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Indice
1. Alemanes
2. Españoles
3. Italianos
4. Rusos
5. Uruguayos
6. Notas
En este trabajo me refiero a algunos de los inmigrantes que, llegados a la Argentina entre 1850 y 1950, se dedicaron a la edición de libros y periódicos. Me refiero, asimismo, a algunos de los que se dedicaron a la venta de libros.
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El impresor y editor Guillermo Kraft nació en Brunswick, Alemania, en 1839; falleció en Buenos Aires en 1893. “Llegado a Buenos Aires en 1862, abrió un pequeño taller de impresión en la calle Reconquista. Verdadero pionero, introdujo la primera máquina litográfica y, también, las primeras rotativas. Hacia 1880 su actividad como litógrafo se destacó en trabajos como Trofeos de la Reconquista de Buenos Aires en 1806 y los Atlas geográfico y Album militar de la República Argentina. Sus talleres publicaron la obra de autores como Bartolomé Mitre, Carlos Burmeister, Otto Krause, Lucio V. Mansilla, Adolfo Saldías, Eduardo Holmberg y Salvador María del Carril, entre muchos otros” (1).
La editorial Kraft instituyó un premio con el que fue distinguido, entre otros, Marco Denevi. Refiriéndose al premio otorgado a la novela Rosaura a las diez, Juan José Delaney enumera los beneficios que recibía el galardonado: “El Premio Kraft era importante en sí mismo debido al prestigio de la editorial pero, en la ocasión, más lo era por el nivel del jurado que integraban Rafael Alberto Arrieta, Roberto Giusti, Frida Schultz de Mantovani, Álvaro Melián Lafinur y Manuel Mujica Láinez, los que, de entre ciento once originales enviados desde toda América Latina, seleccionaron cinco finalistas: Niño Pedro, de Pilar de Lusarreta; Mi propia horca, de Juan Manuel Villarreal; La deuda, de Alejandro Ruiz Guiñazú; María Donadei, de Arturo Cerretani, y Rosaura a las diez, que terminó siendo el ganador y cuya historia había sido imaginada por un autor que, tras abierto el sobre en cuyo exterior aparecía el seudónimo "Emmaus", los sorprendió por su condición de recién venido al tiempo que creador de una obra madura en concepción y realización. En efecto, Marcos Héctor Denevi nada había publicado hasta entonces y era, para todos (con excepción de familiares y amigos), un perfecto desconocido. Por lo demás, las otras novelas finalistas también fueron publicadas. El creador de Rosaura a las diez recibió como premio una recompensa de $ 30.000, la publicación del libro, el diez por ciento por derechos de autor y la posibilidad de la publicación en francés e inglés” (2).
En “La primera Feria del Libro Argentino (1943)”, José Luis Trenti Rocamora destaca la incidencia que tuvo un descendiente del editor alemán en la organización de ese evento: “Se inauguró el jueves 1° de abril de 1943 y ocupó, en la Avenida 9 de Julio, el espacio comprendido entre Cangallo (hoy Presidente Perón) y Bartolomé Mitre. O sea al fondo de la Avenida, pues en ese tiempo concluía allí. La idea fue de la Cámara Argentina del Libro, que presidía el benemérito Guillermo Kraft. Era gerente mi amigo Atilio García Mellid. Existió en sus organizadores un entusiasmo comunicativo. Los concurrentes conversaban llanamente con Kraft, Losada, Oriani y otros. Se promovió el amor al libro a partir de un cartel colocado en la entrada que sugería al comprador de un libro que evitase que se lo envolviesen: ‘Si usted adquiere un libro en la Feria, no permita que se lo envuelvan. Salga usted con él, orgulloso, porque debajo del brazo lleva algo precioso’ " (3).
En “El libro en la escuela”, Pablo Medina escribe acerca de los editores inmigrantes:
“Sarmiento ejerció la presidencia de la nación entre los años 1868 y 1874 coincidentemente en este período se instalan en la Argentina los primeros editores. Pablo Emilio Coni, francés de origen, se instaló en Corrientes donde dirigió la imprenta oficial. Desde 1857 a 1864, se radica en Buenos Aires. Don Jacobo Peuser, emigrado alemán estableció su primera librería y editorial "Librería Nueva", en 1867. Proveniente de París, con una gran experiencia como editor llega el joven alemán Guillermo Kraft, ubicando su editorial en Buenos Aires en 1864”.
Se refiere a la labor de la Editorial Peuser a mediados del siglo XX: “Entre los años 1945 y 1955, durante el primer gobierno peronista, la instalación del libro recreativo y de entretenimiento e histórico en la cultura y educación de los niños es un acontecimiento único en la historia del libro escolar. Fue una tarea que se efectuó a través del Consejo Nacional de Educación, el Ministerio de Cultura y más tarde por la Fundación Eva Perón. Se crea la colección "Biblioteca Infantil General Perón", editada por editorial Peuser, en el año 1949. Está compuesto por doce títulos, entre otros: "Cuentos heroicos argentinos", "El niño en la Historia Argentina", "Cuentos del 17 de Octubre", "Historia de los Gobiernos Argentinos", "Una mujer argentina: Doña María Eva Duarte de Perón" y otros títulos (4).
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“El escritor Juan Torrendell nació en Palma de Mallorca, España el 31 de agosto de 1869 y falleció en Buenos Aires, Argentina el 12 de marzo de 1937. Estudió en el Seminario de su ciudad natal y cuando iba a terminar la carrera eclesiástica se embarcó para Montevideo, Uruguay.
Publicó sus primeros trabajos en el Semanario Católico de Palma, dirigido por el entonces presbítero José Miralles, quien llegó a ser en 1928 obispo de Barcelona en «La Almudaina», y en «La Ilustración Ibérica», de Barcelona.
Luego fue director del diario La «Última Hora» y del semanario ilustrado «Fígaro», redactor-jefe de «La Almudaina» y fundador y director de «La Nova Palma» que era una continuación de la famosa revista de Quadrado y de La Veu de Mallorca.
En Barcelona dirigió «La Cataluña», revista fundada para difundir el pensamiento de Solidaridad Catalana, y en Montevideo, en 1911, fundó «El Correu de Catalunya».
