miserables que hace cincuenta años habrán utilizado para con mi abuelo, judío polaco. ‘Hablan en su idioma’, escuché decir de unos y de otros a modo de excusa para segregarlos, pero sé por experiencia que, sólo dos generaciones después, quien esto escribe, nieto de aquel abuelo, enseña a escribir a jóvenes futuros artistas en la mismísima Universidad de Buenos Aires” (9).

Por la ciudadanía argentina optó el polaco León Poch, quien en la nueva tierra se propuso transmitir las tradiciones judías por medio del dibujo, su “lenguaje”. En su libro Cosas y casos judíos manifiesta: “Espero lograr transmitir a los lectores el amor y el orgullo que siento por el rico quehacer de mi pueblo, sobre todo a los jóvenes, porque ellos han de continuarlo” (10).

Los padres de Daniel Goldman, “ambos polacos, fueron sobrevivientes del Holocausto. Su padre fue un partisano (guerrilla que luchaba contra el nazismo en la Segunda Guerra Mundial) y su madre vivió tres años en un sótano después de escapar de un gueto. Se conocieron en Polonia y en 1948 emigraron juntos a un país que parecía sinónimo de una nueva vida. Pero en las valijas se trajeron todo el miedo, el espanto ante cualquier autoritarismo y un sentido profundo de que la vida es un tesoro a resguardar. Así es que en el hogar de los Goldman casi no se dormía: por las noches su madre visitaba los cuartos para asegurarse de que él y su hermana estuvieran bien, y a las 4 de la mañana todos estaban desayunando. De día, las pesadillas se contrarrestaban con una educación amiga del idealismo” (11).

Juan Szychowski, de once años de edad, y una veintena de familias polacas pioneras, “Luego de permanecer algún tiempo en el legendario ‘Hotel de los Inmigrantes’ arribaron al puerto de Posadas, y desde ahí marcharon a pie durante varios días hasta la recién fundada Colonia de Apóstoles, recorriendo los 80 km que los separaban de su destino tras los carros que transportaban sus pocas pertenencias. Fueron tiempos difíciles para esos hombres, mujeres y niños que no estaban acostumbrados al abrasador calor tropical y a los mosquitos que laceraban su piel. Debieron esperar dos años para poder comer pan, ya que las hormigas y los carpinchos diezmaban los plantíos de maíz. Se alimentaban principalmente con mandioca, porotos, batata y aprovechaban la abundancia de animales silvestres que les proveían de carne. Enfermedades como el paludismo y el cólera y las picaduras de serpientes segaron las vidas de muchos hijos de aquellos primeros colonos, y los productos logrados no siempre compensaban los sacrificios realizados” (12).

En “Clara, una niña judeo-argentina víctima del nazismo”, escribe Ana Watch:
“Esta es la historia de Clara, una niña nacida en Buenos Aires en fecha patria, un 25 de mayo de 1936. Sus padres eran ambos polacos. El papá Samuel, de 26 años, hacía 9 que vivía en la Argentina. La mamá Raquel, también de 26 años, hacía un año que había llegado a Buenos Aires. Para poder bajar del barco, se tuvieron que casar en el Hotel de Inmigrantes, casi sin conocerse. Raquel era diabética. Pasó un embarazo complicado por su enfermedad. Los primeros meses de vida de Clara estuvieron signados por los malestares y el encierro de su mamá, hasta que ella decide volver a Polonia a consultar con sus médicos y presentar a la beba a su familia. Samuel se queda en Bs. As. (...) Sólo quedan dos fechas marcadas en un viejo almanaque hebreo: 29-11-43 Clara, 22-01-44 mamá. De esta historia, Samuel nunca pudo hablar. Volvió a casarse en Buenos Aires, tuvo tres hijas más, dos de ellas llevan los nombres de sus hermanas: Miriam y Paulina. Mi nombre es Ana, soy la tercera, no cronológicamente. Después del fallecimiento de mi padre, encontré en una bolsita de nylon guardada en el aparador, un paquete con cartas en idish y fotos, que guardé cuidadosamente durante 9 años, hasta que decidí reconstruir la historia, hacer traducir las cartas, conseguir la partida de nacimiento de mi hermana y tratar de averiguar si fuera posible cómo fue su final’ ” (13).

Jacobo Rendler, polaco, recuerda que el dormitorio del Hotel de Inmigrantes “era un salón enorme con cuchetas de a tres camas. Cuando vimos las camas perdimos las ganas de acostarnos. Con Melcer convinimos dormir afuera sobre unos bancos de cemento que había. (...) Al día siguiente nos levantamos muy temprano. El barco de piedra era muy duro y estábamos a la intemperie pero las camas estaban tan sucias y tenían tantos bichos que teníamos miedo de amanecer de nuevo en Polonia”.
Va a visitar a unos paisanos: “Al salir del Hotel de Inmigrantes, el bulto con mis cosas estaba en el depósito. Las personas de la Asociación de ayuda a los inmigrantes me habían anotado en un papel en castellano la dirección y el apellido de la familia que buscaba. Era una especie de volante donde estaba impreso que era un inmigrante recién llegado y se pedía a la gente que lo leyera me ayudara a llegar a esa dirección, que era en la calle Jean Jaurés de la ciudad de Buenos Aires. Me indicaron tomar el tranvía número 2 y que le mostrase el papel que llevaba al motorman para que me indicara dónde bajar”.
Encuentra a la familia que buscaba, uno de cuyos miembros le asegura el empleo y promete pasar a buscarlo al día siguiente. ”Al volver al Hotel, Meltzer me estaba esperando. Me contó que había vuelto una de las personas de la Asociación de ayuda, que a él le habían conseguido en la casa de un relojero, a otros los habían ubicado con carpinteros o sastres, cada uno según su profesión y que a todos los iban a ir a buscar al día siguiente” (14).

En el Hotel de Puerto Madero, un panel reproducía las palabras del polaco Pablo Nowak (15). Este hombre, llegado a la Argentina en 1949 recuerda los magníficos asados que se hacían al mediodía y agradece las que califica como sus primeras buenas comidas en toda la vida.

“Yo tenía quince años cuando empezó la Segunda Guerra Mundial, y fui encerrado en el gueto de Lodz, con mi familia y miles de judíos más –dice el polaco Jack Fuchs. Allí estuve hasta que el gueto fue liquidado y nos deportaron a Auschwitz”. Para este hombre, que tanto ha sufrido, el viaje tiene una connotación muy especial: “Hoy sé que volver a Lodz es como una peregrinación” (16), afirma, convencido de que debe viajar a su tierra también con su hija.

En Villa Gesell vive Valeria Rodziewicz, “una encantadora ex enfermera polaca, sobreviviente de la Segunda Guerra Mundial”. La anciana “nació en Wilno (Vilna hoy), Lituania, el 27 de diciembre de 1913. Por entonces, el territorio lituano pertenecía a la Rusia zarista”. Recuerda la guerra. En Polonia, en 1939, “La comida escaseaba, sólo teníamos arroz y la carne de los caballos muertos esparcidos por las calles. Cuando los alemanes llegaron al hospital, me echaron, con el pretexto de que no figuraba como enfermera estable. De golpe me quedé sin trabajo y me instalé en un albergue para estudiantes. Para poder comer tenía que vender mi sangre para las transfusiones” (17).

En “Breve historia de la llegada de mi abuelo a la Argentina”, relata un nieto: “Nicolas Kot, hombre de origen ruso, más precisamente polaco, ya que en esos momentos (principios de 1900) esas tierras de Rusia eran Polonia; llegó a la Argentina escapando de la guerra, creo, durante los años 1927-1929, ya que nació en 1909 y a los 18 años se despidió de su novia y demás familia que hoy viven en Bielorusia. Llegó al hotel de los Inmigrantes en Buenos Aires, en donde se alojó por unos días y después salió rumbo a Córdoba, en busca de trabajo. Ahí conoció a mi Abuela Segunda Funes (nació en 1917, Córdoba). Durante el viaje .... le dió Fiebre Tifus, por lo cuál tuvo que hacer escala (...) en el Hotel Lloyd en Holanda. En la foto que encontré en Internet, se observa su estado actual, en su momento funcionó como hotel de inmigrantes, luego como reformatorio de chicos y luego como hotel. Es increíble el estado en que se encuentra.... y lo bien conservado. Hoy en la actualidad todos sus hermanos y los hijos de sus hermanos viven en Bielorusia, más precisamente en la ciudad de Pinsk y sus alrededores. Sus hijos, nietos, y bisnietos viven y vivieron en Argentina” (18).

Con el título ...Y elegirás la vida, “un libro de la periodista Adriana Schettini cuenta diez historias de sobrevivientes de la Shoah con quienes convivió dos años y medio, inmersa en la cotidianeidad de sus biografías. (...) Y vio en ellos ‘la encarnación del mandato bíblico: ... Y elegirás la vida’ “.
Transcribo algunos párrafos en los que hablan sobrevivientes polacos (19):
“En abril de 1943, José Rajchenberg estaba junto a los jóvenes que enfrentaron el poderío nazi con una cuantas botellas de gasolina, unas cuantas botellas de gasolina y una entereza arrolladora. ‘Los judíos, antes de tomar vino u otro alcohol, dicen Lejaim. ¿Qué significa Lejaim? Por la vida; para vivir, siempre. Después de tantas matanzas contra los judíos, después de tanta Inquisición y tanto pogrom, después de este tremendo Holocausto, aún se dice Lejaim. Así es la vida: fuerte, muy fuerte’ ".
“Auschwitz, 24 de junio de 1943. Es la hora del crepúsculo. El tren se detiene (...), dos mil cuatrocientos judíos son empujados fuera de los vagones (...). Salomón Feldberg se aferra a la mano de su madre. La memoria de las razzias le dice que en segundos perderá ese contacto protector. Pero nadie le avisa que será para siempre. ‘Yo estaba derrotado; era un esqueleto; no servía para nada y, sin embargo, ellos me asignaron un trabajo horrible: juntar cadáveres. (...) Pero, a pesar de todo, yo siempre tenía una chispita de esperanza. (...) Ninguno de los que pasamos por los campos sabemos por qué sobrevivimos, pero todos sabemos que queríamos vivir. (...) Morir no es un acto heroico. El heroísmo es luchar por conservar la vida’ ".
Relata Isak Lempert: "Pasamos Iom Kipur en prisión. Mi papá dijo las oraciones que pudo recordar de memoria y ayunó. Sí, yo vi a mi papá ayunando en la prisión de Czernovits porque era el Día del Perdón".
Dice Moniek Taub: " ‘­Es que a mí me gusta tanto cantar...’ Si alguien le hubiera dicho en Auschwitz que iba a sobrevivir y que además iba a tener fuerzas para cantar, seguramente no le habría creído, ¿verdad? ‘En Auschwitz... ¿cómo iba uno a poder pensar algo así en Auschwitz, si estaba al lado del crematorio y veía que todo el tiempo entraba gente y salía humo?’ ".
Moisés Borowicz recuerda: “Tuve muchos compañeros de colegio y de juegos que no eran judíos, como supongo tienen todos los chicos judíos en cualquier parte del mundo. Pero cuando Hitler subió al poder en Alemania, en Polonia surgió un enorme antisemitismo (...) No me puedo olvidar lo que me dijo un grupito de compañeros: ‘Cuando venga Hitler, los vamos a pasar por la máquina de picar carne y de ustedes vamos a hacer albóndigas’ ".
"Llegamos a Majdanek en abril de 1943 –relata Stella Knyszynska de Feigin-. Nos hicieron sacar toda la ropa. Eramos chicas jóvenes y teníamos pudor... Nos llevaron a los baños donde estaban las duchas (...) Estábamos vigiladas por kapos alemanes. Hasta el día de hoy me esfuerzo por no agobiar a los otros con mis penas. Creo que, por más que la gente te quiera, si sos intolerante, jodida y quejosa, a la larga no te pueden aguantar y te van dejando sola. Y a mí me gusta estar junto a los otros. (...) Tengo muchos problemas y llevo una enorme tristeza adentro, pero no soy una resentida".
"Es increíble –afirma Julio Pitluk-:: entre tantos habitantes y con semejantes sufrimientos, casi no hubo suicidios (en el ghetto de Bialystok). La gente tenía la ambición de salvarse. La inmensa mayoría se aferraba a cualquier esperanza, por mínima que fuera, con tal de seguir vivo".
Sostiene Regina Kenigstein de Hubel: "Una vez por mes habría que hacer una lección para todos los jóvenes. Tienen que saber lo que fue Auschwitz, querida. Tienen que saberlo, para que nunca más le hagan a nadie lo que a nosotros nos hicieron ahí. (...) Hay que trabajar para que nunca nadie venga con ideas como las de Hitler, y la gente lo siga."

Notas
1 Spinetto, Horacio: “Los Oficios - Entre el Olvido y el Rescate El Fileteador”, en www.dgpatrimonio.buenosaires.gov.ar.
2. Facio, Sara: La fotografía en la Argentina Desde 1840 hasta nuestros días. Buenos Aires, La Azotea Editorial Fotográfica, 1995.
3. ibídem
4. S/F: “Max Berliner”, en www.teatro.meti2.com.ar
5. Orosz, Demian: “Andrés Rivera: Soy un hombre entre los hombres”, en La Voz del Interior, Córdoba, Argentina, 22 de junio de 2001.
6. Alonso de Rocha, Aurora: “Entonces la mujer”, en El Tiempo, Azul, 2003.
7. Shua, Ana María: “Por amor a la música”, en Clarín, Buenos Aires, 18 de mayo de 2003.
8. Manzur, Norma: Lazos y Nudos. Cuentos, Buenos Aires, Editorial Milá, 2003.
9. Paszkowski, Diego: “En qué pienso”, en Clarín, 12 de enero de 2003.
10. Poch, León: Cosas y casos judíos. Buenos Aires, Milá, 2003.
11. Fondevila, Fabiana: “Los personajes del año”, en Clarín Viva. Buenos Aires, 8 de diciembre de 2002.
12. S/F: en el folleto informativo del Museo Histórico Juan Szychowski, Apóstoles, Misiones.
13. Watch, Ana: “Clara, una niña judeoargentina víctima del nazismo”, en www.fmh.org.ar
14. Rendler, Jacobo: “Mis primeros pasos en la Argentina”, en www.enplenitud.com, 21 de mayo de 2003.
15. Nowak, Pablo: Panel en El Hotel de Inmigrantes, 2000.
16. Pogoriles, Eduardo: “Volver a las raíces”, en Clarín, Buenos Aires, 13 de agosto de 2001.
17. Castrillón, Ernesto y Casabal, Luis: “El día que fue arrasada Varsovia”, en La Nación, Buenos Aires, 1° de septiembre de 2002.
18. S/F: “Breve historia de la llegada de mi abuelo a la Argentina”, en Breve historia del arribo de mi abuelo a la Argentina.htm.
19. 1 S/F: “... Y elegirás la vida”. Foto: Daniel Pessah. En La Nación Revista, Buenos Aires, 27 de marzo de 2005.

Rumanos

El rumano Vintila Horia vivió en la Argentina entre 1948 y 1953. Acerca del exilio del escritor, señala Carlos Rivera: “Cuando, en agosto de 1944, en Rumania un golpe de estado reemplaza el régimen "pro-eje" del Mariscal Ion Antonescu por un gobierno filosoviético, Vintila Horia -quien se encontraba en Viena- es internado por las autoridades nazistas en los campos de concentración de Krummhübel y María Pfarr hasta mayo de 1945. Liberado por tropas ingleses viene trasladado, junto a su joven esposa Olga, a Bologna en Italia, donde deciden no regresar a su patria en vía de sovietización. Aquí empiezan su dura vida de exiliados, mientras que en Rumania el nuevo régimen filosovietico -mediante un proceso político instruido con juicio sumario- condena Vintila Horia en contumacia a trabajos forzados de por vida, a causa de "un pasado que casi no poseía y por culpas que no había tenido tiempo de soñar", como escribiera tiempo después el mismo Vintila; quien confesará: "Entonces empezó mi verdadero exilio como un proceso de anacoretismo; es decir: un proceso de separación de todo aquello que yo había sido". En efecto no es por azar que el tema del exilio constituya el motivo central de su obra literaria, desde su primera y célebre novela "Dios ha nacido en el exilio", galardonada por el prestigioso Premio Goncourt el año 1960, hasta "Las claves del crepúsculo" publicada en edición castellana poco después del fallecimiento de su autor” (1).
En el prefacio a la edición de Espasa Calpe (2), escribe Daniel-Rops, de la Academia Francesa: “Vintila Horia, al negarse a regresar a su país sometido ya a otra dominación, empezó a vivir la tragica experiencia de tantos hombres de nuestra epoca, la que uno de sus compatriotas habia de evocar en su terrible libro La hora veinticinco. Primero en Italia, donde trabó amistad con Papini: luego en America del Sur, en Buenos Aires -donde se ganaba la vida como modesto escribiente de Banco, mientras que su esposa se agotaba en un durisimo trabajo-, y finalmente en España, donde sus comienzos, a la vez como empleado de hotel, reportero y agente literario, fueron tan agobiantes como aquellos otros. En todos estos sitios conoció las prolongadas y despiadadas angustias del exilio. Y de esta experiencia vital fue de donde sacó lo mas puro y esencial de su inspiración. Así, el tema del exilio se halla situado en el centro de su obra: y pocos hay con los que, como con éste, se hallen tan compenetrados los hombres de nuestro tiempo. El exilio con sus sufrimientos, sus desgarramientos, sus nostalgias tragicas. pero tambien el exilio con su terrible poder purificador”.
En Madrid, en 1988, Horia escribió: “Estuve cruzando varias veces la Pampa y llegué, bordeando la orilla, tierra adentro, hasta Chapadmalal, donde empecé a escribir en la memoria mi novela "Dios ha Nacido en el Exilio", en un otoño austral del año 1952, si mal no recuerdo. Pero no llegué a Bahia Blanca sino mas tarde, guiado por la mano literaria de Eduardo Mallea, dentro de las paginas inolvidables de "Todo Verdor Perecerá". Aquel paisaje, rural en la primera parte del libro, urbano en la segunda, se me ha pegado al alma, para siempre. De la misma manera en que, cruzando el norte de España, hacia la iglesia gallega de San Vintila Solitario, me he encontrado a veces con la sombra de Valle Inclán y de otros, confirmando o descubriendo, a menudo imaginando, paisajes y almas, años y leguas como decía Gabriel Miró” (3). Ovidio protagoniza Dios ha nacido en el exilio. La obra surge como un eco del dolor del autor; su tristeza se asemejaba en mucho a la del poeta latino. La de Horia es una novela de desarraigo; lo sufren el autor, el protagonista, y ese Niño que ve la luz (4).

Alina Diaconú dijo en un reportaje: “A mí me obligaron un poco a vivir en el presente, porque si me quedaba pegada a la nostalgia, todavía seguiría escribiendo en rumano. Me gusta mucho la idea del desapego. Yo de algún modo creo que las cosas que me tocaron –dejar mi país natal, venir acá- me impulsaron a aprender eso. Me gustaría viajar con un bolsito de mano, nada más, como viaja Lucila. No necesitar demasiado de las cosas, de nada material. Cuando llegué a Buenos Aires, durante un año más o menos escribí en francés. Pero nunca dejé de escribir. Yo sabía que los idiomas podían cambiar, pero mi vocación no” (5).

En una calle porteña vivió doña Catalina, la madre de Miriam Becker. En una sentida evocación que escribe poco después de la muerte de la rumana, la hija comenta que la anciana “De sus vecinos -españoles, italianos, argentinos del interior-, había descubierto que el mejor arroz con pollo lo hacía doña María, la gallega, pero sin panceta; lo rico que eran el grelo, la nabiza y la achicoria como los preparaban los Brunetta –los italianos saben comer verduras-, y que las empanadas con la carne cortada a cuchillo de doña Pepa eran mejores que con la picada común” (6).

Notas
1. Rivera, Carlos: “Un testigo de la verdad en el tiempo de las mentiras: Vintila Horia”, 2004, en www.elpelao.com.
2. Daniel-Rops: “Descubrimiento de un novelista”, en Horia, Vintila: Dios ha nacido en el exilio. Madrid, Espasa-Calpe, 1968 (Colección Austral). 215 pp.
3. Horia, Vintila: “Notas para un preámbulo”, en Benítez, Rubén: La pradera de los asfódelos. Bahía Blanca, Siringa, 1988. 213 pp.
4. González Rouco, María: en La Capital, Rosario, 1988.
5. Guerriero, Leila: “Ser patriota del universo”, en La Nación, Buenos Aires, 25 de agosto de 2002.
6. Becker, Miriam: “La última idishe mame”, en La Nación Revista, Buenos Aires, 23 de marzo de 1997.

Rusos

Alberto Gerchunoff protagoniza una anécdota relatada por Manuel Mujica Láinez: “Mejor periodista que escritor (aunque poseía el don envidiable del adjetivo insólito) y mejor conversador que periodista, fue Alberto Gerchunoff, mi gran amigo y maestro de La Nación. Sus réplicas han sido célebres. La que le dio a la Princesa Puczyma es perfecta. La princesa, perteneciente a la gran nobleza polaca, trabajaba en el archivo de nuestro diario. Odiaba a los judíos. Un día, estaba en un cocktail, rodeada de gente cuando lo vio entrar a Alberto. ‘Díganos, Gerchunoff –lo interrogó con su autoritaria voz hombruna- ¿es cierto que usted es judío? Y él, enseguida, sin vacilar: ‘Sí, Princesa, y cuando usted quiera puedo poner la prueba en sus manos” (1).

La escritora María Esther de Miguel conservaba en su casa un samovar que había pertenecido a sus antepasados. Ella dijo a Cristina Pizarro: “por parte de madre era más bien de las colonias que rodeaban a Basavilbaso, las moscas (...) En mi familia no eran católicos pero casi toda la familia después se hizo católica. Pero tengo una hermana que no es bautizada, mi única hermana”. Entre los objetos que atesora, se cuentan “esa dulcera con todas las cucharitas, era de la familia de mi madre. Por ahí teníamos un samovar ruso de la familia. Un banco de mi abuela materna” (2).

Escribe Perla Suez: “Nací en Córdoba. Me crié en Basavilbaso, un pueblo de la provincia de Entre Ríos. (...) Soy nieta de inmigrantes judíos que escaparon de Rusia en la época en que el zar Nicolás II los perseguía” (3).

Federico Andahazi tenía “abuelos amorosos pero mayores –Margarita y Samuel Merlin, llegados de Rusia después de la guerra- que recibían al nieto cada tarde, después del colegio” (4).

Cantan los gitanos rusos. Algunas de sus composiciones han sido recopiladas por Perla Miguelí y transcriptas musicalmente por Pedro Leguizamón. Escribe Miguelí: “las canciones nuestras están basadas siempre en hechos reales, en acontecimientos que han pasado. Son anécdotas cantadas, inspiradas por el protagonista o por algún antepasado que transmitió el caso como canción. Pequeñas historias que pueden haber parecido importantes sólo para el grupo, en el momento de componerse, pero que con el paso de las generaciones adquieren una grandeza especial, una ternura, una bella sencillez, una frescura que nos cautivan a los que tenemos en nuestros oídos mucho más material de música (por discos, casettes, compactos, radio, televisión, etc) que los que se podrían tener en otras épocas. Muy ocasionalmente, hoy en día en alguna fiesta o reunión se entonan canciones gitanas, para sorpresa y deleite de los presentes” (5).

La actriz Mariana Briski recuerda que en Córdoba, su abuela tenía unas tacitas de té que había traido desde Rusia.

