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Indice

1. Introducción
2. En testimonios
3. En memorias
4. En biografías
5. En sagas
6. En costumbrismo
7. En novelas
8. En cuentos
9. En poemas
10. En teatro


“En el barrio llamaban turco a todo inmigrante venido del Medio Oriente”.
Bernardo Verbitsky

“A todos los italianos se los incluirá en “la categoría ‘tano’; del mismo modo que a los españoles se los llamará unánimemente ‘gallegos’, a todo aquel que venga del Imperio Otomano ‘turco’ (...). Este uso de rótulo sirve para homogeneizar la diversidad apabullante y de paso descalificar el ‘Otro’ “.
Marcelo Alvarez y Luisa Pinotti


En este trabajo reúno información acerca de muchas de las novelas, cuentos, textos costumbristas, poemas, obras teatrales, memorias y biografías escritas por autores argentinos, en las que se evoca la inmigración “turca” que llegó a la Argentina entre 1810 y 1960. Algunos de estos datos están acompañados por citas de las obras, crìticas o reportajes realizados a los autores.

Introducción

En su trabajo "Mardin: los que emigraron a Argentina y perdieron su identidad", señala Jorge Tarzian: "Argentina – como muchos países de América – recibió a partir de los primeros años del siglo pasado una gran inmigración proveniente de la Península arábica. Algunos de los que llegaron al río de la Plata lo hicieron porque no podían ingresar a Estados Unidos al estar afectados por “ tracoma “, enfermedad ocular contagiosa y muy controlada por las autoridades de inmigración de todos los países. En Argentina, esa prohibición al ingreso era por demás flexible, motivo por el cual muchos eligieron este destino. Los que pudieron entrar a USA fueron principalmente a Boston, en Canadá a Montreal y en cuanto a América del Sur, en Brasil a Rio de Janeiro y San Paulo, en Chile a Osorno, etc. Paradójicamente, estos inmigrantes fueron llamados “ turcos”, debido a que cuando entraron al país lo hicieron con pasaporte de Turquía, emitido obviamente por las autoridades otomanas, aunque descendían de armenios, sirios, libaneses, etc. Por supuesto, a estos “ciudadanos turcos” no les resultaba agradable ser identificados con las fuerzas de ocupación de sus respectivas naciones. Todos sabemos que este fenomenal imperio se propagó a partir del Siglo XVI hasta el fin de la Primera Guerra Mundial expulsando de su territorio a aquellos que no profesaban la religión mahometana, si bien cabe reconocer que otro motivo para la emigración era la extrema pobreza de la región. Los que llegaron a Argentina procedentes de Turquía, escapaban a Siria y después de 1918 llegaban con pasaporte sirio o del fugaz Estado de Alepo convertidos en Protectorados Franceses. No obstante, se los seguía llamando “turcos”. Algunos de estos inmigrantes, cambiaban su verdadero apellido a su llegada a Buenos Aires, por otros de raíz latina. (...) La primera oleada arribó a Quilmes, La Plata y alrededores ( al sur de Buenos Aires ) antes de 1911, ya que los jóvenes no deseaban hacer el Servicio Militar en el ejército turco - a la sazón en guerra con Italia por la posesión de Trípoli - debido a que por su condición de cristianos generalmente no volvían a sus hogares, masacrados por los verdaderos soldados turcos. Por otro lado, los que llegaron aquí se encargaron de transmitir mil historias de como los otomanos ejecutaron el genocidio a aquellos que no comulgaban con su credo. Esto pudo llevarse a cabo por la complicidad y la indiferencia de las grandes potencias que no influyeron en nada ante el gobierno turco para detener la matanza. Cuando llegaron a Argentina, algunos de ellos se hicieron llamar armenios, para diferenciarse de los turcos, pero en realidad no tenían nada en común con los verdaderos armenios, ni la cultura, ni la comida, ni el idioma. A esto se agregaba que las autoridades argentinas de Migraciones veían con buenos ojos la llegada de “ armenios “ perseguidos" (1).
“Procedentes de los países que constituían el Imperio Otomano, los así llamados ‘turcos’ aparecen en el escenario local desde la década de 1880 -señalan Marcelo Alvarez y Luisa Pinotti. Catalogados en un principio como griegos y turcos, los contingentes incluían armenios, egipcios, iraquíes, libaneses, sirios, palestinos y turcos. Sea que fuesen de religión cristiana, musulmana o judía, gran parte de estos recién llegados hablaba una lengua común que, sumada a otras características culturales, los unificaba como árabes. Impulsados a abandonar el Medio Oriente, en particular Siria y el Líbano, por una multiplicidad de factores, los ‘turcos’ ya constituían una ‘comunidad en formación’ en el cruce de los siglos: mientras el censo de 1895 sumaba 876 personas, el de 1914 reveló un grupo compuesto por 64.714 habitantes”.
“De los países árabes representados en nuestro país, la mayoría son sirios, también libaneses, armenios y palestinos en menor grado. En Buenos Aires los barrios elegidos para asentarse serían los de Palermo Viejo y Villa Crespo. Aunque los primeros –tal como ocurriría con la mayoría de los inmigrantes- se ubicaron cerca del puerto, por la calle Reconquista; con el tiempo, sumaron también San Cristóbal, Constitución y la calle Jujuy. En el interior del país los principales destinos fueron Tucumán, Jujuy, Salta, Catamarca, La Rioja, Santiago del Estero y Mendoza, constituyéndose en la tercera colectividad, después de la española y de la italiana”.
“A todos los italianos se los incluirá en “la categoría ‘tano’; del mismo modo que a los españoles se los llamará unánimemente ‘gallegos’, a todo aquel que venga del Imperio Otomano ‘turco’ (...). Este uso de rótulo sirve para homogeneizar la diversidad apabullante y de paso descalificar el ‘Otro’ “ (2).

Notas
1. Tarzian, Jorge: "Mardin: los que emigraron a Argentina y perdieron su identidad", en www.monografias.com, 2004.
2. Alvarez, Marcelo y Pinotti, Luisa: A la mesa. Ritos y retos de la alimentación argentina. Buenos Aires, Grijalbo, 2000.

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Testimonios

José Eduardo Abadi relata: “El abuelo paterno era juez, en Siria, pero como tuvo que abandonar el país por razones políticas, se mudó a Milán con toda la familia. Al poco tiempo, llegó el fascismo y tuvieron que volver a emigrar... Así llegaron a la Argentina” (1).

Los padres de Alejandra Pizarnik deseaban que la hija se casara. Uno de los candidatos era un “turco”. Recuerda Aurora Alonso de Rocha: “Sus padres le hablaban con interés de dos presuntos pretendientes, hijos de un almacenero alemán uno, y de un sedero sefaradí el otro. Buma se burlaba o enojaba. Un día le dijo a su madre que se iba a casar con los dos para tener aseguradas ropa y comida, la madre la miró ceñuda y disparó una rápida respuesta en idish. Me tradujo: ‘Que sean tres, así también hay vivienda’. Creo que, por lo menos en parte, las sutilezas de Buma nacían de la dialéctica, escondida en un mal castellano, de los Pizarnik. Gracias al ‘festejante’ sefaradí marroquí escuché por primera vez música judeo-española, que me dejó maravillada” (2).

Al regresar de la tierra de sus mayores, dijo Julia Zenko: “Un instante puede mostrarte lo que pesan tus antepasados. Eso lo vi en esta última gira: conocí Letonia y Lituania, y también Estambul, donde vivió varios años una de mis abuelas, y reconocí olores de las comidas de mi casa, músicas, acentos. Es que soy una argentina tanguera sin una gota de sangre criolla” (3).

Luis Norberto León, director de SEFARAires, evoca, en “Un séder con el papú Menajem”, a su abuela turca: “Como todos los viernes cerca del mediodía, mi abuela me tomó de la mano invitándome a acompañarla. Hicimos el recorrido por la vereda arbolada. Tras cerrar la robusta puerta de calle caminamos a mi ritmo de niño, las tres cuadras hasta el mercado. Cruzamos la calle Velazco y entramos al largo y estrecho pasillo donde vivía el papú Menajem. Mi abuela estaba intranquila. El anciano le devolvía puntualmente la ollita vacía en que le dejaba comida los viernes, pero hacía dos semanas que no aparecía” (4).
León es el autor de Refranes y expresiones sefaradíes de la tradición judeo-española de Esmirna (5), libro que dedica a su madre, de quien recibió el mayor aporte para escribirlo. En la Introducción comenta: «El origen sefaradi de ambas ramas de mi familia hizo que en mi infancia escuchara a los abuelos dirigirse a mis padres hablando en djudesmo. (...) Por eso creo a veces que al rememorar parte de mi infancia lo hago en ladino». En la contratapa del libro se explica: «El djudesmo o judeo-español es la lengua que hablaban los judios españoles expulsados en 1492 de la peninsula iberica. (...) A traves de las migraciones sufridas luego de la expulsión, el idioma recibió el aporte de otras lenguas como e! francés, el italiano y el turco». Estos conceptos son ampliados por León en las interesantes páginas que preceden a los refranes.
Acerca del contenido del volumen, leemos: «En este trabajo se compiIan una serie de refranes y expresiones cotidianas que la comunidad sefaradi de Esmima trajo consigo al Rio de la Plata. Cada refran !leva su traduccion al español y una explicacion del sentido de uso, haciendo de este libro un material interesante y ameno aun para el lector no especializado».
El volumen incluye muchos refranes que usamos habitualmenle. Por ejemplo, «Aqueas aguas, truyeron estos lodos», «Cria cuervos para que te quiten los oyos», «EI comer y el arrascar, todo es ampezar», y la narración que, con algunas variantes, repetia mi abuela gallega - la del niño que fabricaba un cuenco para cuando encerrara a su padre en el altillo, como el padre hacia con su abuelo-, la que da origen al refrán «Cuando el padre da ... rie el padre y rie el hiyo. Mas cuando el hiyo da, iora el padre e iora el hiyo”.