Durante ocho años ejerció la crítica literaria en La Atlántida, de Buenos Aires. Torrendell formo parte durante seis años del Jurado de los Concursos municipales de Buenos Aires, y realizó desde 1906 hasta 1910 la labor editorialista en «La Veu de Catalunya», de Barcelona.
Torrendell es autor de notables obras, que le han dado merecido prestigio en España y en la América.
A criterio de Pérez Petit: “No fue como crítico literario en sus primeros tiempos de Montevideo uno de esos escritores nacidos y hechos dentro de una escuela determinada, lo cual les presta, en lo sucesivo, cierta unilateralidad mezquina que los circunscribe y los achica; por el contrario, documentado sólidamente respecto de las literaturas clásica, romántica y realista, pudo discernir lo bueno y lo malo de cada una de ellas y afirmar su propia personalidad con la verdad extraída de sus conocimientos, exégesis y experiencias. Al revés de sus criticados (que no conocían más que la tendencia literaria a que estaban afiliados y eso aún mal y torcidamente), Torrendell disertaba con gran erudición y un extraordinario buen sentido sobre cualquier sujeto o tema literario, perteneciera a la escuela que perteneciese, hasta desentrañar su más oculta filosofía” (5).
Alvaro Abós escribe sobre el mallorquín Juan Torrendell, “cuyo sello Tor publicaba libros que no siempre respetaban su integridad (Torrendell solía tijeretear los originales para adaptarlos a los pliegos disponibles) pero que, a veinte o treinta centavos el tomo, llevaron autores clásicos y modernos a millones de lectores. Acosado por una de las tantas ‘crisis’, Torrendell tuvo una idea extrema: en su local de Florida, bajo una gran balanza, colocó carteles que ofrecían: ‘Un kilo de libros a 1 peso, dos kilos por 1,50’. El escándalo fue memorable y a él contribuyó la airada protesta de la Academia Argentina de Letras para la cual la idea del mallorquín resultaba herética” (6).
En “El equipo de traductores de don Juan”, Fernando Sorrentino escribe:
“La Editorial Tor, que perduró —según creo— hasta más o menos 1950, tuvo un catálogo extenso y heterogéneo. De los muchos libros que —por su bajo precio— compré en mi adolescencia, sólo conservo algunas reliquias: conocí a Pedro Antonio de Alarcón por El capitán Veneno, y a Benito Pérez Galdós por Misericordia. Manuel Gálvez publicó en Tor sus polémicas biografías Vida de don Juan Manuel de Rosas, Vida de Sarmiento y Vida de Hipólito Yrigoyen. También apareció con ese sello la primera edición (1935) de la borgeana Historia universal de la infamia. Las novelas rosas de M. Delly eran vecinas de los libros críticos y filosóficos de Giovanni Papini. Y hasta un juvenil Bioy Casares editó, en 1933, con el seudónimo de Martín Sacastrú, su segundo libro: Diecisiete disparos contra lo porvenir” (7).
En “Los sueños de un profeta”, Tomás Eloy Martínez recuerda al catalán López Llausás y al gallego Paco Porrúa:
“Una tarde de domingo conocí en la casa de Victoria Ocampo al primer editor profesional de mi vida. Yo suponía entonces que los editores debían parecerse a Victoria y hacer un poco de todo: escribir, traducir, publicar revistas y pasear por Buenos Aires a los grandes personajes de ultramar. Como buen provinciano de veinte años, vivía yo en un mundo de ideas fijas, donde las personas y las cosas debían parecerse a lo que me habían dicho que eran”.
“El editor me habló, en cambio, de una profesión que era tan azarosa como un juego de dados. Se llamaba Antonio López Llausás. Me contó que era catalán (ya lo advertía su acento, puntuado por elles rotundas) y que los fragores de la Guerra Civil Española lo habían expulsado a Francia, de donde lo rescataron Victoria Ocampo y Oliverio Girondo para que fuera gerente general de la empresa que acababan de fundar: Sudamericana. La nueva editorial se abriría como un afluente de Sur, el sello de Victoria”.
"Un editor no debe dejarse conmover por el éxito ni por el fracaso -me dijo aquella tarde-. Tiene que publicar sólo los libros en los que cree. Si no lo hace, más vale que se ocupe de otra cosa." Era un hombre calvo, afable, que parecía de otro siglo, aunque debía de tener poco más de cincuenta años. Semanas más tarde me llamaron de su parte para invitarme a conocer los enormes depósitos que Sudamericana tenía en la calle Humberto I de Buenos Aires. Entre las novelas rozagantes de Manuel Mujica Lainez y Salvador de Madariaga, descubrí, en un rincón del fondo, algunos tesoros”.
(...)
“Cuando lo conocí, en 1959, era ya un editor de enorme prestigio, con varios premios Nobel en su catálogo (Thomas Mann, François Mauriac, Hermann Hesse, Steinbeck, Faulkner, Hemingway) y una oficina llena de manuscritos esperando turno. Le pregunté cómo hacía para no quedar mal con los escritores que aspiraban a su patrocinio y me contestó lo que les decía a todos: "Nunca publico nada sin la aprobación de mi lector desconocido". Cuando la gente quería saber quién era, López Llausás cambiaba de tema”.
“Durante mucho tiempo creí que el lector desconocido era un ardid, hasta que averigüé que se trataba de una persona de carne y hueso. Se llamaba Francisco Porrúa, y tenía tal vocación de anonimato que hizo falta el inmenso éxito de la literatura latinoamericana en los años 60, del que es uno de los responsables, para sacarlo de la cueva”.
“Porrúa era reservado hasta la mudez y lúcido hasta la extenuación. De los cientos de lectores que he conocido, pocos -o ninguno- tienen su olfato y su perspicacia. Llegó a la editorial en 1955 de la mano de Jorge López Llovet, hijo de don Antonio y subdirector de Sudamericana en aquellos años. A Jorge le había interesado el buen criterio con que Porrúa manejaba su pequeña editorial, Minotauro, y lo invitó a ser su asesor. Se quedó allí hasta 1971 y se marchó a Barcelona en 1977, porque ya no podía soportar -es lo que me dijo mucho después- tantas historias de muerte en la Argentina”.
