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Indice 

Introducción
En testimonios
En memorias
En biografías
En periodismo
En costumbrismo
En historietas
En textos escolares
En novelas
En novelas infantiles y juveniles
En cuentos
En cuentos infantiles y juveniles
En poemas
En teatro
En cine
En televisión

En este trabajo reúno informaciónsobre los italianos que llegaron a la Argentina entre 1850 y 1950, sus costumbres y su vida en la nueva tierra, tomando como fuente textos de escritores y periodistas, testimonios de inmigrantes y sus descendientes, memorias y biografías, obras teatrales, films, programas televisivos, muestras pictóricas y exposiciones.

Foto

Presentación

“Desde el comienzo de la conquista europea de América, los italianos desempeñaron un papel fundamental. En nuestro suelo, desde el descubrimiento, hubo italianos en nuestra historia: Américo Vespucio, Antonio Pigafetta (nuestro primer geógrafo) y tantos más. Hubo italianos importantes en el virreinato (el explorador Mascardi, el músico Zipoli, el arquitecto Bianchi). Durante el gobierno de Rivadavia llegaron artistas, técnicos y científicos; alrededor de 1840, los legionarios garibaldinos. Después de Caseros, hubo importantes italianos en la construcción del ferrocarril (Jacobacci, Pompeyo Moneta), en la realización de obras de riego (Cipolletti –en Mendoza, Neuquén y Río Negro) y en la industria (los frigoríficos de Antonio Devoto, las fábricas de embutidos de Fasoli y de lácteos de Magnasco fueron herederas de los saladeros de Rocca y de Berisso)”.
“También después de Caseros, se inicia la emigración masiva de italianos –del norte, primero, del sur, después-. Nuestra Constitución, la ley de fomento de la emigración dictada por Avellaneda, el progreso incesante de nuestra república, el salario superior, la abundancia de campo fértil, la ‘magia’ de América y el sueño de la ‘Argentina, tierra de promisión’, fueron importantes razones para venir a nuestro suelo”.
“En 1854 habia 15.000 italianos en la provincia de Buenos Aires. En 1895, los italianos eran 492.676 v constituian el 12% de la poblacion del paIs. Piamonteses, lombardos y friulanos fueron los primeros en llegar. Luego vinieron calabreses, napolitanos y sicilianos”.
“En 1856, como avanzada de frontera, se establecio la "colonia agricola militar" "Nueva Roma", a 25 km. de Bahia Blanca, pagina epica de la historia nacional. Pero Esperanza, la primera colonia de inmigrantes agricultores, San Carlos, la segunda Colonia (ambas en Santa Fe) y San Jose (Entre Rlos) marcan el comienzo de una verdadera transformacion de nuestro país”.
“Por la inmigracion y colonizacion, "la Pampa Gringa", como la llama Ezequiel Gallo, paso a ser una potencia agricola de trascendencia internacional. Las colonias de italianos suman cientos: Humberto 1°, Lago di Como, Garibaldi, Toscana, Bella Italia, Piamonte, Firenze, Rey Humberto, Victor Manuel, Rufino, y tantas otras”.
“Segun Dionisio Petriella, las colonias italianas de Entre Ríos llegan a 2.000. En Cordoba, hay mas de 400. Entre ellas, Colonia Caroya, el mas friulano de los asentamientos argentinos, mantiene aun hoy la rica vitalidad de sus mas puras tradiciones. Italianos (friulanos) fueron los colonizadores del Chaco y creadores de su industria algodonera. Italianos fueron los propulsores y ejecutores del desarrollo vitivinicola de Mendoza y de San Juan. Italianos tambien, los que sumaron su esfuerzo al crecimiento azucarero de Tucuman, creando colonias espontaneas en torno a los ingenios. Italianos fueron los creadores de la riqueza del Valle del Río Negro, cuya produccion frutícola, con centro en Villa Regina, abarca el 92% de la fruta argentina”.
“Con la colonizacion, Santa Fe pasa de 20.000 hecrareas cultivadas de trigo en 1872, a 500.000 en 1890”.
“En 1878, el 12 de abril, zarpan del puerto de Rosario 6 veleros transportando 4500 toneladas de trigo procedentes de la Colonia La Candelaria, de Santa Fe. Fue la primera exportacion de cereal que hizo el país. Al dejar la presidencia en 1880, Avellaneda expreso ‘el acto mas trascendental de mi gobierno es la exportacion al extranjero de la primera bolsa de trigo argentino’ ".
Italianos del norte y del sur. Agricultores, viñateros, fruticultores, labradores de la tierra y de un futuro mejor. Cultivaron el suelo, sirvieron a la patria y ampliaron nuestro patrimonio espiritual” (1).
“Desde mediados de 1870 hasta 1910 la Argentina absorbió cantidad de inmigrantes italianos. Como una aspiradora enorme timoneada par un ama de casa prolija, atrajo primero a los del Norte: los caffoni, trabajadores del Piamonte, Lombardia y Friuli; los de la zona del Veneto, Emilia y Liguria. Después siguió por los del centro: Umbria, Toscana y Lazio. Por fin llegaron los napolitanos, calabreses y sicilianos, notablemente mas ruidosos y desaforados”.
“Sin que importara el lugar de procedencia, a todos se los llamó "tanos" o "bachichas" y se dio por sentado que hablaban el misrno idioma, aunque los del norte -que se caian de alemanes - no entendieran una palabra de los dialectos que hablaban los terroni del sur, sospechosamente morenos, tirando a africanos. En este "crisol de razas" no contaban los detalles” (2).
“La avalancha migratoria procedente del sur de Europa constituyó sin dudas el mayor contingente humano ingresado en el país entre mediados del siglo XIX y la primera parte del XX; en este contexto, su aporte representó casi el ochenta por ciento del total de los inmigrantes arribados. Si bien los italianos ocuparon el primer lugar por cantidad e impacto en la economía, en la sociedad y en la cultura argentinas, no estaban solos en la aventura transatlántica” (3).
“En las primeras etapas de la inmigración predominaron los septentrionales: lígures, piamonteses y lombardos. Hacia fines del siglo XIX se suman en cantidades importantes los inmigrantes del sur: Calabria, Campania, Basilicata y Sicilia. (...) Los toscanos, que desde siempre se han sentido orgullosos de portar el italiano más pulido, la lengua del Dante, poblarán ‘el gallinero’ en las noches de ópera italiana del Teatro Colón. Los dialectos meridionales de los ‘tanos’ (napolitanos, calabreses, sicilianos) serán responsables del ‘cocoliche’ e inquietarán a las autoridades, preocupadas por el destino de la lengua nacional. Su importancia numérica hará que todos los italianos sean adscriptos a la categoría ‘tano’; del mismo modo que a los españoles se los llamará unánimemente ‘gallegos’, a todo aquel que venga del Imperio Otomano ‘turco’ y actualmente, ‘bolita’ designa a todo el que venga del área andina, sea boliviano, peruano, ecuatoriano, o simplemente jujeño. Este uso de rótulo sirve para homogeneizar la diversidad apabullante y de paso descalificar el ‘Otro’ “ (4).

Notas
1. S/F: “Para todos los hombres del mundo que quieran habitar el suelo argentino”. Buenos Aires, Clarín.
2. Wolf, Ema (texto) y Patriarca, Cristina (investigación): La gran inmigración. Buenos Aires, Sudamericana, 1991.
3. Alvarez, Marcelo y Pinotti, Luisa: A la mesa. Buenos Aires, Grijalbo, 2000.
4. ibídem

En testimonios

Abruzzos

La ética era un valor fundamental para los inmigrantes. Lo afirma Eduardo Mignogna, autor de La fuga: “Nuestros padres, nuestros abuelos, amaban el apellido, la ética, la responsabilidad civil de tener un trabajo y de hacerse cargo de sus hijos y dejarles un apellido. Con su muerte se pierde un sentido de la ética y el país es testigo de esto. Los nietos saben que no tienen el primer referente a quien pedirle explicaciones y aparece la plata dulce, la financiera, esos hombres con apellidos en los diarios sin que les importen las manchas en una política macabra de robos e impunidad” (1).

Juan Caferra deja Chieti en 1897. Trae una higuera: “Entre sus ropas, Juan traía una plantita, con sus rapices apretujadas por un puñado de tierra fuerte y gentil. Era una higuera muy pequeña, que en la despedida la recibió Juan de manos de su hermano, plántala allá en la Argentina, crecerá tanto hasta alcanzar el amor fraterno que por ti siento, le dijo. Juan le prometió cumplir con ello. Por eso en el viaje la protegió, la regó varias veces, algunas hasta con lágrimas de duda” (2).

Notas
1 Boccanera, Jorge: “A dos puntas”, en Clarín, 26 de septiembre de 1999.
2 Blanco, Antonio: “Crónica de mi abuelo inmigrante”, en Escritores de Ensenada.

Apulia

Ennio Carota recuerda la Navidad en Italia, en relación con la figura protectora de la nona: “Sólo esas abuelas de ayer daban a las fiestas un toque tan especial. Un mes antes ya estaba haciendo sus galletitas y yo, junto a ella, pelando uvas para il vino cotto, un típico dulce de su Apulia natal. Eramos pobres, pero había alegría, había amor y todo ello nos hacía olvidar la pobreza” (1).

Notas
1 Becker, Miriam: “Casera e italiana”, en La Nación Revista, 23 de diciembre de 2001.

Basilicata

Tomás Ditaranto, quien emigró en 1904, a los cuatro años, fue aprendiz de herrero a los ocho, y llegó a ilustrar la edición polilingüe del Martín Fierro. Por iniciativa de su hijo, Hugo, surgió en 1983 el Museo Epeo, en Nocara, Italia, que consta de tres salas en las que se exhiben setenta obras. “No fue fácil lograr ese objetivo. Hugo se conectó con parientes de Tomás que habitaban el pueblo donde nació el artista, Montescaglioso, con la idea de armar el museo allí, pero se enteró de que en una ocasión la mafia robó un cuadro de su padre de la Basilicata, entonces, por razones de seguridad y hasta contar con las medidas correspondientes para una exposición permanente, no consideraron oportuno recibir la donación de las ciento cincuenta obras de Ditaranto prometidas por Hugo. Actualmente, se está reconstruyendo la Abadía Benedictina –sumamente importante en Italia- donde es probable que puedan dedicar una sala a las obras de Don Tomás (1).

“Para encontrar a Francisco Rapanaro hay que largarse hasta Lanús Este. Allí vive este artesano, de setenta años, con su familia. Ya jubilado, de su taller salen reproducciones metálicas de autos y carruajes a tracción a sangre a escalas casi perfectas. Nació en Grassano, en la región italiana de Basilicata, y a los diecinueve años llegó a la Argentina” (2).

Antonio Calculli “nació en la ciudad italiana de Matera y desde muy chico se sintió atraido por modificar las formas de pequeños objetos. Se considera ‘escultor en madera, en general, y de miniaturas, en particular’. (...) ‘Nunca estudié arte y la Segunda Guerra Mundial me arrancó de mi patria y luego de estar en Libia, Egipto, Sudáfrica e Inglaterra, recalé en la Argentina, donde empecé como albañil y luego me convertí en comerciante. Recién después de jubilarme, me pude dedicar a esta pasión’, cuenta sobre su vida” (3).

Notas
1 Alfie, Sol: “Tomás Ditaranto. Un homenaje merecido”, en Magazine Actual, Año 3, N° 12, Diciembre de 1998.
2 Marchetti, Ricardo: “Tres locos lindos”, en Clarín, Buenos Aires, 7 de octubre de 2002.
3 ibídem

Calabria

“A fines de 1890 –afirma Ordaz- los Podestá se presentan en Buenos Aires con Juan Moreira hablado, en un corralón que hay en Montevideo y Sarmiento (donde en la actualidad existe un viejo mercado). Después de cuatro años, desde la presentación de Chivilcoy, el espectáculo se ha ido afirmando y completando con nuevas escenas y la inclusión de personajes como el calabrés Cocoliche y otros que corporizan tipos gauchescos de variado pelaje” (1).
Acerca del nacimiento del personaje, José J. Podestá escribe: “Una noche en que mi hermano Jerónimo estaba de buen humor, empezó a bromear con Antonio Cocoliche, peón calabrés de la compañía, muy bozal, durante la fiesta campestre de Juan Moreira, canchando con él y haciéndole hablar. Aquello resultó una nueva escena, fue muy entretenido y llamó la atención del público y aún de los artistas”.
“Por aquel tiempo había ingresado nuevamente a la compañía, sin puesto fijo, Celestino Petray, quien regresaba de la Patagonia en la mayor pobreza. Petray tenía una gran facilidad para imitar a los tanos acriollados, pero a pesar de sus tentativas anteriores para imponerse en el papel de gringo no triunfó hasta que en una ocasión, sin aviso previo, se consiguió un caballo inútil para todo trabajo, uno de esos matungos que por su flacura no sirven ni para cuero, y vestido estrafalariamente y montado en su Rocinante se presentó en la fiesta campestre de Moreira, remedando el modo de hablar de los hermanos Cocoliche”.
“Cuando Jerónimo vio a Celestino con aquel caballo y hablando de tal forma, dio un grito a lo indio y le dijo: -Adiós, amigo Cocoliche. ¿Cómo le va? ¿De dónde sale tan empilchao? A lo que Petray respondió: -¡Vengue de la Patagonia co este parejiere macanuto, amique! No hay ni que decir que aquello provocó una explosión de risa que duró largo rato. Si le preguntaban cómo se llamaba, contestaba muy ufano: -Ma quiame Franchisque Cocoliche, e songo cregollo hasto lo cuese de la taba e la canilla de lo caracuse, amique, ¡afficate la parata! – y se contoneaba coquetamente. ¡Quién iba a suponer que de aquel episodio improvisado, saldría un vocablo nuevo en el léxico popular!” (2).

Elizabeth Dellaguerra, nacida en Calabria en 1899, manifiesta: “Lo que no me gustaba de acá era la leche y el pan, porque la leche es de vaca y la que tomábamos en Italia era de chiva. Pasaba el lechero con su carro tirado por caballos. Al pan le encontraba otro gusto, pero después me acostumbré. (...) El mate me gusta, pero no tomarlo en la calle” (3).

Dijo Ernesto Sábato, en “La memoria de la tierra”, discurso pronunciado al recibir en 1999 la ciudadanía italiana y la Medalla de Oro a la Cultura Italiana en la Argentina: “Yo fui el décimo hijo de una familia de once varones a quienes, junto con el sentido del deber y el amor a estas pampas que los habían cobijado, nuestros padres nos transmitieron la nostalgia de su tierra lejana”. El sentimiento se transforma en literatura: “Ese desgarro, esa nostalgia del inmigrante le he volcado en un personaje de Sobre héroes y tumbas, el viejo D’Arcángelo, que extrañaba su viejo terruño, sus costumbres milenarias, sus leyendas, sus navidades junto al fuego”. Y se asocia a una etapa de la vida: “¿Cómo no comprender la nostalgia del viejo D’Arcángelo? A medida que nos acercamos a la muerte nos acercamos también a la tierra, pero no a la tierra en general sino a aquel ínfimo pedazo de tierra en que transcurrió nuestra infancia. Así también mi padre, descendiente de esos montañeses italianos acostumbrados a las asperezas de la vida, en sus años finales, para defenderse de lo irremediable con el humilde recurso del recuerdo, evocaba la Paola de su infancia. Aquella misma Paola de San Francesco, donde un día se enamoró de mi madre. (...) En el siglo pasado, mis padres llegaron a estas playas con la esperanza de fecundar una tierra de promisión. Se instalaron en la ciudad de Rojas, donde tuvieron un pequeño molino harinero. (...) Al igual que tantos hijos de inmigrantes, crecimos oyendo sus mitos, sus leyendas y sus cantos tradicionales, viendo casi sus montañas y sus ríos de los cuales mi padre me hablaba por las tardes, cuando yo era apenas un niño sentado en sus rodillas” (4).

Roberto Raschella evoca el exilio de su padre: “Mi padre vino varias veces desde la primera preguerra, hasta que, perseguido por el fascismo, se quedó aquí para siempre en 1925. Mi madre, después de muchas dificultades para poder salir de Italia, llegó en 1929”. Afirma el autor de Si hubiéramos vivido aquí, novela distinguida en 1998 con el Segundo Premio Nacional: “Hasta pasados los treinta años, me dediqué al cine y también a la política. En 1964 abandoné las dos cosas. Viajé a Italia, el pueblo de mis antepasados, y al volver empecé a escribir la que fue mi segunda novela. La época anterior y posterior al viaje va a ser la base de mi tercera novela” (5).

Construyó una casa, en 1910, el abuelo del actor Pepe Soriano. En la actualidad, allí vive el nieto famoso con su familia: “Ladrillo y barro, chapa y madera. (...) En este buen lugar, donde hoy hay una galería vidriada con fuente y enredadera, su abuelo Giuseppe armaba a mano zapatos que jamás pesaban más de 300 gramos –era su regla de oro—mientras mascaba tabaco y hablaba en un calabrés imposible con el loro que lo escoltaba sobre una percha” (6).

Notas
1. Ordaz, Luis: “El teatro. Desde Caseros hasta el zarzuelismo criollo”, en Historia de la literatura argentina. Buenos Aires, CEAL, 1980.
2. Podestá, José J.: Medio siglo de farándula – Memorias. Buenos Aires, Río de la Plata, 1930. Citado por Ordaz
3. Barbiero, Daniel: “La abuela que superó al Magiclick”, en El Barrio Periódico de Noticias, Buenos Aires, Agosto de 2003.
4. Sábato, Ernesto: “La memoria de la tierra”, en La Nación, 5 de diciembre de 1999.
5. Ingberg, Pablo: “El amor a los vencidos”, en La Nación, Buenos Aires, 14 de febrero de 1999.
6. Artusa Marina: “El Nono”, en Clarín Viva, 26 de octubre de 2003.

Campania

“Un pequeñísimo inmigrante ilegal. Así fue como arrancó su historia en este país Clorindo Testa, un bebé de tres meses que, a upa de su mamá, quedó demorado muchas horas en un barco mientras afuera, en el puerto de Buenos Aires, la discusiones en torno a su ingreso, que sí que no, arreciaban entre su padre y los funcionarios de migraciones. (...) Hijo de Juan Andrés, un médico radiólogo afincado en el país desde 1910, y de la argentina Ester García, Clorindo Testa (también Manuel José pero sólo de bautismo) nació el 10 de diciembre de 1923 en Nápoles, por designio romanticista de su papá, quien se embarcó con su mujer embarazada para que el primogénito conociera la luz en la tierra de sus mayores. ‘Pero al volver, al viejo no se le ocurrió que tenía que anotarme en el consulado argentino, pensó que si venía con ellos alcanzaría con el registro civil italiano’, explica” (1).

Horacio Spinetto recuerda a un inmigrante fotógrafo de plaza: “Otro minutero, como a él le gustaba que lo llamaran, fue el napolitano don Luis Anselmo, quien durante muchos años retrató infinidad de parejas y conscriptos en Plaza Italia” (2).

“Regresar, sin embargo, no redime de la nostalgia”, afirma Mónica López Ocón en “Interior italiano”, uno de los textos ganadores en el certamen convocado por la Asociación Premio Grinzane Cavour y los diarios Clarín y La Repubblica. “”La nostalgia no se cura porque sólo se curan los males –continúa- y mi nostalgia figura en el inventario de los bienes heredados. A su vez, alguien la heredará de mí” (3).

Notas
1. Muzi, Carolina: “En el nombre del arte”, en Clarín Viva, Buenos Aires, 22 de junio de 2003.
2. Spinetto, Horacio: “El fotógrafo de plaza”, en “Los oficios. Entre el olvido y el rescate”, en www.dgpatrimonio.buenosaires.gov.ar.
3. López Ocón, Mónica: “Interior italiano”, en Clarín, Buenos Aires, 8 de septiembre de 2001.

Emilia Romagna

Artémides Zatti nació en Boretto en 1880 y falleció en Viedma en 1951. Fue laico de la Sociedad Salesiana. José Sobrero sdb escribe: “De Boretto emigraron hacia la República Argentina invitados por un tío para largarse a la aventura de América. En 1887 se establecieron en la ciudad de Bahía Blanca. Y continuaron trabajando. Artémides tuvo varios empleos al estilo de ‘changas’ hasta que aterrizó en una fábrica de baldosas. Comenzó a frecuentar la Parroquia salesiana ‘Nuestra Sra. de las Mercedes¿. Participaba de la Misa y de las actividades comunitarias. Allí nació su vocación: codo a codo con los salesianos” (1).

Notas
1. Sobrero, Jose sdb: “Beato Artémides Zatti sdb”, en sapweb.tripod.com.ar, Instituto San Antonio de Padua. Barrio San Vicente de Córdoba Capital.

Friuli

Syria Poletti, quien emigró a los veintitrés años, afirmaba: “uno, como escritor, pertenece al área en cuyo idioma se expresa. El instrumento con que yo me expreso es el idioma de los argentinos, con todo el substratum cultural que ello implica, por lo tanto soy hija del país, porque el idioma es como la sangre de un país. Los otros idiomas que me habitan –italiano y friulano- son herencias que me dejaron mis mayores. Y las herencias sirven si se hace buen uso de ellas” (1).

Huyendo del Mariscal Tito venían los Ranni, de Trieste. Cuenta Rodolfo: “viví muchos años con el recuerdo del rincón donde había dejado mis juguetes, cuando nos escapamos. Fue una fuga como en el cine: mi hermano y yo escondidos en el altillo de la casa de mi padrino, que era el cura del pueblo; mi mamá, en un carro tirado por caballos de un padrino de mi papá. Y como estaba por dar a luz a mi hermano, en la frontera inglesa la dejaron pasar...” (2).

“Monseñor Eduardo Gloazzo, párroco durante 35 años de Nuestra Señora de la Merced de Caseros (...) Había nacido el 17 de agosto de 1923 en Castions di Strada, provincia de Udine, Friuli (Italia) y niño aún viajó con su padre a la Argentina, donde hizo todos sus estudios” (3).

Notas
1 Fornaciari, Dora: “Reportajes periodísticos a Syria Poletti”, en Taller de imaginería. Buenos Aires, Losada, 1977.
2 Gaffoglio, Loreley: “El teatro me contuvo”, en La Nación, Buenos Aires, 20 de diciembre de 1998.
3 S/F: “Noticias del 02.12.01. Una revista católica revela milagro en la vida de recordado sacerdote”, en “ACI digital”, www.aciprensa. com.

Foto

Liguria

Luis Ordaz se refiere al “matrimonio compuesto por el genovés Pedro Podestá y la también genovesa María Teresa Torterolo, dos jóvenes inmigrantes que se encuentran en Montevideo, a donde cada uno ha llegado por su propia cuenta y sin conocerse. Se casan en la otra Banda, pero piensan que en Buenos Aires existen más perspectivas para prosperar que en la pequeña Montevideo y cruzan el Río de la Plata. Ya en Buenos Aires, les nacen el primer hijo, Luis (1847), y el segundo, Jerónimo (1851). Tienen un almacén en el barrio de San Telmo y no les va mal, pero los nubarrones del horizonte de la época anuncian grandes tormentas. Los rosistas hacen correr el rumor de que si el general Urquiza llega a entrar en Buenos Aires, como amenaza, lo primero que hará será degollar a todos los gringos. Se trata de un recurso psicológico –que ya se emplea por entonces, como se ve- para mostrar la saña criminal del ‘salvaje unitario’ Urquiza y hacer entender precisamente a los gringos, que ya son muchos, que si la ocasión se presenta deben combatir decididamente por la ‘santa causa’ del ilustre Restaurador” (1).

Ana María Giesso desea “bautizar con el nombre de Bonifacio, su bisabuelo genovés y fundador de la primera de las tiendas Giesso en 1884, un perfume”. Ella dice en un reportaje: “-Mirá si mi bisabuelo se iba a imaginar esto hace ciento veinte años. En Génova hacía gorras y sombreros, y acá puso una tienda en la calle Cuyo 1217, la actual Sarmiento. Sarmiento y Mitre, que compraban ahí, pasaban en la mañana para que los hicieran los moños, que era todo un arte. Del arte del moño, Bonifacio pasó a la multiplicación de las tiendas: abrió una para cada uno de sus tres hijos, pero el único que continuó con el negocio fue Alfredo José, abuelo de Ana María, con un local en la calle Corrientes y Cerrito, cuando Corrientes atravesaba su etapa angosta” (2).

Ya centenaria, María Luisa Cuccetti, hija de un músico genovés inmigrante, recordó en una entrevista la alimentación de sus primeros años. En La Boca, “los cumpleaños se festejaban con pastelitos y chocolate caliente. Y todo se hacía en casa, lo que más se comía era risotto. Eso sí, el mejor paseo era ir de noche al puerto a comer castañas calentitas...” (3).

Notas
1 Ordaz, Luis: “El teatro. Desde Caseros hasta el zarzuelismo criollo”, en Historia de la literatura argentina. Buenos Aires, CEAL, 1980.
2 Guerriero, Leila: “Ana María Giesso. Medida por medida”, Fotos: Martín Lucesole, en La Nación Revista, Buenos Aires, 27 de junio de 2004.
3 Muzi, Carolina: “El siglo que yo vi”, en Clarín, Buenos Aires, 26 de septiembre de 1999.

Lombardía

A Ottobiano, “un pueblito de Lombardía que ni siquiera puede dar pruebas de su existencia: no hay trenes que pasen por ahí y fue olvidado hasta por los cartógrafos”, viajó Miguel Frías. De allí partió su abuelo en 1913, a los doce años. El nieto se aproxima al pueblo: “”Verlo acercarse por fin en una mañana de bruma, entre árboles sin hojas y campos labrados por fantasmas, no lo hace más real: la cúpula de la iglesia está a salvo de la niebla, pero el resto tiene el contorno de un sueño. Acabamos de recorrer el breve paraíso de mis cuentos infantiles” (1).

Vino de Italia –donde había emigrado anteriormente- el abuelo de José Eduardo Abadi. El nieto relata: “El abuelo paterno era juez, en Siria, pero como tuvo que abandonar el país por razones políticas, se mudó a Milán con toda la familia. Al poco tiempo, llegó el fascismo y tuvieron que volver a emigrar... Así llegaron a la Argentina” (2).

Notas
1 Frías, Miguel: “Noticias del mundo”, en Clarín, Buenos Aires, 3 de septiembre de 2000.
2 Aubele, Luis: en La Nación, 23 de junio de 2002.

Piamonte

Lorenzo Cot fue un “sacerdote venido de Chambons de Fenestrelles, Piemonte. Ejerció su apostolado durante la Presidencia de Urquiza en la Capilla San José de su residencia. Desde este lugar concurría asiduamente a la Colonia San José para visitar a los colonos, muchos de los cuales fueron traídos por él desde su patria. En 1859 fue enviado a Europa para traer más inmigrantes. Luego fue designado sacerdote en la Colonia y Villa de Colón. Siempre tuvo mucho aprecio de los compoblanos europeos pues veían en él a su defensor y protector de los derechos que les correspondían por contrato. Pero esta defensa le valió grandes enemigos en la esfera política de Colón, quienes lo persiguieron en forma incansable. Un cúmulo de acusaciones no hacían impacto en su fuerte personalidad, y si bien tenía el apoyo de las altas autoridades eclesiásticas, llegó un momento muy difícil para su tranquilidad de parte de algunos hombres colonenses. Falleció asesinado el 27 de septiembre de 1868. Este crimen quedó sin aclarar hasta el día de hoy ya que no ha sido estudiado aún en su profundidad” (1).

Pablo Lantelme nació en Piamonte en 1814 y llegó a San José en 1860. El sostenía: “Para el bien general, creo y afirmo que es necesario que la predicación de la Divina Palabra se haga en lengua castellana, o por lo menos, que se predique dos domingos seguidos en castellano y uno en francés, para no cortar de un solo golpe el sistema abusivo. Los Capellanes (de San José) siendo franceses y poco acostumbrados a hablar en lengua castellana, no faltarán de alegar mil pretextos contrarios a lo que acabo de probar” (2).

Rafael Gobelli nació en Casalcermelli en 1862; falleció en Salta en 1944. En su trabajo “Caza de subsistencia en la provincia de Salta: su importancia en la economía de aborígenes y criollos del Chaco semiárido”, Francisco Ramón Barbarán y Carlos Javier Saravia Toledo se refieren a este sacerdote: “A fines del siglo XIX, la aparición del ferrocarril y la iniciación de la industria azucarera, determinaron el aprovechamiento de los aborígenes como mano de obra, llegando a trasladarse tribus enteras con la colaboración del ejército, a los ingenios de Tucumán. Posteriormente la actividad azucarera se expande a las Provincias de Salta y Jujuy, que atraen grupos aborígenes mediante el sistema de contratistas de indios. Los indígenas también se empleaban en los ingenios voluntariamente, al recibir en pago cuchillos, hachas e incluso escopetas, que los hacían mas eficientes en la caza y la recolección. Las armas de fuego fueron artículos codiciados porque las usaban además en los continuos enfrentamientos que mantenían con unidades del ejército, lo cual es corroborado por diversos autores. Gobelli (1912) manifestaba que "hasta ahora las armas que los ingenios y obrajes han dado a los indios les han servido para matar a los oficiales y soldados del ejército’ " (3)

Alfredo Coasollo “había nacido en 1875, en la provincia de Torino, comuna del Monasterio de Cantalupa. (...) A la edad de 15 años se embarcó en Génova rumbo a Buenos Aires, completamente solo, empleando 48 días en el viaje con el vapor ‘Manila’. El pasaje le costó 163 liras, y arribó al puerto de Buenos Aires con un capital de 7 liras y un inmenso entusiasmo de trabajar. El director del hotel de inmigrantes le entregó un pan de 4 kilos ya cortado y lo puso sobre el tren rumbo a estación Aurelia, en la provincia de Santa Fe” (4).

En un reportaje, Antonio Dal Masetto recuerda a su padre, el italiano Narciso, un hombre valiente. De él dice: “era tremendamente trabajador, tremendamente amante de su familia y tremendamente testarudo. Durante la Segunda Guerra Mundial, él trabajaba en una fábrica. Su turno terminaba a medianoche. Había toque de queda desde las siete de la tarde, y muchos se quedaban a dormir en la fábrica, por temor. Mi padre volvía a casa. Su argumento era grande como una montaña. Decía: Yo quiero dormir en casa. Tengo una casa, y nadie me lo puede prohibir. Ni Hitler, ni Mussolini...” (5).

María Teresa Andruetto manifiesta: “Soy hija de un partisano que llegó desde el norte de Italia a la Argentina, en 1948, y por una sucesión de circunstancias más o menos azarosas, se instaló en un pueblo de la pampa húmeda, donde nací, y ahí vivió toda su vida. También mi mamá es hija de inmigrantes italianos que llegaron al país hacia finales del mil ochocientos. El agradecimiento a la tierra de llegada que le había permitido trabajar y formar una familia, fue la otra cara de la tristeza que le causaba a mi padre el desarraigo. A poco de venir, murió su madre y luego otros y otros, hasta que cada vez se hizo más fuerte la idea de ya no regresar”.
En Stefano -novela juvenil que dedica a su padre, y que obtuvo numerosas distinciones y fue traducida al alemán y al gallego-, relata la vida de un inmigrante italiano que llega a nuestro paìs con su bagaje de ilusiones y recuerdos. “Aunque Stéfano no relata la vida de mi padre, hay muchas cosas de él en el libro, cosas desperdigadas aquí y allá, sobre todo pequeñas anécdotas y rasgos familiares, como el mandolín que toca el viejo Moretti, o el hambre cuyo fantasma acosó a los inmigrantes para siempre, o las comidas que se comían en casa, o las canciones que cantaban en el puerto, o el nombre de ciertos pueblos por donde sé que él pasó, o el título mismo del libro que replica su nombre. Si un libro es un modo de conocer, una manera de penetrar en el mundo y buscar el sitio que nos corresponde en él, Stéfano me permitió recuperar la sensación de hambre, desarraigo, extrañamiento, de hombre y mujeres que, tal como los que hoy se marchan, ayer llegaban buscando una vida mejor” (6).

Escribe Marina Aizen: "Quizá nunca Arroyito hubiera salido de pueblo si a un grupo de inmigrantes piamonteses no se le hubiera ocurrido apostar a los dulces en el medio de la Pampa Gringa, hace poco más de medio siglo. Ahora, cada vez que un chino o un bosnio pela un caramelo salido de esta fábrica, este rincón de Córdoba se expande un poco más. Hoy, esta ciudad, en la que apenas se sintió la crisis de 2001, está en pleno apogeo, como otros pueblos del interior donde las industrias volvieron a arrancar. (...) En Arroyito se dice: "Vos hacés la pared, que Arcor te pone el techo". Esto se comprueba con ver la geografía de la plaza central de la ciudad: la Municipalidad y la iglesia fueron construidas por el mismo arquitecto que hizo los galpones de la fábrica. Lo hizo con los mismos materiales, por lo que tanto la iglesia como la Municipalidad y la planta padecen de idénticos problemas edilicios.
El padre Juan dice que la fábrica ha logrado generar una mano de obra disciplinada, una lealtad muy especial. El intendente lo confirma. Dice que "en mis más de 50 años cerca de Arcor, le habrán hecho sólo dos paros". Parado frente a la fábrica, Constanzo Diandrea, que trabaja en la sección 108 de la planta, cuenta con sus palabras lo mismo. 'Arroyito no sería nada sin Arcor. Sería un pueblito como cualquier otro'.
Hay mucho de cierto en esto. A principios del siglo XIX, El Fuerte, el pueblo lindero a Arroyito, parecía destinado a ser el que marcara el rumbo en la zona. Pero cuando se talaron todos los montes de algarrobo, el suelo quedó pelado y esa localidad se encontró sin destino. En 1951, cuando se inauguró la primera de las instalaciones para fabricar caramelos, un diario local escribió que la planta 'constituye para Arroyito una verdadera solución a su problema social y económico, contrarrestando la desocupación motivada por el fracaso de la cosecha'. Esta historia no se concretó de manera perfectamente lineal. Pero la verdad es que el pueblo –que hoy ya es ciudad–, no hubiera alcanzado la dimensión que tiene sin esta enorme fábrica de caramelos, que nunca para de producir" (7).