Era hijo de rusos Manuel Sadosky: “Uno de los siete hijos de una pareja de inmigrantes rusos (sus padres llegaron en 1905 huyendo del creciente antisemitismo), Manuel es en cierto modo la encarnación de un país pujante y ambicioso: aunque su padre era zapatero, él y sus hermanos varones estudiaron el magisterio y se graduaron en la Universidad de Buenos Aires” (6).

Francis Korn incluye en su último libro el testimonio de Cecilia Litichver: “Una tarde calurosa de mediados de enero de 1919, el ‘mundo’ que hasta ese momento se había formado en la mente de Cecilia Litichver, argentina, de 6 años, hija de rusos y domiciliada en el conventillo de Sarmiento al 2200, cerca de la plaza Once de Septiembre de la ciudad de Buenos Aires, cambió radicalmente” (7).

Ester Gabriel de Falcov y Nylda Gonzalez de Trumper escriben, acerca de Aromas y sabores de las bobes de Moisés Ville: “La idea de presentar este libro, que ahonda en recetas, surgió a requerimiento de personas no judías que visitan el Museo Histórico Comunal y de la Colonización Judía Rabino Aarón Halevi Goldman de Moisés Ville. Pero también es un homenaje a las bobes pioneras que trajeron sus usos y costumbres de la Rusia zarista de donde provinieron. A las primeras, que en 1889 vinieron y constituyen el asentamiento que dio origen a Moisés Ville. A las que siguieron cuando en 1891, nace la Empresa Colonizadora del Barón de Hirsch” (8).

Notas
1. Mujica Láinez, Manuel: “Mis fotografías”, en La Nación, Buenos Aires, 18 de abril de 2004.
2. Pizarro, Cristina: “Con María Esther de Miguel”. Entrevista realizada el 25 de febrero de 2003.
3. Suez, Perla: en www.perlasuez.com.ar.
4. Guerriero, Leila: “¿Quién es Andahazi?”, en La Nación, Revista, Buenos Aires, 11 de diciembre de 2005. Fotos Daniel Pessah.
5. Miguelí, Perla: “Introducción”, en Miguelí, Perla y Leguizamón, Pedro: Primer cancionero gitano de la Argentina. Recopilación y notación musical. Mar del Plata, 1995.
6. Bär, Nora: “Manuel Sadosky El maestro”, Fotos: Martín Lucesole. Buenos Aires La Nación Revista, 16 de mayo de 2004.
7. Korn, Francis: Buenos Aires, mundos particulares. Buenos Aires, Sudamericana, 2004.
8. González de Trumper. Lilí y Gabriel de Falcov, Ester: Aromas y sabores de las bobes de Moisés Ville Buenos Aires, Editorial Milá, 2006. 88 pp. (Gastronomía).

Ucranios

Bernardo Ezequiel Koremblit recuerda a César Tiempo: “Cuando apenas comenzaba a crecerme la barba, trabajaba yo en el legendario diario Crítica, y en una mesa cercana lo hacía quien era ya una de las primeras figuras de la poesía judeoargentina y el teatro: más y nada menos que Israel Zeitlin, quiero decir César Tiempo, que el Señor lo tenga de la mano. (...) sencillo, llano, humilde, (...) siempre generoso, dadivoso, sin humos no obstante su prestigio y notoriedad, a nadie le negaba un cigarrillo, un vaso de agua y un prólogo” (1).

El Chango Spasiuk es el responsable de Polcas de mi tierra, “relevamiento de un siglo de música traída por los inmigrantes ucranianos” (2). Al fallecer su padre, el Chango Spasiuk lo despidió con lo que el hombre amaba: la música: “Cuando todos se fueron, le pregunté a mamá qué le parecía y ella me dijo que si quería tocar, que tocara. Entonces le metí nomás. Le dí duro. Te imaginás –dice a Leila Guerriero-, a las tres de la mañana, tocando el acordeón en el velorio de mi papá, es una imagen loca y se puede interpretar mal, pero por qué no iba a tocar, si mi papá amaba la música” (3).

José Muchnik recuerda la tragedia de sus mayores: “Argentina es el pulso de múltiples venas en un mismo estuario…por eso somos todos argentinos… Ahí anclaron , gallegos o andaluces, sicilianos o calabreses, franceses del Béarn o del Aveyron, portugueses, japoneses, libaneses, sirios, rusos, ucranianos, serbios, croatas… judíos expulsados por los pogroms, armenios huyendo del genocidio turco …paraguayos, bolivianos o brasileros…acentuaron el sabor latino de esas tierras…y hasta millares de coreaneos aportaron hace poco su encanto oriental a esta odisea. Argentina…raíces no sólo de tierra sino también de cielo. Mi palabra, estas palabras, no artículos y adjetivos, sí sangre y silencios…mi padre dejó madre y hermano degollados en un « shteitl » ukraniano antes de ser el más criollo de los criollos con sus mates de madrugada en la ferretería de Boedo, barrio de tango, barrio de mis primeros amores…” (4).

Carlos Szwarcer se refiere en una entrevista a la procedencia de sus abuelos paternos: “los Szwarcer nacieron en un pueblito de Ucrania llamado Sudilkov o Sudilkowo, Partido de Saslavl o Zaslav, lugar limítrofe con Polonia y zona en permanente disputa entre ambos paises. También en ese pueblo nació mi abuela, de apellido Gelfand. Ambos eran judíos y escaparon a las matanzas de la década del 20, en medio de enfrentamientos entre pro-zaristas y bolcheviques. Es una historia triste y extensa como muchas otras que habrás escuchado o leído. Perdieron a casi toda la familia, huyeron a Polonia, donde se casaron. Se dirigían a Estados Unidos pero, por estar embarazada mi abuela, no le permitieron el ingreso y vinieron a la Argentina en 1922. El origen del apellido parece ser alemán, y significa "negro" o "más que negro¨" en ese idioma. Es muy probable que los ancestros de los Szwarcer vivieran en Europa occidental y emigraran al este unos siete siglos atrás”.

Notas
1. Koremblit, Bernardo Ezequiel: “La bohemia cultural judeoargentina en las décadas del ’30, ’40 y ‘50”, en Feierstein, Ricardo y Sadow, Stephen A. (comp.): Recreando la cultura judeoargentina / 2 Literatura y artes plásticas. Buenos Aires, Editorial Milá, 2004.
2. Plaza, Gabriel: “Polcas de mi tierra”, en “La compactera”, La Nación, Buenos Aires, 22 de agosto de 1999.
3. Guerriero, Leila: “Chango Spasiuk. Chamamé por el mundo”, en La Nación Revista, Buenos Aires, 14 de enero de 2001.
4. Muchnik, José: “Somos todos argentinos”, en El Damero. www.icarodigital.com.ar.

Yugoslavos

En Jujuy se afincó el yugoslavo evocado por María Edith Olmos en “Historia de vida”: “Don Milo tomó contacto con la empresa de Joseph Kennedy y allí tuvo una importante responsabilidad: hacían el trazado de las líneas férreas en el inmenso altiplano boliviano, donde, cuando cae el sol, pareciera poderse tocar con las manos. Sus empleados eran nativos aimaráes y quichuas” (3).

Notas
1 Lardapide Olmos, María Edith: “Historia de vida”, en El Tiempo, Azul, 8 de junio de 1997.

Sin mención de origen

“Otra gran escritora judía de Rosario es Angélica Gorodischer –afirma Alberto José Miyara. La autora de Trafalgar tiene un apellido eminentemente judío, y judío es asimismo el humor que campea en su obra. Empero, la maestra de la ciencia ficción argentina llega al judaísmo por portación de marido –el original propietario del apellido-, proviniendo ella de una familia asturiana y rígidamente católica, por cierto” (1).

La disponibilidad de los alimentos antes negados provoca algunos incidentes, como el que relata Jorge Barón Biza. Su gobernanta era una refugiada del Este, a quien trajeron de su paseo por la ciudad de Río en una camilla. Ella “Nunca había probado bananas. Antes de la guerra las había visto, en confiterías europeas, envueltas en celofán. En las calles de Río, los vendedores le ofrecieron docenas de bananitas de oro por centavos” (2). Comió tantas que tuvieron que asistirla. Era la consecuencia del contraste entre la pobreza europea y la realidad americana.

Notas
1. Miyara, Alberto José: “Escritores judíos de Rosario: apuntes para el estudio de una literatura”, en Feierstein, Ricardo y Sadow, Stephen A. (comp.): Recreando la cultura judeoargentina / 2 Literatura y artes plásticas. Buenos Aires, Editorial Milá, 2004.
2. Barón Biza, Jorge: “La historia, un disparate”, en Clarín, Buenos Aires, 25 de abril de 1999.

Varios

El doctor Nicolás Rapoport narra sus recuerdos de la época en la que, siendo estudiante de medicina, colaboraba en la atención de los recién llegados en el hospital del Hotel de Inmigrantes. El relata: “Los que cursábamos medicina, a diario comprobábamos la angustia de los infelices, ignorantes del idioma, no entendiendo las preguntas que les dirigían los médicos en sus habituales interrogatorios. Los ojos tristes de los cuitados, las miradas despavoridas de los enfermos, nos sumían en íntima congoja y conmiseración. Todos los días los cuatro o cinco estudiantes judíos que asistíamos a los hospitales servíamos de intérpretes para llenar las historias clínicas. Era conmovedor ver cómo se iluminaban los ojos de los míseros al oír una palabra en idish o ruso. Revivían, lloraban dando escape a su dolor moral” (1).

Entrevistado por Mario Diament, dice Máximo Yagupsky: “El casamiento judío consistía de grandes celebraciones. Se improvisaba una gran tienda hecha con las lonas que se usaban para proteger las parvas de las lluvia. Se hacía un alegre festín con todo el ritual, la jupá, es decir, el palio nupcial, la música y danzas. Y naturalmente había mucha comida y había también comida para los gauchos vecinos, los cuales se reunían afuera a saborear los manjares y dulces. Y mientras los músicos ejecutaban melodía judías o rumanas, los gauchos, afuera, tocaban el bandoneón o la guitarra y bailaban también. En algunas ocasiones se cruzaban las rondas del freilej o la tijera, con el chamamé, el tango y el pericón” (2).

“La música klezmer recoge la tradición melódica judía fundiéndola y con el jazz, el tango y el folklore ofrece una propuesta universal. A su vez, la poesía proyecta al plano de la palabra esa universalidad”, afirma Santiago Kovadloff . Esta vertiente tiene diestros exponentes en nuestro país. César Lerner y Marcelo Moguilevsky destacan: “La interpretamos con el derecho que nos corresponde por nuestro pasado polaco y ruso” (3). Ellos son autores de “un tríptico notable que da cuenta de la riqueza con que abordan la música klezmer. ‘Klezmer en Buenos Aires’ marcó la primera mirada, fresca e intuitiva, sobre este género surgido en las comunidades judías de la diáspora. En ‘Basavilbaso’, el dúo –que se vale del piano, el acordeón, instrumentos de viento y la voz para interpretarlo- demostró que habían llegado hasta la médula misma del klezmer”. La tercera parte, “Shtil”, “es el cierre de este círculo perfecto y coherente” (4).
Acerca de Basavilbaso, expresó René Vargas Vera: “Así, como desde la sangre, desandan este camino inverso hacia su ancestro judío mesopotámico los talentosísimos César Lerner, en piano, acordeón y percusión, y Marcelo Moguilevsky en saxo soprano, flautas dulces, clarinete y claron. (...) La imaginería que produce en Lerner y Moguilevsky la memoria ancestral es descomunal. Pero no por lo grandioso sino por las infinitas sutilezas en las melismas orientales, por los mil adornos, los acentos rítmicos, los climas esotéricos de alucinantes introspecciones, por la enorme carga milenaria que encontramos en ese escondite –Basavilbaso- de Entre Ríos. Esta música es como el vuelo de los pájaros: imprevisible, sorprendente” (5).

A sus antepasados evoca Alicia Steimberg, autora de Cuando digo Magdalena, novela distinguida en 1992 con el premio Planeta Biblioteca del Sur: “en esa época mis héroes estaban en Rusia, en Ucrania y en Rumania. Y después se convirtieron en pobres inmigrantes que vivían en conventillos. Pobres, pobres, pobres. (...) Recuerdo un viejo comedor donde había fotos ovales de los que vinieron en el barco: la bisabuela con el pañuelo en la cabeza que le cubre la frente, el bisabuelo con la gran barba y el sombrero. Hasta un samovar y un candelabro de siete brazos. Un piano vertical y olor a té y a naftalina. Como decía la canción de La vieja dama indigna: Faut-il-pleurer?/ Faut-il-en-rire? Me cito a mí misma (los versos son inéditos y no sé dónde fueron a parar): Nací hermanos, en esta dulce tierra argentina,/ pero el recuerdo nítido de mi infancia es éste:/ una hoja de diario escrito en caracteres hebreos/ usada para envolver los higos de aquella higuera” (6).

Alejandro Kokocinski manifestó: “ ‘Yo tengo una gran pasión por la Argentina. Me siento muy argentino (...) Mis padres eran dos refugiados corridos por la guerra, un polaco y una judía rusa’. (...) Los dos tuvieron la gran fortuna de que descarrilara el tren que los llevaba al campo de exterminio nazi de Treblinka ‘porque si no yo no estaría aquí’. Huyeron entre mil peripecias, estuvieron un año escondidos y llegaron a un campo de refugiados en Italia. (...) ‘En ese contexto dramático yo vine al mundo en 1948’. (...) Papá Kokocinski organizó con otros soldados la liberación de su pareja. Escaparon todos. Llegaron a Génova y se escondieron. Querían ir a la Argentina. ‘El cónsul se apiadó y los dio un salvoconducto’. Una carreta del mar los trajo a Buenos Aires” (7).

Carlos Gorriarena evoca su iniciación en la pintura: “Mis primeros recuerdos son los de un barrio de casas bajas, espaciadas, deplorables; frescas en el verano por las enredaderas, los vastos espacios de las quintas que entonces, donde ahora también se levantan deplorables edificios altos, proveían de verduras a la pueblerina capital. Calles de tierra, con puentecitos que las separaban de las zanjas de las aguas servidas; también de las aguas de lluvias torrenciales, de las veredas también meadas por los perros y cubiertas por tramos de pastizales cortos. (...) Una población poco indígena, compuesta de inmigrantes armenios que por las noches se reunían en manadas para rememorar los asesinatos cometidos por los turcos... Polacos, italianos y gallegos. (...) Mi padre quería que yo fuera marino y mi madre depositó en mí sus deseos de que yo continuara la vida de uno de sus hermanos que también pintaba y murió por la tuberculosis a los 18 años de edad. Mis primeras lecturas, herencia de aquel tío, fueron Los miserables, de Victor Hugo, y La cabaña del tío Tom. A mis seis o siete años de edad una prostituta rumana que vivía cerca de mi casa y que todas las mañanas partía y volvía, cercana la noche, de los “quilombos” de San Fernando, una población cercana, me regaló una caja conteniendo pinturas oleosas, pinceles y un frasco de aromática trementina. Mi primera obra fue una reproducción de la fragata “Sarmiento”. Por causas distintas, papá y mamá quedaron obnubilados. Luego se la regalé a aquella mujer y desde entonces espero que aquel “cuadro” que mostraba aquel convencional símbolo patriótico haya presidido sus ceremonias junto a la cama” (8).

Al regresar de la tierra de sus ancestros, dijo Julia Zenko: “Un instante puede mostrarte lo que pesan tus antepasados. Eso lo vi en esta última gira: conocí Letonia y Lituania, y también Estambul, donde vivió varios años una de mis abuelas, y reconocí olores de las comidas de mi casa, músicas, acentos. Es que soy una argentina tanguera sin una gota de sangre criolla” (9).

Entrevistada por Susana Yappert, relata Ana María Schenfeldt: “Mi mamá llegó a la Argentina con siete años; venía de Rumania, aunque había nacido en Bulgaria. Mi papá llegó con catorce y había nacido en Rusia. El era ruso alemán y hablaba un dialecto diferente al de mi mamá. Nosotros hablábamos como él y así se hablaba en casa y entre los vecinos. Mi mamá también terminó hablando ese dialecto, tanto que sus hermanos que vivían en La Pampa se reían cuando la escuchaban”. Una extensa y dolorosa sequía les cambió el rumbo y en 1917 partieron hacia el sur de la provincia de Buenos Aires, donde el gobierno ofrecía tierra para colonizar, en Stroeder. Sus padres llegaron casados y con una niña de días. “Mi hermana mayor había nacido el 1 de marzo de ese año y el 17 llegaron a Stroeder. Acá era todo monte -relata Ana María- El gobierno daba tierras a matrimonios jóvenes. Vinieron con un grupo de ruso alemanes, aunque había de otras nacionalidades. Yo siempre me acuerdo de que los domingos se veían sulkys aperos pintados de colores, porque en aquella época no había autos; el primer Ford T lo tuvo mi papá-. Eramos muchos chicos en el lugar, porque en esa época tenían muchos hijos; nunca estábamos entre personas grandes ni sabíamos de qué hablaban los grandes. Nosotros éramos catorce hermanos, yo era la tercera, así es que casi todos los años teníamos un bebé nuevo para cuidar”. Ana María muestra una foto en la que está junto a sus hermanos. Cabecitas muy rubias, ojos que de tan celestes parecen transparentes, ropa de fiesta y el día inolvidable de haber posado para aquella fotografía. De los catorce hermanos, a los que enumera uno por uno, sólo una hermana murió joven. “Yo nací en el campo -continúa el relato-. Tengo recuerdos muy lindos de mi infancia. (...) Todos trabajábamos -recuerda Ana María-. Nos mandaban a la escuela, pero cuando empezaba la cosecha no nos mandaban más. Teníamos que cuidar a los hermanos menores y a los animales. En ese tiempo había un ‘púa’ bajito y teníamos que cuidar que no se fueran los animales para lo de los vecinos. Cerca de mi casa se hizo una capilla y una vez por mes venía un cura. Mi mamá iba a la primera misa y yo iba a la segunda con mi papá; mientras tanto mi mamá ordeñaba. ¡Cómo trabajaba mi mamá! ¡Ordeñaba cinco o seis vacas por día! Hacía una huerta enorme... ¡hasta sembraba maní, sacaba un fuentón lleno de maní! Además, hacía la comida para todos, lavaba, nos hacía muñecas de trapo, nos enseñaba a tejer y casi siempre estaba embarazada” (10).

Entre los picapedreros de Tandil había yugoslavos y montenegrinos. Hugo Nario ha recogido testimonios de estos inmigrantes: “Algunos de los pobladores más antiguos que entrevisté, recordaban que la hora del desayuno (generalmente mate cocido con leche, galleta y queso) era anunciada por un empleado de la cantera que recorría sus inmediaciones tocando un largo cuerno. Al toque de cuerno los chicos dejaban sus juegos y se congregaban tras quien lo portaba, en una extraña procesión que se repitió diariamente mientras se mantuvo aquella relación de dependencia” (11).

“El 1° de julio de 1897 llegó al puerto de Buenos Aires el vapor Antoñina, cargado con catorce familias integradas por sesenta y nueve personas. Diez familias eran ucranias y cuatro polacas. Llegaban con sus muebles, sus semillas y sus arados. (...)Se embarcaron en el puerto de Buenos Aires en un viaje de una semana hasta Posadas y de ahí los llevaron en carretones del Ejército al interior de la provincia durante otra semana de viaje. Ellos dieron nacimiento a la ciudad de Apóstoles, en Misiones, bajando el monte a puro machetazo. (...) ‘El 27 de agosto de 1897, hace cien años, este grupo llegó a la antigua Reducción Jesuita de San Pedro y San Pablo Apóstoles, donde se les dieron dos lotes por familia, cada uno de 25 hectáreas, a pagar durante diez años a un valor de un peso por mes’ (...) Los comienzos para los inmigrantes ucranios no fueron fáciles: los campos estaban repletos de inmensos termiteros que atacaban los sembrados, como os que aún se pueden ver en los campos correntinos. Los ucranios tuvieron que instalarse en carpas que les facilitó el gobierno y refugios hechos con ramas. Más trabajo les costó preparar los campos con plaguicidas e insecticidas que el gobernador Lanusse les vendió a pagar en cuotas. La intensa fe cristiana del pueblo ucraniano organizó la construcción de una iglesia en cada asentamiento” (12).

Notas
1. Jankilevich, Angel: “Historia de los Hospitales de Comunidad de la Ciudad de Buenos Aires”, en www.aadhhosorgar.htm.
2. Diament, Mario: Conversaciones con un judío. Buenos Aires, Fraterna, 1986.
3. S/F: “Poesía y música klezmer en tiempo de diluvio”, en La Nación Revista, 25 de agosto de 2002.
4. Liut, Martín: “Shtil”, en “La Compactera”, en La Nación, Buenos Aires, 1° de julio de 2001.
5. Vargas Vera, René: “Basavilbaso”, en “La Compactera”, La Nación, 22 de agosto de 1999.
6. Steimberg, Alicia: “Teatro con debate: ‘Tras el paso de los grandes’ “, en Feierstein, Ricardo y Sadow, Stephen A. (comp.): Recreando la cultura judeoargentina / 2 Literatura y artes plásticas. Buenos Aires, Editorial Milá, 2004.
7. Algañaraz, Julio: “Pintor y aventurero”, en Clarín Revista, Buenos Aires, 8 de junio de 2003.
8. Gorriarena, Carlos: “gorriarena por gorriarena ‘Un cuadro tiene que romper la pared’ “, en www.pagina12.com.ar, 26 de Junio de 2005
9. Kiron: “El canto es magia”, en La Nación Revista, Buenos Aires, 27 de octubre de 2002.
10. Yappert, Susana: “Nueces pintadas para adornar el árbol”, en Río Negro, www.unrein.com.ar
11. Nario, Hugo: “Cortando piedra”, en Todo es historia, N° 178, Buenos Aires, Marzo de 1982.
12. Skliarevsky, Fernando: “Misiones, Cien años de inmigrantes”, en La Nación Revista, Buenos Aires, 14 de octubre de 1997.

En conjunto

En una entrevista, Borges se refirió a diversos temas: “La primera figura de las letras argentinas ha recibido el Premio Jerusalem, que la Municipalidad de esa ciudad Ie adjudica bianualmente en ocasion de la Feria Internacional del Libro a un escritor destacado, por su aporte a la libertad del individuo en la sociedad. En anos anteriores recibieron el mismo Premio Bertrand Russell, Ignazio Silone, Andre Schwartz-Bart y Max Fritsch. (...) Le preguntamos qué valor, qué significado tiene, para él su premio. -Un significado intimo -contesta- porque siempre me he sentido ligado a Israel, desde la infancia. Tuve una abuela inglesa, protestante, que sabía de memoria la Biblia. Después, en el año 16 ó 17, resolví estudiar alemán y lo logré a través de Heine. Fui el primero en traducir una seleccion de expresionistas alemanes, entre los que habia muchos judios. La lectura de El Golem, de Gustav Meyrinck, me impresiono mucho y, a partir de esa novela y de mi encuentro con Scholem (tengo un poema sobre el tema, en el que rimo Golem con Scholem), intensifiqué mis estudios sobre la Cabala. A Scholem lo conoci durante una visita a Israel, tan programada, que yo sabia con horas y minutos lo que haría cuatro dias mas tarde. Sin embargo, con Scholem no resultó; nos salimos del programa; teníamos tres cuartos de hora para conversar y nos quedamos hasta el amanecer. Yo aprendi mucho. Espero volverlo a ver, cuando vaya a recibir mi premio. Tambien fui amigo de Gerchunof, soy amigo de Cansinos Assens, y he dado conferencias en la Hebraica sobre la Cabala, Spinoza, Buber y soy amigo de León Dujovne. A proposito de Dujovne, recuerdo que, cuando lo votamos para el premio Nacional, una señora de ilustre apellido se opuso diciendo: "Yo no voy a caer en esa vulgaridad anticuada del antisemitismo, pero a los judios los fusilaría". Y, bueno, además he dicho a menudo, en varias conferencias, que mas allá de las vicisitudes de la sangre (incognoscibles) todos pertenecemos a la mal llamada cultura occidental (medio oriental, porque es medio hebrea), y todos, de alguna manera, somos griegos y judios” (1).

