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1 Introducción
2 En testimonios
3 En memorias
4 En biografías
5 En novelas
6 En novelas infantiles y juveniles
7 En cuentos infantiles y juveniles
8 En poesías
9 En fotos
En este trabajo me refiero a los inmigrantes galeses que llegaron a la Argentina. Tomo como fuente testimonios, memorias, biografías, obras literarias y muestras fotográficas.
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“En 1833, el Capitan Robert Fitz Roy exploro las costas de la Patagonia. Lo acompañaba un naturalista que daria que hablar: Charles Darwin. Fueron ellos quienes llevaron a las Islas Britanicas los primeros informes de aquella region”.
“Para los galeses de aquel entonces -pueblo celta, pleno de devocion religiosa y de amor por la libertad- la Patagonia aparecía como una esperanza. Dos delegados vinieron a Buenos Aires y encontraron el decidido apoyo hospitalario del Ministro del Interior, Guillermo Rawson”.
“Con gran ilusion, los primeros colonos galeses zarparon de Liverpool a bordo del velero "Mimosa" y llegaron a Chubut a mediados de 1865. La primera aldea de entonces es hoy una pujante ciudad y lleva el nombre benemerito de Rawson. El 15 de septiembre de 1865, el comandante militar de Patagones, Julian Murga, enarbolando el pabellon argentino, declaro oficialmente fundada la Colonia del Pais de Gales, la "Nueva Gales" argentina, al amparo de nuestra Constitución”.
“Los primeros tiempos fueron muy duros. Sin embargo, el inicio del riego artificial en 1867, sienta las bases de la prosperidad agricola de la colonia. Luego vendra una red de canales. En 1885, por iniciativa privada, se crea la "Compañía Mercantil del Chubut", productora de quesos de la mejor calidad. En 1886 se construve un ferrocarril uniendo la colonia con la costa. Trabajo, produccion y comercio van quedando testimoniados en una infraestructura fisica, muestra de incesante progreso”.
Nuevos contingentes arriban: la colonia gales a se extiende. Surgen Gaiman, Trelew, Puerto Madryn, Colonia 16 de Octubre, Trevelin, Colonia Sarmiento, Luis Beltran, Bryn Gwyn, Bryn Crwn, Dolavon, Tierra Salada, Colonia Ideal. Unas, cerca del valle; otras, mas hacia la Cordillera”.
“En 1865 se realizo, en la Colonia Galesa, la primera eleccion municipal -por sufragio universal- del sur argentino. La colonia, avanzada de civilizacion, estuvo casi aislada, enclavada en el desierto, hasta 1879. Y su presencia, alentada por nuestro gobierno, fue prueba importante del ejercicio real de soberania argentina”.
Más tarde hubo galeses agricultores, estancieros y cabañeros en otros puntos del pais. Pero las colonias galesas del Chubut marcan un hito singular en nuestro crisol de culturas. Argentinos plenos de origen gales, cultivaron trigo, produjeron harina, afrechillo, cebada, almidon...”.
“Cultivaron el suelo, sirvieron a la Patria y ampliaron nuestro patrimonio espiritual” (1).
Fundaron sus periódicos, influyeron en la enseñanza y en la alimentación. Trajeron su religión y sus costumbres. Se los evoca en testimonios, artículos periodísticos, memorias, biografías, obras literarias y muestras fotográficas, que evidencian la importancia de esta colectividad en la sociedad argentina.
Notas
1. S/F: “Los galeses”, en Para todos los hombres del mundo que quieran habitar el suelo Argentino. Buenos Aires, Clarín.
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En la Crónica de la Colonia Galesa de la Patagonia, escribe el reverendo Abraham Matthews: “Los galeses habíamos sido caritativos con los indios y habíamos ganado su confianza y buena voluntad. Lo cierto es que el gobierno argentino envió desde Buenos Aires un ejército, que pasó por Bahía Blanca y Río Negro y luego a lo largo de la cordillera hasta Santa Cruz, capturando y trasladando todos los indios que se entregaban y matando a los que se resistían, excepto un número pequeño que logró esquivarle y huir. En esa época ocurrió un hecho muy penoso”. “Cuatro de los pobladores se habían encaminado unas doscientas millas tierra adentro en expedición, y cuando regresaban y estaban a ciento veinte millas del establecimiento, fueron atacados en forma sorpresiva por un grupo de indios que mataron bárbaramente a tres de ellos, logrando huir como por milagro el cuarto. Este hizo a caballo casi toda la distancia mencionada sin parar casi un minuto en lado alguno y pasando hasta por un lugar que parecía infranqueable para un hombre a caballo”. “Este suceso alarmante fue consecuencia de la persecución de que por parte de los blancos fueron objeto los indios de ese año, provocando en ellos un odio tan grande contra el blanco que ni apreciaban ya a sus viejos amigos los galeses” (1).