Notas
1 Vernaz, Celia: La Colonia San José. Santa Fe, Colmegna,
2 ibídem
3 Barbarán, Francisco Ramón y Saravia Toledo, Carlos Javier: “Caza de subsistencia en la provincia de Salta”. Theomai. Universidad Nacional de Quilmes.
4 Britos, Orlando: “Historias de Crespo”, en Bienvenidos al mayor portal regional, www.unespacio.com.ar.
5 Roca, Agustina: “Historia de vida”, en La Nación Revista, 12 de julio de 1978.
6 Andruetto, María Teresa: Stéfano. Buenos Aires, Sudamericana, 2004. Ilustraciones: Daniel Roldán.
7 Aizen, Marina: "El alma del pueblo", en Clarín, Viva, 17 de septiembre de 2006. Fotos: Rubén Digilio.

Sicilia

Javier Villafañe evoca los teatros de tìteres a los que asistìan los italianos de La Boca: “Teníamos entre diecisiete y diecinueve años y descubrimos los títeres de La Boca, con Wernicke, José P. Correch y José Luis Lanuza. Era un teatro estable con muñecos de origen italiano –‘los pupi’- que hablaban y decían los textos en genovés... A ese ámbito llegué por primera vez a los diecisiete años. ¡Qué impresión, quedé maravillado! Estos marionetistas representaban episodios de obras que duraban hasta un año. En estos espectáculos de los títeres de San Carlino, las marionetas pesaban entre 20 y 30 kilos y eran manipuladas por una barra. Este descubrimiento de los títeres de La Boca, tal vez, selló mi camino. Desde ese momento visité reiteradamente a don Bastián de Terranova y a su mujer doña Carolina Ligotti –eran una pareja muy hermosa-, descendientes de antiguas familias marionetistas –titiriteros sus abuelos y sus padres-, quienes tenían en Sicilia uno de los más famosos teatros de marionetas. Representaban obras clásicas: Ariosto, de Torcuato Tasso, episodios de las aventuras de Orlando y Rinaldo, que duraban en episodios un año entero, y casi siempre, era su público –el mismo público- viejos italianos, nostálgicos marineros, obreros del puerto de La Boca y algunos curiosos como yo y como Raúl González Tuñón, que me había dedicado su libro El violín del diablo, en plena calle y con quien desde ese entonces, además de frecuentar el teatro de San Carlino, nos hicimos muy amigos”.
Recuerda la relación que lo unió a los titiriteros: “Estos viejos titiriteros de La Boca se convirtieron en grandes amigos míos. Los frecuentaba, y fui testigo de cómo, al igual que sus abuelos y padres, envejecieron y murieron al lado de sus marionetas. Conservo aún fresco en mi memoria el recuerdo imborrable de estos dos pioneros inmigrantes que despertaron en mí la pasión más perdurable por el teatro de muñecos. Desde ese instante y hasta hoy, con 80 años, sigo firme y fiel a ese mandato de la historia en constituirme en un humilde difusor de este arte milenario que es el títere”.
“También por esos años –relata Pablo Medina- descubrió (Villafañe) el teatro de Vito Cantone, de Catania, Italia, que se instaló en La Boca, en la calle Necochea 1339, sobre el ‘camino viejo’. Ahí estaba el Teatro Sicilia: teatro de títeres, seres de ficción construidos en madera, vestidos y ornamentados con terciopelo, seda y otras telas de múltiples colores. Cantone provenía de una dinastía aggiornada y muy antigua de la historia de los títeres sicilianos. Llegó a la Argentina con la gran inmigración de 1895” (1).

Carlos Alonso nació en Tunuyán, Mendoza, en 1929. Tuvo “como abuelo materno a Salvatore Lisandrello, un siciliano de Siracusa, y su abuelo paterno era Sandalio Alonso quien vino de León. España. Ambos llegaron a nuestro país en 1914. (...) Ya a temprana edad cursó estudios en la Academia de Bellas Artes de Mendoza y luego en Tucumán con el maestro Spilimbergo. Cuando cuenta 24 años viaja a Buenos Aires y expone por primera vez en esta ciudad, viajando posteriormente a Europa. Es el artista más popular del arte contemporáneo argentino y en reiteradas ocasiones volvió a Europa en busca de sus raíces, habiendo vivido largas temporadas tanto en España como en Italia” (2).

Dino Rawa-Jasinski se refiere a su tierra natal: “Nací en Sicilia, pero estoy nacionalizado argentino y me recibí de bioquímico en la Universidad de Buenos Aires. Por once años trabajé en un laboratorio, pero estudié paralelamente el profesorado de piano en el Instituto Alberto Williams, y me perfeccioné con Anita Gelber, la madre de Bruno. Era feliz. En 1987, el doctor Bruno Petruccio, que era director general del teatro Coliseo, escuchó una versión mía de la Polonesa heroica, de Chopin, y me ofreció la dirección artística del teatro y, al año siguiente, la dirección general” (3).

Junto a la religión, llegó a América la superstición. El actor Gabriel Corrado, nieto de italianos, expresó: “Los padres transmiten la enseñanzas básicas; entre ellas, algunas difíciles de explicar, como no abrir un paraguas bajo techo o caminar para atrás si te cruzás con un gato negro, que yo recibí de mis ancestros sicilianos” (4).

Notas
1 Medina, Pablo: “Historias de ida y vuelta”, en Villafañe, Javier: Antología. Obra y recopilaciones. Buenos Aires, Sudamericana, 1990.
2 Gutiérrez Zaldívar, Ignacio: “Los inmigrantes”, Catálogo de la muestra de Alonso y Marchi en Casa FOA 2000, Desembarcadero y Hotel de Inmigrantes. Buenos Aires, Octubre-Noviembre de 2000.
3 Aubele, Luis: “A boca de jarro Dino Rawa-Jasinski “Mi trabajo es como estoar sentado en un volcán”, en La Nación, Buenos Aires, 25 de abril de 2004.
4 Baduel, Graciela: “Por la vuelta”, en Clarín, 24 de octubre de 2000.

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Toscana

El sacerdote Mario Pantaleo nació en Pistoia en 1915; falleció en Buenos Aires en 1992. “Debido a la crisis provocada por la Primera Guerra Mundial, la familia de Mario Pantaleo emigró a la Argentina, radicándose en Córdoba. Mario estudió en un colegio salesiano y, luego, junto a su familia, volvió a su país natal. Allí concurrió al seminario de Arezzo y fue ordenado sacerdote en la catedral de Mattera en 1944. Volvió al país en 1948, afincándose en González Catán” (1).
“Además de su obra benéfica para la gente carencia de su barrio, lo que dio fama al padre Mario fueron las largas ‘filas de la esperanza’ como se llamó a la gran cantidad de gente que desde la madrugada se juntaba en González Catán y dos veces por semana en los fondos de una panadería del barrio de Floresta para buscar alivio a sus enfermedades y problemas, porque como ya dijimos, el Padre Mario era un Cura Sanador. Se calcula que atendió en los últimos treinta años un promedio de 2.000 personas por semana. Sus seguidores eran principalmente los humildes, pero también muchos famosos y de renombre, como el pintor Raúl Soldi, Amalia Lacroze de Fortabat, el escritor Ernesto Sábato, el ex-Presidente Arturo Frondizi, el empresario Francisco Macri (padre del Presidente del Club Boca Juniors), e incluso el propio Ex-Presidente de la República, Carlos Menem” (2).

Marco Denevi afirmó: "Genética y educación se confabularon para hacerme adicto a la música. Mi padre, que nunca exteriorizaba sus emociones, sólo aflojaba frente a la òpera. Nací y me crié en un hogar donde se hacía música a diario, donde la música mal llamada culta formaba parte de la vida cotidiana. Todavía niño, y de la mano de mis mayores, fui a salas de concierto y al Teatro Colón" (3).

Griselda Gambaro también escribió remitiéndose a sus vivencias. Para El mar que nos trajo, “En lo que respecta a Italia, acudí a mis propios recuerdos de los lugares que se mencionan: (...) Recordaba particularmente la isla de Elba, donde sucede el relato cuando se traslada a Italia. La había visitado hacía muchos años, conocido a los descendientes de Agostino, quienes me acompañaron al pueblo bajo cercano a la playa y al alto, sobre la cumbre de una colina, a ‘la playa de arena y piedras romas’ ” (4).

Notas
1 Varios autores: Enciclopedia Visual de la Argentina. Buenos Aires, Clarìn, 2002.
2 S/F: “José Mario Pantaleo”, en www.losenigmas.gov.ar
3 Delaney, Juan José: Marco Denevi y la sacra ceremonia de la escritura: una biografía literaria. Buenos Aires, Corregidor, 2005. 244 pp.
4 Gambaro, Griselda: “Crónica de una familia”, en Clarín, Buenos Aires, 25 de febrero de 2001.

Veneto

Gigliola Zecchin, más conocida como Canela. “Llegó al país a los diez años. Estudió Letras Modernas en la Universidad de Córdoba. En 1962 inició su carrera presentando los programas vespertinos del canal 10 de la Universidad de Córdoba. (1). " ‘Recién ahora, cincuenta años más tarde, estoy logrando indagar sobre mi propia historia y sobre la guerra que me hizo llegar a Argentina separándome de mis padres y abuelos. El exilio tiene consecuencias terribles en los niños, sentimientos de miedo, insomnio, pesadillas. De esto se trata el desarraigo, de sacar algo de raíz’, concluyó” (2). Es la autora de Paese (3) y Arte povera (4), entre otras obras.

Horacio Spinetto recuerda a un paragüero inmigrante: “Conocí hace tiempo a Cesare, un paragüero que alternaba su recorrido entre los barrios de Villa del Parque y Caballito, era un hombre muy amable que realizaba sus trabajos con una gran calidad. Era italiano, de Venecia, cuando cumplió la mayoría de edad, y con el oficio ya aprendido, se dedicó a recorrer el mundo. Fue así que llegó a Buenos Aires, ciudad que lo atrapó definitivamente, aquí se casó y formó su familia. Un día de diciembre de 1961, luego de entregar todos los paraguas reparados, desapareció y nunca más se lo volvió a ver” (5).

Notas
1. Sosa de Newton, Lily: Diccionario Biográfico de Mujeres Argentinas. Buenos Aires, Plus Ultra, 1986.
2. Irigoyen, Pedro: “MESA REDONDA Aquel exilio, este exilio, la misma tristeza”, en Clarín, 28 de febrero de 2002.
3. Zecchin, Gigliola: Paese. Buenos Aires, De la Flor, 2000.
4. Zecchin, Gigliola: Arte povera. Buenos Aires, Paradiso, 2006.
5. Spinetto, Horacio: “El Paraguero y El Bastonero”, en www.dgpatrimonio.buenosaires.gov.ar.

Sin mención de origen

En La gran inmigración (1), de Ema Wolf y Cristina Patriarca, se reproducen algunas “Cartas de recién venidos”. Son las siguientes:
“De Vittorio Petrei, en Jesús María (1878): “Nosotros estamos seguros de ganar dinero y no hay que tener miedo a dejar la polenta que aquí se come buena carne, buen pan y buenas palomas. Los señorones de allá decían que en América se encuentran bestias feroces: las bestias están en Italia y son esos señores”.
“De Luigi Basso, en Rosario (1878)”: “He pensado en marcharme a Montevideo, y si no hay trabajo me voy al Brasil, que allí hay más trabajo y al menos tienen buena moneda, no como aquí, en la Argentina, que el billete siempre pierde más del veinte (por ciento) y no se ve ni oro ni plata”.
“De Girolamo Bonesso, en Colonia Esperanza (1888)”: “Aquí, del más rico al más pobre, todos viven de carne, pan y minestra todos los días, y los días de fiesta todos beben alegremente y hasta el más pobre tiene cincuenta liras en el bolsillo. Nadie se descubre delante de los ricos y se puede hablar con cualquiera. Son muy afables y respetuosos, y tienen mejor corazón que ciertos canallas de Italia. A mi parecer, es bueno emigrar”.

José Brendel relata los problemas que tenía un sacerdote italiano. Olga Weyne transcribe ese testimonio: “(En 1913): ‘El tiempo de la ausencia del padre Kotulla (uno de los más recordados sacerdotes del Verbo Divino, en colonia San Miguel), fue cubierto provisoriamente por un sacerdote italiano, recién llegado, que no hablaba ni el alemán ni el castellano, pero que con su bondad y sus expresivos ademanes italianos, se hizo querer, ya que no entender, por la población. Se llamaba Juan Sciortino. Sus sermones eran un acopio pintoresco de varias lenguas, pues también hacía sus ensayos en alemán, que le enseñaban los monaguillos y que él mismo repetía después en el altar, con abundante transpiración aunque con vano intento. Los niños eran sus predilectos y para ellos siempre tenía golosinas; (...) San Miguel guarda un recuerdo cariñoso del Padre Juan y quiere que estas líneas sean un homenaje a su vocinglera bondad” (2).

Deyacobbi:, nacido en 1886, quien, a los dieciséis años, “se embarcó como polizón siendo descubierto a los pocos días quedando a cargo del panadero del barco que le enseñó su oficio y le dio al llegar a Buenos Aires una recomendación para la empresa Molinos Río de la Plata” (3).

María Pizzul de Russian nació en Mossa, Italia, en 1901. Vive en Buenos Aires “desde 1924, cuando con su marido ‘fuimos a vivir a un conventillo de Chacarita que dejamos cuando compramos un terreno en Agronomía’, barrio que, desde entonces, nunca abandonó” (4).

Angelina Pagano nació en 1889; falleció en Buenos Aires en 1962. En “Desde Angelina Pagano, el teatro se hizo niño”, leemos: “En la historia de¡ teatro argentino para chicos se pueden delinear dos épocas. La primera va desde los años 20 hasta principios de los cuarenta, con esporádicas representaciones de compañías españolas y argentinas, como las de Camila Quiroga y Angelina Pagano, el teatro infantil del Labardén, un centro formativo que fue un semillero notable -con obras de Alfonsina Storni -, y el elenco que en la sala Juan B. Justo dirigió Enrique Agilda. La segunda etapa se inició en 1955 cuando Roberto Aulés -surgido de los elencos de Agilda- creó y dirigió el Teatro de los Niños. Angelina Pagano fue la fundadora del Teatro Infantil, primero en su género, que desarrolló presentaciones regulares en los teatros San Martín, Ideal y Smart La compañía estaba formada por niños de entre cuatro y quince años, algunos de los cuales -como Ángel Magaña, Irma Córdoba, Marcos Zucker y Rosa Rosen- se incorporarían años después a importantes elencos profesionales” (5).

Pierina Dealessi nació en 1894; falleció en Buenos Aires en 1983. “Desde el magma mental de mis imágenes –escribe Mariliflores-, me llegaron Pinky y Cacho Fontana. Maratónicas horas frente a cámara. Pierina Dealessi, donado todas sus joyas y sus bienes, ganados en mas de sesenta años de dura labor en las tablas de los teatros. Mujeres compitiendo en tejido de bufandas y abrigos para los soldados. Las toneladas de alimentos donadas por empresarios y por los pobres también...Todo eso perdido definitivamente en el desconocido destino de la estafa, sin que ningún periodista ni juez, investigara” (6).

Iris Marga nació en 1901; falleció en Buenos Aires en 1997. En una entrevista, le preguntaron: “¿Es cierto que usted estuvo sentada en las rodillas del general Roca y en esa posición le recitó La avispa Teresa?”. Ella respondió: “Sí, mi mamá era profesora de idiomas de la familia De Vedia y un día la acompañé a ella y dio la casualidad de que estaba Roca. Parece ser que yo era muy simpática de chica y el general me pidió que le recitara algo. Entonces me senté en sus rodillas y le recité La avispa Teresa en italiano” (7).

El actor y empresario teatral Darío Vittori nació en 1921; falleció en Buenos Aires en 2001. Su nombre verdadero era Melito Darío Spartaco Margozzi. “Llegó al país de niño. Debutó en teatro en la obra Bettina, más tarde actuó en puestas como Paula y los leones, El padre de la novia y Las píldoras. En la década del 60 presentó obras de teatro desde los sets televisivos, en el ciclo Teatro como en el teatro, al que le siguieron El Teatro de Darío Vittori y Humor a la italiana. Como empresario se destacó como uno de los pioneros de las temporadas estivales en Mar del Plata. En 1963 debutó en cine en el filme Los que verán a Dios” (8). En cine fue, también, su última actuación.

“Luca Filiziu tiene 82 años y es uno de los primeros inmigrantes italianos que a mediados de siglo pasado trajo al país esa costumbre gastronómica que para los nativos resultaba extraña. Ahora ha vuelto a despuntar el vicio: a falta de quinta, cría caracoles en el balcón de su departamento, en el barrio de Constitución. ‘En la Argentina tenemos que buscar los platos con nuestro propio estilo’, dice, mientras saca del horno una fuente con brochettes de caracoles envueltos en panceta y otra con lumaches (como se denominan en italiano) en salsa picante” (9).

Giorgio Bortot escribe que a los inmigrantes “se les exigió: 1) ser preferentemente europeo; 2) ser de sana y robusta constitución, exenta de enfermedades y malformaciones que alteren su capacidad laborativa presente o futura; 3) asegurar que no venían a practicar la mendicidad, y la mujer adulta, además, a ejercer la prostitución; 4) declarar su religión; 5) viajar en segunda o tercera clase; 6) residir en zonas determinadas; 7) al llegar, tomar otros recaudos para asegurar la defensa social”. Y agrega: “pocos se enteraron de tales restricciones. (...) El que escribe fue traído de niño y debió acatar aquello” (10).

En el Hotel de Inmigrantes nació, en 1947, Américo Fiorentini. Su hermana Aurora, afincada en Bariloche, escribe: “Ni bien llegué a la Argentina, junto a mis padres, en 1947, tuvimos que quedarnos más de un mes en el hotel de inmigrantes, cerca del puerto de Buenos Aires. Mi padre, profesor italiano en el exterior, enviado por el Gobierno italiano, tenía que presentarse en la Dante Alighieri de Santa Fe para asumir su dirección y mi madre también, como maestra. Mi madre estaba embarazada de 8 meses y a nuestra llegada resultó claro que el bebé no tenía intenciones de esperar demasiado para nacer. Trámites, mudanzas, trabajo no formaban parte de sus planes y por lo tanto ellos tuvieron que esperar a que naciera antes de retomar sus obligaciones. Mi hermano, de nombre Américo, nació 15 días después de nuestra llegada y mi madre salió en los diarios porque, como siempre, la prensa está a la caza de noticias algo extrañas. Puesto que en la Argentina está en vigor la ley de la sangre para lo que se refiere a la ciudadanía, los periodistas anunciaron que una inmigrante italiana, apenas llegada, había donado un hijo a su patria de adopción. Es de notar que el sensacionalismo no es un invento actual” (11).

La Navidad en la nueva tierra es evocada por los inmigrantes, a veces comparada con la de sus países de origen. María Cuda escribe: “Desde que vivo en la Argentina, mi Navidad es distinta, porque a pesar de ser gran parte de la población de Capital y Gran Buenos Aires de origen europeo, mantiene sus costumbres en forma muy variada. Tal vez por eso y más allá del respeto a los preceptos religiosos que la gente continúa observando, me resulta contradictorio encontrar el clásico pavo, las frutas secas y el pan dulce, en un clima netamente veraniego. Encuentro la justificación en la nostalgia, la tradición y el amor que el inmigrante siente por su tierra lejana, pero tan cercana aquí en el corazón. Por eso, las Fiestas mantienen, también en este país, el espíritu de unidad familiar y son motivo de intercambio de presentes. Algunas expresiones cambian y, en vez de ser la ‘Befana’ y medias, son los zapatos, el pasto, el agua para los camellos de los tres Reyes Magos. Finalizando, diría que el espíritu común es el deseo de buenos augurios y el sentimiento compartido de la creencia en Dios, Nuestro Señor” (12).

Milena Gastaldo Brac, sicóloga social, explica el efecto que el viaje tuvo en su espíritu: “ese barco que una vez me trajo de Italia estaba siempre ahí y aparecía ante cualquier anécdota como si fuera un hueco sin tapar. Tenía una enorme sensación de orfandad, de carencia”. Hasta que viajó y “el milagro sucedió en la iglesia, con la nieve cayendo sobre el pueblo: ya no sentí más el vacío en el pecho, ni la necesidad de Italia; la había aprehendido. La pude juntar, tomar y metérmela en el alma, en el gran cofre de los dulces recuerdos junto a los villancicos navideños. En ese mismo momento sólo ansié volver a Buenos Aires, al calor de mi país nuevo y de mi familia nueva, de hijos y nietos argentinos” (13).

Rosa Marafioti es la autora de “Carta a mi pueblo”, en la que expresa: “He vuelto: Aquí estoy, después de tanto tiempo. ¿Me recuerdas? Yo sí te recuerdo, jamás te olvidé. Estoy segura de que tú también lloraste al verme, aunque no haya visto tus lágrimas, porque una madre siempre llora al ver a una hija que desde mucho tiempo no veía, estoy segura de que te emocionaste tanto como yo” (14).
Da algunos ejemplos del habla de ciertos inmigrantes italianos: “Pantaleón había llegado a Buenos Aires en el año 1949, después de la guerra infame que diezmó Italia y los obligó a emigrar. Pantaleón no podía decir huevos, ni hasta luego, pero no quiero extenderme sobre él, porque habría mucho que contar. Se empeñaba y porfiaba que los huevos se llamaban huovos, y se decía, hasta luogo. Mi tío Pepe quería vender cascotes, y puso un cartel en su casa: Se vendino cascotie. Mi suegro decía que en Italia se decía monga y cirola, por ciruela y monja, incantato por candado. Una paisana que quería comprar manteca, pedía burro, y el feriante le decía que no vendía burros, ella le mandaba una puteada, al uso nostro, y se iba enojada” (15).

El periodista Santo Biasatti expresó: “mi viejo fue un inmigrante que llegó y estuvo un día en el hotel de inmigrantes de Retiro. Llegó un viernes, el sábado salió, el domingo fue a comer a casa de unas personas del pueblo y el lunes fue a laburar. Y nunca habló bien castellano. Pero como él no había podido quería que su hijo fuese al colegio y se rompió el traste para que su hijo pudiese estudiar” (16).

La cantante Estela Raval recuerda a su padre: “Mi viejo era un inmigrante italiano que llegó con una bebita en brazos. Su mujer, en Italia, falleció cuando dio a luz a esa criatura. A los pocos meses de llegar conoció a mi mamá, que tenía catorce años, la pidió en matrimonio a mi abuela que no sé cómo se la dio y a los quince la hizo madre. Mi mamá crió al hijo que nacía, Manuel, y a esa nenita que trajo mi papá de Italia” (17).

“La Italia de mis padres” se titula el ciclo de charlas que ofrece Carlos Frangi en el Museo Municipal de Arte López Claro, en Azul, provincia de Buenos Aires.

Por conocer poco el idioma, Carlos Vergiati, padre de Julián Centeya, no pudo ejercer en la nueva tierra su profesión: “Llegados al país, se instalaron en San Francisco, pueblo de la provincia de Córdoba, lugar en el que el padre trabajó de carpintero, ya que su escaso conocimiento del idioma le impedía desarrollar su actividad periodística” (18).

“Entre los diferentes aspectos de la construcción –escribe Horacio Spinetto-, uno de los más notables, dado que "pone la cara" al edificio, es el del tratamiento de la fachada. Ahí es donde desarrollaba su experiencia y su habilidad el frentista, personaje, que cuando era bueno, resultaba muy solicitado. En su mayoría fueron de origen italiano, que en su país natal fueron maestros del estuco, hombres rudos que se trepaban con gran agilidad por los andamios mientras iban componiendo el frente de una casa, esa suerte de rompecabezas que determinaba la personalidad de la construcción, aquí inventaron un revoque imaginativo que copió la piedra hasta en sus más pequeños detalles. "Los cortes, las tallas, todo: dureza más, dureza menos, igualito que en París", como escribiera Alicia Dujovne Ortiz en su artículo "Buenos Aires, alma de piedra París". Las casas chorizo, ese clásico de la arquitectura porteña, representan un buen catálogo de la obra de los frentistas. La mayoría de las fachadas de estas casas fueron realizadas en revoque símil piedra. Con este material, tradicional en nuestro medio, se sustituía la escasez de canteras y la falta de desarrollo constructivo en piedra. La habilidad técnica y artesanal de los frentistas, lograba una excelente imitación, tanto de color como de textura, de la verdadera piedra París. Esta técnica en la ejecución de fachadas resultó muy difundida, determinando una impronta característica en el paisaje urbano de Buenos Aires y de muchas otras ciudades del país, como en Balcarce, donde el frentista italiano Fangio realizó una intensa labor. Allí nació, en 1911, su hijo Juan Manuel, con el tiempo extraordinario quíntuple campeón mundial de Fórmula 1” (19).

Juan Fazzini recuerda que su madre los impulsó a emigrar: “Fue Rina quien alentó a la familia a dejar Italia y venirse a la Argentina para escapar de la miseria que había dejado la Segunda Guerra Mundial. ‘Es una tierra donde no hay hambre y no hay guerra’, le decía a su esposo Pedro, que era mecánico de vuelo” (20).

Ana Padovani dice: “mi abuelo me contaba que cuando vino en barco a la Argentina, los pasajeros de la primera clase bajaban a la bodega para oír los relatos de los inmigrantes de tercera clase” (21).

En “16 de Junio de 1982”, escribe Marili Flores: “Esas idas a la Pza. Ramírez con la gurisada del barrio en mi Citroen en manifestaciones multitudinarias con binchas y banderitas celestes y blancas se convertían ese atardecer en la violada utilería de una puesta de teatro del absurdo y nosotros, actores que grotescamente festejábamos un conflicto bélico. Esos bocinazos me aturdían, ahora. Esos con los que, estentóreamente expresábamos en patrioterismo de mundial de fútbol la dramaturgia horrorosa de una guerra. Lo que me impidió entenderlo al Nonno Juan, cuando en el asado de aquel domingo me preguntaba en su cocoliche, “ma caraco que festeca?! Una guera?” y pensé, cincuenta años en este país, pero no es argentino, no entiende . Esa tarde sentí al Nonno, creciendo otra vez desde su sabiduría, desde mi dolor” (22).

De su nona Francesca, dice la actriz Virginia Innocenti: “era perfecta. Estaba casada con el abuelo Francesco. Era la típica abuela italiana, de pelo blanco, que jamás se puso una gota de maquillaje; zurcía la ropa, preparaba dulce de uvas y cappelletti. Esa era la mamá de mi papá” (23).

En “Las monedas del nonno Pepe”, escribe una nieta nostálgica: “Todavía recuerdo esos domingos a la hora de la siesta, eran 5 las cuadras que había que recorrer de mi casa hasta la del Nonno Pepe, así que mi papá me tomaba de la mano, me ubicaba del lado de la pared (nunca del lado del cordón) y salíamos a veces solos, otras con mis hermanos a cuesta, a ese mundo de olor a salsa pomodoro, a maní recién tostado, y a flores adornando los portarretratos de los difuntos de la familia, nunca había gritos, claro, solo vivían allí los nonnos, y la casa permanecía en silencio hasta que se llenaba de nietos. Yo, la verdad, nunca me fijé con qué se entretenían mis hermanos allá, pero jamás me voy a olvidar la colección de monedas que se guardaban custodiadas bajo la severa mirada de la nonna Anna, en un bolsita cosida a mano y en forma de largo tubo. Debían ser más de 500, pienso ahora. Eran "el tesoro" y solo yo podia jugar con ellas; en realidad, a cada nieto que entraba a la casa, para que no molestara mucho, se le daba la bolsa, pero como íbamos por separado, no nos enteramos hasta ya crecidos” (24).

Muchos italianos fueron pescadores, en Mar del Plata. Un descendiente se refiere a la vida cotidiana de uno de estos inmigrantes: “A Juan Carlos D’Amico lo llaman Chupete. (...) A Chupete le gusta su profesión, la misma de su padre y de sus dos abuelos italianos. Para ellos, toda la vida giró en torno a la pesca. ‘Mi abuelo llegaba a la casa, se lavaba y preparaba el chupín. Mientras se cocinaba, tejía la red. Todos los días un poquito. Terminaba de coser, comía, y se iba a dormir hasta el otro día, que volvía a pescar. Esa era la vida de él” (25).

En la Isla Maciel, “Enrique Eusebi repara un bote averiado en el patio de su casa. El oficio lo aprendió de su padre. Pura madera de roble. ‘Ese conventillo de acá al lado, era de mi abuelita’. Eusebi, don Pocho, señala más allá de su patio. La abuela vino de Italia en 1865 y era pariente de Giacomo Puccini, dice. Una prima, si mal no recuerda. ‘Es ése que hacía música’, añade por si acaso. ‘Pobre mi abuelita, siempre decía ‘mi hanno portato a questa isola, todos indios’. Se ríe Eusebi. Sólo una tía pudo volver a la tierra de sus padres, con tanta mala suerte que estalló la guerra. ‘Y nosotros le mandábamos café y azúcar a mi tía. Mire ahora’. Cuando por fin volvió, la tía no paraba de comer” (26).

De Italia vino un antepasado de Alberto Bellucci: “Su bisabuelo Guglielmo era músico, y arribó al país a fines del siglo XIX para dirigir el viejo Teatro Colón como empresario. Pero al llegar, el teatro había cerrado y tuvo que esperar veinte años, de 1889 a 1908, mientras se construía el nuevo. En el programa de la función inaugural, del 25 de mayo de 1908, con la presencia del presidente Figueroa Alcorta, Guglielmo figura como director de la banda que aparece en el segundo acto de la ópera Aída, de Verdi” (27).

Muchos italianos eran barrenderos; la Avenida de Mayo “de continuo era recorrida por las ‘victorias de plaza’ cuya caballería impuso la necesidad del barrendero municipal, aquel a quien los chicos le gritaban ¡Musolino!, sin saber el por qué del apelativo itálico”. Por esa avenida, transitaba el vendedor de “escobas y plumeros, por lo general italiano con bigotes de carabinero” (28).

“El 2 de junio de 1884 la colectividad italiana fundó el Cuartel de Bomberos Voluntarios de La Boca, el primero del país. (...) El segundo cuartel de bomberos voluntarios en el barrio surgió el 9 de enero de 1935, cuando Francisco Carbonari, capitán de los Bomberos Voluntarios de La Boca, se alejó por diferencias que hoy nadie sabe precisar y fundó el cuartel de Vuelta de Rocha en lo que era su sodería. Cuenta la leyenda que el hombre empezó yendo a apagar los incendios con su camión de reparto y que su primer socio y fundador fue el pintor Quinquela Martín” (29).

Chilo Parisi cuenta que en La Rioja, “Los paisanos italianos que vivían en el barrio de Vargas, se reunían en cada caa todos los domingos para jugar a las cartas: Tresette, Biscambra y Patrón y Sotto (patrón y subalterno). Estos juegos eran típicos de Italia. (...) En estos encuentros se estrechaban vínculos de parentesco, amistad y camaradería, siendo los juegos muy cordiales y tomándolos como en entretenimiento, de paso contar anécdotas pasadas durante la 1° Guerra Mundial (1914-1918) en la que combatieron todos estos paisanos”.
Estas narraciones, las hacían cuando se tomaban un breve descanso, en la que el dueño de casa invitaba a todos los presentes a comer unas ricas sopresattas, salchichas y un buen queso, acompañado con un pan recién horneado, todo ello, preparado y servido por el anfitrión, en la que no faltaba la damajuanita de vino tinto. Cuando se iniciaba el juego del tresette o la brisocla y finalizado el mismo, se daba comienzo al Patrón y Sotto en la que venían amigos a divertirse, viendo cómo se jugaba este juego tan especial y distinto de otros. Los visitantes podían beber en cualquier momento, no así los jugadores. El juego consistía en dar 2 cartas a cada jugador, ganado el que mayor escalera obtenía, por ejemplo el 11 y el 12 eran las más altas y era elegido Patrón, el que lo seguía en la escalera, se lo designaba ‘Sotto’, estos ganadores eran dueños y encargados de administrar la bebida previo acuerdo, se determinaba la bebida a jugar, lo que era de muy poco monto”.
“En ciertas ocasiones el Patrón y Sotto, invitaba a beber a todos los jugadores, en otras a algunos, a veces a ninguno y se la tomaban ellos, también se daba el caso, cuando no se ponían de acuerdo el Patrón y Sotto, se tomaba toda la bebida el Patrón. Lo gracioso era cuando se dejaba a uno o dos jugadores durante toda la tarde al ‘Urmo’ (al último) y les daban a beber unas pocas gotas de vino... para que no se les secara la boca... hasta el próximo domingo. Esto era cuando se acercaba el crepúsculo y era hora de ir cada uno a su casa” (30).