Notas
1. S/F: "Todos de alguna manera, somos griegos o judios", en Varios autores: Borges e Israel. El asiduo manuscrito. Buenos Aires, CIDIPAL, 1987.

 

Foto
En memorias y autobiografías

Marcos Alpersohn fue pionero en la colonia Mauricio, en la provincia de Buenos Aires, y primer cronista de un asentamiento judío en la Argentina. “Dejó escrito su interesante testimonio sobre la llegada al país, en 1891”, en el que manifiesta: “el vapor alemán Tioko me trajo a Buenos Aires de Hamburgo, junto con otros trescientos inmigrantes, después de una travesía de treinta y dos días. Aún antes de que el barco entrara en el puerto, al divisar desde lejos la ciudad envuelta por palmeras, nos sentimos dominados por la alegría. Las madres levantaban en alto a sus pequeñuelos, diciéndoles jubilosamente: -Miren, chicos; ahí está el paraíso, la tierra bella y verde que el bondadoso Barón de Hirsch ha comprado para vosotros” (1). Días después advertirían que la realidad poco tenía que ver con sus expectativas.

Relata el pampista Mauricio Chajchir, en sus memorias: en 1891 “se abrió el comité del Barón de Hirsch. Fue una salvación para los judíos y empezó el registro de las familias. Aceptaban solamente familias con hijos varones. Los que no los tenían, se daban maña. Hacían inscribir a un soltero como hijo y la cosa marchaba”.
El Galatz, buque de carga de bandera francesa alquilado por el Barón Hirsch, emprende su viaje hacia la Argentina. El cuarto día “empezó la tormenta con lluvia huracanada. El buque se hamacaba cada vez más fuerte. En la bodega el pasaje empezó a rodar mezclándose con los bultos y fardos. Se levantaban olas de casi ocho metros de alto que barrían la cubierta y se metían en la bodega, cubriendo con agua salada a los niños y mayores. (...) De repente llegó una orden urgiendo a todos los barones a subir a cubierta para rezar. Rezaron los Teilim (salmos) de memoria, con tanto fervor como nunca más he visto en mi vida. Entre nosotros venían tres hermanos Kaplán. El menor de ellos estaba entre los mástiles, seguramente agarrado para no caerse, y al romperse un palo le pegó en la cabeza y lo mató. Después de tres días cesó la tormenta y amaneció un día de sol. Salimos a cubierta a secar las ropas, mientras los marineros barrían y limpiaban los objetos destrozados”.
Los inmigrantes dejan el Galatz para continuar el viaje en tren, y luego abordan el Pampa, el cual “llevaba unas 5 o 6 vacas en cubierta para ser faenadas por el Shoijet y tener carne kosher cada tanto, pero muchos no la comían pues las ollas eran treif (impuras)”.
Cuando llegaron fueron alojados en el Hotel de Inmigrantes: "No sé de dónde surgió la versión que los cocineros y el personal eran judíos españoles y por consiguiente todo era kosher. Y ¡ah! Por primera vez durante todo el viaje, todo el pasaje disfrutó de una buena cena. Al día siguiente una comisión de mujeres fue a investigar a la cocina para ver si salaban la carne y se encontraron con una cabeza de cerdo sobre la mesa. Volvieron amargadas y tratando de vomitar lo que habían comido la noche anterior”.
De Buenos Aires viajaron a Miramar y fueron hospedados en el Hotel Atlántico, donde permanecieron hasta que se inició el traslado a Entre Ríos. Chajchir escribe en sus memorias: “Lo que recuerdo de allí y lo conservo aún hoy día, es el gusto del té recocido y endulzado con azúcar negra, la que no era refinada y que hoy la llaman azúcar rubia. Ah! Hasta me parece que siento el gusto y el olor del té recocido con azúcar negra”.
Recuerda en otro pasaje: “Nos habían dado matze para cuatro días, por lo que una delegación viajó a Villaguay y regresó al otro día en el tren con 5 bolsas de harina. De inmediato, al primer día hábil de la semana de Pésaj, jal-amoed, o mejor dicho la noche antes, calentaron y amasaron con palos improvisados. Una espuela de bota que se quitó un peón sirvió para cortar las hojas”.
Cuenta una travesura que hizo con otros compañeros: “Yo sí que tomé clandestinamente un vaso de leche. Un día nos juntamos tres muchachos y fuimos por una senda a una casita, de la que habíamos oído que convidaban con leche a los visitantes. Fuimos repitiendo todo el camino la palabra leche para no olvidarnos. Llegamos, el más grande de nosotros dijo –leche-, largaron una carcajada y nos dieron un vaso de leche a cada uno. Como no sabíamos cómo decir gracias, hicimos una reverencia en señal de agradecimiento. Y hubo más carcajadas”.
Luego de pasar un tiempo en Miramar, los inmigrantes fueron conducidos a Entre Ríos: “En 8 carretas tiradas por tres yuntas de bueyes nos trasladaron a los lotes que después se llamaron Rosh-Pina. Era un día de mayo, de mucho calor y sofocante. Se acomodaron a los gringos en las carretas, mujeres, hombres, niños, cachivaches, leña y además 8 chapas de zinc para cada familia, para hacer las viviendas, porque en el lugar no había absolutamente nada. Todos iban arriba en las carretas. (...) No había alambrado alguno. La primera carreta volteaba los cardos altos que crecen en tierra virgen. La última ya marchaba por una huella. (...) Se armaron las carpas, una para cada familia. A eso de la medianoche se largó a llover. Por suerte no era fría. El temporal siguió como unos ocho días. Cuando paró el temporal, la JCA mandó maderas de sauce y blanquillo, también paja. Un capataz con varios peones empezaron a hacer los ranchos. Las paredes tenían que hacerlas los mismos colonos con adobes o de chorizos según el gusto. Algunos se ingeniaron para hacer las paredes cortando directamente de la tierra húmeda y colocándolos con las raíces y pastos que aún tenían. Y estos transformados en paredes seguían creciendo” (2).

Entre los inmigrantes que arribaron a nuestro país llegó Alberto Gerchunoff, de origen ruso, nacido en Tulchin, Vinnitsa, en 1883, quien se estableció con su familia en una colonia de Villaguay, Entre Ríos, después de que el padre fuera asesinado en Moisés Ville, Santa Fe. “En aquellos años ya distantes –recuerda en su “Autobiografía” (3), escrita en 1914-, los judíos no emigraban, y la tentativa de colonización del Barón Hirsch iluminaba a los israelitas de Tulchin, como la esperanza mesiánica del retorno al reino de Israel”.
En sus páginas autobiográficas, se describe a sí mismo vestido a la usanza de la nueva tierra: “como todos los mozos de la colonia, tenía yo aspecto de gaucho. Vestía amplia bombacha, chambergo aludo y bota con espuela sonante. Del borrén de mi silla pendía el lazo de luciente argolla y en mi cintura, junto al cuchillo, colgaban las boleadoras”.
En la colonia entrerriana a la que se trasladan luego de que el padre es asesinado, manifiesta un profundo gusto por el folklore: “En Rajil fue donde mi espíritu se llenó de leyendas comarcanas. La tradición del lugar, los hechos memorables del pago, las acciones ilustres de los guerreros locales llenaron mi alma a través de los relatos pintorescos y rústicos de los gauchos, rapsodas ingenuos del pasado argentino, que abrieron mi corazón a la poesía del campo y me comunicaron el gusto de lo regional, de lo autóctono, saturándome de esa libertad orgullosa, de ese amor a lo criollo, a lo nativo que debió, más tarde, fijar mi inclinación mental. En aquella naturaleza incomparable, bajo aquel cielo único, en el vasto sosiego de la campiña surcada de ríos, mi existencia se ungió de fervor, que borró mis orígenes y me hizo argentino”.

El 21 de agosto de 1939, el escritor Witold Gombrowicz desembarcó en Buenos Aires; había sido invitado a la travesía inaugural del transatlántico Chorbry. El estallido de la segunda guerra mundial y la invasión de Polonia por las tropas alemanas lo obligaron a desterrarse; fue así como un corto viaje se transformó en un exilio de más de veinte años.
Durante esos años, Gombrowicz vivió la difícil experiencia de integrarse a un país nuevo, que suscitaba en él juicios personalísimos referidos a diversos aspectos de su cultura. El extranjero nos observaba y surgía la inevitable comparación con la tierra que había abandonado; de esa comparación, algunas veces salíamos beneficiados, otras no. Alrededor de 1960, Radio Europa Libre le encargó que ofreciera una serie de charlas destinadas a sus compatriotas; Peregrinaciones argentinas (4) recoge aquellas referidas a nuestro país y a su realidad política y económica, así como también a sus bellezas naturales.
A nuestro criterio, son tres los temas que pueden considerarse fundamentales en estas charlas. En primer lugar, la confrontación entre polacos y argentinos; algunos rasgos nuestros desconciertan al autor, ya que no logra entenderlos. Sobre la forma de encarar las dificultades, afirma: “Todas esas noticias me habrían aterrorizado de verdad si las hubiese leído en un periódico europeo, pero desde aquí todos esos sobresaltos toman un aire exótico, como si no se refiriesen a la Argentina, sino precisamente a Europa u otro continente lejano. Los paisajes de nuestra nación despertaron también la admiración del escritor; para dar una idea más clara de cuanto describe a sus oyentes polacos, habla de los ríos y los lugares argentinos comparándolos con aquellos que los radioescuchas conocen directamente. Por último, cinco capítulos se ocupan del existencialismo, al que Gombrowicz analiza en Polonia y en América.
Con la amenidad típica de una exposición destinada a un público amplio y distante, las charlas del autor de Ferdydurke plantean importantes cuestiones para pensar, en un mundo convulsionado por sus contrastes y sus confusas ambiciones.

María Arcuschín escribió De Ucrania a Basavilbaso (5) obra en la que rinde homenaje a sus antepasados y a quienes llegaron a América en busca de un futuro mejor, al tiempo que narra su propia vida en el seno de la colectividad judía entrerriana.
Esta colectividad, hábilmente retratada en su obra, tiene muchos rasgos en común con otras colectividades que, desde lugares remotos del mundo, llegaron al país impulsadas por el anhelo de una existencia digna, la que por distintas razones no podían tener en sus tierras de origen. En este cúmulo de inmigrantes, sin embargo, los extranjeros presentados por Arcuschín son indudablemente singulares.
La escritora evoca la gesta de quienes cruzaron el mar y los ecos que tuvo en los argentinos. Recuerda los relatos familiares sobre la razón que los llevó a emigrar: los antepasados “”Fueron casa por casa, puerta por puerta alertando sobre el peligro del próximo pogrom y la urgencia de partir hacia América en busca de libertad y de paz”.
En la obra se observa la incidencia del momento histórico y el ámbito geográfico en los personajes; la presencia de la autora en el texto; la religión y la educación, el trabajo y las diversiones, como así también las reiteradas agresiones que sufrieron los judíos de esa provincia, y las consecuencias que trajeron a la autora y su familia.

Rosalía de Flichman escribió Rojos y blancos. Ucrania (6). En esta obra en evoca su infancia, en la que la amargura era una realidad cotidiana. Las persecuciones, la revolución, la guerra civil, las violaciones y los asesinatos –a los que se suman las inundaciones y el tifus- son el cuadro con el que Rosalía debe enfrentarse a muy corta edad: “Los blancos están en la ciudad, persiguen sin cesar a los judíos. Matan a los hombres, se apoderan de las mujeres jóvenes y hasta de las niñas. Estoy cansada de tanto horror. Y los cambios continúan. Hoy los blancos, mañana los rojos. Como somos despreciables burgueses, estos invaden la casa y nos reducen a dos habitaciones. El hambre se hace sentir, duele”.
Más adelante manifestará una preferencia, en su desgracia: “Quiero que vuelvan los rojos; cantan la ‘internacional’ y nos asustan, pero que vengan pronto. Los blancos son peores, ignorantes, desalmados, asesinos”. Afirma que ella y su familia eran perseguidos en su país de origen por dos motivos: su condición de judíos y de burgueses. Si estas dos causas motivaron la amenaza constante a la que estaban sometidos, también significaron la posibilidad de radicarse en nuestra tierra, ya que la madre se apoyó “en instituciones judías que ayudan a los emigrantes fugitivos que salen de Rusia”, y el hecho de ser pudientes les permitió una salvación que a otros estuvo negada.
Agobiada por la tristeza, la niña piensa en el padre, al que no ve desde hace años. Después de muchos trámites, emigran para reencontrarse con él. Por fin, llegan a Mendoza. Ha comenzado para Rosalía “una larga vida en la Argentina, una vida plena y feliz”.

“El gran cambio en las costumbres de los judíos ortodoxos se produjo cuando la segunda generación en el país, o sea la de mi padre –señala Benedicto Kaplan-. Así como los de la primera generación todos llevaban largas barbas, salvo algunos elegantes que se las recortaban en punta, los de la segunda generación se afeitaron casi sin excepción, cambiaron sus hábitos alimentarios, adoptando los de los gauchos. La religión se siguió practicando en las grandes fiestas. Aparecieron los primeros gauchos verdaderos: bombachas anchas en lugar de pantalones, faja con tiradores y facón, asados, mate y carreras cuadreras. En la generación tercera, o sea la mía, este tipo humano pintoresco se multiplicó en todas las colonias” (7).

Mario Diament realizó un extenso reportaje a Máximo Yagupsky, que fue publicado con el título de Conversaciones con un judío. Entre otros conceptos, el entrevistado manifestó: “¿Cómo han venido aquí nuestros judíos? Escapando, prácticamente, de pogroms. Los que han venido a la Argentina, sobre todo. No los movía, como a los italianos, el buscar una vida más confortable o huir de la miseria. Allá los judíos eran pobres, pero estaban acostumbrados a la pobreza. Amaban la vida en el ghetto porque significaba la vida en común, en la gran familia, a tal extremo que mi abuela murió a los noventa y tantos años y hablando de su país de origen decía siempre ‘allí, en mi casa’. A pesar de que vivían en la miseria, era su hogar”.
Yagupsky afirma que “A los colonos, no acostumbrados a la vida en esas vastas llanuras, les resultaba muy difícil soportar la soledad, lejos de los centros de civilización. El único aliento a su angustia era ver que el gaucho los acogía con beneplácito. Y se estableció una amistad con el gaucho y hasta, por momentos, un afecto casi fraternal” (8).

En Postales Imaginarias/2. Nuevos viajes alrededor de la Tierra antes de Internet, Ricardo Feierstein no refleja sólo la historia de sus mayores, sino asimismo la suya propia y la de quienes lo rodean, a través de una diversificada gama de recursos estilísticos.
Encontramos aquí al autobiógrafo, que se refiere con nostalgia y ternura a Villa Pueyrredón, barrio al que llama -en una dedicatoria a Humberto Costantini- la “patria común” de ambos. En una visión retrospectiva, que se inicia en 1957 y se cierra en 1945, recuerda su adolescencia y su infancia –así, de acuerdo al recurso temporal elegido-, en las que tienen incidencia el despertar sexual, la familia, las raíces que llegan en la forma de viejos discos encontrados fortuitamente...
El autor aparece también en el episodio acaecido en Córdoba, en 1963, en el que a una provocación antisemita le sucede un insulto, luego una puñalada; en fin, la historia de siempre, aunque cambien los personajes. Cuenta en “Primera sangre”: “teníamos un poco de miedo, pro mezclado con sorpresa, esa sorpresa producida por algo inesperado, uno de esos hechos que escapan a la rutina y desconciertan; no entendíamos por qué gritaron “heil Hitler” cuando pasaron marchando con paso rígido por el camino, vociferaron una, dos, tres veces, cerca de nuestro grupo que conversaba y cantaba sentado en el césped. Y nos levantamos de un salto, porque esas voces recordaban una noche turbulenta, ancianos y niños marchando arracimados, aterrorizados; viejos rabinos con expresión de horror, fuego, sangre, una horrible pesadilla que habían contado nuestros mayores y que guiñaba sus ojos en las películas” (9).

Felipe Fistemberg Adler relata en sus memorias que, en Moisés Ville, provincia de Santa Fe, “Cuando llegaban las fiestas patrias, el pueblo se vestía de gala, las ventanas lucían banderas azules y blancas y a la plaza San Martín, en el centro del poblado, concurría toda la población luciendo la escarapela y manifestando con orgullo su agradecimiento a la nueva patria. Por ser uno de los más altos, y seguramente porque mamá me almidonaba para la ocasión el guardapolvo, ya en los grados superiores las maestras me elegían abanderado, y escoltado por otros niños caminando entre aplausos y cálidas sonrisas nos dirigíamos a la plaza. Las autoridades y los directores de todas las instituciones pronunciaban emotivos discursos. Se cerraba el acto con un esperado reparto de golosinas entre los chicos. Con premura, nos despojábamos de los guardapolvos y corríamos al bosque de eucaliptos frente a la administración de la J.C.A. para ver y participar de la fiesta popular que premiaba a los ganadores, con ponchos, frazadas, camisas, camisetas o pantalones” (10).

En su libro de memorias, titulado Ultima carta de Moscú (11), Abrasha Rotemberg relata que,:después de siete años, se reencontró con su padre, que trabajaba como “cuenténik”, “clásica ocupación de los inmigrantes judíos, que consistía en la venta callejera a crédito de todo tipo de prendas. ‘Yo descubrí muchos años después que esa generación de inmigrantes pobres y analfabetos resultó una de gigantes, que supo enfrentar una vida sumamente dura y difícil. No había otra alternativa que sobrevivir y ellos lo hicieron’, dijo Rotemberg” (12).
En Babilonia chica, escribe Mito Sela: “Crecí y me desarrollé en un barrio fuera de la Capital, ya provincia, sólo cruzando la Av. Gral. Paz. Este barrio –otro mundo- reunía en sus calles fábricas y galpones de la industria textil, que funcionaban sin descanso 24 horas diarias durante seis días a la semana. Junto a la industria se desarrolló un proletariado textil, formado por italianos, españoles y judíos, fervientes sindicalistas, que en su mayoría se identificaban con los distintos matices de la izquierda hasta la llegada del peronismo” (13).
A sus padres evoca Etel Chromoy, hija de rusos que inmigraron a la Argentina: “La pasión de mi madre por los ideales de la Ilustración, y la seguridad sin fisuras de mi padre por los Ideales de la Emancipación, hicieron de mi infancia un torrente de alegrías y descubrimientos. Yo vivía en un tiempo inexistente y pertenecía a un fascinante pueblo sobreviviente, que depositaba su confianza en palabras escritas miles de años atrás. Mi fortaleza y mi seguridad se nutrían en 2000 años a.e.c. y 2000 años e.c.” (14).

Alcides J. Bianchi recuerda al médico de San Rafael, que era inmigrante, pero no especifica de qué origen: “Por razones de salud –el problema asmático de mi madre-, y por indicaciones del doctor Teodoro Schestakow, los fines de semana o bien en vacaciones de verano, debía ella viajar a un lugar montañoso y de altura, lejos de la ciudad, cuyo aire puro tenía las cualidades curativas para su afligente mal. –Señora, no dejar de ir a montañas, si quiere mejorar- le decía terminante el médico, en su entreverado idioma” (15).

Notas
1. Alpersohn, Marcos: Memorias de un colono argentino, en Judaica N° 50. Tomado de Senkman, Leonardo: La colonización judía. Buenos Aires, CEAL, 1984.
2. Chajchir, Mauricio: “Viaje al país de la esperanza. Relato de un viajero del Pampa”, en La Opinión, Buenos Aires, 8 de agosto de 1976, reproducido en Asociación de Genealogía Judía de Argentina, Toldot #8. Noviembre de 1998.
3. Gerchunoff, Alberto: “Autobiografía”, en Alberto Gerchunoff, judío y argentino. Selección y prólogo de Ricardo Feierstein. Buenos Aires, Milá, 2001.
4. Gombrowicz, Witold: Peregrinaciones argentinas. Madrid, Alianza Tres, 1987.
5. Arcuschín, María: De Ucrania a Basavilbaso. Buenos Aires, Maymar, 1986.
6. Flichman, Rosalía de: Rojos y blancos. Ucrania. Buenos Aires, Per Abbat, 1987.
7. Caplán, Benedicto: “Shalom Argentina. Primera Parte: manos para labrar la tierra”, en lavaca_orgShalom.htm.
8. Diament, Mario: Conversaciones con un judío. Buenos Aires, Fraterna, 1986.
9. Feierstein, Ricardo: Postales imaginarias/2. Nuevos viajes alrededor de la Tierra antes de Internet. Buenos Aires, Acervo Cultural, 2003.
10. Rotenberg, Abrasha: Ultima carta de Moscú. Buenos Aires, Sudamericana, 2004.
11. Gutman, Daniel: “Relato de una vida, de la Unión Soviética al diario ‘La Opinión’ “, en Clarín, Buenos Aires, 6 de abril de 2004.
12. Fistemberg Adler, Felipe: Moisés Ville Recuerdos de un pibe pueblerino. Buenos Aires, Milá, 2005. 112 pp. (Testimonios).
13. Sela, Mito: Babilonia chica. Buenos Aires, Milá, 2006. 112 pp. (Imaginaria).
14. Chromoy, Etel: Un barco azul y blanco. Buenos Aires, Milá, 2006. 300 pp. (Imaginaria)
15. Bianchi, Alcides J.: Aquellos tiempos... Buenos Aires, Marymar, 1989.

En biografías

Chuny Anzorreguy escribió El ángel del capitán. Biografía del capitán croata Miro Kovacic (1). El biografiado, emigrado a la Argentina a mediados del siglo pasado, nació en 1914. Kovacic evoca con nostalgia su niñez en Zagreb y la educación que le dio su madre. Padeció la guerra; ansiaba la paz. Un amigo le sugiere dirigirse al Instituto Croata de Cirilo y Método. Allí, se entera de que “Un país sudamericano había puesto a disposición del Instituto diez mil visas para los croatas que las necesitaran. No a los largos trámites. No a las profundas investigaciones. No al interminable papelerío”. Cuanto más se informan, más se entusiasman. A fines del 47, la familia integrada por el capitán, su esposa y la hija de la mujer, llega a América. A pesar del optimismo, el primer tiempo “fue difícil”. Se daban cuenta de que, sin saber castellano, no podrían trabajar. Más tarde, la situación mejora, hasta que el croata llega a tener su propia empresa. El libro, minuciosa y profusamente documentado, nos permite conocer, a través de una personalidad relevante, a un pueblo que brindó su aporte al “mosaico de colectividades” que es hoy la Argentina.
Arnaldo Canclini es el autor de Julio Popper, quijote del oro fueguino (2). “Julio Popper es un personaje muy especial en la historia argentina. Basta pensar que la mayor parte de su actuación fue en una pequeña zona muy apartada de los grandes centros, con una duración no mucho mayor que un lustro. Naturalmente, éstos no son motivos para disminuir su figura histórica. Toda la Patagonia, y en particular Tierra del Fuego, está poblada de personalidades peculiares: navegantes, exploradores, misioneros, pioneros del comercio y la industria, colonizadores. En esa constelación no suelen incluirse los buscadores de oro, ya que la gran mayoría ignora que la Argentina fue presa de la misma fiebre que muchos otros lugares del mundo. Sin embargo, ése fue uno de los factores que contribuyeron a la formación demográfica y económica de nuestros territorios australes. Y en esa suma de estrellas, la de Popper ocupa un lugar privilegiado. Arnoldo Canclini, uno de los autores que más ha trabajado el pasado fueguino, es miembro correspondiente por Tierra del Fuego de la Academia Nacional de la Historia. Su abundante producción de una veintena de libros sobre la zona ha sido declarada de interés provincial y, él mismo, es Ciudadano Destacado de Ushuaia. Entre sus obras se pueden mencionar «Los indios del Cabo de Hornos», «Así nació Ushuaia», «Los indios del último confín» y una serie de biografías fueguinas” (3).

