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Algunas de las páginas que se escribieron sobre la inmigración nos muestran la idea de emigrar desde los instantes en los que surge. La vemos afirmándose, madurando en esas mentes en las que la desesperación es un sentimiento tristemente cotidiano. Porque –como dice Gustavo Cirigliano, en sus “Disquisiciones tangueras”- “Todo aquel que dejó su país, su patria de origen, de hecho –nos guste o no- fue abandonado o aún expulsado por ella, fue impelido a irse al no ser protegido ni retenido. Se lo echó, dicho sin vueltas” (1).
José Luis Baltar Pumar, presidente de la diputación de Orense, se refirió en 1998 al sentimiento de los gallegos emigrantes: “Los gallegos han colaborado en la realización de la Argentina, pero nunca se han olvidado de su madre patria, cuando podría existir un sentimiento de rencor por no haberles dado la posibilidad de progresar en su lugar de nacimiento. Ellos saben que si Galicia no les ha dado oportunidades es porque no ha podido” (2).
En el sitio “Asturias en la emigración”, Luciano Méndez Muslera enumera los motivos que llevaron a los asturianos a emigrar; habla de la imitación e inculcación, la salida de los hidalgos segundones y gente acomodada, los “ganchos” o agentes de los armadores, la evasión del reclutamiento militar, y los motivos económicos o de población (3). Estos motivos, aunque con variantes, pueden aplicarse a ciudadanos de otros países, pero es necesario agregar otros: las guerras mundiales, los pogrom rusos –que el autor no menciona por referirse sólo a la emigración asturiana- y los dramas personales –los cuales, aunque mínimamente, también fueron causa de emigración.
Notas
(1) Cirigliano, Gustavo: “Disquisiciones tangueras”, en El Tiempo, Azul, 30 de septiembre de 2001.
(2) Estévez, Paula: “Buenos Aires es nuestra 5° provincia de ultramar”, en La Prensa, 7 de noviembre de 1998.
(3) Méndez Muslera, Luciano: “Asturias en la emigración”, www.telepolis.com.
Leopoldo Díaz, en el poema “Tierra prometida”, expresa: “¡América! te anuncia el nuevo día/ en que el arte y la ciencia te den gloria./ Serás del pensamiento la victoria,/ no la victoria de la guerra impía.// La voz del porvenir es la voz mía;/ mi palabra augural no es ilusoria;/ hecha de luz y lágrimas tu historia/ habla en mí con fervor de profecía.// El viejo mundo se desploma y cruje... El odio, entre la sombra acecha y ruge.../ Una angustia mortal tiene la vida...// Y como leve arena que alza el viento,/ a ti vendrán el paria y el hambriento/ soñando con la Tierra Prometida” (1).
La política aparece reiteradamente como motivo de emigración. Del fascismo y sus reiteradas golpizas huye el protagonista de El laúd y la guerra, libro de Martina Gusberti. Decidió emigrar “porque él, como vehemente socialista, fue apaleado varias veces por los camisas negras”. El anciano narra qué había sucedido: “Sabían que era músico, director de una banda, y me buscaron para colaborar, pero yo me negué a tocar la marcha fascista y por eso me ligué unos buenos bastonazos, ¡brutte bestie! Me protegí la cabeza como pude, pero ésa es otra historia. Después, emigré a América” (2).
Syria Poletti evoca la guerra, por ejemplo, a través de los ojos de un personaje, en “Agua en la boca”. La protagonista se encuentra con un hombre que sufre las secuelas de la contienda. Así lo describe: “Comenzaba ya a bajar cuando vi que por el sendero empinado trepaba oscilante Chero, el loco, borracho como siempre. Para él, la guerra era un permanente estado de alerta, porque en ella había perdido un brazo y encontrado todas las alucinaciones que todavía lo trastornaban. Y sólo en el vino encontraba un ruidoso olvido” (3).
En “Desarraigo”, cuento de Ana María de Benedictis, el narrador, que piensa en emigrar de la agobiada Argentina del siglo XXI, se arrepiente, evocando una historia familiar vinculada con la guerra: “Recordó que una mañana muy temprano llegó una carta bordeada de una franja verde, blanca y roja; que la abrió su abuela materna y comenzó a secarse las lágrimas con el delantal; (...) esperaron en la vereda a su padre. (...) Su madre, Mariana, había muerto hacía ya quince días. El correo tardaba mucho y él hacía quince años que no la veía. Recordó el duelo a distancia y el dolor de tanta ausencia amontonada, de tantos besos perdidos y de tanta soledad impuesta por un país destruido por la guerra” (4).
Los recuerdos bélicos tienen que ver para el autor de La tierra incomparable, con la figura paterna. En un reportaje, Antonio Dal Masetto recuerda al italiano Narciso, un hombre valiente. De él dice: “era tremendamente trabajador, tremendamente amante de su familia y tremendamente testarudo. Durante la Segunda Guerra Mundial, él trabajaba en una fábrica. Su turno terminaba a medianoche. Había toque de queda desde las siete de la tarde, y muchos se quedaban a dormir en la fábrica, por temor. Mi padre volvía a casa. Su argumento era grande como una montaña. Decía: Yo quiero dormir en casa. Tengo una casa, y nadie me lo puede prohibir. Ni Hitler, ni Mussolini...” (5).
También escapa del fascismo el padre de Roberto Raschella. El escritor narra: “Mi padre vino varias veces desde la primera preguerra, hasta que, perseguido por el fascismo, se quedó aquí para siempre en 1925. Mi madre, después de muchas dificultades para poder salir de Italia, llegó en 1929” (6).
Debieron emigrar Julián Centeya (Amleto Vergiati) y su familia: “El 15 de septiembre de 1910 nació en Borgotaro, un pueblo de la provincia de Parma, Italia, Amleto Enrique Vergiati, hijo de un periodista del diario Avanti, cuyo jefe de Redacción era Benito Mussolini, el futuro ‘Duce’. Diez años después, realizada ya la histórica marcha sobre Roma (1920), la represión sobre la izquierda se tornó violenta y obligó a muchos opositores al régimen a decidir su exilio. La familia Vergiati, integrada por Carlos, el padre, Amalia, la madre, y los tres hijos, dos mujeres y Amleto, no fue una excepción y viajó hacia la Argentina como casi la mayoría de los refugiados políticos de ese momento” (7).
Juan Fazzini recuerda que su madre los impulsó a emigrar: “Fue Rina quien alentó a la familia a dejar Italia y venirse a la Argentina para escapar de la miseria que había dejado la Segunda Guerra Mundial. ‘Es una tierra donde no hay hambre y no hay guerra’, le decía a su esposo Pedro, que era mecánico de vuelo” (8).
Blas Gurrieri nació en el pueblo de Conza, provincia de Raguna. “En la posguerra, allá por el 1948, el fantasma de la Guerra de Corea empezaba a convertirse en una amenaza peor a lo vivido y don José decidió embarcar a su familia a tierras más tranquilas” (9).
Hubo quien vino por un tiempo, y no pudo regresar. Finalmente, se estableció aquí: “Mi abuelo, un anárquico antifascista, había partido en 1926 por motivos políticos –comenta Laura Pariani, escritora italiana autora de Quando Dio ballava il tango. Estaba convencido de que el fascismo caería de un momento a otro y de que su estadía en la Argentina, fruto de la necesidad, habría de durar poco. Mi madre tenía menos de un año cuando él partió. La idea de mi abuelo era regresar, pero el fascismo no cayó. Fue así como, postergando cada año el regreso, mi abuelo construyó su nueva vida en la Argentina, donde vivió sus últimos cuarenta años” (10).
Huyendo del Mariscal Tito venían los Ranni, de Trieste. Cuenta Rodolfo: “viví muchos años con el recuerdo del rincón donde había dejado mis juguetes, cuando nos escapamos. Fue una fuga como en el cine: mi hermano y yo escondidos en el altillo de la casa de mi padrino, que era el cura del pueblo; mi mamá, en un carro tirado por caballos de un padrino de mi papá. Y como estaba por dar a luz a mi hermano, en la frontera inglesa la dejaron pasar...” (11).
La emigración aparece como una alternativa que otros italianos no aceptan, porque no pueden abandonar a sus muertos. En su novela La piel, Curzio Malaparte dice que los difuntos “no pueden pagarse un billete para América, son demasiado pobres. No sabrán jamás lo que es la riqueza, la felicidad, la libertad. Han vivido siempre en la esclavitud; han sufrido siempre el hambre y el miedo. Incluso muertos serán siempre esclavos, sufrirán hambre y miedo. Es su destino, Jimmy. Si supieses que Cristo yace entre ellos, entre estos pobres muertos, ¿Lo abandonarías?” (12).
Vino de Italia –donde había emigrado anteriormente- el abuelo de José Eduardo Abadi. El nieto relata: “El abuelo paterno era juez, en Siria, pero como tuvo que abandonar el país por razones políticas, se mudó a Milán con toda la familia. Al poco tiempo, llegó el fascismo y tuvieron que volver a emigrar... Así llegaron a la Argentina” (13). Los sirio-libaneses llegaron “dejando atrás los conflictos producidos por la invasión del Imperio Otomano, para radicarse en zonas inhóspitas del Noroeste, San Juan y la Patagonia fronteriza” (14).
Silke, “artista plástica multidisciplinaria, reconocida internacionalmente”, “Nació un día de otoño del '43 en el Viejo Continente en plena guerra mundial. Desde 1949 es residente argentina” (15).
El croata Miro Kovacic padeció la guerra en su país de origen. Así recuerda el efecto de la contienda en los espíritus: “Se descubren tantas cosas en este otro mundo. El de los muertos vivientes. Descubrí que el ser humano tiene una capacidad de sufrimiento sorprendente y se adapta a las situaciones más difíciles. Es más. En esos momentos en los cuales la vida no vale una moneda (mucho menos que un cigarrillo), se dan situaciones en las que se puede notar una clara certeza de la existencia del otro a nuestro lado y un ‘darse’ a él que asombra a quien se ha acostumbrado a ver el lobo del hombre comiendo al contrario, o al mundo, y aún comiéndose a sí mismo. Es notable ver cómo alguien puede pasar de un acto de crueldad extrema a otro de la más sublime bondad en el mismo día. Cada uno lleva dentro de sí ángeles y monstruos. Esa es la lucha constante con la que debemos cargar” (16).
Pedro Opeka, sacerdote en Madagascar, “tiene cincuenta y cinco años y dos padres eslovenos que se establecieron en Argentina tras huir de la Yugoslavia comunista de posguerra. Junto a ellos y sus siete hermanos se crió en Ramos Mejía, donde aún viven doña María y don Luis” (17). También emigraron los eslovenos, entre ellos, los padres de un periodista: “Alfonso Pipan y Tatiana Svajgar, prófugos de su país natal terminada la Segunda Guerra Mundial, llegaron como inmigrantes en 1948 a la Argentina” (18).
A la vienesa Hedy Crilla, “el creciente antisemitismo de los nazis en el poder las empujó, como a tantos, al exilio: primero en París –donde vivió entre 1936 y 1940 y trabajó en teatro, radio y cine- y luego en la Argentina” (19).
“En 1939, como tantos otros judíos perseguidos por las hordas de Hitler, los Hurwitz se despidieron de su casa”, en Alemania (20).
Fueron perseguidos los Flichman en su tierra, cuenta una inmigrante afincada en Mendoza. En Rojos y blancos, Ucrania, Rosalía de Flichman evoca el entorno en el que se desarrolló su infancia. Las persecuciones, la revolución, la guerra civil, las violaciones y los asesinatos –a los que se suman las inundaciones y el tifus- son el cuadro con el que Rosalía debe enfrentarse a muy corta edad: “Los blancos están en la ciudad, persiguen sin cesar a los judíos. Matan a los hombres, se apoderan de las mujeres jóvenes y hasta de las niñas. Estoy cansada de tanto horror. Y los cambios continúan. Hoy los blancos, mañana los rojos. Como somos despreciables burgueses, estos invaden la casa y nos reducen a dos habitaciones. El hambre se hace sentir, duele”.
Más adelante manifestará una preferencia, en su desgracia: “Quiero que vuelvan los rojos; cantan la ‘internacional’ y nos asustan, pero que vengan pronto. Los blancos son peores, ignorantes, desalmados, asesinos”. Afirma que ella y su familia eran perseguidos en su país de origen por dos motivos: su condición de judíos y de burgueses. Si estas dos causas motivaron la amenaza constante a la que estaban sometidos, también significaron la posibilidad de radicarse en nuestra tierra, ya que la madre se apoyó “en instituciones judías que ayudan a los emigrantes fugitivos que salen de Rusia”, y el hecho de ser pudientes les permitió una salvación que a otros estuvo negada (21).
María Arcuschín recuerda, en De Ucrania a Basavilbaso, los relatos familiares sobre la razón que los llevó a emigrar. Los antepasados “Fueron casa por casa, puerta por puerta alertando sobre el peligro del próximo pogrom y la urgencia de partir hacia América en busca de libertad y de paz” (22).
José Muchnik recuerda la tragedia de sus mayores: “Argentina es el pulso de múltiples venas en un mismo estuario…por eso somos todos argentinos… Ahí anclaron , gallegos o andaluces, sicilianos o calabreses, franceses del Béarn o del Aveyron, portugueses, japoneses, libaneses, sirios, rusos, ucranianos, serbios, croatas… judíos expulsados por los pogroms, armenios huyendo del genocidio turco …paraguayos, bolivianos o brasileros…acentuaron el sabor latino de esas tierras…y hasta millares de coreaneos aportaron hace poco su encanto oriental a esta odisea. Argentina…raíces no sólo de tierra sino también de cielo. Mi palabra, estas palabras, no artículos y adjetivos, sí sangre y silencios…mi padre dejó madre y hermano degollados en un « shteitl » ukraniano antes de ser el más criollo de los criollos con sus mates de madrugada en la ferretería de Boedo, barrio de tango, barrio de mis primeros amores…” (23).
“Nací en Córdoba, Argentina –relata Perla Suez-, pero toda mi infancia transcurrió en Basavilbaso, provincia de Entre Ríos, lugar próximo a las tierras donde se radicaron mis abuelos cuando llegaron, a finales del siglo XIX, con la primera corriente de inmigrantes judíos que escaparon de la Rusia zarista” (24).
En Minsk, en 1941, a una adolescente y a sus padres les advertían el peligro: “a Tínkele –relata Manuela Fingueret- le asombra comprobar que gran parte de esos jóvenes vestidos a la usanza gentil son los primeros en hablar de las desgracias que sobrevendrán a los judíos si no huyen a tiempo hacia Palestina o América. Los religiosos oran y esperan pasivos el destino que Dios les depara. Esto la subleva porque sus padres oscilan entre ambos y ella, naturalmente opuesta a la generalidad, intuye que los que están en contacto con el mundo exterior pueden analizar mejor el futuro. Los padres de Leie también creen que hay que emigrar, pero no les es fácil movilizarse con una familia tan grande y sin dinero” (25).
El pequeño protagonista de “Historia con tango y misterio”, de Oche Califa, pregunta por qué sus abuelos emigraron de Rusia. El padre le contesta: “Por el ejército del zar. Cada vez que aparecían por la aldea donde vivía era para llevarse a los jóvenes a pelear en alguna guerra en la otra punta del país” (26).
Emigraron, asimismo, los padres de Alejandra Pizarnik: “Flora Pizarnik –nacida en Buenos Aires en 1936, apodada Buma, convertida en Alejandra con la edición de su segundo libro- hizo su elección definitiva por la poesía. Flora (Buma en idish) era la segunda hija del matrimonio formado por los rusos Elías Pizarnik y Rosa Bromiker, que en 1934 dejaron su Rovne natal (donde algunos años despúes los nazis masacraron a sus familias), para instalarse en los suburbios soleados de Avellaneda” (27).
Max Gurovitz, su esposa Fany y su hijo David emigran de Polonia, donde “Otra vez los gritos de ‘yid’ atronaban la calle. El viaje había sido inútil. Se culpó por haberla dejado sola mientras él iba al mercado. Aún tenía el uniforme ruso de inválido, si no ya estaría hecho pedazos. Para ellos la guerra había terminado pero no su odio por los judíos. (...) el celo polaco podía dejar atrás a los alemanes si de matar judíos se trataba. (...) También de Polonia debían irse” (28).
Alejandro Kokocinski, “hijo de un polaco y una rusa, nació en Italia pero creció en la Argentina. (...) Recién a los 21 años Alejandro Kokocinski consiguió una nacionalidad, la argentina. Hasta entonces era un apátrida. ‘Yo tengo una gran pasión por la Argentina, me considero muy argentino –aclara-. Recién me dieron la doble ciudadanía italiana de grande, porque como aquí rige la ley de sangre yo no tenía una patria. Mis padres eran dos refugiados corridos por la guerra, un polaco y una judía rusa’. (...) Los dos tuvieron la gran fortuna de que descarrilara el tren que los llevaba al campo de exterminio nazi de Treblinka ‘porque si no yo no estaría aquí’. Huyeron entre mil peripecias, estuvieron un año escondidos y llegaron a un campo de refugiados en Italia. (...) ‘En ese contexto dramático yo vine al mundo en 1948’. (...) Papá Kokocinski organizó con otros soldados la liberación de su pareja. Escaparon todos. Llegaron a Génova y se escondieron. Querían ir a la Argentina. ‘El cónsul se apiadó y los dio un salvoconducto’. Una carreta del mar los trajo a Buenos Aires” (29).