Rosa Damiana Fique, nieta del primer argentino que en 1887 se estableció en Ushuaia, recuerda a los italianos que llegaron a la ciudad alrededor de 1950: ‘-Daba gusto verlos, venían de una guerra y de pasar hambre, pero no dejaban de sonreír y de cantar... Sí, los italianos dieron vuelta al pueblo con su alegría” (31).

John Argerich afirma que los inmigrantes italianos cazaban pajaritos: “se los morfaban con polenta, como hacían los nonos, dejando sin gorriones la zona de Retiro, en que se erigía el Hotel de Inmigrantes, única posada del mundo donde daban catrera y chupi sin pagar” (32).

El pianista Bruno Gelber, “También de sus años con el famoso y temido maestro Scaramuzza guarda recuerdos entrañables. ‘Conservo una dulce nostalgia de esas horas mágicas. Sus clases eran una mise-en-scene, un ritual, y si bien es verdad que todos experimentábamos terror frente a él, porque era odioso y malo, al mismo tiempo era un santo que dedicaba su vida a los alumnos. Era un ser inaccesible, irritable y apasionado, alguien que desde un castillo lleno de música –una casa de dos pisos, en Lavalle 1982, de la que recuerdo el olor a humedad y los sillones de cuero- nos legaba sus secretos. Nos convertía en pianistas y, en verdad, estábamos hipnóticamente fascinados con su genio” (33).

En su trabajo “Del italiano al cocoliche” (34), Fernando Sorrentino escribe: “Juan Carlos Rizzo (35), entonces niño de nueve o diez años, testimonia el uso, hacia 1940, del cocoliche (no literario sino espontáneo) por parte de los italianos (los tanos) que jugaban a los naipes en el comercio de su padre: ‘ [Los criollos] jugaban al truco, al mus y al tres siete mezclándose con los tanos. Era gracioso escucharlos cuando imitaban los dichos de los gringos tratando de traducirlos… O cuando, a la inversa, eran ellos los que, acriollándose en una imitación muy graciosa del decir de nuestros paisanos, improvisaban sus versos. Muchas veces mi padre me llamó para que los escuchara… Io sono un criocho italiano/ que parla mal la castilla./ ¡Non se caiga de la silla,/ que tengue flor nella mano…!’. En seguida seguía el divertido contrapunto, que terminaba por transformarlos en auténticos payadores: ‘ Y yo soy criollo, no gringo,/ y atajate, que te bocho:/ ¿cómo se dice en tu lengua/ contraflor con treinta y ocho?’. Terminada esa partida, o la siguiente (porque el orden no viene al caso), uno de los truqueadores gringos respondía en tono de milonga pampeana: ‘Aquí me pongo a cantare/ co la guetarra a la mano/ e le canto ¡contraflore!/ Angárresela, paisano’.

En 1956, Laura Devetach “tenía un segundo grado con cincuenta y seis alumnos que oscilaban entre los siete y los diecisiete años”, en un pueblo del norte de Santa Fe. Un día –recuerda- “les pedí a los chicos que contaran los cuentos que sabían. Y ese contar fue glorioso porque salieron el lobizón, el zorro, el Pombero, ánimas, asesinatos varios, adulterios en la familia, canciones de Italia, refranes, oraciones” (36).

Máximo Yagupsky evoca un carnaval bonaerense: “siendo muchacho –estaba en segundo año del secundario nacional- iba a acompañar a un tío mío que organizó un remate en la provincia de Buenos Aires, en Maza, cerca de La Pampa. Era Carnaval. Y en Maza vivían a la sazón muchos italianos. En esa oportunidad nos han hecho gozar de las canciones líricas italianas como nadie. Aquella noche de carnaval la pasaron viviendo en Italia” (37).

En Tantas voces, una historia, Eleonora María Smolensky y Vera Vigevani Jarach destacan que, cuando arribaron los judíos italianos, “Algunos amigos argentinos judíos asumieron el compromiso de mitigar las dificultades de los comienzos. Ellos se encargaron de alojar a los recién llegados en hoteles o pensiones donde, por lo general, permanecieron durante escasos días. (...) Un segundo momento, de imprevisibles consecuencias, transcurrió en las pensiones que los hospedaron durante los meses siguientes”. (38)

Manuel Enrique Pereda evoca a unos italianos que vivían en Villa Pueyrredón: “Había una vez... allá por los años 1922, una familia formada por Don Clemente Enrique Pereda, argentino, nacido en el Bajo Belgrano, y Doña Estrella Mon, española, de Galicia, con su hijo Manuel Enrique (...), que se radicaron en una pieza alquilada en la calle Argerich 4685 a un matrimonio de italianos de apellido Pettorosi que tenían tres hijos llamados Pascua, Armando y Pepa, siendo estas chicas mis primeras compañeras de juegos (...) Tengo presente a la tana Doña Emilia, de carácter fuerte y cerrado dialecto, cuando al poco tiempo de convivir en su casa, siendo carnaval, mi viejo le tiró un baldazo de agua. ¿Qué ‘rosca’ se armó! Se lo quería comer crudo. Recuerdo al viejo Don José cuando regresaba del ‘laburo’ en el ferrocarril, previas paradas en fondas y bodegones, gustando con sus paisanos el vino servido directo de la bordalesa, entrar a casa entonando canzonetas de la Italia que un día dejó para venir a ‘hacer la América’ ” (39).

Escribe Horacio Spinetto: “Cuenta el pintor Aldo Severi que en sus primeros años infantiles en el barrio de La Boca, al inicio de los ´30, cada vez que aparecía el deshollinador por la plaza Almirante Brown, con su galera y sus cepillos, asustado por esa silueta negra de pies a cabeza que se desplazaba ágilmente en bicicleta, corría a buscar refugio, junto a otros chicos, en su casa de Alvar Núñez 271” (40).

En “Las fronteras históricas del legalismo”, Mariano Gutierrez reproduce una carta, fechada en Villa Merced en septiembre de 1879, en la que el fraile Donati “le advertía a su compañero de las trampas en que el gobierno pretendía hacer caer a los indios”. Donati escribe al M.R.P. Moysés Alavez: “Mi querido padre Prefecto: Recibí la apreciable de V.P.M.R. fecha 28 de presente. Con respecto á Ramón, consideratis considerandis, nosotros me parece que no debríamos más que aconsejarle á que se reduciese entre Cristianos á una vida civil para que despues consiguiésemos su conversión. Por ahora no usan otros términos que se entendiese con los Gefes o con el Gobierno, en cuanto á las propuestas que se hiciesen que después no se hubiesen de cumplir caeriamos en su desgracia. Según la carta de V.P. me confirmo siempre más que los actuales gobernantes no quieren reducciones, pero si la sumisión de los indios por medio de dispersiones de ellos. En una palabra reducirlos en un estado como se halla en los tiempos presentes la nación hebrea que no forma población reunida. Es de dura necesidad mostrarse indiferente con ello, que haga expontáneamente lo que les parezca mejor. Por el contrario se nos sublevaría si viniesen con propuestas que probablemente no serán fielmente realizadas. Me buscan que vaya para hablar ellos conmigo, por que gracias a Dios me creen; pero yo no tengo datos seguros que el futuro Presidente quiera favorecer á nosotros y á los indios. Ygnoro los proyectos de él y las instrucciones que tienen los Gefes. Yvanoski me ha comunicado que Sarmiento no quería pagarle este último trimestre. Es más fácil evitar el pantano que salir caído en el. Muéstrese neutral con Ramón dígale que se entienda con el Coronel Roca. Me es doloroso usar estos términos (...). también V.P. tenga la advertencia de reflexionar bien sobre el racionamiento de Nicolás, no sea que este pobre caiga en la red como han quedado estampados aquí una cuadrilla de cautivos que comenzaron á racionarles con el título de Vaqueanos prestando servicios. A poco á poco, de vez en cuando los mandaban a descubrir el campo, en seguidos que estuviesen vestidos de paisanos reunidos en tal Fortín, la conclusión fue que ahora están gobernados por un oficial como militares veteranos. Nicolás debería pensarlo bien y determinar si él mismo quiere carne de la Patria. Se me han desaparecido un par de botas; Marquito me asegura que las ha visto en mi celda puede ser que alguno de los Padres las haya ocupado para ir a cazar; me parecía que no estuviesen allí; pregunté de ellas, son botas casi nuevas. Entró el Padre Luis, algo ha de haber sucedido. En lo que tengo encargado que no me dejen la llave a nadie. Saludo con toda la expansión de mi corazón á los compañeros, en particular á V.P. Fray Marcos Donati” (41).

El misionero salesiano José Fagnano nació en 1844 y falleció en Chile en 1916. En “El cura y el cowboy” se recuerda a monseñor Fagnano: “La Patagonia tuvo en aquellos lejanos tiempos muchos aventureros. ¡Hasta los misioneros que recorrían leguas a caballo, como el padre Mascardi, el padre Quiroga, el padre Falkner y otros tantos aventureros de la Cruz! ¿Por qué no recordar también a Monseñor Fagnano, cuando cruzaba Tierra del Fuego en 1886 a lomo de mula? ... o al padre Angel Savio, remontando en 1885 el río Santa Cruz, rumbo al lago Argentino pasando por las chozas de los tehuelches. Y no olvidemos al padre Bonacina quien en 1892, en pleno invierno cruzó con un baqueano y una tropilla de Viedma a Rawson para fundar allí una iglesia salesiana” (42).

Notas
1 Wolf, Ema y Patriarca, Cristina: La gran inmigración. Buenos Aires, Sudamericana, 1991.
2 S/F: “El negocio del hielo”, en La Capital, Mar del Plata, 25 de mayo de 2000.
3 Márquez, Enrique: “Ya pasaron los 100 años y siguen lo más campantes”, en Clarín, Buenos Aires, 3 de noviembre de 2003.
4 Bortot, Giorgio: “Correo de lectores”, en La Nación Revista, Buenos Aires, 23 de febrero de 2003.
5 Fiorentini, Aurora: “Recuerdos de una emigrante italiana”, en Fiorentini 3.
6 Cuda, María: “En Argentina”, en DANTE Noticias, N° 68/ Octubre-Noviembre 1998.
7 Moreno, Liliana: “El regreso a la tierra de uno”, en Clarín, 17 de octubre de 1999.
8 Marafioti, Rosa: “Carta a mi pueblo”, en El Barrio Villa Pueyrredón, Mayo de 2003.
9 Marafioti, Rosa: “Cómo hablaban nuestros inmigrantes”, en El Barrio Villa Pueyrredón, Buenos Aires, Año V, N° 55, Noviembre de 2003.
10 Masci, Florencia: “Santo Biasatti. Un reflejo de nosotros mismos”, en Noticias de Luján, Año I, N° 53. 27 de junio de 2002, www.lujanargentina.com/www.lujanargentina.com.ar.
11 Saidon, Gabriela: “Si no te enamoraste, no podés cantarle a la vida”, en Clarín, Buenos Aires, 26 de septiembre de 2003.
12 Criscuolo, Eduardo: “Un habitante ‘gris’ de Coghlan: Julián Centeya”, en El Barrio Periódico de Noticias. Buenos Aires, diciembre de 2003.
13 S/F: “La estrategia del caracol”, en Página 12, 25 de agosto de 2002.
14 “Desde Angelina Pagano, el teatro se hizo niño”, 1 del 4 de 1994.
15 Mariliflores en elmuro.com
16 "Fui actriz porque a un empresario se le ocurrió" La Maga 1 del 4 de 1994.
17 Parisi, Chilo: “El Padrono y Sotto de los Paisanos”, en El Independiente, La Rioja, 1° de junio de 2003.
18 Sotelo, Sergio (texto) y Pessah, Daniel (fotos): “Estampas del fin del mundo”, en La Nación Revista, 15 de agosto de 2004.
19 Spinetto, Horacio: “El Frentista”, en Los Oficios - Entre el Olvido y el Rescate”, en www.dgpatrimonio.buenosaires.gov.ar.
20 Barbiero, Daniel: “Confieso que he vivido”, en El Barrio Periódico de Noticias, Año 5, N° 50, Mayo de 2003.
21 Itzcovich, Mabel: “De profesión, contadoras de cuentos”, en Clarín, Buenos Aires, 20 de octubre de 1997.
22 Guerriero, Leila: “ Virginia Innocenti. Melodía para actriz y piano”, en La Nación Revista, 4 de noviembre de 2001.
23 A.M.A. www.desdeelalma.tripod.com.ar
24 Zárate, Francisco de (texto); Hax, Andrés (fotos): “A la pesca”, en Clarín Viva, 23 de mayo de 2004.
25 Piotto, Alba: “La Isla Maciel por dentro”. Fotos: Rubén Digilio, en Clarín Viva, Buenos Aires, 27 de junio de 2004.
26 Aubele, Luis: “A boca de jarro: Alberto Bellucci ‘Me interesa el arte aplicado a mejorar la calidad de vida’ “, en La Nación, Buenos Aires, 23 de mayo de 2004.
27 Llanés, Ricardo M. La Avenida de Mayo. Buenos Aires, Editorial Guillermo Kraft Limitada, 1955.
28 Blanco, Leonardo: “El barrio de La Boca es tierra de bomberos”, en La Nación, Buenos Aires, 9 de febrero de 2003.
29 Argerich, John: “Los grandimbento deste mundo –sic- (Dónde se habla de tarro e inspiración)”, en www.amasijo.com.
30 Scalisi, Cecilia (texto); Pessah, Daniel (fotos): “Memorias de un niño prodigio”, en La Nación Revista, 15 de agosto de 2004.
31 Vacarezza, Alberto: “Un sainete en un soneto”, en Cantos de la vida y de la tierra. 1944.
32 Vigevani Jarach, Vera y Smolensky, Eleonora M.: Tantas voces, una historia. Buenos Aires, Editorial Temas, 1999.
33 Sorrentino, Fernando: “Del italiano al cocoliche”, Centro Virtual Cervantes Lunes, 31 de marzo de 2003
34 Rizzo, Juan Carlos: Las Catorce Provincias (relatos del boliche). Buenos Aires, 2002, págs. 205-206. Citado por Sorrentino.
35 Devetach, Laura: “Autobiografía”, en El Tiempo, Azul, 25 de agosto de 2002.
36 Duche, Walter: “Todos tenemos derecho a escribir nuestra historia”, en La Prensa Buenos Aires, 18 de julio de 1999.
37 Cosentino, Olga: “Cosecharás tu siembra”, en Clarín, Buenos Aires, 18 de octubre de 2000.
38 Gaffoglio, Loreley: “Me acordé de un viejo amor”, en La Nación, Buenos Aires, 21 de julio de 2002.
39 Pereda, Manuel Enrique: Nuestra querida Villa Pueyrredón. Buenos Aires, Del Carril Impresora, 1986. Citado por Eduardo Criscuolo en “Páginas para el recuerdo de Villa Pueyrredón”, El Barrio Periódico de Noticias, Año 6, N° 62, Buenos Aires, Mayo de 2004.
40 Spinetto, Horacio: “El Deshollinador”, en “Los Oficios - Entre el Olvido y el Rescate”, en www.dgpatrimonio.buenosaires.gov.ar.
41 Gutiérrez, Mariano: “Las fronteras históricas del legalismo”, en derechopenalonline.com.
42 S/F: “El cura y el cowboy”, en www.misionrg.com.ar.

Varios

Alberto Giúdici transmite un testimonio de León Untroib -inmigrante polaco-, en el que se evoca la nostalgia de los peninsulares, relacionada con el fileteado: “Fueron inmigrantes italianos, en su mayoría, los que iniciaron a fines del siglo XIX este oficio que dio vida al gris impuesto por las ordenanzas municipales para el transporte público. El fileteado, con todo su colorido y su elegancia, pronto se derramó en carros, camiones, colectivos; en las pianolas y organitos que circulaban por la ciudad y también en los carritos de reparto que usaban los vendedores llegados de l’Italia. Don León Untroib, un maestro del filete, así lo decía en sus recuerdos, allá por 1974: ‘Los verduleros italianos venían y me decían: ‘-Facheme un bastimente’. Para don León, la nostalgia alimentaba el pedido: “Pienso que esos verduleros soñaban con los barcos. Pienso que dibujándolos en sus carritos de mano recordaban a los seres queridos que habían quedado en Calabria, en Sicilia, en la Lombardía: era una especie de acicate para redoblar los esfuerzos, trabajar duro, juntar el dinero para el pasaje y así reunirse con ellos’. El deseo y la nostalgia alimentando un oficio, un arte que terminó poblando las calles de Buenos Aires” (1).

María Rosa Fugazot, “la hija de la legendaria actriz de teatro, revista y cine María Esther Gamas y del músico Antonio Fugazot recordó: ‘De chica, mamá vivió en un conventillo; decía que era como la casa grande de una gran familia. Había un matrimonio siciliano y otro napolitano cuyas mujeres vivían peleando. El marido de una era motorman de tranvía y el de la otra, portuario. ¡Ah, Santa Madonna!, que al marido di questa lo strafuque il tranvia e que non quede niente di niente!, exclamaba la napolitana revolviendo su negra melena. E, que il tuo marito se caiga al aqua e se ahogue, contestaba la siciliana. Sin embargo, cuando llegaba un momento difícil, cuando un hijo se enfermaba o alguno se accidentaba, todos se unían para proteger al que lo necesitaba” (2).

José Alberto Marchi desciende de inmigrantes italianos y españoles. Gutiérrez Zaldívar se refiere detalladamente al origen del artista: “Alberto Marchi, su padre, es el tercer hijo de Carmen Ferreyra, andaluza nacida en Granada, España; y de Sillo Catullo Marchi, lombardo nacido en Mántova, Italia”. El oficio del abuelo es recordado por Gutiérrez Zaldívar: “Como su padre y sus hermanos, Sillo trabajaba en la sastrería de la familia, ubicada en la Av. Las Heras, entre Ayacucho y Junín, que con orgullo contaba entre sus clientes al Dr. Marcelo Torcuato de Alvear. ‘Benigno Marchi e hijos’, decía el letrero de la puerta del local, lugar simbólico donde José encontró los hilos, ese motivo tan personal que hace inconfundibles a sus obras. Hilos reales que su familia enhebraba en el quehacer diario, y al mismo tiempo, hilos simbólicos que unen a José con su obra”.
Otros miembros de la familia son relacionados por el crítico con la obra del pintor: “Sus abuelos maternos Nazareno y Angela, eran italianos, nacidos en Ancona y en Chietti respectivamente. Nazareno fue ‘pastero’ –juntaba fardos para dar de comer al ganado-, y luego por largos años trabajó como encargado en una fábrica de dulces, una rudimentaria industria de principios de siglo, que bien podría ser el escenario donde los personajes de José clasifican incansablemente extraños vegetales” (3).

Afirma Horacio Spinetto: “ en el barrio de La Boca, esta tradición popular continúa con la labor de Nora Seilicovich y Omar Gasparini, creadores de muñecos y máscaras. Dijo Osvaldo Soriano: "En las paredes de chapa, como al descuido, quilombo y protesta. Un mundo napolitano y genovés que, de pronto, se vuelve guaraní y uruguayo...Curiosas figuras, con vestido gentil y caras de circunstancia o melancolía. Personajes ilusorios pero con un resto de vida. El necesario para la vieja tradición de un barrio de artistas populares. No en vano entre los personajes de Seilicovich y Gasparini está también el cordial Gardel..." Gasparini trabaja en estrecha relación con el talentoso ‘Grupo de Teatro Catalinas’ " (4).

Notas
1 Alberto Giudici (Curador): “Exposiciones El filete porteño: entre el pop art y el realismo mágico” (Titulado “Bus Pop” apareció publicado en New Society, el 5 de septiembre de 1968 y reproducido en Buenos Aires por la revista Summa, en diciembre de 1986), en www rcc0102.rcc.com.ar.
2 Cosentino, Olga: “Cosecharás tu siembra”, en Clarín, Buenos Aires, 18 de octubre de 2000.
3 Gutiérrez Zaldívar, Ignacio: Marchi. Buenos Aires, Zurbarán Editores, 1995.
4 Spinetto, Horacio: “El Fabricante de Máscaras y Cabezudos”, en “Los Oficios - Entre el Olvido y el Rescate”, en www.dgpatrimonio.buenosaires.gov.ar.

En conjunto

Entrevistado por Adriana Riva, Luigi Pallaro, el primer senador italiano elegido en América latina, manifestó: "¿Qué hizo Italia para que sus descendientes que viven en el mundo hablasen italiano? Nada. Por tanto, no puede condicionar la ciudadanía porque no hablen italiano. Los orígenes de una persona son más que suficientes para tener el derecho a ser italiano" (1).

Notas
1 Riva, Adriana M. Riva: "Entrevista con Luigi Pallaro 'Mi tarea es proponer una política para los italianos en el mundo' ", en La Nación, Buenos Aires, 29 de octubre de 2006.


Italianos y otros

En “La formación de una raza argentina”, José Ingenieros –inmigrante italiano- se alegra de la adaptación al medio geográfico que se verifica en los inmigrantes: “Las variedades de la raza europea aquí trasplantadas sienten ya, en sus hijos argentinos, los efectos de la adaptación a otro medio físico, que engendra otras costumbres sociales. Los Andes, la Pampa, el Litoral, el Atlántico, la Selva, el Iguazú, son cosas nuestras, y solamente nuestras. Viviendo junto a ellas, las razas blancas inmigradas adquieren hábitos e ideas nuevas, hasta engendrar una variedad, distinta de las originarias” (1).

Según lo que comían, Santiago de Estrada podía reconocer la procedencia de los habitantes de los conventillos: “Encienden carbón en la puerta de sus celdillas los que comen pucheros: esos son americanos. Algunos comen legumbres crudas, queso y pan: esos son los piamonteses y genoveses. Otros comen tocino y pan: esos son los asturianos y gallegos. El conventillo es el reino de la ensalada cruda” (2).

“La gran epidemia de fiebre amarilla de 1870 es uno de los episodios que conserva vívidamente nuestra memoria nacional. Menos conocido es que la inmensa mayoría de las víctimas del ‘vómito negro’ y del terror subsiguiente fueron los inmigrantes” (3).

“Se culpó de la epidemia a los inmigrantes italianos y se los expulsó de sus empleos. Recorrían las calles sin trabajo ni hogar; algunos, incluso, murieron en el pavimento” (4).

La confluencia de inmigrantes de distinta procedencia y de criollos permite que confraternicen y que conozcan sus cocinas típicas. En una calle porteña vivió doña Catalina, la madre de Miriam Becker. En una sentida evocación que escribe poco después de la muerte de la rumana, comenta que la anciana “De sus vecinos -españoles, italianos, argentinos del interior-, había descubierto que el mejor arroz con pollo lo hacía doña María, la gallega, pero sin panceta; lo rico que eran el grelo, la nabiza y la achicoria como los preparaban los Brunetta –los italianos saben comer verduras-, y que las empanadas con la carne cortada a cuchillo de doña Pepa eran mejores que con la picada común” (5).

La escritora e investigadora Gladys Onega también habla sobre la influencia de la instrucción pública en los hijos de los inmigrantes: “A mí lo que más me atrajo, y me metí en un trabajo muy arduo y gratificante, fue el de la escritura adulta que tiene que crear un narrador niño pero con una escritura adulta. Esta fue una gran tensión que se produjo en mí con el lenguaje; y además tratar de encontrar las voces que me rodeaban en aquel momento, ya que tenía la de mi padre que hablaba en gallego con sus parientes, pero no en mi casa porque mi madre era criolla, y también la de todos los italianos que en ese tiempo hablaban realmente el italiano. Para mí era maravilloso tener todos estos sonidos. Eran todas palabras misteriosas. Los chicos que iban al colegio en el 35 y provenían del campo hablaban en italiano, y en la escuela era donde verdaderamente se nacionalizaban. Ese fue el gran factor unificador de la escuela pública” (6).

La actriz Rita Cortese recuerda la presencia inmigrante en la sociedad: “Cuando yo era chica, los inmigrantes europeos eran algo vivo y cercano. Tanos y gallegos, como decíamos, estaban allí, al lado nuestro, en la calle, en el barrio. Pesaba su manera de ser y de hablar, sus costumbres, comidas, espectáculos. Formaban parte de nuestra vida cotidiana” (7).

Los inmigrantes trabajaron asimismo en el adoquinado de las calles. Lo recuerda José Luis Corsetti, quien afirma: “De las canteras de Tandil salió gran parte del empedrado de las calles de nuestro país. Los picapedreros españoles, italianos, montenegrinos y yugoslavos fueron, desde 1870, personajes entrañables que dejaron cuerpo y alma, cuando no la vida, en cada cincelada” (8).

Hugo Nario describió la dura vida de los picapedreros: “Despeñarse, quedar aplastado por el desprendimiento de piedras o cascajo, perder un ojo reventado por una escalla o por un pinchote mal templado, morir destrozado por una voladura imprevista, caer bajo las ruedas de las zorras que bajaban cargadas de material desde lo alto de la pendiente, o carros cuyo control de descenso se perdía, y volcando arrastraban por el precipicio a caballos y conductor. Y en todo tiempo, el arresto, el allanamiento, las redadas, días y meses de encierro, la amenaza de la deportación, a veces sin proceso” (9).

El dibujante Quino expresó: “Nací en Mendoza en una familia andaluza, en un barrio donde el panadero era español, el verdulero, italiano, el otro comerciante, libanés. A los primeros argentinos los conocí en la escuela. Todos mis parientes eran españoles. Desde chico tuve una visión muy amplia. Quizás por eso a Mafalda la quieren tanto en tantas culturas distintas” (10).

En “La Argentina racista”, “el escritor Pedro Orgambide analiza el costado más intolerante de los argentinos. Y describe cómo han ido cambiando a lo largo de la historia los destinatarios de la discriminación: el indio y los mestizos, primero, luego los españoles, italianos y judíos que llegaron a nuestras tierras y ahora los inmigrantes de los países limítrofes” (11).

Guillermo Saccomanno, autor de El buen dolor, afirma en un reportaje que “Aquellos tanos y gallegos que venían con una mano atrás y otra adelante también eran segregados” (12). Ellos, a su vez, despreciaban a los provincianos.

Una Noticia de la Defensoría del Pueblo acerca de la discriminación de los extranjeros latinoamericanos en 2000, afirma que “Los argumentos son viejos. Podría decirse que comenzaron a utilizarse en los últimos años del siglo anterior, cuando se responsabilizaba a los inmigrantes de origen europeo de haber traído al país ideas disolventes. Con esa excusa se dictó la ley de residencia que autorizaba a expulsar a aquellos extranjeros que desarrollaran actividades sindicales y políticas” (13).

Notas
1 Ingenieros, José: “Ensayo de identidad”, en Clarín, Buenos Aires, 27 de febrero de 2000.
2 Estrada, Santiago: Viajes y otras páginas literarias. 1889. Citado por Jorge Páez en El conventillo, Buenos Aires, CEAL, 1970.
3 Zengotita, Alejandro Ulises: “Los inmigrantes”, en Revista Mayores, Año II, N° 11, 1994.
4 Scenna: El día que murió Buenos Aires, citado por Zengotita.
5 Becker, Miriam: “La última idische mame”, en La Nación Revista, 23 de marzo de 1997.
6 Onega, Gladys: Cuando el tiempo era otro. Una historia de infancia en la pampa gringa. Buenos Aires, Grijalbo Mondadori, 1999.
7 Gaffoglio, Loreley: “Me acordé de un viejo amor”, en La Nación, Buenos Aires, 21 de julio de 2002.
8 Corsetti, José L.: “Lejos del corralito, cerca de la naturaleza”, en La Nación, 27 de enero de 2002.
9 Nario, Hugo: “Cortando piedra”, en Todo es historia, N°178, Marzo de 1982.
10 Reinoso, Susana: “Quino: ‘ Los adultos están arruinando a los chicos’ “, en La Nación, Buenos Aires, 7 de diciembre de 2003.
11 S/F, en Orgambide, Pedro: “La Argentina racista”, en Clarín Viva, 27 de agosto de 2000.
12 Chiaravalli, Verónica: “Un corazón tomado por la memoria”, en La Nación, Buenos Aires, 15 de agosto de 1999.
13 Noticias de la Defensoría del Pueblo de la Ciudad de Buenos Aires: “Los culpables de todo. La historia se repite”, en Centenario, Buenos Aires, Junio 2000.

En memorias

Friulanos

Juan Faccioli, pionero friulano, escribió sus memorias. “Según Faccioli, al llegar al Hotel de Inmigrantes se enteraron de que estaban destinados al Territorio Nacional del Chaco, donde les darían tierras que estaban habitadas por aborígenes: algunos huyeron del Hotel de Inmigrantes, pero luego de vagar sin conseguir trabajo ni comida volvieron y aceptaron llegar a Reconquista y, desde allí, a una colonia que se formaría al otro lado del arroyo El Rey” (1).

Liguria

En sus memorias, tituladas Desde ya y sin interrupciones (2), María Esther Podestá destaca que de los Podestá actores, el único que debe ser considerado argentino por derecho de suelo es su abuelo, Jerónimo Bartolomé. Los demás nacieron en Montevideo, adonde había marchado la pareja de inmigrantes ligurinos, atemorizada por el rumor de un degüello de “gringos” durante el gobierno rosista. “La familia permaneció en Montevideo desde 1851 –dice María Esther-, y allí nacieron mis tíos abuelos Pedro, José Juan (Pepe), Juan Vicente, Graciana, Antonio Domingo, y Cecilio Pablo, quien artísticamente suprimiría su primer nombre”.
Recuerda a su padre, José Francisco, de quien dice que “como la mayoría de los Podestá, mi padre era músico, además de autor de comedias. Trabajó siempre, incansablemente, en los últimos años administrando las temporadas del teatro Smart de la calle Corrientes, rebautizado en 1967 en homenaje a la tía Blanca”.
En otra página nos habla de Pablo, quien prodigaba su talento en diversos campos del arte: “Pero no fue sólo como actor, cómico o dramático, que Pablo Podestá proyectó su singular personalidad artística. Hacia 1910, hallándose en gira por el interior del país, estrenó con su compañía, en el Olimpo de Rosario, una obra titulada Miseria, de la que era autor. También le pertenecía la música que completaba la pieza. Asimismo, había pintado el decorado. Es decir que simultáneamente fue autor, músico, pintor y actor, hecho no muy frecuente en el mundo del teatro. Del músico que era Pablo son difíciles de olvidar los acordes que compuso para el estilo de La piedra del escándalo, sobre los versos románticos de Martín Coronado. También Pablo esculpía con facilidad. Se conserva en el Museo del Teatro el busto que le hizo de niña a Eva Franco, en 1917,cuando las representaciones de Con las alas rotas, de Emilio Berisso”.
No podía faltar en estas memorias el homenaje a la tía Blanca, de quien dice la autora: “Blanca fue un crédito mayor de la familia. Me resisto a verla en el pasado porque ella avanzó en el tiempo y siguió actuando cuando muchos familiares habían dejado de hacerlo. Era una mujer fundamentalmente buena, de una imagen fuerte que encubría sus apacibles sentimientos. Como actriz tuvo la primera influencia de equilibrio de su padre y una segunda de Pablo, de quien fue primera actriz en temporadas memorables y a quien se acercó en equivalencia de temperamento”.
La sobrina valora los méritos actorales de la tía: “Tal vez Blanca, elegante e imponente, se debatió siempre entre su femineidad y una voz más bien ronca. Estaba más predispuesta para el drama que para la comedia, y generalmente dramas fueron los mejores aciertos en su carrera de estrella absoluta fuera de la órbita de Pablo. Nunca dejó de representar a autores argentinos pero después del veinte hizo una apertura al repertorio internacional, en una alternancia fulgurante de varias décadas sumadas a su ya larga e intensa carrera anterior”.

Lombardía

Del fascismo y sus reiteradas golpizas huye el protagonista de El laúd y la guerra, libro de Martina Gusberti. Decidió emigrar “porque él, como vehemente socialista, fue apaleado varias veces por los camisas negras”. El anciano narra qué había sucedido: “Sabían que era músico, director de una banda, y me buscaron para colaborar, pero yo me negué a tocar la marcha fascista y por eso me ligué unos buenos bastonazos, ¡brutte bestie! Me protegí la cabeza como pude, pero ésa es otra historia. Después, emigré a América” (3).