En Mis dos abuelas. 100 años de historias, de Nora Ayala, aparece el botero Mihanovich, que llegaría a ser un poderoso empresario.
En 1868, dos inmigrantes conversan: “-Eugenio, estuve pensando en una cosa que podemos hacer –dijo Nicolás, el compañero de cuarto-. Los barcos que llegan a este puerto de Buenos Aires no pueden arrimar al muelle, que por otra parte es muy precario, y mi idea es comprar un bote para trasladar a la gente. Los que hay son pocos, viejos e inseguros, y quién te dice que no sea ése el camino para hacer una pequeña fortuna, ésa que soñamos en el barco que nos trajo de Europa. He visto un bote que podríamos comprar con los pocos ahorros que tenemos entre los dos. Yo, de eso entiendo porque en mi país, mis parientes siempre fueron marinos”.
“Eugenio se quedó un rato pensativo. Allá en Bagnasco había quedado Irene con el pequeño César, hacía casi un año, y las calles de Buenos Aires no estaban empedradas con monedas de oro. Tampoco la fortuna esperaba a los muchachos jóvenes como él, con muchas ganas de trabajar. Hasta ahora, privándose hasta de lo indispensable, sólo había juntado unos pocos pesos que no le alcanzaban para traer a Irene y el bebé. La estadía enla pobre pensión de La Boca, que había imaginado breve, se había prolongado, y amigos, sólo tenía a ése que había conocido en la tercera clase del ‘Conte Biancamano’, que también venía solo y que al igual que Eugenio soñaba con traer a su familia, aunque en su caso, soltero, se tratara de sus padres y hermanos que habían quedado en Doli, un pequeño pueblo de Yugoeslavia. (...) Eugenio Gemesio había venido para ‘hacerse la América’ y confiaba que lo lograría, ya se vería cómo. Con el compañero de pensión seguirían siendo amigos, pero socios, no. La propuesta de remar con Mihanovich no le interesaba” (4).

En la “Biografía de Oskar Schindler”, escribe Jose Javier Pérez García: “Nace en 1908 y muere en 1974. Industrial alemán cuya actuación salvó la vida de numerosos judíos durante el nazismo. Nació en Zwittau, en los Sudetes (Checoslovaquia). Estudió ingeniería y sirvió en el ejército checoslovaco antes de convertirse en director de ventas de un fabricante de productos eléctricos. En 1939, fue espía para los alemanes durante sus viajes a Polonia, y en octubre se trasladó a Cracovia para dirigir una fábrica de productos esmaltados, que se convirtió en el lugar donde llevó a cabo su labor humanitaria, que comenzó cuando el gheto de Cracovia fue destruido (1943) y se construyó un campo de concentración local. En 1944, Schindler logró, mediante sobornos, que su fábrica y sus trabajadores fueran trasladados a Checoslovaquia, y no a Auschwitz. Después de la guerra, dirigió un rancho en Argentina (1949-1957), quebró y regresó a Alemania. En 1961 fue invitado a Israel, donde recibió la Cruz del Mérito en 1966 y una pensión del Estado en 1968. La novela de Thomas Keneally, El arca de Schindler (1982), fue llevada al cine con el título de La lista de Schindler, en 1994 por el director Steven Spielberg, y obtuvo los premios Oscar más importantes, entre otros al mejor director y a la mejor película en ese año, dando a conocer las actividades de este héroe de guerra a un público mucho más numeroso” (5)
“El libro Yo, Oskar Schindler (6), una recopilación de documentos fidedignos y originales, según su autora, Erika Rosenberg, intenta reivindicar la imagen de Schindler frente a la que presentó Steven Spielberg en su película sobre este empresario alemán salvador de miles de judíos. La escritora argentina, quien presentó en Budapest la versión húngara de este libro escrito originalmente en alemán y presentado el año pasado en la Feria Internacional del Libro de Frankfurt, recalcó que siente ‘una obligación moral, como amiga de la viuda de Schindler, de borrar esa imagen de 'don Juan' y especulador que ofreció Spielberg en La Lista de Schindler'. Rosemberg señaló que ‘quizás ésta sea una de las mejores formas de recordar la memoria de Oscar Schindler, fallecido en Alemania en 1974, y de la viuda de Schindler, Emilie, quien falleció hace una semana, a los 93 años de edad, en Brandemburgo’. Schindler, junto a su esposa, salvó la vida de más de 1.300 judíos al darles trabajo en su fábrica y protegerles así de la deportación, recalcó la autora del libro y biógrafa de Emilie Schindler. El industrial alemán, además, repartió más de dos millones de marcos entre los judíos a quienes salvó, según atestiguan los documentos, explicó Rosenberg. ‘Yo nunca vi que los estadounidenses hayan puesto en una película las buenas actuaciones de un alemán, así que Spielberg no podía hacer otra cosa que lo que hizo», señaló Rosenberg. ‘Una película nacida de un sentimiento estadounidense, dirigida por un director estadounidense y escrita por un australiano presentado al público como americano, no pudo tener otro resultado que La lista de Schindler’, comentó la escritora argentina. ‘Es cierto que Spielberg no pudo utilizar la documentación que aparece en mi libro porque no sabía de su existencia, ya que la misma apareció en el año 1998, pero mi pregunta es que por qué no utilizó a la viuda’, recalcó Rosenberg. Agregó que, ‘según la carta que tengo en mi poder, Spielberg invitó a Emilie Schindler a Jerusalén para rodar las últimas imágenes de su película, como una sobreviviente y nada más’ “ (7).

Sobre la vida y la obra del artista ruso Stephan Erzia, escribió Ignacio Gutiérrez Zaldívar. En su libro Erzia, leemos: “En el mes de abril de 1927 Stephan Erzia, con 50 años de edad, llegó a la Argentina. El Presidente de la Nación Marcelo Torcuato de Alvear, que lo conoció y admiró en París facilitó su entrada al país. Así lo expresó el artista en una carta dirigida al Ministro de Educación de Rusia, en mayo de ese mismo año: ‘Acá en Buenos Aires, me recibieron muy bien, tienen gran interés por el arte ruso. Quiero hacer acá una gran exposición que se abrirá a principios de junio. Los críticos de arte me ofrecieron un muy buen lugar para la exposición en forma gratuita y hasta el Presidente de la República aceptó estar en la inauguración. Nosotros llegamos primero a Montevideo, sin tener la visa para entrar en la Argentina, pero la prensa nos dio tanta atención que recibimos muchas invitaciones’ ”.
“Erzia, pensaba quedarse aquí una corta temporada, pero finalmente se radicó por 23 años... Aquí descubrió, al poco tiempo de llegar, la madera que se convirtió en su material predilecto para sus esculturas: el quebracho, que venía desde el Chaco para ser utilizado como combustible de las cocinas y calderas porteñas; madera que por su dureza fue bautizada por los ingleses como ‘hulla roja’. Dijo el artista en una nota publicada en la revista ‘Aquí está’, en abril de 1938: ‘Adiviné al instante las posibilidades que ofrecía para la escultura. La variación de sus coloraciones, rojo, negro, blanco, dan a las figuras un encanto especial…’ “.
El afirmó, en otra oportunidad: ‘Pero yo soy buen ruso y buen argentino. Y quiero a este país que me ha dado su hospitalidad y me ha brindado el material más hermoso que pude obtener para mi trabajo’ “ (8).

La historia que nunca les conté - El Libro de Gisela (Polonia 1943-1944), fue escrito por Mariano Fiszman y Roberto Raschella. “El protagonista de este relato –afirma Rubén Chababo- es Gisela Gleis, una joven judía de nacionalidad polaca, habitante de Stanislawow, un pequeño poblado, quien durante los años de la ocupación alemana se refugia junto a una treintena de personas de su pueblo natal en un sótano. Durante casi dos años, esperando el fin de la guerra y el cese de la ocupación, este grupo resiste la más absoluta de las adversidades. La posibilidad de ese refugio les es brindada por un hombre, vecino del lugar, de religión católica, llamado Staszek, quien ante la evidencia de la deportación y el asesinato masivo de miles de judíos llevada adelante por la Gestapo, decide arriesgar su vida para que ese puñado de perseguidos se salve de una muerte segura. Una vez terminada la guerra Gisela Gleis emigra a la Argentina junto a su marido Max, también habitante del sótano, y es en nuestro país donde viven y mueren ya ancianos, él en 1990 y ella en 2001. Los escritores Roberto Raschella y Mariano Fiszman fueron tras la voz de Gisela y durante tres años la entrevistaron en su casa del barrio de Flores, tratando de obtener la mayor información posible para que esta historia no fuera olvidada” (9).

Graciela Mochkofsky es la autora de Timerman. El periodista que quiso ser parte del poder (1923-1999) (10).
El periodista, “creador de las revistas Primera Plana y Confirmado y del diario La Opinión, torturado por la última dictadura, aspiraba a entrar en la historia como un héroe del periodismo y de los derechos humanos. Este es, por eso, el libro que no quería que se escribiera. Revela sus conexiones con el poder militar; su participación en el derrocamiento de un presidente; su adhesión original a las dictaduras de Onganía y Videla, su ambición por ser un factor decisivo en la estructura de poder. Pero también da cuenta de su increíble talento; de su papel en la renovacion del periodismo nacional; de la envidia que despertó en sus colegas, así como de la inspiración que significó para más de una generación”.
“Mochkofsky dedicó más de cinco años a esta investigación. Realizó centenares de entrevistas en la Argentina, los Estados Unidos, España e Israel y consultó cientos de documentos reservados del Departamento de Estado norteamericano, de la CIA y el FBI. El resultado no es tan sólo el relato de una vida, que de por sí ameritaba biografiarse, sino la primera tentativa de presentar una auténtica historia de la prensa argentina contemporánea y de sus vínculos con el poder” (11).
En Tío Borís: un héroe olvidado de la Guerra Civil Española, biografía de un descendiente de rusos nacido en la Argentina, Graciela Mochkofsky se refiere a sus antepasados José y Moisés Mochkofsky: “El primer Mochkofsky que llegó a la Argentina, José, un judío ruso nacido en Ekaterinovka (así lo certifica su partida de defunción; nadie recuerda ya si el dato es correcto), era mecánico. Uno de los últimos inventos de su vejez fue una aguja de coser que se enhebraba fácilmente. Moisés, hijo de José, nacido, según sus papeles, en Slenin, provincia de Grodne, Rusia, aprendió ebanistería en el colegio de carpintería de la Casa Real de Inglaterra, donde vivió en los primeros años del siglo XX, antes de emigrar a la Argentina con sus padres. Montó su carpintería en los fondos de su casa de la calle Santa Rosa 465, en el centro de Córdoba. (...) Renunció al ruso y al idish; hablaba castellano como un cordobés de nacimiento. Con la lengua, también renunció al judaísmo” (12).
“Tío Borís cuenta el extraordinario rescate de un personaje perdido en el tiempo. Enterada de la existencia de un tío abuelo, cuyo recuerdo había permanecido oculto en su familia por décadas, la narradora emprende su búsqueda a través de memorias que se borran, documentos que se desvanecen, y una cultura del secreto que permanece viva casi un siglo después. El libro indaga en un conflicto central de la era moderna: las dimensiones perdidas de la política y la guerra, pero también en las historias que nos circundan cotidianamente. Una mirada aguda, irónica, tierna sobre el valor de la memoria y el olvido, y un vibrante alegato sobre la naturaleza, trágica y conmovedora, del heroísmo” (13).

Notas
1. Anzorreguy, Chuny: El ángel del capitán. Biografía del capitán croata Miro Kovacic. Buenos Aires, Corregidor, 1996.
2. Canclini, Arnaldo: Julio Popper, quijote del oro fueguino. Buenos Aires, Emecé, 1993. 190 pps.
3. S/F: en www.ssl.adgrafix.com, 1999.
4. Ayala, Nora: Mis dos abuelas. Buenos Aires, Vinciguerra, 1997
5. www.alipso.com
6. Rosenberg, Erika: Las memorias de Oskar Schindler. Buenos Aires, Distal, 1998.
7. 22 S/F: “Un matiz diferente”, en www.grupopayne.com.ar.
8. Gutiérrez Zaldívar, Ignacio: Erzia. Buenos Aires, Zurbarán Editores, 2003.
9. Chababo, Rubén: “La dimensión única del milagro de una vida”, en La Capital, Rosario, 14 de agosto de 2005.
10. Mochkofsky, Graciela: Timerman. El periodista que quiso ser parte del poder (1923-1999). Buenos Aires, Sudamericana, 2003. 552 pp. (Biografías y testimonios)
11. S/F: información de prensa
12. Mochkofsky, Graciela: Tío Borís: un héroe olvidado de la Guerra Civil Española. Buenos Aires, Sudamericana, 2006. 272 pp.
13. en www.editorialsudamericana.com.a

En novelas

Bielorrusos

Manuela Fingueret es la autora de Hija del silencio (1), obra en la que la hija de una sobreviviente del Holocausto recuerda, durante su prisión en la ESMA, el padecimiento de su madre y de otros prisioneros en Terezín y Auschwitz, la llegada a la Argentina de la madre y su vida en la nueva tierra.
A la madre y los abuelos de la joven argentina les advertían el peligro, en Minsk, en 1941: “a Tínkele le asombra comprobar que gran parte de esos jóvenes vestidos a la usanza gentil son los primeros en hablar de las desgracias que sobrevendrán a los judíos si no huyen a tiempo hacia Palestina o América. Los religiosos oran y esperan pasivos el destino que Dios les depara. Esto la subleva porque sus padres oscilan entre ambos y ella, naturalmente opuesta a la generalidad, intuye que los que están en contacto con el mundo exterior pueden analizar mejor el futuro. Los padres de Leie también creen que hay que emigrar, pero no les es fácil movilizarse con una familia tan grande y sin dinero”.

Checoslovacos

Complot (2), de Perla Suez, es la historia de “Bruno Edels y ‘el inglés’ a comienzos de siglo en la provincia de Entre Ríos. Edels es un judío que escapó de Praga luego de que asesinaran a sus padres, y que –con el tiempo y a fuerza de muchas privaciones- logró convertirse en un hacendado poderoso, y casarse con una mujer más joven. Hacia los años treinta, Edels comienza a recibir ofrecimientos de negocios oscuros por parte del inglés, un personaje sin escrúpulos vinculado al trazado de ferrocarriles, al contrabando de jóvenes norteñas con destino a los burdeles de Buenos Aires y a la exportación de carnes en el marco del pacto Roca-Runciman. El inglés se convierte además en amante de Elsa. Pero es Mora, la hija del capataz de la hacienda, quién contará esta historia” (3).

Croatas

En La logia del umbral, escribe Ricardo Feierstein: “se decía que a la vuelta, sobre Tequendama, vivía de incógnito un criminal de guerra, el croata Ante Pavelic. Nuestras minuciosas indagaciones infantiles –en la vivienda con amplio parque indicada- sólo confirmaron la presencia de un niño delgado y de pelo amarillento, que no hablaba bien el idioma y al que no le permitían juntarse con nosotros” (4).
En 2006, El camino del norte (5), de Horacio Vázquez-Rial, ganó el Premio de la Editorial Norma de Bogotá, Colombia. “Entre otros personajes que desfilan por la páginas del libro -comenta Antonio Requeni- figura Lustiger o Heisenberg, ex oficial nazi, colaborador de Martín Borman, que llegó a la Argentina en tiempos de Perón, organizó con Ante Pavelic la ‘sección especial’ y le enseñó métodos de tortura al comisario Lombilla” (6).

Húngaros

José Martín Weisz relata en ...mientras los violines tocaban csárdás. Un viaje a Hungría, la historia de un judío húngaro que debió dejar su tierra, y el viaje que él realiza con su hijo, muchos años después. Martín “ha viajado con frecuencia a Europa debido a su trabajo, y en esos viajes siempre ha pensado en acercarse a Hungría, pero lo ha detenido el temor a enfrentarse por sí solo con el pasado de su familia. Lo ha asediado una irracional fantasía de que los nazis lo apresarían y lo harían jabón. (...) Quería ir a Hungría a visitar la tierra de sus ancestros, pero había llegado a la conclusión de que no podía hacer ese viaje solo, necesitaría de la compañía de su padre para realizarlo. No tanto la de su madre, que también era húngara, sino sólo la de su padre. Quería que fuese un viaje de hombres, de amigos, de compañeros, en esta excursión a ese pasado. (...) El paso siguiente era cómo convencer a este hombre de ochenta y cuatro años, que siempre había expresado su desprecio por ese país que no había dudado en apoyar al invasor nazi y que había colaborado para mandar tantos judíos a la muerte. No iba a ser fácil” (7).

Polacos

“Con El agua publicada póstumamente en 1968, culmina la importante producción de Enrique Wernicke(1915-1968)” (8). En este libro, el escritor evoca el menosprecio que un personaje evidencia por su descendencia: “Era una casa para vivir bien. Ahora que las chicas crecían, tal vez hubiese venido bien otro baño o, por lo menos, un toilette. Pero don Julio pensaba que las chicas algún día se iban a casar y además, no olvidaba, él también tendría que morir. Un baño es suficiente cuando se convive con gente bien educada... como él. O Julito. No se podía decir lo mismo de las nietas, hijas de una hija de un judío polaco, sin eso imperceptible, casi diríamos inexplicable, que se llama ‘tener sangre inglesa en las venas’ ” (9).
En 1988, durante la Feria del Libro, el doctor Renè Baròn entregò personalmente a Jorge Isaac el premio que lleva su nombre, distinguiendo a Una ciudad junto al rìo (10) como la mejor novela editada durante los años 1986 y 1987. El jurado que lo otorgò -designado por la Sociedad Argentina de Escritores- estuvo integrado por Luis Ricardo Furlàn, Raùl Larra y Juan Josè Manauta.
La novela fue presentada en la Uniòn Arabe por el profesor Elio C. Leyes -”escritor y presidente de la Universidad Popular, autor de Voz telùrica de Gerchunoff, editado por el Ateneo Judeo Argentino ‘19 de abril’ de Rosario”, quien “señalò que el libro bien podìa llamarse ‘Los gauchos àrabes’, en justo parangòn –según dijo-con la celebrada obra de Gerchunoff, en la cual no debe haber escritor que haya profundizado tanto como èl” (11).
El Gobierno de Entre Rìos la declarò, por iniciativa del Consejo General de Educaciòn, de lectura complementaria en las escuelas superiores de la provincia, a partir del sèptimo grado, recomendando su utilizaciòn en la enseñanza.
La obra està dedicada “a los inmigrantes àrabes –sirios y libaneses- y, por natural extensiòn, a españoles, italianos, alemanes, judìos, suizos, rusos, polacos, yugoslavos, y de cuanto otro origen y procedencia màs, que se lanzaron un dìa por los riesgosos caminos del mar a la aventura de ‘hacer la Amèrica’ “.Partiendo de su propia etnia, la mirada de Isaac se vuelve abarcadora, hasta incluir a hombres de diversa procedencia, cuya gesta evoca.
Se refiere al arribo a la nueva tierra: “Los inmigrantes, aunque vengan en el mismo barco, llegan y descienden aquí de manera diferente según sea su origen que nosotros, con sólo mirarlos y hasta a veces sin oírlos, hemos aprendido a determinar con riesgo escaso de equivocarnos”. Seguidamente, describe el desembarco de italianos, alemanes, españoles, judíos y árabes, señalando las peculiares características de cada grupo.
Describe el desembarco de un polaco enfermo: “Llegó la segunda tanda de ‘polacos’. Uno, vino enfermo. Lo bajaron dificultosamente del barco, lo llevaron casi arrastrándolo sobre la larga planchada y luego, alzándolo en vilo, lo trasladaron hasta debajo de los árboles donde se hallaban, en varios grupos, los demás. (...) De vez en cuando retorcíase y gemía, sin abrir los ojos. (...) Media hora después, llegó la ambulancia. Un carretón tétrico, tirado por cuatro alazanes bien alimentados, muy parecido a otro que sirve de fúnebre pero del que tiran unos caballos renegridos. Casi podría decirse que la variante consiste tan sólo en el color de los animales. Lo cargaron al enfermo sin que él se diese cuenta. Mantenía los ojos cerrados y los miembros blandos, sin fuerza, exhalando de vez en cuando un gemido corto”. Un largo rato después, el narrador recibe el legado del polaco: una bolsa conteniendo una colchoneta, varios tarros ennegrecidos por el humo de las fogatas y un paquete con hierbas de varias clases (12).

El libro de los recuerdos, de Ana María Shua, “es la novela de una familia argentina, con sus abuelos inmigrantes, hijos comerciantes y nietos atorrantes. Una sucesión de afectos y de envidias, de nacimientos y de penas, de matrimonios públicos y de amores prohibidos. Sin grandes escándalos, sin secretos horrendos ni crímenes brutales: con la cuota de humor, de fracaso y ternura que corresponde al país que, vaya uno a saber por qué, eligieron nuestros abuelos o sus padres para sufrir y gozar” (13).
Es el patriarca de esta familia el abuelo que, en la juventud, debió empezar a llamarse Gedalia Rimetka, dejando de lado su nombre verdadero. En Polonia, donde comía papas todos los días, esperó escondido que falleciera algún paisano más o menos parecido para heredar su identidad, y poder así emigrar: “Murió Gedalia Rimetka, medianamente joven, de bigotes. Con su documento fue el abuelo al consulado de América, la verdadera, la del Norte, y le dijeron que no. No lo bastante joven murió Gedalia, no lo bastante joven como para pasar por el abuelo. En Polonia siempre hacía frío, siempre había nieve. Cuando se derretía la nieve, había mucho barro. El barro también era frío. El barro de Tomachevo cruzó el abuelo, que quería cruzar el mar. Y llegó al consulado de esta pobre América. Allí, le habían dicho, no se fijan mucho, no entienden nada, les da lo mismo. Allí también es América, aunque no tanto. Lo que vale es salir de Europa, lo que vale es cruzar el mar. Desde una América ya será posible llegar a la otra. Y no se fijaron, o no les importó, o no entendían nada, y el abuelo pudo ponerse en camino para cruzar el mar” (14).

En La isla se expande, Carolina de Grinbaum presenta a una familia judeo-polaca: “No puedo dejar extraviados en el ingrato olvido al matrimonio judeo-polaco y su hija, gnomos que poblaban uno de los cuartos intermedios dentro de esa casa de sorpresas. La mujer, aun en su corpulencia y aparente acritud, era modesta hasta lo invisible, tan hacendosa y esforzada que lindaba con lo increíble. El hombre, como corresponde a su naturaleza de duende, siempre oculto. Enfermo y resignado trataba de cubrir con su propio y esmirriado cuerpo el panorama tétrico de los frecuentes accesos, escupitajos y demás síntomas evidentes del mal que lo volcaría inexorablemente al fin. Marianita sentía cariño y respeto, en especial hacia esa esposa y madre, geniecillo movido por el amor. En un afán constante por tratar de alimentar y alegrar a la familia, la señora Matilde –ése era su nombre- pasaba largas horas dentro de la cocina, manipulando ollas y sartenes de las que finalmente extraía los mejores manjares elaborados a la manera europea. Al suponer que para obtener esos excelentes resultados frotaba las cazuelas como lo hiciera el legendario Aladino con su lámpara maravillosa, no dejaba de observarla. Gracias a Matilde adquirió buen gusto y habilidad para la cocina” (15).