A criterio de Pablo Gallez, “Después de más de un siglo, los galeses del Chubut se cuentan entre los mejores ciudadanos argentinos, con una tasa de criminalidad muy inferior al promedio nacional. Conservan sus tradiciones folklóricas y culturales galesas, y enarbolan en sus fiestas la bandera con el Dragón Rojo de Gales junto a la bandera argentina, sin que nadie lo tome a mal” (2).
Gillian Charmion Ash “nació en Sotuhhampton, en uno de los viajes que recibía cada tres años su padre por ser empleado del ferrocarril en Argentina. Los Ash conocieron destinos como La Banda, Santiago del Estero, y Villa Constitución, Santa Fe. Claude se entretenía con el cricket. Su madre, Lilwen, galesa, a duras penas logró hablar castellano. Gillian, hija única, se crió en esa atmósfera sajona” (3).
Alan Green, contratado en un pub de Gales porque domina el galés, “tiene 21 años y todos en su familia descienden de galeses. Nació en Esquel pero se crió y estudió en Trevelin. El interés de Green por la cultura ‘es algo que llevo conmigo desde que nací, son mis raíces’, afirma (4).
Notas
1 “Trágico encuentro”: Incluido en Wolf, Ema (texto) y Patriarca, Cristina (investigación): La gran inmigración. Ilustraciones de Daniel Rabanal. Buenos Aires, Sudamericana, 1997. Sexta edición. 226 páginas. (Sudamericana Joven Ensayo).
2 Gallez, Pablo: “Malvineros, ingleses, escoceses y argentinos”, en La Nueva Provincia, Bahía Blanca, 18 de febrero de 1999.
3 Giubellino, Gabriel: “Naufragó en un ataque nazi a los 3 años y busca a otros sobrevivientes”, en Clarín, Buenos Aires, 25 de noviembre de 2004.
4 Tronfi, Ana María: “Se crió en Trevelin y consiguió empleo en un pub de Gales”, en La Nación, 14 de noviembre de 2004.
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Eluned Morgan nació en alta mar en 1869. “Hija de un colono galés, organizador del primer grupo que llegó a la Patagonia en 1865, se crió en el valle y fue enviada a Europa para completar sus estudios y dedicarse a la enseñanza en Chubut. Creó escuelas para niñas en Trelew y Gaiman. Posteriormente tuvo a su cargo el periódico Y Drafod, fundado por su padre y aún existente. Comenzó a mostrar sus aptitudes literarias en la composición de Eistedffod, piezas literarias de la tradición galesa, a partir de 1891. Publicó cuatro libros: Algas marinas, En tierra y mar, Los hijos del sol y Hacia los Andes, los tres primeros escritos en galés y el último en castellano, escrito originalmente en galés. Falleció en 1938” (1).
Escribe Ema Wolf, a partir de una investigación de Cristina Patriarca: “Una figura relevante de la comunidad fue Eluned Morgan. La hija menor de Lewis Jones llegó a cursar estudios en Londres y tuvo un lugar destacado en la vida cultural de los galeses en la Patagonia. Fue maestra y redactora del periódico I Dravod, ‘El Mentor’. Las fotos viejas muestran a una muchacha rolliza, de facciones apacibles, tocando el arpa en pose clásica. Muy anciana ya, de vuelta en su tierra natal, escribió sus memorias. Con una prosa entusiasta pintó su vida de adolescente en el Chubut y en particular un viaje que hizo desde la costa al Valle Encantado de la cordillera para llevar telas, azúcar, té, carne salada y herramientas a los setenta colonos que apenas un año antes se habían instalado allí” (2).