Alberto Mazor imagina la carta que le hubiera escrito, desde Treblinka, el abuelo al que no conoció. El zeide hubiera manifestado: “Es triste pensar que voy a ser asesinado a sangre fría, es por eso que prefiero no aceptarlo y vivir en función del desentendimiento. Lamentablemente voy a morir, como tus abuelas, tus tíos o tus primos recién nacidos, y voy a poner cara de sorpresa en el momento justo de dejar esta envenenada tierra” (30).
Con el título ...Y elegirás la vida, “un libro de la periodista Adriana Schettini cuenta diez historias de sobrevivientes de la Shoah con quienes convivió dos años y medio, inmersa en la cotidianeidad de sus biografías. (...) Y vio en ellos ‘la encarnación del mandato bíblico: ... Y elegirás la vida’ (...) En los párrafos que siguen (31), apenas una parte de las historias que integran el libro”.
“En abril de 1943, José Rajchenberg estaba junto a los jóvenes que enfrentaron el poderío nazi con una cuantas botellas de gasolina, unas cuantas botellas de gasolina y una entereza arrolladora. ‘Los judíos, antes de tomar vino u otro alcohol, dicen Lejaim. ¿Qué significa Lejaim? Por la vida; para vivir, siempre. Después de tantas matanzas contra los judíos, después de tanta Inquisición y tanto pogrom, después de este tremendo Holocausto, aún se dice Lejaim. Así es la vida: fuerte, muy fuerte’ ".
“Auschwitz, 24 de junio de 1943. Es la hora del crepúsculo. El tren se detiene (...), dos mil cuatrocientos judíos son empujados fuera de los vagones (...). Salomón Feldberg se aferra a la mano de su madre. La memoria de las razzias le dice que en segundos perderá ese contacto protector. Pero nadie le avisa que será para siempre. ‘Yo estaba derrotado; era un esqueleto; no servía para nada y, sin embargo, ellos me asignaron un trabajo horrible: juntar cadáveres. (...) Pero, a pesar de todo, yo siempre tenía una chispita de esperanza. (...) Ninguno de los que pasamos por los campos sabemos por qué sobrevivimos, pero todos sabemos que queríamos vivir. (...) Morir no es un acto heroico. El heroísmo es luchar por conservar la vida’ ".
Relata Isak Lempert: "Pasamos Iom Kipur en prisión. Mi papá dijo las oraciones que pudo recordar de memoria y ayunó. Sí, yo vi a mi papá ayunando en la prisión de Czernovits porque era el Día del Perdón".
"A veces pienso cómo fue que después de la guerra tuvimos ganas de seguir viviendo, de pensar en ropa nueva o en ir al cine – manifiesta Elizabeth Szatmari de Marchak-. La vida sigue; la vida es muy fuerte. No sé explicar cómo ocurre, pero llega un bendito día en que uno vuelve a interesarse en una receta de cocina".
Dice Moniek Taub: " ‘Es que a mí me gusta tanto cantar...’ Si alguien le hubiera dicho en Auschwitz que iba a sobrevivir y que además iba a tener fuerzas para cantar, seguramente no le habría creído, ¿verdad? ‘En Auschwitz... ¿cómo iba uno a poder pensar algo así en Auschwitz, si estaba al lado del crematorio y veía que todo el tiempo entraba gente y salía humo?’ ".
Moisés Borowicz recuerda: “Tuve muchos compañeros de colegio y de juegos que no eran judíos, como supongo tienen todos los chicos judíos en cualquier parte del mundo. Pero cuando Hitler subió al poder en Alemania, en Polonia surgió un enorme antisemitismo (...) No me puedo olvidar lo que me dijo un grupito de compañeros: ‘Cuando venga Hitler, los vamos a pasar por la máquina de picar carne y de ustedes vamos a hacer albóndigas’ ".
"Llegamos a Majdanek en abril de 1943 –relata Stella Knyszynska de Feigin-. Nos hicieron sacar toda la ropa. Eramos chicas jóvenes y teníamos pudor... Nos llevaron a los baños donde estaban las duchas (...) Estábamos vigiladas por kapos alemanes. Hasta el día de hoy me esfuerzo por no agobiar a los otros con mis penas. Creo que, por más que la gente te quiera, si sos intolerante, jodida y quejosa, a la larga no te pueden aguantar y te van dejando sola. Y a mí me gusta estar junto a los otros. (...) Tengo muchos problemas y llevo una enorme tristeza adentro, pero no soy una resentida".
" ‘Yo te quiero contar -dijo Sarita (Chakim de Rosenberg)-. Yo quiero que se sepa’. Supuse que aludía a los crímenes cometidos por Hitler, pero me equivoqué: ‘Yo quiero que se sepa que sé hablar idish y hebreo gracias a la escuela del ghetto –precisó-. Hay que contar que en el ghetto se había organizado un coro, y que cantábamos. Sí, en el ghetto de Vilna cantábamos y estudiábamos; a pesar de los nazis. Y de esto no habla nadie’ ".
"Es increíble –afirma Julio Pitluk-:: entre tantos habitantes y con semejantes sufrimientos, casi no hubo suicidios (en el ghetto de Bialystok). La gente tenía la ambición de salvarse. La inmensa mayoría se aferraba a cualquier esperanza, por mínima que fuera, con tal de seguir vivo".
Sostiene Regina Kenigstein de Hubel: "Una vez por mes habría que hacer una lección para todos los jóvenes. Tienen que saber lo que fue Auschwitz, querida. Tienen que saberlo, para que nunca más le hagan a nadie lo que a nosotros nos hicieron ahí. (...) Hay que trabajar para que nunca nadie venga con ideas como las de Hitler, y la gente lo siga."
También escrito por Schettini, leemos “Un testimonio para la memoria Los últimos días de Auschwitz” (32), en el que entrevista a otra sobreviviente, quien le dice: “-Por favor, junto a mi nombre y apellido ponga mi número de prisionera en Auschwitz. Yo siempre firmo así, porque esa marca me la han tatuado en el brazo y en el alma. Ella es Mira Kniaziew de Stupnik, A 15538. A los 76 años, vive en el barrio porteño de Villa del Parque. Es viuda, tiene una hija, Eva, y dos nietos: "Ellos me dan la fuerza para vivir", explica. El 1° de septiembre de 1939, cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, tenía once años, y Adolf Hitler la condenó a muerte por ser lo que es: judía. Pasó la adolescencia en Auschwitz, el pozo más negro de la historia de la humanidad”.
“Se conmemoran los 60 años de la liberación de Auschwitz –escribe Enrique Valiente Noailles-. Y una de las definiciones que más impresionan es aquella de la sobreviviente Eugenia Unger: ‘Gente que no estuvo en Auschwitz nunca podrá entrar. Gente que estuvo ahí nunca podrá salir’. Por poco que uno se detenga en esta expresión, por poco que uno la habite, es posible advertir que la angustia que encierra es casi insondable” (33).
La historia que nunca les conté - El Libro de Gisela (Polonia 1943-1944), fue escrito por Mariano Fiszman y Roberto Raschella. “El protagonista de este relato –afirma Rubén Chababo- es Gisela Gleis, una joven judía de nacionalidad polaca, habitante de Stanislawow, un pequeño poblado, quien durante los años de la ocupación alemana se refugia junto a una treintena de personas de su pueblo natal en un sótano. Durante casi dos años, esperando el fin de la guerra y el cese de la ocupación, este grupo resiste la más absoluta de las adversidades. La posibilidad de ese refugio les es brindada por un hombre, vecino del lugar, de religión católica, llamado Staszek, quien ante la evidencia de la deportación y el asesinato masivo de miles de judíos llevada adelante por la Gestapo, decide arriesgar su vida para que ese puñado de perseguidos se salve de una muerte segura. Una vez terminada la guerra Gisela Gleis emigra a la Argentina junto a su marido Max, también habitante del sótano, y es en nuestro país donde viven y mueren ya ancianos, él en 1990 y ella en 2001. Los escritores Roberto Raschella y Mariano Fiszman fueron tras la voz de Gisela y durante tres años la entrevistaron en su casa del barrio de Flores, tratando de obtener la mayor información posible para que esta historia no fuera olvidada” (34).
En "Tres balcones", Silvia Plager se refiere a "La Gringa de enfrente", que "usaba zapatos de hombre porque durante la guerra se le congelaron los pies y tuvieron que amputarle cuatro dedos, y llamaba a sus hijos a los gritos porque la voz se le había vuelto loca" (35).
Para proteger a su hija de lo que vendría es que una madre judía quiere que la niña deje Europa. Cumpliendo la última voluntad de su esposa, el belga Divas se traslada con su hija a Ensenada “a finales de los treinta”. La moribunda había dicho: “ma fille doit arriver en Amérique avant que mon cadavre refroidisse” (36). Esta es la historia que relata Gabriel Báñez en Virgen, novela finalista en el Premio Planeta 1997.
Entrevistado por Mario Diament, dice Máximo Yagupsky: “¿Cómo han venido aquí nuestros judíos? Escapando, prácticamente, de pogroms. Los que han venido a la Argentina, sobre todo. No los movía, como a los italianos, el buscar una vida más confortable o huir de la miseria. Allá los judíos eran pobres, pero estaban acostumbrados a la pobreza. Amaban la vida en el ghetto porque significaba la vida en común, en la gran familia, a tal extremo que mi abuela murió a los noventa y tantos años y hablando de su país de origen decía siempre ‘allí, en mi casa’. A pesar de que vivían en la miseria, era su hogar” (37).
“El país de Gales, viendo comprometido su antiquísimo patrimonio cultural ante la presión ejercida por Inglaterra, decidió responder a la política inmigratoria propuesta por la República Argentina. Así fue como algunos eligieron a la Patagonia cuya condición deshabitada alentó sus ideales” (38).
La Guerra Civil fue el motivo para que muchos españoles emigraran, entre ellos, el gallego Arturo Cuadrado Moure, pasajero del Massilia, quien recuerda ese trance: “En el año 1936 sube Franco, aquella tremenda traición en donde los hombres tuvieron que matar a los hombres. Surge la famosa guerra civil que duró tres años y donde han muerto casi dos millones de españoles. Nosotros, el ejército republicano, que dominábamos Madrid, Valencia y Barcelona, no teníamos fuerzas, teníamos la canción y teníamos a América” (39).
Durante la contienda, “los dirigentes del PNV (Partido Nacionalista Vasco) se refugiaron en las colonias vascas de América latina y buscaron el respaldo logístico y económico de Estados Unidos y Gran Bretaña. En nuestro país se produjo una movilización de la comunidad para favorecer la radicación de los fugitivos vascos, tanto de los que procuraban salir de España como de los que se habían establecido momentáneamente en Francia antes de que fuera ocupada por el ejército nazi. El presidente Roberto Ortiz, un descendiente de vascos, reconoció ya en 1940 a un comité de personalidades argentinas y españolas como intermediario para la rápida entrada de los que emigraban de Europa, con la garantía de que no tuvieran antecedentes comunistas” (40).
Irene L. de Vicuña se refiere a la emigración de Nikomedes Iguain Azurza, a quien tuve el gusto de conocer en la década del 90: “Hijo del músico Pedro J. Iguain y de Natalia Azurza, parte en el año 1952 a la Argentina, donde se reencuentra con sus padres y sus siete hermanos, quienes dos años antes habían arribado al país sudamericano buscando guarecerse del régimen franquista” (41).
Emigró la española María Luisa Robledo, casada con el argentino Aleandro, hijo de italianos. Recuerda la actriz Norma Aleandro: “Estaban en la compañía de De Rosas en España, se conocieron, se enamoraron. Tuvieron a mi hermana y con la guerra se vinieron para acá. Con mi abuela, la madre de mi madre, de manera que yo nací en Buenos Aires” (42).
El humorista Quino es “nieto de una comunista militante e hijo de republicanos exiliados”. Acerca de sus mayores, expresó: “Mi abuela era una militante que vendía los bonos del partido. Mi padre no quería que lo hiciera. Y se armaban unas trifulcas terribles en mi casa. Cuando era niño, escuchaba radios de Moscú y de Pekín. Pero también admiraba a Bing Crosby y estaba enamorado de Mirtha Legrand. Yo tenía diez años” (43).
Manuel García Ferré nació en Almería en 1929. “Llegó a nuestro país a los 17 años, dejando atrás los sinsabores de la Guerra Civil en su España natal” (44).
El guitarrista murciano Manolo Iglesias, en una entrevista, contó: “Primero vino mi padre solo a buscar trabajo en 1948, como inmigrante, escapado de la guerra civil en España. Al año siguiente vinimos mi madre y yo. Yo contaba sólo con dos años de edad cuando llegamos. (...) yo me crié aquí, llegué desde muy chico, tengo mi casa, mi familia, mi padre murió aquí, vivo con mi madre” (45).
Llegaban sefaradíes. En su libro La cita en Buenos Aires, Saga de una gran familia sefaradí, Vittorio Alhadeff, “oriundo de la ciudad de Rodas, hace desfilar ante el lector diversos episodios del dominio turco y de la ocupación italiana del Dodecaneso. Pero la tremenda verdad de las guerras da paso a la crueldad del fascismo y del nazismo para cerrarse con la llegada en los años 40 a Buenos Aires, donde se refugian los últimos miembros de una familia que creyó en el trabajo y en el progreso” (46).
De Esmirna viene otros sefaradíes, aterrorizados por las matanzas de griegos y armenios: “Masaltó sabía que la situación en Izmir no les ofrecería paz por mucho tiempo, que su dolor por la pérdida de Antoinette y toda esa familia armenia, le dolía por las familias armenias deportadas de Izmir, esa herida no cerraría con facilidad” (47).
“Acerca de las causas de la emigración, los armenios de la Argentina consideran que la misma fue forzada, a partir de las persecuciones políticas en el Imperio Otomano, antes de la Primera Guerra (matanzas de Adana, 1909) y durante ella (Genocidio de 1915)” (48).
En “A los que se encuentran en un pozo” (49), Gustavo Bedrossian homenajea a su abuelo: “esta es una historia real, crudamente real, maravillosamente real. La situación es la siguiente: el protagonista es un adolescente que ha perdido a su familia. Hace minutos vio cómo delante de sus narices mataron a parte de su familia a palazos. A él mismo luego de golpearlo lo arrojan a un pozo donde tiran los cadáveres de los que golpean y matan pensando que está muerto. Pero él no está muerto... Siguen matando gente y tirándola encima de este muchacho. Sangre, gritos, el propio dolor, el pánico. Un pozo... un pozo donde sólo se respira muerte. ¿Qué expectativas podemos tener de este muchacho? Quizá el más optimista puede suponer que sobreviva y termine con algún tipo de enfermedad mental. ¿Sabés cómo siguió la historia? Este chico, de nacionalidad armenia, que simuló estar muerto, por la noche, cuando se fueron los turcos, pudiendo sacarse algunos cuerpos de encima, logró escapar con otros muchachos más. Un detalle para agregar: un hermano suyo que sobrevivió prefirió quedarse en el pozo para estar con una mujer que suponía era su madre. Ese muchacho se llamó Agop Bedrossian. Fue mi abuelo”.
"Mis padres -relata Víctor Massuh- nacieron en Siria y llegaron como inmigrantes a la Argentina en la década del 20. Durante la primera guerra mundial Siria estaba dominada por los turcos, y mi padre siguió con entusiasmo las campañas de Lawrence de Arabia, quien prometió a los árabes la independencia si ayudaban a los Aliados en la lucha contra el Imperio otomano. Las promesas de Lawrence no se cumplieron. Siria no obtuvo la liberación, sino que reemplazó al dominador turco por el protector francés. Esta decepción lastimó los sueños independentistas de mi padre y lo lanzó fuera de su tierra" (50).
Décadas después llegarían más japoneses (51), a sumarse a la colectividad que ya estaba instalada aquí en tiempos del Centenario (52).
En Flores de un solo día (53), Anna Kazumi Stahl relata la historia de “Aimée y su madre, Hanako. La madre “ desde chica sufría tanto miedo a la calle. Se debía a que, japonesa de origen y nacida en 1937, había visto la Segunda Guerra Mundial hacer su tremenda carrera y terminar en derrota antes de cumplir los nueve años de edad. Peores eran sus circunstancias, porque a causa de una enfermedad infantil había quedado sin habla, con daños en el centro del habla del cerebro, y no podía entender las explicaciones que le daban la empleada doméstica y el coronel mismo, su padre”.
Con Gaijin. La aventura de emigrar a la Argentina (54), Maximiliano Matayoshi ganó el Premio Primera Novela UNAM-Alfaguara. En esa obra, relata un adolescente, poco antes de dejar Okinawa: “Quiero que vayamos todos juntos, dije. Mamá me miró y me tomó de las manos. No podemos ir todos, no tenemos el dinero, además Yumie es chica para viajar y yo debo quedarme a cuidarla. Irás solo. Si tu papá estuviera sería diferente, dijo”.
Notas
1 Díaz, Leopoldo: “Tierra prometida”, en Cantan los pueblos americanos. Selección de Germán Berdiales; ilustraciones de David Cohen. Buenos Aires, Ediciones Peuser, 1957.