Trentino

En Aquellos tiempos..., Alcides J. Bianchi recuerda su infancia en la colectividad italiana de Mendoza. El escribe: “Pienso que uno de los recuerdos más gratos de nuestra infancia fue la época de los Reyes Magos. Cuando al aproximarse la finalización del año, mamá nos hablaba de la Navidad recordándonos su significado, predisponiendo nuestro ánimo, para que toda la familia participara de la cotidiana celebración. Hacíanos recomendaciones sobre nuestro buen comportamiento a fin de que se fuese superando cada día, para que la ‘Befana’ (leyenda italiana que ella recordaba de la época de su niñez) o cuando la llegada de los Reyes Magos, pudiésemos recibir un hermoso juguete, en mérito a nuestra buena conducta. Esto nos preocupaba sobremanera, haciéndonos obedientes y diligentes en todo lo que se nos indicaba, para así merecer la bondad de la ‘Befana’, o de Melchor, Gaspar y Baltazar. Ya próximos a la fecha tan ansiosamente esperada, mi madre nos preguntaba de quién habíamos decidido recibir el regalo. La elección era obligatoria pues Jesús entregaba tan sólo uno para cada destinatario” (4).

Sin mención de origen

En Juvenilia, Miguel Cané –cuyo nombre se recuerda vinculado con la Ley de Residencia- evoca al enfermero que trabajaba en el Colegio Nacional de Buenos Aires: “Era italiano y su aspecto hacìa imposible un càlculo aproximativo de su edad. Podìa tener treinta años, pero nada impedìa elevar la cifra a veinte unidades màs. Fue siempre para nosotros una grave cuestiòn decir si era gordo o flaco. (...) Empezaba su individuo por una mata de pelo formidable que nos traìa a la idea la confusa y entremezclada vegetaciòn de los bosques primitivos del Paraguay, de que habla Azara; veìamos su frente, estrecha y deprimida, en raras ocasiones y a largos intervalos, como suele entreverse el vago fondo del mar, cuando una ola violenta absorbe en un instante un enorme caudal de agua para levantarlo en espacio. Las cejas formaban un cuerpo unido y compacto con las pestañas ralas y gruesas como si hubieran sido afeitadas desde la infancia. La palabra mejilla era un ser de razòn para el infeliz, que estoy seguro jamàs conociò aquella secciòn de su cara, oculta bajo una barba, cuyo tupido, florescencia y frutos nos traìa a la memoria un ombù frondoso”.
“El cuerpo, como he dicho, era enjuto; pero un vientre enorme despertaba compasiòn hacia las dèbiles piernas por las que se hacìa conducir sin piedad. El equilibrio se conservaba gracias a la previsiòn materna que lo habìa dotado de dos andenes de ferrocarril, a guisa de pies, cuyo envoltorio, a no dudarlo, consumìa un cuero de baqueta entero. Un dìa, nos confiò en un momento de abandono, que nunca encontraba alpargatas hechas y que las que obtenìa, fabricadas a medida, excedìan siempre los precios corrientes”.
Recuerda el personal castellano del enfermero: “Debìa haber servido en la legiòn italiana durante el sitio de Montevideo o haber vivido en comunidad con algùn soldado de Garibaldi en aquellos tiempos, porque en la època en que fue portero, cuando le tocaba despertar a domicilio, por algùn corte inesperado de la cuerda de la campana, entraba siempre en nuestros cuartos cantando a voz en cuello, con el aire de una diana militar, este verso (!) que tengo grabado en la memoria de una manera inseparable a su pronunciaciòn especial: Levàntasi, muchachi,/ que la cuatro sun/ e lo federali/ sun venì a Cordun. Perdiò el gorjeo matinal a consecuencia de un reto del señor Torres que, hacièndole parar el pelo, le puso a una pulgada de la puerta de calle”.
Sobre sus aptitudes para el trabajo, afirma: “Como prototipo de torpeza, nunca he encontrado un spècimen màs completo que nuestro enfermero. Su escasa cantidad de sesos se petrificaba con la presencia del doctor, a quien habìa tomado un miedo feroz y de cuya conciencia mèdica hablaba pestes en sus ratos de confidencia”. (5).

En sus Memorias, escribe Lucio V. Mansilla: "Este San Pío era italiano, casado, muy bonachón y cariñoso. Sus quesos de Goya, y particularmente sus chorizos, allí a la vista, tenían fama(...) No sabía leer ni escribir, ni hablaba italiano, ni español, ni genovés, ni dialecto itálico alguno, sino una media lengua suya propia; y a fuerza de oírse llamar San Pío por sobrenombre, llegó a olvidarse de su verdadero patronímico. (...) Una vez, teniendo que prestar declaración con motivo de un bochinche, le preguntó a la mujer: - Che, ¿cómo me llamo yo? - San Pío - No, le nombre de Italia - ¡Ah!, está en el baúl (quería decir en el pasaporte)" (6).

Carlos Ibarguren, en La historia que he vivido, recuerda un festejo de inmigrantes: “el casamiento fue celebrado con una fiesta en la modesta casa del barrio en que vivía la novia. Concurrió allí invitado el elemento gringo de la vecindad con sus respectivas familias –algunas con hijos argentinos- y varios amigos de Darío, entre los que yo me contaba. Se bailó animadamente hasta la madrugada en el patio, al compás del acordeón, ocarina y flauta; de la cocina, donde se jugaba a la morra, partían vociferaciones en italiano, mientras el moscato y el nebiolo espumante enardecían los ánimos sin distinción de edad, sexo ni nacionalidad; y aún recuerdo cómo nos atrajo a los muchachos la bella Carlota, hermana del desposado, que resultó esa noche, reina indiscutida de aquel regocijo meridional” (7).

En conjunto

En sus Memorias, Lucio V. Mansilla escribe: “El italiano no había comenzado aún su éxodo de inmigrante. De España, en general del Ferrol, de La Coruña, de Vigo sobre todo, sí llegaban muchos barcos de vela, rebosando de trabajadores, aprensados como sardinas (...) En cierto sentido eran como cargamento de esclavos” (8).

Italianos y otros

Gladys Onega escribió Cuando el tiempo era otro. Una historia de infancia en la pampa gringa (9), convencida de que “todos tenemos derecho a escribir nuestra historia” (10).
Su historia se inicia en Acebal, provincia de Santa Fe, donde nace en 1930, y continúa en Rosario, ciudad a la que se mudan en 1939. Sus primeros años transcurren en el seno de una familia integrada por un gallego tan esforzado y ahorrativo como autoritario; una criolla apasionada por la hija mayor, la lectura y la costura; y dos hermanos, que acaparan la atención que la pequeña reclamará para sí. Junto a ellos encontramos la familia de la casa da pena –los gallegos que quedaron en su tierra-, los parientes gallegos que emigraron y los parientes criollos de la madre, y los inmigrantes –en su mayoría italianos- que viven en el pueblo.
En un viaje por Santa Fe, Onega y su padre ven a “los expulsados de la tierra”: “vimos un carrito del que tiraban una mujer y un hombre, cada uno de su vara; en ese carrito pequeño y angosto llevaban su casa. Allí habían cargado los muebles, los hierros de labranza, un baúl, atados de ropa y todavía cabía una cama donde unos chicos y la nona se amontonaban y se tapaban del sol con la colcha blanca de algodón ahora ennegrecido, que había formado parte del ajuar europeo y que tantas veces había visto en las casa de chacareros, atada por sus cuatro puntas al respaldo y a la piesera de hierro de la cama. Debajo de ese toldo trataban de salvarse del terrible castigo del sol y del bochorno de la tarde con el aire que debía soplar por los costados libres. Detrás del carrito venían unos muchachos que empujaban aliviando el esfuerzo de sus padres”.

En “Mínima autobiografía de la exiliada hija” (11), trabajo que integrarà un volumen sobre el exilio español republicano de 1939, a publicar por la Universidad de Lèrida, Marìa Rosa Lojo se refiere a su vida como hija de un gallego y una madrileña exiliados en la Argentina. Sobre la alimentación en la nueva tierra, escribe: “También los sabores, los gozos de la comida, se conformaron y se acuñaron fuera de los hábitos de la cocina argentina moderna. Para mí eran absolutamente familiares los pulpos y los langostinos, los calamares, los camarones y mejillones ajenos a los hábitos de las pampas, y que más bien horrorizaban con sus valvas, sus tintas y sus viscosos tentáculos a la mayoría de mis compañeras de escuela. En cambio, durante la infancia y adolescencia consideré como elementos exóticos las pastas y la pizza –‘clásicos’ para un recetario argentino, definido por su neta hibridez ítalo-criolla-”.

En Babilonia chica, escribe Mito Sela: “Crecí y me desarrollé en un barrio fuera de la Capital, ya provincia, sólo cruzando la Av. Gral. Paz. Este barrio –otro mundo- reunía en sus calles fábricas y galpones de la industria textil, que funcionaban sin descanso 24 horas diarias durante seis días a la semana. Junto a la industria se desarrolló un proletariado textil, formado por italianos, españoles y judíos, fervientes sindicalistas, que en su mayoría se identificaban con los distintos matices de la izquierda hasta la llegada del peronismo” (12).

Notas
1 S/F: “Friulanos sobre el Paraná”, en La Nación Revista, Buenos Aires, 29 de julio de 2001.
2 Podestá, María Esther: Desde ya y sin interrupciones. Buenos Aires, Corregidor, 1985.
3 Gusberti, Martina: El laúd y la guerra. Buenos Aires, Vinciguerra, 1996.
4 Bianchi, Alcides J.: Aquellos tiempos... Buenos Aires, Marymar, 1989.
5 Cané, Miguel: Juvenilia. Buenos Aires, CEAL, 1980.
6 Mansilla, Lucio V.: Mis memorias, citado en www.oniescuelas.edu.ar.
7 Ibarguren, Carlos: La historia que he vivido. Buenos Aires, Biblioteca Dictio, 1977.
8 Mansilla, Lucio V.: Mis memorias
9 Onega, Gladys: Cuando el tiempo era otro. Una historia de infancia en la pampa gringa. Buenos Aires, Grijalbo-Mondadori, 1999.
10 Duche, Walter: “Todos tenemos derecho a escribir nuestra historia”, en La Prensa, Buenos Aires, 18 de julio de 1999.
11 Lojo, María Rosa: “Mínima autobiografía de una ‘exiliada hija’ “, en Sitio Al Margen Revista Digital. Noviembre de 2002.
12 Sela, Mito: Babilonia chica. Buenos Aires, Milá, 2006. 112 pp. (Imaginaria).

En biografías

Abruzzos

“En Severino Di Giovanni, el idealista de la violencia, escrito entre 1968 y 1970, Bayer reprodujo las cartas” enviadas por el anarquista a Josefa Scarfó. “Bayer acude a las cartas para definir ese amor. ‘Hablaban de un amor que podríamos calificar de puro, profundo, pero casi sin referencias de tipo carnal o sexual’. Para Bayer, estos escritos destilan la moral anarquista de Di Giovanni: ‘Sus cartas tenían ese tono porque por sus ideas, sentía un gran respeto por el género femenino’ ” (1).

Apulia

Acerca de PIERO. Un canto de vida, amor y libertad, escribe José Tcherkaski, el autor de la biografía: "Hace quince años que trabajamos juntos. Nos pasaron infinidad de cosas, positivas, negativas, olvidables, inolvidables, ocurrentes, tristes, talentosas, mediocres. Vivimos; ésta es la palabra. Construir una historia de vida no es tan fácil cuando el protagonista -Piero- en este caso, está tan ligado a la vida del que debe escribir-relatar-descubrir-mostrar-desnudar al hombre que desde un escenario hace vibrar las fibras más íntmas de multitudes incondicionales. Piero no es simplemente un cantante. Si el libro posee algún mérto, es el de mostrar justamente esta afirmación Piero es un artista popular con un enorme sentido de la vida, con un profundo amor por la justicia y la libertad. Su preocupación es el hombre y la conquista de la felicidad, o sea marchar hacia el encuentro de un mundo mejor -como el dice- "lleno de buenas ondas". En este tramo de vida que recorremos juntos, construimos muchas canciones, en todas tratamos-intentamos compartir el sentimiento de la gente para sentirnos identificados con nuestros semejantes. Cada historia, cada texto o cada música es un pedazo de nosotros, una porción de vida que fuimos desparramando a lo largo de estos años, tan intensos, tan llenos de arbitrariedades, persecuciones y grandes traiciones. Ojalá el trabajo sirva para que las generaciones venideras sepan que una vez, en un planeta llamado argentina, vivió-vivimos, hombres-seres humanos, que intentaron contar que la vida "brilla mil veces más fuerte que el sol y calienta..." (2).

Campania

Acerca de DISCEPOLIN. Poeta del hombre que está solo y espera, por Horacio Ferrer y Luis Adolfo Sierra (Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 2004. 184 páginas), se afirmó:
"Personaje entrañable y enigmático, Enrique Santos Discépolo, “Discepolín”, es una de las claves para entender la cultura propia y una de las formas que mejor sugiere nuestra identidad, el tango. El legendario Discepolín muestra aspectos a veces contradictorios pero que ayudan a entender realidades sucesivas de un conjunto que parece darle coherencia a nuestra historia, tanto la política como la cultural. Como actor, como compositor, como mito en el tiempo que le tocó vivir, Enrique Santos Discépolo le proporciona al lector el fulgor de un personaje extraordinario. El lúcido observador individualista, el detractor de la decadencia social, el nostálgico que anima un universo completo a partir del cafetín e inclinado sobre “tus mesas que nunca preguntan”. Son todos aspectos de un solo hombre.
Con un poder evocativo admirable, los autores de este libro cuentan los episodios de las vida de Discepolín y analizan su actitud, se presencia y su obra. El resultado es un libro de una riqueza y una vivacidad difíciles de igualar".

Piamonteses

En “Polidoro Segers, el primer médico de Tierra del Fuego”, Raúl Agustín Entraigas se refiere al padre José Fagnano, nacido en Rachetta, Tanaro, en 1844: “Segers tenía ya treinta y cuatro años. Cuando se trató de dar examen, se encontró con que necesitaba título habilitante para ingresar en la Facultad... ¿Qué hará? ¿Plantará todo? ¡Qué esperanza! Esperará. El tiempo y el ingenio le darían medios para llegar. Entre tanto se le cruzó una oportunidad magnífica para conocer Tierra del Fuego. Iba don Ramón Lista a explorar aquellas regiones y a sentar definitivamente nuestra soberanía sobre ellas. Necesitaba un médico. Ningún profesional criollo quiso arriesgarse en esa "patriada". El poeta Olegario V. Andrade, padre político de Lista, lo exhortó e embarcarse y Segers no se hizo de rogar.... Con los conocimientos científicos que poseía no le pareció imposible ser "cirujano de segunda" en la expedición... Y en noviembre de 1886 lo tenemos sobre el Villarino rumbo a Tierra del Fuego. Como capellán iba el padre José Fagnano, salesiano. Se hicieron grandes amigos. Cuando pisaron tierra firme en San Sebastián, y los 25 hombres de Lista y del capitán Marzano hicieron fuego sobre los onas, dejando sobre la virgen tierra fueguina veintiocho cadáveres, el sacerdote y el médico se levantaron, coléricos, en ombre de la justicia y de la humanidad. (...) esde aquel día, siempre que había que vérselas con indios, eran Segers y Fagnano los encargados de parlamentar. La primera vez que les tocó la no fácil misión, se vieron en figurillas cuando toparon de buenas a primeras con una tribu. Estaban ambos perplejos. Entonces el médico -narra Fagnano- comenzó a hacer piruetas, a dar saltos y otras niñerías. Fue la salvación de ambos. Los indios bajaron sus arcos y se acercaron, riendo, a los embajadores. Desde entonces fueron los amigos de los onas” (3).

Parte de Italia el matrimonio Vairoleto con su primogénito, porque “en aquella región las posibilidades de prosperar eran muy escasas para los aldeanos pobres, y Vittorio concibió el proyecto de ir a América. Algunos emigrantes, incluso un cura que había estado en la parroquia de la villa, escribían enviando noticias favorables desde la Argentina, un país donde hacía falta mano de obra y eran bienvenidos los labriegos italianos para poblar las colonias agrícolas. Ilusionados por esas perspectivas, Vittorio y Teresa se dispusieron a marchar al nuevo continente con su bebé recién nacido”. Aquí nacería Juan Bautista.
Los Vairoleto “siguieron hasta Rosario remontando el gran río Paraná. Al bajar en los muelles con sus bultos, mientras la sirena de la nave seguía anunciando el arribo, los emigrantes de tercera clase se encontraron con una cantidad de gente que les hablaba en piamontés, ofreciéndoles los más variados destinos y trabajos a cambio de alojamiento y comida. Todo les resultaba asombroso y no era fácil saber qué les convenía, pero tenían que hacer la prueba. Vittorio comenzó trabajando en la cosecha de esa temporada, y emprendieron un largo itinerario buscando un pedazo de tierra donde afincarse” (4).

“Alberto María De Agostini nació en Pollone, pequeño pueblo de Piamonte, en las cercanías de Biella, el 2 de noviembre de 1883 (5). Monseñor Patagonia. Vida y viajes de Alberto De Agostini el sacerdote salesiano y explorador (6) se titula la biografía escrita por Germán Sopeña, acerca de la que leemos: “En esta biografía de Alberto De Agostini trabajaba Germán Sopeña cuando lo sorprendió la muerte. Y no por azar está dedicada al gran explorador salesiano. Fueron la pasión y el amor que Sopeña sentía por la Patagonia los que lo llevaron a rescatar del olvido y el desconocimiento a uno de sus más destacados pioneros. Tras una profunda investigación que incluye testimonios de quienes lo conocieron, Sopeña traza la semblanza de este "montañista de alma", del "descubridor de hombres, regiones y montañas", del misionero preocupado por la desaparición de las culturas aborígenes y por la protección de la naturaleza. Sin dudas, Sopeña compartía con De Agostini la misma y poderosa atracción por la misteriosa región patagónica. Así lo refleja tan bella y elocuentemente este Monseñor Patagonia" (7).

Nora Ayala escribe acerca de su abuelo, que dejó su tierra: “¡Bagnasco! Nunca hubiera creìdo que extrañarìa tanto ese pueblo contra el que tanto habìa despotricado, las tardes con Franco y Luigi mojando los anzuelos en el Tanaro mientras soñaban con tierras lejanas, aventuras, ciudades, fortunas” (8).

Toscana

“Por más de cuarenta años Marco Denevi (1920-1998) ocupó un lugar central en la narrativa argentina. Títulos que van desde la ya clásica Rosaura a las diez hasta Nuestra Señora de la Noche –su última novela–, pasando también por la inolvidable Ceremonia secreta, revelaron una voz original que se expresó en prácticamente todos los géneros, sin excluir guiones para cine y televisión. Esta biografía de Juan José Delaney –rica en documentos, cartas, testimonios y textos inéditos– da cuenta del camino del escritor, su formación, búsquedas, éxitos, fracasos y preocupaciones filosóficas y cívicas, dentro del contexto histórico y literario en que se desarrollaron. En otro sentido, el ensayista examina los procesos de escritura en Denevi e ilumina y valora aspectos soslayados de la producción del escritor como, por ejemplo, su condición de cuentista excepcional. El resultado es un trabajo que interesará no sólo a los admiradores de la obra de Marco Denevi sino también a estudiosos de la escritura en general y de la literatura argentina en particular” (9).
Marco Denevi afirmó: "Genética y educación se confabularon para hacerme adicto a la música. Mi padre, que nunca exteriorizaba sus emociones, sólo aflojaba frente a la òpera. Nací y me crié en un hogar donde se hacía música a diario, donde la música mal llamada culta formaba parte de la vida cotidiana. Todavía niño, y de la mano de mis mayores, fui a salas de concierto y al Teatro Colón" (10).

Trentino

Alcides J. Bianchi es el autor de Valentìn, el inmigrante (11), obra en la que relata la vida de su padre, exitoso empresario afincado en Mendoza. Don Valentín nació en Fasano, Italia, en 1887. Se dedicó a la docencia hasta que una carta de su hermano lo decide a emigrar a la Argentina. Tenía veintidós años. El hijo evoca ese viaje lleno de ansiedad e incomodidades, con las ratas caminando por encima de la cama del pasajero.
En nuestro país, el italiano desempeñó distintos oficios, destacándose por su facilidad para la contabilidad y su excelente caligrafía, que le valió el apodo de “el gringo de la letra bonita”. Fue empleado contable y rematador de lotes, hasta llegar a su ocupación definitiva: la de bodeguero. Formó familia en San Rafael, donde nacieron sus hijos. La esposa soportó la estrechez de los primeros tiempos haciendo economía en el hogar. Bianchi cuenta que su madre cazaba pajaritos con su rifle y los hijos –pequeños, en ese entonces- los deshuesaban, para almorzarlos con polenta. Cuando llegó el momento de pensar en el futuro de su empresa, hizo que los hijos mayores –una hija y el autor de la biografía- estudiaran para poder continuar con el emprendimiento paterno. A partir de ese momento, comenzó a viajar periódicamente a Fasano, donde, ya viudo, pasaba temporadas con su hermana, a quien no había visto durante décadas. Bianchi encontró la muerte en una ruta de su pueblo, en 1968.
El autor relata - basándose en una importante investigación y en la colaboración prestada por aquellos a quienes agradece- cómo el inmigrante llegó, desde la orfandad que signó su infancia, hasta la posición social y económica que se forjó en la Argentina. Este libro narra la historia de un inmigrante exitoso que, sin embargo, nunca dejó de sentir nostalgia por su tierra.

Veneto

El amor judío de Mussolini Margherita Sarfatti. Del fascismo al exilio (12) se titula la obra de Daniel Gutman acerca de la que se afirmó:
"En noviembre de 1938, cuando Benito Mussolini lanzó una campaña antisemita inspirada por sus aliados nazis, miles de judíos fueron marginados de la sociedad italiana. Entre quienes partieron entonces al exilio había una mujer culta y refinada, crítica de arte, que había sido amante del Duce durante cerca de veinte años, además de su biógrafa. A Margherita Sarfatti, hija de una rica familia judía de Venecia, muchos la habían considerado la mujer más poderosa de la Italia fascista. Mussolini, sin embargo, no hizo nada para protegerla.
Ansiosa por huir de una Europa donde se avecinaba la guerra, Margherita -que en 1934 había sido recibida en la Casa Blanca por el presidente Roosevelt- intentó entrar en los Estados Unidos. Pero entonces ya se había convertido en un personaje indeseable. Aunque nunca le había prestado atención a sus raíces, en la Italia fascista no era más que una mujer judía. Y fuera de ella era una figura plenamente identificada con el régimen. En esas circunstancias encontró refugio en el Río de la Plata, donde vivió siete años, entre el Uruguay y la Argentina. Protegida por figuras de la cultura como Victoria Ocampo, Jorge Romero Brest y Emilio Pettoruti, Sarfatti, pudo desarrollar en Buenos Aires una rica vida intelectual y fue una aguda observadora de la realidad política y social argentina. También siguió con angustia los sucesos europeos y la tragedia abierta para los judíos italianos luego de la caída de Mussolini y la ocupación alemana. Una hermana suya fue deportada a Auschwitz. Construido en base a extensas colecciones de cartas personales y de documentos rastreados en archivos de la Argentina, Uruguay, Italia y los Estados Unidos, el libro reconstruye cuidadosamente el clima de aquellos años. Y trae de vuelta el drama de una época, a través de una historia personal y real apasionante, rescatada del olvido" (13).

Varios

La Asociación Dante Alighieri publicó numerosos volúmenes de biografías de ítaloargentinos destacados. Entre estos volúmenes se cuentan Rodolfo Kubik, compositor y músico, por Vittorio Balanza; Juan A. Buschiazzo, arquitecto y urbanista de Buenos Aires (1983), por Alberto O. Córdoba; Torquato Di Tella, industrial y algunas cosas más (1993), por Torcuato Di Tella; Roberto F. Giusti. Su vida, su obra (1980), por Fermín Estrella Gutiérrez; El padre Marcos Donati y los franciscanos italianos en la misión de Río Cuarto (1993), por Inés I. Farías; Eugenio Pini, el maestro y las armas (1996), por Alberto A. Fernández; Cesare Cipoletti. Sus obras, sus proyectos, sus colaboradores (1991), por Paolo Girosi; José Ingenieros (1977), por Francisco P. La Plaza; Francisco Bibolini. De la Liguria a la Pampa (1995), por María C. Maradeo; Agustín Rocca en treinta años de recuerdos (1979), por Dionisio Petriella; Alberto M. De Agostini SDB (1976), por Amalia del Pino; Clemente Onelli, de pionero de la Patagonia a director del Jardín Zoológico (1980), por Diego A. Pino; Rodolfo Mondolfo, maestro insigne de filosofía y humanista (1992), por Eugenio Pucciarelli y otros; Carlos Spada, médico y filántropo (1988), por Carlos A. Rezzónico; Víctor De Pol, el escultor olvidado (1992), por Edgardo J. Rocca; Eugenia Sacerdote de Lustig, una pionera de la ciencia en la Argentina, por Laura Rozenberg; Joaquín Frenguelli. Vida y obra de un naturalista completo (1981), por Mario E. Teruggi; Syria Poletti, mujer de dos mundos (1994), por Walter Gardini; Gherardo Marone (1993), por Dionisio Petriella-Nicolás Cocaro y El Capitán Antonio Oneto (2000), por Estela Gladys Lamas.

En tránsito

En El ángel del capitán, Chuny Anzorreguy relata qué se planteó el croata al llegar a la Argentina: “Primero debíamos aprender el idioma. Habiendo ya aprendido más o menos el italiano, la cosa se nos iba a hacer más fácil. Así fue. En poco tiempo podía comunicarme en un castellano bastante pasable” (14).

Italianos y otros

Nora Ayala relata que su abuela criolla, que vivía en Misiones, tenía prejuicios contra los extranjeros. “Nosotros no vinimos a matarnos el hambre como los gringos –decía-, estuvimos siempre acá”. Otros parientes de Ayala, inmigrantes, discriminaban a los nativos. La bisabuela italiana dice que tiene una hija “casada lamentablemente con un criollo”. El abuelo de la misma nacionalidad “dijo sin vueltas que los criollos eran todos haraganes y que no quería ninguno en su familia, con lo cual Samuel quedaba automáticamente excluido” (15).

Notas
1. S/F: “Las cartas de amor de Severino Di Giovanni”, en Clarín, Buenos Aires, 27 de julio de 1999.
2. Tcherkaski, José: PIERO. Un canto de vida, amor y libertad. Buenos Aires, Editorial Galerna, 1983. 223 páginas.
3. Entraigas, Raúl Agustín; “Polidoro Segers, el primer médico de Tierra del Fuego”, en Museo del Fin del Mundo. Biblioteca Virtual, www.TierradelFuego.org.ar
4. Chumbita, Hugo: Ultima frontera. Vairoleto: Vida y leyenda de un bandolero. Buenos Aires, Planeta, 1999.
5. S/F: Cuadernos Patagónicos – 2 El padre De Agostini y la Patagonia, en www.tecpetrol.com
6. Sopeña, Germán: Monseñor Patagonia. Vida y viajes de Alberto De Agostini el sacerdote salesiano y explorador. Editorial Tusquets, 2004, 132 páginas.
7. S/F: en Sopeña, Germán: Monseñor Patagonia. Vida y viajes de Alberto De Agostini el sacerdote salesiano y explorador. Editorial Tusquets, 2004, 132 páginas.
8. Ayala, Nora: Mis dos abuelas. 100 años de historias. Buenos Aires, Vinciguerra, 1997.
9. S/F: Información de prensa, en www.corregidor.com.ar.
10. Delaney, Juan José: Marco Denevi y la sacra ceremonia de la escritura: una biografía literaria. Buenos Aires, Corregidor, 2005. 244 pp.
11. Bianchi, Alcides J.: Valentín el inmigrante. Santiago de Chile, Edición del autor, 1987.
12. Gutman, Daniel: El amor judío de Mussolini. Buenos Aires, Editorial Lumiere, 2006. 208 pp.
13. S/F: "Primer capítulo", en www.clarin.com.ar, 10 de marzo de 2006.
14. Anzorreguy, Chuny: El ángel del Capitán. Biografía del Capitán Croata Miro Kovacic. Buenos Aires, Corregidor, 1996.
15. Ayala, Nora: Mis dos abuelas. 100 años de historias. Buenos Aires, Vinciguerra, 1997.

En periodismo

Piamonte

Un pasajero es recordado por Susana Aguad, su nieta, en “Al bajar del barco”, donde escribe: “Se disipa la angustia de una travesía de dos meses que les quitó fuerza y salud. Sin embargo, a algunos se les llenan los ojos de lágrimas cuando miran por última vez al ‘Génova’ con sus dos banderas trenzando azules y verdes” (1).

Italianos y otros

En 1860 escribió José Hernández: "Nuestros puertos se abren al comercio del mundo, atraído por las valiosas e importantes producciones de nuestro suelo; nuestros desiertos llaman a la inmigración, y la inmigración vendrá estimulada por los temas ocultos que aguardan solamente brazos e industrias que lo exploten” (2).

“De aquella antigua inmigración que inspiró al dramaturgo Vacarezza, a la que desinfectaban con los chorros de fumigadores de animales sobre los muelles de Puerto Madero donde hoy se come con inmaculada vajilla, quedan sus jerarquizados descendientes –nosotros-, bruscamente sobresaltados”, afirma Orlando Barone (3).

Mauricio Kartun, en “El siglo disfrazado”, se refiere a las fotos que se enviaban a los países de origen, para mostrar el bienestar de los hijos de los inmigrantes.
Analiza la relación del Carnaval con la inmigración: “Fue con el vendaval inmigratorio de principio de siglo que la farra desbordó todo orden institucional, la mascarita se independizó, y el disfraz pasó a ser un atributo de fenomenal creatividad individual, un orgullo familiar en el que las mujeres de la casa lucían su solvencia con el molde y la aguja”.
Una vez disfrazado el niño, debía fotografiárselo, para enviar esa imagen al país de origen: “Colas de una cuadra en Foto Bixio, o en Pascale, bajo el sol calcinante de febrero, ése que aseguraba con el resplandor de la primera tarde los mejores contrastes en la vidriada galería de pose del estudio. ¿Cómo testimoniar sino allá en el terruño el prodigio de costura, las costumbres, el crecimiento y la belleza de los chicos, engalanados y maquillados?”
El afianzamiento de la inmigración hizo que cambiaran los disfraces elegidos por las madres para sus hijos: “Viejas fotos. Sólo eso queda de aquella magnífica pasión por el disfraz. De pierrot, sobre todo, hasta los años 20 en que las colectividades tomaron peso propio. De allí en más predominaron los baturros, toreros y gaiteros asturianos, las majas, las gitanas, y los vascos pelotaris con sus paletas en miniatura, o su versión lechera con los tarros también a escala. Napolitanas, damas venecianas, y polichinelas certificaban el amor a Italia.”
Fotos que se enviarían a los parientes que tanto se extraña: “Atrás unas líneas ya casi ilegibles: ‘Cara mamma: le invio una fotografia del mio Cesarino. Veda come cresce bello e grasso. Chi manca tanto. Sua cara figlia, Renza’. En la foto, un pequeño soldadito garibaldino. Un sombrero emplumado, y una descolorida mirada melancólica” (4).

Notas
1 Aguad, Susana: “Al bajar del barco”, en Clarín, Buenos Aires, 20 de octubre de 1999.
2 Hernández, José: "La nueva época", en El Nacional Argentino de Paraná, 1860. Incluido en “Literatura inmigrante”, www.oniescuelas.edu.ar.
3 Barone, Orlando: “El avance de la intolerancia aldeana”, en La Nación, Buenos Aires, 13 de febrero de 2000.
4 Kartun, Mauricio: “El siglo disfrazado”, en Clarín Viva, 20 de febrero de 2000.

En costumbrismo

Sin mención de origen

En sus cuentos (1), Fray Mocho presenta escenas cotidianas, que podían ser protagonizadas por cualquier habitante de la ciudad. En ellas encontramos personajes verosímiles, con los que sin duda habría trabado relación, dada la fidelidad con que los describe y la coherencia con que los vemos actuar. Si bien es importante la habilidad para escribir, no lo es menos la capacidad de observación, y Fray Mocho posee ambas. Sus cuentos lo demuestran. Muchos de estos personajes que retrata son inmigrantes. Entre las diversas nacionalidades que evoca, se destacan los italianos.
Un comerciante de esa procedencia aparece en plena labor, intentando convencer a una compradora de que el producto que desea no es el adecuado, y le dice eso simplemente porque no tiene lo que la mujer le solicita. La descripción del inmigrante es elocuente: “Pascalino se siente arrebatado; las venas del cuello se le inflan, los ojos se le inyectan; le revuelve la bilis, evidentemente, la terquedad de una cliente que quiere longanizas cuando él no tiene y se encamina apresuradamente a su carro como para marcharse, pero vuelve con la misma rapidez, se encara con ella, desocupa la boca de la mascada que le dificulta la palabra, y dice con tono despreciativo, aunque casi lloriqueando de puro meloso y derretido: ‘-¡Ma!... Perqué non parlate guiaro allora?... ¡Voi volete artigoli fate con gose di pero!... ¡Ebene!... ¡Andate al meregato sui volete!... ¡Pascalino non dimenticará de la sua fama!’ ”. La reproducción del idioma del extranjero hace que su retrato sea aún más logrado, y evidencia el esfuerzo por adaptar su lengua nativa a la de la nueva tierra.
En “Instantánea”, es una italiana la que dialoga con un criollo, tratando en vano de convencerlo de que no le conviene vivir con ella: “Ma... ¿dícame un poco?... ¿Cosa li parece inamuramientos tra ina lavandiera e in bombiero? ... E anque... tra ina gringa come me e ono criollo come osté... que é propio in chino...”. El criollo no entiende razones, y lo expresa con estas palabras: “-¿Pobre?... ¡La gran perra, que había sido avarienta!... ¿Y tuavía querés ser más rica de lo que sos, mi vida?... ¡Pucha!... ¡si al pensar que me vi’a juntar con vos, me parece que me junto con el Banco e Londres!...”.
El mismo tema es abordado por Fray Mocho en “Tirando al aire”, cuandro en el que un italiano, requerido de casamiento, afirma no poder hacerlo por estar ya casado en su tierra. En un texto de Fray Mocho vemos a dos argentinas intentando una alianza matrimonial con un inmigrante, mas la misma no se da porque el italiano declara estar casado ya en su país. Ante esta situación, la tía de la joven lo increpa: “-¿Y que más quedrá este condenao?... ¡Se necesita ser un gringo afilador, pa crer que una muchacha como mi sobrina sea capaz de fijarse en él si no es para casarse!... ¿Pa qué estarán los criollos?... ¡Aura mismo le habi’avisar al escribiento que no habías sido lo que parecés... condenao!... ¡Si hasta facha e’criminal en tu tierra t’estoy encontrando... verás con quién te has metido a tirar tiros al aire!...”.
Estos y muchos más son los inmigrantes eternizados por Fray Mocho en sus colaboraciones escritas para Caras y Caretas. En esas páginas aparece como el testigo de un momento clave de la historia argentina, en el que supo ver con nitidez al hombre, más allá del fenómeno social. Simpáticos o no, sus personajes son esencialmente creíbles y es por eso que debe recurrirse a ellos cuando se trata de conocer nuestro pasado y la diversidad de nacionalidades que forman nuestro presente.

