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1. Introducción
2. En testimonios
3. En biografías
4. En novelas
5. En cuentos
6. En poemas
7. En canciones
8. En leyendas
9. En teatro
10. En televisión
En este trabajo me refiero a algunos inmigrantes –reales o de ficción- que llegaron a la Argentina, a quienes encontré denominados como "gringos", en los testimonios, biografías, novelas, cuentos, poemas, leyendas, obras teatrales, canciones y programas televisivos en que se los evoca.
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A la Argentina llegaron los "gringos". Eran ellos los que no hablaban castellano, aunque fueran españoles, como los vascos. Se consideró gringos a los ingleses, franceses, italianos, alemanes, suizos, rusos y ucranios, entre otros. El sentimiento que la sociedad evidenciaba ante ellos va desde el desdén que se advierte en algunas páginas, hasta el cariño que se vislumbra en otras.
Se los ha evocado en testimonios, biografías, novelas, cuentos, poemas, leyendas, obras teatrales, canciones y programas televisivos, que nos hablan de su presencia en la ciudad de Buenos Aires y en las diversas provincias en las que se afincaron.
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Cuando italianos y nativos jugaban a los naipes, aludían a la condición de "gringos" y "criollos" de los jugadores. Escribe Fernando Sorrentino que "Juan Carlos Rizzo, entonces niño de nueve o diez años, testimonia el uso, hacia 1940,del cocoliche (no literario sino espontáneo) por parte de los italianos (los tanos) que jugaban a los naipes en el comercio de su padre. (Los criollos) jugaban al truco, al mus y al tres siete mezclándose con los tanos. Era gracioso escucharlos cuando imitaban los dichos de los gringos tratando de traducirlos... O cuando, a la inversa, eran ellos los que, acriollándose en una imitación muy graciosa del decir de nuestros paisanos, improvisaban sus versos. Muchas veces mi padre me llamó para que los escuchara… Io sono un criocho italiano/ que parla mal la castilla./ ¡Non se caiga de la silla,/ que tengue flor nella mano…!’. En seguida seguía el divertido contrapunto, que terminaba por transformarlos en auténticos pay! adores: ‘Y yo soy criollo, no gringo,/ y atajate, que te bocho:/ ¿cómo se dice en tu lengua/ contraflor con treinta y ocho?’. Terminada esa partida, o la siguiente (porque el orden no viene al caso), uno de los truqueadores gringos respondía en tono de milonga pampeana: ‘Aquí me pongo a cantare/ co la guetarra a la mano/ e le canto ¡contraflore!/ Angárresela, paisano’ " (1).
En "Imágenes paganas", Fernando Barraza escribe: "Hace una semana discutí con un amigo del alma que estuvo viviendo en el extranjero durante casi los últimos diez años. Él me decía muy suelto de ánimos: "eso que mostró el coro no es Neuquén". Yo no estaba de acuerdo, pero lo entendía: él se volvió de una de las ciudades más lindas y antiguas del planeta... era hasta lógico que no encontrara a su ciudad en las imágenes sueltas que el coro le proponía aquella noche en la que fue a ver "Attendite" Él quería una mística de progreso, pero resulta que esta joven ciudad centenaria, alojada en las puertas mismas del culo del mundo, ha cambiado. "No puede ser que en todo el espectáculo no esté la imagen emblema de este lugar: el chacarero arando la tierra", dijo él, como buscando las raíces del crecimiento de este lado del planeta en el positivismo colonial de un gringo con un arado, luchando contra el desierto. Una imagen cándida, sí -para que negarlo-, pero que ha ! perdido fuerza en la realidad misma de esta ciudad. Ese gringo se ha transformado en algo más... másssss... más así: Los ojos del chacarero gringo hoy no son Neuquén. No es que el gringo haya desaparecido, no; pero la pureza aria que casi todo gringo pretende (aunque no lo admita abiertamente jamás) se ha mezclado con los de la gente de esta tierra, los mapuche. Y esos ojos se han combinado en mil formas de combinarse; y han sido etnia vs. etnia, etnia con etnia y etnia sobre etnia. Los gringos ojos del chacarero iniciático hoy son otros" (2).
"Gringo y paisano" se titula el artículo que transcribimos, en el que se evoca a un gringo desde la perspectiva profesional y humana:
"El Inta Bariloche recordó al doctor Grenville Arturo Morris (foto), cuyo fallecimiento se produjo un mes atrás y generó numerosas expresiones de consternación pero también de imborrables recuerdos por el accionar singular y emblemático del ‘gringo del Inta’. Su trabajo cotidiano con pequeños productores de Río Negro, Chubut y Neuquén no resultará fácil de olvidar en la norpatagonia".
"El INTA Bariloche, a un mes del fallecimiento del Dr. Grenville Arturo Morris, ocurrido el pasado 10 de febrero, dio a conocer un mensaje en que recuerda a su compañero de trabajo y rememora su compromiso con el sector de productores ovinos y caprinos. El Dr. Morris se desempeñó en la investigación de ovinos en la Estación Experimental Agropecuaria Bariloche y como extensionista en las Agencias de Extensión Rural y en Ing. Jacobacci. Recordado en el ámbito provincial y especialmente en la Línea Sur por su paso por la función pública como Ministro de Recursos Naturales de la Provincia de Río Negro. El "GRINGO Morris" como todos lo recordamos, dejó su huella como profesional y como hombre de bien. Nadie olvidará su trabajo cotidiano con pequeños productores de Río Negro, Chubut y Neuquén, su trabajo con la organización de cooperativas para la venta de lana o de mohair y con el mejoramiento genético de los caprinos de Angora. ¡Cuántos paisanos lo recuerdan con! su rastrojero!, surcando huellas en el interior de la provincia. Para muchos fue más que un simple técnico, fue "el amigo". Para otros, que venimos trabajando con él desde hace muchos años, fue como un padre. Gringo, siempre te recordaremos..." (3).