2 Gusberti, Martina: El laúd y la guerra. Buenos Aires, Vinciguerra, 1996.
3 Poletti, Syria: “Agua en la boca”, en Taller de imaginería. Buenos Aires, Losada, 1977.
4 De Benedictis, Ana María: “El desarraigo”, en El Tiempo, Azul, 24 de marzo de 2002.
5 Roca, Agustina: “Historia de vida”, en La Nación Revista, 12 de julio de 1978.
6 Ingberg, Pablo: “El amor a los vencidos”, en La Nación, Buenos Aires, 14 de febrero de 1999.
7 Criscuolo, Eduardo: “Un habitante ‘gris’ de Coghlan: Julián Centeya”, en El Barrio Periódico de Noticias, Buenos Aires, diciembre de 2003.
8 Barbiero, Daniel: “Confieso que he vivido”, en El Barrio Periódico de Noticias, Año 5, N° 50, Mayo de 2003.
9 Artola, Daniel: “EL ESCULTOR BLAS GURRIERI SE DEFIENDE DE LOS DICTADOS DEL MERCADO ‘El arte es sagrado’ “, en El Barrio Periódico de Noticias, Diciembre de 2005.
10 Patat, Alejandro: “El país de los sueños perdidos”, en La Nación, Buenos Aires, 28 de abril de 2002.
11 Gaffoglio, Loreley: “El teatro me contuvo”, en La Nación, Buenos Aires, 20 de diciembre de 1998.
12 Malaparte, Curzio: La piel. 1949.
13 Aubele, Luis: “A boca de jarro”, en La Nación, 23 de junio de 2002.
14 S/F: “Viaje a la tierra de uno”, en Clarín, Buenos Aires, 27 de septiembre de 1998.
15 S/F: en www.silke.com.ar.
16 Anzorreguy, Chuny: El ángel del Capitán. Biografía del Capitán Croata Miro Kovacic. Buenos Aires, Corregidor, 1996.
17 Savoia, Claudio: “Un milagro argentino en Africa”, en Clarín Viva, Buenos Aires, 3 de agosto de 2003.
18 S/F: “Una vida dedicada a los ferrocarriles”, en El Barrio Periódico de Noticias, Buenos Aires, Noviembre de 2003.
19 Saavedra, Guillermo: “Vida en escena”, en La Nación, Buenos Aires, 28 de enero de 2001.
20 Savoia, Claudio: “El equipaje de los sueños”, en Clarín Viva, 14 de enero de 2000.
21 Flichman, Rosalía de: Rojos y blancos, Ucrania. Buenos Aires, Per Abbat, 1987.
22 Arcuschín, María: De Ucrania a Basavilbaso. Buenos Aires, Marymar. 1986.
23 Muchnik, José: “Somos todos argentinos”, en El Damero. www.icarodigital.com.ar.
24 Suez, Perla: “Relato de Vida”, en www.perlasuez.com.ar.
25 Fingueret, Manuela: Hija del silencio. Buenos Aires, Planeta, 1999. 218 pp.
26 Califa, Oche: “Historia con tango y misterio”, en Un bandoneón vivo, Buenos Aires, Sudamericana, 2002.
27 Amuchástegui, Irene: “Poeta del insomnio”, en Clarín Viva, Buenos Aires, 14 de diciembre de 2003.
28 Goldberg, Mauricio: Donde sopla la nostalgia. Buenos Aires, Grupo Editor Latinoamericano, 1985.
29 Algañaraz, Julio: “Pintor y aventurero”, en Clarín Revista, Buenos Aires, 8 de junio de 2003.
30 Mazor, Alberto: Sobre encuentros y despedidas. Buenos Aires, Milá, 2006. 88 pp. (Imaginaria)
31 S/F: “... Y elegirás la vida”. Foto: Daniel Pessah. En La Nación Revista, Buenos Aires, 27 de marzo de 2005.
32 Schettini, Adriana: “Un testimonio para la memoria. Los últimos días de Auschwitz”, en La Nación, Buenos Aires, 23 de enero de 2005.
33 Valiente Noailles, Enrique: “Auschwitz aún no fue liberado”, en La Nación, Buenos Aires, 30 de enero de 2005.
34 Chababo, Rubén: “La dimensión única del milagro de una vida”, en La Capital, Rosario, 14 de agosto de 2005.
35 Plager, Slvia: "Tres balcones", en el gRillo, N° 46, Marzo-Abril de 2007.
36 Báñez, Gabriel: Virgen. Barcelona, Sudamericana, 1998.
37 Diament, Mario: Conversaciones con un judío. Buenos Aires, Fraterna, 1986.
38 S/F: Hotel Gwesty Tywi, Gaiman, Patagonia – Hostería Galesa – Welsh Colonial B&B.htm
39 S/F: “Esa magnífica legión de viejos”, en Revista Mayores, Año II, N° 11, 1994.
40 García Lupo, Rogelio: “Los espías vascos que operaron en la Argentina”, en Clarín, Buenos Aires, 19 de enero de 2003.
41 Vicuña, Irene L. “Necrológica”, en www.euskalkultura.com, 3 de marzo de 2005.
42 Mactas, Mario: “Norma Aleandro. Estados del corazón”, en La Nación Revista, Buenos Aires, 8 de diciembre de 2002.
43 Reinoso, Susana: “Quino: ‘ Los adultos están arruinando a los chicos’ “, en La Nación, Buenos Aires, 7 de diciembre de 2003.
44 Varios autores: Enciclopedia visual de la Argentina. Buenos Aires, Clarín, 2002.
45 S/F: “Manolo Yglesias”, en Contratiempo 1° Magazine del Flamenco y la Danza Española. Año 1 N° 6. Buenos Aires, Mayo de 1998.
46 Malinow, Inés: “Testimonio familiar”, en La Nación, Buenos Aires, 4 de enero de 1998.
47 León, Luis: “Historias de Izmir. Los finiricos”, en SEFARaires, N° 3, Julio de 2002.
48 Boulgourdjian-Toufeksian, Nélida: Los armenios en Buenos Aires La reconstrucción de la identidad (1900-1950). Buenos Aires, Centro Armenio, 1997.
49 Bedrossian, Gustavo: “A los que se encuentran en un pozo”, en www.psicorecursos.com.ar.
50 Massuh, Víctor: "Hijos de inmigrantes", en Inmigraciones exóticas, volumen que integra la colección Nuestro Siglo, Historia de la Argentina, dirigida por Félix Luna. Buenos Aires, Crónica, 1992.
51 Castrillón, Ernesto G. y Casabal, Luis: “Japoneses en la Argentina. Recuerdos de la guerra”, en La Nación Revista, 27 de septiembre de 1998.
52 Fainsod, Jéssica: “La infancia de la ciudad”, en Clarín Viva, Buenos Aires, 4 de abril de 1999.
53 Kazumi Stahl, Anna: Flores de un solo día. Buenos Aires, Seix Barral, 2002.
54 Matayoshi, Maximiliano: Gaijin. Buenos Aires, Alfaguara, 2002.
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Nélida Boulgourdjian-Toufeksian destaca la labor de la prensa argentina, con respecto a la comunidad armenia: “Mientras el Genocidio armenio tuvo lugar en Turquía, numerosos escritos (testimonios de testigos oculares, informes de funcionarios de potencias europeas) salían a la luz para dar cuenta de un crimen que habría de constituirse en el antecedente de otros que sembraron de horror el siglo. La prensa europea y la americana plasmaron en sus páginas las noticias de hechos y situaciones patéticas que superaban con creces lo que el simple lector podía imaginar como posible. La prensa argentina no fue ajena a ello ya que desde el siglo XIX las matanzas de los armenios en el Imperio otomano de 1894-1896 fueron ampliamente documentadas, poniendo de manifiesto desde entonces la preocupación y la sensibilidad de los argentinos frente a hechos aberrantes que afectaron a un pueblo del cual poco o nada sabían. La frecuencia y el caudal de la información –noticias del día, editoriales y notas de fondo- así lo demuestran” (1).
Durante la primera guerra mundial, en Mendoza, “En San Rafael, que contaba con una colectividad italiana bastante representativa, se produjeron escenas de verdadero patriotismo. Especialmente los italianos de la alta Italia, oriundos de zonas fronterizas, salieron a la calle portando banderas de su país y realizaron desfiles en los que iban cantando viejas canciones guerreras. (...) El gobierno de Italia lanzó una proclama solicitando la inmediata incorporación de todos aquellos compatriotas que quisieran presentarse como voluntarios, quienes deberían regresar a su país cuanto antes. Muchos fueron los que lo hicieron, sobre todo aquellos que ostentaban un grado importante como reservas del ejército italiano” (2).
Los avatares de las contiendas se vivían con gran tristeza Lo recuerda María Trepicchio de Danna, a los 101 años: “Ah, la Primera Guerra se sufrió mucho porque todos los inmigrantes tenían a sus familiares en Europa”. La ayuda a los damnificados no se hizo esperar: “Con el Círculo de Damas Francesas tejí para los soldados partidarios de De Gaulle”. Cuando la guerra llega a su fin, también en la Argentina festejan: “la paz se celebró con locura, en casa entonamos La Marsellesa aquel día, con la bandera desplegada en el living” (3).
Las privaciones pasadas en el país de origen durante la guerra marcan a quienes emigraron. Una calabresa, llegada a la Argentina en 1933, acostumbra a sus nietos a aprovechar el alimento del que se puede disponer en la nueva tierra. Lo cuenta una nieta, Griselda García, en un poema: “mi abuela obligándonos a terminar el plato,/ haciendo bocaditos fritos con las sobras porque/ ‘ustedes por suerte no conocen lo que es la guerra, el hambre...’ “ (4).
En un poema de Marcos Silber se evoca la amargura de los que, en la nueva tierra, sabían que los suyos eran víctimas de la persecución. Desde la Argentina, quienes emigraron observan impotentes el genocidio. La angustia y la desolación son presentadas por medio de imágenes de los adultos, a los que un niño comprende desde su infinita sabiduría: “Mamá llorándole toda la cabeza al pequeño. Regándole/ el sueño, todo el juego. Mamá que regresa con papeles./ Cartas, papeles de adiós y tormento. Avisos de nuevos/ silencios. 1940” (5).
A un suceso de la infancia de Marcos Aguinis, se refiere Jorge Fernández Díaz: “El pibe tenía siete años y estaba parado junto a la puerta del dormitorio de sus padres escuchando exclamaciones y ruidos sordos. Había llegado por correo una carta desde Europa, y aquellos dos inmigrantes taciturnos se habían encerrado bajo llave a leerla en secreto. El hijo no entendía, en ese momento, por qué lo habían dejado afuera, donde permanecía con el aliento contenido. En esa vigilia y en ese desconcierto estaba cuando el padre salió despacio, doblado por el dolor, y entonces el hijo lo vio llorar por primera vez en toda su vida. La carta narraba sin eufemismos la suerte que habían corrido su abuelo y las dos tías que Marcos jamás llegaría a conocer, en la lejana República de Moldavia, donde los nazis arreaban judíos para hacinarlos en los campos de concentración o asesinarlos en los hornos de exterminio” (6).
Un episodio igualmente aciago relata Mito Sela en Babilonia chica: “Un día papá se encerró en su dormitorio ‘¿Por qué?’, le pregunté a mamá., ‘La carta de Palestina’, me respondió. La carta informaba a mi padre lo acontecido con su familia en los campos de exterminio en Europa. Pocos quedaron con vida. Mi madre y yo nos sentamos afuera y dejamos a papá llorar. Cuando salió, aún con lágrimas en los ojos, nos abrazó. Y yo sentí su cuerpo envejecido. Quise consolarlo, pero no pude. Quise llorar, pero no pude. Quise gritar, pero no pude. Nunca más lo vi llorar” (7).
Norma Manzur afirma: “Aunque en ese entonces lo ignoré, fueron años de mucho dolor y tristeza en nuestra familia. Las cosas importantes, serias y sobre todo la tristes se hablaban en idish, idioma que nunca aprendí. La guerra en Europa mataba a los judíos y los padres, hermanos y otros parientes de mamá y papá no escaparon a ese destino. Sólo después que Gerardo viajó a Polonia al 50 aniversario del Levantamiento del Ghetto de Varsovia, supe que mis abuelos maternos murieron en el campo de concentración de Treblinka. Qué pasó con el resto de la familia, mi abuela paterna y mis dos tías y otros parientes cuyo registro nunca tuve, no lo sé” (8).
“La shoá, el hecho traumático primigenio, es nuestro contexto presente desde el comienzo de nuestra vida -señala Diana Wang-. Lo hemos incorporado con la primera inhalación de aire, con el lenguaje corporal de los silencios, los vacíos, los llantos, los temores, las angustias, las prevenciones, los arrebatos, climas para o pre verbales preñados de pesos y signos amenazantes y oscuros. Más tarde, cuando las hubo, llegaron las palabras” (9).
Escribe Mauricio Goldberg que en una familia de inmigrantes judíos, “para el sábado era reservada esa única posibilidad en la semana de encontrarse todos alrededor de la mesa compartiendo la comida. Cualquier intento por modificar esa costumbre hallaba la cerrada oposición del padre y sus recuerdos que flotaban durante los almuerzos en la casa del abuelo. Ese abuelo que Mario no había conocido a resultas de la guerra, la misma que de una u otra forma se las arreglaba para hacerse presente entre ellos” (10).
Mónica Sifrim escribe: “No señor. En mis antepasados no hay diabéticos, hipertensos,/ cardíacos ¿Cómo explicarle? De cada diez antepasados míos,/ uno moría en las revoluciones, otro en las cámaras de gas/ y cuatro o cinco de melancolía” (11).
Los inmigrantes padecen las secuelas de la guerra. En un cuento de Sebastián Jorgi, un hombre dice a su mujer: “A la semana de vivir juntos, mamá Freda se largaba a llorar todas las noches en la habitación contigua. Vos me explicaste que estuvo en el Ghetto de Varsovia y no quiere dormir sola porque tiene mucho miedo de sólo pensar que los nazis la llevarán a la casona del fondo del campo” (12).
Los padres de Daniel Goldman, “ambos polacos, fueron sobrevivientes del Holocausto. Su padre fue un partisano (guerrilla que luchaba contra el nazismo en la Segunda Guerra Mundial) y su madre vivió tres años en un sótano después de escapar de un gueto. Se conocieron en Polonia y en 1948 emigraron juntos a un país que parecía sinónimo de una nueva vida. Pero en las valijas se trajeron todo el miedo, el espanto ante cualquier autoritarismo y un sentido profundo de que la vida es un tesoro a resguardar. Así es que en el hogar de los Goldman casi no se dormía: por las noches su madre visitaba los cuartos para asegurarse de que él y su hermana estuvieran bien, y a las 4 de la mañana todos estaban desayunando. De día, las pesadillas se contrarrestaban con una educación amiga del idealismo” (13).
En Kadish para el hombre de la valija, última novela de Goldberg, uno de los personajes se refiere a la reparación que otorga el gobierno alemán: “Shloime y don Simón fueron socios en la venta de ropa y telas bastante tiempo. Parece que Shloime, aunque no estuvo en ningún campo de concentración, empezó los trámites ante la embajada alemana a través de un abogado. Pretendía una compensación por los familiares que perdió y porque en Polonia tenía casa, un negocio de los padres y no sé qué más. Don Simón nunca quiso hacer eso porque decía que era plata manchada con sangre... (...) Shloime consiguió un cheque de los alemanes para él y otro para la esposa. Reciben esa plata todos los meses desde hace tres años. Fue durante esa época que le propuso a Simón empezar nuevos negocios y fabricar percalinas con otro conocido. Glezer no quiso y entonces se separaron. Shloime igual le insistió para que hiciera el trámite de la reparación porque aunque fuera plata treif (impura) era mejor que no la usaran los alemanes y sí que les sirviera a ellos” (14).
Acerca del Deutscher Klub, o Club Alemán de Buenos Aires, afirma Willy G. Bouillon: “Los dos conflictos bélicos mundiales del siglo XX fueron de efecto muy negativo para el DK. Durante el primero de ellos, el hundimiento de un buque argentino fue atribuido al ataque de un submarino alemán. La entidad sufrió un atentado y debió permanecer cerrada varios años, hasta 1921. En el segundo, la alineación argentina en contra del Eje provocó que se le retirara la personería jurídica y se confiscó la sede. En el 51 se dio marcha atrás con lo primero, pero no se restituyó el edificio social. Hubo entonces un nuevo traslado, esta vez a un petit hotel, en Arroyo 1034” (15).
En su novela Hotel Edén, escribe Luis Gusmán: “En el frente del edificio, el águila imperial había dominado el valle hasta que a comienzos del 45 Argentina declaró la guerra a Alemania. Seguramente todo el pueblo asistió a la demolición del águila, símbolo de un poder que se extinguía en el mundo. Posiblemente también ese mismo día destruyeron la antena de onda corta que estaba en la torre y permitía que se comunicaran clandestinamente con Alemania. (...) Observó el hueco que el águila había dejado y después localizó la fecha borrosa de la fundación del Edén. De inmediato vino a su mente el nombre de los primeros propietarios sobre los que caía, desde tiempos remotos, una leyenda negra” (16).