En “El café Izmir”, Carlos Szwarcer afirma: “El Café Izmir, conocido por la intelectualidad argentina a partir de la publicación de la novela Adán Buenosayres de Leopoldo Marechal en 1948, era ya famoso en los años ‘30 como centro inevitable de reunión de las oleadas inmigratorias y verdadera institución en el barrio. El local del lzmir fue construido a fines de 1932 sobre la base de tres habitaciones de un inquilinato de la calle Gurruchaga 432-436; su primer dueño habría sido Jaim Danón, quien le daría ese nombre en recuerdo de lzmir, su ciudad natal. En 1940, Rafael Alboger se hace cargo del fondo de comercio y comienza su larga trayectoria de veinticinco años detrás de su mostrador”.
“Administrar un sitio plagado de diversidades étnicas, requería un anfitrión que fuera capaz de mantener un sutil equilibrio entre una ligera bonhomía, que atrajera a los parroquianos, y una fuerte personalidad que hiciera respetar su autoridad. Rafael Alboger había nacido el 30 de octubre de 1902 en Esmirna, Turquía. Hijo mayor de Haim Alboher y Reina Mizrahi, matrimonio judío sefaradí que trajo al mundo seis vástagos: Rafael (llamado “Bojor” o Alejandro), Alegre, Luna, Yaco, Isaac y un varón muerto de escarlatina a los 14 meses. Fue lustrabotas en el histórico Café Tortoni, en Avenida de Mayo al 800 y luego mozo y maître del mismo durante la década del 20 y los primeros años del '30. Destino, providencia o casualidad, también para Leopoldo Marechal el Tortoni y el Izmir serían parte de su historia personal” (6).

Luna, una inmigrante turca centenaria, “A los 17 años conoció a su marido, uno de los pocos al que sus hermanos –celosos ellos- dejaron acercarse. Víctor tenía hermanos en la Argentina que lo mandaron a buscar. Y ella se venía con él, pero en calidad de novia, jamás. De ninguna manera, le dijo su tía. Así fue como se casaron y pasaron su luna de miel en un barco rumbo a nuestro país. Fue un mes de viaje. Una inolvidable luna de miel junto con... su suegra. Sí, Luna dormía con su suegra en un camarote y Víctor en la bodega, con los demás hombres. ‘Nos veíamos en la cubierta y de noche, cada uno a su lugar”.
Estuvo a punto de volver a su tierra: “Corría el año 1921 y Luna, casada con Víctor desde hacía dos años, no lograba quedar embarazada. Vivía en Posadas, Misiones, pero su marido decidió mandarla de vuelta a casa. Así, dice la centenaria Luna, se acostumbraba en su país: la mujer que no tenía hijos se tenía que ir, y ella se iba, nomás. Con la valija y un pasaje en mano marchó sin chistar a la estación ferroviaria de Posadas. Pero, cosas del destino, el tren ya había partido. Fue cuando volvió con su marido a su casa que quedó embarazada”.
“Progresamos con mucho sacrificio –recuerda. Vivíamos en Posadas y mi marido andaba por los campos con un canasto en el que llevaba lencería para vender. Después pudimos poner nuestro propio negocio de venta de ropa y trabajamos muchísimo”.
Su experiencia se vuelve narraciones: ”Recuerda cuando en su casita de Posadas llenaba un bracero con carbón por las noches, lo dejaba en medio del cuarto y reunía a sus chicos en torno de él. ‘Les contaba historias de cómo vivíamos en Turquía, el viaje en barco a la Argentina o simplemente cuentos‘ ” (7).

“Cuando los sefaradíes llegaban a Buenos Aires desde distintas partes del Imperio Otomano –señala Luis León-, el primer sitio conocido eran las inmediaciones de la calle 25 de Mayo. Enclavada en ‘el bajo’, parte vieja de la ciudad, era frecuentada por marineros en busca de alojamiento o diversión. Debido a su proximidad con el puerto, allí habitaban en pocas manzanas, numerosas familias sefaradíes que hicieron de ese sector de la ciudad, su propia ‘djudría’ ”. León transcribe el testimonio de Arouj de Bembasat, quien expresa: “Se vivía en grandes casas de múltiples habitaciones, los tradicionales conventillos, y en cada una había una familia. Nosotros alquilábamos dos piezas que daban a patios, la de adelante, mi padre la convirtió en local, y en la otra vivíamos todos juntos, ellos y nosotros, los cinco hermanos. Recién cuando progresó, nos mudamos a una casa más amplia, separada de su local, donde le iba muy bien”.
“En esa parte del barrio vivían no sólo sefaradíes, también otros inmigrantes, de los cuales algunos se destacaron. Por ejemplo la familia Alemann, dos de cuyos hijos fueron ministros de economía, “compartieron el conventillo con nosotros. Su madre los esperaba al venir del colegio para que no cruzaran solos la calle Reconquista. También Onassis, que se había hecho amigo de mi padre y vivía por allí. Papá acostumbraba tomar café en un bar muy humilde de la bajada de Viamonte donde lo atendía un mozo que apodaban ‘el griego’, que no era otro que el luego famosísimo multimillonario. Un día le regaló un barquito de marfil. ‘El griego’ contaba que iba y venía a Montevideo en bote todas las semanas haciendo negocios que nadie conocía’ ” (8).

En “Mi abuela Vida”, Victoria Mizrahi de Misistrano recuerda a su abuela, llegada desde lejos: “Doña Vida, ¡Abuela Victoria!, que personaje!. La conocí por primera vez cuando llegó desde Estambul, sola, con su pelo estirado y un pequeño rodete. Su traje gris de pollera y redingote le daba cierto aire de persona seria. No se por qué a su llegada me escondí detrás de una puerta de la que me sacó para darme caramelos que traía dentro de sus bolsillos. Esta escena nunca la olvidé. Mi hermana menor nació a poco de su arribo a Buenos Aires. Con su llegada nos acostumbramos a escuchar sus cantos. Los entonaba desde que comenzaba con sus tareas en la cocina, hasta la tarde que se dedicaba a pelar chauchas, arvejas, arroz o porotos. Desde su llegada, la cocina fue su ámbito habitual, ya que mamá la reservaba para ocupar los domingos. Tratando de calcular el tiempo, cuando mi abuela llegó, tenía casi sesenta años y yo sólo cinco. Compartimos 34 años de vida en común, ya que en 1963 cuando contaba con 94 años, dejó de existir después de un accidente. Yo ya tenía 39 años y dos hijos varones que la adoraban, fue su bisabuela, y aún hoy la siguen recordando con inmenso cariño” (9).

Acerca de la familia a la que pertenece Catalina Mizrahi de Dalle, se informa: "Hay un hilo que atraviesa las últimas cuatro generaciones de esta familia sefardí que a principios de siglo pasado emigró de Esmirna en busca de un destino mejor. En un extremo se encuentra un bisabuelo sastre y una bisabuela ojalera. Se enamoraron y se embarcaron sin más pertenencias que sus valijas hacia la Argentina, para casarse en tierra firme. En la otra punta, cuatro generaciones después, se encuentra Magalí, que estudia diseño de indumentaria y otros cuatro bisnietos que son profesionales y dos de ellos, con menos de 27 años, ya compraron su propio techo.
El hilo es el mismo, pero las realidades son muy distintas. En el medio hay un vendedor de ballenitas, comerciantes de seda, empresarios textiles, amas de casa y profesionales de la tela.
El sastre y la ojalera tuvieron nueve hijos. Catalina fue la menor. Cuando tenía seis años, la mandaron a vivir a lo de su hermana Perla, que se había casado con un empresario textil.
Cuando estaba en edad de merecer, Catalina acudía a todas las reuniones de la colectividad y se preguntaba ¿cuál de todos será mi marido? Y Alberto, que la miraba de lejos, pensaba qué podía ofrecerle a esa niña bien un joven como él, que no tenía estudios y era vendedor ambulante. Finalmente se animó y le propuso casamiento. Catalina le dijo que sí y su tío, el empresario textil, les alquiló un local para que establecieran una sedería en Independencia y Entre Ríos. El progreso los acompañó y al poco tiempo, Catalina y Alberto compraron el local a crédito. Y les empezó a ir bien y se convirtieron en grandes comerciantes. Tuvieron tres hijos varones que ayudaban en la sedería: Roberto, Daniel y Eduardo. Ellos tuvieron más posibilidades que sus padres" (10).

El doctor Jorge Iza "tiene 74 años y se jubiló como médico de la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires. La mayor parte de esos años la vivió como cirujano. Trabajó en Gendarmería Nacional, en el Policlínico cercano a la estación de Luis María Saavedra, en el Hospital Sirio Libanés y en el Hospital General de Agudos Dr. Ignacio Pirovano. Allí se convertiría, con 32 años, en uno de los jefes más jóvenes que tuvo el Servicio de Guardia de un nosocomio porteño.
Hijo de inmigrantes árabes, Iza se presenta de la siguiente manera: 'Yo provengo de una familia humilde. Mis padres se esmeraron para darnos una carrera tanto a mi hermano -ya fallecido, que se recibió de psiquiatra- como a mí. Antes las oportunidades nos la otorgaban nuestras familias y el Estado, ya que se podía estudiar en un colegio primario, luego en el secundario y más tarde en la facultad, todo con un nivel excelente y gratis. Salvo los libros y los útiles, que los tenía que pagar cada uno, el resto era brindado por el Gobierno. Medicina era y es una carrera cara. Ahora hay un abanico enorme de posibilidades. Hoy está lleno de universidades privadas mientras la UBA estatal, la más reconocida y jerarquizada, está cada vez más desvirtuada' ” (11).

Carlos Balá dijo en un reportaje: “Mi viejo quería que yo fuera cantante. Una vez me regaló como una guitarra árabe, una mandolina. Mi papá no nos tuteaba. Nosotros a él sí. 'Hijo, vaya a comprarme cigarrillos', me decía. Y yo le decía: 'Papito, ¿me dejás ir al cine?'. ¡Qué cosa! Todo al revés. Era sirio. Vino a los 16 años” (12).

Entrevistada por Luis León, dijo Lucha Mazza de Funes:
“Fui la menor de ocho hermanos, me crié al lado de mi madre, que cocinaba para mucha gente. Además de constituir una familia numerosa siempre, había unos cuantos invitados, más algunos clientes del negocio de mi padre que ocasionalmente cruzaban desde Brasil a comprar y él acostumbraba a convidarlos a nuestra mesa, era raro encontrar menos de dieciocho personas”.
Toda la familia Mazza residía en Santo Tomé, provincia de Corrientes, a la vera del río Uruguay, “Mi madre vino de Urlá, Turquía, que está a 30 Km de Izmir, tenía trece o catorce años. Viajó con una tía que decidió casarla con mi padre a los quince. Ella cocinaba desde chica, porque desde Urlá viajaba seguido a Esmirna a ver a esa tía y allí aprendió otros secretos de la cocina sefardí además de los de su madre. Por eso al casarse, continuó con esa costumbre, en una ciudad de provincia que no tenía la posibilidad de respetar la tradición del kasher por carecer de sitios donde comprar, pero no se dejaban de celebrar las festividades, y allí la comida era el centro de todo. Cerraban el negocio de ramos generales de mi padre, donde mi madre ayudaba, y se abocaba a preparar los manjares para servir a los invitados. Nos corrían de las camas, que cubrían con sábanas para depositar la masa fila hecha en casa“. Lucha reconoce que cuando cocina, es como si su madre estuviera a su lado acompañándola.
“Uno de mis hermanos, Jaime Mazza era un reconocido médico que atendía a los carenciados sin cobrarles y los que podían pagar lo hacían a voluntad. En radio Eco de Buenos Aires, hace un tiempo la conductora de un programa también originaria de nuestro pueblo, sabiendo que él cumplía noventa y un años, y por su saber y actitud hacia los vecinos, en lugar de entrevistarlo para la audiencia, dio en secreto su teléfono para que todos los originarios de Santo Tomé lo llamaran. Así estuvo llorando de emoción todo el día, pues recibía llamadas de toda América, Canadá incluido” (13).