En "Testimonios de vida. Los wichí continuamos sobreviviendo", don Sebastián Montes evoca a un gringo: "El agua venía de tosca y se iba para el Palmar. Los buques venían para acá y entraban hasta las Moras Blancas en una barranca alta que había por ahí, cuando bañaba el buque venía, pasaba por Martín García, algunos de los restos del buque creo que los tenía el finao Eulogio Martínez. Después llegó el "Gringo" de Buenos Aires, pero ellos son de Inglaterra y nos pidió que le mostráramos el buque, ahí le sacaba fotos y todo eso. Yo no me acuerdo quién es el "Gringo", pero es hijo de David Lieke, creo que todavía vive en Buenos Aires. (...) Yo te voy a contar; antes que viniera el "Gringo" nosotros no creíamos en nada, adorábamos a la lluvia, le cantábamos y bailábamos pidiendo que llueva. tocábamos la trompa y bailábamos el Pim-Pim. (...) el gringo la trajo (la trompa) de Inglaterra y cuando se acabó la fabricábamos nosotros. Te voy a seguir contando, después ! llegó el gringo y nos enseñó a escribir y cantar porque nosotros no sabíamos eso . Tampoco teníamos escrituras. Nos dijo que no teníamos que adorar la lluvia ni nada de eso, ¿porque nos vamos a ir a la perdición? (...) ‘¿Sabés?, antes a nosotros nos decían matacos pero cuando llegó el "Gringo" cambió, y nos dicen aborígenes. Antes tampoco usábamos ropa, solo chiripa los varones, y las mujeres se ataban en la cintura una tela o trapo, él nos enseñó a vestirnos. Porque los tiempos cambian. Los criollos ya no son malos, ya no les tenemos miedo; a mí me dan lástima porque se matan entre ellos; gracias a Dios eso no pasa entre nosotros" (4).
Notas
1. Sorrentino, Fernando: "Del italiano al cocoliche", en Centro Virtual Cervantes, Instituto Cervantes (España), 31 de marzo de 2003.
2. Barraza, Fernando: "Imágenes paganas", en www.efectotabano.com.ar, Noviembre de 2004.
3. Redacción: "Gringo y paisano", 9 de marzo de 2005, en www.bariloche2000.com.
4. S/F: "Testimonios de vida. Los wichis continuamos sobreviviendo", en www.oniescuelas.edu.ar.
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En Victoria Ocampo, escribe María Esther Vázquez: "Tenían, por supuesto, los Ocampo, prejuicios de clase; nunca se les hubiese pasado por la cabeza que alguna de sus hijas pudiera llegar a casarse con un gringo. Y si bien no se tomaban en serio títulos de nobleza, la tradición y el pasado argentinos eran sagrados para ellos. La educación basada en el estudio del francés y del inglés, que recibían las niñas, se consideraba más refinada y más completa, y no obstante las largas temporadas pasadas en el extranjero todavía regía un estilo 'criollo' en el modo de vivir. Imperaban las virtudes patricias; el ejemplo de aquellos que con su esfuerzo, trabajo y patrimonio hicieron el país en el siglo XIX pesaba como una marca de nobleza. En realidad, fueron estas virtudes cualidades de la clase alta que, para su desgracia, no supieron o no quisieron, en la mayoría de los casos, extender hasta sus descendientes" (1).
El Gringo Pellegrini se titula la biografía del presidente Carlos Pellegrini, escrita por Delfor Reinaldo Scandizzo, una obra que "aborda la vida de una de las más trascendentes personalidades de nuestra historia, por su coraje cívico, su profunda formación intelectual, como así por su notable visión de futuro. Esas cualidades, y otras, lo transformaron en un punto de referencia ineludible de los sectores que luchaban por el progreso social, económico y político de su tiempo" (2).
Nora Ayala relata que su abuela criolla, que vivía en Misiones, tenía prejuicios contra los extranjeros. "Nosotros no vinimos a matarnos el hambre como los gringos –decía-, estuvimos siempre acá" (3).
Notas
1. Vázquez, María Esther: Victoria Ocampo. Buenos Aires, Planeta, 1991. 239 páginas.(Colección Mujeres Argentinas, dirigida por Félix Luna). Foto de tapa: Man Ray, 1930. Investigación y edición fotográfica: Marisel Flores, Graciela García Romero Felicitas Luna. Reproducciones: Filiberto Mugnani.
2. Scandizzo, Delfor Reinaldo: El Gringo Pellegrini. Buenos Aires, Editorial Corregidor, en www.lsf.com.ar.
3. Ayala, Nora: Mis dos abuelas. 100 años de historias. Buenos Aires, Editorial Vinciguerra, 1996.
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En La gran aldea Costumbres bonaerenses (1), de Lucio V. López, aparecen inmigrantes, vistos desde la perspectiva de un escritor que añora un pasado que no volverà. Lòpez compara a los tenderos de antaño con los del presente: "¡Y què mozos! ¡Què vendedores los de las tiendas de entonces! Cuàn lejos estàn los tenderos franceses y españoles de hoy de tener la alcurnia y los mèritos sociales de aquella juventud dorada, hija de la tierra, ùltimo vàstago del aristocràtico comercio al menudeo de la colonia".
Recuerda a uno de aquellos tenderos criollos: "Entre los prìncipes del mostrador porteño, el màs cèlebre, sin disputa, era don Narciso Bringas: gran tendero, gran patriota, nacido en el barrio de San Telmo, pero adoptado por la calle del Perù como el rey del mostrador. No habìa mostrador como el de aquel porteño: todo el barrio junto no era capaz de desdoblar una pieza de madapolàn y de volverla a doblar como don Narciso; y si la piràmide misma le hubiera querido disputar su amor a Buenos Aires, a la piràmide misma le habrìa disputado ese derecho".
Describe la estrategia del tendero para dirigirse a su clientela: "Don Narciso subìa o bajaba el tono segùn la jerarquìa de la parroquiana: dominaba toda la escala; poseìa toda la preciosidad del lenguaje culto de la època y daba el do de pecho con una dama para dar el sì con una cocinera".