“Porrúa fue sacando de la manga nombres como los de Cortázar, Italo Calvino, Ray Bradbury, Alejandra Pizarnik y Marechal, hasta que en 1967 atrajo también al entonces desconocido Gabriel García Márquez. Cuando murió López Llovet, en 1962, don Antonio dejó que Porrúa se encargara por completo de la selección de libros, reservando para sí sólo la relación con aquellos escritores a los que consideraba "de la casa". Después de Cien años de soledad, ser un autor de Sudamericana se convirtió casi en un sello de honor para cualquier creador de ficciones, tanto en Perú como en México y Venezuela” (8).
Fue inmigrante el editor Arturo Cuadrado Moure. Acerca de su arribo a la Argentina, escribe Dora Schwarztein:
“El 5 de noviembre de 1939, a bordo del Massilia, llegaron exiliados con destino a Chile, Paraguay y Bolivia. “ ‘No permiten ni asomarse a los ojos de buey a los intelectuales españoles en trànsito’, titulaba el diario local Noticias Gráficas la noticia del arribo del Massilia al puerto de Buenos Aires, ‘Las medidas adoptadas contra el grupo de intelectuales y artistas españoles son de un rigorismo que sólo tratándose de peligrosos confinados se hubieran aceptado.... Un marinero nos informó que los españoles refugiados tenían orden de que nadie se aproximara a ellos y menos que se asomaran por los ojos de buey. Es lamentable lo que ha ocurrido. No sabemos ni nos interesa saber quién ha dado la orden terminante de que ese grupo de gente que representa de modos distintos a la cultura y el cerebro de España permanezca en la sombría situación de los delincuentes incomunicados’ ” (9).
El escritor Rodolfo Alonso afirma, refiriéndose a los exiliados gallegos, que “si Buenos Aires –y con ella la Argentina- hacía ya mucho tiempo que estaba recibiendo a cientos de miles de inmigrantes (obligados a abandonar una Galicia feudal y sin futuro, que no podía mantenerlos ni educarlos), a partir de la injusta derrota republicana en 1939 vería llegar otra clase de viajeros: los exiliados. Eran poetas, artistas, políticos, periodistas, científicos, universitarios, sindicalistas, editores. Que, firmemente afianzados en su colectividad, entonces mayoritariamente republicana, y reunidos alrededor de una figura ejemplar: Alfonso R. Castelao, no sólo líder político sino en realidad un humanista, durante décadas convirtieron a Buenos Aires en la auténtica capital de la cultura gallega enmudecida en su tierra por el franquismo” (10).
Cuadrado Moure evoca su juventud: “Tuve el capricho y la suerte de entregarme a la famosa generaciòn del 98 español. Fueron mis amigos y maestros don Ramòn Marìa del Valle Inclàn, don Miguel de Unamuno, don Pìo y Baroja, Ortega y Gasset. Con ellos he vivido, con ellos he aprendido a luchar y tambièn a vencer. Porque en mi generaciòn no sabemos de derrotas, no. Hemos sufrido persecuciòn, guerras, càrcel, exilio y todo se ha transformado en una canción. (...) En el año 1936 sube Franco, aquella tremenda traición en donde los hombres tuvieron que matar a los hombres. Surge la famosa guerra civil que duró tres años y donde han muerto casi dos millones de españoles. Nosotros, el ejército republicano, que dominábamos Madrid, Valencia y Barcelona, no teníamos fuerzas, teníamos la canción y teníamos a América. Era nuestro guìa espiritual, nuestro àrbol intocable, profundo y alto, don Antonio Machado. (...) desde Mèxico a Buenos Aires realizamos todos nuestros sueños, todas nuestras esperanzas, todas nuestras ilusiones, con el convencimiento de que habìamos triunfado... Ortega y Gasset nos habìa enseñado el camino de amar màs que luchar” (11).
En agosto de 1998, Clarín lo evocó así: “Había nacido en Alicante pero amaba el aire seco, austero, de Galicia, donde vivió la adolescencia. Enamorado fiel, trabajó desde joven en publicaciones dedicadas a la defensa de la cultura gallega. Su generación supo unir en un mismo haz los fervores políticos, los culturales y la celebración de la vida, y él honró todas estas pasiones. Todavía no había cumplido un cuarto de siglo cuando fundó, con más entusiasmo que capital, la librería y editorial Nike. La Guerra Civil lo encontró, claro, en las filas de la República. Pero ni entonces Arturo Cuadrado Moure abandonó el oficio: dirigió las ediciones del Ejército del Este, hechas -otra vez- más a fuerza de voluntad que de papel. Bajo ese sello y bajo las balas se dio el lujo de publicar España, aparta de mí este cáliz, de César Vallejo; La rosa blindada, de Raúl González Tuñón; El viento en la bandera, de Córdova Iturburu, y España en el corazón, de Pablo Neruda. Después, la derrota lo obligó al exilio. Como tantos otros republicanos que en México, en Chile y en la Argentina se convirtieron en animadores de la vida cultural, Cuadrado Moure no se dejó ganar por la melancolía. Fue periodista en la Crítica de Natalio Botana y fue cofundador y director de las editoriales Emecé, Nova y Camino de Santiago. También de Botella al Mar, una editorial de poesía que hubo de publicar más de tres mil títulos, entre ellos, poemas de un joven Julio Cortázar y también de Alejandra Pizarnik. Más editor que poeta, pero también poeta, entre sus libros están Soledad imposible y Canción para mi caballo muerto. Dirigió, además, por décadas, el semanario Galicia. En 1995, la embajada de España lo condecoró con la Medalla al Mérito Civil. Murió el 5, a los 94 años, en Buenos Aires” (12).
El editor Antonio Zamora nació en Andalucía, España, en 1896; falleció en Buenos Aires en 1976. “Llegado al país de adolescente. En 1922 comenzó a publicar Los Pensadores, una colección de cuadernillos que contenía una obra selecta de la literatura universal, de la cual se llegaron a editar 100 números. Al año siguiente se afilió al Partido Socialista. Tres años después apareció la más importante de las publicaciones que dirigió, Claridad, revista de arte, crítica, letras, ciencias sociales y políticas, que se publicó durante 15 años” (13).