Notas
1. Aubele, Luis: “A boca de jarro”, en La Nación, 23 de junio de 2002.
2. Alonso de Rocha, Aurora: “Entonces la mujer”, en El Tiempo, Azul, 25 de mayo de 2003.
3. S/F: Reportaje a Julia Zenko en La Nación Revista 11 de agosto de 2002.
4. León, Luis: “Un seder con el papú Menajem”, en SEFARaires
5. León, Luis: Refranes y expresiones sefaradíes de la tradición judeo-española de Esmirna Editorial Milá. Coleccion Escrituras. BuenosAires, 2001. 95 páginas.
6. Szwarcer, Carlos: “El café Izmir”, en SEFARaires N° 14.
7. S/F: “Una mamá que hoy celebra sus 100 años”, en La Nación, Buenos Aires, 20 de octubre de 2002.
8. León, Luis: “Allá por la calle 25 de Mayo”, en SEFARaires N° 24, Abril de 2004.
9. Mizrahi, Victoria: “Mi abuela Vida”, en SEFARaires.
10. S/F: "La familia de Esmirna que tejió su progreso en una sastrería", en La Nación, 23 de julio de 2006.
11. Marcovecchio, Daniel: "Entrevista con el Dr. Jorge Iza, ex jefe de Guardia del Hospital Pirovano. Una vida de servicio", en www.periodicoelbarrio.com.ar, Agosto de 2006.
12. Aizen, Marina: “Carlitos Balá // Profesión: Actor cómico”. Foto: Rubén Digilio. En Clarín, Buenos Aires, 10 de setiembre de 2006.
13. León, Luis: "La tradición de hacer comidas", en SEFARaires, octubre de 2007 (www.sefaraires.com.ar).


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Memorias

Matilde Bensignor es la autora de De miel y milagros (Evocaciones Sefardíes) (1) “un libro que habla de la familia sefardí y reflexiona sobre los valores que hoy, todavía perduran en nuestra cultura judeo-cristiana". Auspician la edición la Embajada de Israel, la Secretaría de Cultura del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y el Centro de Investigación y Difusión de la Cultura Sefardí.
En el Prólogo, escribe Arnoldo Liberman: "Matilde Bensignor nos ayuda a través de este entrañable poema existencial tradicionalista y gastronómico –que en esencia este original libro lo es- a desanudar entuertos y a conocer más en profundidad la enorme riqueza del mundo sefardí. En ella la lengua poética, la narración conmovedora, el recorrido biográfico y autobiográfico son predicados de un sujeto que nos enriquece con su proclama cotidiana y que nos demuestra, de manera palpable, que la lengua de los judíos españoles, esa que habla de miel y milagros, no es hija de una expulsión sino la reconciliación de la diferencia. (... ) Alcanzar al otro es estar diariamente cerca de sí mismo, cerca de ese pequeño fragmento de sí mismo que no miente, es decir, al lado del otro, es decir, aprendiendo a amar. De Miel y Milagros nos ayuda en esta hermosa empresa de hacer de la otredad un amigo cercano, y eso es tan valioso en Madrid como en Buenos Aires. Por eso, gracias Matilde, por este libro pleno de encanto y de noble memoria".
En esta obra, la escritora homenajea a su madre y, con ella, a una tradición de la que es orgullosa heredera. La figura femenina es muy importante en la cultura sefaradí, y en la judía en general, al punto que, cuando Bensignor busca un punto de contacto entre sefaradíes y ashkenazis, ese punto de contacto es la mame, que protege y consuela. Junto a esa madre que debió dejar su tierra, la escritora evoca a sus hermanas y a sus hijas, y destaca la significación que tuvo en su vida cada una de ellas.
A lo largo de estas evocaciones, se refiere a la condición de la mujer en la cultura sefaradí de principios de siglo XX, a sus ocupaciones y su respeto por el rol del marido. A nuestro criterio, no vive esa división de tareas como una discriminación, sino como un orden que contribuye a que la familia permanezca unida y los hijos crezcan felices. Las recetas que intercala frecuentemente, son evidencia de ese saber de las mujeres, que debe ser transmitido a los hijos y a los nietos, en España, en Turquía, o donde quiera que esté el pueblo sefardí. Canciones ladinas –anónimas y del compact Buena Semana, de Dina Rot- y plegarias –propias y tradicionales- incluidas en el volumen, completan este recorrido por un acervo milenario y riquísimo.
Los hombres de la familia también son recordados en estas páginas: el padre, que muere a los cincuenta años, tal como se lo había vaticinado una gitana; el abuelo, cuyos restos descansan en el cementerio de La Habana; los jóvenes, algunos de los cuales cuestionan su vínculo con la religión sefaradí y, en ocasiones, optan por estrechar ese lazo, si sus padres no lo han hecho por ellos. Los capítulos referidos al Brit Milá y el Bar y Bat Mitzvá muestran el deseo de los mayores por iniciar a los pequeños en la religión profesada desde siempre, al tiempo que muestran la reticencia de algunas madres; surgen entonces consideraciones acerca de la libertad para elegir pertenecer a una comunidad.
Las fechas religiosas tienen debida importancia en este libro: Rosh Hashaná, Iom Kipur, Pesaj, y el respeto por el Shabat son temas que Bensignor aborda desde el punto de vista del hondo contenido que tienen para quienes las observan, los preparativos y los manjares que se sirven. Se hace referencia al casamiento entre sefaradíes y ashkenazis, y entre judíos y no judíos, circunstancia que se ve empañada a veces por la intolerancia. Los funerales, en especial el del padre, muestran una faceta de un culto que, gracias a esta obra, podemos conocer con más detalle.
Las persecuciones de que fueron víctima los judíos aparecen en estos recuerdos: la salida de Egipto, la Inquisición, los pogroms y la Shoá, son evocados junto a los atentados a la Embajada de Israel y a la AMIA. La diáspora es otro de los temas que aborda Bensignor: la Argentina, Cuba, Turquía, Israel, son vistos como refugio para estos seres que tienen como destino "cruzar los ríos", aunque episodios luctuosos los agobien también en la nueva tierra.
Afirma Santiago Kovadloff: "La memoria no es memoria cuando se limita a recordar. La memoria es memoria cuando se encarna. La memoria es memoria cuando se responsabiliza por aquello que la sostiene. Este es el libro de una mujer con memoria. El pasado judío del que proviene es goce y es vivencia en la actualidad. Leer estas páginas es asistir a la emoción del reencuentro, a la alegría de contar con un porvenir".
La inclusión de un "Glosario" hace que la lectura de la obra sea accesible a quienes no conocemos la lengua ladina, al tiempo que permite a Bensignor reflejar ese idioma en diálogos y canciones.
El diseño de la portada es obra de Edgardo Giménez; la fotografía, de Gabriel Pérez, y el diseño gráfico, de Rubén Longas.

Notas
1. Bensignor, Matilde: De miel y milagros (Evocaciones Sefardíes). Buenos Aires, Editorial Milá, AMIA, 2004.

Biografías

En Mis dos abuelas. 100 años de historias, Nora Ayala relata que su abuela criolla, que vivía en Misiones, tenía prejuicios contra los extranjeros. “Nosotros no vinimos a matarnos el hambre como los gringos –decía-, estuvimos siempre acá”. La venta de la casa del Tata proporciona otra evidencia de su actitud; la vivienda “fue comprada por una familia turca, aunque Gerónima hubiera preferido que no cayera en manos extranjeras, pero ellos fueron los que pagaron y no había nada que hacer”. Se rumoreaba que los compradores habían encontrado allí un cofre con monedas de oro; escuchemos a la criolla: “Teniendo en cuenta que los turcos que habían llegado al país poco tiempo antes, si bien eran gente trabajadora y honesta (a pesar de ser extranjeros) no podían tener dinero como para hacer semejante inversión, el rumor tenía visos de realidad” (1).

“El criollaje vio invadido su escenario. Esa gringada, que se pensó iría a poblar el desierto, se concentró en la urbe y cubrió todos los puestos de trabajo. Hasta los policías eran extranjeros” (2).
Hugo Chumbita relata que Elías Farache, un policía turco, hostigaba al gringo Vairoleto, hijo de piamonteses. “Entre los milicos abundaban estos turcos, que en realidad eran árabes, o hijos de, famosos por lo bravos”(3).

Notas
1. Ayala, Nora: Mis dos abuelas. 100 años de historias. Buenos Aires, Vinciguerra, 1996.
2. Alvarez, Marcelo y Pinotti, Luisa: op. cit.
3. Chumbita, Hugo: Ultima frontera. Vairoleto: Vida y leyenda de un bandolero. Buenos Aires, Planeta, 1999.

Sagas

En su libro La cita en Buenos Aires, Saga de una gran familia sefaradí (1), Vittorio Alhadeff, “oriundo de la ciudad de Rodas, hace desfilar ante el lector diversos episodios del dominio turco y de la ocupación italiana del Dodecaneso. Pero la tremenda verdad de las guerras da paso a la crueldad del fascismo y del nazismo para cerrarse con la llegada en los años 40 a Buenos Aires, donde se refugian los últimos miembros de una familia que creyó en el trabajo y en el progreso” (2).

Notas
1. Alhadeff, Vittorio: La cita en Buenos Aires, Saga de una gran familia sefaradí. Buenos Aires, Grupo Editor Latinoamericano, 1997.
2. Malinow, Inés: “Testimonio familiar”, en La Nación, Buenos Aires, 4 de enero de 1998.