"Los tratamientos variaban para èl segùn las horas y las personas. Por la mañana se permitìa tutear sin pudor a la parda o china criolla que volvìa del mercado y entraba en su tienda. Si la clienta era hija del paìs, la trataba llanamente de hija; hija por arriba e hija por abajo. Si èl distinguìa que era vasca, francesa, italiana, extranjera, en fin, iniciaba la rebaja, el ùltimo precio, el ‘se lo doy por lo que me cuesta’, por el tratamiento de madamita. ¡Oh!, ese madamita lanzado entre 7 y 8 de la mañana, con algunas cuantas palabras de imitaciòn de francès que èl sabìa balbucir, era irresistible. Durante el dìa, los tratamientos variaban entre hija e hijita, entre tù y usted, entre madamita y madama, segùn la edad dela gringa, como èl la llamaba cuando la compradora no caìa en sus redes".
En Matanzas se afincó el gringo Sardetti, a quien Juan Moreira, protagonista que da nombre a la obra de Eduardo Gutiérrez, mata por no pagar la deuda que tenía con el gaucho.
"Concluyamos que es tarde –dijo levantándose de pronto-. Amigo Sardetti, vengo a que me pague los diez mil pesos o a cumplir mi palabra empeñada.
El pulpero vaciló, miró con espanto a Moreira, y dirigiendo una mirada de suprema súplica al paisano que había tratado de disuadir a aquel terrible acreedor, respondió de una manera humilde y quejumbrosa:
-Yo no tengo plata, amigo Moreira; espérese unos días, y le juro por Dios que le he de pagar hasta el último peso.
-No espero más –contestó el paisano con suprema altivez-; vengan los diez mil pesos o te abro diez bocas en el cuerpo, para que por ellas puedas contar que Juan Moreira cumple lo que promete, aunque lo lleve el diablo.
Y con la mano segura desnudó su daga, que brilló con un fulgor siniestro.
Los paisanos habían quedado helados; Sardetti estaba más muerto que vivo, y Moreira, arrogante y altivo, con la daga en la mano y la manta de vicuña volcada sobre el brazo izquierdo, estaba allí como el ángel del exterminio.
-O pagas sobre el acto –dijo imperiosamente Moreira-, o te abro como un peludo.
-No tengo plata –balbuceó el pulpero en una especie de estertor, mientras el paisano que desde un principio había tratado de evitar el lance, se cruzaba delante de la daga de Moreira, diciéndole:
-No te pierdas, hermano; el gringo no vale la pena y vas a tener que huir del pago" (2).
Alamos talados (3) fue distinguida en 1942 con el Primer Premio de Literatura de Mendoza, el Primer Premio Municipal de Buenos Aires y el Primer Premio de la Comisión Nacional de Cultura. En esta obra, relata el narrador, un adolescente: "Doña Pancha aún no podía comprender cómo abuela había recibido, ‘con aire de visita’, a uno de esos gringos bodegueros, decía ella recalcando la palabra con retintín. Ella no podía entenderlo y menos disculparlo. Entre tener una viña y tener bodega para hacer vino había un abismo infranqueable. Eran dos castas distintas, y la Pancha se había constituido guardián insobornable de esa separación".
Los criollos, que se agrupan bajo la protección de la señora y sus descendientes, ven como algo degradante el trabajo en la viña, pues nacieron para domar potros y para hacer tareas que exijan valor y destreza: " ‘Los criollos no somos muy guapos pa’ estos menesteres, eso di’ andar cortando racimitos son cosas pa’ los gringos y las mujeres –había dicho Eulogio-. Ahora, lidiar con toros, jinetear potros, trenzar tientos de cuero crudo, marcar animales, ésas son cosas di’ hombre’ y hasta si se trataba de dar una manito para cargar las canecas, entonces se ajustaban el cinto y la faja, acomodaban el cuchillo en la cintura, ‘y no le hacían asco a juerciar un poco’ ".
Fausto Burgos, en El gringo (4), reitera a lo largo de la novela la acusación que los nativos hacen a los extranjeros: "’¿No son ustedes los que nos vienen a quitar la tierra y el vino y el pan y todo? Los peones blancos miran con cariño y con lástima a quien esto dice y comentan: ‘Povero nero’, ‘povero chino’, ‘é una bestia’". Para la familia del protagonista, ser inmigrante es una vergüenza que se debe ocultar, tratando de parecerse en lo posible a los nativos de clase alta: ‘Usted no es un gringo –afirma el yerno que vive a expensas del italiano-; usted ya puede llamarse criollo; ya tiene títulos para ello’. Uno de los peones asegura también que Contadini ya es criollo, pero lo hace en otro sentido: ‘De esas cubas hay que sacar el orujo pa’ llevarlo a las prensas –explica al yerno. Mire vea, ¿y quién saca el orujo?, ¿quién se mete en la cuba sabiendo que adentro de ella puede parar las patas? El peón criollo, señor; el gringo tiene miedo, el gringo! no se mete a descubar ni por equivocación. Mi patrón no es gringo; mi patrón es ya criollo; él es capaz de ponerse a descubar también".
En el Libro Tercero de Adán Buenosayres, de Leopoldo Marechal, aparece Juan Sin Ropa, el que derrotò a Santos Vega. Juan Sin Ropa –explica el folklorista Del Solar- "es el gringo desnudo que vence a Santos Vega en una clase de lucha que nuestro paisano ignoraba: la lucha por la vida". En ese momento, "el vistoso gaucho fue borràndose para dejar sitio a un hombretòn forzudo y coloradote, de camisa y bombachas a cuadros, botas amarillas, facòn ostentoso y un rebenque guarnecido de plata casi hasta la lonja. No sin una efusiòn de simpatìa, los aventureros identificaron al punto la imagen risueña de Cocoliche".
" Sono venuto a l’Argentina per fare l’América –declaró el aparecido-. E sono in América por fare l’Argentina. -¡Ajá! –le gritó Del Solar-. ¡Así quería verte! ¿No sos el gringo bolichero que con hipotecas y trampas robó la tierra del paisanaje? Cocoliche tendió y exhibió sus grandes manos encallecidas. –Io laboro la terra –dijo-. Per me si mangia il pane. Risas hostiles mezcladas a voces de aliento festejaron el retrueque de Cocoliche. –En eso tiene razón el gringo – admitió Pereda. -¡Es un bolichero! Insistía Del Solar-. ¡Sólo ha venido a enriquecerse!".