En “¡Ficate-in-poco; ficate!”, texto de 1908, Santiago Dallegri presenta a una española que quiere comprar ligas de seda. Uno de los personajes dice a la mujer: “-No s’enoje misia España, que dispués de todo, no lo hago porque me deba un par de nales sino por hacerle un bien. Pues dígame, ¿pa qué v’á gastar dinero en ligas de seda, si naides se las v’á ver?” (2).

En “Pedrín”, Félix Lima muestra el desprecio con que trata a sus padres un hijo de italianos que ha estudiado (3).

Notas
1. Fray Mocho: Cuentos. Buenos Aires, Huemul, 1966.
2. Dallegri, Santiago: “¡Ficate-in-poco; ficate!”, en Fray Mocho, Félix Lima y otros. Los costumbristas del 900. Sel. y pról. de Eduardo Romano, notas de Marta Bustos. Capítulo. Buenos Aires, CEAL, 1980.
3. Lima, Félix: “Pedrín”, en Fray Mocho, Félix Lima y otros. Los costumbristas del 900. Sel. y pról. de Eduardo Romano, notas de Marta Bustos. Capítulo. Buenos Aires, CEAL, 1980.

En historietas

Calabreses

Inodoro Pereyra, el personaje de Fontanarrosa, pregunta por un cacique ranquel. El personaje con el que dialoga le dice que el cacique se llama “Capobianco. No desciende de ranqueles. Desciende de calabreses” (1).

Sin mención de origen

En otra oportunidad, Inodoro se encuentra con don Nino. El italiano lleva en el hombro un loro, al que le ha enseñado a cantar el himno de su tierra (2).

En una viñeta de Fontanarrosa, referida a las perspectivas de los universitarios en la Argentina, un abuelo dice al nieto: “Vos, Cachito, tenés que aprovechar las oportunidades que ahora, te brinda el país... Yo, como vine de Italia sin nada, tuve que ir a una escuela pública... Vos, en cambio, hoy por hoy, tenés la posibilidad de ir a levantar la cosecha...” (3).

Notas
1 Fontanarrosa, Roberto: “Inodoro Pereyra ‘El renegáu’ “, en Clarín Viva, 16 de abril de 2000.
2 Fontanarrosa, Roberto: “Inodoro Pereyra ‘El renegáu’ “, en Clarín Viva, 24 de febrero de 2002.
3 Fontanarrosa, Roberto: en “Qué hacer con la Universidad”, en Clarín, Buenos Aires, 16 de mayo de 1999.

En textos escolares

Italianos y otros

Cien lecturas se titula el libro destinado a alumnos de quinto grado, que publicó la Editorial Guillermo Kraft Limitada. Son sus autores José Mazzanti e I. Mario Flores. La lectura n° 41 de esas cien, es “Los inmigrantes”. Transcribo un fragmento de la misma: “¿Quiénes son los que se han atrevido a desafiar así las penurias de la travesía, abandonando su hogar y su patria? Son los inmigrantes. A medida que van desembarcando, les oímos hablar veinte idiomas distintos. Ved aquel italiano, que baja, de amplio pantalón de pana y raro sombrero; aquel español, de chaqueta corta y ajustada; aquel alemán, rubio y mofletudo... Y desfilan así, con sus trajes y rasgos característicos, rusos, franceses, turcos, belgas... ciudadanos de todos los países que vienen en procura del pan y del bienestar que ofrece nuestro pródigo suelo a todos los hombres de buena voluntad que deseen habitarlo”.

Notas
1. Mazzanti, José y Flores, I. Mario: “Los inmigrantes”, en Mazzanti, José y Flores, I. Mario: Cien lecturas. Buenos Aires, Editorial Guillermo Kraft Limitada, 1956. 19° edición. 249 pp.

En novelas

La llegada de los inmigrantes a suelo argentino significò una transformaciòn de gran importancia. El porteño se encontrò conviviendo con extranjeros de diversas nacionalidades y esa realidad se vio reflejada en la literatura.

Abruzzos

Mempo Giardinelli fue distinguido con el Premio Rómulo Gallegos en 1993, por Santo Oficio de la Memoria (1), novela a la que Carlos Fuentes se refiere como a una “saga migratoria tan hermosa, tan conmovedora, tan importante para estos tiempos de odio, racismo y xenofobia”.
La obra cuenta un siglo de historia privada, argentina y mundial, desde la llegada a nuestro país de Antonio Domeniconelle, su esposa y su primogénito, a fines del siglo XIX, quienes emigran porque eran “muy pobres. Muy pobres. Más pobres que toda la pobreza que hayas visto”.
Relata el hijo mayor, refiriéndose al padre: “Llegaron casados, ya. Conmigo. El decidió que Vincenzo y Nicola se quedaran allá. Luego los buscaría, dijo. No atendió el llanto de Angela. No escuchó las razones de nadie. Nunca. (...) El sabía cuanto sufría ella por los hijos que dejaron en Italia, pero jamás hizo nada por traerlos. Cómo un hombre puede ser así, es algo que yo no me explico. Fue terrible, eso”. Otro personaje relata que el hombre también pensaba en i bambini: soñaba que en la nueva casa “habría rosas en los floreros y comerían bien, tres veces al día, o cuatro, con todos los chicos, porque iban a traer a Vincenzo y a Nicola de Italia. El país progresaba a pesar de todo, y él también”, pero murió antes de concretar su proyecto.
Entrevistado por Mona Moncalvillo, Giardinelli habla sobre su novela. “Es una novela histórica, sobre la inmigración, y a lo largo de varias generaciones viene recorriendo los distintos cruces históricos, que son los cruces dramáticos de nuestra historia: memoria versus olvido, vida-muerte, noche-día, pacificación-violencia, intolerancia-democracia. Hay una serie de dicotomías, es una cosa muy doble, una especie de gran esquizofrenia que va recorriendo la historia argentina. Al mismo tiempo hice una novela en la que quise meterme con un montón de temas que para mí tenían que ver. Es una discusión sobre la literatura argentina, y también quise hacerla ahí porque la literatura argentina acompaña y se contrapone con la historia. Los epígonos literarios de la Argentina, son en general gente que pertenece a élites que difícilmente llegan a ser valores populares” (2).

Notas
1 Giardinelli, Mempo: Santo Oficio de la Memoria. Buenos Aires, Seix Barral, 1991.
2 Moncalvillo, Mona: reportaje a Mempo Giardinelli, en Humor, 1991. Reproducido en www.literatura.org.

Calabria

En el Libro Tercero de Adán Buenosayres, de Leopoldo Marechal, aparece Juan Sin Ropa, el que derrotò a Santos Vega. Juan Sin Ropa –explica el folklorista Del Solar- “es el gringo desnudo que vence a Santos Vega en una clase de lucha que nuestro paisano ignoraba: la lucha por la vida”. En ese momento, “el vistoso gaucho fue borràndose para dejar sitio a un hombretòn forzudo y coloradote, de camisa y bombachas a cuadros, botas amarillas, facòn ostentoso y un rebenque guarnecido de plata casi hasta la lonja. No sin una efusiòn de simpatìa, los aventureros identificaron al punto la imagen risueña de Cocoliche”.
“ Sono venuto a l’Argentina per fare l’América –declaró el aparecido-. E sono in América por fare l’Argentina. -¡Ajá! –le gritó Del Solar-. ¡Así quería verte! ¿No sos el gringo bolichero que con hipotecas y trampas robó la tierra del paisanaje? Cocoliche tendió y exhibió sus grandes manos encallecidas. –Io laboro la terra –dijo-. Per me si mangia il pane. Risas hostiles mezcladas a voces de aliento festejaron el retrueque de Cocoliche. –En eso tiene razón el gringo – admitió Pereda. -¡Es un bolichero! Insistía Del Solar-. ¡Sólo ha venido a enriquecerse!”.
“Y aquí la figura de Cocoliche se transformó a su vez en la de un anciano cuyas barbas patriarcales relucían como latón fino. Miraba como abriendo grandes horizontes, vestía un poncho de vicuña y un chiripá sombrío; y Adán Buenosayres, temblando como una hoja, reconoció la efigie auténtica del abuelo Sebastiàn, el antepasado europeo de Adàn Buenosayres, quien le dice a Del Solar: “Cien veces crucè la pampa en mi carreta, y cien veces el rìo en mi ballenero de contrabandista. Arè la tierra virgen y agrandè rebaños. Y no es mìa ni la tierra donde se pudren mis huesos” (1).

En Sobre héroes y tumbas, Ernesto Sábato evoca la partida desde la tierra de origen: “ ‘Addio patre e matre,/ Addio sorelli e fratelli’ Palabras que algún inmigrante-poeta habrá dicho al lado del viejo, en aquel momento en que el barco se alejaba por las costas de Reggio o de Paola, y en el que aquellos hombres y mujeres, con la vista puesta sobre las montañas de lo que en un tiempo fue la Magna Grecia, miraban más que con los ojos del cuerpo (débiles, precarios y finalmente incapaces) con los ojos del alma, esos ojos que siguen viendo aquellas montañas y aquellos castaños, a través de los mares y de los años” (2).

Roberto Raschella hace decir, en Diálogos en los patios rojos (3), a uno de los personajes: “alguno me recuerda la efigie de los paisanos que retornaban al país desde América... y nosotros éramos niños... y no sabíamos si estaban animados o disperados... y cuál era la ambición que los dominaba, hacia atrás, hacia delante... de sí mismos, de los otros seres queridos... ¿Y qué traían debajo? Una turbia enfermedad asemejante a la malaria, una galera vivida... Y recogían los dichos sobre sus mujeres, y apenas querían oír... Por que no hay humano que soporte años de abandono sin covar la venganza que te pone en igualdad.......... Todo es el poder también, ¿comprendes? Es el poder si te hacen viajar y estacionarte, sospechar y medir... Un día estás aquí en buena compañía... al otro día te encuentras distante, isolado... y golpeas y te golpean, envueltos todos en boca de tormentos... Y no es un hombre, no son hombres que golpean, es una fuerza exterminada.......... Pero sientes un progreso,, un bien... quieres subir, quieres abrazarte a los giros del caso... Y si eres vencedor, persigues a los inútiles... a los melancólicos... a los pícaros... a las levadoras... Persigues, persigues, como un jacobino...”.
En 1998, fue distinguido con el Segundo Premio Nacional de Novela, por Si hubiéramos vivido aquí (4).

Notas
1 Marechal, Leopoldo: Adán Buenosayres. Buenos Aires, Sudamericana, 1984.
2 Sábato, Ernesto: Sobre héroes y tumbas. Buenos Aires, Losada, 1966.
3 Raschella, Roberto: Diálogos en los patios rojos. Buenos Aires, Paradiso Ediciones, 1994. 202 pp.
4 Raschella, Roberto: Si hubiéramos vivido aquí... Buenos Aires, Losada, 1998.
6 Ingberg, Pablo: “El amor a los vencidos”, en La Nación, Buenos Aires, 14 de febrero de 1999.

Campania 

Cambaceres, en la novela En la sangre (1), alude al italiano, padre del protagonista, con estas palabras: “Arrojado a tierra desde la cubierta del vapor sin otro capital que su codicia y sus dos brazos, y ahorrando asì sobre el techo, el vestido, el alimento, viviendo apenas para no morirse de hambre, como esos perros sin dueño que merodean de puerta en puerta en las basuras de las casas, llegò el tachero a redondear una corta cantidad”.
Un napolitano, personaje de Barrio Gris, de Joaquín Gómez Bas, hace música: “Madruga diariamente, como vendedor de periódicos que es. Al mediodía llega con una amplia correa cruzada en bandolera. Almuerza; duerme la siesta, riega después un pequeño jardín para despabilarse y practica en la guitarra hasta el atardecer. Entonces se sienta a tocar en el umbral hasta la hora de la cena. Y retorna al instrumento, una pieza tras otra, sin pausa” (2).
“Alguien le hizo una broma al napolitano –escribe Dal Masetto, en La tierra incomparable-: le robó un zapato. El napolitano está parado en cubierta con un pie descalzo. Anda así desde hace varios días porque no tiene otro par. Habla en voz alta, acusa, está dolorido y furioso. Los demás lo miran desde lejos, divertidos y expectantes. Por fin el napolitano se quita el zapato que le queda, lo levanta sobre su cabeza, lo muestra y después lo arroja al mar. En ese momento, venido desde alguna parte, el otro zapato cruza el aire y cae a sus pies. El napolitano lo levanta y lo tira también por encima de la borda. ‘Ahora’, grita, ‘tendré que desembarcar descalzo’ “ (3)

Notas
1 Cambaceres, Eugenio: En la sangre. Buenos Aires, Plus Ultra, 1968.
2 Gómez Bas, Joaquín: Barrio Gris. Buenos Aires, Compañía General Fabril Editora, 1963.
3 Dal Masetto, Antonio: La tierra incomparable. Buenos Aires, Sudamericana, 2003.

Friuli 

En Hermana y Sombra, de Bernardo Verbitsky, dos inmigrantes presumiblemente rusos fundan una cartonería que se llama “La Friulana”, en honor a la esposa de uno de ellos (1).
En el año 1961, Gente conmigo (2) de Syria Poletti, fue distinguida con el Premio Internacional de Novela convocado por la Editorial Losada. Al año siguiente, dicha obra mereció el Segundo Premio Municipal de Buenos Aires y fue seleccionada entre las diez mejores novelas sudamericanas por la editorial Alan Williams de Nueva York. Fue traducida al inglés, alemán y ruso, y se realizó una adaptación cinematográfica y otra televisiva.
En esa obra, un médico niega a la protagonista el permiso para emigrar, a causa de una malformación en la espalda: “Entramos a un salón vasto y desnudo. Era el lugar reservado a la revisión sanitaria. Junto a unas mesas, los médicos revisaban a mujeres y chicos con ráoida indiferencia. Pase usted, pase usted, adelante, otra, rápido. Y las mujeres esperaban pacientemente, con la ropa a medio quitar y los críos berreando”. Comienza entonces el peregrinar de la hermana mayor, que debió emigrar sola, y no se resigna a que Nora quede en Italia, cuando ya están todos en América.
En 1965 Jorge Masciángioli adapta para cine Gente conmigo, novela de Syria Poletti que obtuvo el Premio Municipal de Buenos Aires en 1962.. “La película es dirigida por Jorge Darnell e interpretada por Milagros de la Vega, Norma Aleandro, Alberto Argibay y otros actores. Esta versión fílmica es elegida para el Festival Internacional de Venecia por el Instituto Nacional de Cinematografía, y obtiene una importante distinción en el Festival Cinematográfico Internacional de Locarno (Suiza)” (3). En 1967, Syria Poletti adapta para televisión su novela Gente conmigo (4).

En 1971 apareció Extraño oficio (5), novela por la cual Poletti fue nominada para el Premio Nacional de Literatura.

Notas
1 Verbitsky, Bernardo: Hermana y Sombra. Buenos Aires, Editorial Planeta Argentina, 1977.
2 Poletti, Syria: Gente conmigo. Buenos Aires, Losada, 1962
3 S/F: “Biobibliografía de Syria Poletti”, en Poletti, Syria: Taller de imaginería. Buenos Aires, Losada, 1977.
4 ibídem
5 Poletti, Syria: Extraño oficio. Buenos Aires, Losada, 1971

Liguria

En la casa de Quilito, protagonista que da título a la novela de Ocantos (1), trabajaba una italiana: “Un apetitoso olor de guisado salía de la cocina abierta, donde una genovesa cerril movía espátulas y zarandeaba cacerolas, envuelto en el humo espeso del asado, que chirriaba sobre las parrillas". Más adelante dirá de esta mujer que cantaba “un aire de su país, con acompañamiento de platos y cacerolas”.

Notas
1 Ocantos, Carlos María: Quilito. Madrid, Hyspamérica, 1984.

Lombardía

Atilio Betti escribió La noche lombarda (1), libro en el que se narra el viaje del hijo de un italiano a la tierra de sus mayores. “La noche lombarda es el encuentro de un hombre con las fuentes originarias y es, también, a través de la emoción y el lirismo, un documento humano de hondo contenido” (2).
A Italia viaja Atilio Betti en 1967; también lo hace el protagonista de su novela, premiado por el Gobierno de la península. El personaje vive su premio como una revancha: “Mi padre me había negado la educación. Me había condenado, por no querer trabajar bajo su mando, en su fabrica, a una juventud de lucha. A defenderme a puñetazos por las calles y las oficinas, con tal de salir con la mía. Y ahora me hallaba allí, en viaje hacia Italia, en calidad de invitado y futuro huésped de su patria. Libre y solo. Solo, sí, pero libre y triunfante”.
En Milán, en 1947, dice uno de los personajes de La crisálida, de Nisa Forti Glori: “Nosotros no somos emigrantes. Llevamos capital y brindaremos trabajo. No nos empuja la necesidad. Simplemente estamos hartos de esta miserable lucha de partidos. De gente que te escupe sólo porque desciendes del automóvil bajo el porch de La Scala...” (3).

Notas
1 Betti, Atilio: La noche lombarda. Buenos Aires, Plus Ultra, 1984.
2 S/F: en Betti, Atilio: La noche lombarda. Buenos Aires, Plus Ultra, 1984.
3 Forti Glori, Nisa: La crisálida. Buenos Aires, Corregidor, 1984.

Piamonte

Antonio Dal Masetto es el autor de Oscuramente fuerte es la vida (1), distinguida con el Primer Premio Municipal y el Premio Club de los XIII. La protagonista dejó su tierra, para reunirse con su marido: “Hasta último momento, yo seguía formulándome preguntas que no encontraban respuesta. Teníamos lo que habíamos querido siempre: la casa, el terreno, la posibilidad de trabajar. Habíamos defendido esas cosas, las habíamos mantenido durante esos años difíciles. Ahora, cuando aparentemente todo tendía a normalizarse, ¿por qué debíamos dejarlas? Me costaba imaginar un futuro que no estuviese ligado a esas paredes, esos árboles, esas montañas y esos ríos. Había algo en mí que se resistía, que no entendía. Sentía como si una voluntad ajena me hubiese tomado por sorpresa y me estuviese arrastrando a una aventura para la cual no estaba preparada. (...) Llevaba en la mano una bolsita de tela y la llené de tierra. Me acordé de mi abuelo abonando esa tierra, de mi padre punteando, sembrando hortalizas. (...) Entré en la casa, abrí una valija y guardé la bolsita con la tierra. Recorrí las habitaciones como había recorrido el terreno. Con el brazo extendido rocé las paredes, las puertas, las ventanas. Me senté en un rincón y me quedé ahí, sin moverme, hasta que fue la hora de despertar a Elsa y Guido”.
La tierra incomparable (2), obra en la que narra la visita de la emigrante a su pueblo, cuarenta años después, fue distinguida con el Premio Planeta Biblioteca del Sur 1994.. En una entrevista, aclara quién viajó: “En realidad, fui yo el que regresó. Allí se dio algo interesante desde el punto de vista del oficio: me propuse contarlo desde la visión de Agata y mi esfuerzo fue tratar de ver todo con los ojos de ella. Ese cambio de personalidad me obligaba a cierto tipo de asombro. Mi mamá -por ejemplo- nunca subió a un avión. Al terminar el libro se lo mandé, ella tenía entonces 80 años. Después la llamé por teléfono y al preguntarle si lo había leído, me respondió tan sólo: Sí, está bien. Hoy tiene 86 años, es un personaje obcecado, sin violencia, pero duro como un roble” (3) .
En la Feria del Libro 2005 se presentó la novela La sed (4), de Hernán Arias, galardonada con el Premio en el Concurso de Novela Daniel Moyano. A criterio de Carlos Gazzera, “La novela de Hernán Arias está narrada desde la óptica de un niño del interior de la pampa gringa, casi campero. Cinco capítulos-historias, independientes entre sí en lo que respecta a la anécdota, pero todos conformando un mismo ambiente. Cada uno de los capítulos está escuetamente marcado por una fecha que precisa el tiempo histórico. Lacónica, esa fecha no tiene ninguna conexión con lo que se cuenta: una salida a cazar perdices con el padre, el tío y el abuelo, la tala del primer árbol para la leña de la casa, el encuentro con el primo que viene de la gran ciudad y la novia de su tío, una tarde de sábado en las cuadreras del pueblo más cercano, un asado en familia. En fin, episodios cotidianos, sin trascendencia para cualquier adulto, pero que resultan vitales para ese niño que lee en los intersticios de esa vida cotidiana, gris, la gramática de una vida que deberá aprender a sobrellevar. La sutileza del lenguaje es notable. Hernán Arias, se diría, intenta abolir el adjetivo. Una descarnada economía busca dotar a ese niño y a los personajes que lo rodean del lenguaje que mejor les cabe. El ejemplo más logrado es el cocoliche de la abuela piamontesa. Tres, cuatro líneas, nada más, para que esa abuela se convierta en la enigmática figura del dolor trágico que se ciñe sobre la familia. La enfermedad que postra a la abuela organiza las metáforas del dolor en esa familia. No hacen falta lágrimas, palabras de queja. Nada. La economía textual se reduce a marcar los gestos, los diálogos. El dolor –como todo otro sentimiento–se dice por elipsis” (5).

Notas
1 Dal Masetto, Antonio: Oscuramente fuerte es la vida. Buenos Aires, Sudamericana, 2003.
2 Dal Masetto, Antonio: La tierra incomparable. Buenos Aires, Sudamericana 2003.
3 Roca, Agustina (texto), Digilio, Rubén (fotos): “Antonio Dal Masetto Historia de vida”, en La Naciòn Revista, 12 de julio de 1998.
4 Arias, Hernán: La sed.
5 Gazzera, Carlos: “Rostros grises en la pampa gringa” en La Voz del Interior, Córdoba, 19 de mayo de 2005.

Sicilia

La ginebra consuela a un siciliano. Don Pico Sanzone, personaje de Gabriel Báñez, salía de noche con un vagón negro; “lo que en verdad ocurría era que Sanzone sacaba el fúnebre para emborracharse y terminar descarrilado en alguna curva. Mataba la nostalgia de Sicilia con ginebra y manivela, y terminaba llorando como un chico hasta que los compañeros lo sacaban de la cabina y se lo llevaban a dormir la mona ‘Su la vía sento macanudo’, gemía mientras era arrastrado” (1).

Notas
1 Báñez, Gabriel: Virgen. Barcelona, Sudamericana, 1998.

Toscana

Sabemos que muchos extranjeros regresaron a sus patrias, pero otros dejaron atrás su pasado y crearon familias con mujeres de nuestra tierra. Alrededor de esta situación gira la existencia del protagonista de El mar que nos trajo, de Griselda Gambaro, quien se ve obligado a regresar a su país de origen.

Gambaro escribió la novela (1) remitiéndose a sus vivencias: “La historia familiar relatada en El mar que nos trajo transcurre alternativamente en Argentina e Italia. Comienza en el año 1889 y concluye poco después de la Segunda Guerra Mundial, en la época del peronismo. En la Argentina e Italia pasaron en ese lapso muchas cosas. Pero la historia de ambos países sólo es un fondo para la novela, aunque a veces determine muertes, expulsiones y alejamientos. Sólo recurrí a material de investigación histórica para corroborar algunas fechas, algunos datos como los que se referían, por ejemplo, a las condiciones sociales y laborales a fines del siglo XIX y principios del XX. En otro orden, me fue muy útil un libro hoy agotado de Edmundo D’Amicis que me prestó Leopoldo Brizuela. D’Amicis había viajado a Buenos Aires precisamente en 1889, fecha en la que por coincidencia comienza la novela, y lo había hecho en primera clase, pero, observador sagaz, proporciona en su libro En el océano. Viaje a la Argentina, enriquecedores aportes sobre la vida y la navegación de los inmigrantes que viajaban en tercera. En lo que respecta a Italia, acudí a mis propios recuerdos de los lugares que se mencionan: la isla de Elba, un pueblo de la Calabria, Bonifati, y otro innombrado que fue Pizzo, la cuna de mi abuelo materno, también en Calabria. Recordaba particularmente la isla de Elba, donde sucede el relato cuando se traslada a Italia. La había visitado hacía muchos años, conocido a los descendientes de Agostino, quienes me acompañaron al pueblo bajo cercano a la playa y al alto, sobre la cumbre de una colina, a ‘la playa de arena y piedras romas’ ” (2).
En la novela, Agostino “Cada atardecer, salvo que el tiempo lo impidiera, salía en barca bajo patrón en jornadas que, según la pesca, concluían al amanecer o al mediodía siguiente. Se trabajaba mucho y se ganaba poco. (...) Ellos estarían condenados al mismo ritmo de trabajo toda la vida: la pesca, la venta a precios viles y el ocio destinado al arreglo de las redes”.

En Los jardines del Carmelo, novela de Ana María Guerra, Ferrario, un artista florentino que vuelve a su tierra, “embriagado, gritaba a los cuatro vientos: Questo é un paese bruto, molto bruto, tutti sono indio, baguale, sporcachone” (3).

Notas
1 Gambaro, Griselda: El mar que nos trajo. Buenos Aires, Norma, 2001.
2 Gambaro, Griselda: “Crónica de una familia”, en Clarín, Buenos Aires, 25 de febrero de 2001.
3 Guerra, Ana María: Los jardines del Carmelo. Buenos Aires, Corregidor, 2003.

Sin mención de origen

Lucio Vicente López dedica La gran aldea (1) a Miguel Canè, su “amigo y camarada”. En esta obra aparecen inmigrantes, vistos desde la perspectiva de un escritor que añora un pasado que no volverà. Lòpez compara a los tenderos de antaño con los del presente: “¡Y què mozos! ¡Què vendedores los de las tiendas de entonces! Cuàn lejos estàn los tenderos franceses y españoles de hoy de tener la alcurnia y los mèritos sociales de aquella juventud dorada, hija de la tierra, ùltimo vàstago del aristocràtico comercio al menudeo de la colonia”.
Recuerda a uno de los tenderos criollos: “Entre los prìncipes del mostrador porteño, el màs cèlebre, sin disputa, era don Narciso Bringas: gran tendero, gran patriota, nacido en el barrio de San Telmo, pero adoptado por la calle del Perù como el rey del mostrador. No habìa mostrador como el de aquel porteño: todo el barrio junto no era capaz de desdoblar una pieza de madapolàn y de volverla a doblar como don Narciso; y si la piràmide misma le hubiera querido disputar su amor a Buenos Aires, a la piràmide misma le habrìa disputado ese derecho”.
Describe la estrategia del tendero para dirigirse a su clientela: “Don Narciso subìa o bajaba el tono segùn la jerarquìa de la parroquiana: dominaba toda la escala; poseìa toda la preciosidad del lenguaje culto de la època y daba el do de pecho con una dama para dar el sì con una cocinera”.
“Los tratamientos variaban para èl segùn las horas y las personas. Por la mañana se permitìa tutear sin pudor a la parda o china criolla que volvìa del mercado y entraba en su tienda. Si la clienta era hija del paìs, la trataba llanamente de hija; hija por arriba e hija por abajo. Si èl distinguìa que era vasca, francesa, italiana, extranjera, en fin, iniciaba la rebaja, el ùltimo precio, el ‘se lo doy por lo que me cuesta’, por el tratamiento de madamita. ¡Oh!, ese madamita lanzado entre 7 y 8 de la mañana, con algunas cuantas palabras de imitaciòn de francès que èl sabìa balbucir, era irresistible. Durante el dìa, los tratamientos variaban entre hija e hijita, entre tù y usted, entre madamita y madama, segùn la edad dela gringa, como èl la llamaba cuando la compradora no caìa en sus redes”.

A criterio de Delfín Garasa, “Una de las más cumplidas descripciones de un heterogéneo desembarco es la que ofrece Luis Pascarella en su novela-alegato documental, El conventillo. Llega el Christoforo Colombo y primero bajan los hombres de negocio con su apoplética cerviz, con el paso resuelto de los acostumbrados a dar órdenes y ser obedecidos, los turistas ingleses con sus máquinas fotográficas y algunas señoras un tanto perplejas por no ver en el muelle indios con plumas y taparrabos. Por ese entonces, el viaje a Europa empezaba a otorgar prestigio social, y los argentinos que regresan cambian opiniones en alta voz sobre los modelos de París, el mobiliario inglés o la sinfonía escuchada en la Opera de Viena. Y, finalmente, aparecen los inmigrantes, tan fustigados en los azares de las proclamas políticas, un ‘enorme hormiguero’ que había viajado en el mayor hacinamiento. Rostros curtidos, exhaustos, azorados. En todos se presiente la pregunta: ¿Qué les deparará esta nueva tierra? De pronto, una mirada se ilumina o un brazo se agita en alto porque se ha reconocido a alguien en la muchedumbre que espera. Van bajando los hebreos de desgreñadas barbas y gastados levitones, los ‘turcos’ con sus espaldas combadas, los nórdicos enjutos, los napolitanos pequeños y retorcidos como raíces, los andaluces gárrulos, los gallegos pacientes, los holandeses esponjosos, los genoveses de músculo recio e insaciable voracidad. Una mujer besa la tierra que los acoge y tras su actitud ritual se adivina un pasado de penurias y recelos. Y agrega Pascarella: ‘La gran ciudad de calles dirigidas hacia el Oeste recibe en su seno aquella semilla que purificada en un ambiente de libertad (...) se reproducirá en su inmensidad desierta” (2).
En la Bolsa de Comercio, Julián Martel encuentra “Promiscuidad de tipos y promiscuidad de idiomas. Aquí los sonidos ásperos como escupitajos del alemán, mezclándose impíamente a las dulces notas de la lengua italiana; allí los acentos viriles del inglés haciendo dúo con los chisporroteos maliciosos de la terminología criolla; del otro lado las monerías y suavidades del francés, respondiendo al ceceo susurrante de la rancia pronunciación española” (3).

En Don Segundo Sombra, Ricardo Güiraldes escribe acerca de ”la desvergüenza del gringo Culasso que había vendido por veinte pesos a su hija de doce años al viejo Salomovich, dueño del prostíbulo” (4).

En Matanzas se afincó el gringo Sardetti, a quien Juan Moreira, protagonista que da nombre a la obra de Eduardo Gutiérrez, mata por haber negado la deuda que tenía con el gaucho: “Concluyamos que es tarde –dijo levantándose de pronto-. Amigo Sardetti, vengo a que me pague los diez mil pesos o a cumplir mi palabra empeñada. El pulpero vaciló, miró con espanto a Moreira, y dirigiendo una mirada de suprema súplica al paisano que había tratado de disuadir a aquel terrible acreedor, respondió de una manera humilde y quejumbrosa: -Yo no tengo plata, amigo Moreira; espérese unos días, y le juro por Dios que le he de pagar hasta el último peso. -No espero más –contestó el paisano con suprema altivez-; vengan los diez mil pesos o te abro diez bocas en el cuerpo, para que por ellas puedas contar que Juan Moreira cumple lo que promete, aunque lo lleve el diablo. Y con la mano segura desnudó su daga, que brilló con un fulgor siniestro” (5).