“Este hombre nacido en Andalucía en 1896, vino a la Argentina durante su adolescencia con claras intenciones de forjar su futuro en este país. Las circunstancias difíciles de la época y su historia personal, lo llevaron a buscar trabajo no bien llegó. Con estudios primarios y mucha voluntad, intentó varios oficios al tiempo que cursaba el bachillerato, tarea a la que acompañaba con muchas horas de lectura. Su incursión en el periodismo con algunas crónicas policiales fue en La Montaña. Desde muy joven, Antonio Zamora, identificado con las ideas de izquierda, igual que muchos inmigrantes españoles e italianos, incursionó en la actividad sindical y política de la Argentina. En el año 1923 ingresaba a las filas del Partido Socialista, pero ya antes había militado en el Partido Socialista Argentino de Alfredo Palacios. Un año atrás había iniciado la publicación, por su cuenta, de una serie de cuadernillos dedicados a expresar el pensamiento de los más grandes intelectuales de la época. En 1955 fue designado por la "Revolución Libertadora" como interventor en la empresa editora del diario El Día, de la ciudad de La Plata, que dirigió hasta 1957. Cincuenta años de actividad editorial -hasta un libro por día en la época de mayor producción literaria- estuvieron matizados con cárcel y exilio, un signo distintivo de quienes emprendieron la única lucha posible sin las armas: la de las ideas. Tan intensa como su producción editorial fue su vida sentimental, con tres matrimonios y cinco hijos. Antonio Zamora falleció en Buenos Aires el 5 de septiembre de 1976 a los 80 años. En el sepelio, Elías Castelnuovo, su gran amigo durante seis décadas, se despedía con estas palabras del editor y militante socialista: "...pasarán muchos hombres, se harán muchas obras, pero lo que hizo Antonio Zamora a favor de la cultura del país, eso no pasará jamás’ ". (14).
Francisco Gil nació en Vilar, Pontevedra, en 1915 y llegó a la Argentina a los cinco años. Fue “un gallego que se sintió argentino y organizó durante décadas encuentros entre autores y lectores, que son el antecedente más cercano a la Feria del Libro”. “En 1960, Don Francisco sintió nostalgias de su tierra natal y quiso visitarla. Sus amigos se ocuparon de cumplir su deseo. Agustín Pérez Pardella, escritor y capitán de navío, lo llevó en su barco hasta Pontevedra. El dinero para la estada provino de una rifa de una obra que donó Berni” (15).
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El profesor de matemática, administrador y editor de periódicos José Miniaci "Nació en la provincia de Cosenza, en 1862. Obtuvo el diploma de profesor de matemática en Nápoles y fue, más tarde, administrador de varios periódicos de la península. Llegó a Buenos Aires en 1888. A su arribo ejerció la docencia, pero muy pronto se dedicó a la administración de periódicos italianos. Fue administrador del "Roma", luego de "L'Italo-
Argentino" y más tarde fue llamado a administrar "L'Italia al Plata", periódico fundado en 1896 bajo buenos auspicios, pero que iban esfumándose en el desorden administrativo. Luego de esta última etapa
que realizó Miniaci como empleado de periódicos italianos, y comprendiendo la gran utilidad de la unificación de la prensa italiana en Buenos Aires, supo conducirla a término con gran habilidad, asociándose a Basilio Cittadini. Así, en el año 1900, por obra suya y de otros connacionales, los periódicos "L'Italia al Plata" y "L'Italiano" se fusionaron con "La Patria degli Italiani", que pasó a ser propiedad de Cittadini y de Miniaci, asumiendo aquél la dirección y éste la
administración del citado periódico, figurando como editores propietarios José Miniaci y Cía. La idoneidad administrativa de "La Patria degli Italiani" en las hábiles manos de Miniaci, coadyuvó la labor intelectual de Cittadini produciendo el éxito del periódico, y sus esfuerzos obtuvieron la aprobación pública que merecían, cada uno en su respectivo campo de acción. Miniaci demostró asimismo haber preparado el periódico para afrontar toda competencia. En otro orden de cosas, José Miniaci fue uno de los socios fundadores del Club Canottieri Italiani, y uno de los que más influyeron en esa época —1910— para que dicho club tuviese sus instalaciones propias en Tigre (Buenos Aíres)" (16).
El médico y editor Arsenio Guidi Buffarini "Nació en Montemarciano (Ancona), en 1866. Cursó sus estudios en las universidades de Pavía y Bolonia, donde se doctoró en medicina en 1894. Ejerció el periodismo en Roma; colaboró en "L'Esercito Italiano", "Il Díritto Italiano" y "Bologna che ride", difundiendo en sus comentarios las ediciones culturales del doctor Vallardi, quien la confió la misión de representar su casa editora en Buenos Aires, ciudad a la que llegó en 1895. Desde ese año hasta 1907, representó a la mencionada editorial milanesa y a la Unione Tipografica Editrice Tennese, siendo un eficaz difusor del libro italiano. Fundó luego una casa editora propia, Las Ciencias, consagrada a la publicación de
obras científicas y tesis escritas por médicos y cirujanos argentinos. Abrió más tarde una sucursal en Córdoba, y en 1914 dio a luz la revista titulada "La Prensa Médica Argentina", que dirigieron sucesivamente Gregorio Aráoz Alfaro, Daniel J. Cranwell, Luis Güemes y otros, secundados por profesores como Angel M. Roffo, Mariano R. Castex y Carlos Bonorino Udaondo. Buffarini no revalidó su titulo en la Argentina, pero desarrolló una obra intensa en pro de la difusión de la ciencia médica. Imprimió y difundió también libros de cultura general, y la traducción de la Divina Commedia de Bartolomé Mitre. En 1920, a raíz de la muerte de Atilio Massone, fue nombrado presidente de la
Federación General de las Sociedades Italianas en la Argentina y al año siguiente, fundó la "Revista de la Federación". Fue uno de los propulsores de la erección del monumento a Colón y propició el traslado de la estaua de Luis Viale, del Cementerio de la Recoleta a la Avenida Costanera. Intervino con recursos y propaganda en la erección del monumento al general Manuel Belgrano en Génova, y en 1927 viajó a su patria con el ministro Angel Gallardo, asistiendo a la inauguración de dicho monumento. Propuso y llevó a término la erección en Roma de los bustos de los generales Belgrano y Mitre. Fue presidente de la Sociedad Dante Alighieri de Buenos Aires, de 1917 a 1925. Fundó la Compañía Italcable, conjuntamente con el ingeniero Juan Carosio. Fue distinguido con la Gran Cruz de la Corona de Italia y de la Orden de San Marino (república de la que fue cónsul) y nombrado Comendador, con placa, de la Orden de Isabel la Católica, de España. Falleció en Buenos Aires, en 1944" (17).