Un personaje de La matriz del infierno, de Marcos Aguinis, explica a sus discípulos: “-En las grandes ciudades -senaló Cordoba, Rosario, Buenos Aires-, la conciencia nacional tambien flaquea entre quienes provienen del Reich propiamente dicho. Les voy a contar algo muy triste: durante la guerra muchas firmas argentinas que simpatizaban con Francia y Gran Bretana despidieron a los empleados alemanes, y esos pobres desocupados, esos desocupados sin esperanza, comenzaron a ocultar su origen, a detestar su origen mal visto para conseguir un nuevo empleo. La desesperacion los transformo en alemanes vergonzantes. ¿Imaginan cuánto deberemos luchar para recuperarlos? Pero lo mas agobiante es que, escúchenme bien, es que ... ¡firmas alemanas!, ¿debo repetir?, firmas alemanas cobardes tambien despidieron a sus empleados alemanes para contratar criollos o inmigrantes de otros paises -sus ojos se humedecieron-. ¿Por qué? muy simple y muy asqueroso: para congraciarse con la opinion dominante, que estaba en contra de nuestro querido Reich. (...) -Y no sólo esto -agregó-. De una manera disimulada esas mismas firmas, poderosas y traidoras, comerciaron con los enemigos del Reich. ¡Lo denuncio indignado! ¡Sobran las pruebas! -descargó tres puñetazos-. ¡Lo hicieron a costa de nuestros cadaveres y de nuestra derrota! (...) -Aqui no termina la tragedia -atusó el bigote, decidido a meter mas brasas en los indignados jovenes-. Mientras los bastardos amasaban dinero, nuestras colonias de germano-hablantes colapsaban; se fundieron cientos de agricultores y millares de compatriotas quedaron sin pan ni trabajo. Se convirtieron en clochards, como dicen los franceses, o en atorrantes y linyeras, como se dice con más propiedad en la Argentina” (17).
Rodolfo Modern, hijo de alemanes, escribió el poema "Holocausto", en el que dice: "Dios no está sordo, percibe el grito/ de cada brizna pisoteada./ Pero su boca enmudeció./ Pupila que no registra ya, que no compara./ Una lágrima muy roja/ cae sobre una montaña de cenizas" (18).
Señala Luis León: “El holocausto que impactó de lleno en todas las comunidades ashkenazíes de Europa, golpeó también a los sefaradíes de Grecia y los Balcanes. Por eso las noticias de los antecedentes que concluyeron con la declaración de la independencia del Estado de Israel, movilizó a los djidiós en igual magnitud que a las otras comunidades judías de Buenos Aires. Un gran acto en el cine Villa Crespo de Corrientes al 5500, reunió a centenares d personas, aunque el acto central fue organizado en el estadio Luna Park.. En esa ocasión, un número importante de djidiós de Villa Crespo concurrieron al acto en bañaderas, desde las que exteriorizaba su entusiasmo. Desde temprano, se formó una columna en que se destacaban los jóvenes, reunidos alrededor del mástil que en esa época se alzaba en el encuentro de las avenidas Corrientes y Canning, recuerda ‘L’. ‘Desde el balcón del quinto piso de uno de los escasos edificios de altura de esa época, mi abuela, gritaba alentando a la muchedumbre sin reflexionar si era o no escuchada por ellos. Yo que tenía seis años, iba y venía sobre mi triciclo haciendo sonar el timbre del manubrio, por simple entusiasmo de ver a mi abuela en esa actitud. Cuando la columna fue numerosa y comenzó a marchar hacia el centro, ella corrió hacia el ropero, extrajo una gran bolsa de confites de almendra y los arrojó hacia abajo a la gente, fina y cara costumbre que reservaba exclusivamente para los grandes acontecimientos, especialmente los nacimientos’ ” (19).
Afirma Carlos Szwarcer: “Pasaron los años y el Café lzmir se consolidó como referente de la colectividad. La Segunda Guerra Mundial agitaba los ánimos de sus habitués y sus paredes pintadas con arabescos —dibujos de palmeras y siluetas orientales que simulaban las Mil y una Noches—, eran parcialmente cubiertas por banderas de los países vencedores de la contienda” (20).
A juzgar por lo que expresa Silvina Bullrich, en Te acordarás de Taormina, algunos no se enteraban de lo que sucedía: “El mundo giraba a tu alrededor como un carrousel con una música pegadiza e inolvidable que tarareabas con los ojos perdidos y el sentido de la realidad hecho trizas a tus pies. No oías nada. No creías ni en la bomba de Hiroshima, ni en Treblinka ni en Auschwitz...” (21).
Muy distinto es lo que afirma Magdalena Ruiz Guiñazú, en Había una vez... la vida: "Increíbles veranos aquellos de Buenos Aires, durante la Segunda Guerra Mundial. (...) En ciertos círculos, los más viejos tenían términos iguales para referirse a personajes que no les merecían respeto y consideración. Y 'el que te dije' servía tanto para designar a un funcionario de la Nación que surgía por todos los balcones como para referirse a Hitler o a Mussolini cuyas últimas horas contemplábamos espantados a través de diarios y revistas" (22).
Se afirma que "fue grande la repercusión entre los hiberno-argentinos de la Pascua Sangrienta de 1916, cuando se intentó proclamar la independencia de Irlanda. Se organizaron conferencias y movilizaciones de adhesión a las víctimas de la represión británica, y en 1920 hubo un episodio curioso: el intendente del pueblo de Laprida, Timoteo Usher, dispuso que la bandera nacional permaneciera a media asta el 20 de octubre en memoria del alcalde de York, muerto voluntariamente por inanición en la cárcel inglesa de Brixton, donde había sido recluido" (23).
Con respecto a lo que acontecía en España -relata Ema Wolf-, en América, las opiniones estaban divididas: “En 1896 se creó la Asociación Patriótica Española. Organizó una bolsa de trabajo, se ocupó de repatriar a los que carecían de medios para hacerlo y colocó comisarios en los barcos para que controlaran las condiciones en que se hacían las travesías. Pero el motivo de su fundación fue la guerra entre España y Cuba”.
“A mediados de la década del ’90 la nutrida colonia hispana se conmovió al saber que cobraba fuerza en Cuba la lucha por la independencia, debido a la acción de José Martí y los grupos de patriotas. La Asociación promovió colectas para ayudar a la nación en guerra y a los soldados que se batían lejos de la patria. Las opiniones, sin embargo, no eran unánimes. Dentro de la colectividad había quienes apoyaban la causa cubana. A los gritos de ‘¡Viva España!’ y ‘¡Viva Martí!’ se trenzaban los dos bandos en las veredas de la Avenida de Mayo, y en una oportunidad volaron como proyectiles las sillas y mesas del café Tortoni. Cuarenta años más tarde, cuando la Guerra Civil partió a España en dos, se enfrentaron en el mismo escenario franquistas y republicanos. Nada de lo que sucedía allá resultaba indiferente a esta especie de sucursal de la península”.
“Al ser bombardeado en la bahía de La Habana el acorazado Maine, de la marina de los Estados Unidos, esta potencia encontró un pretexto para intervenir en Cuba e iniciar acciones contra España que, debilitada, ya no pudo defenderse. Los españoles en la Argentina manifestaron su indignación en mítines callejeros agitando banderas amarillas y rojas. Con festivales y suscripciones, la Asociación Patriótica logró reunir fondos para adquirir un buque de guerra, el crucero Río de la Plata, que donó a la armada de su país. Pero el enemigo ya era otro y muy dispares las fuerzas. España resignó su colonia, que no hizo sino cambiar de mano” (24).
Los españoles inmigrantes se organizaron para ayudar a sus compatriotas en guerra. Lo cuenta Manuel Castro: “Durante los años de la guerra civil, Dopazo y sus músicos, entre los que se encontraban sus hijos, eran llamados para recaudar fondos para la Madre Patria. Los del bando nacional lo hacían por medio de Lola Membrives en el Teatro Avenida y los republicanos en el Luna Park” (25).
Helvio Botana escribe en sus memorias: “mi padre convirtió la guerra española en problema argentino, pues así se lo tomó... Por influjo de Crítica nuestra población tomó partido a favor o en contra de Franco. Así fue, en toda la República una beligerancia polémica nos invadió. Y como en toda guerra, hubo hechos notables y ridículos, abnegados y aprovechados. El ‘no te metás’ desapareció. La Argentina vibró y se vivió pasionalmente un suceso que fue nuestro” (26).
En La madriguera, escribe Tununa Mercado: "la guerra era también salvarse de la guerra, emigrar y buscar tierra de exilio (...)habían cuerpeado un destino los que antes huyeron de otras guerras acalladas por remotas e innombrables, como los pogroms, y la muerte también los alcanzaba en los sueños con aldeas devastadas por el fuego y sótanos de barcos sin rumbo declarado; cuerpeaban un destino refugiados de toda laya que se avecindaban en colonias, atolondrados por la fuerza de la lengua ajena y la incomunicación, y la muerte del ghetto se repetía en el silencio de los nuevos ghettos del destierro. Poco podíamos saber las niñas de ese estado de guerra y entreguerras pemanente: los fuegos de la guerra para muchos no eran más que la danza de Manuel de Falla aporreada por madres y tías en los cumpleaños y otras fiestas familiares, y cada cual asentía interiormente como diciendo qué destino el de este republicano, aislado en su casita de Alta Gracia, un gran músico, fíjese usted qué destino" (27).
Rodolfo Alonso recuerda que en el medio en el que él vivía “se hablaba de lo que ocurría en el mundo –y en el mundo ocurrían nada menos que la guerra civil española y el nazismo- o en nuestro propio país, este último vivido más bien a nivel de realidad cotidiana, y no sin reflejos del anterior” (28).
Gladys Onega evoca en Cuando el tiempo era otro, un conflicto bélico relacionado con la vida cotidiana de los inmigrantes y sus hijos: “nunca he dudado de que la Guerra Civil también se libró en mi casa. El día del cumpleaños de mi hermana Chichita, el 17 de julio de 1936, Franco declaró el estado de guerra en las Canarias y ésa fue la señal para que el 18 se extendiera a toda España. El 1° de abril de 1939, a los veinte días de mudarnos a Rosario, terminó. En esos tres años, mientras yo estaba viva en Acebal, la mitad de España moría, muerta por la otra mitad. No sabíamos que había comenzado la matanza y ese día, como siempre, mis hermanos, mis primos y los chicos tomamos chocolate. Cuando hubo pasado tres años, Bebo, Chichita y yo supimos el día final porque entró Justo Vega y llorando lo dijo, ya no en mi casa natal sino en el departamento alquilado de Rosario donde vivíamos y yo, la niña que era entonces y hoy evoco, sé que sentí dolor por las lágrimas de Justo, por el silencio de mi padre y porque no pude aliviarlo con juegos en las calles del pueblo, que ya no estaban, y todavía yo no tenía con quién jugar” (29).
Llorarían asimismo los padres de María Rosa Lojo, autora de Canción perdida en Buenos Aires al Oeste -novela premiada por el Fondo Nacional de las Artes en 1986-, quien se define como “la primera generación argentina nacida de una pareja de exiliados durante la Guerra Civil” (30).
“En 1936, cuando en España comenzaba la Guerra Civil –relata Miguel Schapire-, mi padre creó la Editorial Schapire, (...) Mi padre solía decir que los exiliados eran hombres que habían perdido el barco, y ese barco era la República, es decir, la patria, sus ideales y esperanzas, y que él trataba de ayudarlos como podía, editando sus obras. Con casi todos ellos nos encontrábamos los veranos, en un hotelucho de la vieja Punta del Este, en la Punta punta, donde al anochecer se cantaba, se recitaba, se dibujaba, se interpretaban fragmentos de piezas teatrales a medida que se iban escribiendo. Era una especie de taller fabuloso. Yo era muy chico, pero todo eso me marcó” (31).
Antonio Gonzalo Soto Canalejo es recordado como el líder de la Patagonia Rebelde. “En 1936 cuando se declara la guerra civil en España Soto intenta ir a pelear por la República, pero su salud no se lo permite” (32).
En una entrevista, dijo José Escandell, presidente del Consejo Profesional de Ciencias Económicas de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires: "Soy un emigrante de España, de las Islas Baleares, más precisamente de Formentera, donde nací. Vine a la Argentina en 1954, cuando tenía nueve años, con mi madre y mi hermano. Vinimos a reunirnos con mi padre, que viajó en 1951 y se había salvado de morir en la guerra civil española, donde combatió del lado republicano. Estuvo en la batalla de Mallorca y en la zona del Ebro. Se había anotado como voluntario y se salvó por segunda vez en la corte marcial que le hicieron al terminar la guerra, porque eso no se pudo probar. A los voluntarios los fusilaban. Mi padre vuelve a la Isla después que lo liberan y sienta cabeza, pues se pone de novio con quien sería mi mamá, en su pueblo de origen, pero querían emigrar. Se entiende el porqué de esta decisión después de la guerra y las penurias pasadas" (33).
En 1982, la guerra, que parecía tan lejana, tan europea, llegó a la Argentina. En “La noche de la cruz de plata”, Jorge Torres Zavaleta evoca otra contienda. En este cuento se narra la historia de una familia inglesa que vive en nuestro país. Tan argentino se siente el hijo que, cuando se declara la guerra de las Malvinas, se alista para combatir a los ingleses. Muere en el combate, luchando contra los soldados de la nación de sus padres. Miss Lucy, al enterarse de la muerte del joven, “pensó que de lejos, sin advertirlo, sus compatriotas la habían mutilado” (34).
En Latas de cerveza en el Río de la Plata –novela de Jorge Stamadianos distinguida con el Premio Emecé 1994/95- aparece un padre gallego que oculta a su hijo, desertor en la Guerra de las Malvinas. Relata el protagonista: “Aunque no podía verle la cara al gallego porque me había quedado esperando en la planta baja, oía su voz retumbando a través de la escalera y me imaginaba la vena saltándole en la frente como una lombriz que no quiere subirse al anzuelo” (35).
El festejo del inicio de la Guerra de las Malvinas irrita a un italiano. En “16 de Junio de 1982”, escribe Marili Flores: “Esas idas a la Pza. Ramírez con la gurisada del barrio en mi Citroen en manifestaciones multitudinarias con vinchas y banderitas celestes y blancas se convertían ese atardecer en la violada utilería de una puesta de teatro del absurdo y nosotros, actores que grotescamente festejábamos un conflicto bélico. Esos bocinazos me aturdían, ahora. Esos con los que, estertóreamente expresábamos en patrioterismo de mundial de fútbol la dramaturgia horrorosa de una guerra. Lo que me impidió entenderlo al Nonno Juan, cuando en el asado de aquel domingo me preguntaba en su cocoliche, “ma caraco que festeca?! Una guera?” y pensé, cincuenta años en este país, pero no es argentino, no entiende . Esa tarde sentí al Nonno, creciendo otra vez desde su sabiduría, desde mi dolor” (36).
Notas
1. Boulgourdjian-Toufeksian, Nélida: EL GENOCIDIO ARMENIO en la prensa argentina. Tomo II 1901-1915. 350 pp. Buenos Aires, Unión General Armenia de Beneficencia, 2005.
2. Bianchi, Alcides J.: Valentín el inmigrante. Santiago de Chile, Edición del autor, 1987.
3. Muzi, Carolina: “El siglo que yo vi”, en Clarín Viva, 26 de septiembre de 1999.
4. García, Griselda. Poema inédito.
5. Silber, Marcos: Doloratas. Buenos Aires, Milá, 2001. (en colaboración con Carlos Levy).
6. Fernández Díaz, Jorge: “Marcos Aguinis. Un hombre del Renacimiento”, Fotos: Daniel Merle, en La Nación Revista, Buenos Aires, 6 de junio de 2004.
7. Sela, Mito: Babilonia chica.Buenos Aires, Milá, 2006. 112 pp. (Imaginaria)
8. Manzur, Norma: Lazos y Nudos. Cuentos, Buenos Aires, Editorial Milá, 2003.
9. Wang, Diana: “La segunda generación de sobrevivientes. Su lugar en el escenario del genocidio”, en Boulgourdjian-Toufeksian, Nélida; Toufeksian, Juan Carlos y Alemian, Carlos (eds.): Análisis de prácticas genocidas Actas del IV Encuentro sobre Genocidio. Buenos Aires, Fundación Siranoush y Boghos Arzoumanian, 2004.
10. Goldberg, Mauricio: op. cit..
11. Sifrim, Mónica: Novela familiar. Buenos Aires, Ultimo Reino, 1990.
12. Jorgi, Sebastián: “Tardes del Lorraine”, en Tardes del Lorraine. Buenos Aires, Ediciones del Valle, 1996.
13. Fondevila, Fabiana: “Los personajes del año”, en Clarín Viva, Buenos Aires, 8 de diciembre de 2002.
14. Goldberg, Mauricio: Kadish para el hombre de la valija. Buenos Aires, Galerna, 2004.
15. Bouillon, Willy G.: “A 150 años de su creación El Club Alemán de Buenos Aires, en plena apertura a la comunidad”, en La Nación, Buenos Aires, 23 de octubre de 2005.