"Y aquí la figura de Cocoliche se transformó a su vez en la de un anciano cuyas barbas patriarcales relucían como latón fino. Miraba como abriendo grandes horizontes, vestía un poncho de vicuña y un chiripá sombrío; y Adán Buenosayres, temblando como una hoja, reconoció la efigie auténtica del abuelo Sebastiàn, el antepasado europeo de Adàn Buenosayres, quien le dice a Del Solar: "Cien veces crucè la pampa en mi carreta, y cien veces el rìo en mi ballenero de contrabandista. Arè la tierra virgen y agrandè rebaños. Y no es mìa ni la tierra donde se pudren mis huesos" (5).
Carlos Pellegrini, protagonista de La última carta de Pellegrini, novela biográfica escrita por Gastón Pérez Izquierdo, manifiesta en esa obra: "Los que siempre exageran me pusieron varios motes. Algunos solemnes, como el de Groussac, en alusión a la forma en que piloteamos con don Vicente Fidel la tormenta del ’90. Otros graciosos, debidos más a la picaresca política como ‘la muñeca’ cuya evocación me hace reír. Usada en nuestra tierra como manifestación del pulso para dirimir y encauzar las más dificultosas transacciones entre titanes de la política ¿se imagina su interpretación en Europa? Recuerdo la cara de incomprensión y sorpresa de un diputado francés cuando le tradujeron poupeé y veía frente a sí mi estatura y mis manazas, mis bigotes y mi porte y los ademanes que Cané comparaba con un molino girando. ‘Gringo’, y en forma despectiva, creo que fue idea de Sarmiento. Según parece, un día que ese gran sanjuanino hecho de piedra y fuego estaba fastidiado con los italianos... o tal vez conmigo solo" (7).
En La noche que me quieras, Jorge Torres Zavaleta evoca la intolerancia criolla ante los diferentes paladares. De "los gringos y los ingleses" afirma el narrador que eran "unos animales" porque arrimaban "hacia un costado del plato los restos del dulce de leche" porque no les gustaba. Eso era vivido por el hombre como una verdadera "falta de educación" (8).
Notas
1. López, Lucio V.: La gran aldea. Costumbres bonaerenses. Buenos Aires, CEAL, 1980. (Capítulo).
2. Gutiérrez, Eduardo: Juan Moreira. Buenos Aires, CEAL, 1980.
3. Arias, Abelardo: Alamos talados. Buenos Aires, Sudamericana, 1990.
4. Burgos, Fausto: El gringo. Buenos Aires, Tor, 1935.
5. Marechal, Leopoldo: Adán Buenosayres. Buenos Aires, Sudamericana, 1970.
7. Pérez Izquierdo, Gastón: La última carta de Pellegrini. Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1999.
8. Torres Zavaleta, Jorge: El día que me quieras. Buenos Aires, Planeta, 2000.
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En "Instantánea" (1), texto de Fray Mocho, una italiana dialoga con un criollo, tratando en vano de convencerlo de que no le conviene vivir con ella: "Ma... ¿dícame un poco?... ¿Cosa li parece inamuramientos tra ina lavandiera e in bombiero? ... E anque... tra ina gringa come me e ono criollo come osté... que é propio in chino...". El criollo no entiende razones, y lo expresa con estas palabras: "-¿Pobre?... ¡La gran perra, que había sido avarienta!... ¿Y tuavía querés ser más rica de lo que sos, mi vida?... ¡Pucha!... ¡si al pensar que me vi’a juntar con vos, me parece que me junto con el Banco e Londres!...".
El mismo tema es abordado por Fray Mocho en "Tirando al aire" (2), cuadro en el que un italiano, requerido de casamiento, afirma no poder hacerlo por estar ya casado en su tierra. En un texto de Fray Mocho vemos a dos argentinas intentando una alianza matrimonial con un inmigrante, mas la misma no se da porque el italiano declara estar casado ya en su país. Ante esta situación, la tía de la joven lo increpa: "-¿Y que más quedrá este condenao?... ¡Se necesita ser un gringo afilador, pa crer que una muchacha como mi sobrina sea capaz de fijarse en él si no es para casarse!... ¿Pa qué estarán los criollos?... ¡Aura mismo le habi’avisar al escribiento que no habías sido lo que parecés... condenao!... ¡Si hasta facha e’criminal en tu tierra t’estoy encontrando... verás con quién te has metido a tirar tiros al aire!...".
En "Un sepelio atmosfèrico (Crònica de 1891)", Juan Carlos Dàvalos relata el destino que un gringo, un astrònomo inglès radicado en Salta, eligiò para sus restos: "A toque de clarines, la ceremonia dio comienzo a las 3, hora en que el globo, totalmente hinchado, cernìase por encima de la muchedumbre apeñuscada. Debajo del globo, sobre una mesa, notàbase un bulto largo, especie de tùmulo cubierto por un amplio trapo negro: ahì estaba el cadàver de Mr. Stop. La banda policial atacó entonces la marcha de Jones –llamada aquí ‘Marcha del Señor del Milagro’-, y todo el mundo la escuchó de pie, descubierta la cabeza y el porte compungido. (...) A las cuatro menos cuarto, uno de los bomberos, apartando el trapo negro, dejó al descubierto el envoltorio blanco y fusiforme que contenía debidamente liado, el cadáver de Mr. Stop. (...) Mr. Stop viajaba, pues, hacia la Cordillera, a diez mil metros de altura, por lo menos, y a estas horas se cierne seguramente sobre las e! normes soledades del Océano Pacífico" (3).
Un británico protagoniza "Mister Meaney", de Juan Carlos Dávalos: " ‘El gringo Meaney’ fue en el Colegio Nacional de Salta una de las últimas víctimas de nuestra incultura, en una época en que la buena crianza de mucha gente bien nacida estaba lejos de alcanzar el excelente nivel medio que observamos hoy. (...) Tocóle a Mister Meaney por una pesada chanza de su destino, anclar un día en la vetusta y aburrida Salta, y quedarse aquí, como profesor de inglés, a lidiar con las anuales hornadas de aldeanos cachafaces que se renovaban en el colegio y que veían en el talentoso gentleman, no un profesor, ni menos un amigo, sino un tipo exótico y singular, una verdadera golosina para el descomedido afán de titeo que hormigueaba en aquellas juveniles almas semibárbaras. Al principio porque el gringo champurreaba el castellano, y más tarde –cuando lo aprendió-, porque lo pronunciaba a su modo, las clases de Meaney fueron siempre un espectáculo de feria. Y aquel carácte! r de suyo excéntrico acabó por agriarse. Cuando lo conocí –llevaba él veintitantos años de enseñanza-, ya se había divorciado de nuestro medio intelectual y social, hasta detestarlo con hosquedad irreductible" (4).