Costumbrismo

En el conventillo –señala Jorge Paez- había una “Difícil, precaria, inestable armonía, sin embargo, que habitualmente perturbaban los prejuicios étnicos y nacionales en el hervidero cosmopolita de los patios conventilleros. Félix Lima ha captado uno de estos momentos de quiebra en ‘Lo ha dicho l’Aquensia Stefani’, cuadrito incluido en su libro Pedrín (1923), que retrata con previsible fidelidad las peloteras entre italianos y ‘turcos’ durante la guerra de Tripolitania” (1).
El turco expresa conceptos como éste: “-Atienda qui voy disir yo: Turquía tiene tanto soldado como Alamania qui también Alamania inseñó pilear soldado turco a la última moda. ¡Quí vaya la gracia! Italia tira pique barco nosotro istá barco chico, piro Turquía más una dolor cabesa Italia pir la tierra. Si quieres más noticia soldado turco prigunta cómo fue la pilea con la Rusia. ¿Y la barco grande italiano qui fue pique la costa Trípoli?... ¿Quí desir osté, sañur, a eso?...”. La discusión termina con “Ruptura de narices e intervención de las potencias extranjeras (representadas por un chafe)” (2).

En 1943, Conrado Nalé Roxlo da a conocer El muerto profesional, firmado con su seudónimo Chamico. En “Una conversación interesante”, texto incluido en el volumen que mencionamos, uno de los personajes se refiere a un turco que se va a casar, y afirma que un vasco piensa frustrar ese matrimonio: “creo que se le va a aguar la fiesta porque el vasco Indurrimendi se ha enterado de que Flores es casado en Turquía y, como usted sabe que tienen rivalidad por los negocios, ha dado parte al comisario y al registro civil y hasta creo que les ha mandado el pasaje a las esposas turcas del turco para que se presenten el día del casamiento y armen un escándalo. Si vienen todas va a ser divertido” (3)

Notas
1. Páez, Jorge: El conventillo. Buenos Aires, CEAL, 1970.
2. Lima, Félix: “Lo ha dicho l’Aquensia Stefani”, citado en Páez, Jorge: El conventillo. Buenos Aires, CEAL, 1970.
3. Chamico (Conrado Nalé Roxlo): El muerto profesional. Buenos Aires, CEAL, 1980.