Un personaje de Mestizo, novela de Ricardo Feierstein, relata por qué emigraron sus padres: “Moishe Búrej realmente no quería venir a la Argentina, pero ¿qué iba a hacer? Se fueron los hijos mayores y después me fui yo, luego Carlos con mi hermana. ¿Quién quedaba? Nadie, salvo Jacobo, que vino con ellos, en 1936. Cuando viajaron ya había guerra civil en España, salieron justo, justo. En Polonia quedaron otros parientes, tíos y primos: nunca más supimos algo de ellos. La zona de Lemberg fue muy castigada durante la Segunda Guerra, los alemanes entraron allí. Me contaron después que han hecho un verdadero desastre de mi pueblo. Fue una masacre en el centro, la zona de la feria, donde vivían las famlias judías. A los ucranianos no les hicieron nada, porque estaban con ellos. Pero de los nuestros no quedó ninguno vivo. Por suerte, nosotros nos fuimos antes. Dijimos ‘no va más acá, el futuro está muerto’. Y nos fuimos” (16).

Liliana Díaz Mindurry es la autora de Pequeña música nocturna, novela distinguida con el Premio Emecé en 1998. En esa obra, ella se refiere a las ocupaciones de una inmigrante, “una rubia gorda y polaca que ha dormido en la calle, que ha sido sirvienta en el colegio de la Santísima Trinidad. Y también prostituta los fines de semana por entretenimiento, por higiene, como dice con su acento extraño” (17).
Gabriel Báñez relata que la Zwi Migdal era una organización de trata de blancas que tenía en Ensenada el centro de sus operaciones. Casi todas las pupilas “venían de Varsovia, engañadas por un correo que les prometía casamiento y fortuna en la nueva tierra y con el cual refrendaban un contrato que avalaban los padres de las jóvenes. En cuanto pisaban puerto, debían enfrentarse sin embargo con la letra chica del contrato: la prostitución o el remate” (18).
El polaco Sovotnik, personaje creado por María Rosa Lojo en Las libres del Sur, dice: “Nunca fui un gran señor ruso, pero sí el heredero de un buen comerciante polaco. ¿Por qué cree que ahora soy portero? Ya salí de Varsovia con la mitad de mi herencia gastada, y me acabaron de desplumar en París. Por eso estoy aquí, limpiando casas y vigilando puertas, ya que ni estudio ni oficio tengo. Menos mal que no me falta alguna facilidad para los idiomas” (19).

En Kadish para el hombre de la valija (20), de Mauricio Goldberg, “Samuel Glezer, un pequeño comerciante casado y con dos hijos adolescentes, es el responsable de exhumar el recuerdo de su padre, súbitamente fallecido. Su hermano es una figura ausente y su madre oscila entre la sobreprotección y la melancolía; ambos parecen desentenderse a su modo del duelo que toda pérdida conlleva. A instancias de su madre, Samuel escribe a los amigos de su padre, como él emigrantes forzados y sobrevivientes del exterminio nazi. A medida que recibe sus respuestas, Samuel se ve involuntariamente impulsado a un viaje en la memoria, que lo llevará a recordar su adolescencia en Colonia Doctor Levin y a rescatar situaciones y voces que resuenan en la identidad del pueblo judío. A través de una voz narradora pródiga en emoción contenida, Mauricio Goldberg ofrece en esta novela una reconstrucción de la figura paterna, al tiempo que reflexiona sobre los ciclos implícitos en toda vida” (21).

En El infierno prometido (22), de Elsa Drucaroff, Dina anuncia a su madre que no se casará aún, pues seguirá estudiando. Su padre la apoya en esa decisión, y costea los estudios de la joven. La madre, furiosa, la amenaza: “¡Vos vas a terminar en Buenos Aires!”. Poco después, el vaticinio materno comienza a cumplirse: Dina es violada por un compañero de estudios. Este hecho trae la vergüenza a la familia, y el desprecio de quienes los conocen. Es entonces cuando aparece un hombre que llega desde la Argentina, buscando novia para casarse. El habla con el padre de una joven judía polaca. “Señor Hamer, yo soy un hombre práctico –dijo sonriendo-. Busco una buena judía trabajadora que pueda manejar mi casa y criar a mis hijos. Buenos Aires es una gran ciudad, con costumbres diferentes. No es fácil encontrar chicas bien preparadas para el matrimonio en una ciudad grande. Y en el caso de su hija, precisamente por lo que ella vivió, sé que va a valorar lo que voy a darle, y me lo va a retribuir como merezco. Porque va a ser muy difícl que encuentre a otro que pueda y esté dispuesto a dar lo que yo estoy ofreciendo” .

En La rabina, escribe Silvia Plager: “Poca atención le había prestado Esther a la música, pero de pronto el solo de violín la arrastró a un misterioso ámbito y en él su madre le volvió a contar que cuando se declaró el Estado de Israel, papá tomó el violín y se puso a tocar, a pesar de que sólo lo había aprendido de chico y mal, como si Shmuel, su virtuoso hermano mayor asesinado por los nazis lo guiara...” (23).

Rumanos

Un personaje de Hermana y Sombra, de Bernardo Verbitsky, tiene dificultades con el castellano; el protagonista, un niño hijo de inmigrantes rusos, le presta un libro: “Por la calle Campana entraba regularmente un hombre gordo, Jacobo para todos, o Jacoibos para quienes le imitaban el habla, y él a su vez llamaba Doña María a todas sus clientas, que le adquirían ropa, platos, y hasta muebles, siempre en cuotas semanales, nunca muy elevadas. Salí, al notar que la conversación se prolongaba, y también intervine, pues eliminada ya la posibilidad de una venta, apreciamos la simpatía del joven. El explicó que era un judío de Rumania donde había sido estudiante, pero obligado aquí a ganarse la vida, encontró su actual ocupación de cuentenik. Deseaba perfeccionar su mal castellano, y a mí se me ocurrió una excelente idea, la de prestarle mi ejemplar del Quijote, regalo de mi padre unos meses antes. Como yo lo había leído, no tenía inconveniente en facilitárselo por un tiempo. ¿Qué mejor libro para practicar el español?” (24.
En Soy Roca, novela histórica escrita por Félix Luna, el protagonista se refiere a un viaje que hizo en 1899: “Por un momento no me pareció encontrarme en el confín del mundo sino en una casa de Sussex, o más bien, de Devon-shire, de donde era oriundo Bridges. Después visitamos los campamentos de los indios yaganes y onas que trabajaban en el establecimiento. Al menos aquí no se los perseguía, como había hecho aquel aventurero rumano Julio Popper, que en tiempos de mi concuñado instaló un lavadero de oro en el norte de la isla, y como también lo hacían, según los rumores que había escuchado, algunos capataces de Menéndez” (25).

El rumano Julius Popper es el protagonista de Popper. La Patagonia del Oro, novela escrita por Daniel Ares (26).
“Dueño de una de las mayores leyendas de la Patagonia austral, Popper fue un emperador en potencia que sedujo a los popes de la Generación del 80, en Buenos Aires para introducir la fiebre del oro en Tierra del Fuego, donde fundó una ciudadela, acuñó una estampilla y una moneda propia. También manejó su propio ejército y una comisaría. El Páramo, donde funcionó la “cosechadora” fue, bajo sus dominios, el sitio más poblado de la isla lo que derivó en un enfrentamiento con el gobernador Féliz Paz. Murió, se cree, envenenado por sus enemigos poderosos cuando, a los 35 años, diseñaba un plan para conquistar el Polo Sur y ampliar así sus dominios”.
“ ‘Se le doblaron las piernas y al caer quiso aferrarse a la cómoda junto a la cama, pero eran tantas las camas y las cómodas que veía –y tan poca su suerte- que se agarró a la que no era, manoteó la nada (otra ilusión que no lo quiso), y muy dentro de sí –como de lejos, muy lejos-, oyó el golpe seco de sus rodillas contra el piso y se fue de boca hacia la muerte suspendido en la eternidad de aquel instante que no duró un segundo y fue infinito en su segundo’. Así ficcionó el periodista y escritor Daniel Ares la medianoche del 5 de junio de 1893, hace 110 años, en la que el genial rumano Iulius Popper encontró la muerte posiblemente envenenado por sus enemigos, en el cuarto de un hotel porteño de la calle Tucumán al 300, cuando tenía unos trajinados 35 años de edad” (27).

Rusos

Mario, el protagonista de Hermana y Sombra (28), de Bernardo Verbitsky, es hijo de inmigrantes rusos. El se refiere a la pobreza que los agobiaba: “Dejamos en Bahía Blanca varias cuentas impagas, pero la que realmente nos preocupaba era la del lechero, (...). Teóricamente, le pagábamos mensualmente los cinco litros que nos dejaba cada día pero siempre fue tolerante para el cobro, aceptando los pretextos con que explicábamos nuestra condición de deudores morosos. En los últimos meses no pudimos darle un centavo sin que él suspendiera el suministro de nuestro principal alimento. Nuestra convicción, reafirmada más de una vez por mamá, era que a ese pequeño español bondadoso debíamos el no haber muerto de hambre, sobre todo nuestra hermanita a quien no le faltaron nunca varias mamaderas diarias para suplir los pechos casi secos de mamá”.
A criterio de Pedro Orgambide, Verbitsky “es, de manera bien explícita, el novelista del alud inmigratorio de la Argentina, de los inmigrantes y de sus hijos, porque en estos prevalece todavía, por imperio de la sangre, la vital intimidad de los padres” ” (29).

Pedro Orgambide escribió la trilogía integrada por El arrabal del mundo, Hacer la América y Pura memoria (1984-1985). En Hacer la América (30) evoca a los inmigrantes que llegaban a nuestro puerto, alentados por la consigna que da tìtulo a la obra. Españoles, italianos, judìos, griegos, son los protagonistas de este relato que muestra la faceta màs cruda del fenòmeno social que conmoviò al paìs al iniciarse el siglo XX. La novela narra sucesos acaecidos en las postrimerías del siglo XIX y en los primeros años de la centuria siguiente.
En esa novela, evoca un carnaval de la década del 20: “Sonaban las gaitas de los gallegos. Los vascos (pantalón y camisa blanca, pañuelo al cuello, boinas, alpargatas) bailaban golpeando sus palos, combatiendo en una esgrima de pies que se lanzaban al aire y volvían en un paso de danza. Los cosacos desenvainaban sus sables, degollaban a Israel Mitzer en la puerta de la sinagoga y gritaban, sudados y coléricos, fidelidad al zar y a la zarina. Bailaban los capoeiras del Brasil y los gitanos y los muchachos de Barracas. Bailaban los hombres disfrazados de osos, de monos, de tigres, de gigantescos perros y caballos. Bailaban los hombres disfrazados de mujeres y las mujeres disfrazadas de hombre; bailaba el disfraz hermafrodita: mitad hombre, mitad mujer, mitad novio, mitad novia; danzaba el lanzador de dardos, el salvaje que besaba al explorador en la boca; bailaban los enanitos, los viejos, los enclenques. En el palco, las orquestitas de Retiro, de las viejas romerías, tocaban los tanguitos de otro tiempo, puro flautín, pura guitarra, pero ahora subía una orquesta típica nacional que dirigía el maestro Arrieta.
“¿Qué es lo que uno cuenta cuando está contando? –se pregunta Orgambide- Seguramente, algo más que una historia, una anécdota, un hecho, una realidad imaginada en algún momento de nuestra vida. Lo que uno cuenta, casi siempre tiene que ver con nuestra ‘novela Familiar’, con nuestro origen, con nuestra identidad, al Fin” (31).
Afirma el escritor: “La presencia de una tipología judía es más notoria en la novela Hacer la América (1984) donde aparece David Burtfishtz y Raquel, su mujer y su hija Liuba; la imagen patriarcal de su suegro, Israel Mitzer, las figuras de la picaresca judía como la señorita Yurkovsky o el actor Iehuda Midlin o el señor Katz, profesor de teatro. La vida de los inmigrantes judíos en una colonia judía o en la ciudad, revivió en mí una ‘memoria olvidada’ y fui muy feliz al poder escribirla” (32).

En Aventuras de Edmund Ziller, Orgambide presenta –ademàs de muchos inmigrantes de diferentes nacionalidades- a un narrador nieto de un ruso, quien afirma: “descubro que Ziller se parece de una manera cruel a mi propio abuelo, al pobre abuelo loco, al chiflado que vivìa en un triste y oscuro cuartito cercano a la terraza, donde, a los cinco años yo lo vi sin comprender la tempestad y el desgarramiento del exilio (...) oculto por la enfermedad y la locura del mundo que arrastra a los hombres lejos de su tierra, y que un dìa los devuelve, crèame, como las olas de la `playa” (33).

En Donde sopla la nostalgia (34),novela de Mauricio Goldberg, Max Gurovitz, su esposa Fany y su hijo David emigran de Polonia –donde habían emigrado anteriormente- porque “Otra vez los gritos de ‘yid’ atronaban la calle. El viaje había sido inútil. Se culpó por haberla dejado sola mientras él iba al mercado. Aún tenía el uniforme ruso de inválido, si no ya estaría hecho pedazos. Para ellos la guerra había terminado pero no su odio por los judíos”.
Señala Reiner Kornberger: “Tanto el protagonista de Donde sopla la nostalgia como también su autor, Mauricio Goldberg, adelantan su aliá para prestarle servicios a una Israel agredida por los países árabes en junio de 1967. Los 114 párrafos de la novela narran alternativamente las vivencias del protagonista Mario en Israel desde su llegada hasta su retorno a Buenos Aires (capítulos pares) y la historia de sus padres en Polonia/Rusia antes de la Segunda Guerra Mundial hasta su emigración a la Argentina (capítulos impares)” (35).

Hay rusos en el Chaco. Magdalena Kramenenko, uno de los personajes de Mempo Giardinelli en Santo Oficio de la Memoria, se interesa por los platos de diferentes colectividades y, cuando los cocina, es digna de elogios: "Todas cosas judías, deliciosas, bien condimentadas. Arenque ahumado, y unos blintzes, madre mía, para chuparse los dedos. Y no solamente judías porque también hacía unas paellas que te dejaban de cama. Y no te cuento las mermeladas que preparaba: de rosa mosqueta, de grosellas, de granadas, de higos. O las ravioladas con salsa a la bolognesa o la Príncipe di Nápoli, mamma mía. También hacía unos guisos carreros que le enseñó tu papá, muy delicados, porque tenían las dosis exactas de hierbas, especias exótica, pizcas de esto y de lo otro, todo hecho con amor, el morfi con amor es otra cosa” (36).

En El árbol de la gitana, de Alicia Dujovne Ortiz (37),los Dujovne “Se vistieron de negro riguroso, él con un hongo redondito en la cabeza, ella con un pañuelo y, de inmediato, se encontraron extraños. Parecían vestidos con ropa ajena. La crispación del hombro o la cadera hacía chingar la falda o la chaqueta. Se las habían puesto miles de veces, pero lo que ahora las hacía diferentes era la actitud de los cuerpos con el adiós adentro: nadie se para del mismo modo cuando parte para siempre. Al marcharse perdían su familia y su país pero también su nombre. Nadie más los llamaría Dujovne con el matiz exacto de la e, esa e tan ambigua, de origen tártaro, que se desliza entre la e y la y, mientras la lengua, casi pegada al paladar, deja pasar el aire. Lo sabían tan bien, que ya apartaban de sus rostros, como espantándose una mosca, la tentativa de explicar cómo se pronunciaba el apellido, admitiendo de entrada que Dujovnie se volviera Dujovne, con una e castellana sosa y desabrida como matse sin té. (...) No se iban solos a la Argentina Sara y Samuel. La caravana rumbo al Sur era nutrida, vibrante y esperanzada. Muchos otros Dujovnes con sus perdidas letras finales viajaban para afincarse en aquel sitio del mapa de forma nadadora, pero trunca, sin brazos ni piernas: Entre Ríos”.

Ricardo Feierstein es el autor de La logia del umbral (38),novela sobre la inmigración judía a lo largo de cien años. En ella cuenta el proyecto de cuatro generaciones de una familia, que se propone llegar a caballo desde Moisesville, provincia de Santa Fe, mediante postas de dos jinetes por vez, con una caja de madera de cerezo que contiene tierra de la primera colonia judìa en la Argentina y ‘una mezuzà, estuche de hueso con un trozo de papel escrito con letras hebreas’, hasta la Plaza de Mayo, donde la enterraràn bajo la Piràmide.
Cuando el miembro màs joven de este grupo està por concretar la iniciativa de su familia y de èl mismo, al pasar frente a la AMIA, una terrible explosiòn lo “revolea por el aire. Todo se vuelve negro –rememora-, el rugido ensordecedor parece indicar que, con la oscuridad de un eclipse gigante, ha llegado el fin del mundo. En ese instante, cien años de vida familiar y comunitaria se atropellan para desfilar ante los ojos desorbitados de mi conciencia en fuga”.
Entre los personajes se encuentran los fundadores de Moisésville. No acompañó la suerte a los pioneros. Cuando fueron al campo, pasaron “Días y días sin masticar. Los niños enfermaban...”. Se refiere el escritor a la colonia santafesina a la que se trasladaron desde el Hotel. Allí comprobaron que no tenían alimento ni dónde guarecerse: “Nada hay donde todo debiera estar: ni carpas, ni elementos de labranza, ni semillas. Ni siquiera un hombre del lugar, en representación del propietario, para entregar esas tierras tan laboriosamente adquiridas a través del cónsul comercial argentino en París, que actuaba en nombre del terrateniente”.

María Inés Krimer es la autora de La hija de Singer (39), obra en la que –escribe Damián Tabarovsky- “cuenta una historia sencilla pero potente: la muerte del padre y el duelo de treinta días que según la tradición judía deben transcurrir hasta la despedida” (40). La novela fue distinguida con el Premio del Fondo Nacional de las Artes.

En La pasión de un visionario Theodor Herzl (41), Miryam E. Gover de Nasatsky se refiere a los colonos del Barón Hirsch. El Barón dialoga con Theodor Herzl acerca de la conveniencia de sacar a los judíos de los lugares en los que se los oprime, pero, mientras Hirsch está orgulloso de su obra, para Herzl, no es más que beneficencia. Además –opina Herzl-, el Barón logra salvar a unos cuantos judíos, no a todos, objetivo que se lograría si existiera un Estado.

Perla Suez es la autora de la Trilogía de Entre Ríos (42): “Las tres nouvelles reunidas en este libro -Letargo, El arresto y Complot- comparten un territorio: aquel ubicado en una zona de la provincia de Entre Ríos, y que es al mismo tiempo el que se halla entre los ríos de la memoria. Esos espacios son a la vez la excusa y el fin de estas tres narraciones excepcionales” (43). El libro ha sido traducido al inglés por Rhonda Dhal Buchanan; actualmente se traduce al italiano, francés y al alemán.
En El Arresto, “El canto del cosaco, el ciclo de maduración del arroz, la palabra sólida del padre signan la vida de Lucien Finz durante sus primeros años y para siempre. Cuando la ciudad sea su nuevo ámbito, los recuerdos como voces traerán las palabras con que se nombra el miedo a la plaga de la lagarta militar, el peligro de las isocas, el arrozal anegado, la paciencia del calor del verano, los graznidos de las tijeretas. El viaje de Villa Clara a Buenos Aires no es más que un tramo que completa o simplemente continúa el recorrido más extenso y moroso de una familia de inmigrantes judío rusos que busca convertirse en habitante del suelo que pisan sus pies. Por ello, se arraigan al trabajo de la tierra primero y, cuando las lluvias continuas arruinan el sueño, el hijo reanuda el camino hacia las ilusiones que augura la capital. Pero el año 1919 dicta también su propio ritmo y la ciudad es una quimera convulsionada por el cruce violento de las ideas políticas” (44).
Acerca de Letargo se ha escrito: “Lete es uno de los ríos del infierno, cuyas aguas hacían olvidar el pasado. Lete es también el nombre de una mujer que pierde a uno de sus hijos y se sumerge en los días de solados para siempre. Queda una niña: Déborah. ¿Con qué voz puede explicar ese letargo que se dibuja en el nombre de su madre como un destino irrevocable? ¿Cómo se narra la enfermedad cuando aún no hay palabras infantiles que la nombren?. Para reconstruir lo que se ha roto en la memoria, ella deberá vagar entre sus voces, desdoblarse en niña y en mujer, en sombra y niebla. A través del recuerdo y de la tierra, Déborah marcha hacia un pueblo de Entre Ríos, donde moran el dolor de un padre taciturno y la bobe que aplasta con su mirada. Nada explica lo que una niña no debe oír, lo que una niña debe callar. Ni siquiera el iddish de la bobe, el silencio del padre. Un viaje al lugar donde la muerte sigue sucediendo como una acción impuntual, constante. El desafío de volver a esa casa donde la soledad crece cada vez que el viento deja de azotar las ventanas; la necesidad de ir a buscar a la niña que fue, cuyo rostro se esfuma en la bruma plomiza del pasado” (45).
Deborah, la protagonista, recuerda “las historias que le contaba su bobe, recolecciones que llevan al lector una gran distancia en el espacio y el tiempo, a la ciudad de Odessa a fines del siglo diecinueve. En aquel entonces, la familia de su abuela huyó de los pogroms del Zar Nicolás II, buscando refugio en Lyon, Francia antes de emigrar a la Argentina, donde se establecieron en una de las colonias agrícolas de Entre Ríos, como miles de otros judíos refugiados, incluso los antepasados de la autora” (46).
Con esta novela, Perla Suez fue Finalista del Premio Mundial de Literatura Rómulo Gallegos en 2001.

Ucranios

En Músicos y relojeros, escribe Alicia Steimberg: “Cuando la abuela migró de Kiev a Buenos Aires tenía once años. La mandaron a la escuela y aprendió muy bien el castellano. Cantaba tangos como un pájaro enfermo: Cicatriiiiiiiiiiiiiices (trino) imborrables de una heriiiiiiiiiiiida (trino). Nunca hablaba de cómo llegó a casarse con el abuelo. Una a una fue pariendo a sus hijas, con toda facilidad. Siempre se adelantaban a la partera, ansiosas por nacer y empezar a pelearse. Hubo tiempos muy malos. La desocupación. El desalojo. En un baile de beneficencia se reunieron fondos para procurarles, como a otros pobres, un nuevo techo. El Hogar publicó una nota sobre esa fiesta. Aprovechando la oportunidad, varias niñas fueron presentadas en sociedad. Se iniciaron varios noviazgos. En sucesivas notas de la revista aparecieron fotografías de las formalizaciones, las bodas y el nacimiento de los primogénitos. Las jóvenes madres eligieron nombres para sus históricos hijitos. Los mismos que llevan, hasta el día de hoy, los hijos de Otilia. Antes de casarse, Otilia y Amanda eran vendedoras en La Piedad, donde ensalzaban ante las clientas las bellezas de los batones y los pirineos. Mele, la dura de casar, nunca trabajó fuera de casa. A veces cosía algo, ayudaba en los quehaceres, y cuando terminaba se ponía a pintar. Pintaba flores, barcos a vela en crepúsculo, holandesas con tulipanes, parvas junto a casas de campo. Los copiaba de unas tarjetas postales que tenía” (47).