Guillermo House evoca, en "El mangrullo", la agonía de un hijo de inmigrantes, y el heroísmo del camarada sanjuanino que intenta protegerlo: "El conscripto Colombo (un hijo de gringos de la provincia de Santa Fe) es regular tirador, pero flojazo para las penurias. (...) Como Colombo no puede moverse, él le introduce en la boca su dedo meñique húmedo de rocío. Pero el sol no tarda en disipar este engaño, y desde temprano se deja sentir. (...) De súbito, uno de ellos –un carancho viejo- mira con sus pequeños ojos sanguinarios hacia la plataforma donde se hallan los soldados vencidos por la fiebre. El uno junto al otro, inmóviles, parecen muertos. (...) Un trozo de oreja de Colombo se va en la garra de un chimango. Zapata, reuniendo las pocas fuerzas que le quedan, lo defiende con su blusa y un cuchillo. Pero, cuando se echa hacia atrás para tomar aliento, el carancho viejo, que avizora, se atreve; y el ojo de Zapata queda vacío del formidable picotazo" ! (5).
Humberto Costantini escribe acerca de un gringo; en su "Historia de una amistad": "Hacía veinte días que no lo veía a don Aldo. La última vez fue un domingo a la mañana. Gringo loco, vino a golpear a casa para contarme no sé qué cosa de la contribución territorial. Como si a mí me importara un pito de la contribución territorial. Ahora que el rematador se hizo cargo de todo. Pero yo lo escuchaba y me daba risa oírle decir que había tiempo hasta junio y que la multa y qué sé yo que lío de papeles. Como si yo fuera un propietario, un gringo como él. Como si yo la hubiera comprado a la tapera ésta y no la hubiera recibido de mi mujer cuando los terrenos por aquí no valían nada. Pero él no entendía de esas cosas. Me hablaba y me mostraba las boletas y me daba consejos. Así fue siempre. Y por eso yo lo quería al gringo. Me llamaba don Cipriano y le gustaba oírme hablar de las cosas de antes. (...) Nos seguíamos viendo los domingos. O en las noches de verano. Cuan! do el calor empuja a la gente a la calle. Eran lindas esas noches. Las ranas tocaban campanitas en la zanja. Y el olor a tierra húmeda, a crisantemo de los jardines recién regados. Y el ligustro atorándose de sombra. Y los paraísos. Hasta tarde solíamos quedarnos charlando. O a lo mejor callados, mirando el agua de la zanja como se sacudía de golpe con una zambullida. O los bichitos de luz que levantaban estrellas en los baldíos. Eran lindas esas noches. Y a mí me gustaba cuando don Aldo me hablaba de sus cosas. Cuando vine a América, ¿sabe?, me soñaba tener una casa y una familia. Muchos hijos, sabe. Así como usted. O más todavía. Ocho, diez. Una mesa larga, larga, y todos allí a la noche comiendo con buen apetito. En mi ciudad había un sastre que tenía doce. Todos carabineros. ¿Se imagina? Con estos sombreros grandes..., me decía. Era como si me agarrara de la mano y me llevara hasta su mundo. Simple, limpio. Él me hablaba y yo entonces era un buen hombre. (...)" (6).
En "Lotz no contesta", cuento de Isidoro Blaisten que integra Carroza y reina, volumen distinguido con el Premio Fortabat, aparece una alusión a los gringos: "Pecheny giró otra vez el cenicero, volvió a sacudir otra vez la ceniza, volvió a mirar lentamente el humo alargado que se iba por la banderola y aplastó el cigarrillo que ya comenzaba a abrirse. Después dio vuelta varias veces el sobre del papel, lo abrió, leyó todo lo que decía: Papel de fumar – 75 hojas. El Surubí . Marca registrada. Tírese suavemente de la hoja. Selecta SAIC – Goya. Corrientes Papel engomado. Lotz se reía: ¿Cuándo piensa comprar los cigarrillos hechos, Pecheny? Ya ni los gringos de las colonias" (7).
Don Domingo, personaje creado por Fanny Fasola Castaño para su cuento "Y el paisano va", recuerda su infancia: "Los niños tenían una mesa aparte, alrededor de la cual podían mezclarse en sus juegos. Y él se veía corriendo atrás de sus primas, algunas criollas y otras gringas. Sí, porque su madre era una de esas inglesas que habían llegado con su familia buscando mejores horizontes, huyendo de conflictos religiosos e intentando afianzarse en la campiña que tanto les agradaba. Así, según los relatos escuchados, había logrado, con muchos despertares antes del amanecer y mucho coraje en las tareas rurales, un lugar en esta patria ajena pero que ya amaban y a la que casi pertenecían. De a poco todos se habían ido casoreando con criollos y sólo algunos lo habían hecho con compatrotas llegados a la región. De ahí que, desde chiquito, había aprendido las costumbres del campo, que le había enseñado su tata" (8).
En "Ojos gitanos" (9), María del Carmen García presenta a Carmela, "una gitana como toda gitana, morena y habladora, activa y vigorosa, que criaba a sus siete hijos como si no le costara esfuerzo. La ropa siempre limpia y ordenada, la pieza pulcra donde no faltaba un altarcito para la Virgen del Rocío y una guitarra que a veces su Rafael sonaba con melancólicos rasguidos andaluces".