José Reyneri, salesiano, "Nació en Turín, en 1873. En 1892 se dirigió al Ecuador con un grupo de misioneros; permaneció en dicho país hasta 1896, año en que pasó al Perú; allí se le encomendó la misión de crear una nueva casa de la Congregación en Lima y en 1899 se lo destinó a Bolivia, donde dirigió la casa salesiana de La Paz. En 1907 se lo designó superior de la Inspectoría de Perú y Bolivia, desempeñando dicho cargo hasta 1919. A partir de 1922, desempeñó idénticas funciones en Centroamérica y volvió a la Inspectoría de Perú y Bolivia de 1929 a 1934, año en que fue trasladado a Buenos Aires para asumir la Inspectoría de San Francisco de Sales. En 1941 fue designado representante del rector mayor salesiano en América del Sur. De 1946 a 1949 volvió a ser inspector de San Francisco de Sales; desde 1950 hasta su muerte, tuvo a su cargo la dirección de la editorial Don Bosco. Falleció en Buenos Aires, en 1956" (18).
El geógrafo y editor cartográfico José Anesi "Nació en Turín, en 1881. Cursó estudios clásicos en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Turín (1899-1903). Estuvo en Buenos Aires en 1906, en misión comercial y regresó definitivamente a esta ciudad en 1910, como representante de la empresa italiana Berardi y Cía., de Milán. En 1912 fue nombrado apoderado del Instituto Geográfico De Agostini de Novare. En 1918, comenzó a trabajar por cuenta propia, dando origen a su editorial cartográfica dedicada especialmente a la publicación de atlas y mapas geográficos escolares, que figuraron entre los más acreditados y difundidos en toda América; en 1945 transfirió estas ediciones a la Casa Pausar, quedando su nombre como autor de los mapas y atlas. Desde 1930, era apoderado de las antiguas fábricas de papel P. Miliani, de Fabriano. En 1933 fundó la "Revista Geográfica Americana", que dio origen en 1939 a la Sociedad Geográfica Americana, institución de la que fue presidente. Escribió sobre la historia del papel y de la imprenta, de la cartografía y otros temas similares en "La Prensa" y "La Razón" de Buenos Aires, en "La Capital" de Rosario de Santa Fe, en otros periódicos de la Argentina y demás países de América, como así también en diversas revistas. Ha publicado el Atlas Geográfico Metódico, con 268 mapas; el Atlas de las Américas y el Atlas de la Argentina. Fue representante del Centro de Estudios Americanos de Roma (1934-1940); secretario de la Asociación Dante Alighieri (1933-1938); miembro del Patronato Italiano (1935-1954); consejero de la Cámara Italiana de Comercio (1934-1941), etcétera. Fue distinguido con la insignia de Comendador de la Orden al Mérito de la República Italiana. Falleció en Buenos Aires, en 1963" (19).
El librero y editor Luis Maucci "Nació en Parma, en 1887. Se vinculó a la esfera del comercio librero y editor desde comienzos de nuestro siglo. Llegó a la Argentina en 1903; desde entonces, alentó las actividades propias de su campo de trabajo. Falleció en Buenos Aires, en 1955" (20).
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Manuel Gleizer nació en Kisenief, Rusia, en 1889; falleció en Buenos Aires en 1959. “Llegó a Buenos Aires en 1906. En sus comienzos se dedicó a las labores agrícolas en Entre Ríos. Abrió una librería en la calle Triunvirato, en Buenos Aires, y publicó a numerosos autores argentinos, llegando a ser un impulsor de la vida cultural argentina. Su primera edición fue el libro Como los vi yo (1922), de Mariano de Vedia. Vinculado al Grupo de Boedo, publicó obras de Raúl Scalabrini Ortiz, Raúl González Tuñón, Leopoldo Marechal, Macedonio Fernández y Alberto Gerchunoff, entre muchos otros” (21).
En “Una calle, dos destinos”, Pedro Orgambide recuerda a Gleizer: “En un zaguán de Triunvirato 550, en lo que hoy es la avenida Corrientes al 5200, un vendedor ambulante, un inmigrante ruso, encontró su destino. Cambió la ropa que vendía por un lote de libros usados. Y desde entonces, a la vez, cambió su vida. Se hizo librero y editor. Su nombre: Manuel Gleizer, figura en numerosos libros de los escritores que fueron sus amigos: César Tiempo, Raúl González Tuñón, Arturo Cancela, Leopoldo Marechal, Nicolás Olivari”.
"Todos nosotros éramos como sus hijos. Todos teníamos caras de poetas que se mueren", contaba Raúl González Tuñón. Hijos adoptivos de don Manuel y de su mujer, que sentaba a la mesa a los poetas pobres y les daba de comer la sabrosa comida de los rusos judíos inmigrantes: el gefiltefish, los kniches, los varenikes, el borsht, o lo que es lo mismo: el pescado relleno, las pastas y la sopa de remolacha, que ellos comían en casa de los Gleizer, situada en Triunvirato 537, a pasos del local de la librería. En 1926, cuando Tuñón tenía veinte años, Gleizer le publicó su primer libro: El violín del diablo, que le hizo decir a Augusto Mario Delfino: 'ha llegado un guapo a la literatura' " (22).
“Jacobo Samet nació en Kishinev, Besarabia, antes rumana y luego rusa, el 15 de Agosto de 1898, y murió en Buenos Aires el 13 de Agosto de 1981, dos días antes de cumplir 83 años.