Un ucranio estaba confinado en la cárcel de Neuquén, en 1943. En El árbol de la gitana, escribe Alicia Dujovne Ortiz: “Carlos permaneció dos años en esa célebre prisión centenaria de la que parecía haber guardado los mejores recuerdos. Sus relatos eran tan seductores que provocaban la nostaliga de la gente libre: si era así la cárcel, para qué estar afuera. Según él, los comunistas encarcelados en 1943 se habían organizado con su proverbial disciplina, habían hecho gimnasia, habían dejado de fumar y se habían dado los unos a los otros cursos de ruso y de historia argentina. Un camarada ucraniano dirigía un coro. En ese entonces a nadie se le ocurría cantar el folclore de las provincias y, entre los presos políticos, más impensable aún hubiera sido un tango”. Años después, la escritora se entera de que la música no salvó a este inmigrante: “El ucraniano del coro se había vuelto loco y había terminado sus días en un manicomio” (48).

Yugoslavos

En El árbol de la gitana, escribe Alicia Dujovne Ortiz: “De pronto se oye la voz de un yugoslavo. Es un obrero del ferrocarril lo bastante borracho como para interrumpir la payada con una canción de su país” (49).

Sin mención de origen

En Don Segundo Sombra, Ricardo Güiraldes escribe acerca de ”la desvergüenza del gringo Culasso que había vendido por veinte pesos a su hija de doce años al viejo Salomovich, dueño del prostíbulo” (50).
En Lunas eléctricas para las noches sin luna, escribe Belén Gache: “Al igual que Mirko y mis padres, han llegado a estas tierras personas provenientes de Hong Kong, de Túnez, de Madeira, de Angola y del Orinoco. Si uno juntara los nombres de todas ellas, seguro se formaría, a su vez, un océano, un gran océano de nombres” (51).

Varios

A criterio de Delfín Garasa, “Una de las más cumplidas descripciones de un heterogéneo desembarco es la que ofrece Luis Pascarella en su novela-alegato documental, El conventillo. Llega el Christoforo Colombo y primero bajan los hombres de negocio con su apoplética cerviz, con el paso resuelto de los acostumbrados a dar órdenes y ser obedecidos, los turistas ingleses con sus máquinas fotográficas y algunas señoras un tanto perplejas por no ver en el muelle indios con plumas y taparrabos. Por ese entonces, el viaje a Europa empezaba a otorgar prestigio social, y los argentinos que regresan cambian opiniones en alta voz sobre los modelos de París, el mobiliario inglés o la sinfonía escuchada en la Opera de Viena. Y, finalmente, aparecen los inmigrantes, tan fustigados en los azares de las proclamas políticas, un ‘enorme hormiguero’ que había viajado en el mayor hacinamiento. Rostros curtidos, exhaustos, azorados. En todos se presiente la pregunta: ¿Qué les deparará esta nueva tierra? De pronto, una mirada se ilumina o un brazo se agita en alto porque se ha reconocido a alguien en la muchedumbre que espera. Van bajando los hebreos de desgreñadas barbas y gastados levitones, los ‘turcos’ con sus espaldas combadas, los nórdicos enjutos, los napolitanos pequeños y retorcidos como raíces, los andaluces gárrulos, los gallegos pacientes, los holandeses esponjosos, los genoveses de músculo recio e insaciable voracidad. Una mujer besa la tierra que los acoge y tras su actitud ritual se adivina un pasado de penurias y recelos. Y agrega Pascarella: ‘La gran ciudad de calles dirigidas hacia el Oeste recibe en su seno aquella semilla que purificada en un ambiente de libertad (...) se reproducirá en su inmensidad desierta” (52).
En Adán Buenosayres, de Leopoldo Marechal, tres personajes discuten acerca de la nacionalidad de unos rufianes. Un personaje afirma: “¡Esos caften son marselleses! (...) y juró que los había visto a montones en las casas del ramo, con sus galeritas melón, sus bigotes mediterráneos y sus pesadas cadenas de oro”. Otro personaje sostiene que son polacos, y un tercero, que son rumanos. Doña Venus emite un “fallo inapelable”, cuando dice “De todo hay, como en botica” (53).
En Moira Sullivan (54), de Juan José Delaney, la protagonista escribe una carta fechada en 1932, en la que expresa: “Debo decir que pese a que los hijos de Erín se jactan de haberse integrado con el resto de la población, la verdad no es exactamente así. Tienen sus propios colegios, sus propios templos y clubes, y quien comete la osadía de casarse con un “nap” (¿napolitano y por extensión italiano?) o con un “gushing” (derivado, probablemente, del verbo inglés to gush, que significa hablar con excesivo entusiasmo y que es un neologismo para aludir a los gallegos y también por extensión a los españoles), se aíslan o son lenta pero inexorablemente segregados. En verdad esto ocurre con casi todas las comunidades extranjeras que se han radicado acá: árabes, armenios, ucranios y, muy especialmente, judíos. Para no hablar de los británicos que a su injustificado desdén agregan cierto cinismo ancestral”.
En La logia del umbral, de Ricardo Feierstein, uno de los personajes: “afirma: “Incluso, antes de la guerra, vinieron judíos de Alemania, Holanda y Polonia. Esto era Sión para ellos, la tierra de la libertad, de la leche y la miel, donde pudieron salvar sus vidas y tratar de rehacerlas. Más polacos y lituanos llegaron después, en los años ‘40” (55).

En la Semana Trágica de 1919 –cuenta uno de los personajes de Vázquez Ríal- “se desató la caza del ruso. Asi lo llamó la prensa. Eso del ruso... es un término muy amplio, que alude al judío, el polaco, el húngaro, al que se supone comerciante, o bolchevique, o terrorista, no importa lo incongruentes que parezcan estos términos... (...) los jóvenes que poco después serían organizados en la Liga Patriótica, armados, tomaron al asalto el barrio de Once, el barrio judío, identificándose con un brazalete celeste y blanco, apedreando tiendas y deteniendo a cuanto peatón con barba se les pusiera a tiro” (56).
Pensión “La Rosales” se titula la novela de Juan Jorge Nudel, en la que encontramos a los Goldman, una familia judìa que sòlo observa tres de las fiestas de su religiòn, y a la prostituta que llegò desde Europa engañada, pensando que su futuro serìa muy distinto del que encontrò en Amèrica. Personajes de historias escritas con agudeza y don de observaciòn por este autor que ingresa a la literatura con condiciones que el lector advertirà desde el inicio de la novela (57).

En novelas juveniles

Húngaros

En la Argentina, Stéfano, el protagonista que da nombre a la novela de María Teresa Andruetto, trabaja en un circo, en el que trabaja también un húngaro: “A Stéfano le asombran las costumbres de esta gente, lo que comen, la ropa que usan, el modo en que hablan; gente venida de todas partes que se ha ido sumando al circo. Uno de los payasos es húngaro, son de Lignano el domador y el viejo Lucca, y la contorsionista es brasileña” (58).

Rusos

Acerca de su novela Memorias de Vladimir (59), escribe Perla Suez: “Nací en Córdoba. Me crié en Basavilbaso, un pueblo de la provincia de Entre Ríos. Muy cerca de donde transcurre una etapa de la vida de Vladimir. A medida que la historia avanzaba me reencontraba con espacios vividos. Sabía que estaba escribiendo un episodio de mi vida. Buscaba dentro mío una voz propia que naciera de mis palabras. Soy nieta de inmigrantes judíos que escaparon de Rusia en la época en que el zar Nicolás II los perseguía. Durante el tiempo en que trabajé en este libro estuve muy preocupada por la suerte de mi personaje. Sentí ternura por él y esa ternura no me abandonó hasta el final. Mi personaje habla en esta historia como lo hacía mi abuelo. Vladimir tiene un aire a mi padre. Vera, el gran amor de Vladimir se me figura a mi madre” (60).
Relata el protagonista: “Nací en la aldea de Porskurov hace mucho tiempo. El zar mandaba en Rusia, el zar Nicolás II. No conocí a mis padres. Fui criado por mi tío Fedor. A los diez años hachaba leña de la mañana a la noche por apenas un copec. (...)Tío Fedor era colchonero, guardaba la máquina de cardar en el cobertizo. A veces para soportar el miedo yo cardaba lana. Cuando oía chirriar el cerrojo de la puerta y reconocía sus pasos, mi corazón volvía a su remanso”.
La novela fue galardonada con el White Ravens, 1992, Biblioteca Internacional de la Juventud de Munich, Alemania, y ALIJA, Asociación Argentina de Literatura Infantil, Sección Nacional del IBBY.

Varios

Dimitri es el nieto de Vladimir. En Dimitri en la tormenta (61), “Dimitri y su abuelo ayudan a Tania, que viene escapando del nazismo, a entrar al país. A través de lo que la mujer cuenta, el chico irá descubriendo el horror de la guerra. Comprenderlo se le hace difícil, muy difícil. Una novela donde se entrelazan sin tapujos tristeza, odio y dolor con momentos de intensa felicidad. Any, el amor y la emoción profunda de cumplir trece años y festejar el barmitzvá” (62).
Relata Tania: “Con el anillo de brillantes de mi madre compré a uno de los comandantes y escapé. Vagué por cloacas, estuve en una iglesia donde un sacerdote me ayudó. Disfrazada de mendiga, pude llegar a la bahía de Gdansk. Y logré esconderme en el barco carguero en el que llegué”.
Esta novela fue seleccionada por la Asociación de Literatura Infantil y Juvenil Argentina (ALIJA) y por la Fundación de Lectura, Fundalectura, Bogotá, Colombia, entre los mejores libros para jóvenes.

Notas
1. Fingueret, Manuela: Hija del silencio. Buenos Aires, Planeta, 1999.
2. Suez, Perla: Complot, en Trilogía de Entre Ríos. Buenos Aires, Editorial Norma, 2006. (Colección La otra orilla).
3. S/F: “Complot, de Perla Suez”, en www.perlasuez.com.ar.
4. Feierstein, Ricardo: La logia del umbral. Buenos Aires, Galerna, 2001.
5. Vázquez-Rial, Horacio: El camino del norte. Norma, 2006. 216 pp.
6. Requeni, Antonio: “Pasado, presente y realidad”, en La Nación, Buenos Aires, 24 de diciembre de 2006.
7. Weisz, José Martín: ...mientras los violines tocaban csárdás. Un viaje a Hungría. Buenos Aires, Milà, 2002.
8. S/F: en Wernicke, Enrique: El agua. Buenos Aires, CEAL, 1980. (Capítulo)
9. Wernicke, Enrique: El agua. Buenos Aires, CEAL, 1980. (Capítulo).
10. Isaac, Jorge: Una ciudad junto al río. Buenos Aires, Marymar, 1986.
11. S/F: en La Capital, Rosario
12. Issac, Jorge E.: op. cit.
13. Shua, Ana María: El Libro de los Recuerdos. Buenos Aires, Sudamericana, 1994. (contratapa).
14. Shua, Ana María: El Libro de los Recuerdos. Buenos Aires, Sudamericana, 1994.
15. Grinbaum, Carolina de: La isla se expande. Buenos Aires, ig, 1992.
16. Feierstein, Ricardo: Mestizo. Buenos Aires, Planeta, 1994.
17. Díaz Mindurry, Liliana: Pequeña música nocturna. Buenos Aires, Emecé, 1998.
18. Báñez, Gabriel: op. cit.
19. Lojo, María Rosa: Las libres del Sur Una novela sobre Victoria Ocampo. Buenos Aires, Sudamericana, 2004.
20. Goldberg, Mauricio: Kadish para el hombre de la valija. Buenos Aires, Galerna, 2005.
21. "Kadish para el hombre de la valija", Mauricio Goldberg, Galerna, 2005 El Día, La Plata. 23 de Abril de 2005
22. Drucaroff, Elsa: El infierno prometido Una prostituta de la Zwi Migdal. Buenos Aires, Sudamericana, 2006. 336 pp. (Narrativas históricas)
23. Plager, Silvia: La rabina. Buenos Aires, Planeta, 2006.
24. Verbitsky, Bernardo: Hermana y Sombra. Buenos Aires, Editorial Planeta Argentina, 1977.
25. Luna, Félix: Soy Roca. Buenos Aires, Sudamericana, 1991, pp. 322-3
26. Ares, Daniel: Popper. La Patagonia del Oro. Buenos Aires, Alfaguara, 1999.
27. S/F: “A 110 AÑOS DE LA MUERTE DEL RUMANO SE DESCONOCE DÓNDE ESTÁN SUS RESTOS Julio Popper, el primer desaparecido”, en Tiempo Fueguino, Ushuaia, 8 junio de 2003.
28. Verbitsky, Bernardo: op. cit.
29. S/F: en “Bernardo Verbitsky Nagasaki mon amour”, en Abanico de la Biblioteca Nacional, Mayo de 2005, www.abanico.edu.ar.
30. Orgambide, Pedro: Hacer la América. Bruguera, 1984.
31. Orgambide, Pedro: “La literatura en tiempos de intolerancia. Identidad y narración”, en Feierstein, Ricardo y Sadow, Stephen A. (comp.): Recreando la cultura judeoargentina / 2 Literatura y artes plásticas. Buenos Aires, Editorial Milá, 2004.
32. ibídem
33. Orgambide, Pedro: Aventuras de Edmund Ziller. Buenos Aires, Editorial Abril, 1984.
34. Goldberg, Mauricio: Donde sopla la nostalgia. Buenos Aires, Grupo Editor Latinoamericano, 1985.
35. Kornberger, Reiner: “Construir y reconstruirse: la experiencia kibutziana en la literatura judeoargentina”, en Feierstein, Ricardo y Sadow, Stephen A. (comp.): Recreando la cultura judeoargentina/2 Literatura y artes plásticas Tomo 2. Buenos Aires, AMIA/ Editorial Milá, 2004.
36. Giardinelli, Mempo: Santo Oficio de la Memoria. Buenos Aires, Seix Barral, 1991.
37. Dujovne Oriz, Alicia: El árbol de la gitana. Buenos Aires, Alfaguara, 1997.
38. Feierstein, Ricardo: La logia del umbral. Buenos Aires, Galerna, 2001.
39. Krimer, María Inés: La hija de Singer.
40. Tabarovsky, Damián: “La hija de Singer, por María Inés Krimer”, en Clarín, Buenos Aires, 29 de junio de 2002.
41. Gover de Nasatsky, Miryam E.: La pasión de un visionario Theodor Herzl. Buenos Aires, Milá, 2004. 163 pp. (Imaginaria).
42. Suez, Perla: Trilogía de Entre Ríos. Buenos Aires, Editorial Norma, 2006. (La otra orilla)
43. S/F: en www.perlasuez.com.ar
44. ibídem
45. ibídem
46. Buchanan, Rhonda Dahl: “La madriguera de la memoria en ‘Letargo’ de Perla Suez”, en Feierstein, Ricardo y Sadow, Stephen A. (comp.): Recreando la cultura judeoargentina / 2 Literatura y artes plásticas. Buenos Aires, Editorial Milá, 2004.
47. Steimberg, Alicia: Músicos y relojeros. Buenos Aires, CEAL, 1983.
48. Dujovne Ortiz, Alicia: El árbol de la gitana. Buenos Aires, Alfaguara, 1997.
49. Dujovne Ortiz, Alicia: op. cit.
50. Güiraldes, Ricardo: Don Segundo Sombra. Buenos Aires, CEAL, 1979. 216 pp. (Capítulo).
51. Gache, Belén: Lunas eléctricas para las noches sin luna. Buenos Aires, Sudamericana, 2004.
52. Garasa, Delfín Leocadio: La otra Buenos Aires. Paseos literarios por barrios y calles de la ciudad. Buenos Aires, Sudamericana-Planeta, 1987.
53. Marechal, Leopoldo: Adán Buenosayres. Buenos Aires, Sudamericana.
54. Delaney, Juan José: Moira Sullivan. Buenos Aires, Corregidor, 1999.
55. Feierstein, Ricardo: La logia del umbral. Buenos Aires, Galerna, 2001.
56. Vazquéz-Rial, Horacio: op. cit.
57. Nudel Pensión “La Rosales”. Buenos Aires, Editorial Milá, 2002.
58. Andruetto, María Teresa: Stéfano. Buenos Aires, Sudamericana, 2001.
59. Suez, Perla: Memorias de Vladimir. Buenos Aires, Editorial Colihue, 1993. (Libros del malabarista)
60. Suez, Perla: en www.perlasuez.com.ar.
61. Suez, Perla: Dimitri en la tormenta. Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1997. (Primera Sudamericana)
62. S/F: en www.perlasuez.com.ar

En cuentos

Checoslovacos

Abelardo Castillo evoca, en “El candelabro de plata”, a Franta, un pordiosero checoslovaco. Recuerda el narrador. “El viejo, cohibido al principio, de pronto empezó a hablar. Tenía un acento raro, dulce. Se llamaba Franta, y creo no haberme sorprendido al darme cuenta de que no era un hombre vulgar: hablaba con soltura, casi con corrección. Acaso yo le había preguntado algo, o acaso, rota la frialdad del primer momento (para esa hora ya estábamos bastante borrachos), la confesión surgió por sí misma” (1).
En “La golem”, Horacio Vázquez-Rial relata que “en la Patagonia, cerca del mar”, vivían Raquel Grein y su padre: “Alrededor de mil novecientos diez, Raquel Grein había puesto ahí su propia casa de putas, junto a un poblado transitoriamente próspero cuyo nombre es preferible olvidar, tan helado como la miserable aldea judía del este de Chequia en la que ella había visto su primera luz, una luz espesa y perturbadora, de lámpara de aceite, que en nada se parecía a la del sol”.

Húngaros

Escribe Marta Lynch: “A Rosa le gustaba el Carnaval. Había en la fiesta, una alegría y un misterio que le hacían tanto bien como disfrazarse de aldeana húngara o de mascota, con muchas rosas de paño distribuidas en el pelo y en el ruedo del vestido y una gran cofia almidonada que hacía resaltar su áspera piel oscura” (2).

Polacos

En “Permiso, maestro”, Isidoro Blaisten presenta a “La Colorada”, “una polaca llamada Vlasta, es la prima de la pollera” (3).
En “Carroza y reina”, escribe: “Ya se ven las guirnaldas en la laca restallante, las guardas, las cenefas y las volutas de color de fuego, las letras en alegre novecientos en la madera calada, y los lises, las rosas, los tréboles, las fustas con diamantes, los escudos argentinos, las amapolas de cinco pétalos, las guitarras encintadas, los facones con chispitas y el bandoneón desplegado que el maestro filetero León Untroib ha pintado en las cuatro barandas de la carroza, en seis días desde el alba al crepúsculo” (4).
Los inmigrantes padecen las secuelas de la guerra. En un cuento de Sebastián Jorgi, un hombre dice a su mujer: “A la semana de vivir juntos, mamá Freda se largaba a llorar todas las noches en la habitación contigua. Vos me explicaste que estuvo en el Ghetto de Varsovia y no quiere dormir sola porque tiene mucho miedo de sólo pensar que los nazis la llevarán a la casona del fondo del campo” (5).
En “El hijo de Butch Cassidy”, escribe Osvaldo Soriano: “La guerra en Europa había interrumpido los mundiales. Los dos últimos, en 1934 y 1938, los había ganado Italia y los obreros piamonteses y emilianos que construían la represa de Barda del Medio en la Argentina y las rutas de Villarrica en Chile se sentían campeones para siempre. Entre los obreros que trabajaban de sol a sol también había indios mapuches conocidos por sus artes de ilusionismo y magia y sobre todo europeos escapados de la guerra. Había españoles que monopolizaban los almacenes de comida, italianos de Génova, Calabria y Sicilia, polacos, franceses, algunos ingleses que alargaban los ferrocarriles de Su Majestad, unos pocos guaraníes del Paraguay y los argentinos que avanzaban hacia la lejana Tierra del Fuego. Todos estaban allí porque aún no había llegado el telégrafo y se sentían a salvo del terrible mundo donde habían nacido” (6).

Weronicka, la protagonista de un cuento de Natalia Kohen, manifiesta: “vinimos a la tierra elegida por nosotros, a la Argentina, donde rehice mi vida y tuve a mi hija. A pesar de eso, a veces añoro mi tierra natal. En Polonia, cuando tenía dieciocho años, soñaba con ser médica. Aquí soy masajista, hice masajes a todos los que me llamaban, a las gentes más dispares. Ahora, gracias a Dios me doy el lujo de poder elegir...” (7).
En “Gratitud” (8) -cuento de Leonel Giacometto distinguido con la Tercera Mención en el Concurso Internacional de Cuentos de Temática Judía, convocado por la AMIA-, la narradora recuerda a su abuela inmigrante: “Abuela había nacido en Polonia, y muy joven llegó, en barco, a la Argentina, más precisamente a la ciudad de Rosario. Era lo único, en mis tardes de siete años, que sabía sobre la vida de abuela, que se llamaba Hanna, y no Anna, así, como decía madre que se escribía, con dos enes”.
En “1994 Treblinka: 52 años despues; la carta del abuelo”, de Alberto Mazor, el antepasado le escribe: “Es triste pensar que voy a ser asesinado a sangre fría, es por eso que prefiero no aceptarlo y vivir en funcion del desentendimiento” (9).

Rusos

“La siesta” (10) se titula uno de los cuentos que Alberto Gerchunoff incluyó en Los gauchos judíos. Así comienza: “Sábado, día del santo reposo, día bendecido por los escritos rabínicos y saludado en las oraciones de Yehuda Halevi, el poeta. La colonia duerme en una tibia modorra. Blancas las paredes y amarillos los techos de paja, las casuchas lucen al sol, sol benigno de la primavera campestre. Del cielo, lavado por la lluvia de la víspera, desciende una paz religiosa, y de la tierra se elevan rumores apacibles”.
Alberto Gerchunoff dejó, en el cuento “El día de las grandes ganancias”, testimonio de su época de vendedor ambulante, durante la adolescencia. “Necesitaba poco para abandonar el comercio a que me dedicaba. Era yo entonces alumno del colegio nacional. Había dado examen de primer año, encontrándome imposibilitado para continuar los cursos. Me faltaba el dinero para la matrícula, carecía de libros, del traje de cierta apariencia, a fin de que los camaradas de aula no se burlasen demasiado de mi aspecto gringo” (11).
En “Mate amargo”, escribe Samuel Glusberg: “Las alpargatas criollas y el mate amargo fueron los primeros síntomas de adaptación del tío Petacovsky. Pero la prueba definitiva, la evidenció dos meses más tarde, concurriendo al entierro del general Mitre. Aquella imponente manifestación de duelo popular, lo conmovió hasta las lágrimas, y durante muchos años la recordó como la expresión más alta de una multitud acongojada por la muerte de un patriarca”.
Glusberg evoca en ese cuento, a propósito de la circuncisión del hijo del inmigrante llegado a la Argentina en 1905, un hecho luctuoso: “Sabido es que: de cien judíos que llegan a juntar algunos miles de pesos, noventa y nueve gustan instalarse como verdaderos ricos. De ahí que el tío Petacovsky, que no era de la excepción, amueblara regiamente su casa, comprara piano a la pequeña Elisa, y con motivo del nacimiento de un hijo argentino, celebrara la circuncisión en una digna fiesta a la manera clásica. Era justo. Desde el asesinato del primogénito, en Rusia, el tío Petacovsky esperaba tamaño acontecimiento. Igual que Jane Guitel, él había soñado siempre un hijo varón que a su muerte dijera en su recuerdo esa oración del huérfano judío, que el mismo Heine recordaba en su tumba de lana: Nadie ha de cantarme misa,/ Nadie ‘cádish’ me dirá,/ Sin cantos y sin plegarias/ Mi aniversario fatal...” (12).
En “Las noches de Goliadkin”, H. Bustos Domecq –seudónimo de Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares- evoca el exilio argentino de una princesa rusa. Goliadkin relata su historia: “pretendió haber sido caballerizo, y después amante, de la princesa Clavdia Fiodorovna; con un cinismo que me recordó las páginas más atrevidas de Gil Blas de Santillana, declaró que, burlando la confianza de la princesa y de su confesor, el padre Abramowicz, le había sustraído un gran diamante de roca antigua, un nonpareil que, por un simple defecto de talla, no era el más valioso del mundo. Veinte años lo separaban de esa noche de pasión, de robo y de fuga; en el interín, la ola roja había expulsado del Imperio de los Zares a la gran dama despojada y al caballerizo infidente”.
“En la frontera misma empezó la triple odisea: la de la princesa, en busca del pan cotidiano; la de Goliadkin, en busca de la princesa, para restituirle el diamante; la de una banda de ladrones internacionales en busca del diamante robado –en implacable persecución de Goliadkin. Este, en las minas del Africa del Sur, en los laboratorios de Brasil y en los bazares de Bolivia, había conocido los rigores de la aventura y de la miseria; pero jamás quiso vender el diamante, que era su remordimiento y su esperanza. Con el tiempo, la princesa Clavdia fue para Goliadkin el símbolo de esa Rusia amable y fastuosa, pisoteada por los palafreneros y los utopistas. A fuerza de no encontrar a la princesa, cada día la quería más; hace poco supo que estaba en la República Argentina, regenteando, sin abdicar su morgue de aristócrata, un sólido establecimiento en Avellaneda. Sólo a último momento, sacó el diamante del secreto rincón donde yacía escondido; ahora, que sabía el paradero de la princesa, hubiera preferido morir a perderlo” (13).
En “Permiso, maestro”, de Isidoro Blaisten, el narrador cuenta: “Estaba cortando un kilo de colita para la Raquel porque era viernes. (...) La Raquelita, maestro, la de la tiendita, la hija del ruso Mauricio. Todos los viernes me compra colita. La religión de ellos. Los jueves compran marucha, los miércoles entraña de adentro o tortuguita, o entraña finita. Los otros días no compran nada. Le dan al pescado. La religión de ellos” (14).
En “Carroza y reina”, Blaisten escribe: “conseguí que el ruso Kaminski donase las banderas y los banderines” (15).