Notas
1. Sosa de Newton, Lily: Diccionario Biográfico de Mujeres Argentinas. Buenos Aires, Plus Ultra, 1986.
2. Wolf, Ema y Patriarca, Cristina: La gran inmigración. Buenos Aires, Sudamericana, 1991.
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En Soy Roca, novela biográfica escrita por Félix Luna, se refiere el protagonista a un viaje que hizo en enero de 1899: “El 23 a la tarde llegamos a Puerto Madryn, que de puerto sólo tenía el nombre, y tomamos el pequeño ferrocarril que nos acercó a Trelew. Allí, en Gaiman, Rawson y el valle del Chubut, que recorrí brevemente, empecé a tomar el pulso al exotismo y rareza de la Patagonia. Era un país inesperado cuyos pobladores hablaban inglés y no acababan de convencerse que eran súbditos argentinos, gente de trabajo y tesón que habían hecho maravillas en esas desolaciones. En aquellos días la prensa batía el parche sobre un pedido formulado al Parlamento inglés por un supuesto grupo de galeses residentes en el Chubut solicitando el protectorado de la corona. Me explicaron que eran un par de excéntricos que no representaban a nadie y me pidieron algunas medidas razonables: que el gobernador hablara inglés para poder entenderse directamente, que no se hicieran ejercicios militares los domingos, que se mejoraran las comunicaciones con Buenos Aires. Me gustaron esos hijos de Gales con sus enormes barbas y su áspera franqueza. Comí las ricas tortas de la pasada Navidad, más sabrosas, me dijeron, cuanto más tiempo se guardaban; admiré el aspecto confortable de sus cabañas y terminé la visita prometiendo apresurar la construcción de escuelas en sus aldeas, lo que cumplí posteriormente” (1).
En Tama, novela de María Teresa Andruetto, aparece una galesa. Timoteo, “cuando era todavía un muchachito se enganchó en el ejército de Roca y se fue a servir al Sur a cambio de unas leguas, aunque se pareciera más a las víctimas que a sus compañeros de milicias. En una de esas andanzas robó, a los dueños de un molino de trigo, una galesa de las primeras que vinieron a este país y por temor al padre de la joven o por que ya estaba cansado de ir de un sitio a otro, dejó las leguas ganadas con sangre ajena y regresó con ella al Norte. La galesa se llamaba Clydwin Jones y era extraña como su nombre. (... La extranjera se resistió los primeros tiempos, hasta que la desidia terminó por ganarla y se dejó acariciar como una cosa, mientras el deseo del hombre que no había elegido le resbalaba más y mas. Jamás lograron vencerla ni la ternura, ni el dolor, ni la bronca que él puso empeño en demostrar y ni siquiera reaccionó cuando Linares se hizo asiduo visitante del prostíbulo donde una hembra desmesurada hacía estragos” (2).
Hacia el sur se dirigen los galeses –escribe Andrés Rivera en Guido-: “a los que eran menos ricos, a los que sabían trabajar y callar, y ser ordenados, y recordar cómo era Gales, y cómo su idioma, se les deparó la Patagonia. Otro país, la Patagonia, en el Sur, en el confín del mundo, al que bautizaron, un manchón aquí y otro allá entre la uniformidad silenciosa de lagos, bosques y piedra, con nombres recios y venerables” (3).
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En Hay que matar (4), de Andrés Rivera, “Milton Roberts, galés, tuvo unas pocas leguas de tierra en El Sur del Sur, algunas ovejas, cuatro o cinco perros y dos o tres caballos, y un hijo llamado Byron Roberts. Hasta que La Compañía hizo su oferta y él dijo, impávido, no. Bill Farrell había escapado, hambriento, de Irlanda, y era comisario de policía en El Sur del Sur. Tenía una mujer a la que llamaban Rosario. Con Bill Farrell, Byron Roberts aprendió, entre otras cosas, el oficio de matar. En El Sur del Sur sobran el petróleo y la violencia. El poder es propiedad de unos pocos, pero la venganza -a diferencia del sexo y del whisky- es una de las cosas que no se compran ni se venden. Allí un hombre mata como Andrés Rivera escribe: en busca de conocimiento y de justicia. En El Sur del Sur hubo un imperio. El imperio no se disolvió: tiene otros nombres, más impersonales. Pero todavía dicta la ley. Todavía mata” (5).