16. Gusmán, Luis: Hotel Edén. Buenos Aires, Norma, 1999. 246 pp.
17. Aguinis, Marcos: La matriz del infierno. Buenos Aires, Sudamericana, 1997.
18. Modern, Rodolfo: "Holocausto", en http://www.fmh.org.ar/revista/17/poesia.htm
19. León, Luis: “Recuerdos de la partición”, en SEFARaires, N° 13, Mayo de 2003.
20. Szwarcer, Carlos: “El café Izmir”, en Todo es historia, N° 422, Septiembre de 2002.
21. Bullrich, Silvina: Te acordarás de Taormina. Buenos Aires, Emecé, 1975.
22. Ruiz Guiñazú, Magdalena: "Veranos eran los de antes", en Ruiz Guiñazú, Magdalena: Había una vez... la vida. Buenos Aires, Editorial Planeta, 1995. 223 pp.
23. S/F: "Las otras colectividades", en El vigor de las colectividades 1914-1930, volumen que integra la colección Nuestro Siglo, Historia de la Argentina, dirigida por Félix Luna. Buenos Aires, Crónica, 1992.
24. Wolf, Ema y Patriarca, Cristina: La gran inmigración. Buenos Aires, Sudamericana, 1991.
25. Castro, Manuel: “Manuel Dopazo”, en Viajero Celta, Buenos Aires, Año I N° 9, Julio de 1996.
26. Botana, Helvio: Memorias. Tras los dientes del perro. Buenos Aires, 1977.
27. Mercado, Tununa: La madriguera. Buenos Aires, Tusquets, 1996.
28. Alonso, Rodolfo: Entrevista en Historia de la literatura argentina. Buenos Aires, CEAL, 1980. Vol. VI (Capítulo).
29. Onega, Gladys: Cuando el tiempo era otro. Buenos Aires, Grijalbo-Mondadori, 1999.
30. Lojo, María Rosa: Canción perdida en Buenos Aires al oeste. Buenos Aires, Torres Agüero, 1987.
31. Aubele, Luis: “A boca de jarro Miguel Schapire ‘Los porteños nos parecemos a los griegos’ “, en La Nación, Buenos Aires, 31 de julio de 2005.
32. S/F: “Antonio "Gallego" Soto Líder de la Patagonia Rebelde”, Información tomada del folleto distribuido en Buenos Aires, Santa Cruz y Punta Arenas, durante los homenajes a Antonio "Gallego" Soto con motivo del centenario de su nacimiento en octubre de 1997. Ferrol 1897 - Punta Arenas 1963. Versión galega: “O “gallego” Antonio Soto, líder da Patagonia Rebelde” - Lois Pérez Leira - Actualidade CGI Outubro 1/1999. Incluido en www.discepolo.org.ar.
33. S/F: "Entrevista con el Dr. José Escandell, presidente del CPCECABA", en Universo Económico, Consejo Profesional de Ciencias Económicas de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Año XVII, N° 86, Buenos Aires, septiembre de 2007.
34. Torres Zavaleta, Jorge: El palacio de verano. Buenos Aires, Grupo Editor Latinoamericano, 1997.
35. Stamadianos, Jorge: Latas de cerveza en el Río de la Plata. Buenos Aires, Emecé, 1995. 229 pp.
36. Flores, Marili: “16 de Junio de 1982”, en www.elmuro.com
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“Principalmente los que tenían hijos varones necesitaban huir del largo e interminable servicio militar, que atrapaba a los adolescentes sin liberarlos antes de cinco años” (1), escribe Arcuschín.
Bajo el reinado del zar Alejandro II (1855-1881), “causó gran impacto entre los colonos alemanes la noticia de que el zar había resuelto dejar sin efecto la promesa formal de Catalina II que los eximía del servicio militar a ellos y a sus descendientes. Dicho servicio era particularmente temido puesto que duraba entre cinco y siete años –más nueve en la reserva- y se efectuaba en lugares muy alejados del Volga. Juan Denzel, que vino a la Argentina en 1914, recuerda que el principal motivo de descontento seguía siendo ése, tanto en su época como en la de su padre. Les resultaba intolerable e injusto ‘salir jóvenes de las colonias y volver con canas’. Por ello, muchos desertaban durante sus meses de licencia quedando así fuera de la ley y sin otra alternativa que la emigración. Desde luego que aquellos que permanecieron en Rusia hasta esa fecha siendo adultos, sumaban al temor de la milicia el de las guerras; primero la ruso-japonesa (1904-1905) y luego la primera guerra mundial, con la paralela situación de revolución interna” (2).
Luciano Méndez Muslera menciona como motivo de emigración de los asturianos la evasión del reclutamiento militar: “el sistema de reclutamiento era de tiempos de Carlos III y consistía en tomar a un mozo de cada cinco de reemplazo (de ahí que se les defina con la palabra ‘quintos’ a los reclutas) quedando así vinculado a la tropa por un período de ocho años, aunque por diversas causas económicas del estado español en aquellos tiempos, se llegaron a conceder licencias temporales (preferentemente durante las cosechas)”.
Los españoles no estaban de acuerdo con esa reglamentación: “El sistema de ‘quintos’ fue muy contestado (motín 1773 Barcelona) y también fue rechazado por algunas localidades como Madrid, así como también por profesiones como licenciados, clérigos, maestros de escuela, etc”. Como en todo reglamento, siempre había excepciones: “el sorteo no se hacía con rigor y el quinto sorteado era sustituido por un pobre o vagabundo, si el médico no lo declaraba incapacitado. Esto dio lugar a que los más desamparados o sin influencia alguna fuesen al servicio militar”. Además, “en 1837 quedó establecido que se podía sustituir la obligación militar por una cantidad de dinero, (...) estas cantidades estaban muy por encima de las posibilidades de los campesinos asturianos”.
El período de reclutamiento, ya largo, se extendió décadas más tarde: “En el año 1885 se estableció también que la duración del servicio militar se fijara en doce años, desde la entrada en la caja de reclutas hasta el término de la segunda reserva”. Y se agrega una nueva alternativa: “También se crea la figura del sustituto, otra de las posibilidades de librarse del servicio militar; los quintos destinados en ultramar podían buscarse un sustituto, que debería ser de la misma zona, soltero o viudo sin hijos y sin sobrepasar los treinta y cinco años. Esto dio lugar a que los dueños de las caserías llegaran a amenazar a sus inquilinos con perder la casería que tenían en régimen de alquiler si uno de sus hijos no hacía el servicio militar en sustitución de un hijo del dueño de las fincas”. Recién en la segunda década del siglo XX deja de llevarse a cabo esa práctica: “Estas reglamentaciones siguieron en vigor hasta 1912 en que se suprimieron y aparecieron otras formas de servicio militar”.
No sólo la posibilidad de ser reclutados alarmaba a los jóvenes: “Esta larga duración era suficiente para animar a la emigración, pero a esto se añadían las guerras (Cuba, Filipinas, carlistas en España y otras guerras coloniales, sobre todo la de Marruecos que fue la que más alto grado de emigración produjo)” (3).
El gallego Francisco Coira llegó a la Argentina en 1925, “como vienen todos los inmigrantes, para buscar algo mejor... y en realidad, escapando del servicio militar, que se hacía en Africa...(...) lo que significaba, con las pestes, la guerra y todo, casi ir a morirse...” (4).
Por la misma razón vinieron los tres hermanos asturianos Fernández Montes, enviados por su madre, quien quedó en España con sus otros hijos (5).
Encontramos en una novela una alusión a esta realidad. En Un dandy en la corte del rey Alfonso, María Esther de Miguel refiere a propósito de unas monedas, el motivo que llevó a su padre a emigrar y la situación económica en la que debió hacerlo: “todas habían pertenecido a mi papá, quien vino de España por no hacer la conscripción en Marruecos. Llegó con una mano atrás y otra adelante, en su maleta un mantón de mi abuela y... Y nada más. ¡Ah, sí: las monedas!” (6).
Sin embargo, para un personaje de Rubén Benítez, hay un destino peor que el reclutamiento. En La pradera de los asfódelos, un hombre que se marchó cuando llamaron a su quinta, escribe a una madre española: “Cuando el muchacho crezca, mándamelo. Hay campos inmensos sin labrar que pueden dar dos o más cosechas al año. Los animales, que no se cuentan sino de tanto en tanto, andan sueltos. Aquí hará fortuna. Cuando convoquen a su quinta mándalo. Y si quieres venir tú con él, vente. No te arrepentirás. Sobra lugar y faltan manos”. La madre exclama: “No, hermano. Prefiero que lo manden a Marruecos antes de que escape a la Patagonia. De Marruecos regresan todos, de la Patagonia no vuelve ninguno” (7).
Luis León transcribe el testimonio de Arouj de Bembasat: “ Mi padre un día en Izmir, se encontró con un conocido que le dijo que lo buscaban para que fuera a hacer l´askierlik, el servicio militar obligatorio en Turquía, muy temido por lo prolongado y riesgoso. Sin dudarlo, pidió que avisara a su madre, y sin regresar a tomar siquiera un poco de ropa se subió al primer barco que estaba en el puerto, ignorando a dónde lo llevaría. Así llegó a Buenos Aires, allá por 1902 ó 1903.. (...) Trabajó muy fuerte y le fue muy bien” (8).
Notas
1 Arcuschín, María: De Ucrania a Basavilbaso. Buenos Aires, Marymar, 1986.
2 Weyne, Olga: El Ultimo Puerto. Del Rhin al Volga y del Volga al Plata. Buenos Aires, Editorial Tesis/Instituto Torcuato Di Tella, 1986.
3 Méndez Muslera, Luciano: op.cit.
4 Ceratto, Virginia: “Gris de ausencia. Volver a empezar en un mundo nuevo”, en La Capital, Mar del Plata, 26 de noviembre de 2000.
5 Ceratto, Virginia: op. cit.
6 Miguel, María Esther de: Un dandy en la corte del rey Alfonso. Buenos Aires, Planeta, 1999.
7 Benítez, Rubén: La pradera de los asfódelos. Bahía Blanca, Siringa, 1988.
8 León, Luis: “Inmigrantes sefaradíes. Allá por la calle 25 de Mayo”, en SEFARaires N° 24, Abril de 2004.
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“Es de tener en cuenta también los factores económicos –dice Méndez Muslera-; con la desamortización de Mendizábal se agrava la situación de los campesinos, al elevar los propietarios las rentas de las caserías, forzando a los campesinos a emigrar, a la vez que impedía también el que los colonos pudieran acometer mejoras en la explotación. (...) También el factor poblacional es de tener en cuenta, ya que en la segunda mitad del siglo XIX las altas tasas de fertilidad alcanzadas no permitían ofrecer tierras a los hijos a través de nuevas particiones de caserías por alcanzar éstas una extensión mínima. Esto añadido a la elevación de las rentas y de los impuestos forma otro pilar fundamental como causa de emigración” (1). En otras regiones de Europa, la situación no era mejor.
Sobre los irlandeses, leemos: “Muy arraigados a su tierra, y con escasa inclinación a emigrar, es posible que la clase obrera y campesina nunca hubiese abandonado su país de no haberse producido la gran catástrofe de los años 1845 a 1849. Pero esos años fueron fatídicos y decisivos. Parecía como si de pronto todas las fuerzas de la naturaleza se hubieran confabulado para dar al traste con un pequeño país que, tras siglos de abandono y mala administración, carecía enteramente de reservas. Los verdes campos asolados por la terrible plaga de la papa; epidemias de tifus y escorbuto diezmando cruelmente a la población. En el breve período de aquellos cuatro años, dos millones aproximadamente de sus pobladores perecieron a causa del hambre o las fiebres, ya en su propia tierra, ya en el curso de los espantosos viajes a que les llevó el intento de salvarse” (2).
Mariana Gaynor Heduan relata lo sucedido a uno de sus antepasados: “¿Qué motivos lo llevaron a Thomas Gaynor a emigrar a la República Argentina? De inmediato se puede señalar uno que alcanzó a ser dominante para muchísimos irlandeses de toda esa comarca: la noticia, insistentemente difundida, que se podía alcanzar muy pronto una gran prosperidad en dicho país a través del cultivo de la oveja que comenzaba a tener entonces un gran desarrollo en la ‘pampa bonaerense’. Todos esos jóvenes eran ovejeros desde su infancia y se creían capaces de convertir la lana pampeana velozmente en oro. Parece también que después de 1840 un cierto Michael Murray (apodado en Buenos Aires ‘Spanish Mickey Murray’ por sus aptitudes como lingüista), emigró de la región a Buenos Aires estableciéndose luego en Capilla del Señor y construyendo una gran fortuna en lanares. El éxito de ‘Spanish Mickey Murray’ sirvió de imán para muchos jóvenes ovejeros. En el caso de Thomas Gaynor, había también otro motivo para emigrar. La Irlanda de mediados de siglo pasado se hallaba muy agitada; no sólo por el motivo político de la dominación británica, sino también por el desgraciado sistema agrario que se venía heredando desde siglos atrás. El irlandés medio no era propietario de la tierra que labraba, era un simple arrendatario que podía ser desposeído en cualquier momento por su propietario, que las más de las veces, poseía su título fundado en conquista bélica y solía habitar lejos de las poblaciones a él sometidas. Cualquier mejoría introducida en la propiedad del arrendatario era motivo para un aumento de alquiler; se dio inclusive el caso de un arrendatario que vio aumentada su prima porque a su mujer se le había ocurrido plantar unas flores en la puerta de su cabinita. ‘Si tienen plata para flores, tienen plata para pagar un mejor alquiler’. ¡Mentalidad no totalmente desconocida tampoco en la República Argentina!. A mediados del siglo pasado los propietarios encontraron que podían aprovechar sus tierras echando a sus inquilinos, algunos de los cuales habían habitado el mismo sitio por centenares de años y, reemplazándolos con vacunos, cuya venta redituaría un interés mayor que el alquiler hasta entonces recabado. Estas medidas puestas en práctica, provocaron grandes reacciones entre la juventud de la población agrícola; estas se manifestaron no sólo en los sectores políticos, sino también mediante la proliferación de sociedades agrarias, más o menos secretas, más o menos violentas, dedicadas a la protección de la población indefensa frente a la agresividad brutal de los terratenientes. Estas sociedades accionaban contra los propietarios y también contra los ocupantes de tierra cuyas antiguas poblaciones habían sido ‘barridas’; como las leyes y la justicia estaban al servicio de los propietarios, se entiende como la policía, la milicia y el ejército, fueron pronto movilizados contras estos defensores del pobre. Thomas Gaynor se vinculó en su juventud con algunas de estas sociedades y atrajo sobre si la atención de los guardianes del orden y creyó prudente alejarse de su país. Su ‘pecado’ no pudo haber sido muy pequeño, porque al volver a Irlanda muchos años más tarde, con la intención de radicarse allí definitivamente, y habiendo ya elegido una propiedad donde pensaba constituir su hogar, tuvo noticias, por alguna vía reservada, que la policía andaba haciendo preguntas a fondo sobre su persona, circunstancia que lo indujo a tomarse prontamente el vapor y volver a la República Argentina” (3).
Hacia América parte un hombre desde Italia. Por amor al marido emigrado tiempo antes, la madre abandona a sus hijas, llevando al hijo varón, en el cuento “El tren de medianoche” de Syria Poletti. La escritora recuerda así este episodio: “En ese instante, momento en que mi madre me dejó para reunirse con mi padre en tierras de América, nacen el drama y la rebeldía, pero también la revelación de la soledad y su misterio. Fue como si de pronto se hubiesen abierto las compuertas de la vida adulta, y, al mismo tiempo, asomara la certeza de otro llamado. Al irse, mi madre respondía a un llamado ineludible. Yo también, con el tiempo, respondería a un llamado” (4).
Santo Oficio de la Memoria es la novela de Mempo Giardinelli que obtuvo en 1993 el Premio Rómulo Gallegos. En ella narra, por boca del hijo mayor, las circunstancias en las que Antonio Domeniconelle y parte de su familia tuvieron que emigrar: “Padre y madre vinieron de Italia porque allá éramos muy pobres. Muy pobres. Más pobres que toda la pobreza que hayas visto” (5). Veinticinco años después llegaron a la Argentina, per fare l’América, los abuelos abruzzeses de Eduardo Mignogna, escritor que mereció el Premio Emecé 1998/9 por La Fuga .(6).
En un reportaje a Antonio Dal Masetto, se señala cuál fue la razón que lo trajo a América: “Después de la Segunda Guerra Mundial, la subsistencia se puso difícil en Italia y la familia emigró en 1950 a nuestro país” (7). En otro reportaje, se narra que “Narciso Dal Masetto llegó a la Argentina en 1948 desde Intra, un pueblo alpino italiano a los pies del lago Maggiore. Huía de los estragos de la guerra. Dos años después arribaron su mujer, doña María, y sus hijos, Rita y Antonio César” (8).
Michele, el abuelo de Martha N. Morini, evocado por la nieta en "Inmigrante italiana" (9), enviaba dinero a su esposa y a su pequeño, pero "Las cartas fueron interceptadas por su suegra, ávida de ese dinero que mandaba su hijo y nada dijo guardándose la riqueza que venía en esos sobres".
En algunas regiones, los factores climáticos agravaban la situación. Afirma Celia Vernaz: “El gobernador Juan Pujol, de Corrientes, había solicitado a las casas contratistas de Basilea el envío de colonos para su provincia. Esto era posible porque en la zona del Valais, Saboya y Piamonte se había generado una corriente emigratoria hacia América. Las causas eran varias: falta de trabajo, familias numerosas, pobreza en general, a lo que se sumaban cataclismos como avalanchas e inundaciones que diezmaban a las poblaciones de la montaña” (10).