Novelas

Hay turcos en una obra de Julián Martel. Afirma Noé Jitrik: “Durante 1890 escribiò La Bolsa; la ùltima frase fue redactada el 30 de diciembre. Dos hechos notables pueden observarse: el primero es que siendo una obra realista y de actualidad no ha incluido como tema la revoluciòn del mismo año; el segundo es que en el mismo año se publicò en Francia L'Argent, novela mediante la cual Zola investiga y condena el sistema financiero. (...) La Bolsa aparece en folletìn en La Naciòn desde el 24 de agosto hasta el 4 de octubre de 1891, con gran èxito de pùblico y de crìtica”.
El crìtico considera que la obra fundamental de este ciclo –la de Martel- tiene importancia desde diversos puntos de vista, a pesar de su escaso valor literario: “La Bolsa es una obra literariamente poco importante, inmadura, pero que asì y todo expresa varias cosas de interès; en primer lugar hay, conscientemente o no, una tentativa por trascender la literatura del 80 en su fisonomìa màs exterior; en segundo lugar, muestra un escritor desclasado, emergente del periodismo y que anticipa, por esas razones, un nuevo tipo de escritor, el profesional; en tercer lugar, se trata de un libro inspirado en hechos contemporàneos, ubicado en una actualidad, comprometido polèmicamente con sus interpretaciones” (1).
“La lectura màs superficial e ingenua de La Bolsa de Juliàn Martel sorprende por la enorme carga de xenofobia y antisemitismo –afirma Gladys Onega. (...) Martel traza con los más sombríos tonos naturalistas una realidad de la ciudad que absorbió el mayor pocentaje de inmigrantes creciendo en proporción geométrica frente al resto del país: la miseria, la enfermedad y la mendicidad eran lacras concretas de la sociedad superpoblada, que no se cebaban solamente en el lumpen que el autor selecciona como muestra del parasitismo que trae la inmigración, sino entre todos los habitantes de los barrios bajos del sur que se hacinaban en los conventillos; (...) en la abstractización del oro y del cosmopolitismo, Martel aísla y diseca casos extremos, los separa del contexto histórico, carga sobre ellos una culpa de la que son víctimas y finalmente ignora la situación real del resto de la población; los turcos con sus feces rojos y las bohemias idiotas o hermosísimas se han convertido en alegorías o en personajes pintorescos”. (2).
La ensayista se refiere a este pasaje: “El corazón de las corrientes humanas que circulaban por las calles centrales como circula la sangre en las venas, era la Bolsa de Comercio. A lo largo de la cuadra de la Bolsa y en la línea que la lluvia dejaba en seco, se veían esos parásitos de nuestra riqueza que la inmigración trae a nuestras playas desde las comarcas más remotas. Turcos mugrientos con sus feces rojos y sus babuchas astrosas, sus caras impávidas y sus cargamentos de vistosas baratijas; vendedores de oleografías groseramente coloreadas; charlatanes ambulantes que se habían visto obligados a desarmar sus escaparates portátiles pero que no por eso dejaban de endilgar sus discursos estrambóticos a los holgazanes y bobalicones que soportaban pacientemente la lluvia con tal de oír hacer la apología de la maravillosa tinta simpática o la de la pasta para pegar cristales; mendigos que estiraban sus manos mutiladas o mostraban las fístulas repugnantes de sus piernas sin movimiento, para excitar la pública conmiseración; bohemias idiotas, hermosísimas algunas, andrajosas todas, todas rotosas y desgreñadas, llevando muchas de ellas en brazos niños lívidos, helados, moribundos, aletargados por la acción de narcóticos criminalmente suministrados, y a cuya vista nacía la duda de quíén sería más repugnante y monstruosa; si la madre embrutecida que a tales medios recurría para obtener una limosna del que pasaba, o la autoridad que miraba indiferente, por inepcia o descuido, aquel cuadro de la miseria más horrible, de esa miseria que recurre al crimen para remediarse” (3).
En La costurerita que dio aquel mal paso..., Josué Quesada se refiere a un militar: "un sargento apellidado Jalil, y turco por más señas, castigaba a los reclutas con su sable" (4).
Alamos talados (5) fue distinguida en 1942 con el Primer Premio de Literatura de Mendoza, el Primer Premio Municipal de Buenos Aires y el Primer Premio de la Comisión Nacional de Cultura. Marcela Grosso y Marta Baldoni señalan la importancia de la inmigración en la novela: “El poder se ve amenazado por la presencia de lo otro, del elemento extraño: el inmigrante, figura que genera tres efectos correlativos: a) el enfrentamiento entre gringos y criollos, b) la exaltación del linaje y la hispanidad, c) el rechazo del progreso y las nuevas costumbres” (6).
La clase alta, representada fundamentalmente por los abuelos, se mostraba bondadosa con los criollos y los inmigrantes, en general, aunque había excepciones: “El inmigrante aparece descalificado, caricaturizado (...) o mirado con simpatía, en tanto se ciña al mandato de la abuela y no compita en el circuito de producción económica. Decir ‘gringo’ es un insulto (...) El atributo ‘criollo’, en cambio, tiene connotaciones positivas (...) se convierte en una abstracción, en un símbolo de pureza racial y moral” (7).
Cuando las penurias económicas obligan a la anciana señora a talar los álamos, allí está un inmigrante, posibilitando que el lector saque conclusiones sobre la personal postura del autor: “Con el pie en el estribo de su auto rojo, el turco hacía anotaciones en una libreta. Uno, tras otro, caían los álamos de mi adolescencia” (8). Grosso y Baldoni sostienen que “La presencia invasora del inmigrante aparece metaforizada por el coche rojo del turco, que recorre el texto en varios capítulos”. Acerca del propietario del vehículo comentan: “Claras son las connotaciones demoníacas que despliega este personaje (...) Las aspiraciones comerciales del turco, que exceden a las del agricultor contratado, lo convierten en una amenaza, un peligro para el sistema. La compra de la vid y de la madera es sustituida por la idea de usurpación, de estafa: el turco no compra sino que ‘se leva’. Caída, atropello, usurpación, tala, profanación, son los efectos del ingreso del inmigrante en el sistema, que es quebrado sin posibilidades de restauración” (9).
En Barrio Gris, de Joaquín Gómez Bas, una genovesa se enamora de un árabe, abandonando a su marido napolitano: “La susodicha desapareció de su casa, del barrio y sus contornos, embaucada por el meloso palabrerío de un ambulante vendedor de puntillas, un árabe enamoradizo que alborotó el corazón y la sangre de la genovesa con su prestancia de caudillo picaflor” (10).
En Hermana y Sombra (11), de Bernardo Verbitsky, se alude a un turco. El protagonista vive en un conventillo, en Flores, donde también vive un empleado del turco: “La primera habitación era la de la encargada, Doña Antonia, y en su bien arreglado ambiente vivían ella y su viejo marido Don José, su hija mayor Rosita, el segundo Nicola, que acababa de hacer la conscripción y que, como pudimos comprobarlo, cumplía cada mañana con dignidad su oficio de quinielero, al servicio de un capitalista, el turco Emilio que tenía varios de esos agentes, a comisión. Era una actividad que la policía perseguía pero se desarrollaba públicamente sin dificultades. (...) (En el barrio llamaban turco a todo inmigrante venido del Medio Oriente)”.
En su novela Un noviazgo (12), Bernardo Verbitsky se refiere a la ocupación de un egipcio. El protagonista “conoció asimismo a don Alí. Era un individuo de unos 40 años, de cara oscura, nariz aguileña, con mejor humor de lo que dejaba suponer cierta expresión torva de su cara. Sabía reír con ganas. Decían que era egipcio, aunque las mujeres lo designaban entre sí como ‘el Turco’. Venía de otro cabaret y se había propuesto traer con él a las mujeres más lindas, y las fue hablando una a una, para lo cual le servía su perfecto dominio de varios idiomas. Alternaba el inglés y un francés al parecer correctos con un castellano aporteñado de indudable naturalidad. ‘Vas a estar mejor que allá –decía persuasivamente-. Dejáte de embromar, dáte una vuelta por acá. Veníte bien bañada, eso sí. Y a portarse bien, que el nuevo empleo lo vale. Hay que andar derechas, que si no les corto una teta’. ‘Don Alí es el mejor gerente que hemos tenido’, decían todas convencidas”.
En esa novela, Verbitsky presenta a un griego con ocupaciones no muy claras: El Checato “Tenía mandíbula muy ancha, y aunque su cara era flaca, ahondada debajo de los pómulos, sus maxilares estaban recubiertos de fuertes músculos. ‘Un etrusco sonriente con anteojos’, pensaba. Y la verdad era que sus anteojos de cristales sin virola, quedaban incluidos en su ancha risa que le llegaba silenciosa. Los anteojos quedaban en medio de las arruguitas. Era un efecto raro y más bien siniestro. (...) Trigo limpio, no es. Es un vivo que ve bajo el agua. (...) Dicen que anda en veinte asuntos. Pero no anda, corre detrás de los pesos, claro. Vende alhajas de fantasía. Compra no sé qué. Además es amigo de don Alí y lo peor es que los dos lo disimulan. Quién sabe en qué andarán. A lo mejor son socios”.
En Un árbol lleno de manzanas, escribe Marta Lynch: “La casa del griego es triste como la del sexto B pero sucia. En las paredes tienen anotadas medidas y clavados alfileres y fotografías de elegancia en Epsom. Tiene además dos maniquíes también elegantísimos” (13).
En La noche lombarda, Atilio Betti recrea, al acostarse en su camarote del barco que lo lleva a Italia, el duro trance que sufrió el padre del protagonista, junto con otros pasajeros: “Un chorro de agua, un manguerazo brutal, le dio en la cara. Lo vi trastabillar, mojado. Lo vi llorar de indignación y afirmarse en los zapatos claveteados, agarrándose fuertemente del tirador negro, sobre el torso sin saco, para no caer bajo el golpe del agua. (...) En tropel, árabes y turcos aparecían y desaparecían alrededor de mi padre. Corrían, gritando, aullando, perros mojados, perros azotados a manguerazos, a refugiarse bajo mi cama mientras que papá, rascándose con furia las axilas, gritaba o gemía, o gritaba y gemía al mismo tiempo: ¡Piojosos! ¡Piojosos!” (14).
En 1988, durante la Feria del Libro, el doctor Renè Baròn entregò personalmente a Jorge Isaac el premio que lleva su nombre, distinguiendo a Una ciudad junto al rìo (15) como la mejor novela editada durante los años 1986 y 1987. El jurado que lo otorgò -designado por la Sociedad Argentina de Escritores- estuvo integrado por Luis Ricardo Furlàn, Raùl Larra y Juan Josè Manauta.
La novela fue presentada en la Uniòn Arabe por el profesor Elio C. Leyes -”escritor y presidente de la Universidad Popular, autor de Voz telùrica de Gerchunoff, editado por el Ateneo Judeo Argentino ‘19 de abril’ de Rosario”, quien “señalò que el libro bien podìa llamarse ‘Los gauchos àrabes’, en justo parangòn –según dijo-con la celebrada obra de Gerchunoff, en la cual no debe haber escritor que haya profundizado tanto como èl” (16).
El Gobierno de Entre Rìos la declarò, por iniciativa del Consejo General de Educaciòn, de lectura complementaria en las escuelas superiores de la provincia, a partir del sèptimo grado, recomendando su utilizaciòn en la enseñanza.
La obra està dedicada “a los inmigrantes àrabes –sirios y libaneses- y, por natural extensiòn, a españoles, italianos, alemanes, judìos, suizos, rusos, polacos, yugoslavos, y de cuanto otro origen y procedencia màs, que se lanzaron un dìa por los riesgosos caminos del mar a la aventura de ‘hacer la Amèrica’ “.Partiendo de su propia etnia, la mirada de Isaac se vuelve abarcadora, hasta incluir a hombres de diversa procedencia, cuya gesta evoca.
Un 10 de noviembre –nòtese la fecha elegida-, el autor fue, como de costumbre, a pescar. Ese dìa, algo inusual alterò la placidez de su hobby: un objeto centelleaba, entre las ruinas de una vivienda, a la luz del sol. Intrigado, se acercò a èl y vio que era un cofre. Una vez en su casa, lo abriò sin dilaciòn, y comprobò, con gran sorpresa, que era un libro de cuentos escrito en àrabe. Con su tesoro fue en busca de un editor, quien lo enfrentò a un problema: la obra no podìa editarse sin tìtulo, y el mismo debìa surgir de ella, como un resultado lògico. Una vez superado el obstàculo, nos hallamos ya en condiciones de emprender la lectura de estos papeles, a los que Isaac –empleando un recurso literario de larga data- no hizo màs que encontrar.
La acciòn transcurre durante el año 1925. Cada acontecimiento se detalla prolijamente, ya que estos papeles eran un diario personal. El autor del diario, un joven, cuenta sus andanzas por el puerto, desde donde podìa observar la llegada de los inmigrantes de diferentes nacionalidades, a los que reconocìa por sus costumbres y fisonomìas, aùn cuando ellos no habìan descendido del barco.
El protagonista evoca el momento en que los extranjeros arriban a la nueva tierra: “Los inmigrantes, aunque vengan en el mismo barco, llegan y descienden aquí de manera diferente según sea su origen que nosotros, con sólo mirarlos y hasta a veces sin oírlos, hemos aprendido a determinar con riesgo escaso de equivocarnos”. Seguidamente, describe el desembarco de italianos, alemanes, españoles, judíos y árabes, señalando las peculiares características de cada grupo.
Sobre estos ùltimos, comenta: “Los àrabes –siriolibaneses- que disputan el tercer lugar a los alemanes en cuanto al nùmero de los que ingresan en estas regiones, son los màs independientes de todos. Es muy raro que arriben en parejas. Tan raro que nunca vi ninguna. Ellos emprenden el viaje solos y si descienden varios juntos de un barco y se comportan como parientes, es que se han hecho amigos durante el dilatado trayecto. En su mayorìa son cristianos, pertenecientes a la Iglesia Griega Ortodoxa”.
“Cuando recorren la angosta planchada por la que descienden, muestran el gesto adusto, expresivo de la trascendencia que para ellos asume el primer contacto con la nueva tierra. Siempre observo que lo hacen moviendo los labios. Y aunque en manera alguna puede oìrse màs que un leve murmullo, yo sè que estàn diciendo, con la profunda y religiosa unciòn de un ruego: ‘Ayùdame, Dios mìo...’ “. Luego, solos tambièn, acometeràn la empresa que alentaron en la intimidad de sus mejores sueños”.
A este pormenorizado relato de costumbres se suman, como hilos paralelos de la acciòn, las narraciones de cuanto sucedìa en Arabia –que el joven conocìa con dos meses de retraso- y en el mundo entero, hacièndose especial hincapiè en los adelantos de la ciencia y la tècnica (17).
En La pradera de los asfódelos, Rubén Benítez evoca una Navidad de las de antes: “En Navidad la gente parecía distinta. No como ahora. Todos estaban alegres, salían a la calle y saludaban contentos. Había que pararse en todas las puertas. Hasta los turcos que vivían en la esquina festejaban la Navidad. Don José, el que hizo el aparador, abría una sidra... ‘No es como la de Asturias, pero tampoco está mal’ decía siempre después de probarla” (18).
Algunas obras dan cuenta del fenòmeno històrico y social de la inmigraciòn armenia. Entre ellas, la novela Hayrig (Detràs del silencio de un millòn y medio de voces) (19) y el ensayo Hayrig II (20), en las que Eduardo Bedrossian relata la vida de su padre, Agop. “Este relato –afirma Nélida Boulgourdjian- trasciende la historia personal de Hagop Bedrossian para adquirir una dimensiòn colectiva que involucra a todo un pueblo” (21).
Acerca de la primera parte de esta historia, afirmó María Isabel Clucellas: “bajo una estructura de doble faz, Bedrossian hijo narra en primera persona la odisea paterna. A partir de los primitivos años de paz y bonanza que corresponden al siglo pasado, el autor ilustra a sus lectores sobre la vida familiar en Geben, ‘un pedazo de la historia ancestral de los armenios’. Las montañas, la aldea, las casas con paredes de piedra, el calor de las reuniones en torno al hogar presididas por un narrador ocurrente y sentencioso que contaba, educando, historias y costumbres, reviven en páginas coloridas, amenas, donde anécdotas y sucesos van tejiendo una urdimbre de sólidas y justificadas nostalgias” (22).
En 1998 apareciò Memorias para no olvidar (23), ùltimo libro de la trilogìa que Bedrossian escribiò acerca de la Cuestiòn Armenia. Las memorias se inician cuando los padres de Nersès, que poco antes cumpliò veintiùn años, deciden realizar, como le habìan prometido, el pedido de mano de una joven para que su hijo se case. La obra finaliza con el casamiento de esa pareja, unos meses despuès.
Esta historia ìntima sirve de marco para otra màs abarcadora: la de los armenios en la Argentina. Distintos personajes van narrando las circunstancias en que se realizò la inmigraciòn, las atrocidades que debieron padecer en manos de los turcos, la tortura, las violaciones de religiosas y alumnas, y muchos otros episodios que indignan al lector y han quedado grabados por siempre en la memoria de este pueblo bueno y sufrido.
Otros aspectos tambièn son descriptos: las comidas, la instrucciòn, la religiòn, el respeto a los padres y la consagraciòn a los hijos, los juegos con los que se entretenìan los armenios, sus visitas a la peluquerìa, al dentista, la llegada de un pariente al que hacìa años que no veìan... Hechos cotidianos que contribuyen a dar una imagen de una colectividad en un tiempo que pasò.
La relaciòn con inmigrantes procedentes de otros paìses es evocada en estas pàginas, en las que se presenta una Barracas cosmopolita, en la dècada del 50, en la que los extranjeros conviven solidariamente. Agobiados por haber dejado a la familia, o de haber visto como la asesinaban, la relaciòn entre los armenios es resumida en ese dicho que reza: “Mejor un vecino cerca que un pariente lejos”, y que ha llegado generalizada a nuestros dìas, en los que en algunos barrios, afortunadamente, todavìa se observa.
Algunos inmigrantes cuentan historias a un auditorio siempre interesado. La mismas tienen que ver con la tradiciòn de su naciòn, con su trabajo o con circunstancias curiosas de la vida. Bedrossian las incluye en su obra, para que todos las conozcamos.
Este libro es mucho màs que el recuerdo en tercera persona de un joven en una etapa feliz de su existencia; es la memoria de un pueblo que debiò dejar su tierra, a la que venera.
Un griego es el propietario del copetín al paso Acrópolis. Relata el hijo –protagonista de Latas de cerveza en el Río de la Plata, novela de Jorge Stamadianos que fue distinguida con el Premio Emecé 1994/95-: “El Acrópolis está ubicado sobre el andén de una estación de la zona norte del Gran Buenos Aires que años atrás, en la década del 50, había conocido su época de esplendor. El lugar había crecido rápidamente en esos años dando origen a una calle principal donde se amontonaron todo tipo de comercios. (...) Mi viejo había hecho pintar el Partenón sobre los vidrios como un símbolo triunfal de su país, pero el paso del tiempo descascaró el dibujo, metamorfoseando esa imagen idílica –pintada de dorado- en la actual del monumento en ruinas” (24).
En 1998, la novela Virgen, de Gabriel Báñez, resultó finalista del Premio Planeta. En ella evoca la confusión reinante, en la década del 30, en lo que respecta a las nacionalidades de los inmigrantes. La protagonista: “Durante esos primeros tiempos lo único que no logró explicar fue su propia nacionalidad. No era francesa, era belga, pero resultaba inútil aclarar semejante diferencia cuando las erres se le estiraban hasta la gangosidad, y cuando los ucranianos, judíos, rumanos, lituanos y polacos eran rusos o los sirios y loslibaneses resultaban turcos. Había llegado a un país de tanos y gallegos y de rusos y turcos, y todo lo que no entrara en el dos por cuatro de esa conclusión elemental era una rareza de apellido pero nunca de nacionalidad” (25).
En Moira Sullivan (26), de Juan José Delaney, la protagonista escribe una carta fechada en 1932, en la que expresa: “Debo decir que pese a que los hijos de Erín se jactan de haberse integrado con el resto de la población, la verdad no es exactamente así. Tienen sus propios colegios, sus propios templos y clubes, y quien comete la osadía de casarse con un “nap” (¿napolitano y por extensión italiano?) o con un “gushing” (derivado, probablemente, del verbo inglés to gush, que significa hablar con excesivo entusiasmo y que es un neologismo para aludir a los gallegos y también por extensión a los españoles), se aíslan o son lenta pero inexorablemente segregados. En verdad esto ocurre con casi todas las comunidades extranjeras que se han radicado acá: árabes, armenios, ucranios y, muy especialmente, judíos. Para no hablar de los británicos que a su injustificado desdén agregan cierto cinismo ancestral”.
En Tama, novela de María Teresa Andruetto, cuenta la narradora: “Durante los años que vivió con la galesa, mi abuelo estuvo vendiendo baratijas, tal como les había visto hacer con mayor suerte a los turcos que andaban por el Norte” (27).
En Un recuerdo para Raquel... o cómo tus padres llegaron a América, Walter Duer escribe que Raquel: "Era pobre, extranjera (había nacido en Siria, apenas unos 38 ó 39 años antes), madre de diez hijos, viuda, analfabeta y judía. 'Sólo le falta ser negra', dicen que dijo un vecino que hacía las cuentas sobre las desgracias y discriminaciones que sufriría esta mujer en el futuro inmediato, que comenzaba ese mismo día" (28).
En 2004, a ochenta y nueve años del genocidio armenio, el autor dedica Morir en Marash (29), su nueva novela, prologada por el Embajador Leandro Despouy, “A los armenios de Marash. Al millón y medio de niños, mujeres y hombres masacrados en el primer genocidio del siglo XX. A sus descendientes, a sus familias. A la Nación Argentina y a todos los países que los acogieron con generosidad. A cada hombre y a cada mujer que lucha honestamente para sobrevivir en un mundo envilecido por los poderosos de turno”.
“Editorial Losada publicó Mientras la luz se va, novela de Noemí Cohen (216 pp). Esta es la historia de Elena, una joven sefardí que viaja desde Alepo a la Argentina, a principios del siglo XX, para encontrarse con su futuro y desconocido esposo. Pero es también la parábola de Setti, a quien Elena conoce en el interminable viaje hacia América y que se ha embarcado para restañar la herida de haber sido repudiada por su marido y haber perdido contacto con su única hija. Y es, además, la peripecia de Amparo, una andaluza alegre pero sumida en la desgracia de un novio muerto por amor a la anarquía en el sur argentino. Y es, entre otras, la historia de Elenita, la nieta adorada de Elena que, víctima de la última dictadura militar argentina, repite el camino de exilio de su abuela. Noemí Cohen ha creado, con esta novela admirable, un delicado tapiz donde se traman los destinos de un puñado de mujeres de ayer y de hoy. Las separan la edad, la lengua, la cultura o la religión, pero las une sutilmente una similar voluntad de conocimiento, de libertad, de belleza y de justicia” (30).