Jacobo Samet, era hijo de Samuel Samet y de Clara Relder. Samuel Samet había nacido en Rusia en 1871 y murió en Buenos Aires en junio de 1924 a los 44 años de edad, ciudad a la que había llegado como simple inmigrante en 1908.
De él heredó Jacobo el negocio de cigarrería, venta de revistas y libretos de zarzuelas y operetas de Avenida de Mayo 1242, abierto por su padre en 1920 junto a la puerta de entrada al Paraíso del Teatro Avenida, inaugurado en 1908, y al que Jacobo transformaría en Editorial hasta convertir el lugar en la célebre «Sagrada Cripta de Samet». Por ese tiempo actuaba en el Avenida la compañía de Inés Berutti que, tres años antes, en 1917, había participado junto a Angelina Pagano (1888-1962) en la película muda «El Conde Orsini» (1917), de Belisario Roldán (1873-1922), primer film policial argentino.
El local era angostísimo, al punto de que sólo podían pasar dos personas juntas. Ello no fue obstáculo para que Henri Barbusse (1873- 1935) le dedicara su libro Faits divers «al grande editor argentino» y que fuera conocido como «el benjamín de los editores argentinos». Fue un lugar de convergencia literaria en el que se mezclaban sus inquietudes de editor y los ensueños de los jóvenes escritores y poetas argentinos, metidos en el ámbito misterioso de ese zaguán en el que funcionaban la librería y la editorial.
Jacobo Samet tenía cinco hermanos, todos menores: Guillermo, Rosa, Catalina, Amalia y Cecilia.
De chico, había asistido a las escuelas William Morris (1864-1932), por lo que, como dice su hijo Sigfrido, pudo apreciar el trabajo de Narciso Ibáñez Menta (1912-2004) en Cuando en el cielo pasen lista (1945).
Autodidacta, aprendió francés por sí mismo y tradujo varios volúmenes de El año médico.
Jacobo Samet se casó con Miña Letichevsky, joven rusa llegada a la Argentina siendo muy chica. Recuerda su hijo Sigfrido:
«Hace muchos años, un amigo me contó que tenía una vecina rusa. Llegó al país de adulta y no hablaba castellano. Se llamaba Celia, así que las vecinas la llamaban 'Doña Celia'. Fue a la Policía a sacar su cédula de identidad, y cuando le preguntaron el nombre, contestó 'Celie', e inmediatamente agregó 'doña'. Entonces, en la cédula le pusieron 'Celedonia'.
Con mi madre pasó algo parecido. Llegó de muy chica. En Rusia se llamaba 'Miña'; pero como eso no es un nombre, la empleada de la Policía decidió que se llamara Manuela. O sea que su nombre oficial era Manuela Letichevsky. Las amigas la llamaban 'Mina', supongo que con alguna reminiscencia lunfarda. En el Liceo fue compañera de Marina Esther Traverso (1903-1996) –la futura 'Niní Marshall'–, que la llamaba por su apellido Letichevsky transformado en 'Lechefresca'.»
Después de dejar la librería y editorial, Jacobo Samet trabajó algún tiempo como corrector de pruebas en la Imprenta López, en la calle Perú, ya desaparecida. Luego, su amigo Federico Boxaca lo hizo entrar en la Compañía Argentina de Electricidad CADE, en la fue Jefe de Propaganda y donde se jubiló. Una vez jubilado, se hizo vendedor de joyas, pero el intento fracasó.
Memora su hijo Sigfrido: «Recuerdo una charla que dio en el Salón de Actos del Edificio Volta, de la CADE. El tema era 'El mágico poder de la palabra'. Yo creo que hay temas que 'flotan en el aire', saturan el ambiente y cristalizan en diferentes lugares. A comienzos del siglo XX, Ferdinand de Saussure (1857-1913) dio un gran impulso a la lingüística y Sigmund Freud (1856-1939) creó el psicoanálisis, que se basa en el lenguaje. Al mismo tiempo, Federico Nietzsche (1844-1900) criticó el racionalismo y su influencia motivó la búsqueda de religiones y magias diversas. Mi padre percibió esas vibraciones, que necesitaban mucha profundización.»
Inquieto, Jacobo Samet fue socio del Fotoclub Argentino, donde obtuvo premios y dictó clases de fotografía a la que fue muy aficionado. El mismo revelaba los rollos y hacía sus copias y ampliaciones. En Argentina no se fabricaban elementos para hacer estas cosas, pero un día vio en una revista un anuncio de la ampliadora «Federal». La pidió a EE.UU. y –¡Oh! otros tiempos–, le llegó por correo.
También dio clases de propaganda en la Asociación de Jefes de Propaganda.
Cuando eran chicos, a sus hijos Sigfrido y Sara los hacía cantar a coro, en la azotea, para que tomaran sol al mismo tiempo. En general le gustaban los temas criollos; una de las canciones tenía como letra el «Santos Vega» de Rafael Obligado (1851-1920). Muchas veces salían a caminar por Buenos Aires y visitaban imprentas y fotograbadores. Recuerda Sigfrido: «Por el camino me contaba cosas, como los esfuerzos titánicos de Ottmar Mergenthaler (1854-1899) para desarrollar la linotipo (1885), o como funcionaba la litografía.»
«Recuerdo, también, que una vez, caminando por Florida, tropezamos con Jorge Luis Borges (1899-1986), y estuvieron charlando un rato». En uno de sus últimos artículos, publicado en El País el 21 de febrero de 1986, Borges recuerda su primer encuentro con Carlos Mastronardi (1901-1976) y la primera conversación en la librería de Samet, en Avenida de Mayo y Salta.
Jacobo Samet vivió siempre en Buenos Aires, en Venezuela 730, en una casa de la calle Estados Unidos, en México 1056 (el edificio «Sol-Aire», donde apareció la revista Pulgarcito) y finalmente en Venezuela 1312 donde, como he dicho, lo conocí.