Un personaje de Joel Franz Rosell cuenta las peripecias de una anciano emigrante: “-Tú sabes que Cuba fue colonia española hasta 1898. Después de la independencia, muchos españoles continuaron yendo allí a buscar fortuna. Entre esos emigrantes estuvo tío Fermín, que se fue muy joven y sin un duro. No sabemos cómo logró hacerse con tierras, montar una fábrica de conservas y otros negocios. Llegó a tener buenos amigos en el gobierno y eso acabó por traerle la desgracia cuando la revolución de 1959...” (11).
Para los gallegos de mi familia, había dos destinos: Buenos Aires y Cuba. Mi abuelo paterno y sus hermanos emigraron a Manzanillo; desde allí, mi abuelo se trasladó a Buenos Aires, mientras que sus hermanos quedaron en la isla.
Luis Varela, octavo de catorce hijos, recuerda en De Galicia a Buenos Aires: “En aquella época las familias gallegas eran casi todas así de numerosas, y como nuestros padres sólo nos enseñaban a labrar las tierras y luego, de mayores, no alcanzaban las tierras para todos, era habitual mandar a algunos para el convento, otros para curas, uno se quedaba en la casa con los padres y los demás veníamos para América. Muchas veces yo le reproché a mi padre por tener tantos hijos, porque habiendo nacido en la casa de un gran labrador, nos dejó a todos en la ruina. Y él me contestaba que si tuviera tres o cuatro, yo no hubiera nacido y la mejor riqueza sería no tener que luchar con un truhán como yo” (12).
Aucario Pérez Cartoy afirma: “-Vine por la desesperación. Mi padre era herrero y mi madre agricultora, y la verdad es que no había comida. Las papas las sacábamos antes de que maduraran, por el hambre” (13).
José Campos Barral manifiesta: “-Yo me siento gallego, y luego, si me queda un rato libre, soy español. Pero en el ’49, en España, se pasaba mucha miseria” (14).
Jesusa Pérez Iglesias se refiere a la falta de comida: “Yo me vine a los 18, para tratar de mandar dinero. Allá se pasaba hambre. Ibamos al matadero a buscar la sangre de la vaca. La hervíamos, la cortábamos en pedazos, si había aceite se freía y si no se comía hervida” (15).
Alberto Cortez escribe, a propósito de su canción “El abuelo”, acerca de la emigración de sus mayores: "De alguna manera esta canción que viene es una historia de ida y vuelta. ¿Por qué?, pues simplemente porque mi abuelo se fue de emigrante y después de casi una vida yo, su nieto mayor recorrí el camino de regreso, ese camino que él no pudo realizar a lo largo de su larga vida, a pesar de su inmensa nostalgia. Murió a los ochenta y algunos años. (...) La Argentina en aquellos años de principio de siglo era una esperanza que ofrecía amplios horizontes para los jóvenes con ganas de trabajar y hacer fortuna. Los hermanos García habían dejado España y especialmente Galicia ya que esta “sua terriña” natal no podía ofrecerles más que una vida azarosa bastante cercana a la miseria. (...)” (16).
En su libro Los abuelos gallegos en America, escribe Alberto Sarramone: “Todos conocemos gallegos que con el hatillo al hombro y una ilusion sin limite en el pecho, llegaron mas lejos que nadie, mas lejos en la distancia y tambien mas lejos en la intensidad, sin haberse propuesto otra cosa que hacer unos modestos ahorros con los que haber comprado de regreso a su aldea, la leira de millo, el campo de maiz que se veia desde su ventana” (17).
“Diego Corrientes” es uno de los textos que Francisco Grandmontagne escribió para su “Galería de inmigrantes”, publicada en Caras y Caretas. En esa estampa, publicada en 1899, leemos: “La falta de pan y la sobra de hijos arrojaba a Dieguillo del hogar nativo. Tenía 12 años, saludables como las vetas de joven encina; cual aguilucho, ágil y fuerte, y bello además, como engendro de dos cuerpos torneados por duro trabajo” (18).
El portugués “Joaquín Alves, (...) formó una familia numerosa como era común en aquel entonces y él fue el primero de la familia que en un contexto general de hambre en Europa se decidió a venir a probar suerte a una tierra lejana y desconocida. Así que llegó a la Argentina alrededor de 1935 y trabajó en la fábrica Loma Negra en Olavarría. Luego de unos años, después de terminada la segunda guerra, Joaquín volvió a su tierra con intenciones de quedarse pero la situación no era como él pensaba. Luego de estar alejado de su familia por casi diez años en Europa casi nada había cambiado y en Portugal incluso las cosas eran más difíciles aún porque un dictador tomaba ahora las decisiones en el gobierno. Ante tal panorama, Zulmira, ya adolescente presionaba a su padre para que regrese a la Argentina pero esta vez con toda la familia. Y así fue” (19).
En “Israel Mantel Cada inmigrante una historia”, relata José Mantel: “Mi abuelo Shemaia Chilibi Mantel falleció c. de 1912 presuntamente de fiebre tifoidea. Mi abuela Rifka quedó viuda con cinco hijos en la más absoluta miseria. Vivían en el ‘pasheico’, uno de los lugares más pobres y sombríos de Izmir. Como era costumbre en ese lugar y en esa época, sus hijos apenas llegaban a la adolescencia empezaban a noviar con vecinitas de la colectividad. Así, el mayor de mis tíos, Bohor por supuesto, se casó con Alegre Lereaj y nació mi primo, Felipe (se supone que es la traducción del nombre de mi abuelo) y se vinieron para Sudamérica. El segundo de los hermanos, Mordehai, le siguió los pasos, y al poco tiempo mandó a buscar a su novia Reyel, con quien se casó en Paraguay. Luego vino el tercer varón, José. En Izmir quedaba mi abuela, la única hija mujer, Yamila, que se había casado con Abraham Barsimantov, y mi padre Israel que contaba con 16 años y esperaba con ansiedad que sus hermanos le enviaran el pasaje hacia aquí. Este pasaje no era solamente el viaje a través del océano, sino el paso de la tristeza y el hambre a la alegría y la esperanza” (20).
Un informe publicado por la Asociación Caboverdeana de Ensenada – “la más antigua del mundo de todas las que nuclean a caboverdeanos en el exterior”-, destaca que “La inmigración caboverdeana llegó a principios del siglo XX, en consonancia con el resto de los inmigrantes. A diferencia de los 12 millones de africanos que llegaron a América entre los siglos XV y XVI, los caboverdeanos fueron los únicos que no llegaron como esclavos, sino en busca de trabajo y mejores horizontes para desarrollarse. A diferencia de los europeos, no llegaron empujados por guerra alguna. Por el carácter insular de Cabo Verde, sus hijos inmigrados eran expertos marineros y también habilidosos pescadores, por lo cual buscaron aquí sitios con puertos, como Ensenada y Dock Sud. Aquí, la mayoría de los caboverdeanos se empleó en la Marina Mercante y la Armada” (21).
“En su estudio sobre la llegada de caboverdianos a la Argentina, Marta Maffia, investigadora del Conicet-Universidad Nacional de La Plata, señala que "comienza a fines del siglo XIX, con fecha muy imprecisa, y cobra relevancia a partir de la década de 1920, con la presencia de pequeños grupos. Los períodos de mayor afluencia fueron entre 1927 y 1933, y el tercero, después de 1946".
La investigadora revela que las condiciones climáticas marcaron, y aún lo hacen, el destino de Cabo Verde y su gente; a las cíclicas sequías siguieron grandes hambrunas y numerosas muertes.
Su trabajo La emergencia de una identidad diaspórica entre los caboverdianos de la Argentina, presentado ante la Comisión Mundial sobre las Migraciones Internacionales, con sede en Suiza, bucea en la profundidad del fenómeno migratorio caboverdiano tomando en cuenta una diversidad de factores, tanto históricos y políticos como climáticos. ‘La conjunción de una serie de factores, entre los cuales podemos destacar la adversidad climática y sus terribles consecuencias, el régimen de tenencia de la tierra, la política implementada por Portugal, particularmente en el período colonial, rompe sistemáticamente el precario equilibrio de la economía caboverdiana y es en ese equilibrio inestable en el que se configura este fenómeno migratorio, que asume características de diáspora: fue generada por una situación traumática; proliferan comunidades de caboverdianos por casi todas la regiones del globo y posee continuidad hasta la actualidad como una comunidad cultural extraterritorial’ " (22).
Notas
1 Méndez Muslera, Luciano: op. cit.
2 Mac Dermott, Doreann: “Quinquenio de terror”, en Viajero Celta. Año II, N° 17. Buenos Aires, mayo de 1997.
3 Gaynor Heduan, Mariana: “Los Gaynor”, en www.irlandeses.com.ar.
4 Fornaciari, Dora: “Reportajes periodísticos a Syria Poletti”, en Taller de imaginería. Buenos Aires, Losada, 1977.
5 Giardinelli, Mempo: Santo Oficio de la Memoria. Buenos Aires, Seix Barral, 1991.
6 Mignogna, Eduardo: “Destinos cruzados de un libro y una vida”, en Clarín, Buenos Aires, 19 de noviembre de 2000.
7 Roca, Agustina: op. cit.
8 Gaffoglio, Loreley: “¿Cómo me explico y me cuento?”, en La Nación, Buenos Aires, 9 de septiembre de 2001.
9 Morini, Martha: "Inmigrante italiana", en el gRillo, N° 45, Noviembre-Diciembre 2006.
10 Vernaz, Celia: La Colonia San José. Santa Fe, Colmegna, 1991.
11 Rosell, Joel Franz: Mi tesoro te espera en Cuba. Buenos Aires, Sudamericana, 2002.
12 Varela, Luis: De Galicia a Buenos Aires –Así es el cuento-. Buenos Aires, el autor, 1996.
13 Guerriero, Leila: “Cuentos de gallegos”, en La Nación Revista, 17 de abril de 2005. Fotos: Martín Lucesole.
14 ibídem
15 ibídem
16 Cortez, Alberto: “El abuelo”, en www.albertocortez.com.ar. Reproducido en www.galespa.com.
17 Sarramone, Alberto: Los abuelos gallegos en America, citado por Rubén Servia.
18 Grandmontagne, Francisco: “Diego Corrientes”, en Fray Mocho, Félix Lima y otros: Los costumbristas del 900. Sel. y pról. de Eduardo Romano, notas de Marta Bustos. Buenos Aires, CEAL, 1980. (Capítulo).
19 Da Conceiçao, Mauro; Euguaras, Mariano; Flibert; Francisco; Marino, Roberto; Sánchez, Julián: “Sabores de una historia”, en www.ciet.org.ar.
20 Mantel, José: “Israel Mantel Cada inmigrante una historia”, en SEFARaires, N° 17, Septiembre de 2003.
21 S/F: “Asociación Caboverdeana de Ensenada”.
22 Palomar, Jorge (texto) y Calabrese, Graciela (fotos): “Caboverdianos: vientos de cambio”, en La NaciónRevista, Buenos Aires, 3 de diciembre de 2006.
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Así explica Méndez Muslera uno de los motivos de emigración: “Según aumentaba el movimiento emigrador, parece que se fue rebajando la edad a la que se embarcaba, son dos los motivos principales, por un lado está la imitación del vecino del pueblo que se marcha y triunfa en América, volviendo con fortuna, por otro lado se les inculca a los niños la idea de que al llegar a los quince años tienen que partir para América, al lado de algún pariente o amigo. Este ‘echarles de casa’, que caracterizó la educación aldeana de Asturias, es el signo que encontramos con mayor imperativo entre la colonia asturiana del Uruguay. Se les decía: ‘tienes que ir a la escuela y aprender mucho para que luego te vayas a América’ ” (1).
“Venían a sobrevivir –escribe Jorge Riestra-, a intentar vivir una vida mejor, a hacer fortuna, por qué no, algo les habían contado de la generosidad de estas tierras, de la abundancia que desbordaba en las manos de quienes la trabajaban. Cuando se les hablaba del Nuevo Mundo, ellos pensaban en un mundo nuevo. Lo que les esperaba era el Hotel de Inmigrantes y luego la ciudad, las ciudades, y en las ciudades la dispersión, el enigma de las calles y de la gente, qué comerían y dónde dormirían” (2).
En La patria desconocida, Baldomero Fernández Moreno muestra a su padre como el emigrante a quien se desearía imitar. Afirma que en el español se operó una transformación completa: “de muchacho aldeano a rico y conspicuo miembro de una colectividad, fundador de clubes y protector de hospitales”. Cuando el próspero emigrante regresa a España junto con su familia, el escritor tenía seis años: “Un día del año 1892 era recibido a su entrada con alegre estrépito de cohetes, mientras que un coro de ceñidos danzantes tejía alrededor del nuevo indiano y los suyos, levantando el polvo, los típicos bailes del país. (...) Mi padre estaba de levita, muy atusado de bigote y mosca. No comprendía yo cómo, salido de la aldea tan pobre como cualquiera de aquellos rapaces que jugaban conmigo, por el hecho de haber pasado al nuevo mundo, se había transformado en un gran señor” (3).
En Su único hijo, Leopoldo Alas retrata al americano Sariegos, “el más rico de la provincia, que podría aturdir a todos los Valcárcel del mundo envolviéndolos en papel del Estado y en acciones del Banco y otras mil grandezas” (4). El mensaje era que la riqueza estaba al alcance de cualquiera, salvo que fuera como “Elizabide el vagabundo”, protagonista de un cuento de Pío Baroja, que en América “estuvo muchas veces a punto de hacer fortuna, lo que no consiguió por indiferencia”. Cuando volvió, lo recibieron con desdén, y “todo el mundo recordó que antes de salir de la aldea, ya tenía fama de fatuo, de insustancial y de vagabundo”. No obstante, al hablar de sus viajes, “tuvo suspensos de sus labios a todos” (5).
En La comida de las fieras, un personaje de Jaicnto Benavente expresa: “¿Por qué vivimos en Europa? En América el hombre significa algo; es una fuerza, una garantía...; se lucha, sí, con primitiva fiereza; cae uno y puede volver a levantarse pero en esta sociedad vieja, la posición es todo, el hombre nada..., vencido una vez, es inútil volver a luchar. Aquí la riqueza es un fin, no un medio para realizar empresas. La riqueza es el ocio; allí es la actividad. Por eso allí el dinero da triunfos... y aquí desastres... Pueblos de historia, de tradición; tierras viejas donde sólo cabe, como en las ciudades sepultadas de la antigüedad, la excavación, no las plantaciones de nueva vegetación y savia vigorosa” (6).
José Ortega y Gasset, en cambio, consideraba que “América, lejos de ser el porvenir era, en realidad, un remoto pasado, porque era primitivismo. Y también, contra lo que se cree, lo era y lo es mucho más América del Norte que la América del Sur, la hispánica” (7).
En Italia también fascinaban los relatos de quienes regresaban de América. Lo narra Edmondo D’Amicis, en La maestrita de los obreros. Al ir a dar su clase, la protagonista encuentra que “Faltaba esa noche más de una docena de alumnos. La maestra investigó las razones de la ausencia, y supo que habían ido, con muchos otros, a pasar la velada en un establo, donde un viejo aldeano, de vuelta de América, un espíritu jovial y extraño, había invitado a medio arrabal para relatarle la historia de sus aventuras” (8).
Nora Ayala relata: “El tío de Luigi había estado en América, donde había muchos italianos, todos ricos, por lo menos para el parámetro del paese y cuando volvía a Bagnasco entre un viaje y otro, encantaba a amigos y parientes con los relatos de esos mundos lejanos y maravillosos. La vida de los contadini era penosa y se trabajaba desde que salía el sol hasta que se ponía, de lunes a lunes, sin ninguna esperanza de cambio, solamente para comer” (9).
Parte de Italia el matrimonio Vairoleto con su primogénito, porque “en aquella región las posibilidades de prosperar eran muy escasas para los aldeanos pobres, y Vittorio concibió el proyecto de ir a América. Algunos emigrantes, incluso un cura que había estado en la parroquia de la villa, escribían enviando noticias favorables desde la Argentina, un país donde hacía falta mano de obra y eran bienvenidos los labriegos italianos para poblar las colonias agrícolas. Ilusionados por esas perspectivas, Vittorio y Teresa se dispusieron a marchar al nuevo continente con su bebé recién nacido” (10).
De la nueva tierra, en la que tanto ha prosperado, vuelve a Italia uno de los emigrantes, en Guido, novela de Andrés Rivera. El hombre afirma: “”Acá, nada más que mujeres... Soy un indiano que está de visita, y al que le gustan las mujeres intrépidas” (11).
Otras veces, los emigrantes prósperos no regresan, pero envían cuantiosas sumas para colaborar con el desarrollo de la región que los vio nacer. En las Aguafuertes gallegas, Roberto Arlt se refiere a don Gumersindo Busto, y los hermanos Juan y Jesús García Naveira, filántropos que hicieron obras con parte de la riqueza acumulada en América (12).