En Irresponsable, su novela de 1889, escribe M. T. Podestá: "A lo lejos empezó a divisar una caravana de hombres, mujeres y niños, que parecían acudir a alguna feria. Era una larga fila de inmigrantes que cruzaban la plaza marchando detrás de sus equipajes que ellos mismos ayudaban a transportar. Jóvenes en su mayor parte, fuertes, vigorosos, con esa robustez peculiar de los hijos de las montañas. Vestían sus mejores trajes: los hombres, sus chaquetillas lustrosas, con botones de metal, colgadas del hombro derecho, y dejando ver su camisa blanca, amplia, de hilo crudo, sujeta al cuello con un pañuelo de seda multicolor; sombrero de fieltro, en cuya cinta habían colocado algunos una pluma; el brazo izquierdo desnudo, musculoso, férreo, caras plácidas, de hombres sanos, contentos, sanguíneos; hablaban fuerte en su dialecto especial, echando tal vez sus cuentas sobre la probabilidad de una próxima fortuna. Algunos llevaban en sus brazos criaturas rollizas, rubias, con la plasticidad exuberante de la buena pasta con que estaban amasados; otros iban encorvados, cargando sobre sus espaldas cuadradas sus baúles y sus valijas, jadeantes, colorados, dejando caer gruesas gotas de sudor sobre la arena caliente y brillante del suelo. Las mujeres, con sus trajes de aldeanas, de colores vivos, con sus caderas anchas, redondeadas, sobre las que apoyaban negligentemente su mano” (6).

Antonio Argerich (7), en ¿Inocentes o culpables?, publicada por primera vez en 1884, fundamenta su aversiòn en supuestos provenientes de las ciencias mèdicas, refutados oportunamente por un sacerdote. Esgrimiendo razones de ìndole cientìfica, a todas luces discutibles, Argerich se opone a la llegada de los extranjeros, reflejando la posiciòn de muchos argentinos de la època. “¿Inocentes o culpables? es una de las pocas obras que registran abiertamente aquel sentimiento, tan comùn en los habitantes de esa Argentina que se veìa invadida por otras razas y otras costumbres. Por eso su testimonio es valioso” (8).
En el prólogo a su novela, Argerich manifiesta: “me opongo franca y decididamente a la inmigración inferior europea, que reputo desastrosa para los destinos a que legítimamente puede y debe aspirar la República Argentina; (...) La intromisión de una masa considerable de inmigrantes, cada año, trae perturbaciones y desequilibra la marcha regular de la sociedad, -y en mi opinión no se consigue el resultado deseado, esto es, que se fusionen estos elementos y que se aumente la población. En efecto, si buscamos unidad, sería importante encontrarla: se habla de colonias aun aquí mismo en la Capital de la República y ya tenemos los oídos taladrados de oír hablar de la patria ausente, lo que implica un estravío moral y hasta una ingratitud, inspirada, muchas veces, por el interés que azuza un sentimiento exótico y apagado para que se ame a una madrastra hasta el fanatismo”.
Sostiene que “para mejorar los ganados, nuestros hacendados gastan sumas fabulosas trayendo tipos escogidos, -y para aumentar la población argentina atraemos una inmigración inferior. ¿Cómo, pues, de padres mal conformados y de frente deprimida, puede surgir una generación inteligente y apta para la libertad? Creo que la descendencia de esta inmigración inferior no es una raza fuerte para la lucha, ni dará jamás el hombre que necesita el país”. Considera que “tenemos demasiada ignorancia adentro para traer todavía más de afuera” y que “es deber de los Gobiernos estimular la selección del hombre argentino impidiendo que surjan poblaciones formadas con los rezagos fisiológicos de la vieja Europa”.
En esa obra, al nacer el primer hijo de los inmigrantes italianos, Argerich habla de la influencia que “la raza, el medio y el momento” ejercerían en él, tal como afirmaba Hipólito Taine. Le resta toda capacidad de decisión, pues “todo estaba preestablecido. Todo lo habían ordenado voluntades y cerebros anteriores”.

Escribe Ocantos, en Quilito, sobre un “italianito vendedor de diarios” y sobre Rocchio, un corredor de Bolsa, “un hombrazo con muchas barbas, italiano con sus ribetes de criollo”. Este hombre es descripto por Ocantos con rasgos animales: “un italiano atlético, cuadrado, con las crines erizadas, cuya voz era un rugido; (...) Trabajador, eso sí, como una mula de carga, y ahorrativo como una hormiga; Rocchio no perdía un minuto de su día comercial, ni gastaba un centavo más de su cuenta del mes” (9).

En Libro extraño, obra de 1894, escribe Francisco A. Sicardi, un inmigrante añora su tierra. Relata el hijo: “muchas veces, cuando volvía de noche de su trabajo y yo estaba al lado de la vela de sebo, leyendo la cartilla, él me contaba las cosas de su tierra, un pueblito todo blanco, al lado de la playa, donde los pescadores cantaban con las piernas desnudas hasta la rodilla, sacando en hileras paso a paso la red, que traía agua verde y pescados; y a mí me enseñaba las cantinelas que tenían como rumores y estruendos de borrascas y bofetadas del mar contra los barcos perdidos y solitarios...” (10).

En “La casa endiablada” (11), de Eduardo L. Holmberg, aparecen italianos de humilde condición, carreros y verduleros, holgazanes y supersticiosos. Antonio Páges Larraya considera que “ ‘La casa endiablada’ tiene para nosotros tres motivos de interés: es su primera obra de imaginación a la que traslada nuestra realidad ciudadana; es la primera novela policial escrita en el país, y finalmente, es la primera en la literatura universal en que se descubre un delito por el sistema dactiloscópico” (12).

El gringo (13) que protagoniza la novela de Fausto Burgos, se enorgullece de su sangre: “yo soy gringo, gringo puro, más gringo que todos lo gringo que hanno formato la colonia italiana en San Rafael”, dirá. Para la familia del protagonista, en cambio, ser inmigrante es una vergüenza que se debe ocultar: ‘Usted no es un gringo –afirma el yerno que vive a expensas del italiano-; usted ya puede llamarse criollo; ya tiene títulos para ello’ “. Burgos reitera a lo largo de la novela la acusación que los nativos hacen a los extranjeros: “’¿No son ustedes los que nos vienen a quitar la tierra y el vino y el pan y todo? Los peones inmigrantes miran con lástima a quien esto dice y comentan: ‘Povero nero’, ‘povero chino’, ‘é una bestia’”.

Alamos talados (14) fue distinguida en 1942 con el Primer Premio de Literatura de Mendoza, el Primer Premio Municipal de Buenos Aires y el Primer Premio de la Comisión Nacional de Cultura. La clase alta, representada fundamentalmente por los abuelos, se mostraba bondadosa con los criollos y los inmigrantes, en general, aunque había excepciones. Don Ramón Osuna sentía un “desprecio soberano por los gringos, como él llamaba a cuantos no hablaran el castellano. Desprecio que alcanzaba a toda idea que de ellos proviniera. No quiso alambrar su estancia; sembrar era cosa de gringos y nunca el arado rompió sus tierras” .
La diferencia entre terratenientes e inmigrantes es señalada por uno de los personajes: “Doña Pancha aún no podía comprender cómo abuela había recibido, ‘con aire de visita’, a uno de esos gringos bodegueros, decía ella recalcando la palabra con retintín. Ella no podía entenderlo y menos disculparlo. Entre tener una viña y tener bodega para hacer vino había un abismo infranqueable. Eran dos castas distintas, y la Pancha se había constituido guardián insobornable de esa separación”.
Los criollos, que se agrupan bajo la protección de la señora y sus descendientes, ven como algo degradante el trabajo en la viña, pues nacieron para domar potros y para hacer tareas que exijan valor y destreza: “ ‘Los criollos no somos muy guapos pa’ estos menesteres, eso di’ andar cortando racimitos son cosas pa’ los gringos y las mujeres –había dicho Eulogio-. Ahora, lidiar con toros, jinetear potros, trenzar tientos de cuero crudo, marcar animales, ésas son cosas di’ hombre’ y hasta si se trataba de dar una manito para cargar las canecas, entonces se ajustaban el cinto y la faja, acomodaban el cuchillo en la cintura, ‘y no le hacían asco a juerciar un poco’ ” .

En el Segundo Libro de Adán Buenosayres (15), de Leopoldo Marechal, los personajes se trenzan en un debate acerca de las responsabilidades de criollos y de gringos. Samuel Tesler, filòsofo villacrespense, exclama: “Estoy harto de oìr pavadas criollistas (...). Primero fue la exaltación de un gaucho que, según ustedes y a mí no me consta, haraganeó donde actualmente sudan los chacareros italianos. ¡Y ahora les da por calumniar a esa pobre gente del suburbio, complicàndola en una triste literatura de compadritos y milongueros!”.
En un conventillo reúne a sus discípulos José Luna, personaje de Marechal en Megafón: “En la sala única del púgil se juntaban sin armonizar el comedor, el dormitorio y una cocina de leña, cuyo tiraje pésimo fue un manantial de humo que, sin embargo, nunca molestó en adelante ni a José Luna ni a sus tres discípulos, en las discusiones que mantuvieron sobre las metáforas del Apocalipsis. Los tres discípulos eran Juan Souto, llamado ‘el gaita’, Vicente Leone, o ‘el tano’, y Antenor Funes, conocido por ‘el salteño’ “ (16).

Syria Poletti narra en Gente conmigo lo sucedido a una pareja italiana: “El llegó primero; trabajó duro y construyó la casa. Entonces se casaron por poder y ella tomó el barco. Un barco hacia América, hacia él, hacia el nuevo hogar. Durante la travesía la contagió el tracoma y no pudo desembarcar. Las prescripciones sanitarias no lo permitieron. Y él tampoco pudo subir a la nave. Debió conformarse con agitar el pañuelo desde el muelle cuando el buque zarpó de regreso a Italia”. La narradora sabe bien por qué sucedió eso a la infortunada pareja de emigrantes: “Ella había contraído el tracoma por viajar junto a algún enfermo clandestino. Un enfermo a quien alguien –un médico o un traductor- habría posibilitado el embarco eludiendo o alterando un diagnóstico” (17).

En Hacer la América, de Pedro Orgambide, aparecen varios italianos. Los más importantes son Enzo Bertotti, Giovanni Valetta y Gina Spaventa (19).

Carolina de Grinbaum narra en La isla se expande, la forma en la que una niña aprende otra lengua. En un conventillo recalaron una mujer italiana y sus dos hijas, apenadas aún por una desgracia familiar: “Tenemos instalada en una habitación próxima a la gentil señora que llega al caserón un día, a acomodar su viudez ya las dos hijas casi adolescentes a un nuevo ambiente, lejos de sus tristezas que permanecían adheridas al duelo paternal. Llenaban las jóvenes sus horas y lúgubres espacios, con cantos entonados en la dulce lengua de su lugar de origen: ‘la alta Italia’. La más grata variedad de composiciones que hasta entonces había tenido Mariana la oportunidad de conocer, vibraban a diario, todas ellas deleitaban sus oídos. No disponía siquiera de un modesto aparato de radio, cuya adquisición en esos momentos en especial, resultaba inaccesible a su padre. En un acompañamiento desafinado pero voluntarioso, hizo Mariana un aprendizaje veloz de las letras y las melodías con las que pudo acceder al conocimiento de un nuevo idioma, canto y música, al mismo tiempo. De esa manera lo entendía cuando intervenía con su voz, haciendo coro" (20).
En esa novela, la pequeña protagonista evoca sus sensaciones ante la comida de una familia italiana: “Mi olfato hambriento extendía los tentáculos a fin de transferir los perfumes de la comida cercana, hasta mi desabrido plato. Escudriñaba las sopas que deglutían, el caldo sustancioso rumoreante como las olas del mar, los enormes fideos dedalito que flotaban como infinidad de barcos veleros, el abundante queso rallado, que esparcían como lluvia generosa –esa lluvia que deja un olor feliz sobre las tierras secas“.

Salvador Petrella, personaje de Frontera sur (21), de Horacio Vázquez-Rial, muere de fiebre amarilla en el barco. Su cuerpo fue cremado en el horno del lazareto de la Isla Martín García. La novia que lo esperaba “pone el brazo izquierdo sobre la mesa, la mano abierta, la palma arriba, y con la derecha se da un hachazo...”. Esa fue la espantosa forma en que se suicidó.

María Angélica Scotti evoca, en Diario de ilusiones y naufragios (22), la vida de una inmigrante española, desde que, en la infancia, deja España con su madre; a ellas se unirá un italiano que la mujer conoce a bordo. “Padrazo chapurreaba bastante el español; lo venía practicando desde antes de embarcarse en Génova”, dice la protagonista de la novela que mereció el premio Emecé 1995/6, el Primer Premio Municipal de Buenos Aires "Eduardo Mallea" l999 y Segundo Premio Regional de la Secretaría de Cultura de la Nación.

Andrés Rivera es el autor de Guido (23), protagonizada por un italiano a quien se le aplica la Ley de Residencia. Reflexiona el inmigrante: “Estoy aquí, en un camarote o calabozo, de dos por dos y medio, tirado en una roñosa cucheta, vestido, el cigarrillo en la mano, roja la brasa del cigarrillo, y sobre mí, encendida, una lámpara que ellos rodearon con tiras de metal. Idiotas, creen que trasladan a suicidas. Sé quién soy. Soy un tipo que llegó, joven, y tan tierno que, ahora, hoy, no me reconozco en esa estampa de víctima de algún estrago arrasador de la Naturaleza que pisa las maderas y piedras del puerto de Buenos Aires”.”
Rivera conoció a Guido: “Alrededor de esa mesa se sentaban los responsables sindicales del Partido Comunista argentino, el más incondicionalmente estalinista de América del Sur. Entre ellos estaban Guido Fioravanti, Secretario General de la FONC (Federación Nacional de Obreros de la Construcción), y mi padre. Guido Fioravanti era bajo y flaco. Músculo puro. Una cara pequeña, de piel, huesos y una barba rubia de dos días. Ojos verdes y furiosos. Manos encaladas. Guido Fioravanti bajaba del andamio para atender, hasta las primeras horas de la madrugada, sus tareas gremiales. Y yo, un chico de diez años o algo así, asistía, mudo, a esas citas vehementes, y después, cuando ingresaron a mi recuerdo, épicas. Mi madre, silenciosa. Repartía sándwiches de milanesa y vasos de vino. Aquellos hombres duros y sanos siempre tenían hambre” (24).

Varios

Esther Goris es la autora de Agatha Galiffi, la flor de la mafia, obra acerca de “una joven mujer quien luchó en los años 30s, pese a su corta edad, contra la mafia imperante en Buenos Aires. La novela fue publicada por la editorial Sudamericana, y fue elegida por el jurado de la Feria del Libro, como una de las destacadas de este año” (25). Fue la novela más vendida del año 2000” (26).
En esa novela (27), junto al siciliano Galiffi, padre de la protagonista, Goris presenta calabreses, napolitanos y piamonteses, además de inmigrantes no italianos.

En conjunto

Relata el narrador, en Una ciudad junto al río, de Jorge Isaac: “Los italianos –que forman la corriente numérica más importante en este tiempo- lo hacen en grupos compuestos por una o muchas familias que cantan, ríen o gritan tanto como pueden, volcando su entusiasmo contagioso y vital. Son los barulleros por excelencia. Y parece que el puerto, luego que ellos pasan, necesitase cuanto menos un par de días para reponerse de tanto ruido y retornar a su estado de serena quietud” (28).

Italianos y otros 

En La última carta de Pellegrini, de Gastón Pérez Izquierdo, escribe el protagonista: “La afluencia de inmigrantes seguía transformando la fisonomía física y social de la metrópoli con sus gritos, sus palabras mal pronunciadas, sus risas y sus nostalgias por la tierra dejada. En ese fragor positivista algunas pequeñas señales cada tanto advertían que éramos de carne y hueso y no estábamos en el Paraíso Terrenal. Las condiciones deficientes de alojamiento de los inmensos contingentes de extranjeros que desembarcaban pronto causaron una alarma general: un brote de cólera amenazaba con expandirse como epidemia y salirse de control. Para una ciudad que todavía guardaba en su memoria colectiva los horrores de la fiebre amarilla la noticia cayó como el anuncio de la llegada de los cuatro jinetes. El Presidente convocó de urgencia al gabinete y concurrí a la reunión para proponer medidas intrépidas, como las que se recordaban de los tiempos de la epidemia maldita” (29).

En Moira Sullivan (30), de Juan José Delaney, la protagonista escribe una carta fechada en 1932, en la que expresa: “Debo decir que pese a que los hijos de Erín se jactan de haberse integrado con el resto de la población, la verdad no es exactamente así. Tienen sus propios colegios, sus propios templos y clubes, y quien comete la osadía de casarse con un “nap” (¿napolitano y por extensión italiano?) o con un “gushing” (derivado, probablemente, del verbo inglés to gush, que significa hablar con excesivo entusiasmo y que es un neologismo para aludir a los gallegos y también por extensión a los españoles), se aíslan o son lenta pero inexorablemente segregados. En verdad esto ocurre con casi todas las comunidades extranjeras que se han radicado acá: árabes, armenios, ucranios y, muy especialmente, judíos. Para no hablar de los británicos que a su injustificado desdén agregan cierto cinismo ancestral”.

María Esther de Miguel evoca, en Un dandy en la corte del rey Alfonso, la actitud de los hombres del 80 ante el aluvión inmigratorio. Se trataba de “una tanda de hombres intelectuales y bien pensantes que pasarían a la historia, según decían, porque se dedicaban a ser diplomáticos, escribir libros interesantes y sacar adelante el país, sobre todo por el esfuerzo de los inmigrantes que habían llegado para ‘laburar’, como decían ellos. Aunque los habían confinado en fábricas, saladeros y conventillos, los pobres se manejaban bien y sacrificadamente, y no pasaría mucho tiempo sin que la mayoría de ellos tuvieran, de acuerdo a los sueños que los habían transportado a América, ‘m’hijo el dotor’ ” (31).

Tínkele, bielorrusa sobreviviente de Auschwitz, es uno de los personajes de Hija del silencio, de Manuela Fngueret. A ella “Se le mezclan las historias con la suya. La llegada a Buenos Aires, el primer día de trabajo en la fábrica de camisetas a unas cuadras de la casa de sus primos. Allí emplean también a otras mujeres inmigrantes como ella: italianas, españolas o polacas, con las que casi no intercambian palabra en agotadoras jornadas de trabajo. Una Babel de rostros e idiomas” (32).

En La logia del umbral, de Ricardo Feierstein, narra uno de los personajes, que vivía en Villa Pueyrredón, a mediados del siglo pasado: “Por las mañanas, en la escuela pública donde todos concurríamos, conviví con el inglés Stanley y el italiano Badaracco, protagonistas de una pelea memorable donde vi correr sangre por primera vez; con el galleguito Pérez y un francés medio raro que se hacía dibujos en las manos con hojitas de afeitar” (33).

En Lunas eléctricas para las noches sin luna, escribe Belén Gache: “Al igual que Mirko y mis padres, han llegado a estas tierras personas provenientes de Hong Kong, de Túnez, de Madeira, de Angola y del Orinoco. Si uno juntara los nombres de todas ellas, seguro se formaría, a su vez, un océano, un gran océano de nombres” (34).

Notas
1 López, Lucio V.: La gran aldea, Costumbres bonaerenses. Buenos Aires, CEAL. (Capítulo).
2 Garasa, Delfín Leocadio: La otra Buenos Aires. Paseos literarios por barrios y calles de la ciudad. Buenos Aires, Sudamericana-Planeta, 1987.
3 Martel, Julián: La Bolsa. Buenos Aires, Huemul, 1979. Prólogo de Diana Guerrero.
4 Güiraldes, Ricardo: Don Segundo Sombra. Buenos Aires, CEAL, 1979. 216 pp. (Capítulo).
5 Gutiérrez, Eduardo: Juan Moreira. Buenos Aires, CEAL, 1980. (Capítulo).
6 Podestá, M. T.: Irresponsable. Buenos Aires, Editorial Minerva, 1924.
7 Argerich, Antonio: ¿Inocentes o culpables?. Madrid, Hyspamérica, 1984.
8 S/F: en Argerich, Antonio: ¿Inocentes o culpables?. Madrid, Hyspamérica, 1984.
9 Ocantos, Carlos M.: op.cit.
10 Sicardi, Francisco A.: Libro extraño. Buenos Aires, Imprenta Europea, 1894.
11 Holmberg, Eduardo L.: “La casa endiablada”, en Cuentos fantásticos. Buenos Aires, Hachette, 1957. Prólogo de Antonio Pagés Larraya.
12 Pagés Larraya, Antonio: “Prólogo”, en Cuentos fantásticos. Buenos Aires, Hachette, 1957.
13 Burgos, Fausto: El gringo. Buenos Aires, Tor, 1935.
14 Arias, Abelardo: Alamos talados. Buenos Aires, Sudamericana, 1990.
15 Marechal, Leopoldo: Adán Buenosayres. Buenos Aires, Sudamericana, 1970.
16 Marechal, Leopoldo: Megafón. Citado en Páez, Jorge: El conventillo. Buenos Aires, CEAL, 1970.
17 Poletti, Syria: Gente conmigo. Buenos Aires, Losada, 1962.
18 Luna, Félix: Soy Roca. Buenos Aires, Sudamericana, 2000.
19 Orgambide, Pedro: Hacer la América. Buenos Aires, Bruguera, 1984.
20 Grinbaum, Carolina: La isla se expande. Buenos Aires, ig, 1992.
21 Vázquez-Rial, Horacio: Frontera Sur. Barcelona, Ediciones B, 1998.
22 Scotti, María Angélica: Diario de ilusiones y naufragios. Buenos Aires, Emecé, 1996.
23 Rivera, Andrés: Guido, en Para ellos, el Paraíso. Buenos Aires, Alfaguara, 2002.
24 Rivera, Andrés: “El hombre que nadie pudo comprar”, en La Nación, Buenos Aires, 3 de marzo de 2002.
25 Salinas, Martín: “Esther Goris presentó dos proyectos para filmar en San Luis”, en El Diario de la República, San Luis, 13 de julio de 2005.
26 S/F: “Quiero devolver en San Luis lo que la vida me ha dado”, en El Diario de la República, San Luis, 22 de enero de 2006.
27 Goris, Esther: Agatha Galiffi. La flor de la mafia. Buenos Aires, Sudamericana, 1999.
28 Isaac, Jorge: Una ciudad junto al río. Buenos Aires, Marymar, 1986.
29 Perez Izquierdo, Gastón: La última carta de Pellegrini. Buenos Aires, Sudamericana, 1999.
30 Delaney, Juan José: Moira Sullivan. Buenos Aires, Corregidor, 1999.
31 Miguel, María Esther de: Un dandy en la corte del rey Alfonso. Buenos Aires, Planeta, 1999.
32 Fingueret, Manuela: Hija del silencio. Buenos Aires, Planeta, 1999.
33 Feierstein, Ricardo: La logia del umbral. Buenos Aires, Galerna, 2001.
34 Gache, Belén: Lunas eléctricas para noches sin luna. Buenos Aires, Sudamericana, 2004.

En novelas infantiles y juveniles

En Aventuras del capitán Bancalari , aparece un inmigrante ilustre. Relata el narrador: “A Rosita Rosales la conocí en cierta recepción que, en la Casa de Gobierno, se dio para agasajar a don Clemente Onelli. Este naturalista italiano, director del Jardín Zoológico de Buenos Aires, acababa de volver de una de sus tantas expediciones al lago Nahuel Huapi y al lago Argentino: aquí –se decía- había dado caza a un plesiosaurio, animal extinguido millones de años atrás. El científico, muy bien trajeado, era el centro de la atención general: en la mano derecha sostenía una copa de champaña; en la izquierda, una correa a cuyo extremo, del cuello, estaba atado el inexistente bicho en cuestión” (1).

Piamonte

En Stéfano (2), novela que dedica a su padre, María Teresa Andruetto relata la vida de un inmigrante italiano que llega a nuestro paìs con su bagaje de ilusiones y recuerdos. En tiempos de guerra, en Italia, la pobreza llega a extremos patéticos. La madre del protagonista ha encontrado un ave. Años después, el hijo recuerda: “La veo en la cocina: saca agua de la que hierve en un latón, echa el agua sobre la torcaza muerta y la despluma con dedos diestros, luego la chamusca sobre la llama y la desventra. Lava víscera por víscera, desechando sólo la hiel amarga. Cuando está limpia, la divide en cuatro y dice: Tenemos para cuatro días. Yo no digo nada, sólo miro cómo separa una de las partes y luego oigo que me envía a guardar las tres restantes sobre el techo de la casa, para que el sereno las mantenga frescas. Cuando regreso, está sacando de la bolsa harina de maíz. Mete la mano hasta el fondo y yo escucho el ruido que hace el tazón al raspar la tela. ¿Alcanza?, pregunto. Para esta vez, dice. ¿Y mañana? Dios dirá”.
Stèfano se despide de su madre, viuda y sin màs hijos, quien no quiso acompañarlo en la aventura por el nuevo mundo. La partida es desgarradora para ambos, no obstante haber sido anunciada con años de anticipaciòn por el muchacho. La mujer “distinguiò, por sobre la distancia que los separaba, los tiradores derrumbados, el pelo de niño ingobernable, la compostura todavìa de un pequeño. Sabìa que correrìa riesgos, pero no dijo una palabra, la mirada detenida allà en la curva que le tragaba el hijo. A poco de doblar, cuando supo que habìa quedado fuera de la vista de su madre, Stèfano se secò los ojos con la manga del saco”.
Luego vendrìa la travesìa en el Syrio, el naufragio. A Stéfano le toca en suerte un viaje accidentado: “En medio de la noche los ha despertado la tormenta, el ruido del agua contra la banda de estribor. El llanto de un niño viene del camarote vecino o de otro que está más allá. Aquí donde ellos esperan, nadie grita, sólo el hombre de jaspeado dice que el mar esta noche no quiere calmarse y es todo lo que dice; habla con serenidad, pero Stéfano sabe que está asustado. Al llanto del niño se han sumado otros, pero nadie ha de tener más miedo que él, que quisiera que a este barco llegara su madre y lo apretara entre los brazos y le dijera, como cuando era pequeño y todavía no soñaba con América, duerme, ya pasará”.
Llegan los sobrevivientes. Stèfano se hospeda en el Hotel de Inmigrantes: “El hotel está a pocos pasos de la dársena; tiene largos comedores y un sinfín de habitaciones. Les ha tocado un dormitorio oscuro y húmedo. En la puerta, un cartel dice: Se trata de un sacrificio que dura poco. (...) Los dormitorios de las mujeres están a la izquierda, pasando los patios. Por la tarde, después de comer y limpiar, después de averiguar en la Oficina de Trabajo el modo de conseguir algo, los hombres se encuentran con sus mujeres. Un momento nomás, para contarles si han conseguido algo. Después se entretienen jugando a la mura, a los dados o a las bochas”. Comienza la vida americana del inmigrante.
El muchacho y su amigo se trasladan al campo del tìo de este ùltimo, en el que comprende que, por mucho que se esfuerce, nunca tendrà un puesto similar al de su compañero de viaje. Se inicia en la mùsica y se integra a un circo, hasta que finalmente se establece, forma pareja, y la vida le regala la felicidad de un hijo.
Este es –muy resumido- el argumento de la historia que està destinada a lectores adolescentes, pero que puede ser leìda con sumo interès por los adultos. Tanto unos como otros encontraràn en ella ecos de lo que les han relatado sus mayores, atisbos de la misma esperanza y el mismo dolor, narrados con maestrìa por una escritora que sabe hacernos vibrar con su pluma y que presenta interesantes recursos estilìsticos, como el manejo del tiempo y el cambio de registro en la narraciòn.
La novela permite que los jòvenes de hoy, bisnietos de quienes vinieron a “hacer la Amèrica” comprendan cuànto debieron abandonar sus mayores y cuànto encontraron aquì. Al mismo tiempo les permitirà disfrutar de la lectura de una obra muy bien escrita, que no por abordar un tema con sentimiento, deja de lado la riqueza de la literatura cultivada con talento.

Notas
1 Aventuras del capitán Bancalari , Editorial Alfaguara, Colección Alfaguara Infantil, Buenos Aires 1999. Ilustraciones de Pablo Zweig.
2 Andruetto, María Teresa: Stéfano. Buenos Aires, Sudamericana, 2001.

En cuentos

Lombardía

Un personaje de “El día de las grandes ganancias”, de Alberto Gerchunoff, es italiano. El dueño de la “Tienda de las cuatro estaciones” es descripto así por el narrador adolescente: “Lombardo de fuertes piernas, espaldas enormes y cara redonda como un plato, en la que brillaban dos ojos grises, rientes y móviles, hallábase siempre instalado en el fondo del negocio, colgando de los labios la curva pipa de barro. Hombre de cuarenta años, obeso y jovial como un párroco de aldea, no concebía entre las paredes de la tienda el malhumor que amargaba mis planes” (1).
En “Santana”, de Roberto Mariani, una lombarda sufre un percance: “Después de aquel temporal en que un aletazo de viento tumbó al suelo a la lombarda del segundo patio destrozándole la sopera y derramándole el humeante caldo, las vecinas todas, en un acuerdo defensivo, decidieron cocinar en sus respectivas habitaciones durante los días de recio viento o dura lluvia, rebeldes a la obstinada reclamación del negro Apolinario, encargado del conventillo” (2).

Notas
1 Gerchunoff, Alberto: “El día de las grandes ganancias”, en Cuentos de ayer. Buenos Aires, Ediciones Selectas Amèrica, Tomo I, Nº 8, 1919. Págs. 227/8.
2 Mariani, Roberto: “Santana”. Citado por Páez, Jorge en El conventillo. Buenos Aires, CEAL, 1970.

Sin mención de origen

Giusseppe el zapatero protagoniza un tango de Guillermo del Ciancio. En un cuento de Horacio Vaccari, el hijo médico escribe una carta a Giuseppe. Le dice: “Hoy me duele decir todo esto, pero necesito torturarme con la verdad, con mi triste verdad y he de asumirla hasta el fin. Cumplí con la voluntad que usted me impuso desde la cuna. Estudié Medicina, fui uno más en el montón, aunque sacaba buenas notas. Tenía que hacerme perdonar mi origen, si bien mis compañeros me respetaban porque era callado y estudioso” (1).
En “El salón dorado 1904” (2), de Manuel Mujica Láinez, la dueña de una mansión en decadencia se entera de que muchas de las habitaciones se han transformado en locales. Uno de ellos es ocupado por un sastre presumiblemente italiano: “El ama de llaves la detiene delante de la puerta que da al comedor. En su panel central hay clavado un cartel: ‘Bruno Digiorgio, sastre’. Entran allí. Los cortes de género se apilan sobre un mostrador; los maniquíes rodean a la estufa, encima de la cual permanece, como un testigo irónico, el lienzo pintado de la ‘Carrera de Atalanta’ que imita un gobelino”.
Guillermo House evoca, en “El mangrullo”, la agonía de un hijo de inmigrantes, y el heroísmo del camarada sanjuanino que intenta protegerlo: “El conscripto Colombo (un hijo de gringos de la provincia de Santa Fe) es regular tirador, pero flojazo para las penurias. (...) Como Colombo no puede moverse, él le introduce en la boca su dedo meñique húmedo de rocío. Pero el sol no tarda en disipar este engaño, y desde temprano se deja sentir” (3).
Humberto Costantini escribe acerca de un gringo; en su “Historia de una amistad”: “a mí me gustaba cuando don Aldo me hablaba de sus cosas. Cuando vine a América, ¿sabe?, me soñaba tener una casa y una familia. Muchos hijos, sabe. Así como usted. O más todavía. Ocho, diez. Una mesa larga, larga, y todos allí a la noche comiendo con buen apetito. En mi ciudad había un sastre que tenía doce. Todos carabineros. ¿Se imagina? Con estos sombreros grandes..., me decía“ (4).
En el cuento “Niebla”, escribe José Luis Pérez: “Era el patio de ladrillos de un inquilinato, pulido por los pasos de fatigados inmigrantes, con enrejados verdes de varillas de maderas entrecruzadas, grandes macetas rojas y amarillas de formas acampanadas llenas de plantas, un gran piletón en el centro, el parral cubriéndolo todo y en una silla baja, sentado, con una chaqueta en su falda y una aguja en su mano, cosiendo con destreza y chupando su pipa, estaba él. Un aroma de uva madura y tabaco fuerte llenaba el espacio, de una vieja radio salía la voz de Beniamino Gigli, cantando “Wien, Wien, nur du allein’ ” (5).
Un amor imposible causa la emigración de un italiano, en un cuento de José Luis Cassini: “El mismo día en que Enrico se hizo cargo de la sastrería, el único auto de la villa se detuvo enfrente. El chofer entró: ‘La hija del Patrón se va a casar con un doctor de Zóppola, como él ha dispuesto; y aquí te manda este dinero a cuenta del traje de novia que le vas a confeccionar’. Enrico lo entregó y se embarcó” (6).
En “La confesión” (7), Víctor Casafús relata un extraño suceso en el que intervino un italiano: “Antes de irme, se me ocurrió pasar por la Sacristía para averiguar el nombre del Santo que tanto bien me había hecho. Para mi sorpresa me dijeron: -No. Con motivo de la pintura se quitaron todos los Santos. Al único que puede encontrar por ahí es a Don Giuseppe, el pintor”.
La historia secreta de un italiano es el tema de “El último patio” (8), de Haydee Massa, que se inicia con estas palabras: “Resolví ir a Jujuy porque en una de las últimas cartas tío Antonio rogaba que lo visitase. Era el hermano menor de mi padre y a éste le hubiese gustado que satisficiera su deseo. Ambos vinieron muy jóvenes desde Italia para establecerse en la Argentina. Después de convivir varios años en Buenos Aires, la afición por la arqueología incitó a tío Antonio a promover investigaciones en los yacimientos indígenas del país. Con el paso del tiempo quedóse definitivamente a vivir en Jujuy”.
En “Desarraigo”, cuento de Ana María de Benedictis, el narrador, que piensa en emigrar de la agobiada Argentina del siglo XXI, se arrepiente, evocando una historia familiar vinculada con la guerra: “Recordó que una mañana muy temprano llegó una carta bordeada de una franja verde, blanca y roja; que la abrió su abuela materna y comenzó a secarse las lágrimas con el delantal; que una a una iban llegando sus tías tratando de frenar el llanto que brotaba sin pedir permiso” (9).
En "El nieto del italiano", Marta Iris Díaz Gioffré presenta a un personaje que recuerda al abuelo inmigrante, en el contexto de la pérdida de dos hijos en la disco República de Cromagnon. Al protagonista “Siempre lo asombraron los ojos de su abuelo, claros como gotas de agua, y el pincel descarnado con que compuso sobre las paredes de la casa antigua paisajes montañeses hechos con puntitos de colores; debían mirarse de lejos para entenderlos: rebaños derramando su blancura sobre praderas verdes; de cerca, un tul de pintitas sin forma. Se quedó sin preguntarle si conocía la escuela puntillista o era sólo su intuición y la nostalgia de su tierra hecha paisaje. A Vicente esa añoranza se le fue cayendo, como propia, por una mejilla” (10).