En el edificio Sol-Aire, que tenía un gran parque central y un arco de departamentos, joya destruida para construir la Avenida 9 de Julio, vivían Sergio de Cecco y su hermana Alma, más recordada como Alma Bressan, Alejandra Boero (1918-2006), recientemente fallecida, Pedro Asquini (1915-2003), el dibujante Roberto Abril y otros personajes conocidos. En ese solar, muchos años antes, había funcionado la famosa Jabonería de Hipólito Vieytes (1762-1815).
No hizo fortuna pero, con unos pesos que tenía, Jacobo Samet compró un terreno en Tortuguitas y construyó una casa con ayuda de un albañil. Durante muchos años pasaba allí los fines de semana y plantaba frutales.
Recuerda su hijo Sigfrido: «Hacia 1938 sólo los ricos y los médicos tenían coche. Pero el Dr. José Svibel, amigo de mis padres, nos invitaba a hacer largos viajes, por ejemplo, a Rosario. Estaba casado con Raquel Grunberg, autora del libro de cuentos Liceo de señoritas y hermana de Carlos, el autor de Judezno. El Dr. Svibel cuidaba mucho su Ford V8. Recuerdo que le ponía aceite de castor.»
Jacobo Samet se reunía con algunos amigos para charlar de diversos temas. Ese grupo se denominaba «La cofradía del Divino Botón» y cada miembro llevaba un botón en la solapa. El lema era algo así como: «Omni humanum laborem est ad divinum botonem.»
La editorial de Samet tuvo una vida relativamente corta, desde 1924 hasta 1932. Sólo 8 años. Comenzó con Prisma, de Eduardo González Lanuza y concluyó con Pacha Mama de Amadeo R. Sirolli, con ilustraciones de Raúl Rosarivo (1903-1966). Entre sus publicaciones hay cuatro obras de Carlos Sánchez Viamonte (1892-1972): Derecho Político (1925), ponderada por el profesor Adolfo González Posada (1869-1940), Del taller universitario, La cultura frente a la Universidad y Jornadas.
Cuando liquidó la editorial le quedaron unos 30.000 volúmenes que no pudo vender ni como papel viejo y hoy son intensamente buscados por los bibliófilos que pagan por ellos elevadas sumas.
Después publicó un par de revistas: Cartel, entre enero y diciembre de 1930, de la que salieron 11 números, y Bibliogramas, entre 1934 y 1935, de la que, también, salieron 11 números. Más tarde, Samet aparece vinculado a las publicaciones de la Editorial Platina. (…)” (23).
“Samuel Glusberg, verdadero nombre de Enrique Espinoza, nació en Kischinev, Rusia. Llegó con su familia a Buenos Aires en 1905, aunque parte de ella se avecindó en Chile, donde Glusberg se radicó posteriormente. Luego a su arribo, estudió en un pequeño colegio israelita. Más tarde, se cambió a una escuela pública, que abandonó para dedicarse a distintos trabajos de ocasión. A los dieciséis años, Glusberg era devoto de las lecturas de Tolstoi, Turguenev, Heinrich Heine y del filósofo judío-sefardí Baruch Spinoza. De estos dos últimos tomó su seudónimo.
Posteriormente, se integró a los estudios en la Escuela Normal de Buenos Aires, donde se familiarizó con las obras musicales de maestros como Bach, Beethoven, Händel, y esto lo incitó a ingresar como miembro a la Asociación Wagneriana, incorporando su pasión por la música a la literatura. Con un poco de dinero que le enviaba uno de sus tíos desde Chile, empezó a editar los Cuadernos América (1919). Éstos lo pusieron en relación con importantes escritores rioplatenses como Horacio Quiroga y Leopoldo Lugones. Aparte de Cuadernos América, que tuvo una duración de cincuenta números, inició la edición de libros nacionales, americanos y hasta europeos, con el sello editorial de Babel. Posteriormente, en 1921, resolvió editar una revista con el mismo nombre. A ésta se unieron eminentes literatos de la generación madura y jóvenes como Jorge Mañach Marinello, Mariano Picón-Salas, Arturo Uslar Pietri, Augusto D’Halmar, Pedro Prado, José Carlos Mariátegui y Jorge Basadre. Sus ediciones y revistas le crearon entretanto copiosas amistades del mundo de las letras. En aquella época promovió veladas, exposiciones y traducciones; además, organizó homenajes a numerosos escritores.
Sin menoscabo de la línea editorial seguida por Babel, incursionó en el proyecto de carácter más revolucionario de la vanguardia argentina: Martín Fierro. En este órgano, dirigido de Evar Ménez, cuyo manifiesto de carácter futurista fue escrito por el poeta argentino Oliverio Girondo, figuraron Jorge Luis Borges, y otros escritores que en esa época eran parte de la vanguardia rioplatense, como Macedonio Fernández. A pesar de que la tónica de la revista ponía énfasis en la poesía, incluía numerosos artículos sobre pintura, arquitectura, música, cine y pintura, no sólo latinoamericanos, sino también europeos. Estos aires renovadores y cosmopolitas fueron asentándose en el mundo cultural argentino y llegaron también a Chile, gracias, precisamente, al influjo de hombres como Espinoza o Juan Emar (Álvaro Yánez Bianchi), que fundó también un movimiento renovador en torno a sus “Notas de Arte” publicadas en el diario La Nación.
Entre otras iniciativas culturales llevada a cabo en Argentina, Enrique Espinoza fue cofundador de la Sociedad Argentina de Escritores, presidida por Leopoldo Lugones. Por estos años, Espinoza publicó De un lado y otro, donde rememoró los avatares culturales de esa época.
En enero de 1935, se radicó en Santiago de Chile incorporándose activamente a la vida cultural del país. Comenzó publicando breves ensayos sobre diversos tema. Su primer libro publicado en Chile fue Compañeros de viaje en 1937. En 1939, reanudó los tirajes de la Revista Babel en Santiago de Chile, con la editorial Nascimento. Enrique Espinoza costeó la mitad de cada volumen, mientras que Mauricio Amster modelaba cada entrega y dirigía la tipografía. Espinoza, además de dirigirla, organizaba su edición entera. Babel fue apreciada por los artistas más heterodoxos de la época. Entre su obra cabe destacar: Gajes del oficio (1968) y un ensayo largo titulado Conciencia histórica(1973), mediante el cual intentó aunar la reflexión política, social y cultural” (24).