Las ilusiones tras las que se marcharon los inmigrantes también son tema literario. Aunque muchos consideraron que habían logrado “hacer la América”, otros se sintieron defraudados. Esta frustración es la que evoca Carlos de la Púa, en su poema “Los bueyes”, en el que dice: “Vinieron de Italia, tenían veinte años,/ con un bagayito por toda fortuna/ y, sin aliviadas, entre desengaños,/ llegaron a viejos sin ventaja alguna” (13).
En La pradera de los asfódelos, novela en la que un español recuerda las promesas y la realidad que le tocó vivir, escribe Rubén Benítez: “Aquí hay trabajo y riqueza para todos. Venid cuanto antes, nos decía. Y a pesar de los ruegos de las madres, nos fuimos. Durante un año trabajé muy duro en la salina, ahorrando céntimo tras céntimo, hasta que pude pagarme el regreso. Volví como había ido. Nada debo a aquella tierra. Sólo el desengaño. Aquí está nuestro pueblo, el terruño de nuestros abuelos, la finca de mi padre. Dos veces, hija, lloré en mi vida. Cuando me di cuenta de lo lejos que había quedado mi pueblo y cuando regresé a él” (14).
Recuerda Roberto Arlt: ‘Siendo reporter policial del diario Crítica en el año 1927, tuve una mañana del mes de setiembre que hacer una crónica del suicidio de una sirvienta española, soltera, de veinte años de edad que se mató arrojándose bajo las ruedas de un tranvía que pasaba frente a la puerta de la casa donde trabajaba, a las cinco de la madrugada. Llegué al lugar del hecho cuando el cuerpo despedazado había sido retirado de allí. Posiblemente no le hubiera dado ninguna importancia al suceso (en aquella época veía cadáveres casi todos los días) si investigaciones que efectué posteriormente en la casa de la suicida no me hubieran proporcionado dos detalles singulares. Me manifestó la dueña de casa que la noche en que la sirvienta maduró su suicidio, la criada no durmió. Un examen ocular de la cama de la criada permitió establecer que la sirvienta no se había acostado, suponiéndose con todo fundamento que ella pasó la noche sentada en su baúl de inmigrante (hacía un año que había llegado de España). Al salir la criada a la calle para arrojarse bajo el tranvía se olvidó de apagar la luz. La suma de estos detalles me produjo una impresión profunda. Durante meses y meses caminé teniendo ante los ojos el espectáculo de una muchacha triste, que sentada a la orilla de un baúl, en un cuartujo de paredes encaladas, piensa en su destino sin esperanza, al amarillo resplandor de una lamparita de veinticinco bujías” (15).
En su poema “Inmigrante”, Cristina Pizarro evoca la misma desolación: “Yo era el que no tenía título,/ ni un doble apellido,/ el que deseaba vivir en un chalet de dos pisos/ con jardín/ y revestimientos de piedra Mar del Plata./ Era uno de esos/ originarios de tierras/ devastadas./ Ahora/ soy/ este aire ambiguo/ este daño/ que regresa/ y este adiós/ menoscabado” (16).
Se sienten engañados los inmigrantes que evoca José Pedroni en “La invasión gringa”, incluido en Monsieur Jaquin: “¿Dónde se hallaba el oro,/ de todos alabado?/ El oro estaba en un pequeño árbol;/ el oro era un engaño:/sólo pequeñas flores/ de oro perfumado./ Aromitos floridos,/ orillas del Salado”. En el mismo poema, una mujer escribe: “-Nos casamos./ La tierra es nuestra, ¡nuestra!/ Todo lo que tocamos/ va siendo nuestro:/ el buey, el horno, el rancho.../ Nuestros todos los árboles;/ nuestro un único árbol,/ tan grande, tan coposo,/ que da gusto mirarlo./ Es una nube verde/ asentada en el campo” (17).
En “La conquista de Buenos Aires”, de Enrique Loncán, Cicerón vuelve a la vida en el siglo XX y emprende un viaje del que se arrepentirá amargamente. Estas palabras lo impulsaron a realizar la travesía: “más allá del Atlante existe una ciudad nueva, maravillosa, pletórica de esperanzas. Es la tierra prometida de los inmigrantes, la meta de los destinos fantásticos y las riquezas fabulosas. Se cuentan por millares los hijos del Lacio que en Buenos Aires hicieron fortuna... ¿Por qué no la harías tú también, Marco Tulio Cicerón, que llevas en tu sangre lo más puro de la raza latina y en tu mente todo el genio de la estirpe inmortal?” (18).
Notas
1 Méndez Muslera, Luciano: op. cit.
2 Riestra, Jorge: “Las voces de la ciudad”.
3 Fernández Moreno, Baldomero: La patria desconocida. Buenos Aires.
4 Alas, Leopoldo: Su único hijo. Barcelona, Bruguera.
5 Baroja, Pío: Cuentos. Alianza Editorial
6 Benavente, Jacinto: La comida de la fieras.
7 Ortega y Gasset, José: La rebelión de las masas.
8 D’Amicis, Edmondo: . La maestrita de los obreros. Buenos Aires, Anaconda.
9 Ayala, Nora: Mis dos abuelas. 100 años de historias. Buenos Aires, Vinciguerra, 1997.
10 Chumbita, Hugo: Ultima frontera. Vairoleto: Vida y leyenda de un bandolero. Buenos Aires, Planeta, 1999.
11 Rivera, Andrés: Guido, en Para ellos, el Paraíso. Buenos Aires, Alfaguara, 2002.
12 Arlt, Roberto: Aguafuertes gallegas. Buenos Aires, Ameghino, 1997.
13 De la Púa, Carlos: “Los bueyes”, en L. Lugones, B. Fernández Moreno, R. Molinari y otros: La poesía argentina. Buenos Aires, CEAL, 1979. Pág. 89. (Capítulo).
14 Benítez, Rubén: op. cit.
15 Arlt, Roberto, citado en Orgambide, Pedro: “Roberto Arlt, cronista de 1930”, en Arlt, Roberto: Nuevas aguafuertes porteñas. Buenos Aires, Librería Hachette S. A. 1960. (El pasado argentino, dirigida por Gregorio Weimberg).
16 Pizarro, Cristina: La voz viene de lejos. Buenos Aires, Ayala Palacio, 1996.
17 Pedroni, José: Hacecillo de Elena. Santa Fe, Colmegna, 1987.
18 Loncán, Enrique: “La conquista de Buenos Aires”, en Cuentos y esquicios.
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Salida de los hidalgos segundones |
“La salida de hidalgos segundones y gente acomodada cuando la emigración no era aún masiva, ha servido de apoyo a planteamientos como el que la emigración desde las provincias del norte de España excepto Galicia, no se debía a la falta de trabajo, ni a causa alguna física o económica, a diferencia de muchos levantinos que emigraban a causa de su miseria y que muchos emigrantes vascos, santanderinos y asturianos suelen llevar pequeños capitales y una formación cultural adecuada” (1). No hemos encontrado testimonios al respecto.
Notas
1 Méndez Muslera, Luciano: op. cit.
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Los “ganchos” o agentes de los armadores |
“Uno de los motivos de la salida de los campesinos asturianos hacia la emigración –continúa Méndez Muslera-, era la propaganda ‘ilícita’ de los agentes o armadores por sus anuncios y reclamos notoriamente falsos. Estos agentes de los armadores, se dedicaban a hacer publicidad de los próximos viajes y también a arreglar los papeles para la salida de los campesinos. Ya avanzado este siglo esta especie de Agencias de Viajes para Ultramar pasaron a estar sometidas al control de las Inspecciones de Emigración (...), recibiendo el nombre de ‘Oficinas de Información y Despacho de Pasajes para Emigrantes’ condición que obligaba a llevar un ‘Libro de Registro’, con los datos relativos al comprador de cada uno de los pasajes y un ‘Copiador de Cartas’ con la correspondencia relativa al mismo asunto; ambos libros tenían que ser visados por la Inspección correspondiente” (1).
En 1857, Antoine Bonvin emigra desde Valais, y se queja amargamente del engaño de que ha sido víctima. Desde Buenos Aires lo trasladan en vapor al Ibicuy: “Llegamos al tercer día; se nos desembarcó en una vasta llanura que no tenía más que un poco de buen terreno; no se veían allí más que grandes pantanos o bosques, pero de madera toda espinosa. El agua era mala y llena de toda clase de insectos; un país muy malsano donde jamás nadie podía prosperar. Se tenía peligro de verse devorado por las bestias feroces, tal como el tigre, los cocodrilos y otros. Puedo decir que en este momento estábamos todos desesperados de vernos engañados de esta manera. Reclamábamos inútilmente la promesa que nos había sido hecha antes de nuestra partida: pero todo eso ya era inútil, ya no se podía más escapar, uno se creía exiliado en esta isla” (2).
Estanislao Zeballos se refiere a los agentes en La rejión del trigo, obra de 1883. Allí leemos: “La palabra de los agentes y de los contratistas está desacreditada en Europa desde el siglo pasado. No solamente es ineficaz: no es siquiera oida” (3).
Por otra parte –afirma Alejo Peyret-, los potenciales emigrantes eran tentados con ofertas de otros países: “Necesitamos poblaciones que no solamente tengan la actividad física, la laboriosidad en grado relativamente superior, sino que sean también superiores intelectualmente y exentas de las preocupaciones de la superstición y del fanatismo. Para conseguir nuestro propósito sería menester mantener agentes permanentes en Europa, que no dejemos un momento sin llamar la atención sobre estas comarcas. Sería menester acudir a los periódicos, a las publicaciones baratas, a folletos, avisos, etc. Sería menester combatir por la prensa y la propaganda oral la acción de los enganchadores que trabajan para los Estados Unidos y para Brasil” (4).
En El laúd y la guerra, Martina Gusberti evoca uno de esos engaños. Dice que Resistencia “fue fundada por un puñado de inmigrantes italianos que, remontando el Río Negro y traídos por empresas contratistas con el señuelo de poblar tierras fértiles y prósperas, hallaron en cambio terrenos ásperos, cubiertos por bosques salvajes plagados de mosquitos. Era el 2 de febrero de 1878, durante un verano abrasador. Se dice que los colonizadores estuvieron varios días en el barco sin querer aposentarse en esa tierra inhóspita. Luego, vencidos por la circunstancia, no tuvieron otra opción que desembarcar con sus familias” (5).
Juan Faccioli, pionero friulano, narra también un episodio relacionado con la colonización chaqueña: “Según Faccioli, al llegar al Hotel de Inmigrantes se enteraron de que estaban destinados al Territorio Nacional del Chaco, donde les darían tierras que estaban habitadas por aborígenes: algunos huyeron del Hotel de Inmigrantes, pero luego de vagar sin conseguir trabajo ni comida volvieron y aceptaron llegar a Reconquista y, desde allí, a una colonia que se formaría al otro lado del arroyo El Rey” (6).
También fueron engañados los judíos que evoca Ricardo Feierstein en La logia del umbral, quienes, al llegar a Santa Fe advirtieron que no tenían herramientas ni dónde guarecerse (7).
Desde Tucumán, donde sufre explotación, enfermedades, hambre y discriminación, José Wanza escribe, en 1891: “Aquí estoy sin comunicación con nadie en el mundo. Sé que las cartas que mandé a mis amigos no llegaron. Es probable que éstos nuestros patrones que nos explotan y nos tratan como a esclavos, intercepten nuestra correspondencia para que nuestras quejas no lleguen a conocerse. Vine al país halagado por las grandes promesas que nos hicieron los agentes argentinos en Viena. Estos vendedores de almas humanas sin conciencia, hacían descripciones tan brillantes de la riqueza del país y del bienestar que esperaba aquí a los trabajadores, que a mí con otros amigos nos halagaron y nos vinimos. Todo había sido mentira y engaño” (8).
A veces, los engaños no provenìan de los armadores. En Fuegia, de Eduardo Belgrano Rawson, un sacerdote afirma: “Uno llega repleto de ilusiones. Como usted dice: con la Revista del Misionero en el bolsillo. Al final nos contentábamos con que juntaran las manos y repitieran Misericordia, Jesús, varias veces. Pero no era seguro que lo recordaran al día siguiente”. Acerca de los anglicanos expresa: “Pobres diablos. ¿Cómo no van a sentirse desengañados? Ya sabemos cómo hacen para reclutarlos. ¿Acaso no les pintan todo esto como un paraíso repleto de aldeas? Me imagino las fantasías que traen. ¿Y qué encuentran a su llegada?”.
La viuda del reverendo Dobson evoca los planes que hacìan sobre la emigraciòn, alentados por noticias tendenciosas: “Despuès de pasar una tarde en la Uniòn Misionera, volvìan a casa con su marido por un sendero de gramilla perfumada. Llevaba seis meses de casada con Dobson. Hicieron un alto en el parque y abrieron un paquete de bollos. Charlaron del futuro viaje a Sudamèrica. Dobson dibujò la misiòn sobre el papel de los bollos. Habìa un grupo de canaleses entonando sus himnos y un paquebote en el horizonte. Los canaleses figuraban como ‘naturales amistosos’ en todas las publicaciones del Almirantazgo, de modo que agregò un nativo haciendo cabriolas. Su mujer le suplicò que dibujara una huerta. Dobson puso la huerta y metiò algunas ovejas. Estuvo tentado de añadir el cementerio, pero desistiò a ùltimo momento. Ella estudiò bien el dibujo y concluyò que nada faltaba. Tratò vanamente de hallarle algùn parecido con su aldea de Sussex. Pero igual le propuso: ‘Pongàmosle Abingdon’. Pensò emocionada: ‘El Señor es mi pastor’ “ (9).
Gabriel Báñez evoca otra clase de engaños. La Zwi Migdal era una organización de trata de blancas que tenía en Ensenada el centro de sus operaciones. Casi todas las pupilas “venían de Varsovia, engañadas por un correo que les prometía casamiento y fortuna en la nueva tierra y con el cual refrendaban un contrato que avalaban los padres de las jóvenes. En cuanto pisaban puerto, debían enfrentarse sin embargo con la letra chica del contrato: la prostitución o el remate” (10).
Un personaje de Vázquez-Rial explica el procedimiento: en las aldeas judías de Polonia hay “mucha hambre. Más de la que se puede aguantar. Y lo más caro de todo, lo más inútil, son las hijas. Hay que librarse de ellas: casarlas o venderlas, que viene a ser lo mismo. (...) Yo nunca llegué a saber si esos viejos que vendían a las hijas creían o no en lo que hacían, pero lo hacían, y había que seguirles la corriente. (...) Eran jóvenes hermosas, criadas con miedo a Dios y obediencia absoluta al padre que las vendía. Ruth, digamos, por ponerle un nombre, respetuosa, humilde, delgada... La metían en un barco con un tipo como yo, la bajaban en Buenos Aires, la encerraban en un sitio inmundo, para que el quilombo, después, le pareciera el cielo, y a la semana o a los quince días la mandaban a la Boca: una pieza, o dos, o las que fueran, y el patio, con veinte, treinta hombres esperando a la luz de unas velas, cualquier hombre, los más horrorosos, carreros o cirujas..., cirujas también. Yo lo sabía, pero pensaba en la guita y tragaba saliva; y repetía la escena” (11).
En El infierno prometido, de Elsa Drucaroff, un personaje habla con el padre de una joven judía polaca. “Señor Hamer, yo soy un hombre práctico –dijo sonriendo-. Busco una buena judía trabajadora que pueda manejar mi casa y criar a mis hijos. Buenos Aires es una gran ciudad, con costumbres diferentes. No es fácil encontrar chicas bien preparadas para el matrimonio en una ciudad grande. Y en el caso de su hija, precisamente por lo que ella vivió, sé que va a valorar lo que voy a darle, y me lo va a retribuir como merezco. Porque va a ser muy difícl que encuentre a otro que pueda y esté dispuesto a dar lo que yo estoy ofreciendo” (12).
"El trabajo de estas mujeres duraba aproximadamente desde el crepúsculo hasta las cuatro de la mañana. Tenían obligación de estar alegres, mostrarse pulcras y agradables, pero la irrupción constante de clientes arrasaba con alegría y pulcritud en poco tiempo. Debían cuidarse de las brutalidades de éstos, y también de las intrigas de sus compañeras, de las iras de la madama y del cafisho. A pesar de estas condiciones, el folklore de los lupanares de aquellos años afirma que muchas pupilas lograron salir de ese ambiente con algún dinero ahorrado para emprender una nueva vida, y algunas de ellas regresaron a sus países de origen revestidas de honorabilidad, y con edad suficiente como para instalar un café o algún pequeño negocio" (13).
Se recuerda asimismo a “las ‘niñeras’ que bajo la promesa de venir a trabajar a la casa de un rico pariente lejano y enseñarlo modales europeos a sus hijos, terminaban pasando sus días y noches en los prostíbulos” (14).
Segio Pujol se refiere a las inmigrantes engañadas que observa en el tango: “muchas de las mujeres del imaginario tanguero enfermaban al errar el camino y dejarse tentar por las luces del centro. Un imaginario de la muerte como castigo ejemplar dejaba entrever, a su vez, una gama de posiciones. Estaban las mujeres engañadas por el sistema (como las francesitas que llegaban a Buenos Aires mal informadas o las provincianas que rodaban ‘una noche en el Maipú’), pero también estaban las pecadoras por voluntad propia” (15).