Notas
1 Vaccari, Horacio: “Final de juego”, en Cuentos elegidos. Buenos Aires, Troquel, 1978. 138 págs.
2. Mujica Láinez, Manuel: “El salón dorado 1904”, en Misteriosa Buenos Aires. Buenos Aires, Sudamericana, 1977.
3. House, Guillermo: “El mangrullo”, en L. Gudiño Kramer, J.P. Sáenz y otros:: El cuento argentino 1930-1959* antología. Selecc. prólogo y notas de Eduardo Romano. Buenos Aires, CEAL, 1981. Pág. 83.(Capítulo, vol. 77).
4. Costantini, Humberto: “Historia de una amistad” (fragmento), en www.abanico.edu.ar.
5. Pérez, Jose Luis: “Niebla”, en Varios autores: Nosotros el Sur. Selección de Nené D’Inzeo. Buenos Aires, Tu Llave, 1992. 124 pp.
6. Cassini José L.: “El mar en los ojos”, en Rotary Club de Ramos Mejía Comité de Cultura. Buenos Aires, 1994.
7. Casafús, Víctor: “La confesión”, en La esquina literaria. Buenos Aires, Ediciones Tu Llave, 1996.
8. Massa, Haydee: “El último patio”, en La esquina literaria. Buenos Aires, Ediciones Tu Llave, 1996.
9. De Benedictis, Ana María: “El desarraigo”, en El Tiempo, Azul, 24 de marzo de 2002.
10. Díaz Gioffré, Marta Iris: Ni siquiera molinos de viento. Buenos Aires, Ediciones Tu Llave, 2006.

Italianos y otros

En “Santana”, uno de los Cuentos de la oficina, Roberto Mariani se refiere a los habitantes de un conventillo: “Una de estas antiquísimas mansiones actualmente agoniza en conventillo. En sus espaciosas habitaciones donde acaso en 1815 ó 1820 algún general de la Independencia abandona esposa e hijas para ir a satisfacer su sed patriótica en los abiertos campos de batalla, hoy conviven apretujadas seis u ocho familias de las más diversas nacionalidades, y costumbres contradictorias hasta la beligerancia. Italianos, franceses, turcos, criollos. La última habitación la ocupa un griego relojero” (1).
En “El hijo de Butch Cassidy”, escribe Osvaldo Soriano: “La guerra en Europa había interrumpido los mundiales. Los dos últimos, en 1934 y 1938, los había ganado Italia y los obreros piamonteses y emilianos que construían la represa de Barda del Medio en la Argentina y las rutas de Villarrica en Chile se sentían campeones para siempre. Entre los obreros que trabajaban de sol a sol también había indios mapuches conocidos por sus artes de ilusionismo y magia y sobre todo europeos escapados de la guerra. Había españoles que monopolizaban los almacenes de comida, italianos de Génova, Calabria y Sicilia, polacos, franceses, algunos ingleses que alargaban los ferrocarriles de Su Majestad, unos pocos guaraníes del Paraguay y los argentinos que avanzaban hacia la lejana Tierra del Fuego. Todos estaban allí porque aún no había llegado el telégrafo y se sentían a salvo del terrible mundo donde habían nacido” (2).
El protagonista de “Esperanza”, de Santiago Korovsky, “Con la gente del conventillo se había ido encariñando, había cinco polacos, una pareja de gallegos, una pareja de judíos con un hijo, tres italianos y dos alemanes. Era gente humilde, cariñosa, generosa y solidaria. Algunos habían probado suerte como él, pero, también, habían perdido” (3).

Notas
1. Mariani, Roberto: “Santana”. Citado por Páez, Jorge en El conventillo. Buenos Aires, CEAL, 1970.
2. Soriano, Osvaldo: “El hijo de Butch Cassidy”, publicado originalmente en el diario Página/12, forma parte de "Cuentos de los años felices", Editorial Sudamericana, 1993. Incluido en Letrópolis (www.letropolis.com.ar), Diciembre de 2006.
3. Korovsky, Santiago: “Esperanza”, en “Bienvenidos al Concurso Literario 1997”, El Jardín de la Esquina / Aequalis.

En cuentos infantiles y juveniles

Campania 

En Palermo, en las primeras décadas del siglo XX, vive Fernando Da Salerno, protagonista de un cuento de Fernando Sorrentino, con su madre. En la calle Costa Rica -relata el narrador-, “en un cuartucho de un conventillo grisáceo, nos arrinconábamos mi madre y yo. Mi madre, llamada doña Ferdinanda, y siempre vestida de negro, pertenecía, simultáneamente, a tres categorías (no incompatibles), a saber: a) santa viejecita; b) viuda; c) napolitana. A pesar de lo Rica que era la Costa de nuestra calle, vivíamos en la peor de las pobrezas y no teníamos ni dónde caernos muertos” (1).

Piamonte 

Del Piamonte vino la abuela de María Teresa Andruetto, quien contaba a sus nietas los relatos que la escritora reunió en Benjamino (2). Dedica este libro, en el que reescribe dos cuentos tradicionales, “a la nonna Felicitas”. Sobre ella expresa: “Mi abuela Felicitas, la mamà de mi mamà, fue colchonera, en el tiempo en que los colchones eran de lana, se apelmazaban y debìan desarmarse y rehacerse cada tanto. De ella recuerdo casi todo, porque la tuve hasta que fui grande: su casa de Arroyo Cabral, donde nacì, el piso fresco de ladrillos de esa casa, las màquinas de tisar lana, sus amigas hablando en una lengua desconocida para mì, sus comidas deliciosas (¡el dulce de leche azucarado!), su cara gordita, las mejillas coloradas, el pelo blanco que prendìa con horquillas en un rodete... Horquillas, rodetes, colchones apelmazados, màquinas de tizar lana... nombres de cosas que ya no existen”.
Comenta el origen de los dos cuentos incluidos en el libro –“Benjamino” y “Zapatero pequeñito”-: “Ella habìa nacido en un pequeño pueblo del Piamonte, al norte de Italia, y de esa regiòn vinieron hasta mì las aventuras de Gioaninn ca boija (Juancito, el que se las ingenia) y Ciavtin cit (el zapatero pequeñito) que nos contaba, tal vez para mostrarnos que, por màs pequeño que uno sea, puede, con algo de astucia y un poco de suerte, engañar a los lobos y a los ogros” .

Sicilia

Ema Wolf afirma que no sólo venían personas en los barcos. Venían también extraños personajes como el Mamucca, un duende que llegó desde Sicilia: “Con toda seguridad llegó acá en un barco. Lo habrá traído algún inmigrante en su bolsillo, en la bocamanga de los pantalones o en el pliegue del sombrero. Lo habrá traído sin querer, sin darse cuenta. Porque uno puede mudarse de continente llevando hasta un ropero, pero a nadie se le ocurriría cargar a propósito con algo tan fastidioso como el Mamucca” (3).

Italianos y otros 

Había inmigrantes entre los personajes de “No hagan olas”, de Elsa Bornemann: “En aquel conventillo de Buenos Aires, cercano al puerto y donde vivían hace muchos años, los inquilinos argentinos tenían la costumbre de poner apodos a los extranjeros que –también- alquilaban alguna pieza allí. No eran nada originales los motes, y errados la mayoría de las veces, ya que –para inventarlos- se basaban en el supuesto país o región de procedencia de cada uno. Tan supuesto que –así, por ejemplo- don José era llamado ‘el Ruso’, aunque hubiera nacido en Ucrania... A Sabadell, Berenguer y sus esposas les decían ‘los gallegos’, si bien habían llegado de Barcelona sin siquiera pisar Galicia... Apodaban ‘los turcos’ al matrimonio de sirilibaneses; ‘los tanos’, a la pareja de jóvenes italianos de Piamonte que jamás habían conocido Nápoles e –invariablemente- ‘el Chino’, a cualquier japonés que diera en fijar allí su transitorio domicilio. Sin embargo, podríamos deducir un poco más de conocimientos geográficos, de información y hasta cierto trabajo imaginativo por parte de aquellos pensionistas argentinos, de acuerdo con los sobrenombres que les habían adjudicado a la dueña de la casona y a su hijo. Ambos eran griegos. Por lo tanto ‘la Homera’ y ‘el Homerito’, en clara alusión al autor de La Ilíada y La Odisea, el genial Homero. Por supuesto, a todas las criaturas que habitaban esa construcción tipo ‘chorizo’ (cuartos en hilera, cocina y bañitos ídem, abiertos a ambos lados de un patio), los `rebautizaban’ con los mismos motes que sus padres, sólo que en diminutivo” (4). 

Notas
1 Sorrentino, Fernando: “Hombre de recursos”, en La venganza del muerto y otros cuentos con astucias. Ilustr. Jorge Sanzol. Buenos Aires, Alfaguara, 2003.
2 Andruetto, María Teresa: Benjamino. Buenos Aires, Sudamericana, 2002.
3 Wolf, Ema: “El mamucca” en Clarín, Buenos Aires, 22 de marzo de 1998.
4 Bornemann, Elsa: No hagan olas (Segundo pavotario ilustrado. 12 cuentos). Ilustraciones: O´Kif. Buenos Aires, Alfaguara, 1998.

En poemas

Calabria

Adelina C. Cela, en el poema “Madre Patria” (1), imagina el sentimiento de su tierra:

Tú clamabas por mí
como una madre divina,
con lágrimas derramadas
en nostálgica partida.

Como un susurro tu lengua
me acunó toda la vida
y no le diste abandono
a tu hija en lejanía.

Alfredo Conte (2) homenajea a su padre, que llegó desde Cosenza en 1887:

Mi viejo, vos hiciste el mundo nuevo
abriste surcos, criaste hijos
y fuiste solamente un inmigrante.
No sé cómo decirlo en dos palabras.

A sus abuelos calabreses evoca Griselda García (3):

mi abuela obligándonos a terminar el plato,
haciendo bocaditos fritos con las sobras porque
‘ustedes por suerte no conocen lo que es la guerra, el hambre...’;
(...)
mi abuelo que para todas las actividades cotidianas
produce un sonido distinto con la boca;
que en los sesenta era sastre en Aerolíneas
y hacía los trajes de azafatas y pilotos,

Notas
1. Cela, Adelina: “Madre Patria”, en La Capital, Mar del Plata, 5 de septiembre de 1999.
2. Conte, Alfredo: Pascualino. Edición homenaje. Buenos Aires, 2001.
3. García, Griselda. Poema inédito.

Campania

En el Martín Fierro (1) encontramos muchas referencias al inmigrante. Transcribo uno de estos pasajes:

Un nápoles mercachifle
Que andaba con un arpista,
Cayó también en la lista
Sin dificultá ninguna:
Lo agarré a la treinta y una
Y le daba bola vista.

José Portogalo evoca, en “Los pájaros ciegos” (2), a un napolitano:

Mi padre, violinista, fracasó en Buenos Aires.

Sin embargo su nombre –Pierángelo- traía
“gli uccelli” luminosos de las calles de Nápoles;
Doménico Scarlatti, heraldo de sus pájaros,
clareaba el mundo denso de su infancia y sus lágrimas.

Notas
1 Hernández, José: Martín Fierro. Testo originale con traduzione, commenti e note di Giovanni Meo Zilio. Buenos Aires, Asociación Dante Alighieri, 1985.
2 Portogalo, José: “Los pájaros ciegos” (Fragmento), en L. Lugones, B. Fernández Moreno, R. Molinari y otros: La poesía argentina. Buenos Aires, CEAL, 1979. Pág. 111. (Capítulo, Vol. 4).

Friuli

En “Otra vez las dolomitas” (1), Syria Poletti evoca el paisaje de su infancia:

Aún remonto la picada sobre el abismo,
sin cuerda.
Pero algo ha cambiado:
ya no añoro tu mano.

Notas
1. Poletti, Syria: “Otra vez las Dolomitas”, en Letras de Buenos Aires.

Lombardía

En el poema “Antiguo Almacén ‘A la ciudad de Génova’” (1), Olivari evoca al italiano Miquelín:

Miquelín, grande como una estatua,
que se iba a la cosecha y volvía rico dos semanas
-apenas para pagar la vuelta a todo el barrio-.
Mientras le duraba la plata cantaba,
cantaba las lejanas canciones milanesas de su tierra
y hombreaba recuerdos como hombreando cereal...

Cerca de Lombardía, en el Cantón Ticino, un cantón suizo de habla italiana, nació Alfonsina Storni, la autora de Palabras a mi madre (2):
No las grandes verdades yo te pregunto, que
no las contestarías; solamente investigo
si, cuando me gestaste, fue la luna testigo,
por los oscuros patios en flor, paseándose.

Y si, cuando, en tu seno de fervores latinos,
yo escuchando dormía, un ronco mar sonoro
te adormeció las noches, y miraste, en el oro
del crepúsculo, hundirse los pájaros marinos.

Notas
1 Olivari, Nicolás: “Antiguo Almacén ‘A la ciudad de Génova’”, en L. Lugones, B. Fernández Moreno, R. Molinari y otros: La poesía argentina. Antología, prólogo y notas por Alberto M. Perrone. Buenos Aires, CEAL, 1980. (Capítulo, Vol. 4).
2 Storni, Alfonsina: “Palabras a mi madre”, en Storni, Alfonsina: Antología poética. Selección por Alfredo Veiravé. Prólogo y notas por Alejandro Fontenla. Buenos Aires, CEAL, 1980. Pág. 44. (Capítulo, vol. 51).

Piamonte

María Teresa Andruetto evoca, en “Citröen” (1), a su padre inmigrante:

Regresábamos en un Citröen
rojo, desde una laguna de sal,
un pueblo ahora de fantasmas,
a nuestra casa, en la luz. Y él
cantaba, de viva voz, como
nunca cantaba, voglio vivere
cosí, con il sole in fronte, y
mi madre y nosotras también
cantábamos.

En el mismo libro (2) evoca un funeral de la colectividad piamontesa en Córdoba:

Alguien nos alzó
hacia el tufo de la muerta
(se llamaba Elizabeta),
para que viéramos.

Notas
1 Andruetto, María Teresa: “Citröen”, en Kodak. Córdoba, Ediciones Argos, 2001.
2 Andruetto, María Teresa: op. cit.

Sicilia

Oscar González, en “La anunciación” (1), evoca a una mujer italiana:

Llegó a Puerto Nuevo
En otro fin de siglo
Confiando en la arcilla de estas playas
Y abierta como un surco,
Se dio a la tarea de procrear espigas.

Notas
1 González, Oscar: “La anunciación”, en El Tiempo, Azul, 16 de abril de 2000.

Veneto

Gigliola Zecchin, más conocida como Canela. “Llegó al país a los diez años. Estudió Letras Modernas en la Universidad de Córdoba. En 1962 inició su carrera presentando los programas vespertinos del canal 10 de la Universidad de Córdoba. (1). " ‘Recién ahora, cincuenta años más tarde, estoy logrando indagar sobre mi propia historia y sobre la guerra que me hizo llegar a Argentina separándome de mis padres y abuelos. El exilio tiene consecuencias terribles en los niños, sentimientos de miedo, insomnio, pesadillas. De esto se trata el desarraigo, de sacar algo de raíz’, concluyó” (2). Es la autora de Paese (3).

Notas
1. Sosa de Newton, Lily: Diccionario Biográfico de Mujeres Argentinas. Buenos Aires, Plus Ultra, 1986.
2. Irigoyen, Pedro: “MESA REDONDA Aquel exilio, este exilio, la misma tristeza”, en Clarín, 28 de febrero de 2002.
3. Zecchin, Gigliola (Canela): Paese. Buenos Aires, De la Flor, 2000.

Sin mención de origen

En “El alma del suburbio” (1), escribe Evaristo Carriego:

Soñoliento, con cara de taciturno,
cruzando lentamente los arrabales,
allá va el gringo... ¡Pobre Chopin nocturno
de las costureritas sentimentales!

¡Allá va el gringo! ¡Cómo bestia paciente
que uncida a un viejo carro de la Harmonía
arrastrase en silencio, pesadamente,
el alma del suburbio, ruda y sombría!

De Villoldo (2) son estos versos:

Sos para el canto, che, gringo
como para el bofe el gato
tomá una grapa d’Italia
y descansemos un rato.

Gustavo Riccio, en el poema “Elogio de los albañiles italianos” (3), evoca la realidad social de los inmigrantes:

Hacen subir las puntas de agudos rascacielos,
Trepan por los andamios; y en lo alto sienten ellos
que una canción de Italia se les viene al encuentro.

Más líricos que el pájaro son estos que yo elogio:
el nido que construyen no es para su reposo,
el lecho que levantan no es para sus retoños...

¡Ellos cantan haciendo las casas de los otros!.

A un trabajador peninsular, establecido en Mar del Plata, evoca Eduardo Martín La Rosa (4):

Probaste todos los trabajos.
Al fin, la cal y el rojo ladrillo
se metieron en tu sangre.
Volabas por los andamios.
Tu silbido triste, enamoraba a las nubes.
Mirabas el mar... Siempre... el mar...

Alvaro Yunque es el autor de “Una familia de inmigrantes por la Avenida” (5):

A la cabeza el padre, un hombrachote
que lleva un chiquitiño entre sus brazos;
atrás de él dos muchachas, dos gringuitas
de trenzas rubias y de ojos garzos;
detrás la madre cuyo vientre elévase
con la promesa de algún nuevo vástago;
y aún detrás cansadamente marchan
dos chicuelos cogidos de la mano;

Escribe Alvaro Abós: “Uno de los periodistas estrella de Crítica, Héctor Pedro Blomberg, glosaba los crímenes del día en romances. Y así trató el caso Donatelli:

‘En el lago flotante, en las aguas,
un sereno encontró el otro día
el cadáver cortado en pedazos
de una pobre mujer. ¿Quién sería?
(...)
¿Quién llevó esta carroña hasta el lago
Y la hundió cuando nadie veía?
¿La llevó algún señor de Lavalle?
De Lavalle y Riobamba sería...’ “ (6).

Roberto Cossa escribió, en El Sur y después (7):

Allá murió la infancia
una caricia, una canción,
una plaza, una fragancia.
Los brazos viajaron, el corazón quedó.
Pero una estrella nos llama del sur.
Y un barco de esperanzas cruza el mar.
América, la tierra del sueño azul.
Es un vaso de vino, es un trozo de pan.

En su poema “La Condra” (8), Fulvio Milano canta:

Así la llamaba el abuelo italiano. No sé
qué significa este nombre. Condra,
la yegua blanca que atábamos al sulky.

¿Qué voy a hacer, Dios mío, con este
nombre raro
a través de la gente, a través del olvido?.

Alberto Luis Ponzo expresa en “Dibujos de papá” (9):

Seguí durante horas
la cabeza
que viajaba desde Italia
dejando olas y vientos
navegando en la piel.

Rubén Héctor Rodríguez evoca, en “Extraño chamuyo” (10), al propietario de un conventillo:

En el conventiyo del tano Giacumín
se armó la de San Quintín
a causa de extraño y sórdido chamuyo.
Entonces, cada cual aportó lo suyo.
(...)
Por culpa de estas quilomberas
volaron las palomas mensajeras.
Me buchonearon con el patrón
y, cabrero, desalojó el jaulón.

Lava la italiana que evoca Amalia Olga Lavira en “Estampita” (11):

Friega lienzos, camisas y vestidos,
en el fondo, la donna, en la pileta
y en fuentones y tachos florecidos
hormiguitas de sol hacen gambeta.

Habla a su padre Alberto Perrone (12), cuando llega a la casa europea del inmigrante:

Padre hoy conocí tu tierra de vides y olivos.
Conocí a tu hermana y encontré tu joven retrato
que aún preside allá, la casa.

En “Ochenta” (13), Orlando Mario Punzi evoca a sus mayores:

A Dios, conmigo se le fue la mano.

Me dio todo: la mamma de primera,
los amigos en tanda y un hermano,
y ya de pibe le saqué temprano
cien sonetos, o más de la galera.

Carlos de la Púa evoca, en su poema “Los bueyes” (14), la frustración de algunos inmigrantes:

Vinieron de Italia, tenían veinte años,
con un bagayito por toda fortuna
y, sin aliviadas, entre desengaños,
llegaron a viejos sin ventaja alguna.

Mas nunca a sus labios los abrió el reproche.
Siempre consecuentes, siempre laburando,
pasaron los días, pasaban las noches
el viejo en la fragua, la vieja lavando.

A su abuelo recuerda en “El saludo” (15) Antonio Aliberti, italiano afincado en San Antonio de Padua:

Mi abuelo se paraba para saludar;
se llevaba la mano a la cabeza
(había usado gorra alguna vez)
y saludaba con una reverencia.
A veces la gente salía
sólo para cruzarse con mi abuelo:
no era un saludo como tantos, sino una ceremonia,
como cuando uno despierta de mañana
y ve la punta del sol en la cortina.

“Inmigrante italiano” se titula el poema que Celia Sala dedica a José Longo, su “nonno* / y en él a todos los inmigrantes italianos”. Así comienza:

Soy la esperanza que navega
mares y continentes,
ríos y morros,
para encallar en
alegrías y sueños,
tristezas y renaceres.

Soy la esperanza que aparca
entre matas y avestruces,
rieles, andén y locomotora,
y que con sus manos levanta
carpa, rancho, molino y huerto.


En Oficio de Mujer / Mestiere di donna (16), Lidia Vinciguerra evoca a sus antepasados que llegaron desde otra tierra. En “El asombro”, ella escribe:

Dónde están los míos.
Cuántos míos prendidos de una flor
en el jardín de los después.
El album de fotografías los señala.
Dónde están los míos.
En las alas inmigrantes de los tiempos,
en el pincel de Dios,
sobre el tornasol de las mariposas.


En “Celestes ojos italianos” (17), el poeta Francisco de Madariaga habla a su madre fallecida:

¿Estarás cantando la canción que cantaban
tus celestes ojos italianos?
¿O estarás escuchando cómo canta mi corazón,
que fue la única maravilla en tu terror a
los viejos gauchos bandoleros y en tu
fracaso?


En conjunto

Alfredo Bufano canta a los italianos (18):

¡Salud a ti, fuerte hijo de la loba romana,
hijo del heroísmo y de la santidad,
el que a su espada, dueña de milenaria gloria,
trueca en armas benditas de trabajo y de paz!
¡Salud a ti, el de la estirpe de César
y de Virgilio, el que pone el mismo afán
al labrar tierra propia y al labrar tierra ajena,
o al esparcir semillas que otros cosecharán!
¡Salud a ti que derramas el resplandor de Roma
por los caminos del mundo con manos de eternidad!

Italianos y otros

En su poema “En el conventillo” (19), Jevel Katz alude a los inmigrantes.

Cuartitos, cuartitos, cuartitos,
y nunca falta algo de barro.
Hay gente allí de todo el mundo
árabes, españoles, turcos, italianos,
todos apiñados en un mismo patio;
y no faltan judíos de Lituania,
y polacos, y galitzianos.

El conventillo fue el escenario del sainete, como lo afirma Vacarezza en un conocido soneto (20):

La escena representa un conventillo.
Personajes: un grébano amarrete,
un gallego que en todo se entromete,
dos guapos, una paica y un vivillo.

Raúl González Tuñón es el autor del “Poema del conventillo” (21), que comienza así:

A la luz de tu farol cansado,
Conventillo
yo también quiero cantar
tu cosmopolitismo abigarrado,
el turbio biombo amarillo
de tu fachada, tu babélico altar,
y tu vestido gris y verde y rosa.


Carlos Paoli es el autor de estos versos (22):

Me procuro primero un compadrito
un ruso, un francés, un cocoliche,
una vieja chismosa, un garabito,
un conventillo, una calle y un boliche.
Con estos elementos y una mina
que la va de cascarrienta y coqueta
que se cree gran señora y es una rea,
un taita que afila y un obrero,
que atrás de ella con el taita la camina
y se charla por la paica y es cabrero.
Ya con eso tiene bastante el sainetero


En “Canción a Berisso” (23), Matilde Alba Swann recuerda las escuelas de esa localidad:

Yo le canto a tus niñas saliendo de la escuela:
alemanas, rusitas, italianas, armenias,
distintas lenguas todas e idéntico candor;
y canto a las pequeñas hijas de mi tierra
"made in argentina" levadura extrajera,
raíces que se prenden a un destino mejor.

Le canto al influjo de tus academias
alimentando el sueño de tu adolescencia
por salir del hollín;
y canto a tus escuelas nocturnas para adultos
donde padres y abuelos aprenden a escribir.


De Leopoldo Díaz es el poema “Tierra prometida” (24), en el que expresa:

El viejo mundo se desploma y cruje...
El odio, entre la sombra acecha y ruge...
Una angustia mortal tiene la vida...

Y como leve arena que alza el viento,
a ti vendrán el paria y el hambriento
soñando con la Tierra Prometida.

Al inmigrante canta Carolina de Grinbaum, en “Llegaste” (25):

Barco de peltre, acero o cucurucho,
mole de mundo,
cargado de niñez, hombres y tumbos,
arribaste.
Estrenaste el chocolate,
la delicia de mazorcas tiernas...
Alimentaste sed de tierra,
Abiertas
para manos rocosas,
temples tristes.

En su poema “Inmigrante” (26), Cristina Pizarro evoca la desolación de quien ve frustradas sus expectativas:

Yo era el que no tenía título,
ni un doble apellido,
el que deseaba vivir en un chalet de dos pisos
con jardín
y revestimientos de piedra Mar del Plata.
Era uno de esos
originarios de tierras
devastadas.
Ahora
soy
este aire ambiguo
este daño
que regresa
y este adiós
menoscabado.

Roberto Antonio Druetta es el autor de “Inmigrantes” (27):

Partieron un día de la tierra amada
buscando un terruño en donde vivir.
Buscando una casa para el primer hijo,
buscando un lugar donde ser feliz.

En “Barco, barcos” (28), escribe Amalia Ottonello:

y esta nave tan grande
viene de Europa.
Llegan hacinados
con sueños de progreso,
inmigrantes
-asustados-

Los agricultores inmigrantes también fueron tema de poesías. En “Ese inmigrante” (29), Virginia Rossi, nacida en Centeno, escribe:

Venía de la tierra:
nosotros no sabíamos
cómo era el paisaje
que en su frente corría...

La nostalgia los embargaba; canta Cristina Assenato en “País de inmigrante” (30):

Porque este pueblo sabe desde los ojos
y por sus ojos que el mar lo trajo,
cuando llegue el sueño grande
nuestros huesos irán cantando
hacia el fondo de la tierra.

Gladys Edich Barbosa Ehraije es la autora de la “Elegía por los inmigrantes” (31), en la que expresa:

Pero lejos
muy lejos
en el corazón
verde de los pinos
los inmigrantes
aún
sueñan con el mar.

Betina Villaverde escribió “Homenaje al inmigrante” (32):

Sí, y fueron valientes, mares de por medio
sus raíces quedaron
mas, no vacilaron, fijo en sus mentes un
mapa brillaba, Argentina.

Manuel Conde González, pontevedrés que emigró a la Argentina en 1949, es el autor del “Poema al emigrante universal” (33), que comienza con estos versos:

Con el corazón transido
rebosante de ilusión
sale el emigrante un día
a tierras de promisión.

Deja la patria a su espalda
tal vez, su primer amor
la madre queda llorando
el padre con su dolor.

Notas
1 Carriego, Evaristo: “El alma del suburbio”, en Evaristo Carriego y otros poetas: Poemas Antología. Selección de Beatriz Sarlo, prólogo y notas por Adriana Barrandeguy. Buenos Aires, CEAL, 1980. (Capítulo, vol. 47).
2 Villoldo, incluido en “Literatura inmigrante”, www.oniescuelas.edu.ar
3 Riccio, Gustavo: “Elogio de los albañiles italianos”, en J.L. Borges, L. Marechal, C. Mastronardi y otros: La generación poética de 1922 antología. Selección, prólogo y notas de María Raquel Llagostera. Buenos Aires, CEAL, 1980. (Capítulo, vol. 69).
4 La Rosa, Eduardo: “El sueño de don Juan (un inmigrante)”, en La Capital, Mar del Plata, 10 de septiembre de 2000.
5 Yunque, Alvaro: “Una familia de inmigrantes por la Avenida”, en Versos de la calle. Buenos Aires, Editorial Claridad, 1924.
6 Abós, Alvaro: “Muerte en el lago”
7 Cossa, Roberto: El Sur y después. Citado en Colegio Schönthal: Bajaron de los barcos. Historia de la inmigración en la Argentina, www.monografias.com.
8 Milano, Fulvio: “La Condra”, en El Tiempo, Azul, 12 de noviembre de 2000.
9 Ponzo, Alberto Luis: “Dibujos de papá”, en El Tiempo, Azul, 20 de junio de 1999.
10 Rodríguez, Rubén Héctor: “Extraño chamuyo”, en La Nación Revista, Buenos Aires, 13 de diciembre de 1998.
11 Lavira, Amalia Olga: “Estampita”, en ¡Che, barrio!. Buenos Aires, Gente de Letras, 1998.
12 Perrone, Alberto: “Amores por la vuelta. El que una vez partió”, en Hotel de Inmigrantes, 2002.
13 Punzi, Orlando Mario: “Ochenta”, en La Nación Revista, Buenos Aires, 26 de octubre de 1997.
14 De la Púa, Carlos: “Los bueyes”, en L. Lugones, B. Fernández Moreno, R. Molinari y otros: La poesía argentina. Buenos Aires, CEAL, 1979. Pág. 89. (Capítulo, Vol. 4).
15 Aliberti, Antonio: “El saludo”, en www.poeticas.com.ar.
16 Vinciguerra, Lidia: Oficio de mujer / Mestiere di donna. Buenos Aires, Editorial Vinciguerra, 1991. Prólogo de Atilio Jorge Castelpoggi. Traducción directa del castellano de Antonio Aliberti.
17 Madariaga, Francisco: en La Nación, Buenos Aires, 10 de mayo de 1998.
18 Bufano, Alfredo: “En el día de la recolección de los frutos”, en Para todos los hombres del mundo que quieran habitar el suelo argentino. Buenos Aires, Clarín..
19 Katz, Jevel: “En el conventillo”, en Weinstein, Ana E. y Toker, Eliahu: “La rama argentina de la literatura ídish, y rama ídish de la liteatura argentina”, en Weinstein, Ana E. y Toker, Eliahu: La letra ídish en tierra argentina Bío-bibliografía de sus autores literarios. Buenos Aires, Milá, 2004. Traducción de Eliahu Toker.
20 Vacarezza, : “Un sainete en un soneto”, en Cantos de la vida y de la tierra. 1944.
21 González Tuñón, Raúl: “Poema del conventillo”, en Violín del diablo, citado en Páez, Jorge: El conventillo. Buenos Aires, CEAL, 1970. 85 pp.
22 Paoli, Carlos: “Sainetes argentinos”
23 Swann, Matilde Alba: “Canción a Berisso”, en Canción y grito, 1955. Incluido en www.matildealbaswann.com.ar
24 Díaz, Leopoldo: “Tierra prometida”, en Cantan los pueblos americanos. Selección de Germán Berdiales; ilustraciones de David Cohen. Buenos Aires, Ediciones Peuser, 1957.
25 Grinbaum, Carolina de: “Llegaste”, en Inmolación. Buenos Aires, el grillo, 2002.
26 Pizarro, Cristina: en La voz viene de lejos. Buenos Aires, Ayala Palacio, 1996.
27 Druetta, Roberto Antonio: “Inmigrantes”, en Colonia Castelar. Su centenaria epopeya de trabajo y amor 1890-1990, citado en www.nalejandria.com/01/tarbut/novedad/pikudei/inmigr.htm
28 Ottonello, Amalia: “Barco, barcos”, en La esquina literaria. Buenos Aires, Ediciones Tu Llave, 1996.
29 Rossi, Virginia: “Ese inmigrante”, en Capítulos, Editorial Nueva Generación.
30 Assenato, Cristina: “Paìs de inmigrante”, en El Tiempo, Azul, 21 de febrero de 1999.
31 Barbosa Ehraije, Gladys Edich: en El Tiempo, Azul.
32 Villaverde, Betina: poema enviado por e-mail a MGR en 2004.
33 Conde González, Manuel: “Poema al emigrante universal”, leído en “Gente de buena pasta”, Radio Cultura FM 97.9, el 17 de agosto de 2005.
Letras de tango

En “Canzoneta” (1), tango de 1951, con letra de Enrique Lary y música de Ema Suárez, se evoca la nostalgia de Genaro:

Canzonetta gris de ausencia,
cruel malón de penas viejas
escondidas en las sombras del figón.
¡Dolor de vida!
¡Oh' mamma mía!
Tengo blanca la cabeza
y yo siempre en esta mesa
aferrado a la tristeza del alcohol.