En novelas infantiles y juveniles

En Stéfano, novela de María Teresa Andruetto, aparece un turco tendero: “Stéfano le cuenta a Lina que en la tienda de rezagos hay un saxo, un instrumento para hacer música. Le ha pedido al dueño que no lo venda, él juntará el dinero para comprarlo”. Vittorio pregunta al muchacho “cómo se llama ese instrumento que ha visto en la tienda del turco Rasú” (31).

Notas
1. Jitrik, Noè: “El ciclo de la Bolsa”, en Historia de la Literatura Argentina. Buenos Aires, CEAL, 1980.
2. Onega, Gladys: La inmigración en la literatura argentina (1880-1910). Buenos Aires, CEAL, 1982.
3. Martel, Juliàn: La Bolsa. Buenos Aires, Kraft, 1956..
4. Quesada, Josué: "La costurerita que dio aquel mal paso...", en La Novela Semanal (1917-1926) - Vol 1. Universidad Nacional de Quilmes - Página/12, 1999. Selección y prólogo: Margarita Pierini.
5. Arias, Abelardo: Alamos talados. Buenos Aires, Sudamericana, 1990.
6. Grosso, Marcela y Baldoni, Marta: “Guía de trabajo para el profesor”, adjunta a Arias, Abelardo: Alamos talados. Buenos Aires, Sudamericana, 1990.
7. ibídem
8. Arias, Abelardo: op. cit.
9. Grosso, Marcela y Baldoni, Marta: op. cit.
10. Gómez Bas, Joaquín: Barrio Gris. Buenos Aires, Compañía General Fabril Editora, 1963.
11. Verbitsky, Bernardo: Hermana y sombra.
12. Verbitsky, Bernardo: Un noviazgo. Buenos Aires, Planeta, 1994.
13. Lynch, Marta: Un árbol lleno de manzanas. Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1974.
14. Betti, Atilio: La noche lombarda. Buenos Aires, Plus Ultra, 1984.
15. Isaac, Jorge E.: Una ciudad junto al rìo. Buenos Aires, Marymar, 1986.
16. S/F: Nota explicativa en Gonzàlez Rouco; Marìa: “Jorge Isaac: novelista de la inmigraciòn àrabe”, en La Capital, Rosario, 24 de julio de 1988.
17. González Rouco, María: “Jorge Isaac: la inmigración árabe”, en www.monografias.com
18. Benítez, Rubén: La pradera de los asfódelos. Bahía Blanca, Siringa, 1989.
19. Bedrossian, Hagop: Hayrig. Ediciones Akian. Buenos Aires, 1991.
20. Bedrossian, Hagop: Hayrig II. Buenos Aires, 1995.
21. Boulgourdjián-Toufeksián, Nélida:Los armenios en Buenos Aires. Buenos Aires, Centro Armenio, 1997.
22. Clucellas, María Isabel: en La Prensa, 8 de septiembre de 1991.
23. Bedrossian, Eduardo: Memorias para no olvidar. Buenos Aires, Edición del autor, 1998.
24. Stamadianos, Jorge: Latas de cerveza en el Río de la Plata. Buenos Aires, Emecé, 1995.
25. Báñez, Gabriel: Virgen. Buenos Aires, Sudamericana, 1998.
26. Delaney, Juan José: Moira Sullivan. Buenos Aires, Corregidor, 1999.
27. Andruetto, María Teresa: Tama. Córdoba, Alción Editora, 2003.
28. Duer, Walter: Un recuerdo para Raquel... o cómo tus padres llegaron a América. San Justo, Provincia de Buenos Aires, Ediciones Escritores Argentinos de Hoy, 2003.
29. Bedrossian, Eduardo: Morir en Marras. Buenos Aires, 2004. 448 pp.
30. S/F: “Novela de Noemí Cohen en Losada”, en Raíces, www.revista-raíces.com. Noviembre de 2005. 216 pp.
31. Andruetto, María Teresa: Stéfano. Buenos Aires, Sudamericana, 2001.

Cuentos

En “Santana”, uno de los Cuentos de la oficina, Roberto Mariani se rrefiere a los habitantes de un conventillo, entre los que se encuentran los turcos: “Una de estas antiquísimas mansiones actualmente agoniza en conventillo. En sus espaciosas habitaciones donde acaso en 1815 ó 1820 algún general de la Independencia abandona esposa e hijas para ir a satisfacer su sed patriótica en los abiertos campos de batalla, hoy conviven apretujadas seis u ocho familias de las más diversas nacionalidades, y costumbres contradictorias hasta la beligerancia. Italianos, franceses, turcos, criollos. La última habitación la ocupa un griego relojero” (1).

En la “Cantata para los hijos de Gracimiano”, escribe Daniel Moyano: “Yo conocí a Gracimiana cuando ella todavía era una niña. (...)Los obrajeros y los turcos más ricos de la zona querían casarse con ella. Su desgracia fue Gracimiano. Todavía iba a la escuela cuando lo conoció. Gracimiana envejeció a los treinta años, gastada por él y por los hijos. Después la perdimos de vista, pero quien tuvo la suerte de conocer a Anita, su hija, podía ver otra vez a Gracimiana con las mejillas paspadas por el aire” (2).

En “El mundo, una vieja caja de música que tiene que cantar”, Héctor Tizón describe al “Turco”: “Con la negra barba cortada a golpes de tijera, el pelo sucio, abundante y revuelto de tal manera que pueda encajar dentro del pasamontaña y mantenerse allí por días y noches y días y sobre todo con su andar cauteloso, asentando con seguridad la planta de los pies evoca sin lugar a dudas largas travesías de camelleros en los arenales de Yemen, o en las faldas de Sinaí, o quién sabe dónde” (3).