En “El baile”, Sebastián Jorgi relata: “Había sido Mariuska, hija de una princesa rusa con veleidades de artista plástica, la que lo inició en pormenores del arte. Con tal de conquistarla al fin, le siguió el tren. Después de haberla conocido –recién finalizada la Segunda Guerra Mundial- en un bailongo de la Boca, simuló interesarse por la pintura” (16).
El bisabuelo de Zahira Juana Ketzelman llegó a Azul con su familia, pero, molesto por la actitud de unos lugareños para con sus hijas casaderas, se fue de esa localidad: “Desde atrás de unos árboles, varios hombres observaban. Los ojos renegridos les ardían al ver a las rusitas, apetecibles como frutas pulposas y brillantes, blanqueadas de leche y miel. De improviso, el paisano más audaz se adelantó, asió a la rusita mayor por la cintura, se la echó al hombro y salió corriendo a campo traviesa. El bisabuelo era fuerte como un buen labrador; logró recuperar a su hija. A pesar de ello, la decisión fue tan súbita como el rapto. Subió a las tres (¿o cuatro?) hijas al carro, miró fijamente a la bisabuela, y sin decir palabra, del carro al tren con bultos y samovar, regresó a la capital. En la lejanía de los imposibles se habían diluido para siempre los campos de Azul” (17).
En uno de sus relatos, narra Hilel Resnizky: “En 1870 su abuelo, José Molinas, era el propietario de grandes estancias, de casas de comercio, e incluso de buques y astilleros en la Patagonia. En 1870 apareció un judío ruso, Jacobo Alter Grun, quien se convirtió y casó a su hijo Marcos con la hija de Molinas” (18).

Ucranios

En “Lotz no contesta” (19), el narrador, Pecheny, tiene el apellido de algunos inmigrantes llegados de Ucrania.
Natalia Kohen evoca, en “El gran sueño” (20), la festividad de Pesaj. Relata la narradora, refiriéndose a su abuela llegada desde Ucrania: “Me pide que la ayude ‘aunque sea un poquito’: estamos en Pesaj (1) y me transformo en su ayudante de cocina. Colaboro con el guefilte fish (2), con los farfalaj (3) para la goldene iuj (4), y con los kneidlaj (5). Con qué fruición hundo mis manitas en la harina de matze (6) húmeda, para moldear los bocadillos. Qué trabajo me da pronunciar esas palabras en idisch, la abuela me ayuda, y también a percibir los aromas apetitosos con que se va saturando nuestro entorno”. (1) conmemoración de la salida triunfal del pueblo judío de su cautiverio en Egipto / (2) pescado relleno / (3) masa cortada en trocitos para acompañar sopas y guisos / (4) caldo de gallina / (5) bocadillos de harina de matze / (6) pan ácimo.

Sin mención de origen

En “Lotz no contesta”, cuento de Isidoro Blaisten que integra Carroza y reina, volumen distinguido con el Premio Fortabat, aparece una alusión a los gringos: “Pecheny (...) dio vuelta varias veces el sobre del papel, lo abrió, leyó todo lo que decía: Papel de fumar – 75 hojas. El Surubí . Marca registrada. Tírese suavemente de la hoja. Selecta SAIC – Goya. Corrientes Papel engomado. Lotz se reía: ¿Cuándo piensa comprar los cigarrillos hechos, Pecheny? Ya ni los gringos de las colonias” (21).
En “Esperanza”, escribe Santiago Korovsky: “Un 27 de Abril partió de su casa. En el viaje, la mitad de los días se los pasó en la borda, con la cara verde, el estómago revuelto, mirando cómo lo poco que había comido caía al mar. Cuando se sentía mejor lo obligaban a entrar de nuevo a una bodega, sin ventanas, donde había unas cuatrocientas personas más. Ahí era peor, el movimiento del barco se sufría más, y el aire no circulaba bien” (22).
En su cuento “El cardenal”, Márgara Averbach escribe: “Yo siempre habìa querido un cardenal. En ese entonces, habìa muchos en los àrboles de la casa de las tìas, como flores rojas màs ràpidas que las otras. Y el abuelo, -que había nacido en una ciudad de Europa y después se había visto obligado a convertirse en gaucho judío, una conjunción inimaginable para él, supongo- me habìa prometido cazar uno para mì ese verano” (23).
De otro agricultor judío, “Aarón”, y su esposa, dice María Inés Krimer: “Aarón cerró la Biblia y se puso de pie para apagar la hornalla de la cocina. Dio unos golpecitos al mate para asentar la yerba y empezó a cebar. Vivía en un campito con su mujer, Clara. Nadie pudo explicar por qué terminaron ahí, perdidos en el medio de la pampa, cuando parientes y amigos se habían dirigido a las colonias de Santa Fe, Entre Rios y Chaco” (24).
Hilel Resnizky dedica Peregrinación entre patrias a la memoria de sus padres y su hermano, “como homenaje a la judería argentina, que supo unir valores”. El volumen consta de tres partes, cada una de las cuales muestra “características distintas que van de un realismo sentimental a un surrealismo –o metarrealismo- de mirada alerta”. La primera, “Argentino y Judío a mucha honra pretende presentar esbozos, aunque sean aislados, de la epopeya de la colonización judía en la Argentina”. Aparecen entonces los gauchos judíos, los conservadores y radicales, la discriminación, el tesón, la victoria y la desazón que caracterizaron a toda una época (25).

Varios

En “Una patada”, escribe Samuel Glusberg, bajo el seudónimo de Enrique Espinoza: “es necesario estar al tanto de las crueles trabas impuestas en Rusia y Polonia por los secuaces zaristas, para impedir a los jóvenes judíos llegar a las profesiones liberales; y conocer los sacrificios heroicos de aquellos estudiantes de toda la vida, para explicarse el valor que una madre judía concede a su diploma universitario” (26).
En “Carroza y reina”, relata Isidoro Blaisten: “La señora Zúñiga, subiendo la pollera de su largo sari turquesa, corre por el medio de la calle y sus altos tacones repiquetean como un eco. Detrás el padre Agustino del Mónaco y el maestro filetero León Untroib hablan mientras corren. En la vereda del Banco Popular, el vocal Cavalcanti ha abierto una brecha por donde pasan el representante de Sadaic, la viuda de Borsini y el presidente del Hogar Croata. Enredadas en los ruedos de sus vestidos, las esposas de los vocales suplentes corren detrás de sus esposos” (27).
El protagonista de “Esperanza”, de Santiago Korovsky, “Con la gente del conventillo se había ido encariñando, había cinco polacos, una pareja de gallegos, una pareja de judíos con un hijo, tres italianos y dos alemanes. Era gente humilde, cariñosa, generosa y solidaria. Algunos habían probado suerte como él, pero, también, habían perdido” (28).

En cuentos infantiles y juveniles

Húngaros


En "El amigo", de Susana Goldemberg, relata el protagonista: "Hungría es mi país de origen. Argentina, mi patria. Mi casa natal, las casas de mis primos, las de todos los miembros de mi familia, eran hermosas y amplias residencias enclavadas en la campiña" (29).

Rusos

Acerca de Cuentos de la bobe, escribe Susana Goldemberg: "El presente libro es netamente histórico. No me he apartado un ápice de la verdad. La totalidad de su contenido es auténtico, real; ha ocurrido tal cual como se narra. Por respeto a los niños. Por respeto a los protagonistas. Y porque son tan bellas y profundas sus experiencias, que no cabe ninguna modificación que las altere, ni en favor de la poesía, ni en pro de la fantasía".
Uno de los cuentos incluidos en este volumen escrito "Por y para" sus hijos, es “Papá”. En él, Goldemberg recrea una despedida: “Argentina. El nombre raro. Otro país. Del otro lado del mar. Papá trató de explicarme: -Es un país grande, rico, generoso. Allí respetan a todos los hombres del mundo que quieran trabajar sus tierras. No importa en qué templo o en qué idioma le hablen a Dios. Enseguida papá me alzó en sus brazos. Con torpes manos, recorrió mi cara: los rulos sobre la frente, las cejas, el dibujo de mi nariz, la línea de los labios. Y pellizcó mi mentón, como siempre lo hacía cuando me daba el beso de las buenas noches” (30).

El pequeño protagonista de “Historia con tango y misterio”, de Oche Califa, pregunta por qué sus abuelos emigraron de Rusia. El padre le contesta: “Por el ejército del zar. Cada vez que aparecían por la aldea donde vivía era para llevarse a los jóvenes a pelear en alguna guerra en la otra punta del país” (31).

Sin mención de origen

Marcelo Birmajer evoca su experiencia en la primaria. A propósito de un hecho que está relatando, dice: “La historia transcurre en el colegio Doctor Hertzl, una institución judío-laica donde cursé hasta el cuarto grado de la escuela primaria. No pasé de cuarto grado porque el estudio simultáneo del inglés, el hebreo y el castellano, sumado a una confusa situación familiar, me dejó varado en una dislexia consistente en escribir el castellano de derecha a izquierda, como el hebreo; y el hebreo de izquierda a derecha, como el castellano. Sin duda podría haberme presentado como atracción en un circo grafológico, pero no era la habilidad más indicada para cursar regularmente el cuarto grado” (32).

Varios

Había inmigrantes entre los personajes de “No hagan olas”, de Elsa Bornemann: “En aquel conventillo de Buenos Aires, cercano al puerto y donde vivían hace muchos años, los inquilinos argentinos tenían la costumbre de poner apodos a los extranjeros que –también- alquilaban alguna pieza allí. No eran nada originales los motes, y errados la mayoría de las veces, ya que –para inventarlos- se basaban en el supuesto país o región de procedencia de cada uno. Tan supuesto que –así, por ejemplo- don José era llamado ‘el Ruso’, aunque hubiera nacido en Ucrania... A Sabadell, Berenguer y sus esposas les decían ‘los gallegos’, si bien habían llegado de Barcelona sin siquiera pisar Galicia... Apodaban ‘los turcos’ al matrimonio de sirilibaneses; ‘los tanos’, a la pareja de jóvenes italianos de Piamonte que jamás habían conocido Nápoles e –invariablemente- ‘el Chino’, a cualquier japonés que diera en fijar allí su transitorio domicilio. Sin embargo, podríamos deducir un poco más de conocimientos geográficos, de información y hasta cierto trabajo imaginativo por parte de aquellos pensionistas argentinos, de acuerdo con los sobrenombres que les habían adjudicado a la dueña de la casona y a su hijo. Ambos eran griegos. Por lo tanto ‘la Homera’ y ‘el Homerito’, en clara alusión al autor de La Ilíada y La Odisea, el genial Homero. Por supuesto, a todas las criaturas que habitaban esa construcción tipo ‘chorizo’ (cuartos en hilera, cocina y bañitos ídem, abiertos a ambos lados de un patio), los `rebautizaban’ con los mismos motes que sus padres, sólo que en diminutivo” (33).

Notas
1. A. Castillo, D. Sáenz, H. Conti y otros: El cuento argentino 1959-1970. Selección, prólogo y notas por el Seminario de Crítica Literaria Raúl Scalabrini Ortiz.. Buenos Aires, CEAL, 1980. Pág. 48. (Capítulo).
2. Lynch, Marta: “Entierro de Carnaval”, en Los cuentos tristes. Buenos Aires, CEAL, 1967, p. 129.
3. Blaisten, Isidoro: “Permiso, maestro”, en Carroza y reina. Buenos Aires, Emecé, 1986. 219 pp.
4. Blaisten, Isidoro: “Carroza y reina”, en Carroza y reina. Buenos Aires, Emecé, 1986. 219 pp.
5. Jorgi, Sebastiàn Antonio: “Tardes del Lorraine”, en Tardes del Lorraine. Buenos Aires, Ediciones del Valle, 1996.
6. Soriano, Osvaldo: “El hijo de Butch Cassidy”, publicado originalmente en el diario Página/12, forma parte de "Cuentos de los años felices", Editorial Sudamericana, 1993. Incluido en Letrópolis (www.letropolis.com.ar), Diciembre de 2006.
7. Kohen, Natalia: “Weronicka, la masajista polaca”, en Todas las máscaras. Buenos Aires, Temas Grupo Editorial, 1997.
8. Giacometto, Leonel: “Gratitud”, en León, Luis et al.: Rostros de una identidad. Relatos premiados del Concurso Internacional de Cuentos de Temática Judía. Buenos Aires, Editorial Milá, 2004. 96 pp.
9. Mazor, Alberto: Sobre encuentros y despedidas. Buenos Aires, Milá, 2006. 88 pp. (Imaginaria)
10. Gerchunoff, Alberto: “La siesta”, en Los gauchos judíos. Incluido en R.J.Payró, J.C.Dávalos, R.Mariani y otros: El cuento argentino 1900-1930 antología. Selección y prólogo por Eduardo Romano, notas por Alberto Ascione. Buenos Aires, CEAL, 1980. (Capítulo, vol. 60).
11. Gerchunoff, Alberto: “El día de las grandes ganancias”, en Cuentos de ayer. Buenos Aires, Ediciones Selectas Amèrica, Tomo I, Nº 8, 1919.
12. Espinoza, Enrique (Samuel Glusberg): “Mate amargo”, en La levita gris Cuentos judíos de ambiente porteño. Buenos Aires, BABEL.
13. Bustos Domecq, H.: “Las noches de Goliadkin”, en H. H. Bustos Domecq, A. Pérez Zelaschi y otros: El cuento policial. Selección de Jorge Lafforgue y Jorge B. Rivera. Buenos Aires, CEAL, 1981. (Capítulo, vol. 104).
14. Blaisten, Isidoro: “Permiso, maestro”, en Carroza y reina. Buenos Aires, Emecé, 1986.
15. Blaisten, isidoro: “Carroza y reina”, en Carroza y reina. Buenos Aires, Emecé, 1986.
16. Jorgi, Sebastián: “El baile”, en Fuga y vigilia. Buenos Aires, Ediciones del Valle, 1996.
17. Ketzelman, Zahira Juana: en el grillo, Suplemento: Gabinete de Letras y Arte. N° 9, 2000.
18. Resnizky, Hilel: Peregrinación entre patrias. Buenos Aires, Milá, 2001.
19. Blaisten, Isidoro: “Lotz no contesta”, en Carroza y reina. Buenos Aires, Emecé, 1986. 219 pp.
20. Kohen, Natalia: “El gran sueño”, en Todas las máscaras. Buenos Aires, Temas Grupo Editorial, 1997.
21. Blaisten, Isidoro: “Lotz no contesta”, en Carroza y reina. Buenos Aires, Emecé, 1986. 219 pp.
22. Korovsky, Santiago: “Esperanza”, en El Jardín de la Esquina / ÆQUALIS /
23. Averbach, Màrgara: “El cardenal”, en Aquì donde estoy parada. Còrdoba, Alciòn, 2002.
24. Krimer, Marìa Inès: en El Tiempo, Azul, 9 de febrero de 1997.
25. Resnizky, Hilel: Puentes de papel. Buenos Aires, Milá, 2004.
26. Espinoza, Enrique (Samuel Glusberg): “Una patada”, en La levita gris Cuentos judíos de ambiente porteño. Buenos Aires, BABEL.
27. Blaisten, Isidoro: “Carroza y reina”, en Carroza y reina. Buenos Aires, Emecé, 1986.
28. Korovsky, Santiago: “Esperanza”, en “Bienvenidos al Concurso Literario 1997”, El Jardín de la Esquina / Aequalis.
29. Goldemberg, Susana: "El amigo", en Cuentos de la bobe. Santa Fe, Librería y Editorial Colmegna, 1976 (Colección Entre Ríos). Prólogo de César Tiempo. Foto de tapa: Pedro Luis Raota (E. FIAP).
30. Goldemberg, Susana: "Papá", en Cuentos de la bobe. Santa Fe, Librería y Editorial Colmegna, 1976 (Colección Entre Ríos). Prólogo de César Tiempo. Foto de tapa: Pedro Luis Raota (E. FIAP).
31. Califa, Oche: “Historia con tango y misterio”, en Un bandoneón vivo. Buenos Aires, Sudamericana, 2002.
32. Birmajer, Marcelo: No es la mariposa negra. Buenos Aires, Sudamericana, 2000.
33. Bornemann, Elsa: No hagan olas (Segundo pavotario ilustrado. 12 cuentos). Ilustraciones: O´Kif. Buenos Aires, Alfaguara, 1998.

Poemas

Búlgaros

Paulina Vinderman habla a su padre en un poema (1):
-Anoche soñé que sacaba un pasaje para Bulgaria-
quiero decirle.
Llego a una ciudad amplia y resuelta, apoyada en un
mar interior (un mar de manual, con muchos barcos enhiestos.)
Inexplicablemente la ciudad está callada
y resuenan mis pasos sobre las calles.

Lituanos

En su poemario Las huecos de tu cuerpo (2), Manuela Fingueret dice a su madre:

tus pies se arrastran
en la noche
como una alucinación
que se desliza
por las paredes
del hotel de inmigrantes y
tu cuerpo se estremece
hija entre tantas
en una aldea
de Lituania.

Polacos

La madre de Susana Szwarc, nacida en Polonia, vivió en Siberia. En “Declive” (3), la poeta expresa:

Por el ojo de la cerradura vemos
cómo deja la palangana en el suelo: tiene agua. Ahora
no se ve. Hasta que levanta la mano
blanca, la misma con que la prisionera (jovencita
en Siberia) llevaba maderos hacia el barco.

En “Corrientes esquina gueto” (4), Manuela Fingueret evoca la realidad del inmigrante polaco:

Una tierra prometida
untada sobre pan Goldstein
entre pastrom caliente
y el mar rojo atravesado
por Corrientes
o por Serrano
a la espera de Moisés
que no sabe idish
para descifrar los mandamientos.

En “La última carga de los jinetes polacos”(5), poema incluido en Las Edades/ The Ages, Ricardo Feierstein se refiere al doloroso desarraigo del abuelo que emigra a la Argentina:

Esto contó, hace años, Moishe Búrej
judío orgulloso y
polaco de veinte generaciones
que huyó hacia América, desde esa
tierra bordada por antisemitas.

Y él, mi abuelo, hacia su final
Adivinó el momento en que iba a irse.

Rusos

Leopoldo Lugones, en “la ‘Oda a los ganados y las mieses’ muestra una expansión jubilosa en la exaltación de la tierra, los hombres y los frutos, sin rehuir prosaísmos certeros de cordial resonancia. Desde el diálogo pintoresco que sitúa con felicidad en su medio al criollo o al extranjero hasta el cuadro familiar a veces íntimo y conmovido de recuerdos, Lugones hace explícita una convivencia con el mundo humano, animal o de humildad biológica que sorprende por la extrema y sutil observación. Hay ternura y gracia en el diminutivo y las imágenes justas multiplican ante el lector la hirviente variedad de ese vivo universo” (6).
En esa oda, Lugones canta al ruso Elìas, que vive en paz en la nueva tierra:

Pasa por el camino el ruso Elías
Con su gabán eslavo y con sus botas,
En la yegua cebruna que ha vendido
Al cartero rural de la colonia,
Manso vecino que fielmente guarda
Su sábado y sus raras ceremonias,
Con sencillez sumisa que respetan
Porque es trabajador y a nadie estorba.

En su poema “En el día de la recolección de los frutos” (7), Alfredo Bufano homenajea a los rusos con estos versos:

Salud, hijos del Volga y de Siberia,
y de todas las tierras que ayer fueron del Zar;
salud, mas no al que viene
haciendo tremolar
banderas empapadas de sangre, fuego y muerte
sino al que viene a amar y a trabajar,
y al que llega con sed de justicia
o fatigado en busca de un regazo cordial;
porque esta tierra nuestra, grande, sagrada y bella,
también la damos para descansar.

De Rusia parte Jacobo Fijman, a los cuatro años de edad, en 1898. Mucho tiempo después escribiría (8):

¡Ah! Yo soy uno de esos caminantes
Que aún no han encontrado su camino;
Pero he gustado un luminoso vino
en huertos generosos y fragantes.

Kehos Kliguer escribió “Las cenizas de mi hermanita” (9), texto incluido en un poemario referido por completo a la Shoá:
Tráeme viento las cenizas de mi hermanita,
quiero enterrarlas en mi corazón;
búscalas bien, están mezcladas
con cenizas de ancianos y ancianas.
Voy a guardar esas cenizas como un talismán,
hasta el fin de mis días.
Después voy a dárselas
al Señor del mundo como obsequio.

Tamara Kamenszain, descendiente de rusos, es la autora de El ghetto. Ese libro, dedicado a su padre, incluye el poema “Arbol de la vida” (10), en el que expresa:

Mi duelo, lo que estoy viendo
es el Gran Buenos Aires desde un cementerio judío.
(...)
Mi duelo, lo que estoy viendo
será de aquí en más este verdor que te dedico.
Hoy florecen en las copas de los árboles todas mis raíces.

Guiora (Jorge) Reichler, en uno de sus poemas (11) se refiere a su condición de descendiente de inmigrantes:

Doy gracias, Argentina
por tu marco social, único
pese a que de vez en cuando éramos rusos
que en argentino era decir judíos,

Ucranios

César Tiempo manifiesta su sentimiento en un poema (12):

¡Yo nací en Dniepropetrovsk!
No me importan los desaires
con que me trata la suerte.
¡Argentino hasta la muerte!
Yo nací en Dnepropetrovsk.

En un poema inédito (13), Griselda García evoca a los ucranios de su barrio:

Hacia mediodía el aire se agita,
olor a carne asada desde casas vecinas,
niños llorando,
familias de Ucrania discutiendo a gritos,

Sin mención de origen

En “Llanto por un niño exilado” (14), escribe Germán Berdiales:

El tipo, el modo, el traje
y ¡ay!, sobre todo, algo
-de que quiero aliviarme
llorándolo al cantarlo-,
su condición decía
de pequeño exilado:
-yo no sé si sajón,
yo no sé si germano,
yo no sé si judío,
yo no sé si cristiano-,
una manga, la izquierda,
vacía a medio brazo.