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"Constancio C. Vigil “nació en Rocha, Uruguay, el 4 de Septiembre de 1876. Desde su juventud, estuvo dedicado a las letras, como escritor y como promotor de revistas lo que le hacía ver como un defensor de la comunicación. Es así, que sus proyectos, apuntaban a crear medios con características determinadas, que recrearan a público diferente: el infantil, el femenino, el masculino. En 1901, funda, en su país natal, su primera revista. En 1903, la revista Pulgarcito, surge como antecedente del famoso Billiken. En 1915, Vigil publica su obra El Erial, donde se sintetiza su pensamiento. Constituye un conjunto de lecturas morales cristianas. En 1919, funda, la revista Billiken, se convierte en la suma de industria editorial, niñez y escuela y, de la que gozaron varias generaciones. Otras de sus obras: Marta y Jorge; La Hormiguita Viajera; Mangocho; La Familia Conejola. Otra de sus creaciones, es el Libro de iniciación a la lecto-escritura, más duraderos de la historia argentina: Upa. Constancio Cecilio Vigil, fallece en Buenos Aires, el 24 de Septiembre de 1954" (25).
"Editor y periodista de oficio, y humanista por vocación, Vigil llegó a publicar 134 libros en los que daría cuenta de su preocupación por la verdad, la justicia, la paz, la educación, la tolerancia entre los pueblos, el bienestar de los niños y de las mujeres, ideas por las cuales llegaría a ser honrado con la Cruz Lateranense de oro, otorgada por el Papa Pío II, y a ser propuesto para el Premio Nobel de la Paz (1934)" (26).
"La familia Vigil toma contacto con Pinamar, cuando adquieren la casa llamada El Jagüel. El 30 de Junio de 1960, el Ministro de Educación, como homenaje al escritor y periodista Constancio C. Vigil, resuelve imponer su nombre a la Escuela Nº 11 de General Madariaga, hoy Escuela Nº 1 de Pinamar” (27).
Escribe Pablo Medina: “La editorial Atlántida creada y dirigida por Constancio C. Vigil, además de la legendaria edición de su libro de lectura "UPA" cuyas inagotables ediciones recorrieron y recorren el país como uno de los clásicos entre los textos de primera lectura, aporta innumerables colecciones de libros de literatura informática y de divulgación. Una mención especial a la revista Billiken que se ha mantenido por más de 70 años como la única publicación infantil de mayor permanencia y tirada del país” (28).
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Editaron o vendieron libros de autores prestigiosos y de otros que aún no lo eran, libros escolares y científicos, libros de entretenimiento. También editaron periódicos. Los editores y libreros inmigrantes contribuyeron con su sentido crítico y su esfuerzo al engrandecimiento de la cultura argentina.
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1 Varios autores: Enciclopedia Visual de la Argentina. Buenos Aires, Clarín, 2002.
2 Delaney, Juan José: Marco Denevi y la sacra ceremonia de la escritura. Una biografía literaria. Buenos Aires, Corregidor, 2006.
3 Trenti Rocamora, José Luis: “La primera Feria del Libro Argentino (1943)”, en www.editorialdunken.com.ar.
4 Medina, Pablo: “El libro en la escuela”, www.bnm.me.gov.ar.
5 es.wikipedia.org/wiki/Juan_Torrendell
6 Abós, Alvaro: “Pasión por los libros”, en La Nación, Buenos Aires, 4 de enero de 2004.
7 Sorrentino, Fernando: “El trujamán El equipo de traductores de don Juan”. Centro Virtual Cervantes, Instituto Cervantes (España), 14 de enero de 2004.
8 Martínez, Tomás Eloy: “El sueño de un profeta”, en La Nación, 4 de septiembre de 1999.
Foto publicada en Álvarez Garriga, C.: “Francisco Porrúa: «A Cortázar no le preocupaba que no lo alabaran»”, http://www.abc.es/cultural/dossier/dossier40/fijas/dossier_003.asp, 2003.
9 Schwarsztein, Dora: “La llegada de los republicanos españoles a la Argentina”, en Estudios Migratorios Latinoamericanos, Nº 37, CEMLA, Buenos Aires, 1997.
10 Alonso, Rodolfo: “La Galicia del Plata”, en El Tiempo, Azul, 1º de diciembre de 2002.
11 S/F: “Esa magnífica legión de los viejos”, en Revista Mayores, Año II N° 11, 1994.
12 S/F: “El oficio de editar, aun bajo las balas”, en Clarín, 9 de agosto de 1998.
13 Varios autores: Enciclopedia Clarín. Buenos Aires, Visor, 1999.
14 Romero, Roberto D.: “Cultura sexual y física” Fuente: Cultura Sexual y Física - "De eso sí se habla". Publicado en: Historia de Revistas Argentinas. Tomo III. AAER, transcripto en www.learevistas.com.
15 Marabotto, Eva: “La esquina del librero, barro y pampa”, en Clarín, 5 de noviembre de 2000.
16 Petriella, Dionisio y Miatello, Sara: Diccionario Biográfico Italoargentino. Buenos Aires, Asociación Dante Alighieri, 1976 (www.dante.edu.ar).
17 ibídem
18 ibídem
19 ibídem
20 ibídem
21 Varios autores: Enciclopedia Visual de la Argentina. Buenos Aires, Clarín, 2002.
22 Orgambide, Pedro: “Una calle, dos destinos”, en www.defensoria.org.ar.
23 García Costa, Víctor O.: “Jacobo Samet, librero y editor, idealista y precursor”, en http://www.nodulo.org/ec/2006/n054p12.htm.
24 “Enrique Espinoza (1898-1987), Un aporte cosmopolita a la literatura chilena”, en http://www.memoriachilena.cl/temas/index.asp?id_ut=enriqueespinoza(1898-1987).
25 S/F: “Constancio C. Vigil”, www.telpincom.ar.
26 Vigil, Constancio C.: El maíz, fabuloso tesoro. 1° edición renovada. Buenos Aires, Atlántida, 2007. 120 pp.
27 S/F: “Constancio C. Vigil”, www.telpincom.ar.
28 Medina, Pablo: op. cit.
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