Al publicarse la novela, Demian Orosz entrevista al autor. Transcribimos un fragmento de ese reportaje:
“El título de su último libro sacude el aire como un disparo en la noche. Posee, además, la precisión y la contundencia que requiere un imperativo: Hay que matar. Podría pensarse que esas tres palabras que son la inversión exacta del quinto mandamiento merecerían una aclaración, una trama que despeje los posibles malentendidos. Quien piense así se verá defraudado. El centenar de páginas que componen la reciente novela de Andrés Rivera no se detiene en explicar nada. Entre otras razones, porque no es tarea de la literatura redactar un nuevo decálogo. Quizá, también, porque el ahorro de palabras que viene marcando a fuego la prosa del autor es algo más que un rasgo de estilo. Las ausencias, los vacíos que el lenguaje apenas alcanza a cubrir requieren un lector que no retroceda ante los silencios. Lo que Rivera denomina, sin abundar demasiado, un ‘lector inteligente’ ”.
“Tampoco el protagonista de Hay que matar (recién publicado por Editorial Alfaguara) sabe porqué cumple con lo que el título le reclama. Durante 20 años, Byron Roberts fue comisario en un pueblo perdido en la Patagonia. Durante 20 años se acostó con mujeres propias y ajenas, bebió toneladas de whisky y recorrió a caballo una tierra helada y fría mientras se decía a sí mismo cosas que apenas comprendía. No ha olvidado: sin saber las razones, sin esperar nada a cambio, una noche sale en busca de los tres hombres que 20 años antes ejecutaron a su padre”.
“Así mata Byron Roberts, que a esta altura de la historia ha cambiado de nombre y ahora se llama Nadie: ‘Nadie tocó el gatillo dócil de su revólver, desde la distancia necesaria para no mancharse con la boca de El Sargento. Saltaron, en la luz de la casa que Nadie calificó de mugrienta, astillas del paladar, pedazos de lengua, dientes, pedazos de labios, de lo que fue la boca viva de El Sargento’ ”. (...)
“Byron Roberts sabe bien que la justicia por mano propia o la que puede hacer un solo hombre carece de valor. Byron sabe que lo que hace no cambia nada. Hay que matar arrancó como arrancan la mayoría de sus libros. Cuando empezó a escribirlo tenía el título, algunas líneas del comienzo y otras tantas del final. Lo que había que poner en el medio es una historia que Rivera escuchó a mediados de los ‘60. ‘Yo estaba mucho en el Sindicato de Prensa de Buenos Aires —cuenta el autor—. Uno de los periodistas que frecuentaban la sede se llamaba Milton Roberts, un hombre muy british. Las patotas fascistas tenían por costumbre agredir la casona, y una noche, al término de uno de esos asaltos, Milton me contó la historia de su padre: había sido comisario en el sur. Un día le avisaron que tres personas habían asesinado a un poblador. Salió a buscarlos, mató a dos y volvió con la confesión del tercero’. Milton Roberts también le contó a Rivera que los hombres que su padre había perseguido eran asesinos a sueldo de lo que en la novela se llama La Compañía: ‘No la menciono con su verdadero nombre porque seguramente hay descendientes de quienes fueron sus dueños, y me advirtieron que podían iniciarme un juicio’ " (6).
Notas
1 Andruetto, María Teresa: Tama. Córdoba, Alción Editora, 2003.
2. Rivera, Andrés: Guido, en Para ellos, el Paraíso. Buenos Aires, Alfaguara, 2002.
3. Rivera, Andrés: Hay que matar. Buenos Aires, Alfaguara, 2000. 120 páginas. (Biblioteca Andrés Rivera).
4. S/F: en www.alfaguara.com.ar
5. Orosz, Demian: “Rivera Andrés: Soy un hombre entre los hombres”, en La Voz del Interior, Córdoba, 22 de junio de 2001.