Enrique Novick describe, en “Balada para un padre ausente” (15), el efecto que la música de su tierra tenía en el padre enfermo de Alzheimer:

Cuando le
cantaba,
próximo
a su lecho,
canciones
antiguas,
sin nombre
ni dueño,
que hablan
de una aldea
con hornos
de piedra,
cerca de las
casas,
sus pisos
de tierra,

Mónica Sifrim (16) escribe:

No señor. En mis antepasados no hay diabéticos, hipertensos,
cardíacos ¿Cómo explicarle? De cada diez antepasados míos,
uno moría en las revoluciones, otro en las cámaras de gas
y cuatro o cinco de melancolía.
Ya sé que no se heredan tales males. La mandrágora deja
ese letargo de naranjas agrias. Luego talco, y a mover los
genes fresquecitos.
Pero cuando llegan oleajes de dolor oleajes de dolor oleajes
se descubre un vago parecido: ¡Mire qué bonita!
Mete el brazo en el horno como lo hacía su tatarabuela.

En “Los ojos de la noche” (17), poema de Marcos Silber, se evoca la amargura de los que, en la nueva tierra, sabían que los suyos eran víctimas de la persecución. Desde la Argentina, quienes emigraron observan impotentes el genocidio. La angustia y la desolación son presentadas por medio de imágenes de los adultos, a los que un niño comprende desde su infinita sabiduría:

Mamá llorándole toda la cabeza al pequeño. Regándole
el sueño, todo el juego. Mamá que regresa con papeles.
Cartas, papeles de adiós y tormento. Avisos de nuevos
silencios. 1940.

Varios

En su poema “En el conventillo” (18), Jevel Katz alude a los inmigrantes.

Cuartitos, cuartitos, cuartitos,
y nunca falta algo de barro.
Hay gente allí de todo el mundo
árabes, españoles, turcos, italianos,
todos apiñados en un mismo patio;
y no faltan judíos de Lituania,
y polacos, y galitzianos.

Carlos Paoli es el autor de estos versos (19):

Me procuro primero un compadrito
un ruso, un francés, un cocoliche,
una vieja chismosa, un garabito,
un conventillo, una calle y un boliche.
Con estos elementos y una mina
que la va de cascarrienta y coqueta
que se cree gran señora y es una rea,
un taita que afila y un obrero,
que atrás de ella con el taita la camina
y se charla por la paica y es cabrero.
Ya con eso tiene bastante el sainetero

En “Canción a Berisso” (20), Matilde Alba Swann recuerda las escuelas de esa localidad:

Yo le canto a tus niñas saliendo de la escuela:
alemanas, rusitas, italianas, armenias,
distintas lenguas todas e idéntico candor;
y canto a las pequeñas hijas de mi tierra
"made in argentina" levadura extrajera,
raíces que se prenden a un destino mejor.

Le canto al influjo de tus academias
alimentando el sueño de tu adolescencia
por salir del hollín;
y canto a tus escuelas nocturnas para adultos
donde padres y abuelos aprenden a escribir.

Notas
1. Vinderman, Paulina: “Bulgaria”, en Bulgaria. Biblioteca Virtual Beat 57.
2. Fingueret, Manuela: Los huecos de tu cuerpo. Buenos Aires, Grupo Editor Latinoamericano, 1992. Págs. 11-4.
3. Szwarc, Susana: “Declive”, en Bailen las estepas. Buenos Aires, Ediciones de la Flor, 1999.
4. Fingueret, Manuela: “Corrientes esquina gueto”, en Esquinas. Catálogos. Buenos Aires, 2001.
5. Feierstein, Ricardo: “La última carga de los jinetes polacos/ The Last Charge of the Polish Cavalry”, en Las Edades/ The Ages. Traducido del español por Jim Kates y Stephen A. Sadow. Buenos Aires, Milá, 2004. 240 pp. (Poesía).
6. Lugones, Leopoldo: “Oda a los ganados y las mieses”, en Antología Poética. Buenos Aires, Espasa-Calpe, 1965.
7. Bufano, Alfredo R.: “En el día de la recolección de los frutos”, en Para todos los hombres que quieran habitar el suelo argentino, Buenos Aires, Clarín.
8. Fijman, Jacobo: “Caminante” (poema inédito) en Clarín, Buenos Aires, 14 de diciembre de 2002.
9. Kliguer, Kehos: “Las cenizas de mi hermanita”, en Weinstein, Ana E. y Toker, Eliahu: “La rama argentina de la literatura ídish, y rama ídish de la liteatura argentina”, en Weinstein, Ana E. y Toker, Eliahu: La letra ídish en tierra argentina Bío-bibliografía de sus autores literarios. Buenos Aires, Milá, 2004. Traducción de Eliahu Toker.
10. Kamenszain, Tamara: “El árbol de la vida”, en El ghetto. Buenos Aires, Sudamericana, 2003.
11. Reichler, Guiora: “Doy gracias, Argentina”, en Reichler, Guiora: En nombre de todas las soledades. Buenos Aires, Milá, 2005. 80 pp. (Poesía).Notas
12. Koremblit, Bernardo Ezequiel: “La bohemia cultural judeoargentina en las décadas del ’30, ’40 y ‘50”, en Feierstein, Ricardo y Sadow, Stephen A. (comp.): Recreando la cultura judeoargentina / 2 Literatura y artes plásticas. Buenos Aires, Editorial Milá, 2004.
13. García, Griselda. Poema inédito.
14. Berdiales, Germán: Cantan los pueblos americanos. Ediciones Peuser, Buenos Aires, 1957. Citado por Sylvia Oyenard de Puentes en “Un viaje al corazón de América latina”, 2006.
15. Novick, Enrique: “Balada para un padre ausente”, en La Prensa, Buenos Aires, 10 de enero de 1999.
16. Sifrim, Mónica: “XXXI”, en Novela familiar. Buenos Aires, Ediciones Ultimo Reino, 1990. Pág. 27.
17. Silber, Marcos: “Los ojos de la noche”, en Doloratas. Buenos Aires, Milá, 2001. (en colaboración con Carlos Levy).
18. Katz, Jevel: “En el conventillo”, en Weinstein, Ana E. y Toker, Eliahu: “La rama argentina de la literatura ídish, y rama ídish de la liteatura argentina”, en Weinstein, Ana E. y Toker, Eliahu: La letra ídish en tierra argentina Bío-bibliografía de sus autores literarios. Buenos Aires, Milá, 2004. Traducción de Eliahu Toker.
19. Paoli, Carlos: “Sainetes argentinos”
20. Swann, Matilde Alba: “Canción a Berisso”, en Canción y grito, 1955. Incluido en www.matildealbaswann.com.ar

Letras de milongas

A los inmigrantes judíos canta Pedro Orgambide, en la “Milonga del barrio Once” (1), que comienza así:

Milonga del barrio Once
milonga de gente hebrea,
de quien trajo la tristeza
que en la milonga se esconde.

Perseguidos, gente pobre,
vieron nacer otra estrella,
que brilla en estas veredas,
en las veredas del Once.

Notas
1. Orgambide, Pedro: “Milonga del barrio Once”, citado en Feierstein, Ricardo: Historia de los judios argentinos. Buenos Aires. Galerna, 2006. 464 pp. Tercera edición revisada, ampliada y con cuadro cronológico desplegable. Prólogos de Marcos Aguinis y Héctor Schmucler.

Letras de canciones

Algunas de las composiciones de los gitanos rusos han sido recopiladas por Perla Miguelí y transcriptas musicalmente por Pedro Leguizamón, en el Primer cancionero gitano de la Argentina (1).
En la “Introducción”, escribe Miguelí: “las canciones nuestras están basadas siempre en hechos reales, en acontecimientos que han pasado. Son anécdotas cantadas, inspiradas por el protagonista o por algún antepasado que transmitió el caso como canción. Pequeñas historias que pueden haber parecido importantes sólo para el grupo, en el momento de componerse, pero que con el paso de las generaciones adquieren una grandeza especial, una ternura, una bella sencillez, una frescura que nos cautivan a los que tenemos en nuestros oídos mucho más material de música (por discos, cassettes, compactos, radio, televisión, etc) que los que se podrían tener en otras épocas. Muy ocasionalmente, hoy en día en alguna fiesta o reunión se entonan canciones gitanas, para sorpresa y deleite de los presentes”. Entre estas canciones se encuentra “Linela mamo” (Se la llevaron, madre), que comienza así:

Ay, se la llevaron, madre, sí,
Y no la devolvieron, no.
La llevaron, madre,
Lejos, a otras tierras.

Notas
1. Miguelí, Perla y Leguizamón, Pedro: Primer cancionero gitano de la Argentina. Recopilación y notación musical. Mar del Plata, 1995.

En teatro

“La urbe no consigue absorber del todo el aluvión tumultuoso que avanza desde el puerto –afirma Luis Ordaz-, y si bien el inmigrante se va incorporando al medio que habita e integra. Éste (el medio) se conforma, asimismo, con dicha participación e incidencia. El inmigrante se adapta o no, pero, a la vez, impone un nuevo sentido a las cosas y hasta las nombra y condimenta con vocablos y giros que componen una nueva jerga de frontera. Italianos y españoles, particularmente, pero también ‘turcos’, polacos, ‘rusos’ (judíos de variadas procedencias), animan una población pintoresca por el enfrentamiento, habitualmente apacible y sin prejuicios de ninguna índole, de todas las nacionalidades, razas y credos. Todo esto resalta, de manera natural, en el ‘sainete porteño’ “ (1).
“En Mustafá, sainete que Armando Discépolo y Rafael José De Rosa escriben en colaboración, y estrenan en 1921, don Gaetano (tano típico del género) se entusiasma ante la fusión, la ‘mescolanza’, que se logra en las bulliciosas casas de vecindad porteñas” (2). Conversando con el turco que da nombre a la obra destaca el clima amistoso del conventillo: “E lo lindo ese que en medio de esto batifondo nel conventillo todo ese armonía, todo se entiéndano: ruso co japonese; francese con tedesco; italiano co africano; gallego co marrueco. ¿A qué parte del mondo se entiéndono como acá: catalane co españole, andaluce co madrileño, napoletano co genovese, romañolo co calabrese? A nenguna parte. Este e no paraíso. Ese ne jauja. ¡Ne queremo todo!” (3).
A criterio de Ordaz, “Don Gaetano se refiere, efusivo, a una parte verdadera e importante del conventillo, mientras la otra parte, que sirve para completar la visión, queda soslayada: ¿quiénes habitan las enormes casonas, cómo se vive en un conventillo?” (4).

La Madonnita, obra que Mauricio Kartun escribió con la Beca para Personalidades Destacadas, otorgada por el Instituto Nacional del Teatro, fue distinguida con numerosos premios. En esa pieza teatral se alude a gringos, polacas, un lituano y un uruguayo, a quienes no se ve sobre el escenario (5).
Entrevistado por Hilda Cabrera, manifestó el autor: “Cuando empecé a escribir esta obra, la imaginé en el siglo XVII o XVIII. Después, pensé que podía ubicarla en la Semana Trágica. Cuando me inicié en la escritura teatral, mi primer impulso fue crear una historia que transcurriera en esa semana, pero dejé ese proyecto. Es una deuda que tengo conmigo. En algún momento el fotógrafo Hertz se refiere al desabastecimiento de pintura, y ahí apareció en mi cabeza la visión de la Primera Guerra, pero cuando tuve que dirigir me encontré con un dilema. Si quería utilizar la luz eléctrica de manera verosímil, debía trasladar la obra a una época más cercana, porque esto en 1914 no era creíble. Releyendo lo escrito, sentí que no traicionaba mi propio material si lo acercaba a la década de 1930. (...) Basilio “vende fotografías pornográficas en el baño de una fonda a los que están esclavizados por el trabajo, a los inmigrantes, porque aquélla era una sociedad de hombres solos. Son personajes que tienen alguna relación con esas zonas desesperadas que revelan los textos de Arlt. Esta gente necesita ganar plata de cualquier modo y encontrar algo que se parezca a la salvación. Este aspecto siniestro se compensa en La Madonnita con las actuaciones que tienen encanto, seducción y hasta ingenuidad. Esto, creo, equilibra la atmósfera y le da otro tono a la tragedia a la que es conducida la mujer” (6).

En Volvió una noche, de Eduardo Rovner, “Fanny hará todos los cambios posibles en su personalidad y sus convicciones, de modo que su transformación interior la lleve al amor y unión con su hijo, quien se casará con una ‘gallega’ “ (7).

Andrea Bauab “ha sido la creadora e impulsora de la ‘Compañía de Teatro Judío Contemporáneo’, con el incentivo y el apoyo del Departamento de Cultura de AMIA donde seis elencos representan dichas obras. Cabe destacar que las cuatro obras publicadas en este libro fueron dirigidas por el talentoso Eduardo Vigovsky”. “Es nuestro deseo –continúa Moshé Korin- que se difundan, que otros directores y actores las interpreten y hagan llegar sus interrogantes, reflexiones y mensajes a provincias de la Argentina y a otros países de Latinoamérica”.
A punto de irnos (8) refleja el conflicto, las dudas, los intereses disímiles de los integrantes de una familia que emigrará a Israel. Los integrantes de esa familia no están del todo de acuerdo: es una decisión muy dura, y cuesta tomarla. El padre, hasta último momento, intentará quedarse en la Argentina, dando un nuevo voto de confianza a la realidad de nuestro país, pero recapacitará a tiempo.
Desde la cuna (9) plantea algunas de las posturas posibles con respecto a la religión, la tradición, y el respeto por los ideales de la comunidad. Varios personajes encarnan esos puntos de vista, que los llevarán a plantear aspectos de una situación acerca de la cual todos ellos tienen algo valioso para decir.
Nunca es demasiado tarde (10) relata la historia de una mujer mayor, que decide casarse. Muestra la oposición de los hijos y la aceptación de los nietos, acercando a dos generaciones que, casualmente, son las que se acercan al buscar la historia de cada familia. Se sostiene que, entre los inmigrantes de diversos orígenes, quienes buscan las raíces son los más jóvenes, los que no ha sufrido directamente las consecuencias del desarraigo de los inmigrantes. En esa misma obra, un personaje se refiere a los refugiados nazis que vivieron en Bariloche.
El sueño de Theodor (11) es una obra diferente, aunque relacionada con las anteriores por la confrontación entre el ideal y la realidad. En ella, Theodor Herzl dialoga con Itzhak Rabin; de ese diálogo, imaginado por la autora, surgirán interesantes conceptos.
Representativo para los judíos, este libro es importante asimismo para quienes no lo somos, porque evoca la desazón siempre vigente de quien ha dejado su tierra, de quien ve que sus hijos no continúan las tradiciones en el nuevo país, de quien comprueba apesadumbrado que debe emigrar. Refiriéndose a los judíos, las obras de Bauab nos hablan, en definitiva, de la diáspora de todos los inmigrantes, que encontraron aquí una nueva tierra, en la que tuvieron variada suerte.

Notas
1. Ordaz, Luis: “Armando Discépolo o el ‘grotesco criollo’ “, en Historia de la Literatura Argentina. Buenos Aires, CEAL, 1980.
2. ibídem
3. Discépolo, Armando y De Rosa, Rafael: Mustafá, citado por Páez, Mario, en El conventillo. Buenos Aires, CEAL, 1990.
4. Ordaz, Luis: op. cit.
5. Kartun, Mauricio: La madonnita. Buenos Aires, Editorial Atuel, 2005. 128 pp. (Biblioteca del Espectador)
6. Cabrera, Hilda: “MAURICIO KARTUN HABLA DE “LA MADONNITA”, SU NUEVA OBRA “El hombre idealiza a las mujeres” “, en Página 12, 18 de octubre de 2003. www.pagina12.com.ar
7. Holte, Matilde Raquel: Teatro Contemporáneo Judeoargentino Una perspectiva feminista bíblica. Buenos Aires, Milá, 2004. (Ensayos).
8. Bauab, Andrea: A punto de irnos, en Bauab, Andrea: Cuatro Obras de Teatro Judío Moderno. Buenos Aires, Milá, 2005. 160 pp.
9. Bauab, Andrea: Desde la cuna, en Bauab, Andrea: op. cit.
10. Bauab, Andrea: Nunca es demasiado tarde, en Bauab, Andrea: op. cit.
11. Bauab, Andrea: El sueño de Theodor, en Bauab, Andrea: op. cit.

En cine

Alberto Gerchunoff escribió Los gauchos judíos en 1910, para celebrar un momento culminante de nuestra historia. Décadas más tarde, el libro fue llevado al cine. Al respecto, Jorge Miguel Couselo afirma que “La briosa versión de Los gauchos judíos (Jusid, 1975), con la originalidad de una interrelación folclórica nunca tocada por el cine argentino, sufrió el torpe tronchamiento de la censura, que no admitió en imágenes pasajes que cuatro generaciones de estudiantes leyeron en la prosa de Alberto Gerchunoff” (1). Sobre el film escribe Ricardo Manetti: “La pantalla también devuelve (...) el retrato nostálgico y épico de la gesta de los inmigrantes” (2).

En abril de 2001 se estrenó Un amor en Moisésville (3), film dirigido por Antonio Ottone –que también escribió el guión- y protagonizado por Víctor Laplace y Cipe Lincovsky. Sobre esa película se afirmó: “Antonio Ottone regresa al cine de la mano de una historia ambientada en tiempos en los que un contingente de la colectividad judía procedente de Europa desembarcaba a principios de siglo en la provincia de Santa Fe. Víctor Laplace y Cipe Lincovsky hacen un homenaje desde sus personajes” (4).

Notas
1. Couselo, Jorge Miguel: en Historia de la literatura argentina. Buenos Aires, CEAL, 1980.
2. Manetti, Ricardo: “El cine de la digresión”, en Cien años de cine. Buenos Aires, La Nación Revista, Tomo II.
3. Ottone, Antonio, dir.: Un amor en Moisés Ville. Abril de 2001.
4. S/F: “Un amor en Moisés Ville”, en Película Cinemark archivos/Cinemark-Ottone.htm

En televisión

Niní Marshall creó, entre otros personajes, a Doña Pola, protagonista del libreto (1) que transcribo parcialmente:

DOCTOR: ¡La que sigue, adelante! ...
D. POLA: ¡Boinas tardes, doctor!...
DOCTOR: Buenas señora ... Pase, por favor. D. POLA: Permiso ... Gracias.
DOCTOR: Tome asiento. Hagame el obsequio.
D. POLA: Momintito. Voy sacarme tapado de vison.
DOCTOR (SORPRENDIDO): ¿De vison? ...
D. POLA: De vison ... Boino: es cruza de vison y coneja ... pero los hijos salieron todos a la madre ...
DOCTOR: ¡Ah!...
D. POLA: Voy sacudirlo, permiso ...
DOCTOR: ¡¡¡Uf!!! ¿Que es eso que vuela? ¿Polillas?
D. POLA: ¿Y quie van a ser? ¿Palomas?
DOCTOR: Bueno ... ¿su nombre, señora?
D. POLA: Paulina Slotkin de Cohan.
DOCTOR: ¿Estado?
D. POLA: Regular.
DOCTOR: Quiero decir: ¿casada?
D. POLA: Casada.
DOCTOR: ¿Con prole?
D. POLA: ¡No! Con Abraham.
DOCTOR: Digo, si tiene hijos; si tiene prole.
D. POLA: Ah, sí: tres proles y cuatro prolas.
DOCTOR: Bien. ¿Cuantos años cuenta?
D. POLA: ¿Quié se yo?

En 2006 se vio en la Argentina la miniserie Vientos de agua, una coproducción del canal Telecinco de España, Pol-Ka y Cien bares (la sociedad de Campanella y el autor Eduardo Blanco. La dirigen Juan José Campanella, Sebastián Pivotto, Paula Hernández y Bruno Stagnaro (2).
Sandra Russo entrevistó a Campanella: “La coproducción argentino-española, una historia de exilios cruzados entre inmigrantes de las primeras décadas del siglo XX y los argentinos que huyeron en el 2001 admite, según Campanella, una clara connotación: “Tenemos la fantasía de ser ‘apolíticos’, pero hacemos política permanentemente, hasta cuando miramos televisión”.(...) Cuenta Campanella que para los trece capítulos de Vientos de agua trabajaron dos años y medio. “Escribimos los dos primeros guiones cuatro autores juntos: Aída (Bortnik), Juan Pablo (Domenech), Aurea (Martínez) y yo. Fueron ocho meses. No sólo había que recrear la génesis de los personajes, sino el modelo de estructura sobre el que descansaría la historia. Mucho ida y vuelta, mucha reescritura. El resto de los guiones se llevó adelante desde marzo de 2004.” La idea de entrecruzar a un inmigrante asturiano analfabeto que abandona su tierra natal perseguido por la Guardia Civil con la de su propio hijo, un arquitecto que en 2001 cruza el Atlántico hacia España buscando cómo rearmar su vida y mantener a su familia, se le ocurrió al director mientras vivía en EE.UU., donde residió 18 años. “Un día, en Nueva York, me desperté a las cinco de la mañana para leer todos los diarios argentinos antes de ir a filmar, y pensé ‘pobre el abuelo, que no podía hacer esto’, pero después, destruido por la realidad argentina, me dije: ‘bueno, qué suerte que el abuelo pudo olvidarse de todo y empezar de cero’. O sea, el desarraigo, antes y ahora, es tremendo.” Y sobre el desarraigo cabalga Vientos de agua, porque tanto en el barco “Aquitaine”, que trae al asturiano Andrés Olalla a la Argentina, como en el piso madrileño en el que se hospeda muchas décadas más tarde su hijo, hay cubanos, húngaros, franceses, italianos, gente que por un motivo u otro tuvo que dejar su tierra y se hace mutuamente una compañía precaria pero al mismo tiempo férrea: la compañía que se hacen los desesperados. Allí nacen esas amistades que se mantendrán de por vida y los roces inevitables de los que intentan permanentemente mantener algún tipo de equilibrio” (3).

Notas
1 En el consultorio (fragmento), en LAS TRAVESURAS DE NINÍ Los mejores libretos de Catita, Cándida y otras criaturas, por Niní Marshall. Buenos Aires, Planeta, 1994. (La Mandíbula Mecánica). 206 pp. Fotos de interior y tapa: Annemarie Heinrich.
2 Lamazares, Silvina: “DETRÁS DE ESCENA DE LA GRABACION DE ‘VIENTOS DE AGUA’ Una historia de inmigrantes en dos tiempos”, en Clarín, Buenos Aires, 2 de setiembre de 2005.
3 Russo, Sandra: “Vientos de agua”, la miniserie dirigida por Juan Jose Campanella “Antes y ahora, el desarraigo es tremendo”, en www.pagina12.com.ar, 11 de Junio de 2006.

En historietas

En Caras y Caretas, “en 1927 Hersfield publicó a ‘Abraham Kancha, experto en Uper’ un personaje mitad criollo, mitad judío, que lo presentaba así: ‘¿Romperme una hoieso? Ni vos, ni la negro Kin Charol, ni Firpo, ni nadie mi dieja groggy’ “ (1).

Notas
1. S/F: “Caras y Caretas” de Adrián Ignacio Pignatelli. Publicado en Historia de Revistas Argentinas. Tomo II . AAER

.....

Procedentes de diversas naciones, los inmigrantes que en la Argentina fueron llamados “rusos” contribuyeron al engrandecimiento de la nueva tierra.

Diciembre de 2006

Fotos:
Hospital Israelita Ezrah
Museo de la Shoá

 
 

 

 
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