Presenta, asimismo, a unos asturianos: "Algún tiempo atrás habían llegado a Buenos Aires como otros tantos inmigrantes, esperanzados en un futuro sin miseria ni guerras. Primero llegó él; un año después ella. Ella era joven y bonita, pequeña y ágil en sus movimientos, alegre de carácter. El era alto y hosco, de hablar poco y trabajar mucho. Se habían conocido de niños en la aldea de Asturias en la que nacieron y se encontraron en Buenos Aires gracias a los oficios del padrino Manuel y como era de suponer se casaron en un septiembre lluvioso de 1910".
Doménico, un campesino italiano herido durante una huelga en Buenos Aires, en 1919, siente nostalgia de su país. El personaje creado por María del Carmen García "Se quedó pensando en su casa de Pescara, la casa de sus padres, las paredes amarillas, las viejas tejas rotas, descoloridas, que cobijaban en una cocina y en una sola habitación a una numerosa familia de doce almas. Su casa estaba entre colinas, de forma que desde allí no podía ver el mar, pero bastaba con que subiera hasta una cumbre vecina para que apareciera, como en una visión divina, el brillo enceguecedoramente azul de las aguas del golfo, la alta y diáfana línea del horizonte, tan alta que daba la impresión de un mar suspendido en el aire. Y los barcos de todos los calados y los veleros con una fiesta de velas al viento que semejaban una eterna despedida. (...) Esa tarde de verano, agobiante y triste, en que se sentía tan solo y tan dolorido, el recuerdo de su ‘paese’ lo envolvía en una nube ! dulce de nostalgia" (10).
Ebelot es el protagonista de "El francés de la zanja", otro cuento de María del Carmen García, quien escribe: "El ingeniero Alfredo Ebelot llegaba con su andar de trancos largos, sombrero de fieltro cubriendo su rubia y rizada cabellera, botas altas y un poncho pampa cubriendo el hombro izquierdo. El francés se sumaba con frecuencia a beber unas ginebras y a oír y narrar los avatares de un día más en ese confín del mundo en América. Lo había contratado el ministro Alsina, al que conoció en una cena en casa de alguna de las familias distinguidas de Buenos Aires.Su conversación franca y sencilla, su prodigiosa imaginación y sobre todo su espíritu de aventura, convencieron al ministro de Avellaneda de que ése era el hombre indicado para realizar su absurda cruzada contra el indio: la construcción de una gran fosa de cien leguas de extensión que detuviera las incursiones de los malones que asolaban fortines y pioneros. Partiría desde Bahía Blanca y sería complet! ada con la construcción de ochenta fortificaciones. Alsina, enfermo y exaltado, deseaba sellar con una gran obra sus funciones como ministro de guerra" (11).
Notas
1. Fray Mocho: Cuentos. Buenos Aires, Huemul, 1966.
2. ibídem
3. Dávalos, Juan Carlos: "Un sepelio atmosférico (Crónica de 1891)", en Los buscadores de oro. Incluido en Dávalos, Juan Carlos: La muerte de Sarapura Antología. Buenos Aires, CEAL, 1980. Págs. 96 a 101. (Capítulo, vol. 66).
4. Dávalos, Juan Carlos: "Mister Meaney", en Los buscadores de oro. Incluido en Dávalos, Juan Carlos: La muerte de Sarapura Antología. Buenos Aires, CEAL, 1980. Págs. 102 a 106. (Capítulo, vol. 66).
5. House, Guillermo: "El mangrullo", en L. Gudiño Kramer, J.P. Sáenz y otros:: El cuento argentino 1930-1959* antología. Selecc. prólogo y notas de Eduardo Romano. Buenos Aires, CEAL, 1981. Pág. 83. Vol: 77.(Capítulo).
6. Costantini, Humberto: "Historia de una amistad" (fragmento), en www.abanico.edu.ar.
7. Blaisten, Isidoro: "Lotz no contesta", en Carroza y reina. Buenos Aires, Emecé, 1986. 219 pp.
8. Fasola Castaño, Fanny: "Y el paisano va", en "Cuentos de criollos", en Cuentos de criollos y de gringos, Breves historias con Historia, en colaboración con María del Carmen García. Buenos Aires, Vinciguerra, 1996.
9. García, María del Carmen: "Ojos gitanos", en "Cuentos de gringos", en Cuentos de criollos y de gringos, Breves historias con Historia, en colaboración con Fanny Fasola Castaño. Buenos Aires, Vinciguerra, 1996.
10. García, María del Carmen: "Dóménico, el campesino obrero", en "Cuentos de gringos", en Cuentos de criollos y de gringos, Breves historias con Historia, en colaboración con Fanny Fasola Castaño. Buenos Aires, Vinciguerra, 1996.
11. García, María del Carmen: "El francés de la zanja", en "Cuentos de gringos", en Cuentos de criollos y de gringos, Breves historias con Historia, en colaboración con Fanny Fasola Castaño. Buenos Aires, Vinciguerra, 1996.
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En el Martín Fierro (1) encontramos referencias al gringo en diversos pasajes. Transcribo algunos:
Había un gringuito cautivo
Que siempre hablaba del barco-
Y lo augaron en un charco
Por causante de la peste-
Tenía los ojos celestes
Como potrillito zarco.
Que le dieran esa muerte
Dispuso una china vieja-
Y aunque se aflige y se queja,
Es inútil que resista-
Ponía el infeliz la vista
Como la pone la oveja.
Otro:
Un nápoles mercachifle
Que andaba con un arpista,
Cayó también en la lista
Sin dificultá ninguna:
Lo agarré a la treinta y una
Y le daba bola vista.
Se vino haciendo el chiquito,
Por sacarme esa ventaja;
En el pantano se encaja
Aunque robo se le hacía-
Lo cegó Santa Lucía
Y desocupó las cajas.
Lo hubieran visto afligido
Llorar por las chucherías-
"Ma gañao con picardía"
decía el gringo y lagrimiaba,
mientras yo en un poncho alzaba
todita su merchería.
Y también:
Era un gringo tan bozal,
Que nada se le entendía.
¡Quién sabe de ánde sería!
Tal vez no juera cristiano,
Pues lo único que decía
Es que era papolitano.