En novelas infantiles y juveniles
Incorporado al elenco de un circo, Stéfano -protagonista que da nombre a una novela de María Teresa Andruetto- “trabaja en la orquesta, tocando los solos en los números de acrobacia, un momento antes que los trapecistas se larguen de las hamacas y queden suspendidos en el aire”. Una trapecista es galesa: “En el trapecio trabaja la mujer de pelo colorado. Se llama Tersa, Tersa Williams, y, ahora lo sabe, toca la armónica. Se encarama por las noches al trapecio, se cuelga cabeza abajo y hace sonar la armónica. (...) Había venido con su madre desde Gales, desde un pueblo que se llama Cardigan. (...) Piensa en ella todo el tiempo: le molesta la risa que tiene, y no le gustan las pecas, ni los dientes demasiado grandes, pero a pesar de eso, se acostaría con ella. (...) Tersa tiene veintiocho años. Su madre y ella vinieron desde Gales hasta Gaiman, a trabajar en la granja de unos parientes lejanos. Y se quedaron ahí, hasta que pasó el circo de Juárez” (1).
Notas
1 Andruetto, María Teresa: Stéfano. Buenos Aires, Sudamericana, 2001.
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En cuentos infantiles y juveniles |
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Cuentan en la Patagonia (1), de Nelvy Bustamante, reúne siete relatos en los que se honra al indígena y en los que se homenajea la gesta de los galeses que cruzaron el mar para asentarse en Chubut. "Rachel” evoca las penurias de los galeses en sus primeros tiempos en la nueva tierra. Cuando todo parece perdido, una idea de la mujer hace que la situación se revierta. “El trueque”, narrado a partir del cuento “Kaliats”, de Huberto Cuevas Acevedo habla acerca de la bonhomía del indio que cambia su caballo por un reloj y, al ser sospechado de robar el animal, lo busca hasta restituírselo al dueño. “Una nota para el Hen Wlad” se titula este cuento basado en un relato que forma parte de las memorias de John Daniel Evans; en él se denuncia la crueldad de algunos hombres blancos para con los indígenas, y el inmenso dolor de un galés que encuentra prisionero a su amigo tehuelche: “John se arrimó a su amigo. Le dio el pan y los alimentos que tenía, y apretando sus manos cuarteadas a través del alambre, se despidió prometiéndole que volvería a buscarlo”. Cuando el galés vuelve, el indio ha fallecido. “Malacara” relata la historia del caballo que salvó al galés Evans, caballo que vuelve como fantasma para salvar a un descendiente del hombre.
Notas
1 Bustamante, Nelvy: Cuentan en la Patagonia. Ilustraciones: Lucas Nine. Buenos Aires, Sudamericana, 2005. 64 pp. (Cuentamérica).
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El 31 de julio de 2004, en el Eisteddfod Mimosa, Puerto Madryn, Chubut, Competencia Principal Ballena Dorada, fue distinguido con una Mención Especial el poema que Celia Amanda Sala Davies dedica “A Elizabeth Adams y a su hija María Humphreys, al cacique Francisco y a su tribu tehuelche, hacedores de Paz” (1). Transcribo los primeros versos:
Desde el Tiempo
y desde Todos los Tiempos
fuiste la elegida
para el distante y brumoso Sur
en el misterio de tu concepción
allá en la sojuzgada Gales
en el multitudinario arco iris de tu gestación
en el histórico “Mimosa”
en el esforzado alumbramiento en la gélida casilla
de la Bahía Nueva
en el cobijo de tantos y tan luminosos seres
signados por el Amor
en el bautismo de esas lomadas áridas, muy áridas
camino al Fuerte Viejo
y en la crianza en medio de tantos sacrificios y privaciones
aquí en TreRawson.
Notas
1 Sala Davies, Celia Amanda: “Poesía Principal”, enviada por email a MGR.
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Una frontera lejana. La colonización galesa del Chubut, es “una recopilación fotográfica de ese pedazo de historia argentina poco conocida”, realizada por Luis Príamo y editada por la Fundación Antorchas. Las fotos abarcan el período comprendido entre 1867 y 1935 (1).
Notas
1 Piotto, Alba (texto); Bowman, H. E., Theobald, R. E. y Carlos Foresti (fotos): “Un viaje épico”, en Clarín Viva, Buenos Aires, 23 de noviembre de 2003.
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Inmigrantes, descendientes, memorialistas, biógrafos, prosistas, poetas y fotógrafos nos brindan su personal vivencia de este fenómeno social, que les atañe a ellos como galeses, como descendientes de quienes emigraron, o como espectadores de esa realidad, y a nosotros, como nación que recibió su aporte.
Diciembre de 2006
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