“Giuseppe el zapatero” protagoniza un tango (2) de Guillermo Del Ciancio, compuesto en 1930:

E tique, taque, tuque,
se pasa todo el día
Giuseppe el zapatero,
alegre remendón;
masticando el toscano
y haciendo economía,
pues quiere que su hijo
estudie de doctor.

En “La violeta” (3), tango con letra de Nicolas Olivari y música de Catulo Castillo compuesto en 1929, aparece el italiano nostálgico:

Con el codo en la mesa mugrienta
y la vista clavada en un sueño,
piensa el tano Domingo Polenta
en el drama de su inmigración.

Y en la sucia cantina que canta
la nostalgia del viejo paese
desafina su ronca garganta
ya curtida de vino carlon.

“Oro muerto” (4), tango de 1926 con letra de Julio P. Navarrine y música de Juan Raggi, “Fue premiado en el certamen organizado en 1926 por la Compañía Rioplatense de Revistas en el teatro "18 de julio" de Montevideo. Carlos Gardel lo grabó aquel mismo año. A raíz de la censura impuesta en la radiofonía entre 1943 y 1946 se lo denominó ‘Jirón porteño’ ".

El dueño de la casa
atiende a las visitas;
los pibes del convento
gritan en derredor
jugando a la rayuela,
al salto, a las bolitas,
mientras un gringo curda
maldice al Redentor. (*)

(*) Gardel canta: "las va de payador".

Notas
1. Lary, Enrique: “Canzoneta”, en www.abctango.com.
2. Del Ciancio, Guillermo: “Giuseppe el zapatero”, en www.argentina.informatik uni-muenchen.de.
3. Olivari, Nicolás: “La Violeta” en www.argentina.informatik uni-muenchen.de.
4. Navarrine, Julio: “Oro muerto”, en www.todotango.com.

En teatro

En muchas obras teatrales argentinas aparecen los inmigrantes que llegaron entre 1850 y 1950. Aparecen, también, descendientes de inmigrantes que aluden a su origen. Estas son algunas de ellas:
En Bohemia criolla (1), de Enrique de María, aparecen Bachicha y el Manisero.
Un vasco creado por Carlos Mauricio Pacheco para su “sainete lírico-dramático en un acto” titulado Los disfrazados dice: “¿Y no manya ni medio?”, “No vaya a ser cosa que se retobe el grévano...” y “Me han hecho ráir...qué infeliz el gringo este...” (2). Varios inmigrantes italianos fueron creados para esta obra.
En Babilonia, de Armando Discépolo, el dueño de casa es un italiano que se da aires, cuando tuvo un pasado humilde. Aparecen varios criados españoles. La mucama madrileña “es limpia, espumosa en su tualé de mucama, bella. Se sienta ante su puerta en silla baja y mirándose a un espejo de mano canturrea algo de su tierra, su cintura y sus muslos inquietos” (3).
“En Mustafá, sainete que Armando Discépolo y Rafael José De Rosa escriben en colaboración, y estrenan en 1921, don Gaetano (tano típico del género) se entusiasma ante la fusión, la ‘mescolanza’, que se logra en las bulliciosas casas de vecindad porteñas” (4). Conversando con el turco que da nombre a la obra acerca del casamiento del hijo del primero con la hija del segundo. Destaca el clima amistoso del conventillo: “E lo lindo ese que en medio de esto batifondo nel conventillo todo ese armonía, todo se entiéndano: ruso co japonese; francese con tedesco; italiano co africano; gallego co marrueco. ¿A qué parte del mondo se entiéndono como acá: catalane co españole, andaluce co madrileño, napoletano co genovese, romañolo co calabrese? A nenguna parte. Este e no paraíso. Ese ne jauja. ¡Ne queremo todo! (Abrazándolo.) ¿Verdá, otomano?... Eso que dicen que turco e taliano so como perro e gato, maccanéano. (Teniéndolo estrechamente.) Mira un poco. (El turco sigue triste, frío, no se levanta de su silla.) Ne tenemo afecto, cariño puro, sincero amore. (Parece que se va a fotografiar.)” (5).
" ‘Mateo’ es la primera pieza teatral, que su autor, Armando Discépolo (1887-1971), califica como "grotesco" dentro de su producción. Consta de tres cuadros y fue estrenada el 14 de mayo de 1923 en el Teatro "Nacional". Dice Luis Ordaz: "Don Miguel, el antihéroe de Mateo, es un humilde cochero de plaza -de las hasta entonces llamadas victorias-, y es el nombre del caballo el que da título a la pieza. Don Miguel, con su mentalidad detenida en el tiempo (por conformación y hábito), es arrasado por el torrente del progreso civilizador, simbolizado en este caso por el ruidoso y prepotente automóvil". Don Miguel se ve envuelto en una serie de situaciones con exterioridad risible y trasfondo dramático. Desde el estreno de "Mateo" a los coches de plaza se les dio ese nombre, y por extensión al cochero, lo que demuestra la resonancia popular que tuvo esta obra del grotesco criollo” (6)
En La comparsa se despide, escribe Vacarezza: “Un patio de conventillo,/ un italiano encargao/, un yoyega retobao,/ una percanta, un vivillo,/ un chamuyo, una pasión,/ choque, celos, discusión,/ desafío, puñalada,/ aspamento, disparada,/ auxilio, cana... telón” (7).
“En El conventillo de la Paloma (1929), de Alberto Vacarezza, don Miguel, el encargado italiano -enamorado de la bella y esquiva protagonista que da nombre al conventillo y título al sainete-, dice, por ejemplo: ‘Sará carpincho, locura, amore, non só; ma giuro, per la ánema de san Genaro, que, ante de aflojare, le prendo fuego a lo conventillo’ ” (8).
Doña Pilar es una inmigrante española casada con un italiano, ambos personajes de Pájaro de barro, de Samuel Eichelbaum. La inmigrante opina acerca de las mujeres argentinas: “En este país, las mujeres jóvenes no trabajáis. Eso está mal. En mi tierra... En mi tierra, cuando las mujeres tienen tu edad, las ponen a trabajar en los olivares...” (9).
En Don Chicho, de Alberto Novión, “Chicho y su esposa Regina viven en la más, aparente, extrema miseria. Comparten sus días con el abuelo Don Pietro, dos hijos (Luciano y Quirquincho) y la novia del mayor Fifina. Chicho vive escudándose en su devoto fervor religioso, pero en verdad es sólo una máscara que le hace sentir menos culpas, porque es un delincuente, un mafioso, que inculca el robo en su familia, como forma de obtener dinero para vivir mejor. Pero en realidad lo que los otros ganan se lo guarda y todo su núcleo no hace más que padecer sus propias existencias” (10).
En “Nuevas tendencias en la escena argentina, el neogrotesco”, señala Beatriz Trastoy: “El grupo familiar que presenta Roberto Cossa en La Nona (1977) está estructurado alrededor de una anciana inmigrante y centenaria. Se trata de un "ser asexuado, tragicómico, grotesco que tiene la virtud y el poder de dar a la obra ribetes insólitos y sobrenaturales". Su insaciable voracidad será, sólo en apariencia, el motivo fundamental de la ruina económica de la familia. La descomposición moral del grupo irá en aumento hasta que todos, a su modo, terminarán sucumbiendo, víctimas de la incapacidad de afrontar y modificar la realidad. La preocupación por el dinero no es aquí avaricia o búsqueda del ascenso social, sino simplemente posibilidad de subsistencia. Frente a este problema, Carmelo y Chicho, nietos de la esperpéntica anciana, asumen posiciones antitéticas. El primero ve en el trabajo la única salida válida e intima a su hermano a conseguir un empleo. Carmelo, como todos los personajes del grotesco criollo, fracasará porque no comprende que trabajar más no basta si no se modifican las causas reales que fagocitan el producto de este trabajo. Por su parte, Chicho, muy próximo a ciertos personajes de Florencio Sánchez, es el vago que se escuda tras sus supuestas dotes de compositor de tangos para eludir la responsabilidad del trabajo. No creemos casual que su nombre coincida con el del protagonista de la obra de Alberto Novión, Don Chicho (1933) ya que se asemeja a éste en la falta total de límites morales y en la descarada hipocresía de cada uno de sus actos. La ambigüedad que caracteriza al don Chicho de Novión también puede verificarse en el personaje de Cossa. Si aquel trata con desprecio y rudeza a su padre inválido cuando se halla a solas, pero cambia su tono ante la presencia de extraños, Chicho juega el papel de nieto amoroso que acaricia los blancos cabellos de la abuela, mientras intenta eliminarla con los gases tóxicos del brasero o con el veneno de probada eficacia. Otro punto de contacto con la obra de Novión se relaciona con el tema de la limosna. Del mismo modo que Don Chicho transforma a su padre en mendigo, la familia de la Nona especula con las limosnas que puede recibir el octogenario kiosquero del barrio, casado por medio de engaños con la voraz anciana” (11).
En Gris de ausencia (12), de Roberto Cossa, dice uno de los personajes: "Termenamo el partido e doppo vamo a piaza Venechia, ¿eh?. Agarramo por Almirante Brown... cruzamo Paseo Colon, e no vamo a cucar al tute baco lo arbole. Cuando era cóvene, sempre iba al Parque Lezama. Con il mío babbo e la mía mamma... Mi hermano Anyelito... Tuto íbamo al Parque Lezama... E il Duche salía al balcón... la piazza yena de quente. E el general hablaba e no dicheva: "Descamisato... del trabaco a casa e de casa al trabaco". E ella era rubia e cóvena. E no dicheva: "Cuídenlo al queneral". E dopo el Duche preguntaba: "¿Qué volete? ¿Pane o canune?"E nosotro le gritábamo: "Leña, queneral" (Toca acordes de Canzoneta). Ma... dopo me tomé el barco. E el barco se movía e il mio hermano Anyelito mi dicheva: "A la Aryentina vamo a fare plata... mucha plata... E dopo volvemo a Italia"
En El Sur y después, Cossa incluye una canción que refleja el sentimiento de quienes tientan suerte en otra tierra: “Allá murió la infancia: / una caricia, una canción, / una plaza, una fragancia. / Los brazos viajaron, el corazón quedó./ Pero una estrella nos llama del sur./ Y un barco de esperanzas cruza el mar./ América, la tierra del sueño azul. / Es un vaso de vino, es un trozo de pan” (13).
En mayo de 2004, en Buenos Aires, se pudo ver en el Teatro Payró, L’America di Severino, con libro y dirección de Alex Benn. Con Alex Benn, Natalia De Cieco, Perla Stollar y otros (14).
La Madonnita, obra que Mauricio Kartun escribió con la Beca para Personalidades Destacadas, otorgada por el Instituto Nacional del Teatro, fue distinguida con numerosos premios. En esa pieza teatral se alude a gringos, polacas, un lituano y un uruguayo, a quienes no se ve sobre el escenario (15). Acerca de esta obra, afirmó Osvaldo Quiroga: "La obra más inquietante de Mauricio Kartun, uno de los textos más importantes de su dramaturgia y, sin exagerar, del teatro argentino, es La Madonnita. Dueña de una poética de lo siniestro, en el sentido que le dio Freud a ese término, como algo familiar y extraño a la vez, Filomena (la Madonnita) es al mismo tiempo la santa y la prostituta, la rebelde y la sometida, la ultrajada y la bendecida" (16).
La novela La sierva, de Andrés Rivera, fue distinguida en 1992 con el Primer Premio de la Fundación El Libro. En 2005 se estrenó en Buenos Aires la versión teatral de la obra, realizada por Andrés Bazzalo. Acerca de esta pieza, escribió Olga Cosentino: “El juez Bedoya salva a la criada Lucrecia de ir a la cárcel por el homicidio de su patrón, el estanciero Negretti, un italiano autoritario y libidinoso. El asesinato, que ella imaginó como la llave de su liberación y de su ascenso de sierva a heredera del difunto, la convierte en esclava del juez, quien la somete sexualmente a cambio de no denunciarla” (17).
En Mishiadura & Metejón, obra teatral con guión de Faruk y Tito Rivadeneira, “La Ñata y Pepino viven en una pieza de conventillo. Ella ama a su hombre y él, un vivillo mantenido, hace lo imposible para no trabajar y a la vez demostrarle su amor. La Ñata decide dejarlo, y un posterior encuentro los muestra en otras condiciones. Ella es alternadora en un cabaret y Pepino ha modificado notablemente su vida. Viste bien, maneja dinero, y todo a causa de su proximidad con negocios no muy santos. Una francesita, como en todo tango característico de la época, se cruza entre ellos. Pero la nostalgia por los años vividos los hace recuperar los tiempos del conventillo” (18).
Acerca de Los hijos de los hijos, de Inés Saavedra, escribió Ana Laura Pérez: “La búsqueda de las raíces como un escape hacia sí mismo. Gestos, cosas, anecdotario de padres y madres, abuelos y abuelas, tíos... Riqueza intangible, miseria de herederos. Evocaciones desordenadas para presentes descompuestos. Un regreso al origen individual y al origen mítico de un país que se vanagloriaba de ser el crisol de razas. Hoy, que la inmigración se estrella en nuevos desastres sociales y se multiplica en millones de dramas personales, el teatro ilumina nuevas zonas del éxodo interminable al que parece condenado el mundo desde que es mundo. Los tres personajes de Los hijos de los hijos (que protagonizan Ricardo Merkin, Susana Pampín y Marcelo Xicarts) conmueven no sólo por la inteligencia de la puesta, sino por la forma en que revelan la oscuridad de pozo que es siempre el alma humana” (19).
" ‘De mal en peor’ desnuda la moral de quienes, en tiempos de crisis, se niegan a ingresar a la categoría de pobres. (...) Para crear su obra (además de empapar a sus actores con el espíritu Florencio Sánchez) Bartís se basó en deliciosos casos reales. El de Mary Helen Hutton, una de las sesenta y cinco maestras norteamericanas traídas por Sarmiento y raptada por los araucanos, que permaneció en cautiverio durante treinta años. Y la fallida asociación económica de las familias Menéndez Uriburu y Rocataglione en la Cuenca del Salado. Entregada en custodia a los Menéndez Uriburu, Mary Helen se convierte en la posible salvación de la ruina, de encontrarse los títulos de indemnización que el Estado le dio como reparación por los años en cautiverio y ella escondió quién sabe dónde. Ahí empieza a actuar la familia de desgraciados feroces, capaces de todo para no caer en la pobreza” (20).
Notas
1 María, Enrique de: Bohemia criolla, en Varios autores: El teatro argentino. 6.El sainete. Prólogo de Abel Posadas; selección y notas por Marta Speroni y Griselda Vignolo. Buenos Aires, CEAL, 1980. (Capítulo).
2. Pacheco, Carlos Mauricio: Los disfrazados, en Sánchez, Trejo, Pacheco, Discépolo, Dragún: Canillita y otras obras. Selección, prólogo y notas por Jorge Lafforgue. Buenos Aires, CEAL, 1980. (Capítulo).
3. Discépolo, Armando: Babilonia. Una hora entre criados. En Sánchez, Trejo, Pacheco, Discépolo, Dragún: Canillita y otras obras. Selección, prólogo y notas por Jorge Lafforgue. Buenos Aires, CEAL, 1980. (Capítulo).
4. Ordaz, Luis: “Armando Discépolo o el ‘grotesco criollo’ “, en Historia de la Literatura Argentina. Buenos Aires, CEAL, 1980.
5. Discépolo, Armando y De Rosa, Rafael: Mustafá. Citado por Páez, Jorge en El conventillo. Buenos Aires, CEAL, 1970.
6. Spinetto, Horacio: “Los Oficios – Entre el Olvido y el Rescate”, en www.dgpatrimonio.buenosaires.gov.ar.
7. Vacarezza: La comparsa se despide. Citado en Páez, Jorge: El conventillo. Buenos Aires, CEAL, 1970.
8. Sorrentino, Fernando: “ EL TRUJAMÁN Cocoliche italiano y cocoliche argentino (I)”, en Centro Virtual Cervantes, 27 de septiembre de 2005.
9. Eichelbaum, Samuel: Pájaro de barro. En El teatro argentino 10.Samuel Eichelbaum Selección, prólogo y notas por Luis Ordaz. Capítulo. Buenos Aires, CEAL, 1980.
10. Pacheco, Carlos: “La actualidad de un mundo marginal”, en La Nación, Buenos Aires, 5 de octubre de 2003.
11. Trastoy, Beatriz: “Nuevas tendencias en la escena argentina, el neogrotesco”, en Teatro del Pueblo Somi La Nona.htm diciembre 1987.
12. Cossa, Roberto: Gris de ausencia, en Teatro 3. Buenos Aires, Ediciones de la Flor.
13. Cossa, Roberto: El sur y después, en Teatro 3. Buenos Aires, Ediciones de la Flor.
14. S/F: en Pagina12/WEB, Buenos Aires.
15. Kartun, Mauricio: La madonnita. Buenos Aires, Editorial Atuel, 2005. 128 pp. (Biblioteca del Espectador)
16. Quiroga, Osvaldo: "Fantasías y esperpentos", en La Nación, Buenos Aires, 16 de julio de 2006.
17. Cosentino, Olga: “La repetición como destino”, en Clarín, Buenos Aires, 14 de febrero de 2005.
18. Pacheco, Carlos: “Amor de milonga, tango y conventillo”, en La Nación, Buenos Aires, 10 de octubre de 2004.
19. Pérez, Ana Laura: “teatro inmigrantes El mito del origen”, en Clarín Viva, Buenos Aires, 4 de junio de 2006.
20. Gentile, Laura: “TEATRO: HOMENAJE DE RICARDO BARTIS A FLORENCIO SÁNCHEZ”, en Clarín, Buenos Aires, 13 de junio de 2005.

En cine

Mateo fue dirigida por Daniel Tinayre. “El estreno tuvo lugar en el cine Suipacha, el 22 de julio de 1937, con abundante asistencia de personalidades” (1).

Calabreses 

En 1979 se estrenò La nona, film en el que Pepe Soriano encarna a una inmigrante italiana, venida de Catanzaro. Actuaron tambièn Guillermo Battaglia, Eva Franco, Osvaldo Terranova y Juan Carlos Altavista, entre otros. Los dirigiò Hèctor Olivera, quien fue autor, junto con Roberto Cossa, del libro cinematogràfico, basado en la obra teatral homònima de Cossa. Produjo Aries Cinematogràfica.

Sicilia

En 2002 se estrenó Un día de suerte, dirigida por Sandra Gugliotta, escrita por Sandra Gugliotta, Marcelo Schapees y Julio Cardoso y protagonizada por: Valentina Bassi, Darío Vittori, Fernán Miras, Lola Berthet y Damián de Santo.
Acerca de este film manifestó Juan José Dimilta: “Elsa (Valentina Bassi) es la protagonista, aquella que con la excusa de algún modo, de un italiano que pasó fugazmente por Buenos Aires y la enamoró, quiere volar a la tierra de su abuelo (Dario Vittori), un inmigrante siciliano” (2).

Sin mención de origen

Herencia, estrenado en 2002, fue dirigido por Paula Hernández e interpretado por Rita Cortese (Olinda), Adrián Witzke (Peter), Martín Adjemián (Federico), Héctor Anglada (Ángel), Julieta Díaz (Luz), Cutuli, Oscar Alegre, Carlos Portaluppi, Graciela Tenenbaum, Ignacio Ricci, Ernesto Claudio y Damián Dreizik, entre otros. El guión fue escrito por la directora. Fue producido por Rojo Films y Azpeitía Cine, con el apoyo del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales.
La protagonista “es una inmigrante italiana que llegó a la Argentina tras la Segunda Guerra Mundial. Aunque nunca pudo encontrar al hombre cuyos pasos seguía, decidió adoptar a Buenos Aires como su ciudad” (3).

Italianos y otros

Así es la vida, realizada por Francisco Mugica en 1939, proviene de una obra teatral de Nicolás de las Llanderas. En ese film, “con Enrique Muiño y Elías Alippi, el sainete pervive sólo en dos amigos de la familia, un gallego y el italiano –los de afuera; los de casa son porteños. Por su peso, gana forma la comedia familiar, apoyada en el sentido aglutinador de la mesa del comedor, blanca en extremo por la luz simbólica que le arrojan los directores de fotografía. Temporalmente, esta comedia se inicia en el patio y prosigue en la sala con piano y con una mesa amplia donde caben todos. Los inmigrantes mantienen el decir cocoliche; los otros son porteños y los novios, en sus encuentros, se hablan de tú” (4)
En 1965 Jorge Masciángioli adapta para cine Gente conmigo, novela de Syria Poletti que obtuvo el Premio Municipal de Buenos Aires en 1962.. “La película es dirigida por Jorge Darnell e interpretada por Milagros de la Vega, Norma Aleandro, Alberto Argibay y otros actores. Esta versión fílmica es elegida para el Festival Internacional de Venecia por el Instituto Nacional de Cinematografía, y obtiene una importante distinción en el Festival Cinematográfico Internacional de Locarno (Suiza)” (5).
Aller simple: Tres Historias del Río de la Plata se estrenó en video en Buenos Aires en 1998, en el cine Cosmos. Es una coproducción francoargentina de 1994, de 82 minutos de duración, codirigida por los franceses Noel Burch y Nadine Fischer y el uruguayo Nelson Scartaccini –a quien pertenece la idea original-, presentada por la productora Cine-ojo, de Marcelo Céspedes y Carmen Guarini.
El film “indaga en las peripecias de la inmigración en la Argentina y el Uruguay. (...) Aller simple (Pasaje de ida) elige un peculiar sesgo narrativo para adentrarse en esta larga historia. La cámara se planta fija en una calle cualquiera de Buenos Aires y vemos pasar gente mientras una voz describe la dura situación económica que atraviesa el país, haciendo pie en el peso de la deuda externa sobre cada uno de los argentinos. En un momento, la cámara se detiene y quedan tres rostros, elegidos al azar, que nos enfrentan. Dos hombres y una mujer. A partir de esas caras, la película se adentra en las ficticias historias familiares de cada una. Presuponen, los realizadores, que uno es francés, el otro italiano y la tercera española. Y arman mediante fotografías de época, películas históricas del cine argentino (como Pampa bárbara y Su mejor alumno) y material documental antiquísimo, una suerte de rompecabezas de la inmigración en la Argentina en el siglo que va de 1830 a 1930. Aller simple presenta, una por una, las historias familiares. La del francés, que se convirtió en un rico integrante de la Sociedad Rural; el italiano, que se fue al Uruguay y le costó levantar cabeza pese a la solidez económica comparativa de ese país respecto del nuestro; y, por último, la española, que se integró a la clase media cuentapropista poniendo una carnicería” (6).
En El hijo de la novia, film de Juan José Campanella, Hector Alterio interpreta a Nino Belvedere, un italiano que quiere volver de visita a su tierra.

Notas
1. Félix-Didier, Paula y Peña, Fernando Martín: “Baires films Clásicos nativos”, Clásicos nativos Tinayre.
2. España, Claudio: “Así es la vida”, en Cien años de cine. Buenos Aires, La Nación Revista, Tomo I.
3. S/F: “Biobibliografía de Syria Poletti”, en Poletti, Syria: Taller de imaginería. Buenos Aires, Losada, 1977.
4. Lerer, Diego: “Tres caras de la historia”, en Clarín, Buenos Aires, 4 de julio de 1988.
5. Ormaechea, Luis: “Con ánimo de conciliar”, en Herencia de Paula Hernández.
6. Dimilta, Juan José: “Un día de suerte”, en www.leedor.com

En televisión
En 1967, Syria Poletti adapta para televisión su novela Gente conmigo (1).
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Niní Marshall creó, entre otros personajes, a doña Caterina. Transcribo un fragmento de uno de los libretos (2):

LOCUTOR (A ANIMADOR): Soldan, ah1 esta una viejecita que pregunta por Papaleo.
ANIMADOR: ¿No Ie dijiste que a esta hora no lo va a encontrar en el canal?
LOCUTOR: Ya se lo dije, pero insiste con una terquedad ... Para mí que está ... medio gaga ...
AN1MADOR: Bueno, hacela pasar, a ver que quiere.
LOCUTOR (A SU ENCUENTRO): ¡Abuela! Adelante ... por aquí. (MUTIS DE LOCUTOR).
D. CATERINA (APARECIENDO CON EL PARAGUAS ABIERTO): Buona sera.
ANIMADOR: Buenas señora ... ¿Usted busca al señor Papaleo?
D. CATERINA: Ecco. Quelo del Corazone Soletario.
ANIMADOR: Es que ese programa no se transmite los sabados. Hoy no esta Papaleo.
D. CATERINA: ¿E dove poso trovarlo?
ANIMADOR: ¿Dónde puede encontrarlo? ... Y. .. no se ... pero si se trata de algo urgente, yo puedo transmit1rselo.
D. CATERINA: ¿E oste quien sos?
ANIMADOR: Silvio Soldan, para servirla (LE TIENDE LA MANO).
D. CATERINA: Piacere. Io sono Caterina Gambastorta de Langanuzzo

En 1969 se emitió por Canal 13 Muchacha italiana viene a casarse. “Su suceso fue tan grande que se extendió por cuatro temporadas (hasta 1972)” (3).

A partir de abril de 2000, Canal “á” puso “en el aire ‘La otra tierra’ (historias de inmigrantes en un país que busca su identidad), una nueva versión del recordado ciclo televisivo”. Se llevó “a cabo en emisiones semanales de media hora de duración, poniendo en relieve el aporte cultural de cada una de las corrientes migratorias”. El ciclo contó “con la producción y dirección de la recordada Clara Zapettini y la conducción de Canela”. El equipo que respaldó el proyecto “estuvo compuesto por Adriana Ocón en la producción; Moira Soto en investigación, e Ivonne Fournery como guionista” (4).
Un año después, Ivonne Fournery se refirió en un reportaje a ambas versiones del ciclo: “En el año ’86 yo empecé a escribir... haciendo guiones en documentales periodísticos, en un programa muy lindo que se llamaba ‘La otra tierra’, que trataba de inmigrantes en un país que busca su identidad. El proyecto estaba dirigido por Clara Zapettini, una mujer muy talentosa... (...) Una mujer que siempre se destacó, y en esa oportunidad la convocaron para ‘La otra tierra’, y fue tal el impacto que, por ejemplo, el año pasado se firmó un contrato con canal A y se grabaron programas de media hora, con un único testimonio cada uno. La ideología, tanto en la primera oportunidad, en los ’80, como ahora, fue la misma, o sea, no poner el acento para nada en la colectividad o comunidad, sino en la síntesis de las culturas. Es decir, hacer hincapié en el aporte que significó a nuestra identidad esa cultura. Lo cual enriquece al programa, lo hace mucho más vivo y mucho más real. De lo contrario, se transforma en una cosa... te diría que pintoresca o turística... y no es ésa la intención. Además, te cuento... yo no hacía la investigación periodística, pero lo que yo aprendí de las culturas haciendo esto no te puedo explicar. Por otra parte, fueron muchos programas: en el ’86 se hicieron 55 y en este último año, 39. O sea que realmente fue un privilegio. Y ahí yo hacía los textos y la voz en off” (5).

En 2006 se vio en la Argentina la miniserie Vientos de agua, una coproducción del canal Telecinco de España, Pol-Ka y Cien bares (la sociedad de Campanella y el autor Eduardo Blanco. La dirigen Juan José Campanella, Sebastián Pivotto, Paula Hernández y Bruno Stagnaro (6).
En la miniserie, una italiana llega a la Argentina en su infancia, es recibida a disgusto por los tíos pudientes, se escapa y, protegida por otros inmigrantes, vive en un conventillo. Ya adulta, vuelve a Europa.
Sandra Russo entrevistó a Campanella: “La coproducción argentino-española, una historia de exilios cruzados entre inmigrantes de las primeras décadas del siglo XX y los argentinos que huyeron en el 2001 admite, según Campanella, una clara connotación: “Tenemos la fantasía de ser ‘apolíticos’, pero hacemos política permanentemente, hasta cuando miramos televisión”.(...) Cuenta Campanella que para los trece capítulos de Vientos de agua trabajaron dos años y medio. “Escribimos los dos primeros guiones cuatro autores juntos: Aída (Bortnik), Juan Pablo (Domenech), Aurea (Martínez) y yo. Fueron ocho meses. No sólo había que recrear la génesis de los personajes, sino el modelo de estructura sobre el que descansaría la historia. Mucho ida y vuelta, mucha reescritura. El resto de los guiones se llevó adelante desde marzo de 2004.” La idea de entrecruzar a un inmigrante asturiano analfabeto que abandona su tierra natal perseguido por la Guardia Civil con la de su propio hijo, un arquitecto que en 2001 cruza el Atlántico hacia España buscando cómo rearmar su vida y mantener a su familia, se le ocurrió al director mientras vivía en EE.UU., donde residió 18 años. “Un día, en Nueva York, me desperté a las cinco de la mañana para leer todos los diarios argentinos antes de ir a filmar, y pensé ‘pobre el abuelo, que no podía hacer esto’, pero después, destruido por la realidad argentina, me dije: ‘bueno, qué suerte que el abuelo pudo olvidarse de todo y empezar de cero’. O sea, el desarraigo, antes y ahora, es tremendo.” Y sobre el desarraigo cabalga Vientos de agua, porque tanto en el barco “Aquitaine”, que trae al asturiano Andrés Olalla a la Argentina, como en el piso madrileño en el que se hospeda muchas décadas más tarde su hijo, hay cubanos, húngaros, franceses, italianos, gente que por un motivo u otro tuvo que dejar su tierra y se hace mutuamente una compañía precaria pero al mismo tiempo férrea: la compañía que se hacen los desesperados. Allí nacen esas amistades que se mantendrán de por vida y los roces inevitables de los que intentan permanentemente mantener algún tipo de equilibrio” (7).

En noviembre de 2006, en "Noticias de la Historia", conducido por Diego Valenzuela, se incluye "La inmigración". En esa oportunidad, se entrevista a Alicia Bernasconi, historiadora, investigadora del CONICET; Eduardo Vázquez, director del Museo de la Ciudad; Adrián Ceratto, profesor de Historia; Benjamin Marcon, Coordinador del Museo del Inmigrante, y Luis Vaccaro, propietario de un conventillo de San Telmo, heredado de su abuelo italiano. Los temas a los que el conductor y los entrevistados se refieren son, entre otros, el Hotel de Inmigrantes, el conventillo, la asimilación y la educación.

Notas
1 S/F: “Biobibliografía de Syria Poletti”, en Poletti, Syria: Taller de imaginería. Buenos Aires, Losada, 1977.
2 "Doña Caterina se quiere casar" (fragmento), en LAS TRAVESURAS DE NINÍ Los mejores libretos de Catita, Cándida y otras criaturas, por Niní Marshall. Buenos Aires, Planeta, 1994. (La Mandíbula Mecánica). 206 pp. Fotos de interior y tapa: Annemarie Heinrich.
3 Marcos, Marisa: en www.telenovelas.com.ar.
4 Hall, Annie: “Bambalinas”, en La Nación, Buenos Aires, 9 de enero de 2000.
5 Ceratto, Virginia: “La indiferencia, en un 94%, es falta de conocimiento”, en La Capital, Mar del Plata, 18 de marzo de 2001.
6 Lamazares, Silvina: “DETRÁS DE ESCENA DE LA GRABACION DE ‘VIENTOS DE AGUA’ Una historia de inmigrantes en dos tiempos”, en Clarín, Buenos Aires, 2 de setiembre de 2005.
7 Russo, Sandra: “Vientos de agua”, la miniserie dirigida por Juan Jose Campanella “Antes y ahora, el desarraigo es tremendo”, en www.pagina12.com.ar, 11 de Junio
de 2006.

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Los italianos hicieron de la Argentina su otra patria. Se los recuerda en testimonios, memorias, biografías, periodismo, obras literarias, espectáculos y exposiciones.

Diciembre de 2006

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Fotos:
Bandera tricolor enarbolada por Garibaldi en la unificación italiana, en custodia en la Presidencia de la Asociación Unione e Benevolenza, Buenos Aires.
Circo de los Podestá. Maqueta de Manuel Carreras. Museo del Teatro. Teatro Nacional Cervantes, Buenos Aires
Pupis en el Museo del Títere. Fundación Mane Bernardo - Sarah Bianchi
Vitrina referida a Severino Di Giovanni. Museo Policial, Buenos Aires.
Logo de ANIME, asociación que presidió Giorgio Bortot
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