Alvaro Yunque escribe acerca de los gringos (2):
Rumbo al oeste, por la Avenida
esta ruda familia de italianos:
A la cabeza el padre, un hombrachote
que lleva un chiquitiño entre sus brazos;
atrás de él dos muchachas, dos gringuitas
de trenzas rubias y de ojos garzos;
detrás la madre cuyo vientre elévase
con la promesa de algún nuevo vástago;
y aún detrás cansadamente marchan
dos chicuelos cogidos de la mano;
y golpean los rudos zapatones
y exhiben los vestidos aldeanos
aquellos inmigrantes que contemplan
todo con grandes ojos asombrados.
En "La invasión gringa" (3), uno de los poemas reunidos en Monsieur Jaquín, Pedroni evoca la inmigración traída por Castellanos:
Hoy nadie llegaría.
Pero ellos llegaron.
Sumaban mil doscientos.
Cruzaron el Salado.
Al cruzarlo, afanosos,
lo probaron.
Y los hombres dijeron:
-¡Amargo!-
Pero siguieron.
En la espalda traían clavados
dos ojos de fuego,
los de Aarón Castellanos,
salteño.
Los barcos
(uno... dos...
tres... cuatro...)
ya volvían vacíos
camino del Atlántico.
Su carga estaba ahora
en un convoy de carros;
relumbre de guadañas;
desperezos de arados;
hachas, horquillas,
palos;
algún fusil alerta;
algún vaivén de brazos;
nacido en el camino,
algún niño llorando.
El trigo lo traían las mujeres
en el pelo dorado.
Hojas de viejos libros
volaban sobre el campo.
Oscar González, en "La anunciación" (4), evoca a la madre gringa:
(A partir de La Anunciación de Antonello de Messina. Museo Nacional de Palermo, Italia)
Llegó a Puerto Nuevo
En otro fin de siglo
Confiando en la arcilla de estas playas
Y abierta como un surco,
Se dio a la tarea de procrear espigas.
Era la María aquella,
Inefable, serena,
Que Antonello plasmara en Palazzolo
Acreide.
Original mixtura de reflexión flamenca
Con el primo renacimiento.
No le fue fácil abandonar su aldea.
Colocó en el bolso:
Las faldas con girasoles estampados,
La blusa tostada por el sol mesinés
Y, envuelta con ilusiones,
Una Madona para la buena suerte.
Se alejó lagrimeando
Por las lunas cesantes
Y, embarcada en tercera, atravesó
El océano como un campo de alfalfa.
Sin imaginar el sur,
Ilimitado, sediento,
Desembarcó asombrada un día cualquiera,
En un extraño puerto sin molinos ni cabras.
Pronto supo que América
No regalaba nada.
Y tranqueó el empedrado camino del taller.
O sentada a la Singer enfrentó los aprietes.
O resistió en las chacras heladas y granizos.
Y fue la mamma gringa,
Querendona y bravía, que entregó sus
cachorros.
A otra tierra y otra lengua.
Abeja silenciosa en un país de afanes,
Se multiplicó en sarmientos.
Notas
1. Hernández, José: Martín Fierro. Testo originale con traduzione, commenti e note di Giovanni Meo Zilio. Buenos Aires, Asociación Dante Alighieri, 1985.
2. Yunque, Alvaro: "Una familia de inmigrantes por la Avenida", en Versos de la calle. Buenos Aires, Editorial Claridad, 1924.
3. Pedroni, José: "La invasión gringa" (fragmento), en Hacecillo de Elena. Santa Fe, Colmegna, 1987.
4. González, Oscar: "La anunciación", en El Tiempo, Azul, 16 de abril de 2000.
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De 1987 es el schotis titulado "El Gringo Creñuk" (1), con letra de Teresa Parodi y música de Antonio Tarrago Ros, que transcribimos:
Por la picada, descalzo, Creñuk
viene cruzando las llamas del sol
roja la tierra le incendia los pies
cuando la pisa marcando el talón.
Si voltea un tronco, siente
que voltea su dolor
con las mismas manos tala
árbol, pena y corazón.
Y le arranca melodías
torpemente al acordeón
mientras canta para todos
con ternura esta canción.
Siempre en el mar de sus ojos se ven
las dos orillas de su corazón
una que ahora ya sabe querer
otra que nunca jamás olvidó.
Campo helado es una orilla
la otra roja, puro sol
con las mismas torpes manos
con que se hacha el corazón
él le arranca melodías
dulcemente a su acordeón
mientras canta con ternura
otra vez esta canción.
Notas
1. Parodi, Teresa y Tarrago Ros, Antonio: "El Gringo Creñuk", en www.tarrago-ros.com.ar.
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Un gringo protagoniza la leyenda acerca de "La ciudad encantada de Junín", que dice así:
"Dicen que hay una ciudad encantada en ese cerro, en el Lanín. Dicen que se ha visto gente. Había un ingeniero que porfiaba por subir al Lanín. José Perez, paisano viejo, le dijo a un muchacho:
- Vamos a ver compañero, ¿Va a subir a ese tapado de nieve, ése que nunca seca?
- Compañero, no va aparecer mas si va. Hay un pueblo adentro. Te dan calabozo si vas. La gente paisana decía así. ¿Va a ser capaz de subir ese gringo?
Y el gringo porfiaba por subir, Y dicen que los dos y otro compañero fueron a subir: Ahí dicen que se enojó el cerro y que venía un viento fuerte y nevaba. Y caían. No los dejaba subir. Se resbalaban , se revolcaban y se perdían en la nieve. Se golpeaban por todas partes. Se cansaron , no se podían sujetar. De un soplido las mandó rodando y llegaron abajo. Entonces se les antoja recorrer toda la orilla . Y había un puente. El gringo andaba como loco. Y entró, y pasó el puente . Se abrió como una boca y quedó ahí adentro. Y el muchacho decía:
- Casi me tocó a mi también. Casi quedé adentro no más. Se perdió el compañero. Y el viento siempre enojado los perseguía. Los dos que quedaban oyeron todo. Dicen que hablaba gente, toreaban los perros , bramaban como vacas y toros, relinchaban caballos. De todo se oía …
Dicen que ahí se ha perdido gente. Entran a ese pueblo y no vuelven mas.-
Dicen que a los años apareció el gringo. A los dos años se aparece la gente que ahí se ha quedado. Lo reconocieron, pero no hablo nada . Todo blanquito, chupada la sangre. Los compañeros lo vieron al gringo. El les volvió la espalda y no se los vió más.- Dicen que el Lanín se tragó ese pueblo y que no va a aparecer mas".