Una mujer no se prostituía por ser engañada ni por propia voluntad. En Don Segundo Sombra, Ricardo Güiraldes escribe acerca de ”la desvergüenza del gringo Culasso que había vendido por veinte pesos a su hija de doce años al viejo Salomovich, dueño del prostíbulo” (16).
Notas
1 Méndez Muslera, Luciano: op. cit.
2 Vernaz, Celia: op. cit.
3 Zeballos, Estanislao: La rejión del trigo. Madrid, Hyspamérica, 1984.
4 Vernaz, Celia: op. cit.
5 Gusberti, Martina: op. cit.
6 S/F: “Friulanos sobre el Paraná”, en La Nación Revista, Buenos Aires, 29 de julio de 2001.
7 Feierstein, Ricardo: La logia del umbral. Buenos Aires, Galerna, 2001.
8 Panettieri, José: Los trabajadores. CEAL, 1982.
9 Belgrano Rawson, Eduardo: Fuegia. Buenos Aires, Sudamericana, 1991.
10 Báñez, Gabriel: op. cit
11 Vázquez-Rial, Horacio: Frontera sur. Barcelona, Ediciones B, 1998.
12 Drucaroff, Elsa: El infierno prometido Una prostituta de la Zwi Migdal. Buenos Aires, Sudamericana, 2006. 336 pp. (Narrativas históricas)
13 S/F: "En todo el país", en La vida clandestina 1900-1914, volumen que integra la colección Nuestro Siglo, Historia de la Argentina, dirigida por Félix Luna. Buenos Aires, Crónica, 1992.
14 S/F: “Editorial: Los gringos de hoy”, en Infohuertas N° 6, Febrero de 2002. Netfirms Web Hosting.
15 Pujol Sergio: “Peligros de la vida disipada. La tragedia de las Esthercitas”, en Clarín, Buenos Aires, 31 de agosto de 2002.
16 Güiraldes, Ricardo: Don Segundo Sombra. Buenos Aires, CEAL, 1979. 216 pp. (Capítulo).
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Pero también hubo otros motivos que llevaron a quienes emigraron a tomar una decisión tan difícil.
El orensano Ramón Santamarina pierde, con pocas horas de diferencia, a su padre –que se suicidó- y a su madre, fallecida a causa de la trágica decisión de su marido. “Los tíos del niño Ramón –afirma Alberto Vilanova Rodríguez-, que no fueron capaces de acudir en su socorro, pero sí avergonzarse del inocente, pero pobre pariente, a pesar de que se había decidido a luchar por la vida, antes de lanzarse a la mendicidad, le agarraron y le depositaron en un orfanato, de donde muy pronto se fugó, ofreciéndose como grumete en un velero contrabandista que salía para Buenos Aires, con la decisión y energía que caracterizaron siempre su extraordinaria voluntad. En 1840, pues, ponía sus plantas en la Argentina, el país que con el correr de los años iba a ser testigo de sus virtudes y de su genio” (1).
La censura social impulsa allende el mar. En 1886 –escribe Claudio Savoia-, “zarpó el barco que sacaba de España al niño Manuel Miranda, alejado de su patra por su abuela para protegerlo –a él y a su madre- de la vergüenza de ser hijo natural” (2).
De su abuela dijo el periodista Vicente Muleiro: “Como decía Gila, mi abuela era una solterona... Tan solterona era doña Francisca Muleiro que a sus hijos les puso su apellido.(...) Murió cuando yo era un adolescente y se llevó el secreto de su infancia gallega y la íntima épica de su inmigración” (3).
En su novela Mientras la luz se va (4), Noemí Cohen relata lo sucedido a “Setti, a quien Elena conoce en el interminable viaje hacia América y que se ha embarcado para restañar la herida de haber sido repudiada por su marido y haber perdido contacto con su única hija” (5).
La protagonista del film Herencia, dirigido por Paula Hernández, “es una inmigrante italiana que llegó a la Argentina tras la Segunda Guerra Mundial. Aunque nunca pudo encontrar al hombre cuyos pasos seguía, decidió adoptar a Buenos Aires como su ciudad” (6).
Un amor imposible causa la emigración de un italiano: “El mismo día en que Enrico se hizo cargo de la sastrería, el único auto de la villa se detuvo enfrente. El chofer entró: ‘La hija del Patrón se va a casar con un doctor de Zóppola, como él ha dispuesto; y aquí te manda este dinero a cuenta del traje de novia que le vas a confeccionar’. Enrico lo entregó y se embarcó. Para no ver jamás el mar viajó tierra adentro, hasta el centro de la Argentina; hasta su huerta, en medio de la manzana del medio del pueblo” (7).
En Milán, en 1947, dice uno de los personajes de La crisálida, de Nisa Forti Glori: “Nosotros no somos emigrantes. Llevamos capital y brindaremos trabajo. No nos empuja la necesidad. Simplemente estamos hartos de esta miserable lucha de partidos. De gente que te escupe sólo porque desciendes del automóvil bajo el porch de La Scala...” (8).
Un gallego, en Frontera sur, huye de la ira de su suegro: “Primero tuve que escapar yo. Pasé un mes en el monte. Me buscaron con perros, decididos a matarme”. Vuelve a buscar a su novia, y se casan en Cádiz. En Barcelona muere la mujer, dejando a un hijo. “Desde el momento en que la enterré –dice el viudo-, me entregué a un único propósito: ganar dinero, porque con dinero se puede todo. Quería comprar mi vida y la tuya, mi libertad y la tuya, y regresar para vengarme, empezando por tu abuelo...” (9).
En La trama del pasado (10), de Cristina Bajo, “Una joven aristócrata, Ignacia Arias de Ulloa, abandona a su marido y huye con una criada llevándose muy poco: su estuche de esgrima, y el halcón preferido de aquél. Al llegar a la casa solariega de su madre se encuentra con que ésta ha decidido regresar a las provincias del Río de la Plata, su tierra de nacimiento, para ajustar viejas cuentas. Sin pensarlo, Ignacia se embarca con ella” (11).
José, el asturiano que protagoniza la miniserie Vientos de agua, debe escapar de su pueblo porque, indignado por la muerte de su hermano en la mina, la hace volar, y es buscado. Con el dinero y los documentos del difunto, viaja convencido de que volverá.
Un personaje de Mestizo, una de las novelas de Feierstein, relata por qué emigraron sus padres: “Moishe Búrej realmente no quería venir a la Argentina, pero ¿qué iba a hacer? Se fueron los hijos mayores y después me fui yo, luego Carlos con mi hermana. ¿Quién quedaba? Nadie, salvo Jacobo, que vino con ellos, en 1936. Cuando viajaron ya había guerra civil en España, salieron justo, justo. En Polonia quedaron otros parientes, tíos y primos: nunca más supimos algo de ellos. La zona de Lemberg fue muy castigada durante la Segunda Guerra, los alemanes entraron allí. Me contaron después que han hecho un verdadero desastre de mi pueblo. Fue una masacre en el centro, la zona de la feria, donde vivían las famlias judías. A los ucranianos no les hicieron nada, porque estaban con ellos. Pero de los nuestros no quedó ninguno vivo. Por suerte, nosotros nos fuimos antes. Dijimos ‘no va más acá, el futuro está muerto’. Y nos fuimos” (12).
A la inmigración de los estadounidenses Hudson, padres del escritor, se refiere Alicia Viladoms: “Carolina Augusta Kimble se había casado con Daniel Hudson contra la voluntad de los padres de ambos (quizás fuera éste uno de los motivos de su emigración)” (13).
La justicia por mano propia es otro de los motivos para dejar el país. En De aquí hasta el alba, novela de Eugenio Juan Zappietro, el cirujano belga Hubert Leroy debe huir de Francia pues durante una operación dio muerte intencionalmente a un ministro asesino: “Cuando Francia descubrió el crimen, Hubert Leroy estaba ya en América” (14).
Por miedo a unos acreedores que harían justicia por propia mano, es que el abuelo de Jorge Fernández Díaz llega a la Argentina: “En dos o tres aldeas, y en un pequeño municipio, mi abuelo había cobrado por anticipado trabajos que nunca terminó. Unos damnificados de pocas pulgas le habían dado un ultimátum y después habían prometido coserlo a navajazos. Vendrían de un momento a otro, y a José no le quedaba más alternativa que levantar los petates y largarse bien lejos. Consuelo, su hermana menor, había cruzado el Atlántico y llevaba una existencia decorosa en una ciudad monumental llamada Buenos Aires” (15).
En 1892, Jimmy –“nacido James Radburne”- (16) llegó a la Patagonia, “huyendo de la pobreza y los prejuicios ingleses, y pasó toda una vida improvisando oficios para sobrevivir y métodos para huir de las policías argentina y chilena”. Se dirigió a esa región pensándola “como garantía de anonimato para pasados difíciles” (17).
Por medio de una carta, Butch Cassidy comunica su paradero a sus amigos ilegales estadounidenses. Ese manuscrito “permitió certificar su estancia en la región décadas después de su muerte”. Lo relata Francisco N. Juárez en el trabajo titulado “Una carta de Butch Cassidy” (18), en el que escribe “Aunque la carta de Cholila ahora carece de la última carilla con su rúbrica (firmaría Bob, como las demás, pero es su caligrafía) resulta una maravillosa síntesis de la nueva vida del bandido. Elegantemente alude a ‘un tío (que) murió y dejó 30.000 dólares a nuestra pequeña familia de tres miembros. Tomé mis 10.000 y partí para ver un poco más del mundo’. En realidad, se refería al asalto de un banco de Winemuca en Nevada, el 10 de septiembre de 1900. Ahora estaba solo, es cierto, pero por pocos meses, de manera que mentía ese dato. Daba cuenta de su patrimonio ganadero: ‘300 cabezas de vacunos, 1500 ovinos, 28 caballos de silla’, además de dos peones y la alusión al rancho como ‘una buena casa de cuatro habitaciones’, galpones, establo y gallinero. Se quejaba de su soledad, la falta de una cocinera y su ‘estado de amarga soltería’. Luego, agregaba otras quejas. Se hablaba español, ‘pero el país, en cambio, es excelente’. Daba cuenta de la extensa y fértil región, la distancia con Buenos Aires y esperaba fortificar las ventas de ganado a Chile, ‘nuestro gran comprador de carne vacuna’, porque de allá habían abierto un camino cordillerano (se refería al sendero de Cochamó, el que denunció Clemente Onelli como contrario al laudo arbitral que expediría la corona británica ese mismo año)”.
En un cuento, Osvaldo Soriano afirma que el bandido tuvo descendencia en la Argentina. Cuando se jugó el Mundial de 1942, los argentinos “perdieron 6 a 1 con un pésimo arbitraje de William Brett Cassidy, que se decía hijo natural del cowboy Butch Cassidy que antes de morir acribillado en Bolivia vivió muchos años en las estancias de la Patagonia con el Sundance Kid y Edna, la amante de los dos” (19).
En “El cura y el cowboy” se recuerda a “El Norteamericano”, que vivió en Santa Cruz: a principios del siglo XX: “Por la zona había un malvado y muy conocido bandolero... era ‘El Norteamericano’, el cual hablaba inglés y un poco de castellano bastante mal, por cierto. Este era de esos que donde ponía el ojo ponía la bala y hasta la policía le tenía terror a enfrentársele. Era ‘yankee’ en serio. Era común que cuando eran buscados por la justicia del país del norte y ya no había muchas chances por allá; se subían a algún barco en la zona de California para bajar en Punta Arenas... y seguir ‘ejerciendo’ en la Patagonia. Tal era el caso de este auténtico cowboy” (20).
“Al terminar la guerra, Eichmann se ocultó en un monasterio católico en Italia. Wiesenthal decidió dedicar ‘unos años’ a buscar justicia y se enroló para trabajar con los aliados en la recolección de evidencias de crímenes de guerra. En 1947, cuando Eichmann huyó a América del Sur usando un nombre falso, Wiesenthal creó el Centro Judío de documentación en Lidz, para reunir evidencias para juicios futuros. (...) Ese año la esposa de Eichmann trató de conseguir que se declarara muerto a su marido. (...) Aunque Wiesenthal tomó contacto con la Mossad nuevamente, y también con Nahum Goldman, presidente del Congreso Judío Mundial, no pasó nada hasta 1959, cuando Israel recibió la información de Alemania de que Eichmann estaba en Buenos Aires. Se organizó una operación encubierta. Un equipo de agentes secretos de la Mossad secuestraron al ex nazi y lo llevaron a Israel. (...) fue encontrado culpable de todos los cargos, sentenciado a muerte y colgado justo después de la medianoche el 1 de junio de 1962” (21).
En Saladillo "terminó el rodaje de El ultimo mandado, largometraje de Fabio Junco (36) y Juli Midú (31), protagonizado por Ellen Wolf, ganadora del premio Trinidad Guevara, que otorga el gobierno de la ciudad de Buenos Aires, como mejor actuación femenina de reparto, por su trabajo en La omisión de la familia Coleman, de Claudio Tocachir, y por el joven vecino saladillense Lucas Midú, hermano de uno de los cineastas. (...) 'Soy judía y hago de nazi, ¿qué le parece?, confesó la veterana actriz (su apellido de soltera es Rottemberg) hace dos meses, al iniciar el rodaje de este lagometraje de bajo presupuesto con locaciones en Saladillo y en Buenos Aires. (...) Según Junco y Midú, la película aborda una realidad argentina todavía inexplorada en la ficción: la de los pueblos del interior que sirvieron como refugio para numerosos personajes vinculados con el régimen nazi" (24).
Señala Carlota Jackisch: “a partir de 1949, nuevamente comienzan a llegar a la Argentina alemanes que ya no tenían lugar en Alemania. Esta vez se trataba de dirigentes nacionalsocialistas de distintas jerarquías y profesionales alemanes comprometidos con el III Reich. El gobierno de Perón les dio albergue en universidades, en empresas, y se creó una organización especial para ubicar a los ahora exnazis en Argentina. Con la caída de Perón en 1955, muchos emigraron hacia Colombia y actualmente algunos viven en Alemania” (25).
Notas
1. Vilanova Rodríguez, Alberto: Los gallegos en la Argentina. Buenos Aires, Ediciones Galicia, 1966. Tomo II. Pág. 760. Premio de Historia en el Concurso Extraordinario de 1957, celebrado para conmemorar el cincuentenario de la fundación del Centro Gallego de Buenos Aires. Prólogo de Claudio Sánchez-Albornoz.
2. Savoia, Claudio: op. cit.
3. Muleiro, Vicente: “El mirador”, en Clarín, Buenos Aires, 27 de septiembre de 1998.
4. Cohen, Noemí: Mientras la luz se va. Buenos Aires, Losada, 2005. 216 pp.
5. S/F: “Novela de Noemí Cohen en Losada”, en Raíces, www.revista-raíces.com. Noviembre de 2005.
6. Ormaechea, Luis: “Con ánimo de conciliar”, en www.otrocampo.com.
7. Cassini, José Luis: “El mar en los ojos”, en Rotary Club de Ramos Mejía. Comité de Cultura. 1994.
8. Forti Glori, Nisa: La crisálida. Buenos Aires, Corregidor, 1984.
9. Vázquez-Rial, Horacio: op. cit
10. Bajo, Cristina: La trama del pasado. Buenos Aires, Sudamericana, 2006. 384 páginas (Biblioteca Cristina Bajo)
11. S/F: en www.edsudamericana.com.ar
12. Feierstein, Ricardo: Mestizo. Buenos Aires, Planeta, 1994.
13. Viladoms, Alicia H. : “Estudio preliminar”, en Hudson, Guillermo Enrique: Allá lejos y hace tiempo. Versión en lengua española, estudio preliminar y notas de Alicia Hebe Viladoms. Buenos Aires, Kapelusz Editora, 1994.
14. Zappietro, Eugenio Juan: De aquí hasta el alba. Barcelona, Planeta, 1971.
15. Fernández Díaz, Jorge: Mamá. Buenos Aires, Sudamericana, 2002.
16. Cella, Susana: El inglés.
17. Cristoff, María Sonia: “Inglés en fuga”, en La Nación, Buenos Aires, 19 de noviembre de 2000.
18. Juárez, Francisco N.: “Una carta de Butch Cassidy”, en La Nación, Buenos Aires, 25 de agosto de 2002.
19. Soriano, Osvaldo: “El hijo de Butch Cassidy”, publicado originalmente en el diario Página/12, forma parte de "Cuentos de los años felices", Editorial Sudamericana, 1993. Incluido en Letrópolis (www.letropolis.com.ar), Diciembre de 2006.
20. S/F: “El cura y el cowboy”, en www.misionorg.com.ar.
21. Vallely, Paul: “Justicia, justicia perseguirás SIMON WIESENTHAL”, en La Nación, Buenos Aires, 25 de septiembre de 2005. Traducción: Gabriel Zadunaisky.
22. Minghetti, Claudio D.: "Saladillo ya es un pueblo de película", en La Nación, Buenos Aires, 10 de septiembre de 2006.
23. Jackisch, Carlota: El nazismo y los refugiados alemanes en la Argentina 1933-1945. Buenos Aires, Ed. de Belgrano, 1989.
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Motivos no faltaron. Tristeza sobró a estos hombres y mujeres que, un día, debieron dejar su tierra y embarcarse hacia un país desconocido, en el que se establecieron y del que, quizás, nunca pudieron regresar.
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