Escribe Marta Lynch, en “Entierro de carnaval”: “Pasó una murga en traje de raso negro y amarillo que llevaba un cartelón ‘Los pesados de San Justo’ y un conjunto de chicas de la fábrica, disfrazadas de hawaianas. Pasó el carro del lechero adornado como para las fiestas patrias con una familia entera que cantaba cumbias y estribillos de Perón y pasó también el turco de la carnicería con un traje nuevo” (4).
La protagonista de “La rapiña”, de Marta Lynch, se refiere a los Stavros, una familia griega: “El mismo apellido desconcertaba de entrada. Como si vinieran de lejos con un confuso prestigio de Medio Oriente acerca del cual no había obligación de estar bien enterado o con un franco y honesto aire de inmigrante en primera generación, exudando inteligencia para abrirse paso y un límpido chusmaje que a fuerza de ser admitido dejaba de estorbar” (5).
En “El camello ciego”, relata Francisco Montes: “Los sirios sueñan siempre con la dorada esperanza de América. Y Rachid no era diferente. Esas esperanzas, los sueños de riqueza y unas libras en oro que Ibrahin colocó en su bolsillo, lo decidieron. Y días, después, en Lataquia tomaba un buque atiborrado de mugrientos emigrantes con su carga de sueños” (6).
El protagonista de “Unisex”, de Francisco Montes expresa: “Yo, Tufic Farjat Gurruchaga (hijo de libanés y catalana) funcionario municipal de la noble San Luis de la Punta de los Dos Venados, mercedino de nacimiento, categoría 22 en el escalafón municipal, con tres años de filosofía (que no me sirven para nada) y tres de francés en la Alianza Francesa (que de algo me sirven ahora), tomé la excursión a Europa con mi mujer y dos parientes, antes de jubilarme y quedar anclado por secula seculorun” (7).

El protagonista de “Rubishimón Benyojai”, cuento de Luis León, recuerda los relatos de su abuela sefaradí: “- Rubí Shimón Ben Iojai, mos acompaña akí y en la kái, Alfridico. Cuando lo bushkaron para matarlo, fuyieron él y su isho a la muntanyia. Era un cuento como cualquier otro. A la abuela Masaltó le agradaba narrarnos trozos bíblicos, que de vez en cuando mechaba con un poco de cábala y fábulas de Esopo. Yo la escuchaba con admiración, y habitualmente, haciendo dibujos sobre cartón, yo levantaba cada tanto mi cabeza, para controlar que no callara, y volvía a bajarla en silencio, para zambullirme en el dibujo, sin saber en realidad si debía entender todo lo que ella me contaba, o simplemente disfrutar del misterio de escucharla” (8).

En el cuento de Luis León, “Izmir, Vísperas de Pésaj”, judíos de Esmirna preparan su viaje hacia la “Aryintina, como Ierushalám, tierra prometida de leche y miel...” (9).
En “Chacarita, Vísperas de Pésaj”, otro sefaradí proveniente de Esmirna recuerda con disgusto su paso por el hotel de inmigrantes: “Cuarenta días en el vapor no fueron menos que cuarenta años en el desierto, y al llegar, ese hotel. Parecido a la timaraná de Chesmé, igual a ese manicomio donde murió Doudou, su madre que nunca lo abandonaba, y comenzó a dejarlo un día, de a poco, en su cerebro, poco a poco hasta olvidar quién era su único hijo, y otro día se fue entre esas paredes ajenas. Esas inmensas salas llenas de camas, donde cada uno hablaba de lo suyo y sin que nadie los entienda” (10).

Dyusepo –protagonista de “El sueño de Dyusepo”, cuento de Luis León distinguido con el Primer Premio en el Concurso Internacional de Cuentos de Temática Judía, convocado por la AMIA- ”reconocía su dicha al llegar al Río de la Plata. Dios había sido hartamente piadoso con él, aquel día en que Nissim Janná esperó largas horas en el puerto hasta que el enorme cuerpo de metal llegó a la dársena y con su mujer y sus dos pequeñas hijas, subieron al carro que los llevaría a esa pieza de 25 de Mayo y Viamonte” (11).


Un inmigrante, personaje de un cuento de José Mantel, relata su historia: “-Apenas tenía quince años cuando vine de Izmir con mi padre viudo. No tuvo suerte, y al tiempo decidió probar en otro lado, dejándome con una prima suya. No lo vi nunca más, no sé nada de él, ni siquiera si está vivo o muerto. La prima estaba casada con un mal hombre, que cuando se hacía ‘preto candil’ le daba ‘jaftonás’. Un día quiso pegarme a mí, y le partí la cabeza con un banco que había en la cocina. Salí de la casa, sabiendo que no podría volver más” (12).

“Michel Moljo: El epigrafista” (13) se titula el cuento en el que Isaías Leo Kremer evoca a este hombre que, “en 1950, dolorido por la devastación de toda la comunidad judía de Grecia, se embarcó hacia Buenos Aires para hacerse cargo de la conducción del templo SHALOM”. “De prisa Michel Moljo –escribe Kremer-, trata de descifrar rápido esas antiguas inscripciones, que ya vendrán los marmoleros para llevarse las placas y no habrá otra oportunidad para hacerlo. Tu reacción fue instantánea, cuando el alcalde de Salónica decidió tomar una parte del antiguo cementerio judío por “razones urbanísticas”; te apuraste a rescatar ese testimonio que arranca de épocas tan antiguas y que nutrieron con sus nombres a tantas familias de hidalgos españoles“.

En dos cuentos de Carolina de Grinbaum aparece el turco comerciante. En “La inocencia de los culpables”, escribe: “Nadie faltó al convite, desde el boticario, el Juez de Paz, el turco del almacén, el cura párroco, el comisario y algunos vecinos de vieja data. La cosa daba para gran jolgorio”. En “Un amarillo hiriente”, leemos: “Estaban sólo ellos y el pudor en la rústica cortina comprada al turco, única escenografía florida, entre esa aridez” (14).

En “El elegido”, Alberto Benchouam relata: “Los bordes ajados lo dificultaban, pero tras un minucioso examen a trasluz, Víctor Pardo logró descifrarla: la fotografía había sido tomada en el mes de marzo de mil novecientos veinticinco. Desde la imagen en sepia, amarillenta y borrada en la parte inferior, una mujer joven semi acostada en un sillón, sostenía sentados, uno en cada rodilla, a dos niños vestidos de idéntica forma y aparentemente de la misma edad, de rasgos iguales, aunque uno de ellos miraba la cámara de frente, mientras que el otro giraba un poco el rostro, como si en ese momento se hubiera distraído con una imagen o palabra. Un poco más atrás, y sosteniendo el vestido de la mujer, una niña de unos cuatro años, con una muñeca cuyas piernas se iban del encuadre” (15).

Notas
1. Mariani, Roberto: “Santana”. Citado por Páez, Jorge en El conventillo. Buenos Aires, CEAL, 1970.
2. Moyano, Daniel: “Cantata para los hijos de Gracimiano”, en Hernández, J.J., Tizón, H., Blaisten, I. y otros: El cuento argentino 1959-1970 antología. Buenos Aires, CEAL, 1980.
3. Tizón, Héctor: “El mundo, una vieja caja de música que tiene que cantar”, en Hernández, J.J., Tizón, H., Blaisten, I. y otros: El cuento argentino 1959-1970 antología. Buenos Aires, CEAL, 1980.
4. Lynch, Marta: “Entierro de Carnaval”, en Los cuentos tristes. Buenos Aires, CEAL, 1967, pp. 132-3.
5. Lynch, Marta: “La rapiña”, en Lynch, Marta: Los cuentos tristes. Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1967.
6. Montes; Francisco: “El camello ciego”, en Leyendas y Aventuras de Alpujarreños, en Unisex. Buenos Aires, Bruguera. 163 pp.
7. Montes, Francisco: “Unisex”, en Unisex. Buenos Aires, Bruguera.
8. León, Luis: “Rubishimón Benyojai”, en SEFARaires, Nº 4, 2002. Buenos Aires. (sefaraires@fibertel.com.ar).
9. León, Luis: “Izmir. Vísperas de Pésaj”, en SEFARAIRES.
10. León, Luis: “Chacarita. Vísperas de Pésaj”, en SEFARAIRES.
11. León, Luis: “El sueño de Dyusepo”, en León, Luis et al.: Rostros de una identidad. Relatos premiados del Concurso Internacional de Cuentos de Temática Judía. Buenos Aires, Editorial Milá, 2004. 96 pp.
12. Mantel, José: “La historia de Yaquito Péres (3) La confesión de Yusef”, en SEFARaires, N° 13, Mayo de 2003.
13. Kremer, Isaías Leo: “Michel Moljo: El epigrafista”, en SEFARaires, N° 18, Octubre de 2003.
14. Grinbaum, Carolina de: La inocencia de los culpables. Buenos Aires, e.g, 2003.
15. Benchouam, Alberto: “El elegido”, en SEFARAires, Nª 49, Mayo de 2006.


En cuentos infantiles y juveniles

Había inmigrantes entre los personajes de “No hagan olas”, de Elsa Bornemann: “En aquel conventillo de Buenos Aires, cercano al puerto y donde vivían hace muchos años, los inquilinos argentinos tenían la costumbre de poner apodos a los extranjeros que –también- alquilaban alguna pieza allí. No eran nada originales los motes, y errados la mayoría de las veces, ya que –para inventarlos- se basaban en el supuesto país o región de procedencia de cada uno. Tan supuesto que –así, por ejemplo- don José era llamado ‘el Ruso’, aunque hubiera nacido en Ucrania... A Sabadell, Berenguer y sus esposas les decían ‘los gallegos’, si bien habían llegado de Barcelona sin siquiera pisar Galicia... Apodaban ‘los turcos’ al matrimonio de sirilibaneses; ‘los tanos’, a la pareja de jóvenes italianos de Piamonte que jamás habían conocido Nápoles e –invariablemente- ‘el Chino’, a cualquier japonés que diera en fijar allí su transitorio domicilio. Sin embargo, podríamos deducir un poco más de conocimientos geográficos, de información y hasta cierto trabajo imaginativo por parte de aquellos pensionistas argentinos, de acuerdo con los sobrenombres que les habían adjudicado a la dueña de la casona y a su hijo. Ambos eran griegos. Por lo tanto ‘la Homera’ y ‘el Homerito’, en clara alusión al autor de La Ilíada y La Odisea, el genial Homero. Por supuesto, a todas las criaturas que habitaban esa construcción tipo ‘chorizo’ (cuartos en hilera, cocina y bañitos ídem, abiertos a ambos lados de un patio), los `rebautizaban’ con los mismos motes que sus padres, sólo que en diminutivo” (1).
En Palermo, en las primeras décadas del siglo XX, Fernando Da Salerno, protagonista de un cuento de Fernando Sorrentino, se casa con una descendiente de libaneses. Relata el narrador: “En aquella época los árabes –o, al menos, los libaneses de doña Ibrahima- tenían la costumbre de que los recién casados se retirasen temprano de la fiesta para tener su primera cena en su nueva casa” (2).