Notas:
1. S/F: "Mitos y leyendas de la región", en Sitio Oficial de la Municipalidad de San Martín de los Andes, www.smandes.gov.ar.
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En La gringa, de Florencio Sánchez, leemos estos fragmentos (1):
"¡Los gringos desalmaos! Podridos en plata y haciendo trabajar a esas criaturas (...)
Te parece cosa linda que de la mañana a la noche, un extranjero del diablo, que ni siquiera argentino es, se te presente en la casa en que has nacido (...) y te diga: fuera de acá, ese rancho ya no es suyo. (...)
¡Mire qué linda pareja! Hija de gringos puros... hijo de criollos puros. De ahí va a salir la raza fuerte del porvenir"
En Barranca abajo (2), también de Florencio Sánchez, uno de los personajes alude a los gringos. Dice Ña Martiniana: "Güeno, pitaremos, como dijo un gringo... (Lía un cigarrillo y lo enciende)":
Gregorio de Laferrere alude, en ¡Jettatore! a una gringa. Dice Don Rufo: "¡Y yo que creía que no hacían daño sino a las viejas! ¡Qué julepe el de la gringa cuando se lo cuente!" (3).
De Jorge Accame es Venecia, "el magistral retrato teatral de un prostíbulo jujeño donde las pupilas se confabulan para que La Gringa (Haydée Padilla, enorme) la madama que las crió, antes de morir crea que está en la ciudad de las góndolas con Giácomo, el amante al que perdió (y robó). Ahora el espectáculo lo produce el inefable Alejandro Romay, pero no cedió nada de su conmovedora frecura. Gipsy Bonafina y Ana Cargnel tienen brillo propio en su tierna y desfachatada composición de las pupilas más jóvenes. La gente, en la platea, ríe con ganas, acaso demasiado. Es comprensible: sólo un argentino puede interpretar todas y cada una de las complicidades que plantea Venecia, que más de una vez son para llorar" (4).
La Madonnita, obra que Mauricio Kartun escribió con la Beca para Personalidades Destacadas, otorgada por el Instituto Nacional del Teatro, fue distinguida con numerosos premios. En esa pieza teatral se alude a gringos, polacas, un lituano y un uruguayo, a quienes no se ve sobre el escenario (5).
Entrevistado por Hilda Cabrera, manifestó el autor: “Cuando empecé a escribir esta obra, la imaginé en el siglo XVII o XVIII. Después, pensé que podía ubicarla en la Semana Trágica. Cuando me inicié en la escritura teatral, mi primer impulso fue crear una historia que transcurriera en esa semana, pero dejé ese proyecto. Es una deuda que tengo conmigo. En algún momento el fotógrafo Hertz se refiere al desabastecimiento de pintura, y ahí apareció en mi cabeza la visión de la Primera Guerra, pero cuando tuve que dirigir me encontré con un dilema. Si quería utilizar la luz eléctrica de manera verosímil, debía trasladar la obra a una época más cercana, porque esto en 1914 no era creíble. Releyendo lo escrito, sentí que no traicionaba mi propio material si lo acercaba a la década de 1930. (...) Basilio “vende fotografías pornográficas en el baño de una fonda a los que están esclavizados por el trabajo, a los inmigrantes, porque aquélla era una sociedad de hombres solos. Son personajes que tienen alguna relación con esas zonas desesperadas que revelan los textos de Arlt. Esta gente necesita ganar plata de cualquier modo y encontrar algo que se parezca a la salvación. Este aspecto siniestro se compensa en La Madonnita con las actuaciones que tienen encanto, seducción y hasta ingenuidad. Esto, creo, equilibra la atmósfera y le da otro tono a la tragedia a la que es conducida la mujer” (6).
Notas
1. Sánchez, Florencio: La gringa. Citado en www.oniescuelas.edu.ar.
2. Sánchez, Florencio: Barranca abajo. Buenos Aires, CEAL, 1968.
3. Laferrere, Gregorio de: ¡Jettatore! Buenos Aires, CEAL, 1968.
4. S/F: "Argentinos en las marquesinas", en Clarín Viva, 9 de noviembre de 2003.
5. Kartun, Mauricio: La madonnita. Buenos Aires, Editorial Atuel, 2005. 128 pp. (Biblioteca del Espectador)
6. Cabrera, Hilda: “MAURICIO KARTUN HABLA DE “LA MADONNITA”, SU NUEVA OBRA “El hombre idealiza a las mujeres” “, en Página 12, 18 de octubre de 2003. www.pagina12.com.ar
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En 1984, "Con su monumental y multitudinario proyecto que quedarà trunco, Los gringos, David Stivel llega a ATC con la pretensiòn de contar en tres años el recorrido de los inmigrantes a travès de varias generaciones. ‘Es una saga –detalla Stivel a Clarìn, mientras su hija Andrea participa en la producciòn- de varias familias: dos italianas, una española y otra judìa, que llegan al paìs en 1890. Se trata de un homenaje a nuestro origen que nos permitirà detectar sus virtudes y sus defectos’. La idea inicial es del propio Stivel y de Aìda Bortnik, pero los libros los escribe Juan Carlos Genè y actùan Bàrbara Mujica, Julio de Grazia, Marta Bianchi, Emilio Alfaro, Luisina Brando y Miguel Angel Solà" (1).
Notas
1. Sirvèn, Pablo: "La patota cultural", en Ulanovsky, Carlos; Itkin, Silvia y Sirvèn, Pablo: Estamos en el aire. Buenos Aires, Planeta, 1999.
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Los gringos hicieron de la Argentina su otra patria. Historiadores, investigadores, novelistas, cuentistas, poetas, autores teatrales, músicos y realizadores televisivos, nos brindan su personal vivencia de este fenómeno social, que les atañe a ellos como inmigrantes, como descendientes de quienes emigraron, o como espectadores de esa realidad, y a nosotros, como nación que recibió su aporte.
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