Notas
1 Bornemann, Elsa: No hagan olas (Segundo pavotario ilustrado. 12 cuentos). Ilustraciones: O´Kif. Buenos Aires, Alfaguara, 1998.
2 Sorrentino, Fernando: “Hombre de recursos”, en La venganza del muerto y otros cuentos con astucias. Buenos Aires, Alfaguara, 1997.

Poemas

Leopoldo Lugones, en “la ‘Oda a los ganados y las mieses’ muestra una expansión jubilosa en la exaltación de la tierra, los hombres y los frutos, sin rehuir prosaísmos certeros de cordial resonancia. Desde el diálogo pintoresco que sitúa con felicidad en su medio al criollo o al extranjero hasta el cuadro familiar a veces íntimo y conmovido de recuerdos, Lugones hace explícita una convivencia con el mundo humano, animal o de humildad biológica que sorprende por la extrema y sutil observación. Hay ternura y gracia en el diminutivo y las imágenes justas multiplican ante el lector la hirviente variedad de ese vivo universo” (1). Canta al árabe (2):

Más allá viene el sirio buhonero,
Balanceando a la espalda su bicoca,
Al canto gutural de la sabida
‘Cosa linda barata’ que pregona”.

En su poema “En el día de la recolección de los frutos” (3), Alfredo Bufano expresó:

Salud, hombres morenos que escuchasteis
a los cedros del Líbano sonar,
y que hoy en nuestros vientos creéis oír las voces
de la patria que acaso ya no veréis jamás.
Hombres de los desiertos remotos
a quienes en las pampas hoy vemos galopar
luciendo nuestro escudo en el pañuelo gaucho
o en la rastra de plata o el mango del puñal.
¡Hombres de ojos negros y lejanos;
hermanos árabes que lloráis
cuando en las noches nuestras agobiadas de estrellas,
oís una guitarra gemir y sollozar.

En su poema “En el conventillo” (4), Jevel Katz alude a los inmigrantes.

Cuartitos, cuartitos, cuartitos,
y nunca falta algo de barro.
Hay gente allí de todo el mundo
árabes, españoles, turcos, italianos,
todos apiñados en un mismo patio;
y no faltan judíos de Lituania,
y polacos, y galitzianos.

En “Canción a Berisso” (5), Matilde Alba Swann recuerda las escuelas de esa localidad:

Yo le canto a tus niñas saliendo de la escuela:
alemanas, rusitas, italianas, armenias,
distintas lenguas todas e idéntico candor;
y canto a las pequeñas hijas de mi tierra
"made in argentina" levadura extrajera,
raíces que se prenden a un destino mejor.

Eduardo Bedrossian canta a la inmigración armenia. En su novela Hayrig Detrás del silencio de un millón y medio de voces incluyó el poema “Armenia” (6), que transcribo parcialmente:

Aquellos que dejando el amparo de tus manos,
en la tarde oscura del invierno se marcharon
peregrinos, a otras tierras, otros mares,
grabando en tu alma el recuerdo
de sus risas frescas de días lejanos.

En “Imagino” (7), Luis León evoca un exilio de siglos:

Un pueblo entero partido en muchos pueblos, soltado como palomas en alta mar, ante la incertidumbre de hallar una isla donde detenerse.
Así el pueblo sefaradí se hizo varios y a la vez continuó siendo uno. Misterio ejemplificador el de los judíos españoles: Holanda por acá, regiones otomanas por allá, Marruecos por el otro lado. Muchos pueblos con una sola lengua...permanecieron un solo pueblo.
Largo deambular y una agonía que quizá, duraría más de quinientos años, o a lo mejor sólo las pocas horas que tardaron en renovar la ilusión de revivir en otra tierra, hacer suyos los nuevos vecinos, conocer palabras de los otros, para regar la propia lengua.

Notas
1. Ara, Guillermo: “Leopoldo Lugones”, en Historia de la literatura argentina. Buenos Aires, CEAL, 1980.
2. Lugones, Leopoldo: “Oda a los ganados y las mieses”, en Antología poética. Buenos Aires, Espasa, 1965.
3. Bufano, A.: “En el día de la recolección de los frutos”, en “Para todos los hombres del mundo que quieran habitar el suelo argentino”. Buenos Aires, Clarín.
4. Katz, Jevel: “En el conventillo”, en Weinstein, Ana E. y Toker, Eliahu: “La rama argentina de la literatura ídish, y rama ídish de la liteatura argentina”, en Weinstein, Ana E. y Toker, Eliahu: La letra ídish en tierra argentina Bío-bibliografía de sus autores literarios. Buenos Aires, Milá, 2004. Traducción de Eliahu Toker.
5. Swann, Matilde Alba: “Canción a Berisso”, en Canción y grito, 1955. Incluido en www.matildealbaswann.com.ar
6. Bedrossian, Eduardo: Hayrig. Buenos Aires, 1991.
7. León, Luis: “Imagino”, en Sefaraires, N° 33, enero de 2005, sefaraires@fibertel.com.ar.

Teatro

Solané (1), de Francisco F. Fernández, fue escrita en 1872. Escribe Angela Blanco Amores de Pagella: “El protagonista de esta obra es Jerónimo Solané, un chileno hijo de una araucana y un francés, que existió en la realidad y que llegó a los pagos de Tandil con fama de curandero. El asunto se refiere a un hecho real: el asesinato de un comerciante de Tandil fue atribuido injustamente a Solané (...) Solané fue preso, pero no se le pudo probar nada. Entonces fue muerto a través de los hierros de la ventana de la prisión”. En la pieza "Se habla tambien de la masa inmigratoria que por entonces ha irrumpido en el campo; hay alusiones al turco, con sus baratijas, al italiano rico que está de acuerdo con el gobierno, al negro, al criollo, es decir, aI conglomerado humano que por entonces habia transformado la fisonomia étnica de nuestra campaña». (2).

“La urbe no consigue absorber del todo el aluvión tumultoso que avanza desde el puerto –afirma Luis Ordaz-, y si bien el inmigrante se va incorporando al medio que habita e integra. Éste (el medio) se conforma, asimismo, con dicha participación e incidencia. El inmigrante se adapta o no, pero, a la vez, impone un nuevo sentido a las cosas y hasta las nombra y condimenta con vocablos y giros que componen una nueva jerga de frontera. Italianos y españoles, particularmente, pero también ‘turcos’, polacos, ‘rusos’ (judíos de variadas procedencias), animan una población pintoresca por el enfrentamiento, habitualmente apacible y sin prejuicios de ninguna índole, de todas las nacionalidades, razas y credos. Todo esto resalta, de manera natural, en el ‘sainete porteño’ “ (3).
“En Mustafá, sainete que Armando Discépolo y Rafael José De Rosa escriben en colaboración, y estrenan en 1921, don Gaetano (tano típico del género) se entusiasma ante la fusión, la ‘mescolanza’, que se logra en las bulliciosas casas de vecindad porteñas” (4). Conversando con el turco que da nombre a la obra acerca del casamiento del hijo del primero con la hija del segundo. Destaca el clima amistoso del conventillo: “E lo lindo ese que en medio de esto batifondo nel conventillo todo ese armonía, todo se entiéndano: ruso co japonese; francese con tedesco; italiano co africano; gallego co marrueco. ¿A qué parte del mondo se entiéndono como acá: catalane co españole, andaluce co madrileño, napoletano co genovese, romañolo co calabrese? A nenguna parte. Este e no paraíso. Ese ne jauja. ¡Ne queremo todo! (Abrazándolo.) ¿Verdá, otomano?... Eso que dicen que turco e taliano so como perro e gato, maccanéano. (Teniéndolo estrechamente.) Mira un poco. (El turco sigue triste, frío, no se levanta de su silla.) Ne tenemo afecto, cariño puro, sincero amore. (Parece que se va a fotografiar.)” (5).
A criterio de Ordaz, “Don Gaetano se refiere, efusivo, a una parte verdadera e importante del conventillo, mientras la otra parte, que sirve para completar la visión, queda soslayada: ¿quiénes habitan las enormes casonas, cómo se vive en un conventillo?” (6).
“Basada en un hecho real, en el que una familia de origen armenio presenta a la justicia argentina una demanda, por el derecho a saber lo que ocurrió con uno de sus antepasados, la obra de Claudia Piñeiro "Un mismo árbol verde" (...). Con dirección de Manuel Iedvabni, que vuelve a retomar un conflicto de origen armenio, como lo había hecho con "Una bestia en la luna", la pieza es actuada por Marta Bianchi y por Noemí Frenkel, en los papeles de Dora, la madre y de Silvia, su hija.”
“La autora Claudia Piñeiro ganó el premio Clarín de novela (por "Las viudas de los jueves") el año pasado y su pieza "Un mismo árbol verde" traza un paralelo entre el doloroso genocidio vivido por el pueblo armenio, entre 1915 y 1923 y la última dictadura argentina, en la que desaparece una de las hijas de la protagonista, Dora, de origen armenio, que es el papel que hago yo”, dice Marta Bianchi a La Prensa”.
La pieza es presentada por la Fundación Hairabedian (7).

Notas
1. Fernández, Francisco F.: Solané, en Blanco Amores de Pagella, Angela: Iniciadores del teatro argentino. Buenos Aires, Ediciones Culturales Argentinas, 1972.
2. Blanco Amores de Pagella, Angela: Iniciadores del teatro argentino. Buenos Aires, Ediciones Culturales Argentinas, 1972.
3. Ordaz, Luis: “Armando Discépolo o el ‘grotesco criollo’ “, en Historia de la Literatura Argentina. Buenos Aires, CEAL, 1980.
4. Ordaz, Luis: ibídem
5. Discépolo, Armando y De Rosa, Rafael: Mustafá. Citado por Páez, Jorge en El conventillo. Buenos Aires, CEAL, 1970.
6. Ordaz, Luis: op. cit.
7. J. C. F.: “MARTHA BIANCHI Y NOEMI FRENKEL ESTRENARAN "UN MISMO ARBOL VERDE", LA PIEZA DE CLAUDIA PIÑEIRO Un drama ligado al ayer más negro”, en La Prensa, Buenos Aires, 16 de septiembre de 2006.

.....

Con sus costumbres y sus oficios, los “turcos” están presentes en la literatura argentina y en los testimonios que transcribimos parcialmente. Aunque unificados bajo una común denominación, supieron mantener las tradiciones de las tierras de las que provenían y contribuyeron al engrandecimiento de la nuestra.

Diciembre de 2006

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